Arriba: rodeada de la exuberante vegetación de la Sierra de Guadalupe, enclavada en el corazón de la comarca de las Villuercas, la Ermita del Humilladero espera y recibe, como lo lleva haciendo desde hace más de quinientos años, a los peregrinos, caminantes y visitantes que dirigen sus pasos hacia la Puebla de Guadalupe, situada a los pies de la misma, en el primer punto desde el que se logra visualizarse la imagen del destino tras recorrer las rutas que, desde Madrid y Castilla, comunican con estas regiones el Santuario de la Reina de la Hispanidad y Patrona de Extremadura.
No sabemos verdaderamente si la imagen de madera de cedro representando a Santa María sedente con el Niño Jesús en su regazo, conocida como Virgen de Guadalupe fue, como cuenta la leyenda que le rodea, esculpida por el mismísimo Evangelista San Lucas, de profesión médico pero dedicado según la tradición oral cristiana también a las Bellas Artes, fabricando con sus propias manos la que sería en ese caso la más antigua imagen conocida y conservada de la Madre de Dios, a la que pudo conocer en persona, y con la que quisieron enterrarle a su muerte, acaecida a finales del siglo I d.C. en la región griega de Beocia o bien en la cercana Acaya, en la Península del Peloponeso. No conocemos tampoco si la presencia de la Virgen de Guadalupe en su actual emplazamiento se debió a unos monjes sevillanos que, huyendo en el siglo VIII de la invasión musulmana de la Península Ibérica, decidieron esconder la talla junto al río Guadalupe o Guadalupejo en la Sierra del mismo nombre, tras haber permanecido ésta en la ciudad hispalense desde que San Leandro, Arzobispo de Sevilla durante el siglo VI, la recibiese como regalo del Papa San Gregorio Magno a través de su hermano San Isidoro de Sevilla tras un viaje de este último a Roma, venerándose en la capital latina tras recibirla a su vez mencionado Papa como obsequio del emperador Mauricio de Bizancio, de donde la trajo y en donde se la veneraba inicialmente a su vez tras rescatarla de la tumba del mencionado Evangelista en el siglo IV. Desconocemos finalmente si el vaquero cacereño Gil Cordero recibió una aparición de la Virgen María en el lugar en que se hallaba una vaca perdida, muerta y resucitada del pastor, señalándole el punto exacto donde supuestamente había sido guardada la escultura por los religiosos hispalenses en el año 714, ignorándose a su vez si la misma Santa María, para convencer también a los clérigos de Cáceres de la presencia de la talla en las Villuercas, resucitó al hijo recién fallecido de Gil Cordero cuando éste se acercó a su casa anunciando lo visto, viajando todos después, pastor, clérigos y vecinos al lugar de la aparición, hallando la estatua tal cual había sido depositada en su guarida seis siglos atrás, recibiendo el nombre del río junto al que había permanecido durante mencionado espacio de tiempo.
Arriba y abajo: vistas de los frontales occidental, sur y oriental de la Ermita del Humilladero guadalupense, respectivamente, donde podemos apreciar no sólo las bellas proporciones del monumento, sino la repetición de trazas y decoración en cada una de sus portadas, orientas hacia los cuatro puntos cardinales.
No sabemos si, por el contrario, la imagen de la Virgen de Guadalupe se talla durante los primeros siglos del periodo conocido como la Baja Edad Media, a juzgar por su fábrica románica que lleva a la mayoría de estudiosos a datarla en el siglo XII y a incluirla dentro del grupo de las conocidas como “vírgenes negras” de la Europa Occidental, ni si su ubicación en el enclave donde tiene residencia la venerada talla mariana responde a planes de tipo político y religioso, engarzados con el deseo de repoblar una zona ampliamente deshabitada y ligeramente abrupta, dotándola de un afamado lugar de peregrinaje que conllevase la ejecución del plan anterior, a la par que permitiera a la Iglesia la creación de un santuario cristiano que facilitase la total reconversión a la fe católica de la zona reconquistada produciendo, además, un sinfín de beneficios monetarios a la misma, a raíz de un programa propagandístico que publicitase los supuestos milagros producidos por una talla que se remontase a los primeros años del cristianismo y que reflejaría la faz de Santa María tomada al natural por uno de los biógrafos más reputados de Cristo.
Lo que sí podemos verificar es que en el año 1.337, reinando en Castilla Alfonso XI el Justiciero, se funda la Puebla de Guadalupe junto al santuario erigido sobre la primitiva ermita que acogía la imagen mariana, elevada al parecer una vez rescatada la imagen de su escondite durante la segunda mitad del siglo XIII. Gobernando este monarca se testimonia además el culto ya amplio hacia la Virgen de Guadalupe y el progresivo peregrinaje a la zona, agradeciendo también el propio rey a la Virgen guadalupense la victoria cristiana en la Batalla del Salado contra las fuerzas benimerines y granadinas que buscaban un resurgimiento de Al-Ándalus, mandando construir el actual santuario en 1.340, elevándolo a priorato conventual y concediéndole Patronato Real y realengo, sustituyéndose poco después este último a favor del prior, bajo cuyo Señorío y autoridad eclesiástica y civil quedará el lugar y su término hasta la fundación en 1.820 del Ayuntamiento de la localidad.
Arriba: detalle del interior de la Ermita de la Santa Cruz donde actualmente se ha vuelto a alojar, como lo hiciese antaño, una cruz o humilladero ante la que se pudieran postrar para orar los peregrinos y penitentes que hacían camino hacia Guadalupe, guardada hoy en día del exterior por una reja dispuesta tras la restauración llevada a cabo en 1.985.
A raíz de la construcción del actual santuario se incrementa notablemente el auge poblacional del lugar, multiplicándose los vecinos de la Puebla, así como fundamentalmente las visitas y el peregrinaje al enclave, nutriéndose de un destacado seguimiento mariano desde el resto de municipios de la región extremeña, así como de otros puntos de Castilla y de la Península Ibérica, incluida Portugal, trazándose rutas de peregrinaje desde ciudades y localidades castellanas como Ávila, San Lorenzo de El Escorial, Segovia o Guadalajara, a través de los Caminos de los Pastores, de Felipe II, del Norte y de los Monjes respectivamente, que se unen al denominado como Camino Real, con doble punto de partida en Madrid y Toledo, encontrándose ambos ramales en el municipio toledano de La Mata de donde continúa la vía hasta Guadalupe cruzando el río Tajo a través de la pasarela ubicada en El Puente del Arzobispo, mandada construir por el arzobispo de Toledo Pedro Tenorio a finales del siglo XV justamente para mantener comunicación con el santuario guadalupense, surgiendo esta localidad frontera con la provincia cacereña como lugar de vigilancia del mismo.
Es casi en el punto último de este Camino Real, a unos cuatro kilómetros de su destino, cuando el viajero puede contemplar por primera vez la imagen de la Puebla de Guadalupe y del Santuario que acoge la imagen mariana homónima, una vez alcanzado el Cerro de las Altamiras del que partirá en su etapa final bajando la falda del mismo hacia la localidad extremeña. Fue en ese punto donde se quiso construir en el siglo XV la conocida como Ermita del Humilladero o de la Santa Cruz, templete que acoge en su interior un humilladero o cruz ante la que se podrían postrar los caminantes y peregrinos, orando en agradecimiento por haber llevado a buen término su viaje y peregrinaje mariano.
Arriba: clara muestra de la simbiosis de tendencias artísticas de las que se nutre el Humilladero es su techumbre, cubierta con una gótica bóveda de crucería realizada a base de mudéjares ladrillos aplantillados, solución arquitectónica plenamente híbrida culminada en una clave que recoge el escudo del reino de Castilla, sujeto por cuatro ángeles y bordeado de bolas, habituales en la decoración castellana medieval (abajo).
La Ermita del Humilladero, Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento declarado Monumento Histórico-Artístico en 1.931 (Gaceta de Madrid nº 155 de 04 de junio de 1.931), fue diseñada siguiendo las mismas pautas gótico-mudéjares del templete central del Claustro Mudéjar del Real Monasterio de Guadalupe. Al igual que el mismo, su construcción se debe posiblemente a los deseos de renovación, ampliación y embellecimiento del Real Monasterio y alrededores por la Orden de los Jerónimos, encargados del mismo desde que en 1.389 el rey Juan I mandara convertir el santuario en monasterio, concediéndole su uso y guarda a los monjes jerónimos del Monasterio de San Bartolomé de Lupiana, en Guadalajara, de donde partieron treinta frailes encabezados por su prior D. Fernando Yáñez de Figueroa. Durante el priorato de Fray Fernando Yáñez se ejecutó la construcción del claustro Mudéjar o de los Milagros, emprendiéndose las obras en 1.389 y finalizando en 1.405, y para cuya elaboración mandó seguramente llamar a los mejores arquitectos y albañiles mudéjares del momento, posiblemente alarifes de la provincia de Badajoz o inclusive de Sevilla u otras comarcas de la Andalucía contemporánea a la época, cuya obra se mantiene artísticamente unida al estilo gótico-mudéjar andaluz, aunque sin olvidar la influencia del mudéjar toledano, foco cercano a la Puebla y cuyo Arzobispado, el de Toledo, aún rige sobre el Real Monasterio. Se aprecian también en la obra mudéjar guadalupense rasgos propios del gótico-mudéjar castellano-leonés, o inclusive del aragonés, lo que hace del legado que los maestros mudéjares dejaron en Guadalupe no sólo la mejor obra de este estilo de Extremadura, sino una de las más ricas y elaboradas de toda la Península Ibérica.
Arriba y abajo: la esquina interna noroccidental del monumento gótico-mudéjar permite apreciar las tres arquivoltas que en el interior del edificio culminan las ventanas de que se componen cada uno de los frontales, así como la unión de las dos más externas de cada una de las portadas en la ménsula que sostiene el nervio correspondiente de los cuatro que parten de la clave de la bóveda, figurando en este caso un ángel en actitud orante, posiblemente invitando a tal quehacer al caminante que hacia allí se dirige.
Fue el templete del Claustro Mudéjar la última obra en ejecutarse durante esta fase de ampliación del monasterio y creación del claustro más destacado del mismo. Se guardaba en su interior una fuente de bronce en cuyos pies aparecía inscrita la fecha de ejecución del elegante pabellón y autoría del mismo, atribuida al alarife Fray Juan de Sevilla, bajo cuya dirección se ejecutó el simpar templete gótico-mudéjar guadalupense. Pocos datos se tienen de este monje cuyo origen, a juzgar por su nombre, era sevillano, ciudad en la que pudo aprender las técnicas arquitectónicas mudéjares y de donde pudo mandar llamar a otros maestros de obras o albañiles mudéjares o moriscos para llevar a cabo las primeras ampliaciones jerónimas del Real Monasterio, pudiendo compartir con ellos no sólo el lugar de nacimiento sino también la ascendencia musulmana. Se sabe que Fray Juan de Sevilla formaba parte del grupo de monjes jerónimos que inicialmente ocuparon el monasterio tras serle cedida a la Orden el uso del mismo, figurando también la expulsión del clérigo en 1.406 por mandato del rey Enrique III el Doliente tras protagonizar, junto a otros doce compañeros monásticos, ciertas revueltas contra el prior Fray Fernando Yáñez, fundando posteriormente en 1.407 el Monasterio Jerónimo de Montamarta, en la provincia de Zamora.
Al igual que el templete erigido en el Claustro de los Milagros del Real Monasterio, el popularmente conocido como Humilladero, costeado por el Conde de Haro con 100 marcos de plata, pudo contar como director de obras a Fray Juan de Sevilla, lo que no sólo nos permitiría jugar con un nombre a la hora de atribuir una autoría al monumento, sino además poder fecharlo antes de la expulsión del monje de Guadalupe, incluyéndolo así también dentro de la primera de las dos fases de realizaciones mudéjares con que se dotó de dichas obras al lugar, comprendiendo la misma la etapa que parte desde la conversión de la primitiva iglesia en el actual santuario, a mediados del siglo XIV, hasta la finalización del Claustro Mudéjar en 1.405. Fuese o no Fray Juan de Sevilla el creador de la ermita, este templete comparte con el del monasterio su planta cuadrada y el diseño del edificio, cuyas cuatro portadas se mantienen sujetas, como en la obra del claustro, por cuatro contrafuertes esquineros sustentados sobre bases de mampostería que destacan frente a los ladrillos aplantillados que forman la decoración de los muros y cubren la bóveda de crucería de su interior.
Arriba y abajo: el ángulo interior nororiental de la Ermita del Humilladero, cuya ménsula central presenta en esta ocasión a un ángel portador de un libro, posiblemente de aquel del que los seres celestiales del muro sur leen mientras tocan sus instrumentos musicales, ofrece semejantes características al noroccidental, no sólo en su trazado sino inclusive en su decoración, cuyas figuras talladas en los capiteles de las arquivoltas muestran sonrientes caras de sencillos trazos y vegetación a su rededor.
Como ocurre con el resto de obras gótico-mudéjares llevadas a cabo en mencionada primera fase de ampliaciones jerónimas bajo este estilo artístico propiamente ibérico, la Ermita del Humilladero refleja la simbiosis de ambas tendencias, con predominio del mudéjar sobre las tendencias góticas adquiridas desde la vertiente cristiana. Mientras que el estilo gótico marca principalmente las directrices de las soluciones propiamente arquitectónicas, el mudéjar diseña en general la decoración del lugar y el uso de los materiales a emplear, con reminiscencias claras y aún latentes del previo arte almohade que inundó las tierras andalusíes varios siglos antes. El resultado híbrido que encontramos en el Humilladero de Guadalupe muestra cuatro caras de igual diseño y por las que se puede acceder a su reducido espacio cuadrangular interior, donde se cobija una cruz granítica recientemente restablecida. Cada una de las caras se compone de un arco carpanel sobre el que se asienta una ventana coronada con arco apuntado u ojival y en cuyo espacio interior figuran tres parteluces unidos a su vez por tres arcos trilobulados nuevamente apuntados, coronados con tracería, bordeado el resultado final con doble arquivolta y alfiz superior. Una fila de canecillos circunda el límite superior de cada portada, con alargados dobles arquillos apuntados y ciegos en cada una de las tres caras externas de los contrafuertes de ángulo que sujetan la obra en cada una de sus cuatro esquinas, muy semejantes a los empleados en los pilares que sustentan la fachada principal del santuario mariano.
Mientras que la techumbre original, desaparecida con el paso de los años, ha sido reemplazada por otra semejante a la que coronó el templete originalmente, a cuatro aguas y de teja moruna, el interior se conserva en buen estado, ayudado por las restauraciones acometidas sobre el monumento en 1.985 y en 2.008, cubriéndose durante la última el exterior del edificio con estuco, simulando el yeso que sobre los ladrillos aplantillados de las paredes simulaban un aspecto pétreo, propio del arte mudéjar, perdido el revoco inicial y permitiendo ver en su ausencia la fábrica de los muros de la ermita, con abundancia de mencionado ladrillo de perfiles curvos. El mismo es el que aún se puede observar en todo el interior del templete, donde el diseño de las portadas se repite añadiéndoles, sin embargo, una arquivolta más a las mismas, con un resultado de tres en cada flanco del monumento, unidas las dos externas de cada esquina en una sola en su mitad inferior, tras alcanzar la ménsula que las engarza a la par que recoge el nervio de la gótica bóveda de crucería. Mencionadas ménsulas, una por esquina, decoran los cuatro ángulos internos del templete junto a los cuatro capiteles que en cada uno recogen las arquivoltas de las ventanas. Todos ellos, capiteles y ménsulas, presentan relieves escultóricos antropomorfos con paralelos en los cuatro capiteles que, en cada flanco externo, acogen las dobles arquivoltas de cada frente, guardando similitud y traza idéntica, además, con las esculturas que, de parecida manera, recogen las arquivoltas de las puertas de acceso al Santuario mariano, dentro de la propia Puebla, estrechando aún más la relación entre Santuario y templete no sólo en cuanto a diseño y ejecución, sino posiblemente en autoría de las fábricas.
Arriba y abajo: las esquinas internas del frontal sur, tanto oriental (arriba) como occidental (abajo), repiten el trazado descrito en imágenes anteriores, con ángeles ubicados en las ménsulas centrales tocando y tañendo instrumentos musicales medievales que pudieran representar el salterio en el primero, o el laúd, la mandora, la cítara, la vihuela o la guitarra, en el segundo, ofreciendo sin embargo un sustantivo cambio en la decoración, al ubicarse en estos ángulos, de la misma manera que en los capiteles paralelos del exterior, figuras distintas a las sonrientes faces ya presentadas y que componen 24 de los 32 capiteles totales, con diversos “green man” u hombres verdes, así como figuras híbridas posiblemente tomadas de los bestiarios medievales pero de difícil identificación e interpretación.
La presencia de estas esculturas y relieves en la Ermita del Humilladero guadalupense sirve como unión definitiva de los dos estilos artísticos de los que se nutre el arte gótico-mudéjar. Si bien la decoración del mismo recogía la tradición musulmana andalusí, con el uso del yeso, el ladrillo aplantillado o los arcos lobulados, la aparición de estos capiteles y ménsulas decorados refleja la progresiva influencia, no sólo ya en las soluciones arquitectónicas sino también en los diseños decorativos, de los gustos cristianos. Sin olvidar que los maestros andalusíes nunca fueron ajenos a las representaciones humanas y zoomórficas en sus obras, a pesar de la prohibición mahometánica de las mismas, con ejemplos en las cajetas de marfil califales, en el arte nazarí o en la cerámica andalusí creada durante todas las etapas en que se desarrolló el arte hispano-musulmán, los relieves guadalupenses mantienen conexiones con otras tallas cristianas tanto peninsulares como del resto de Europa, no sólo en el dibujo de las mismas sino además en la temática representada en algunas de ellas. Si bien pudieron ser los mismos artistas mudéjares los que realizaron las mismas, como ya hicieran otros creadores de tal estilo en variadas obras ibéricas, con diversos ejemplos en el Palacio del rey Don Pedro, dentro del Real Alcázar de Sevilla, posible patria de los alarifes mudéjares que intervinieron en las obras de Guadalupe, se podría barajar la idea de la presencia de maestros propiamente cristianos en la elaboración de este templete, trabajando conjuntamente con los albañiles mudéjares y logrando erigir entre todos este monumento de aspecto híbrido y belleza sin par.
Las cuatro ménsulas internas muestran cuatro ángeles respectivamente, figuras sencillas y aladas que portan, en cada uno de los casos, diversos elementos que pudieran semejar instrumentos musicales propios del Medievo, como pudieran ser el salterio y el laúd, así como un libro de canto, a excepción del ser celestial ubicado en el ángulo noroeste que, con las manos unidas, pudiera figurar en actitud orante. Los cuatro seres alados del Humilladero se complementan con otros cuatro ángeles que, en la clave de la bóveda, sostienen el escudo del reino de Castilla, con cuarterones alternando la heráldica monárquica de Castilla y de León, bordeado de bolas, decoración propia del gótico castellano. Son estos relieves la única presencia de elementos religiosos en el monumento, si bien la actitud de los mismos, orando y cantando, invitaría a los peregrinos que hasta allí llegasen a alabar y agradecer a Dios por el buen término de su viaje. El escudo por su parte, abundante es todas las obras del momento, recuerda no sólo el Patronato Real bajo el que se encontraban santuario y monasterio, sino además la monarquía a la que pertenecía el lugar, y de las que eran súbditos todos los habitantes de estas tierras, tanto cristianos como mudéjares.
Arriba: detalle del flanco norte de la Ermita del Humilladero donde se aprecian los elementos decorativos claves de esta portada, repetidos de igual manera en las tres fachadas restantes, donde una ventana gótica de triple parteluz unido por arcos trilobulados, propios del arte bajomedieval pero popular también dentro del movimiento mudéjar, corona el arco carpanel que da paso al edificio.
Arriba y abajo: cuatro caras sonrientes, emparejadas de a dos y ubicadas a ambos lados de la ventana que corona la puerta de acceso norte de la ermita, decoran las ménsulas externas que recogen las dobles arquivoltas de este lado del edificio.
El resto de los relieves conservados en la Ermita del Humilladero de Guadalupe exhiben, casi en su totalidad, la misma representación escultórica. Hablaríamos de las imágenes labradas en los capiteles tanto externos como internos que recogen las dobles arquivoltas que enmarcan las ventas de cada flanco, con cuatro en cada portada y sumando un total de treinta y dos, de los que sólo se ha perdido uno, en el ángulo interior nororiental del edificio. A excepción de los capiteles ubicados en la fachada sur del monumento, y sus paralelos en el interior del mismo (izquierda de la esquina suroccidental y derecha del ángulo suroriental), todos los remates presentan similares figuras. Hablaríamos de cabezas de rasgos sencillos y algo toscos, rodeadas de hojarasca y tallos diversos, mostrados en actitud sonriente rompiendo así, como en el resto de la escultura gótica, con el hieratismo del arte románico. Quizás esa alegría mostrada a través de sus labios simularía el mismo gesto que esbozarían los viajeros al alcanzar este punto de su camino, presentándoles así las tallas el edificio a los caminantes como lugar de gozo no sólo por conseguir finalizar en este enclave el trayecto emprendido, sino por significar la llegada a Guadalupe y el encuentro con la sagrada y milagrosa imagen de Santa María.
Arriba y abajo: calcada de la portada norte, así como de la occidental, la portada oriental presenta similares trazas y decoración que las anteriores fachadas, con cuatro nuevas cabezas sonrientes esculpidas en los capiteles externos que sostienen su doble arquivolta (imágenes inferiores).
La excepción a esta línea representativa la suponen los capiteles ya mencionados de la portada sur del edificio y sus paralelos internos. Vemos en las dos figuras talladas en el margen izquierdo del frontal meridional sendas criaturas híbridas, con cabeza humana y cuerpo de animal. A juzgar por lo que se adivinan pechos, la figura primera representaría un híbrido femenino, correspondiendo el resto del cuerpo al de un animal cuadrúpedo de cola puntiaguda. Este capitel se encuentra ligeramente erosionado, lo que impide la identificación completa de la bestia pues, si bien dentro del bestiario medieval encontramos a la esfinge como ser con mitad superior femenina por antonomasia, carecería en el caso guadalupense de alas, documentándose sin embargo algún relieve que así la representa en el románico castellano. Su paralelo interno se conserva a su vez fragmentado, dificultando aún más la identificación de la criatura. Muestra el relieve interior una cola trífida o de tres puntas que se acerca a los seres maléficos o demoniacos, alejándose en este caso del posible empleo del híbrido como guardiana de un lugar sagrado con que podría haberse destinado a este ser en caso de haberse creado como esfinge.
Junto a este controvertido capitel encontramos una talla de composición parecida, en la que, sin embargo, sí se distinguen los rasgos faciales de la criatura así como el gorro o capucha que cubre por completo su cabeza. El cuerpo, como en el caso de la figura adjunta al mismo, parece acercarse al de un cuadrúpedo, por lo que podríamos estar contemplando una figuración del centauro, criatura grecolatina incorporada al bestiario medieval y ampliamente representada en el románico castellano cuya simbología cristiana alude a las pasiones y a los deseos pecaminosos que tientan el alma. Se contrapondría temáticamente así a los capiteles ubicados frente a él y que ocuparían el lado derecho del flanco sur del edificio, y la esquina derecha del ángulo suroriental interior. En estos cuatro capiteles los maestros canteros quisieron labrar la imagen del conocido como “hombre verde”, un ser de origen pagano cuyo origen se remonta a tiempos anteriores a Cristo, y cuya presencia comparten culturas tanto orientales como europeas, siendo la tradición celta la que fundamentalmente conservó su leyenda y la exportó a regiones como la castellana. Existen en Extremadura otras representaciones del “hombre verde” en los mencionados capiteles de las puertas de acceso al templo guadalupense, así como en el claustro románico de la Catedral Vieja de Plasencia, datados estos últimos en el siglo XIV y, por tanto, anteriores a la fabricación de los capiteles guadalupenses, barajándose así la posible influencia de los mismos en la obra gótico-mudéjar. Como en los capiteles placentinos, las representaciones conservadas en la Ermita del Humilladero reflejan unas de las versiones de este ser, conocida como la representación del “degüelle”, en la que le vemos con diversos tallos saliendo de su boca y enrollándose alrededor de su cuello y cabeza, imagen simbólica para algunos de la lujuria, identificada para el resto y en mayoría con la fertilidad, en cuya versión cristiana se acercaría a la regeneración fructífera de la persona y de su alma a través de la redención de sus pecados, lograda con el perdón y la adoración a Dios y a su Santa Madre. La aparición de un alto número de piñas labradas en mencionados capiteles, nacidas de los tallos descritos y que envuelven a los seres mencionados, supondría el apoyo a la identificación de estos seres con la regeneración al ser la piña, desde antaño, un símbolo sobre la fertilidad ya empleado por egipcios y romanos, tomado por los cristianos como representación del renacer espiritual.
Arriba y abajo: el flanco sur de la Ermita del Humilladero, aunque con traza y decoración similar a las tres portadas restantes, difiere de estas otras fachadas en cuanto a las figuras que presentan las ménsulas que recogen sus arquivoltas, con paralelos en los capiteles internos adosados a este lado del monumento, mostrando diversos ejemplos de figuras híbridas o animales semihumanos en el lado izquierdo, destacando en el lateral oriental el céltico “hombre verde”, muy habitual en la decoración medieval inglesa.
Redención y agradecimiento serían los motivos fundamentales que guiarían los pasos de los peregrinos hasta Guadalupe, en busca de la afamada talla mariana convertida en Reina de la Hispanidad y Patrona de Extremadura. Cumpliendo promesas u orando para ver realizadas otras varias, la Ermita del Humilladero recibió durante siglos la visita de un sinfín de penitentes que regalaban el lugar con diversos y variados objetos con que halagar a Dios o bien agradecerle la intervención de su Santa Madre en alguna empresa o acometido. Era el Humilladero, por tanto, la primera puerta de Guadalupe y el primer enclave ante el que postrarse para lograr alcanzar la redención, libertad espiritual semejante a la libertad que muchos galeotes obtenían tras orar a la Virgen de Guadalupe, ante la que llevaban los grilletes que un día les apresaron en tierras musulmanas, como los dejados en la Ermita del Humilladero por un personaje que tiempo atrás estuvo cautivo en Argel y, tiempo después, brindaría a la Humanidad un personaje literario internacional conocido como Don Quijote de la Mancha.
Arriba: iluminada por la luz del atardecer, la portada occidental de la Ermita del Humilladero es la primera en ser actualmente observada por el caminante, recibiendo a éste desde el camino que comunica el monumento con la carretera regional que une Guadalupe con Navalmoral de la Mata.
Ariba y abajo: detalle del flanco occidental del monumento donde, de similar manera que en las portadas norte y oriental, cuatro faces sonrientes sostienen las arquivoltas externas que enmarcan el enorme ventanal, de rasgos toscos pero humanizados, rompiendo definitivamente de esta manera con el hieratismo del Románico.
Cómo llegar:
La Puebla de Guadalupe, ubicada en la esquina noreste de la provincia cacereña y enclavada en la comarca montañosa de las Villuercas, recortada con serranías derivadas de los Montes de Toledo, mantiene a pesar de ello diversas vías de comunicación que la conectan con distintos puntos de la región a la que pertenece, así como con el resto de las autonomías cercanas. Destaca entre estas carreteras la EX-102, que conduce hasta Miajadas, punto al que es fácil acceder desde Mérida o Badajoz a través de la autovía nacional A-5. La localidad de Zorita, a su vez, es atravesada por mencionada carretera, conectada esta localidad con Trujillo a través de la vía EX-208, logrando alcanzar la ciudad trujillana desde Cáceres gracias a la autovía A-58.
Otra vía de conexión que nos acerca a Guadalupe sería la carretera regional EX–118, que une la Puebla con Navalmoral de la Mata, a la que es fácil llegar desde Madrid y otros puntos de España por la Autovía del Suroeste. Es junto a este camino donde se encuentra la Ermita del Humilladero, coronando la localidad guadalupense en un enclave desde el que se puede observar no sólo en municipio y su santuario, sino todos los alrededores y el resto de la comarca. Si ya la ermita era un lugar idóneo como mirador antaño, en la actualidad y junto a la curva cercana trazada en la carretera que marca el comienzo de la bajada a Guadalupe, un cruce y un nuevo mirador nos permiten aparcar y disfrutar de las vistas así como, para aquéllos peregrinos que más de cinco siglos después lo deseen y que quieran volver a orar ante la visión del santuario mariano, dejar nuestro vehículo para poder dirigirnos al Humilladero, donde también aquéllos curiosos y amantes de la historia, el arte y la cultura podrán disfrutar de un monumento único, obra reflejo del mestizaje cultural que disfrutó la España del Medievo, híbrido de las culturas de las que nace la nuestra, habida en un lugar inhóspito donde hasta la llegada de la Virgen de Guadalupe no había nada, siendo sin duda éste auge de la zona, el brotar de caminantes, peregrinos y viajeros de toda índole, con el roce cultural que ello conlleva, el mayor de todos sus milagros.
Arriba: vista de la Puebla de Guadalupe desde la Sierra de Altamira, donde se yergue la Ermita del Humilladero, enclavada ésta en el primer punto desde el que divisar la población y el santuario mariano tras el peregrinaje realizado desde tierras castellanas, destacando ante los ojos hoy en día, como ya lo hiciese antaño, el Santuario y el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, primer edificio extremeño declarado Monumento Nacional Histórico Artístico, en 1.879 (Gaceta de Madrid nº 68, de 09 de marzo de 1.879; actual Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento), así como Patrimonio de la Humanidad desde 1.993 por la UNESCO.