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jueves, 31 de marzo de 2011

Convento de los Agustinos, en Santa Cruz de la Sierra


Arriba: coronando el pequeño pueblo de Santa Cruz de la Sierra, se recorta la silueta del antiguo Convento e Iglesia de los Agustinos.

Cuenta una leyenda que, a los pies de la sierra de Santa Cruz, en pleno corazón de la Tierra de Trujillo, se sucedían una serie de fenómenos extraños que conjugaban lo paranormal con lo milagroso. Mientras que una serie de luces se veían a las afueras del pueblo de Santa Cruz de la Sierra, antaño Santa Cruz de los Templarios, en la misma zona un pozo, que aún se conserva, dejaba en cuestión de segundos de estar casi vacío a llenarse de agua, brotando milagrosamente de él la misma en cantidades ingentes, supliendo así la sed del pueblo.


Arriba: vista general de las ruinas del Convento e Iglesia de los Agustinos, levantado en plena falda de la sierra de Santa Cruz.

Tal consideración tenía este supuesto milagroso enclave, que fue aquí mismo donde, en el siglo XVII, se edificó el Convento de San Joaquín, con la iglesia adyacente correspondiente, acogiendo el mismo a la Orden mendicante católica de los Agustinos Recoletos, que en el Toledo de 1.588 y en medio de la Contrarreforma Católica había surgido como rama de la de San Agustín, tras solicitar algunos religiosos que seguían mencionada Regla poder seguir con una forma de vida más austera, donde se viviera más intensamente la interioridad y se acentuaran los rasgos ascéticos de la vida religiosa.


Arriba: aspecto actual de uno de los muros exteriores del convento, donde se conservan los vanos y alféizares de las antiguas celdas y habitaciones.
Abajo: siguiendo el trazado del mismo muro mientras ascendemos sobre la ladera de la sierra, en el lado oriental del monumento, encontramos la antigua entrada al conjunto, hoy cerrada con tablones ayudados por la maleza.


A pesar de la austeridad que la Orden buscaba, reflejada en los capítulos que Fray Luis de León redactó sobre la forma de vivir de la nueva comunidad, los hermanos agustinos recoletos de Santa Cruz de la Sierra mostraron pronto su inclinación hacia los personajes poderosos e influyentes de los contornos en la época. Las obras del actual conjunto conventual comenzarían en 1.670 gracias a la promoción de Joaquín Chaves de Mendoza, tercer Conde de Santa Cruz e hijo de Juan de Chaves Sotomayor y Ana Isabel de Mendoza. Fue su abuelo, Don Juan de Chaves y Mendoza, el primer señor de la villa desde que el mismo en 1.626 comprara la aldea a Felipe IV, independizándola así del Concejo trujillano. Se convertía de esta manera la población en su señorío, como también lo hiciera la localidad cercana de Herguijuela (igualmente llamada en aquella época como La Calzada), adquiriendo así el título de Conde de La Calzada y de Santa Cruz. Quería Don Juan de Chaves que los monjes agustinos recoletos pudieran disponer de un convento en la población, donándoles para ello ciertos terrenos donde se asentarían en 1.629. Se nombraría como primer prior del mismo a Fray Andrés de la Madre de Dios Aguilera. Don Joaquín de Chaves heredaría el segundo título condal de su abuelo, así como mencionado señorío y el de Ruanes, comprado también por la familia, pero sobre todo la devoción por la Orden agustina, a la que no dejaría de proteger en todo momento.


Arriba y abajo: diversas vistas de las dependencias restantes del Convento de los Agustinos, donde las ruinas de hoy recuerdan la magnificencia que el monumento tuvo antaño.


El conjunto contó inicialmente con una iglesia de planta de cruz latina y estilo barroco, orientada hacia el sur y mirando desde su fachada hacia la población, en cuyo crucero se ubicaba el conocido pozo milagroso. Junto a ella, las dependencias monacales, que llegaron a albergar hasta una treintena de frailes,  se ampliaban poco a poco y cada día más, así como las propiedades y posesiones de la comunidad,  a la par que disminuía su búsqueda de la austeridad y la interioridad. Este aspecto, unido a su inclinación hacia las personas pudientes, derivó en una animadversión del pueblo hacia ellos, llegando a protagonizarse diversos y escandalosos pleitos entre ambas facciones, siendo una de las principales referente al agua que bajaba de la sierra. Al parecer el aumento de hermanos en la comunidad llevó a los frailes a cavar un nuevo pozo dentro del solar del convento, tan profundo que la fuente del pueblo dejó de recibir el habitual caudal de agua.



Arriba: las dependencias del convento se mantenían unidas a la iglesia a través del lado del evangelio de esta última, donde hoy en día perviven restos de las antiguas construcciones, así como de la decoración de las mismas.


Arriba y abajo: detalle de la decoración mural de algunas de las dependencias del convento, junto al lado del evangelio del templo, donde pueden apreciarse restos de esgrafiado geométrico, así como frescos con diversos motivos vegetales enmarcando medallones, semejantes a los que después encontraremos bajo los lunetos del interior de la iglesia.


Fue así como el pueblo de Santa Cruz de la Sierra vio con buenos ojos la publicación de la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica que, en 1.835 y en plena Primera Guerra Carlista, llevaba a la supresión de la vida monacal de una infinidad de monasterios y conventos a lo largo y ancho de toda la geografía española, con la desamortización de Mendizábal como trasfondo. Los agustinos recoletos de Santa Cruz de la Sierra tuvieron que abandonar el Convento de San Joaquín, aprovechando los vecinos de la localidad el alboroto de la Guerra Carlista para destruir las dependencias de aquella comunidad con la que tantos litigios habían tenido en el pasado. La iglesia, sin embargo y a pesar de anularse el culto en ella, se respetó en su construcción, aprovechándose desde entonces por los lugareños como almacén y cuadra para el ganado.


Arriba: vista general de la portada de la Iglesia de los Agustinos, junto a la que se conserva la antigua espadaña, rematada en frontón triangular al igual que la fachada.
Abajo: detalle de la decoración conservada sobre la puerta de acceso al templo, donde una vacía hornacina sobre el corazón emblema de los Agustinos Recoletos se remata con una cruz latina, enmarcada entre los escudos de los Chaves de Mendoza.


Del antiguo convento hoy sólo se conservan las ruinas de lo que fueron unas grandiosas dependencias, siendo cada vez más difícil adivinar entre ellas las zonas que ocuparon las celdas, oratorios, claustro, huerto, etc. La iglesia por su parte conserva aún su estructura, así como sus muros y el tejado a base de bóvedas de cañón, coronado por una cúpula semiesférica sobre pechinas en el crucero. El acceso al templo se realiza desde la fachada del mismo, con portada cerrada en arco de medio punto y dovelas ligeramente almohadilladas sobre la que descansa la única decoración de la misma, destacando a los lados de una hornacina los escudos de los Chaves de Mendoza, idénticos blasones a los que decoran la fachada del alcázar que esta familia tuvo en Trujillo, cuya puerta guarda gran similitud con ésta.


Arriba: aspecto general del interior del templo, visto desde la portada de acceso, con la cabecera al fondo bajo bóveda de cañón.
Abajo: vista de la cúpula de la iglesia, levantada sobre pechinas que conservan junto a la primera restos de su decoración mural geométrica.


De una sola nave, el interior del templo, construido a base de mampostería y ladrillo, así como sillares en sus arcos y esquinas, conserva su planta de cruz latina. Los brazos se rematan con bóvedas de cañón, al igual que el cabecero, conservándose en los mismos sendos frescos donde una pareja de angelotes descubren un cortinaje. En el medio del crucero, bajo la cúpula semiesférica, perdura el brocal granítico del supuesto pozo milagroso, hoy rellenado con escombros y deshechos, donde un saliente del mismo hacía las funciones de pila bautismal. Como decoración, el corazón traspasado por la flecha, símbolo de la caridad y emblema de la Orden de los Agustinos Recoletos.


Arriba: detalle de la decoración mural del brazo del lado de la epístola, a base de coloridos frescos donde aún pueden apreciarse los angelotes que, corriendo los cortinajes, seguramente nos dejaban apreciar alguna imagen que allí se veneraba.
Abajo: el brocal del supuesto pozo milagroso conserva, al igual que en la clave del arco de entrada al templo, el corazón asaeteado símbolo de San Agustín y emblema de la Orden de los Agustinos.


Tanto en los lados del evangelio como en el de la epístola, antes de llegar al crucero, dos capillas se abren en el muro, bajo arco de medio punto, conservándose en ambas pintura mural al fresco, más visible en la segunda que en la primera, con diversos motivos vegetales. Sin embargo, los mejores ejemplos de decoración mural son los que nos aguardan a los pies del templo, bajo los lunetos que sostienen las bóvedas de cañón de esta parte de la cubierta de la iglesia, y en el coro, ubicado en esta zona de entrada, sobre un arco escarzano y al que no se puede subir actualmente por el tapiado y destrucción de sus accesos.


Arriba: aspecto general del interior del templo, visto desde la cabecera del mismo, donde puede apreciarse el coro al fondo, ubicado sobre un arco escarzano tras pasar la portada de acceso.
Abajo: detalle de la decoración al fresco que encontramos en la capilla del lado de la epístola, con motivos vegetales y restos de cortinajes. muy deteriorada pero más visible que su par del lado del evangelio.


Muy estropeados por la humedad y el paso del tiempo, aún puede apreciarse sin embargo el bello colorido de los frescos de esta zona de la iglesia, y vislumbrar algunos de sus elementos reflejados. Bajo los dos últimos lunetos de cada muro, y enmarcados entre motivos vegetales, diversas figuras, posiblemente personajes destacados de la Orden, aparecen en medallones desde la parte más alta de cada lado del templo. En el coro, y alrededor del vano que centra la fachada, dos músicos, tocando el arpa y el órgano respectivamente, nos recuerdan la función a la que estaba destinado ese rincón del edificio. Entre ellos, y sobre la ventana mencionada, San Agustín de Hipona, patrón de la Orden agustina, vestido con mitra y báculo y coronado con aureola, nos sorprende envuelto en rayos de luz, cual aparición a los súbditos de su Regla.


Arriba: entre ménsulas que perduran a cada lado del templo, el coro nos aguarda a los pies de la iglesia, guardando en él los mejores ejemplos de pintura mural del monumento.


Arriba y abajo: detalles de los frescos conservados bajos los lunetos de las bóvedas de cañón ubicadas en esta zona de la cubierta, así como parte de aquéllos que decoran el rededor del vano de la portada en su cara interior,  reflejando en ambos casos personajes o elementos relacionados con la Orden.


Cómo llegar:

A pesar de ser Santa Cruz de la Sierra un pequeño pueblo no muy conocido fuera de la comarca, y sin lograr alcanzar los 400 habitantes, llegar a él es muy sencillo, pues se ubica junto a la Autovía del Suroeste o A-5 en el tramo que discurre entre Miajadas y Trujillo, a la derecha de la vía si nos orientamos hacia esta última población.

Ya desde la autovía y posteriormente desde la carretera que, una vez tomado el cruce, nos dirige hacia el municipio, podremos apreciar bajo la figura de la Sierra de Santa Cruz la silueta de la pequeña población, coronada en su zona superior por la silueta de las ruinas del Convento e Iglesia de los Agustinos. Esta misma carretera nos llevará directamente a la plaza del pueblo, porticada en uno de sus lados y con la parroquia de la Vera Cruz en el contrario, donde nos será fácil aparcar y dirigirnos desde allí a las ruinas, subiendo la ladera de la montaña por cualquiera de las calles que en ese sentido parten, llegando sin complicaciones al antiguo convento.

El Convento de San Joaquín se encuentra cercado por un bajo muro de mampostería, con la antigua puerta de acceso a él tapiada con tablones. Sin embargo, algunas roturas en el mismo nos permitirá sin complicaciones acceder a las que fueron las antiguas dependencias. Cegados los accesos desde el convento a la iglesia, entrar en ésta está permitido, al ser usada públicamente por los vecinos del pueblo. La puerta ubicada en la fachada del templo se mantiene cerrada con un cerrojo sin candado, pudiendo entrar al interior en cualquier momento, recomendando siempre volver a cerrarla después de nuestra visita.


Arriba: desde la iglesia de la Vera Cruz, y junto a la plaza del pueblo, vemos las ruinas de lo que antaño fue el Convento de San Joaquín, diluyéndose la presencia de la Orden agustina con el paso del tiempo. Se mantiene sin embargo una tradición traída por los mismos al lugar: la veneración a Santa Rita de Casia y a San Agustín de Hipona, santos agustinianos por excelencia convertidos en los patronos de la localidad, guardándose y venerándose a los mismos en la parroquia del municipio y último recuerdo que mantienen los lugareños del paso de aquellos Agustinos Recoletos por la zona, a los que un día quisieron olvidar.

domingo, 20 de marzo de 2011

Atalaya de los Rostros, en Badajoz


Que Badajoz es una ciudad fronteriza, es indiscutible. Su cercanía con Portugal la ha llevado a vivir y a protagonizar multitud de enfrentamientos, batallas, e incluso acuerdos políticos de diversa índole con el país vecino desde tiempos de la Reconquista. Pero su historia como frontera no comienza aquí, sino antes, cuando tiempo atrás, y bajo el poder de los almohades, la ciudad se elevaba como baluarte junto al Guadiana, vigilando un enclave estratégico deseado por los cristianos leoneses del Norte, defendido por los musulmanes andalusíes del Sur, y en la mira de un reino nuevo que, desde su nacimiento apenas un siglo antes, se expandía por el Oeste engrandeciendo el Condado Portucalense del que había surgido. 


Durante los primeros años de su fundación, en el siglo IX d. C., y especialmente en su etapa como reino Taifa de los Aftasíes, Batalyaws, la posteriormente conocida como Badajoz, vivió una época de esplendor y prosperidad, cuyo auge alcanzó en el siglo XI bajo los reinados de Al-Mansur I y su hijo Al-Muzaffar, que la llevaron a ser cabeza de un reino de más de 100.000 kilómetros cuadrados, extendiéndose desde el Duero hasta Sevilla, alcanzando el océano Atlántico, y en cuya Corte se reunían de los más destacados artistas y eruditos musulmanes de la época. Sin embargo, los avatares de la historia, el avance cristiano hacia el Sur y la llegada de los almorávides a Al-Andalus hicieron concluir esta temprana etapa, llevando a la ciudad a una serie de disputas que permanecieron en el tiempo, y que transformaron una ilustrada Corte en una base militar constantemente sitiada. Fue así como, tras la llegada de los almohades a la Península Ibérica, y la ocupación por los mismos de Badajoz en el año 1.148, el enclave fue dotado de unos nuevos sistemas defensivos.


Arriba: aspecto general de la Torre de los Rostros, donde se puede apreciar la barbacana defensiva que rodea a la misma.

Sobre la cerca que ya levantara Ibn-Marwan en el siglo IX se construyó una nueva alcazaba, defendida por más de una veintena de torres, contando entre ellas tanto con diversas torres albarranas como con una gran variedad de cubos o torres de flanqueo adosadas a los gruesos muros del recinto. Mientras, a las afueras de la ciudad, varias atalayas se elevaban sobre colinas y puntos estratégicos desde los que vigilar las cada vez más cercanas fronteras con los reinos vecinos, sirviendo como avanzadillas desde las que avisar en caso de ataque o avistamiento de tropas enemigas. Actualmente son cuatro las torres que, construidas bajo esta directriz almohade, han llegado hasta nuestro días. Las atalayas de los Rostros, de los Monjes y la Torrequebrada, al Noreste de la ciudad, y la del antiguo camino de Yelves (actualmente Elvas), al Oeste de la misma.


Arriba: vista detallada de la atalaya, en cuyo lado sur se puede observar el resultado de una polémica restauración que ha pretendido parar el deterioro del monumento.
Abajo: el acceso a la torre se efectúa por una única puerta de entrada, elevada a varios metros del suelo, haciéndola hoy en día tan inaccesible como ya lo era siglos atrás.


La Torre o Atalaya de los Rostros, levantada en el siglo XIII, es la mejor conservada de las torres vigías almohades que un día circundaron Badajoz y que han llegado a la actualidad. Este hecho le añade valor a un monumento que ya lo cobra de por sí, al ser uno de los pocos ejemplos de construcción almohade de base octogonal que se realizaron en la época, emparentándose así con la cercana Torre de Espantaperros, con la cual guarda una distancia de 5 kilómetros, y con la que se cree que mantenía una relación comunicativa a base de códigos basados en reflejos solares, o usando directamente hogueras o teas encendidas en caso de peligro para la ciudad.
 Con 12 metros de altura, posiblemente mayor en un principio debido a su almenaje desaparecido, la atalaya reúne en su edificación las técnicas constructivas usuales en la época andalusí, como son el tapial, la mampostería enlucida, y el ladrillo. Su primer cuerpo, hasta la puerta de entrada, es macizo. El segundo, al que se accede mediante un vano abierto a varios metros del suelo, está cubierto por una bóveda de cañón interna, subiéndose desde allí a la terraza superior.


Arriba: vista del recodo por el que se accedía al interior de la barbacana que circunda la atalaya, a la par que la defiende.
Abajo: detalle del parapeto cicundante de la Torre de los Rostros, donde se puede apreciar su fábrica a base de tapial compuesto por barro y guijarros.


Si bien la Atalaya de los Rostros intentaba servir como vigía del camino a Mérida, y una primera defensa de la ciudad de Badajoz, la misma torre era a su vez defendida de diversas maneras ante posibles ataques enemigos. Para poder hacerse con la misma, debían acceder a través del portillo de acceso al torreón, abierto a varios metros del suelo,  usando una escalera, o una cuerda, siendo retirados los propios desde el interior en caso de asedio. Previamente, el enemigo debería haber sobrepasado un parapeto rectangular de un metro de altura que circundaba, y sigue circundando actualmente el edificio, con un único acceso de entrada en recodo en el ángulo este del mismo. A todo esto habría que añadir además la defensa extra que una barbacana de varios metros de altura levantada a pocos metros de la atalaya ofrecía a la misma, de la cual se conservan sus paredes, pero no el posible almenado que la coronaba.


Arriba: vista general de la Atalaya de los Rostros, con la barbacana independiente defensiva de la misma en primer término.
Abajo: aspecto actual que presenta la barbacana defensiva de la torre, con entrada en su ángulo sur, apreciándose el deterioro que sufre y que le ha llevado a perder altura, así como su posible almenado.


Cómo llegar:

A pesar de la cercanía que guarda la Atalaya de los Rostros con la ciudad de Badajoz, pudiéndose observar la misma desde la autovía A-5, a poca distancia del cruce de ésta con la carretera nacional N-V en dirección a Madrid, o desde las calles más meridionales de la recientemente construida urbanización Mirador de Cerro Gordo, el hecho de que la misma se ubique dentro de una finca privada, de difícil acceso, hace que las visitas a la misma sean bastante escasas, y no siempre recomendables.

Levantada sobre una colina al noreste de la ciudad, el camino que nos lleva a la misma parte de la segunda rotonda que, en la carretera nacional N-V, nos aguarda tras pasar por debajo del puente que sostiene el tráfico de la autovía A-5. Si seguimos este trayecto sin asfaltar, y dejando la urbanización de Cerro Gordo a nuestra izquierda, llegaremos un rato después de nuevo a un puente en mencionada autovía, que nos acerca a la finca privada donde se ubica el monumento tras pasar bajo el mismo. Otra opción para llegar a este viaducto consistiría en adentrarnos en la urbanización, por su lateral occidental, desde la misma rotonda indicada al principio, acercándonos hasta la calle Baluarte de San José, donde podemos observar el puente y dejar el vehículo en zona urbanizada, sin tener que adentrar el coche por la vereda sin pavimentar ya señalada. En este segundo caso, una valla separa la urbanización del puente, pero un agujero en la misma nos facilita el paso.

Una vez pasado el viaducto bajo la autovía, encontramos la cancela de entrada a la finca privada en que se ubica la atalaya. Un camino a la izquierda de la misma, paralelo en todo momento a la autovía, nos lleva al monumento. Al ser finca privada, y en caso de que el lector decida adentrarse en la misma, lanzamos las siguientes recomendaciones:

1) Respetar en todo momento las propiedades de la finca, como vallados o cercas, intentando no salirse de los caminos marcados.
2) Respetar la vegetación y cultivos de la misma, sin realizar ningún tipo de fuego ni arrojar basura alguna.
3) Respetar al ganado que habitualmente hay pastando en la zona, y en caso de encontrarse con animales que lo protejan, no enfrentarse a los mismos.
4) Si observamos que se están practicando actividades cinegéticas (caza), abstenernos de entrar.
5) Si nos cruzamos con personal de la finca o nos encontramos con los propietarios de la misma, saludarles atentamente e indicarles nuestra intención de visitar el monumento, pidiendo permiso para ello. En caso de que no nos lo concediesen, aceptar la negativa y regresar.


viernes, 11 de marzo de 2011

Necrópolis visigoda de Arroyo de la Luz


Si bien la llegada en el siglo V d. C. de los visigodos a Hispania es clara muestra de los cambios y convulsiones políticas propias de este siglo a lo largo de todo un decadente Imperio Romano, su final afianzamiento en la Península Ibérica no supuso, sin embargo, una gran cambio en la estructura económica de nuestras tierras, especialmente en las amplias zonas rurales que aún imperaban por todo el territorio. Mientras que ciertas instituciones entraban poco a poco en decadencia, o las ciudades perdían parte de su importancia, se conservaron por otro lado y en gran medida otros aspectos, como las divisiones administrativas que habían marcado los romanos. Sin embargo la mayor continuidad en lo referente a etapas anteriores se dio en el aspecto económico. A pesar de la pérdida de importancia del comercio o la minería, la base de la economía rural siguió manteniéndose. La villa o vicus, ahora con mano de obra colona y no esclava, continúa no sólo activa sino que se ve reforzada desde su introducción por los romanos, enlazándose con el que más tarde sería conocido como feudalismo medieval.


Arriba y abajo: cerca de la necrópolis de Arroyo de la Luz se conservan, labradas en el granito, varias prensas utilizadas por aquellos pobladores que quisieron descansar eternamente junto a las tierras donde trabajaron y discurrieron sus vidas.


Las explotaciones rurales hispano-visigodas conservaron las técnicas y productos a cultivar, así como las ganaderías principales que ya se criaban en épocas precedentes. La tríada mediterránea (vid, olivo y trigo) siguió siendo el producto agrario básico y fundamental, recibiendo poco a poco la introducción de otros nuevos productos desde Asia y norte de África, principalmente hortalizas y verduras, que se vería impulsada más tarde con la venida de los musulmanes. Una clara muestra de la persistencia de la producción de aceite y vino es la presencia de prensas oleicas y vinícolas en los yacimientos o alrededores de los mismos, labradas en piedra y engarzadas en el mismo paisaje del que recibían los frutos que allí se transformaban.



Arriba y abajo: diversas vistas de uno de los conjuntos de tumbas antropomorfas que componen la necrópolis de Arroyo de la Luz, donde las cuatro sepulturas, labradas en la misma afloración granítica de forma paralela y perpendicular unas de otras, se hallan cerca del conjunto principal.


Tal es la continuidad que supuso la villa o vicus hispano-visigoda respecto de la romana, que resulta en ocasiones difícil señalar ante ciertos yacimientos de esta época si se trata realmente de una explotación del periodo tardorromano, o más bien visigoda, clasificándose éstas y en general entre los siglos IV y VII d. C., gracias a diversos elementos muebles que suelen hallarse habitualmente en la zona, como pedazos cerámicos o restos de ajuares. Manteniendo así semejantes características estas explotaciones agroganaderas fronterizas entre ambos periodos históricos, las mismas solían presentar generalmente una división espacial en tres zonas continuas y cercanas unas de otras: la vivienda, la zona de cultivo y/o trabajo, y la necrópolis. Esta última por su parte presenta a su vez unas características propias basadas en la materia utilizada para conseguir la base del sepulcro, al estar habitualmente excavadas en la roca. Son las conocidas como tumbas antropomorfas, habituales en esta época y que ya se dieron con anterioridad en la Edad del Bronce, repitiéndose su técnica posteriormente por los mozárabes y otras poblaciones que se asentaban en amplias zonas rurales donde el granito era habitual.


Arriba: vista general del conjunto principal de la necrópolis visigoda de Arroyo de la Luz, compuesto por ocho tumbas dispuestas en tres franjas paralelas y continuas de tres, cuatro y un sepulcro respectivamente.


Arriba: detalle de la franja más occidental del conjunto anterior, donde se aprecian las tres tumbas escavadas en el granito siguiendo el formato del cuerpo humano, posiblemente tapadas en un principio por lajas de pizarra o granito que no se conservan.


 Arriba: detalle de dos de las tumbas pertenecientes a la franja media del conjunto anteriormente señalado, donde se puede apreciar la variedad de tamaños de los sepulcros, indicando posiblemente el enterramiento de un grupo formado tanto por adultos como por niños.

Aunque repartidas por los territorios que ocuparon principalmente los visigodos, las tumbas antropomorfas de esta época encuentran su más claro enclave en la provincia de Cáceres, y dentro de ésta es en la comarca de Tajo-Salor donde se hallan de forma más habitual. Así, localidades como Aliseda o Brozas cuentan con pequeñas necrópolis, descubriéndose en otras ocasiones sepulcros aislados repartidos por las dehesas, o bien yacimientos relevantes como son los de los Barruecos, o el de Arroyo de la Luz. En este último caso, la necrópolis arroyana cuenta con más de veinte enterramientos cercanos a la actual ermita de Nuestra Señora de la Luz, con otros tantos sepulcros repartidos por el resto de la dehesa boyal del pueblo. Escavadas unas  tumbas en grandes berruecos, y otras a nivel del suelo, contamos con dos conjuntos contiguos de importancia que sobre una pequeña colina agrupan doce enterramientos, ocho el primero y cuatro el segundo, complementados por otro aislado pero cercano a los mismos. Junto a ellos, diversas prensas graníticas nos recuerdan el carácter agrario del yacimiento, que reúne todas las características descritas anteriormente sobre los vicus de la época tardorromana y visigoda. Cerca del mismo discurría la calzada que unía Norba Caesarina con Egitania (actual Idhana-a-Velha, en Portugal), lo cual aclara la importancia que pudo llegar a alcanzar esta villa cercana a una vía de comunicación entre urbes notables en la época, en una zona rica en pastizales, idónea para el cultivo del olivo y cercada por diversas riberas y pozos de los que disponer de abundante agua durante todo el año.


Arriba: utilizando la misma afloración granítica, otros cuatro sepulcros fueron escavados en pares perpendiculares aprovechando las dimensiones de la roca, cerca de la ermita de Nuestra Señora de la Luz.

Cómo llegar:

Si partimos desde la ciudad de Cáceres, el trayecto más directo que nos lleva a Arroyo de la Luz consistiría en tomar la carretera nacional N-521 en dirección a Portugal. Una vez atravesado el cercano pueblo de Malpartida de Cáceres, y poco después de salir del mismo, veremos un desvío que nos conduce hasta Alcántara: es la carretera regional EX-207. Tomaremos mencionada ruta para llegar a Arroyo de la Luz, y seguiremos por la misma atravesando el pueblo y saliendo de él. A no mucha distancia la carretera ofrece un nuevo cruce a mano izquierda, bien señalizado para adentrarnos en la dehesa boyal del pueblo, más conocida como dehesa de la Luz, por encontrarse allí el santuario de su patrona: Nuestra Señora de la Luz. Adentrándonos en la misma, y una vez atravesado el paso canadiense que impide la salida del ganado, cruzaremos un puente sobre la ribera que atraviesa la dehesa paralela a la carretera en todo este tramo. Nada más cruzar este cauce, veremos un camino a mano izquierda, que continúa contiguo al riachuelo hasta alcanzar una cercana charca. Es recomendable dejar aquí el coche para poder disfrutar de la naturaleza y ahorrarnos atravesar zonas embarradas, muy habituales en épocas de lluvia. A la altura de la charca, el camino encuentra un ramal a mano derecha, que sube hacia una colina, señalizado actualmente por varios postes de madera con la cabeza pintada de amarillo. Siguiendo los mismos llegaremos hasta los conjuntos principales de la necrópolis visigoda, donde el núcleo mayor con ocho enterramientos contiguos se encuentra señalizado con un cartel explicativo. Cercanas a ellos también se conservan diversas prensas de la época.

 
Arriba: junto a la ermita de Nuestra Señora de la Luz, y a los pies del humilladero que indica la llegada al santuario, encontramos una tumba antropomorfa aislada.


Arriba y abajo: no lejos de la anterior, otras dos sepulturas comparten el mismo berrueco donde fueron excavadas.


 Abajo: un cuarto enterramiento antropomorfo se divisa tras la cabecera de la ermita, no muy alejado de los anteriores, y al otro lado de la calzada que nos lleva al pueblo atravesando la dehesa. 


Si regresamos al camino de acceso a la dehesa, y nos dirigimos hacia la ermita de la patrona de esta localidad, encontraremos cerca de la misma un nuevo conjunto de cuatro tumbas excavadas en la misma afloración granítica justamente en la esquina occidental del cruce que bifurca el camino en dos ramales, uno de ellos llevándonos a la población atravesando la dehesa, y el otro continuando hacia el santuario. Poco lejos, a la izquierda del ramal que nos lleva al pueblo, y a la altura de la cabecera de la ermita, una nueva tumba aislada nos espera en uno de los lados de un berrueco. Ya en las inmediaciones del santuario, y a los pies del humilladero que junto al lado de la epístola se levanta, otra antigua sepultura nos sorprende, viendo dos más escavadas contiguas la una de la otra en una afloración granítica cercana.


Arriba: una de las tumbas antropomorfas de la necrópolis de Arroyo de la Luz aparenta observar el horizonte al atardecer, mirando el trascurrir de la historia en medio de una dehesa extremeña por la que parece no pasar el tiempo.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Arco de Trajano, en Mérida


Si hay una fecha que, sin estar vinculada intrínsecamente a ningún acontecimiento bélico, sirve como referente para marcar un antes y un después en la historia antigua de las tierras que más tarde conformarían la región de Extremadura es, sin lugar a dudas, el año 25 a . C.. Fue entonces cuando, según acuerda la mayoría de los historiadores,  Publio Carisio, hombre de confianza del mismísimo César Augusto y nombrado legado por el emperador de la recién creada provincia de Lusitania, funda, por expreso deseo de Octavio Augusto y posiblemente sobre una antigua población de origen desconocido, una colonia que recibiría el nombre de Iulia Augusta Emérita, o Emérita Augusta. Se quería con ella premiar a los soldados eméritos o retirados de las Legiones V Alaudae y X Gemina, que tan valientemente habían luchado para honor y gloria de Roma en las contemporáneas Guerras Cántabras, a las que el mismo César Augusto acudió en persona. Se les concedía así un terreno en el que vivir en su retiro, en una rica y estratégica llanura ubicada en el margen derecho del río Ana, junto a la vega de éste y a la altura de la desembocadura en el mismo de su afluente, el Barraeca.


Arriba: cara oriental del conocido como Arco de Trajano, monumento que conserva toda su magnificencia a pesar de sus cerca de dos mil años de antigüedad.

 Los pobladores autóctonos, que recibieron a cambio de ceder sus terrenos la categoría de ciudadanos, empezaron a convivir con la población romana en la que fue nombrada capital de la Lusitania, comenzando una etapa pacífica que derivó en tal esplendor, que hicieron de la colonia una de las urbes no sólo más importantes de Hispania, sino inclusive de todo el Imperio Romano, catalogándose en el siglo IV d. C. por el poeta Ausonio como la novena ciudad más destacada del mismo. Nuevos edificios y monumentos se construían por doquier para albergar las sedes administrativas, jurídicas o militares. Obras de ingeniería de la mejor calidad se levantaban para favorecer el día a día de una población que llegó a alcanzar las 30.000 almas, con recintos destinados a espectáculos de todas las categorías, simulando así una pequeña y nueva Roma en pleno corazón de Hispania.


Arriba: vista general del arco lateral septentrional que, junto al principal, se abría para dar paso a los peatones.

Los avatares de la historia hicieron que, con la caída del Imperio Romano, fuesen desapareciendo también los edificios que durante más de quinientos años habían aparecido frutos de la romanización y servido como sustento de la misma en cada una de las provincias de Hispania. En el caso de Emérita Augusta, las nuevas generaciones se iban continuamente renovando sobre los cimientos de lo anterior, lográndose así conservar con los siglos, y bajo los suelos de toda la ciudad, vestigios de un esplendoroso pasado que permitieron al conjunto arqueológico de Mérida recibir en 1.993 el título de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, incluyéndose en 2.006 a la ciudad en el listado español de Ciudades Patrimonio.

Amplias excavaciones y exitosas restauraciones han permitido sacar a la luz o reconstruir monumentos que el tiempo había enterrado, como es el caso del archiconocido teatro romano. Sin embargo, hubo un monumento que, desafiando el paso de los siglos, y aún perdiendo parte de su original estructura, se supo mantener en pie conservando no sólo su estructura principal, sino toda la magnificencia con la que fue dotado cuando, entre los años 14 y 34 de nuestra era y época del emperador Tiberio, fue levantado por Roma en pleno corazón de la ciudad. Se trata del conocido como Arco de Trajano o de Santiago, nombres dados por la población al monumento que durante más tiempo ha sabido conservar y recordar el sabor de un pasado glorioso.


Arriba: detalle del lateral meridional del Arco de Trajano, donde se aprecia cómo fue engullido por edificios de trazas posteriores.
Abajo: durante los años 80, el monumento se sometió a una restauración que permitió recuperar la base del lateral septentrional del mismo, así como la calzada junto a la que se levantaba, reconstruyéndose además el arco menor de este lado.



Construido a base de sillares graníticos en su totalidad, sin argamasa de sujeción, estamos ante un arco de medio punto con 13,97 metros de altura, 5,70 metros de ancho y 8,67 metros de vano. Posiblemente rodeado en un principio de contrafuertes y decoración diversa, su altura podría haber sido aún mayor. Siendo el conservado el principal de los arcos que supuestamente constituían el monumento original, a cada lado del mismo se abrirían dos nuevos arcos, de menor altura, sirviendo éstos como pasos peatonales, dejando al principal como vía para los carruajes. Durante los años 80, una intervención arqueológica en el mismo permitió reedificar en parte el arco lateral septentrional, a la vez que se recuperaban zonas de la calzada sobre la que se levantaba el arco, identificada con el cardo maximo de la colonia. El arco principal, por su parte, se compone en realidad de dos arcos independientes unidos con una bóveda constituida con bloques de granito. En las dovelas del mismo pueden observarse perfectamente los agujeros en los que supuestamente se engarzaron placas de mármol por todo el conjunto, a modo de remate decorativo. Restos de algunas de ellas se encontraron en la base del monumento, mientras que otros posibles elementos de decoración, como cornisas, relieves o esculturas no han llegado a nuestros días, así como placa alguna que indicase la autoría del edificio, fecha de construcción exacta o dedicatoria conmemorativa.


Arriba: detalle de la bóveda del arco conservado del monumento; se puede apreciar la constitución de la misma a base de sillares graníticos colocados entre las dovelas de los dos arcos independientes que conforman el principal.
Abajo: visión general superior del Arco de Trajano, donde se aprecian los agujeros que permanecen en sus dovelas, a las cuales presuntamente iban unidas placas marmóreas con enganches férreos o de bronce.


Aunque durante mucho tiempo se debatió sobre el uso original del Arco de Trajano, finalmente parece haber conformidad en situarlo como antesala del Conjunto Provincial de Culto Imperial, que se levantó en el centro de Emérita Augusta en época del emperador Tiberio, tras la deificación por el Senado de su antecesor y promover el culto de César Augusto a lo largo y ancho de todo el Imperio Romano. Restos de un templo de grandes dimensiones descubiertos en la cercana calle de Holguín apoyarían esta idea, accediéndose posiblemente al mismo después de atravesar el arco y subir unos peldaños de acceso a la plaza porticada que servía como antesala del recinto sagrado. Se descartan así otras posibles teorías que lo colocan como puerta de entrada a la ciudad,  arco triunfal y decorativo de la misma, o incluso parte de un suntuoso edificio. También se barajó la idea que situaba al monumento como antesala del Foro Provincial, ubicado frente al Foro Municipal, unidos ambos a través del cardo. En todo caso, el Arco de Trajano quedaría como antesala de un recinto principal en la Mérida de comienzos de nuestra era.



Arriba: detalle de uno de los laterales del Arco de Trajano, donde podemos observar los grandes sillares graníticos que lo componen y que lo sostienen como si el paso de los siglos no los perturbasen.

Cómo llegar:

Así como en la Antigüedad el Arco de Trajano se mostraba majestuoso en el centro de la que fuera capital de la Lusitania, hoy en día sigue irguiéndose orgulloso de su pasado en la actual capital de Extremadura. Diversos recorridos nos pueden llevar hasta el monumento a través de las calles del centro urbano e histórico de Mérida. Si partimos desde la Plaza de España, corazón de la vida emeritense, podemos llegar a él caminando por las calles que encontraremos a la izquierda del Palacio Municipal, sede del Ayuntamiento. Si tomamos la de Santa Julia, donde está ubicada la antigua iglesia de Santa Clara y actual sede del Museo Nacional de Arte Visigodo,  veremos al monumento al llegar al final de la misma y mirar a nuestra izquierda. Igualmente, si tomamos en ese punto la calle de Félix Valverde Lillo, paralela a la comercial de Santa Eulalia, veremos el mismo nuevamente al mirar a nuestra izquierda en el cruce de esta vía con la de Trajano, calle donde se ubica el Arco.