Arriba: coronando el pequeño pueblo de Santa Cruz de la Sierra, se recorta la silueta del antiguo Convento e Iglesia de los Agustinos.
Cuenta una leyenda que, a los pies de la sierra de Santa Cruz, en pleno corazón de la Tierra de Trujillo, se sucedían una serie de fenómenos extraños que conjugaban lo paranormal con lo milagroso. Mientras que una serie de luces se veían a las afueras del pueblo de Santa Cruz de la Sierra, antaño Santa Cruz de los Templarios, en la misma zona un pozo, que aún se conserva, dejaba en cuestión de segundos de estar casi vacío a llenarse de agua, brotando milagrosamente de él la misma en cantidades ingentes, supliendo así la sed del pueblo.
Arriba: vista general de las ruinas del Convento e Iglesia de los Agustinos, levantado en plena falda de la sierra de Santa Cruz.
Tal consideración tenía este supuesto milagroso enclave, que fue aquí mismo donde, en el siglo XVII, se edificó el Convento de San Joaquín, con la iglesia adyacente correspondiente, acogiendo el mismo a la Orden mendicante católica de los Agustinos Recoletos, que en el Toledo de 1.588 y en medio de la Contrarreforma Católica había surgido como rama de la de San Agustín, tras solicitar algunos religiosos que seguían mencionada Regla poder seguir con una forma de vida más austera, donde se viviera más intensamente la interioridad y se acentuaran los rasgos ascéticos de la vida religiosa.
Arriba: aspecto actual de uno de los muros exteriores del convento, donde se conservan los vanos y alféizares de las antiguas celdas y habitaciones.
Abajo: siguiendo el trazado del mismo muro mientras ascendemos sobre la ladera de la sierra, en el lado oriental del monumento, encontramos la antigua entrada al conjunto, hoy cerrada con tablones ayudados por la maleza.
A pesar de la austeridad que la Orden buscaba, reflejada en los capítulos que Fray Luis de León redactó sobre la forma de vivir de la nueva comunidad, los hermanos agustinos recoletos de Santa Cruz de la Sierra mostraron pronto su inclinación hacia los personajes poderosos e influyentes de los contornos en la época. Las obras del actual conjunto conventual comenzarían en 1.670 gracias a la promoción de Joaquín Chaves de Mendoza, tercer Conde de Santa Cruz e hijo de Juan de Chaves Sotomayor y Ana Isabel de Mendoza. Fue su abuelo, Don Juan de Chaves y Mendoza, el primer señor de la villa desde que el mismo en 1.626 comprara la aldea a Felipe IV, independizándola así del Concejo trujillano. Se convertía de esta manera la población en su señorío, como también lo hiciera la localidad cercana de Herguijuela (igualmente llamada en aquella época como La Calzada), adquiriendo así el título de Conde de La Calzada y de Santa Cruz. Quería Don Juan de Chaves que los monjes agustinos recoletos pudieran disponer de un convento en la población, donándoles para ello ciertos terrenos donde se asentarían en 1.629. Se nombraría como primer prior del mismo a Fray Andrés de la Madre de Dios Aguilera. Don Joaquín de Chaves heredaría el segundo título condal de su abuelo, así como mencionado señorío y el de Ruanes, comprado también por la familia, pero sobre todo la devoción por la Orden agustina, a la que no dejaría de proteger en todo momento.
Arriba y abajo: diversas vistas de las dependencias restantes del Convento de los Agustinos, donde las ruinas de hoy recuerdan la magnificencia que el monumento tuvo antaño.
El conjunto contó inicialmente con una iglesia de planta de cruz latina y estilo barroco, orientada hacia el sur y mirando desde su fachada hacia la población, en cuyo crucero se ubicaba el conocido pozo milagroso. Junto a ella, las dependencias monacales, que llegaron a albergar hasta una treintena de frailes, se ampliaban poco a poco y cada día más, así como las propiedades y posesiones de la comunidad, a la par que disminuía su búsqueda de la austeridad y la interioridad. Este aspecto, unido a su inclinación hacia las personas pudientes, derivó en una animadversión del pueblo hacia ellos, llegando a protagonizarse diversos y escandalosos pleitos entre ambas facciones, siendo una de las principales referente al agua que bajaba de la sierra. Al parecer el aumento de hermanos en la comunidad llevó a los frailes a cavar un nuevo pozo dentro del solar del convento, tan profundo que la fuente del pueblo dejó de recibir el habitual caudal de agua.
Arriba: las dependencias del convento se mantenían unidas a la iglesia a través del lado del evangelio de esta última, donde hoy en día perviven restos de las antiguas construcciones, así como de la decoración de las mismas.
Arriba y abajo: detalle de la decoración mural de algunas de las dependencias del convento, junto al lado del evangelio del templo, donde pueden apreciarse restos de esgrafiado geométrico, así como frescos con diversos motivos vegetales enmarcando medallones, semejantes a los que después encontraremos bajo los lunetos del interior de la iglesia.
Fue así como el pueblo de Santa Cruz de la Sierra vio con buenos ojos la publicación de la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica que, en 1.835 y en plena Primera Guerra Carlista, llevaba a la supresión de la vida monacal de una infinidad de monasterios y conventos a lo largo y ancho de toda la geografía española, con la desamortización de Mendizábal como trasfondo. Los agustinos recoletos de Santa Cruz de la Sierra tuvieron que abandonar el Convento de San Joaquín, aprovechando los vecinos de la localidad el alboroto de la Guerra Carlista para destruir las dependencias de aquella comunidad con la que tantos litigios habían tenido en el pasado. La iglesia, sin embargo y a pesar de anularse el culto en ella, se respetó en su construcción, aprovechándose desde entonces por los lugareños como almacén y cuadra para el ganado.
Arriba: vista general de la portada de la Iglesia de los Agustinos, junto a la que se conserva la antigua espadaña, rematada en frontón triangular al igual que la fachada.
Abajo: detalle de la decoración conservada sobre la puerta de acceso al templo, donde una vacía hornacina sobre el corazón emblema de los Agustinos Recoletos se remata con una cruz latina, enmarcada entre los escudos de los Chaves de Mendoza.
Del antiguo convento hoy sólo se conservan las ruinas de lo que fueron unas grandiosas dependencias, siendo cada vez más difícil adivinar entre ellas las zonas que ocuparon las celdas, oratorios, claustro, huerto, etc. La iglesia por su parte conserva aún su estructura, así como sus muros y el tejado a base de bóvedas de cañón, coronado por una cúpula semiesférica sobre pechinas en el crucero. El acceso al templo se realiza desde la fachada del mismo, con portada cerrada en arco de medio punto y dovelas ligeramente almohadilladas sobre la que descansa la única decoración de la misma, destacando a los lados de una hornacina los escudos de los Chaves de Mendoza, idénticos blasones a los que decoran la fachada del alcázar que esta familia tuvo en Trujillo, cuya puerta guarda gran similitud con ésta.
Arriba: aspecto general del interior del templo, visto desde la portada de acceso, con la cabecera al fondo bajo bóveda de cañón.
Abajo: vista de la cúpula de la iglesia, levantada sobre pechinas que conservan junto a la primera restos de su decoración mural geométrica.
De una sola nave, el interior del templo, construido a base de mampostería y ladrillo, así como sillares en sus arcos y esquinas, conserva su planta de cruz latina. Los brazos se rematan con bóvedas de cañón, al igual que el cabecero, conservándose en los mismos sendos frescos donde una pareja de angelotes descubren un cortinaje. En el medio del crucero, bajo la cúpula semiesférica, perdura el brocal granítico del supuesto pozo milagroso, hoy rellenado con escombros y deshechos, donde un saliente del mismo hacía las funciones de pila bautismal. Como decoración, el corazón traspasado por la flecha, símbolo de la caridad y emblema de la Orden de los Agustinos Recoletos.
Arriba: detalle de la decoración mural del brazo del lado de la epístola, a base de coloridos frescos donde aún pueden apreciarse los angelotes que, corriendo los cortinajes, seguramente nos dejaban apreciar alguna imagen que allí se veneraba.
Abajo: el brocal del supuesto pozo milagroso conserva, al igual que en la clave del arco de entrada al templo, el corazón asaeteado símbolo de San Agustín y emblema de la Orden de los Agustinos.
Tanto en los lados del evangelio como en el de la epístola, antes de llegar al crucero, dos capillas se abren en el muro, bajo arco de medio punto, conservándose en ambas pintura mural al fresco, más visible en la segunda que en la primera, con diversos motivos vegetales. Sin embargo, los mejores ejemplos de decoración mural son los que nos aguardan a los pies del templo, bajo los lunetos que sostienen las bóvedas de cañón de esta parte de la cubierta de la iglesia, y en el coro, ubicado en esta zona de entrada, sobre un arco escarzano y al que no se puede subir actualmente por el tapiado y destrucción de sus accesos.
Arriba: aspecto general del interior del templo, visto desde la cabecera del mismo, donde puede apreciarse el coro al fondo, ubicado sobre un arco escarzano tras pasar la portada de acceso.
Abajo: detalle de la decoración al fresco que encontramos en la capilla del lado de la epístola, con motivos vegetales y restos de cortinajes. muy deteriorada pero más visible que su par del lado del evangelio.
Muy estropeados por la humedad y el paso del tiempo, aún puede apreciarse sin embargo el bello colorido de los frescos de esta zona de la iglesia, y vislumbrar algunos de sus elementos reflejados. Bajo los dos últimos lunetos de cada muro, y enmarcados entre motivos vegetales, diversas figuras, posiblemente personajes destacados de la Orden, aparecen en medallones desde la parte más alta de cada lado del templo. En el coro, y alrededor del vano que centra la fachada, dos músicos, tocando el arpa y el órgano respectivamente, nos recuerdan la función a la que estaba destinado ese rincón del edificio. Entre ellos, y sobre la ventana mencionada, San Agustín de Hipona, patrón de la Orden agustina, vestido con mitra y báculo y coronado con aureola, nos sorprende envuelto en rayos de luz, cual aparición a los súbditos de su Regla.
Arriba: entre ménsulas que perduran a cada lado del templo, el coro nos aguarda a los pies de la iglesia, guardando en él los mejores ejemplos de pintura mural del monumento.
Arriba y abajo: detalles de los frescos conservados bajos los lunetos de las bóvedas de cañón ubicadas en esta zona de la cubierta, así como parte de aquéllos que decoran el rededor del vano de la portada en su cara interior, reflejando en ambos casos personajes o elementos relacionados con la Orden.
Cómo llegar:
A pesar de ser Santa Cruz de la Sierra un pequeño pueblo no muy conocido fuera de la comarca, y sin lograr alcanzar los 400 habitantes, llegar a él es muy sencillo, pues se ubica junto a la Autovía del Suroeste o A-5 en el tramo que discurre entre Miajadas y Trujillo, a la derecha de la vía si nos orientamos hacia esta última población.
Ya desde la autovía y posteriormente desde la carretera que, una vez tomado el cruce, nos dirige hacia el municipio, podremos apreciar bajo la figura de la Sierra de Santa Cruz la silueta de la pequeña población, coronada en su zona superior por la silueta de las ruinas del Convento e Iglesia de los Agustinos. Esta misma carretera nos llevará directamente a la plaza del pueblo, porticada en uno de sus lados y con la parroquia de la Vera Cruz en el contrario, donde nos será fácil aparcar y dirigirnos desde allí a las ruinas, subiendo la ladera de la montaña por cualquiera de las calles que en ese sentido parten, llegando sin complicaciones al antiguo convento.
El Convento de San Joaquín se encuentra cercado por un bajo muro de mampostería, con la antigua puerta de acceso a él tapiada con tablones. Sin embargo, algunas roturas en el mismo nos permitirá sin complicaciones acceder a las que fueron las antiguas dependencias. Cegados los accesos desde el convento a la iglesia, entrar en ésta está permitido, al ser usada públicamente por los vecinos del pueblo. La puerta ubicada en la fachada del templo se mantiene cerrada con un cerrojo sin candado, pudiendo entrar al interior en cualquier momento, recomendando siempre volver a cerrarla después de nuestra visita.
Arriba: desde la iglesia de la Vera Cruz, y junto a la plaza del pueblo, vemos las ruinas de lo que antaño fue el Convento de San Joaquín, diluyéndose la presencia de la Orden agustina con el paso del tiempo. Se mantiene sin embargo una tradición traída por los mismos al lugar: la veneración a Santa Rita de Casia y a San Agustín de Hipona, santos agustinianos por excelencia convertidos en los patronos de la localidad, guardándose y venerándose a los mismos en la parroquia del municipio y último recuerdo que mantienen los lugareños del paso de aquellos Agustinos Recoletos por la zona, a los que un día quisieron olvidar.