Arriba: enclavada sobre una pequeña loma donde antaño se fundó la Puebla de Santiago, posteriormente conocida como de los Enaciados, la picota de la Puebla de los Naciados se mantiene en pie como único testigo mudo de la existencia de un desaparecido municipio en el lugar, localidad que presentó una economía en auge gracias principalmente a su ubicación intermedia en la vía de unión entre Extremadura y las tierras castellanas, que llevó a muchas gentes criadas en esa antigua frontera, la mayoría enaciados, a convertirse en vecinos de la misma.
Existe en la lengua castellana una palabra en total desuso actualmente, considerada desde mucho tiempo atrás como un arcaísmo, que ya durante la Baja Edad Media presentaba escasez en su utilización escrita, y posiblemente también en la hablada, al desaparecer paulatinamente el sujeto al que hacía referencia.
Se conocía en la España medieval como enaciado o naciado a los súbditos cristianos que, viviendo en la zona fronteriza que separaba las dos grandes facciones que se repartían la totalidad de la Península Ibérica, clasificados como reinos cristianos en la subdivisión norte, y la zona musulmana de Al Ándalus al Sur, eran considerados como tránsfugas o renegados, conviviendo en esa especie de tierra de nadie con la población musulmana, igualmente fronteriza, unidos a éstos por diversos motivos de interés o amistad, más materiales que culturales, resultando como fruto de tan estrecha relación una especie de identidad propia, mostrando un excelente bilingüismo al dominar ambas lenguas romance y árabe, de posiblemente relajadas o prácticamente inexistentes prácticas religiosas, llevándolos una veces a ser apreciados y necesarios por su conocimiento del mundo andalusí a la hora de efectuar relaciones diplomáticas, pero despreciados en la mayoría de los casos por el resto del pueblo cristiano, que veía en ellos a enemigos del rey, dudosos apóstatas vinculados a los vecinos islámicos, ampliamente acusados de espionaje y traición frente a los monarcas cristianos de los que eran súbditos, probándose en algunas ocasiones sus servicios como espías ofrecidos a los dirigentes andalusíes, llevándoles en tal extremo a ser condenados con el tiempo y de manera casi generalizada con la pérdida de sus bienes y, en el peor de los casos y dependiendo del reino del que dependieran, con la pérdida de la propia vida.
A raíz del amplio movimiento que sufrió la frontera entre la España cristiana y las tierras andalusíes tras la caída de los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa, acaecida en el verano de 1.212, y la posterior derrota y reconquista de la casi totalidad de los terceros reinos de taifas, salvándose únicamente de la conversión el Reino Nazarí de Granada, las tierras que antes habían servido de frontera durante varios siglos dejaron de poseer esta categoría, desapareciendo poco a poco y con ellas los enaciados de muchas regiones y el fenómeno social que su existencia conllevaba. No cae sin embargo en el recuerdo su pasada presencia en algunas comarcas en las que la misma dejó huella, y que no cesaron de ser zonas fronterizas, si bien no como frontera entre reinos o culturas, como limitación entre regiones interiores o provincias. Es el caso destacado del antiguo término municipal de la Puebla de Enaciados o de Naciados, actualmente perteneciente a la localidad de El Gordo, ubicado en la frontera oriental de la provincia cacereña, cercana a Navalmoral de la Mata y limitando con las tierras de Toledo, enclave repoblado con gentes venidas de Ávila, provincia a la que un día perteneció junto a la cercana Berrocalejo, hasta su traspaso a la región extremeña en 1.833 tras crearse jurídicamente la provincia de Cáceres.
Arriba: sorprendiendo al caminante que se topa con los vestigios de la Puebla de los Enaciados en medio del campo extremeño fronterizo con la provincia toledana, la picota conservada del antiguo municipio presenta un sencillo diseño, con un fuste alargado de nueve tambores sustentado por una basa granítica, elevado del suelo a través de cuatro escalones cilíndricos.
Tras la reconquista de la ciudad de Toledo en 1.085 por el rey leonés Alfonso VI el Bravo, conseguida mediante acuerdo entre el monarca cristiano con los gobernantes de Reino Taifa toledano, la frontera entre los territorios cristianos y andalusíes se establece en este punto del centro peninsular a la altura de la fortaleza hispano-musulmana de Al-Vaqqas, conocida por los cristianos como Vascos, cuya despoblación comenzó por aquel entonces fomentándose el auge, sin embargo, de otras poblaciones cercanas como Navalmoralejo, a la cual pertenecen actualmente los vestigios de mencionado castillo toledano fronterizo con Cáceres. Esta cercanía con Al Ándalus y el Reino Taifa de Badajoz, hasta que la frontera fuera desplazada siglo y medio después tras la caída del Imperio Almohade, hizo que entre los pobladores de la zona comenzaran a surgir los denominados enaciados, seguramente promovidos más por motivos económicos o materiales que por auténtica vocación. Con un tráfico de mercancías de telón de fondo, parecido a lo que hoy en día conoceríamos como estraperlo, fueron los naciados requeridos entonces por los monarcas cristianos como traductores de sus embajadores enviados a los reinos de taifas primero, y ayudantes de los diplomáticos frente al poder almohade posteriormente.
La desaparición de la frontera durante la primera mitad del siglo XIII marcó el final de la actividad enaciada. Se funda entonces, en 1.250, la Puebla de Santiago del Campo Arañuelo, nombre con que inicialmente se denominó a la Puebla de los Enaciados, surgida en el paraje conocido como Sexmo de las Herrerías probablemente sobre los restos de alguna antigua población romana, a juzgar por los restos latinos conservados en las cercanías de ésta, y enclave ubicado en la calzada que los hispano-romanos trazaron para unir Emérita Augusta (actual Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza), atravesando Toletum (Toledo). Siendo sus fundadores colonos abulenses, la localidad comenzó enseguida a recibir la llegada de gentes de tierras cercanas, otrora fronterizas, atraídas fundamentalmente por el auge económico de la zona basado principalmente en el comercio, auspiciado por su ubicación dentro de la histórica ruta comercial que unía Extremadura con Toledo, acrecentada posteriormente con la construcción de molinos sobre el río Tajo, el pastoreo y la explotación de unas cercanas minas de cobre. Es seguramente entonces cuando la Puebla acoge como vecinos a antiguos enaciados o descendientes de éstos, así como a población de origen musulmán que permanece en la zona como moriscos convertidos a la fe cristiana y nuevos súbditos de la Corona castellana, dándole el nombre con que con el paso de los años será conocida definitivamente la localidad.
Arriba: servían los rollos jurisdiccionales en España no sólo a la Justicia del lugar, como enclave en el que mostrar a los reos ajusticiados, sino además como símbolo del vasallaje de los pueblos, muchos de ellos a un señor, como en el caso de la Puebla de Enaciados al Conde de Miranda, cuyo escudo, el de los Zúñiga, se labró en la picota bajo los canecillos que la culminan, de los que sólo sobreviven tres de los cuatro que la circundaban.
Obtiene la por entonces Puebla de Santiago el título de villa en 1.393, reinando en Castilla Enrique III el Doliente. Pocos años después, en 1.423 y gobernando Juan II, pasa la Puebla, junto a sus aldeas aledañas y dependientes de la misma (El Gordo, Berrocalejo y Valdeverdeja, ésta última actualmente en la provincia de Toledo), a manos de D. Pedro de Zúñiga, Justicia Mayor del reino. Su descendiente, D. Diego López de Zúñiga y Guzmán, recibirá por parte de Enrique IV el título de Conde de Miranda del Castañar, convirtiendo así sus posesiones en el Condado de Miranda, incluyendo en el mismo la Puebla, sus tres pedanías mencionadas, así como las cercanas Talavera la Vieja y Bohonal de Ibor. También pertenecerá al Condado el Puente del Conde sobre el río Tajo, por el que discurría la vía de unión entre tierras extremeñas y castellanas y al que estará vinculado el destino de la Puebla de Enaciados. La construcción durante el reinado de Carlos I de España del Puente de Almaraz conllevará la aparición de un nuevo trayecto comunicativo entre Extremadura y Toledo, comenzando así poco a poco el declive de la Puebla, cuyos pobladores se irán repartiendo por pueblos limítrofes según decae el trasiego de la calzada junto a la que se asienta el municipio. La destrucción del Puente del Conde por las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia, así como el cierre de las minas de cobre tras agotarse los materiales extraídos de las mismas, unido a una legendaria epidemia que diezma la población al tomar las aguas infectadas de la cercana Fuente de los Muertos, bautizada así por tal motivo, provocan la despoblación total de la Puebla de Enaciados, abandonada por completo en 1.850.
Destruidas con el paso del tiempo la totalidad de sus viviendas, y apenas sobreviviendo algunos restos de muros y vestigios de la que fuera la Iglesia parroquial de Santiago, se mantiene en pie, sin embargo, el rollo jurisdiccional de la villa, erguido incansable como recuerdo de la población a la que perteneció y testigo del lugar que allí se levantó cuando España no era más que un conglomerado de reinos que luchaban por mover sus fronteras en pro propia y contra los demás. Reflejado en el escudo de la localidad de El Gordo, al que actualmente se vincula dicha picota como vinculados están los habitantes de éste a la antigua villa, el rollo de justicia de la Puebla de Enaciados presenta un sencillo diseño, fabricado con nueve tambores graníticos que conforman un alargado fuste apoyado sobre basa del mismo material. Ésta a su vez se distancia del suelo por cuatro escalones cilíndricos que surgen de la tierra, cercano el rollo a la parroquia y ubicado posiblemente en lo que antaño fuese corazón de la urbe.
Arriba: cercanos a la picota de la Puebla se conservan escasos vestigios de la parroquia del lugar, la Iglesia de Santiago Apóstol, frente a la cual los habitantes de El Gordo erigieron un altar, construido en 1.992 por D. Eugenio Jiménez Bravo, utilizado durante la Romería que anualmente se celebra cada 1 de mayo en memoria del desaparecido municipio del que partieron la mayor parte de los antepasados de los actuales gordeños, regresando al mismo por la senda que, partiendo del Pilón del pueblo, se orienta hacia el Levante, con la provincia de Toledo como trasfondo y recuerdo continuo de la situación fronteriza que vive el lugar y que permitió tiempo atrás el surgimiento de los enaciados que hicieron de él su hogar.
Como ocurriera en otros muchos lugares de España, se erigió posiblemente la picota de la Puebla de Enaciados durante los primeros siglos de la Edad Moderna, utilizado no sólo por la Justicia del lugar, sino además como muestra del régimen al que la misma estaba sometida, y que en este caso señalaría al Condado de Miranda. Figuran por tal motivo en el séptimo cuerpo del rollo de justicia, por debajo de los salientes de los que colgarían los cuerpos de los reos ajusticiados o las cabezas de los delincuentes decapitados, el escudo de los Zúñiga, apellido que ostentó el título nobiliario al que pertenecía el Condado, diseñado con una banda cruzada desde la esquina superior izquierda a la inferior derecha, coloreado de gules, o negro, con una cadena de ocho eslabones de plata circundando el escudo en su perímetro interior y sobrepuesta a la cinta.
Aunque un Decreto dictado por las Cortes de Cádiz el 26 de mayo de 1.813 dictaminaba la destrucción de las picotas y rollos jurisdiccionales a lo largo y ancho de todo el territorio español, al considerarse vestigios de un antiguo vasallaje propio de un Antiguo Régimen que se quería olvidar, un gran número de ellos se salvó de tal final al posponer las autoridades municipales la demolición de este monumento de su pasado, engarzando con la abolición de mencionado Decreto y de la mayor parte de las normas dictadas por las Cortes gaditanas, incluida la Constitución de 1.812, a la vuelta al gobierno de Fernando VII. Se indultaban así los rollos de justicia que no habían sido desmontados tras publicarse su orden de destrucción, incluyéndose dentro de la lista de picotas sobrevivientes la de la Puebla de Enaciados que, tras el abandono y desaparición de la villa a la que perteneció, sirvió para conservar el recuerdo, no ya del vasallaje que un día sometió al enclave y a sus pobladores, sino como testigo de la existencia en aquel lugar de la que un día fue capital de la comarca del Campo Arañuelo, y antiguo refugio de los habitantes de una frontera extinta que antaño marcaba la existencia de dos culturas diferentes en la Península Ibérica, hermanadas en muchos casos, pero enemigas en otros. El rollo jurisdiccional o picota de la Puebla de Enaciados es, sin lugar a dudas, más que una sorpresa para el caminante, un tesoro en el camino.