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martes, 25 de diciembre de 2012

Feliz Navidad y próspero 2.013, desde Extremadura: caminos de cultura


Arriba: labradas en bronce a finales del siglo XIV por el maestro Pablo de Colonia, las puertas que vigilan el acceso a la basílica del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe desde la plaza dedicada a la patrona extremeña en la localidad homónima, muestran diversas escenas de la vida de Cristo y de la Virgen María, destacando entre ellas una sencilla Natividad (las actuales hojas son réplicas de las originales, conservadas en el interior del monasterio).


Si tuviéramos que señalar un elemento externo a los hombres que marcase más que ningún otro el devenir del camino por el que marchamos en nuestra vida, esa es sin duda la propia naturaleza en sí. Como hijos que somos de ella, sus caprichos nos influyen en nuestra personalidad, sus características regionales moldean nuestro carácter grupal e incluso sus alteraciones anuales guían nuestra cultura, de tal manera que en infinidad de ocasiones, aunque sea de manera involuntaria o inconsciente, aceptamos su superioridad festejando la llegada de periodos, espacios temporales y fechas destacadas como es, por ejemplo, el solsticio de invierno.

Bien como la romana festividad de la Saturnalia basada en el nacimiento del Sol Invicto, como la pagana festividad de Yule o la cristiana Navidad forjada sobre el contexto de la llegada al mundo del Redentor, el solsticio de invierno no se ha dejado de observar y festejar desde hace miles de años por diversas culturas de la humanidad, que renuevan de este modo su identidad como pueblo, así como su fascinación y respeto por la fuerza que marca sus calendarios y guía sus destinos.

Desde Extremadura: caminos de cultura os deseo a todos los lectores, seguidores, visitantes y amigos del blog mis mejores deseos para estas fechas, una feliz Navidad y un próspero 2.013, y en definitiva una espléndida nueva vuelta alrededor del sol que nos permita seguir adelante con nuestras ilusiones, nuestras expectativas y sobre todo, con nuestro camino.


sábado, 1 de diciembre de 2012

Imagen del mes: Puente de Almaraz


Tarde de primavera junto al Puente de Albalat, también conocido como Puente de Almaraz.
Punto fronterizo entre los términos municipales de Romangordo, Almaraz y Valdecañas de Tajo (Carretera Nacional V sobre el río Tajo; Cáceres).
Siglo XVI: reinado de Carlos I de España y V de Alemania; estilo gótico-renacentista.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Tesoros del camino: escudo imperial de la Fuente del Chorro, en Gata


Arriba: abierta frente a la portada del muro del evangelio de la Iglesia Parroquial de San Pedro, y recogiendo el agua de las sierras del Norte, la Fuente del Chorro surte perennemente a los vecinos de Gata desde su rincón y su creación durante el segundo cuarto del siglo XVI, en plena monarquía de Carlos I de España y V de Alemania.


Cuando Isabel y Fernando contrajeron matrimonio en 1.469, no sólo unían sus personas en sagrada alianza sacramental. Sus respectivas monarquías de origen, Castilla y Aragón, y dentro de ellas algunas de las regiones y reinos peninsulares más destacados, así como otras posesiones esparcidas por diversos puntos de la geografía más o menos cercana, quedarían vinculados y enlazados de una manera como no conocían desde la caída a comienzos del siglo VIII del Reino visigodo de Toledo. Ya antes se había intentado en repetidas, sucesivas y hasta incontables ocasiones la unión entre los diversos reinos cristianos que en la Península Ibérica habían ido surgiendo a la par que el poder andalusí retrocedía hacia tierras del Sur peninsular. Sólo una de ellas, forjada entre los reinos de León y de Castilla, había logrado alcanzar la meta que toda política matrimonial perseguía, heredando Fernando III el Santo, durante la primera mitad del siglo XIII, las coronas de ambas regiones, unidas ahora definitivamente bajo un único mandato y una única persona en la denominada Corona de Castilla.

Isabel, princesa de Asturias, y Fernando, heredero del reino de Aragón y ya por entonces rey de Sicilia, eran firmes candidatos a ocupar sendos tronos castellano y aragonés respectivamente. Si ambos alcanzaban tal propósito, la política matrimonial en la Península y entre estos dos reinos llegaría a su cumbre. Ya no sería necesario establecer relaciones, firmar pactos ni forjar acuerdos, jugando con casamientos de infantes y futuros herederos de Coronas. Estaríamos ahora directamente ante dos reyes unidos en matrimonio. Sus descendientes serían, por tanto y en condiciones habituales, herederos  por igual tanto de una monarquía como de la otra. Castilla y Aragón quedarían vinculadas entre sí desde ese presente e irrevocablemente a lo largo del futuro, como más tarde ocurrió. Sin embargo, si bien el vínculo se establecía de esta manera, la unión política no se alcanzó en vida de mencionados monarcas. Fernando II de Aragón fue proclamado, como esposo de Isabel, rey de Castilla bajo el nombre de Fernando V, pero Isabel I de Castilla nunca fue reina de Aragón. La ley sálica vigente por entonces en la Corona aragonesa lo prohibía, debiendo contentarse su majestad castellana con ser simplemente reina consorte en tierras vecinas. Tampoco se unían con su reinado todos los reinos peninsulares que tenían existencia a finales del siglo XV. Portugal permanecía independiente y, aunque hermanada con sus vecinos ibéricos, escribía su propia historia, sólo unida posteriormente a la del reino de España entre los reinados de Felipe II a Carlos II. El reino nazarí de Granada sí sería anexionado a Castilla a partir de su capitulación el dos de enero de 1.492, pero Navarra, independiente desde su creación durante la Alta Edad Media, se mantenía ajena a pesar de los continuos esfuerzos de Fernando el Católico por hacerse con estos territorios, aprovechando el clima bélico y la Guerra Civil con que los navarros inauguraban el siglo XVI, no logrando ocuparla y conquistarla hasta 1.512, ocho años después del fallecimiento de Isabel.




Arriba: labrado en un solo sillar de piedra berroqueña amarillenta, el escudo imperial de Carlos I luce en el frente de la Fuente del Chorro, donado a la localidad gateña por su fidelidad y apoyo a la causa carolina durante la Guerra de las Comunidades y especialmente la toma y destrucción de la fortaleza de Salvaleón, castillo donde se refugiaban los últimos comuneros alzados contra el nieto de los Reyes Católicos.


Sin embargo sí conocieron la unidad política de todos los reinos peninsulares, salvo el de Portugal, sus herederos inmediatos. Juana I, conocida popularmente como “la Loca” y tercera hija de los Reyes Católicos, vio reflejado en su persona el sueño de unión territorial que sus padres persiguieron durante todo su mandato. Heredera de la Corona de Castilla tras el fallecimiento de su madre en 1.504, monarquía a la que se habían sumado la del Reino de Granada, las Islas Canarias así como otros territorios del Norte del continente africano, y las continuas anexiones que llegaban de ultramar, desde las recién descubiertas tierras americanas, se hacía cargo en 1.515 del Reino de Navarra, cedido por Aragón a Castilla tras tres años de ocupación. En 1.516 recibía como herencia paterna la Corona de Aragón y todas sus posesiones italianas. Era la primera monarca, desde el gobierno del visigodo rey Don Rodrigo, bajo cuya figura se unían prácticamente todos los territorios peninsulares y  las regiones, islas y ciudades que pocos años después comenzarían a conocerse, bajo la Monarquía Hispánica, como España. Pero el título de reina de Juana era sólo nominal. Relegada de sus cargos políticos en 1.506 por su esposo, Felipe I “el Hermoso”, y a la muerte de éste pocos meses después por su padre Fernando, regente de Castilla desde 1.507, sufrió un duro encierro en Tordesillas desde 1.509 aquejada de una supuesta locura que las Cortes de Castilla nunca aceptaron, conservando así su título como reina soberana hasta su fallecimiento en 1.555. No gobernó, por tanto, la hija de los Reyes Católicos, bien debido a su supuesta enfermedad mental, o más bien como víctima de las políticas usurpadoras de su marido, padre, e incluso su hijo, que prefirieron mantenerla encerrada en pro de sus intereses gubernamentales y su manejo del reino sin interferencias de la auténtica y legítima heredera.

Carlos I de España, segundo hijo de Juana y Felipe, y como ya hicieran su padre y su abuelo, mantuvo igualmente a su madre encerrada en pésimas condiciones de trato y oculta prácticamente por completo del pueblo y de otros personajes vinculantes del reino que pudieran dudar de su inestabilidad mental. Se permitía así hacerse con el total gobierno de los mismos territorios de los que ella era monarca, y con la que tuvo que compartir el trono, al menos nominalmente, una vez muerto Fernando. Su interés además en el encierro de Juana se veía acrecentado ante el mal sentir con que la nobleza peninsular y castellana en particular habían recibido en 1.516 a un inexperto y adolescente Carlos, venido desde los Países Bajos para heredar el gobierno de unas tierras hasta entonces desconocidas para él, cuya lengua ni costumbres controlaba, rodeado de una corte de flamencos donde no cabía lo castellano y dispuesto a corroborar la locura de aquélla que era legítima heredera y cuya demencia era motivo de desacuerdo dentro de muchos sectores, que tampoco aceptaron de buena gana que el aragonés Fernando ejerciera de regente en Castilla, cuando la misma contaba con una reina cuyas facultades no todos veían disminuidas. Para más inri, Carlos pretendía proclamarse directamente rey cuando su abuelo sólo lo nombraba Gobernador de Castilla y Aragón mientras perdurara la incapacidad mental de Juana. Los intereses inmediatos de Carlos, además, no miraban hacia los problemas internos y la actualidad castellana, sino hacia la obtención a cualquier precio de la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, figurando como legítimo candidato al mismo tras la muerte del anterior Emperador, su abuelo Maximiliano I, y para  cuya causa exigía en sus nuevos dominios el pago de tributos extras que le proporcionaran publicidad y la compra de seguidores que le apoyasen y afianzasen en su acceso al trono y cometido imperial. Carlos I de España conseguía sentarse de esta manera en el trono imperial bajo el título de Carlos V de Alemania, conseguido en 1.520 a tan sólo un año de la muerte de su abuelo paterno, Maximiliano I de Habsburgo, del que recibía también el Archiducado de Austria, pero lograba a la par el descontento generalizado de los nobles castellanos y el levantamiento de las ciudades y urbes más destacadas de Castilla, alzados contra el poder regio en la conocida como Guerra de los Comuneros o de las Comunidades de Castilla. Desde 1.520 hasta 1.522 Carlos I tuvo que luchar duramente por controlar y mantenerse al mando de la Corona castellana, frente a aquéllos que no aceptaban su gobierno y que querían restablecer a Juana como reina no sólo nominativa de Castilla. Vencidos y ejecutados los principales cabecillas  comuneros en Villalar, el monarca sin embargo quiso prevenir nuevos alzamientos teniendo en mayor consideración a Castilla, mejorando el uso de su lengua y acatando sus costumbres, haciendo de ella su hogar a pesar de los continuos viajes que llevó a cabo a lo largo de toda su vida, agradeciendo además a las localidades que le brindaron su apoyo durante la contienda civil con la donación a las mismas para su uso en las edificaciones oficiales del que desde su entronización como emperador sería el escudo de su mandato.
 



Arriba: enmarcado por un alfiz renacentista donde lucen dos pilastras decorativas cajeadas, el escudo de Carlos I, provisto aún de restos de su original policromía, se muestra como representación reducida del emblema del monarca, resumen de casi todos los territorios unidos bajo su misma figura, así como de otros títulos y aspiraciones imperiales, destacando sin embargo el águila monocéfala que, mirando a la izquierda del blasón, haría referencia misteriosamente a un origen bastardo del rey, posible venganza de algún posible escultor judeo-converso que labrara la obra, haciendo de la misma un ejemplar único en su estilo.


Estaba la fortaleza de Salvaleón, a escasa distancia de la frontera portuguesa y cercana a la localidad de Valverde del Fresno, en plena Sierra de Gata, erigida supuestamente sobre la que durante la dominación romana fue conocida como Interannia, Interamma o Interamnia, municipio romano de relevante porvenir económico, a juzgar por su contribución monetaria a la construcción del archiconocido Puente de Alcántara. Manteniendo su cierto esplendor durante la dominación musulmana, sufre la destrucción continua en relación con los diversos capítulos que escribe la Reconquista en esta zona, tomada finalmente por los cristianos que permiten su reconstrucción y repoblación, así como su incorporación a un sistema de castillos, torres y fortalezas defensivas de la Transierra occidental que durante la Guerra de las Comunidades fue parcialmente tomado como refugio por aquellos comuneros dispersados del interior de Castilla tras la derrota de Villalar. En su intento por aplastar definitivamente este levantamiento, mandó el Emperador destruir por completo aquellas atalayas donde aún resistían los últimos rebeldes erigidos contra su mandato. Así, y apoyado por las villas de Gata, Villamiel y San Martín de Trevejo, Salvaleón es completamente destruida, y las localidades mencionadas compensadas por el monarca con el título de “muy noble y muy leal”, así como con privilegios diversos y particularmente el uso público del escudo imperial. De estas tres sería Gata la que, recibiendo tal escudo monárquico como suyo propio,  fundiría el mismo con aquél con el cual ya contaba la localidad, resultando como hibridez entre ambos un blasón en cuyo centro seguía figurando, como lo hiciese desde antaño, una gata bajo la cruz emblema de la Orden de Alcántara, circundada por un águila monocéfala que, difiriendo de la bicéfala con que se representaba el carácter imperial del escudo, acerca el mismo al águila de San Juan, heredada por Carlos de sus antecesores los Reyes Católicos, cuyas garras se sustentan sobre dos columnas de piedra, incorporación carolina y signo indubitativo del emperador  añadidas por el monarca al escudo español de entonces, reflejo del imperio que se estaba formando por la Monarquía Hispánica no en Europa, sino en tierras americanas.

Pero la presencia del blasón imperial en la localidad gateña no se limitó simplemente a la decoración y ampliación del escudo municipal preexistente. Como ya ocurriese en otras ciudades agraciadas con el presente real, bien por su contribución a la causa de Carlos I durante la Guerra de los Comuneros, o como agradecimiento por sus actuaciones en otros capítulos desarrollados durante el largo mandato del mismo, donde el escudo de Carlos V lucía en monumentos públicos, puertas de urbes, murallas y muros de defensa, palacios municipales o casas cuarteles de Órdenes militares, también Gata colocó una representación pétrea del presente recibido por parte del monarca como donación para el pueblo y uso de sus habitantes, en un rincón del que el pueblo hiciese uso y donde todo el público pudiese admirar y tener presente el escudo del que era su agradecido monarca. Se decidió colocar el blasón granítico como coronación de uno de los enclaves públicos más destacados en la localidad, conocido éste como Fuente del Chorro y ubicada la misma frente a una de las portadas con que cuenta la Parroquia municipal o Iglesia de San Pedro, abierta en el muro del evangelio del templo mayor de la localidad. La Fuente del Chorro era un lugar habitual de visita y reunión de habitantes y vecinos de Gata que, en su día a día, acudirían al enclave para cargar sus cántaros y vasijas con el agua necesaria para las labores diarias que brota del único caño con que cuenta el venero, conducida desde un manantial ubicado en las cercanas montañas del Norte del pueblo, a unos quinientos metros del mismo. Surge este grifo de un alto muro compuesto de sillarejo regular de granito amarillento, paralelo al trazado del muro eclesiástico que frente a él se yergue junto a la Plaza de la Constitución de la localidad, frontispicio del último tramo del manantial donde, bajo una cornisa y enmarcado por un renacentista alfiz compuesto por pilastras decorativas cajeadas cuyo interior o fuste se presenta vaciado, siguiendo la técnica ejercitada en muchas obras castellanas y convertida en habitual durante y después del Renacimiento español, figura el escudo imperial.
 



Arriba: vista general de la gateña Fuente del Chorro la cual, desde su humilde ubicación en uno de los rincones más emblemáticos de la localidad, no sólo surte diariamente de agua a los vecinos desde antaño, sino que decora y embellece las calles del municipio ayudando a conservar la declaración de su conjunto histórico como Bien de Interés Cultural, según Decreto 28/1995, de 21 de marzo (DOE nº 39, de 1 de abril de 1.995).


Apoyado en sus funciones y en caso de rebose por otro de menor tamaño en su final, el caño de la Fuente del Chorro, de unos diez centímetros de diámetro, vierte su perenne cauce sobre un pilón alargado y parcialmente labrado que prolonga la presencia de la fuente y que escupe el agua sobrante en otro abrevadero para las caballerías que, de mayor tamaño, se ubica a la izquierda del monumento, cuyo frente se muestra esculpido con el escudo imperial donado a la villa por el monarca carolino. Como en el caso del escudo municipal, también el águila del escudo pétreo de la fuente gateña se sustenta sobre las dos columnas de Hércules símbolos del imperio de ultramar que con el emperador comenzaba a forjarse, en cuyas cintas circundantes aún puede leerse el que fuese lema del Emperador, heredado después por la Monarquía Hispánica: “Plus Ultra”.  Alrededor del blasón, e incorporado al escudo de España por el padre del monarca en cuestión, el collar de la Orden del Toisón de Oro luce cadena y carnero mitológico, reflejo de la Orden de Caballería fundada por los ascendientes paternos de Carlos durante la primera mitad del siglo XV, siendo nombrado el mismo Gran Maestre de ésta a la muerte de Felipe I. Bajo la corona real usada por los Reyes Católicos, a diferencia de otros escudos representativos del emperador Carlos donde la corona imperial lucía sobre el águila en cuestión, aparece el blasón donde se enmarcan casi la totalidad de los territorios de los que el monarca era gobernante y legítimo soberano, encabezados por Castilla y León, Aragón y Sicilia en los dos cuarteles superiores, bajo los cuales figura el emblema del conquistado Reino de Granada. Los cuarteles tercero y cuarto, por su parte, harían referencia a las posesiones adquiridas por el monarca vía paterna, figurando en la tercera división los emblemas de Austria y Borgoña (Ducado de Borgoña), seguidos en última posición por las representaciones heráldicas de Borgoña (Franco Condado) y Brabante, apareciendo entre ambas divisiones el león rampante de Flandes y el águila de la alpina región del Tirol. Estaríamos ante una de las versiones reducidas del escudo de Carlos I, diseñado tras su coronación como Emperador, a falta, sin embargo, de los escudos de Navarra y del reino de Nápoles que, años antes de la Guerra de las Comunidades, ya eran posesiones de este rey. Detrás de todo el conjunto, y sobresaliendo en la mitad de los márgenes izquierdo y derecho, así como por debajo del carnero de oro, los salientes de dos posibles aspas entrelazadas pudieran hacer referencia a la Cruz de Borgoña o Cruz de San Andrés, simbología militar introducida por Felipe I en su escudo de armas, y respetada no sólo por su hijo Carlos, sino por el resto de monarcas que han ostentado el título de rey de España.




Arriba y abajo: compuesto por un muro de sillarejo regular granítico en su frontal y tres pilones de diversas dimensiones frente a él, la Fuente del Chorro se presenta como un manantial rectángular donde el agua que brota de un metálico caño abierto bajo una inutilizada ménsula o peana se vierte, en el margen derecho, sobre una alargado abrevadero cuyo margen exterior figura labrado con cenefa, acompañado de una pequeña pila que, a sus pies, recibiría el líquido sobrante, figurando a su izquierda otro abrevadero de tamaño mayor diseñado para el sustento de caballerías y bestias domesticas.





Si bien el escudo imperial que luce en la Fuente del Chorro sería toda una compilación de las posesiones del monarca, y por tanto de las regiones y tierras que, junto a las castellanas, compartían soberano y establecían vínculos de relación política, reflejo de una realidad presente durante el gobierno de Carlos I y consolidada especialmente tras su ascenso al trono imperial, la ausencia de las armas navarra y napolitana no son el único elemento falto en el escudo pétreo de Gata. Si bien el águila con que cuenta su escudo municipal es monocéfala y mira a la derecha del mismo, e izquierda del espectador, en posible alusión y recuerdo del águila de San Juan utilizada por los Reyes Católicos durante su mandato conjunto, el águila del escudo imperial que luce frente al templo principal de Gata se muestra nuevamente en una versión monocéfala, que no bicéfala como correspondería por su carácter imperial, pero en una pose poco corriente y que, heráldicamente hablando, no correspondería con el rey Carlos I. La actitud del águila monocéfala de la Fuente del Chorro, dirigiendo su mirada a la izquierda del escudo, y derecha del espectador, haría alusión a la naturaleza bastarda del personaje al que representa, falsedad que, en el caso de Carlos V, estaría más que demostrada. No se conserva documentación relacionada con la ejecución de este emblema que nos pudiera aclarar los motivos de este singular labrado, que hace del blasón gateño un ejemplar prácticamente único en su estilo. Se dice popularmente que tal razón pudiera deberse a la venganza que el escultor, en caso de tratarse de algún judeo-converso de los muchos que permanecieron en la villa, quiso realizar frente al heredero de aquéllos que, décadas antes, firmaron la expulsión de los hebreos no convertidos al catolicismo de todas las posesiones de las Coronas de Castilla y Aragón. En caso de ser así, el escudo imperial de la Fuente del Chorro de Gata no sólo sería una representación de los territorios heredados por Carlos I y de la unión política en su persona de las tierras que más tarde se denominarían España, alusión igualmente al Imperio doble con que se alzó el Emperador Carlos, tanto en su vertiente europea alemana, como en su prolongación en tierras americanas, de mayor calado en la historia de nuestro país. Sería también un recuerdo de la gestión de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos, artífices iniciales de toda esta empresa y aventura que cambió el rumbo y la historia española, reflejados en la corona abierta que enmarca en su cúspide la talla granítica. Un recuerdo igualmente de la victoria sobre los comuneros de la causa carolina, y del agradecimiento a la villa del monarca por una sincera fidelidad merecedora de una eterna evocación. Sería representación del gobierno formal y de la política de Carlos I durante la primera mitad del siglo XVI, pero también e inclusive rememoración de una realidad más amarga que alguien quiso perpetuar en la piedra como memoria frente al paso de los tiempos y para aprendizaje de futuras generaciones: la realidad sufrida por todos aquellos que por pertenecer a minorías diferenciadas en base a su raza o religión, costumbres o vocaciones fueron controlados, perseguidos y hasta incluso ejecutados en una España que los gobernantes querían abrir políticamente al mundo, a la par que cerraban sus puertas a las culturas y pensamientos divergentes con el oficial. El escudo imperial de la Fuente del Chorro representa mucho más de lo que vemos a simple vista. Es no sólo un ejemplar único en heráldica carolina, una muestra artística de buena traza y un vestigio histórico de valor. Es, ante todo, un tesoro en el camino.



miércoles, 7 de noviembre de 2012

Joyas de las artes plásticas de Extremadura: puerta mudéjar de la Parroquia de Puebla de la Reina


Arriba: tallada a finales del siglo XV, o bien a comienzos del XVI, coincidiendo con la construcción de la Parroquia de Santa Olalla así como con la conversión de los mudéjares en moriscos, la puerta mudéjar del templo jareño conserva las pautas decorativas propias de su estilo artístico así como el sabor musulmán con que la dotaron los mudéjares que la tallaron, admirado por aquellos cristianos que quisieron encargarla para el interior del templo católico, conservándose como clara referencia a la tolerancia que, pese a la xenofobia e intentos de conversión ejercidos por las autoridades, muchos cristianos mantenían con sus vecinos.


El nueve de diciembre de 1.609 es una fecha clave en la historia de la localidad pacense de Hornachos y, por ende, en la historia de la región extremeña. Tal día de principios del siglo XVII se firmaba, aunque su publicación se demoró hasta enero de 1.610, la segunda fase del proyecto de expulsión de los moriscos de los reinos de España, empresa llevada a cabo durante el reinado de Felipe III y que comenzaba varios meses antes, concretamente el nueve de abril de 1.609, con la firma por parte del Duque de Lerma, valido del monarca hispano, de la primera de las cuatro etapas en que se dividiría la expulsión morisca, orientada en esa fase inicial al exilio de los descendientes de antiguos musulmanes españoles residentes en el reino de Valencia, en cuyos territorios la presencia morisca era mucho más elevada que en otras zonas peninsulares.

Estaba la segunda etapa, por su parte, destinada a la deportación de aquellos moriscos del Sur peninsular, siguiente territorio del listado en cuanto a enclaves que mayor porcentaje de población morisca acogían, englobando a andaluces y murcianos. Sin embargo se quiso incluir en esta fase y con este grupo excepcionalmente a los moriscos de Hornachos, población pacense conocida por aquel entonces por contar con casi la totalidad de sus vecinos de origen morisco, en tal cifra que alcanzaban prácticamente la mitad del número de moriscos asentados en Extremadura, elevándose su población de ascendencia islámica a más de 4.000 habitantes en una de las localidades más populosas por aquel entonces de la región, manteniendo éstos una profunda cultura mahometana en vigor, e incluso presentando un fuerte sentido de identidad y hermandad entre los conciudadanos del mismo municipio. Se postergaba la diáspora del resto de moriscos extremeños, junto a manchegos y castellanos, para la cuarta fase del proyecto de expulsión, publicada en julio de 1.610 tras presentarse poco antes una tercera fase orientada a los moriscos de Aragón y Cataluña, en mayo de aquel mismo año. Teniendo en cuenta que la paulatina publicación de las diversas fases de ejecución en que se dividió el proyecto de expulsión morisca respondía a un programa con el que se pretendía conseguir de manera pacífica y principalmente controlada el exilio forzoso de una parte de la población española que ya había sabido levantarse contra el poder, como se demostró en la Rebelión de las Alpujarras, expulsando en primer lugar a los moriscos de aquéllos lugares y reinos donde su porcentaje era mayor, para finalizar con aquellos grupos con bajo número de individuos que ya no pudieran ofrecer fuerte resistencia tras ser testigos de la deportación de sus semejantes, el hecho de que la población hornachega se incluyese en un segundo decreto permite vislumbrar y confirmar la posición relevante que tenía este municipio dentro del mundo morisco de aquella época, por delante del resto de moriscos extremeños así como de otros grupos de diversos reinos y regiones.




Arriba: prohibida la representación humana y animal para los mahometanos, los artistas islámicos en general, y los hispano-musulmanes y mudéjares en particular, supieron encontrar un estupendo sustituto para la decoración de sus obras en la geometría, dotando a la puerta puebleña con una elaborada ornamentación ataujerada a base de lacería sobre esquemas de rueda completa de doce lazos que encierran una estrella de doce puntas en su interior, repetida ésta hasta en tres ocasiones a lo largo de la hoja de madera.


Cuando, más de tres siglos y medio atrás, las tierras que hoy en día configuran la región extremeña pasaron a convertirse en un enclave más dentro del mapa de los reinos cristianos medievales, arrebatadas las tierras en combate o por asedio al gobierno musulmán de turno que las regía dentro de la España islámica andalusí, aquellos habitantes de religión musulmana sometidos desde entonces a los nuevos soberanos castellano-leoneses tomaron la nomenclatura generalizada de mudéjares, conservando en muchos casos sus vidas, sus viviendas y propiedades, religión, leyes, usos y costumbres en las mismas localidades donde habían nacido y residido hasta entonces, y de las que provenían sus ascendientes y antepasados. Otro gran número, sin embargo, marchó hacia tierras del Sur, a Sevilla y Córdoba principalmente, ciudades igualmente reconquistadas pero que, a diferencia de las localidades extremeñas de entonces, contaban con mayor número de población en las urbes así como en los campos, con una economía más desarrollada y un porcentaje de mudéjares con quienes compartir cultura y tradiciones mucho más elevado.

Aquéllos mudéjares que permanecieron en Extremadura se concentraron en las mismas localidades que habían tenido relevancia como núcleos poblaciones andalusíes. Ciudades como Badajoz o Cáceres, Mérida, Llerena, Trujillo, Zafra, Alcántara, Jerez de los Caballeros (entonces conocida como Jerez de Badajoz), Medellín o Valencia de Alcántara entre otras, contaban con centenares de vecinos musulmanes. Se daba también concentración de los mismos en núcleos rurales donde la presencia musulmana tiempo atrás había sido destacada, impulsada en muchos casos por la seguridad y salvaguarda que ofrecía una cercana fortaleza, así como potenciada por la existencia de abundantes fuentes que propiciaran el cultivo de regadío tan valorado por los habitantes andalusíes. Es el caso, entre otros, del municipio de Almoharín, cercano al castillo de Montánchez y rodeado de arroyos que permiten el amplio cultivo, aún hoy en uso, de la higuera. Sin embargo destacó de entre todos los núcleos rurales de la región en cuanto a conservación de población mudéjar entre sus vecinos la localidad de Hornachos, construida bajo el abrigo de un poderoso castillo en las faldas de la Sierra Grande de Hornachos, donde las abundantes fuentes surten constantemente de agua al municipio, y cuya orografía permite la existencia de una particular climatología en la zona, muy propicia para el regadío y el cultivo de huertas y vergeles. No se conocen en lo referente a la reconquista de Hornachos los puntos reflejados en su carta de rendición frente a las tropas cristianas, que tomaron la urbe hornachega tras un largo asedio pero una pacífica sumisión. Posiblemente una sensata negociación y una honrosa capitulación por parte de los musulmanes fue la que propició que la mayor parte de su población, aún reconociendo a los nuevos monarcas, permaneciese viviendo en el municipio, favoreciendo la presencia mudéjar en la comarca y la formación de la fuerte hermandad morisca que tras la expulsión de los mismos de España pasó de manera destacada a la historia a través de la República de Salé.




Arriba y abajo: ruedas completas de doce lazos ubicadas en el centro y parte baja de la puerta interior del templo de Puebla de la Reina, encerradas en cuadrados de cuyos ángulos de unión surten estrellas de ocho puntas, cercenadas en sus lados para poder acoplarlas al enmarcado de la hoja.




Tras los altercados que, en 1.499, protagonizaron los mudéjares granadinos frente al poder local, increpados por la política intolerante y xenófoba del Cardenal Cisneros, se decretó en 1.502 y como ya se hiciese diez años antes con los sefardíes, también auspiciada la orden por semejante personaje religioso, la expulsión de los mudéjares de los reinos de Castilla a través de la denominada Pragmática de conversión forzosa de 14 de febrero de 1.502, para lo cual se les dio a elegir primeramente entre conservar su fe y exiliarse, o permanecer en el país una vez sometidos al cristianismo, abrazado a través del Bautismo. Apenas varios días después una nueva Pragmática, la del 17 de febrero de 1.502, prohibía a los mudéjares abandonar el país, por lo que prácticamente la  totalidad de la población musulmana aceptó forzosamente la norma y permaneció en España como católicos o cristianos nuevos, como ya hicieran igualmente los judeo-conversos, denominándose a los mismos como moriscos. Sin embargo, y al contrario de lo ocurrido con los sefardíes convertidos, los moriscos conservaron fuertemente su cultura islámica, más aún en aquellas poblaciones donde su porcentaje era elevado. Como en el caso de los hebreos su conversión fue estrechamente vigilada por la Inquisición española, pero por el contrario no sufrieron el mismo acoso que los primeros, algo que permitió que los moriscos no difuminaran sus orígenes como sí hicieran los antiguos sefardíes, ni encauzaran como éstos sus costumbres dentro de las cristianas. Por el contrario, un alto porcentaje de la población morisca mantuvo su religión mahometana menos que más en secreto, siguió practicando la normativa de su fe, realidad que el Santo Oficio aprovechó no para combatirlos, sino para sacar grandes ventajas económicas de la misma, ayudándose de las continuas y altas multas sometidas a los nuevos cristianos por sus faltas religiosas y desviaciones de la doctrina católica. Por su lado los cristianos viejos comenzaron a mirar con celo y alta envidia, especialmente tras el empobrecimiento que comenzó a sufrir el país una vez agotadas las minas de metales preciosos de América, a unos vecinos que, además de asimilar relajadamente las costumbres cristianas, mantenían un cómodo estatus económico obtenido por la diligencia de sus trabajos. Si a esta situación le sumamos el rumor que, principalmente por zonas costeras mediterráneas, corría en base a la supuesta ayuda que los piratas y corsarios turcos, bereberes, tunecinos y argelinos recibían por parte de los moriscos en sus escaramuzas a las costas andaluzas y levantinas, obtenemos un clima bastante generalizado de temor y odio hacia los moriscos en general, más elevado cuanto mayor era el porcentaje de la población morisca que habitaba la zona.

Bien por motivos religiosos, bien como respuesta política dentro de la salvaguarda de la seguridad nacional ante los temores a nuevos levantamientos o ayudas a los enemigos turcos y bereberes, bien como respuesta ante la frustración obtenida frente al fracaso del aplastamiento del protestantismo en Europa, o sencillamente siguiendo las pautas xenófobas que más de un sigo atrás habían instaurado los Reyes Católicos, en 1.609 comenzaba una nueva y última fase dentro del programa de total uniformidad religiosa en los reinos de España, orientada esta vez hacia los moriscos. No fue ésta sin embargo tan drástica como la ejecutada contra el pueblo hebreo. Por el contrario, y siendo conscientes de la sincera conversión de muchos descendientes de antiguos musulmanes, así como de la posibilidad de integración religiosa de niños y mujeres, los sucesivos decretos de expulsión permitieron la permanencia de aquellos moriscos cuya sincera conversión estaba probada, así como la de los niños menores de cuatro años y sus padres, si éstos quisieran, de los niños menores de seis años hijos de cristiano viejo y morisca, así como sus ascendientes, e igualmente los hijos de cristiana vieja y morisco, aunque en este caso el padre debía ser expulsado. Habría que añadir a todo esto que, en muchas ciudades y localidades, protegidos por alcaldes, señores e incluso obispos, muchos moriscos fueron amparados por todos aquéllos unas veces por motivos económicos y salvaguardando a buenos arrendatarios y diligentes trabajadores, y en otras ocasiones sencillamente ayudando a vecinos que, especialmente en tierras de Castilla y en localidades donde su número no era elevado, habían formalizado su conversión al catolicismo desvaneciéndose su cultura musulmana con el paso del tiempo y el roce continuo con las costumbres y tradiciones propiamente cristianas. Se llegó incluso a diferenciarse entre moriscos nuevos y “antiguos de la tierra” en alusión, en el primer caso, a aquellos moriscos deportados del reino de Granada que tras la derrota sufrida en las Alpujarras habían sido repartidos por diversas regiones españolas y que, a diferencia de los segundos, conservaban más fresca su cultura islámica. Múltiples informes favorables hacia los “antiguos de la tierra”, así como de buenos cristianos y gentes pacíficas entre la población morisca en general permitieron, junto a las exclusiones de expulsión marcadas en los decretos, tanto en Extremadura como en el resto de Castilla la permanencia de un gran número de moriscos entre la población, incluso en el mismo Hornachos. A pesar de los esfuerzos llevados a cabo por encargados y comisionados para llevar a cabo la total expulsión del pueblo morisco, y de los sucesivos edictos, decretos y prórrogas que exigían el cumplimiento de la misma, finalmente tuvieron que claudicar y acatar la realidad, aceptando la permanencia de un gran número de moriscos en el país, dándose por terminado el proceso de expulsión en 1.614, conformándose las más altas autoridades con intentar que no volviesen a entrar en el país los que ya habían marchado, algo que se producía más habitualmente de lo imaginado y que se recogió en la literatura y la memoria colectiva.





Arriba: junto a la estrella de ocho puntas cercenada que aparece en el ángulo inferior izquierdo del cuadrado compositivo que encierra la rueda superior, se conserva la cerradura de la puerta en cuestión, rematada por un repujado metálico posiblemente elaborado por un experimentado artesano mudéjar, sino el mismo carpintero que dio forma a tan bella joya artística.


Si bien un gran número de moriscos sortearon los decretos de expulsión, y otros expulsados lograron volver a sus tierras tiempo después, lo que sí se consiguió con el programa de expulsión de todo descendiente musulmán fue el definitivo fin de la práctica y uso de directrices de la cultura islámica en España. Se mantuvieron aquellas costumbres y aspectos depositados,  entrelazados y absorbidos por la cultura cristiana, en respuesta a los muchos siglos de convivencia, más o menos pacífica según la época, entre ambas religiones y culturas dentro de la misma península. Palabras, recetas gastronómicas y medicinales, técnicas arquitectónicas, cultivos y un sinfín de elementos y aspectos relacionados con el día a día se transmitieron de unos vecinos a otros. También en lo relativo al arte se respetaron en muchas ocasiones los productos derivados del mismo, conservados por los cristianos que, sorprendidos por los bellos y exóticos resultados del arte hispano-musulmán, no sólo admiraban las obras ya elaboradas sino que incluso eran mecenas de las mismas y encargaban nuevos productos  a alarifes y albañiles mudéjares, ejecutando éstos bajo la soberanía cristiana y hasta la expulsión de los moriscos del país las obras de tinte musulmán que pasarían a engrosar las listas de fábricas ejecutadas bajo el estilo artístico al que sus productores le dieron su mismo nombre. Iglesias con torres-fachadas de ladrillo y azulejos, palacios con salones rematados con ricos artesonados de madera, o viviendas cuyas ventanas geminadas de arcos polilobulados se abrían a calles y plazas, son más que habituales en aquellas comarcas donde la presencia mudéjar, posteriormente morisca, era abundante, como ocurre, en el caso de Extremadura, principalmente en Tierra de Barros, enclave donde se ubicaba la morisca Hornachos entre cuyos vecinos se contaba con un alto número de albañiles, tal y como se recoge en las crónicas que los exiliados escribieron desde la creada por ellos República de Salé, conservando éstos por siglos una cultura de sabor andalusí que les permitió elaborar en un distinguido mudéjar hornachego bellas obras arquitectónicas y artísticas no sólo en su mismo municipio, sino también en localidades cercanas como Puebla de la Reina, Palomas, Alange, Hinojosa del Valle o incluso Zafra.

A apenas catorce kilómetros de Hornachos fue Puebla de la Reina antiguamente una aldea vinculada y dependiente de la misma, independizándose del pueblo morisco durante el reinado de Isabel I de Castilla, o Isabel la Católica, la cual, agradecida por la hospitalidad recibida por sus vecinos durante una corta estancia en la misma, permitió su independencia, algo que los habitantes de la antigua Puebla de la Jara quisieron perpetuar cambiando la toponimia de aquel lugar por la de Puebla de la Reina. Fue una reina también la que, siglos atrás, en los albores de 1.234, favoreció la nueva fundación de la población, destruida durante la Reconquista. Beatriz de Suabia, esposa de Fernando III el Santo, acompañando a su marido durante el largo asedio que éste puso a la localidad de Hornachos hasta su capitulación, decidió refundar el poblado que ya había existido previamente, creado en el año 995 por los musulmanes cerca de la arruinada atalaya del Castillejo, ubicándolo entre las fortalezas de Alange y Hornachos en el camino que unía Mérida con Córdoba. Perteneciente a la Orden de Santiago, como también lo fuese el municipio hornachego, posiblemente fueran hornachegos los albañiles y arquitectos que levantaron y erigieron la parroquia de aquel lugar, dedicada ésta a la aclamada mártir de la cercana Mérida, llamada Santa Eulalia, o Santa Olalla en gallego, respondiendo el monumento bajo este segundo nombre, también aceptado por la lengua castellana. Recoge el edificio las más habituales soluciones arquitectónicas y decoraciones propiamente mudéjares y habituales entre las obras de tal estilo en tierras pacenses, construida a comienzos del siglo XVI con una soberbia torre-fachada a sus pies, donde se abre una de las tres puertas que da acceso al edificio, muros de ladrillo y mampostería, cabecera de planta cuadrada y arcos ciegos y polilobulados embelleciendo el exterior de su campanario, circundado éste por una larga serie de almenas escalonadas que se expanden por los laterales del templo.



Arriba: la torre-fachada erigida a los pies de la Parroquia de Puebla de la Reina se presenta en su robustez como uno de los mejores y más bellos ejemplos de torres-fachadas de la región, ornamentada al más puro estilo mudéjar pacense, con arquillos ciegos así como polilobulados, azulejería y ladrillo aplantillado, almenas escalonadas como crestería de la misma, e incluso una vistosa estrella de ocho puntas coronando la portada principal del templo.

Abajo: vista general de la Parroquia de Santa Olalla de Puebla de la Reina, desde su lado del evangelio, considerada una de las más bellas e importantes muestras del estilo mudéjar de la región, así como vestigio histórico de un pasado donde el mundo mudéjar y morisco supo pervivir en la comarca, enriqueciendo la cultura de la zona y el patrimonio de Extremadura.




La labor mudéjar, sin embargo, no se destinó únicamente a la fábrica de la parroquia ni se englobó solamente en lo referente a la arquitectura del mismo. Existe, por el contrario, una puerta en madera de una sola hoja que, creada y diseñada bajo el estilo mudéjar, se conserva en el interior de la iglesia, encargada como cierre de una estancia abierta en la zona media del muro del evangelio, donde aún sirve a su propósito mostrando la bella manufactura con que los artistas mudéjares dotaron a la misma a finales del siglo XV, o bien a comienzos del siglo XVI, coincidiendo temporalmente con la construcción del templo. Vetada a los musulmanes por motivos religiosos la representación de figuras humanas y animales, para prevenir así la idolatría de los fieles, los artistas islámicos, así como los mudéjares, supieron encontrar la inspiración en la caligrafía y en la geometría como sustitutas para lograr una bella y trabajada ornamentación en sus obras, derivando muchas veces el dibujo geométrico en una rica lacería de bandas entrelazadas nacidas de los bordes de las figuras matemáticas a representar, ornamentación ataujerada con la que se pretendía, en el caso de las obras realizadas en madera, ocultar su estructura original, tal y como se consiguió en el ejemplo de Puebla de la Reina. De madera en su color original, la puerta mudéjar de la Parroquia de Santa Olalla ofrece al espectador un equilibrado esquema de rueda completa de doce lazos, repetido en tres ocasiones a lo largo del cuerpo de la portada, encerrando estrellas de doce puntas en el interior de las ruedas, con seis estrellas de ocho picos ubicadas en los ángulos de los tres cuadrados que sustentan la composición, a falta de las dos superiores que no tuvieron cabida en el panel. Junto a una de ellas, concretamente aquélla izquierda que hace esquina y unión a la vez entre el primer y segundo cuadrado compositivo, se ubica la cerradura de la puerta, rematada por un repujado metálico posiblemente creado también en los talleres de algún experimentado artesano mudéjar que conseguía sin saberlo de esta manera, al igual que el carpintero que elaboró la puerta o los albañiles y alarifes que erigieron el templo, perpetuar su obra y su estilo artístico con el tiempo, pero también perpetuar la memoria de su presencia en la comarca y en la región hasta nuestros días. Presencia de un pueblo musulmán que supo conservar el sabor de Al-Ándalus incluso después de ser sometidos al poder cristiano, y reflejo a la par de la admiración y tolerancia por parte de los cristianos del arte musulmán, fruto de la convivencia de ambas culturas vecinas que permitió el enriquecimiento de la cultura de nuestro pueblo, escribiendo un nuevo capítulo de la historia de nuestra gente. Cultura e historia que se reflejan en la puerta mudéjar de la Parroquia de Puebla de la Reina, y que la misma sabe recitar desde la mudez de su labrada y ornamentada madera. Es, sin duda, todo un tesoro histórico y una bella joya de las artes plásticas de Extremadura.

martes, 6 de noviembre de 2012

Imagen del mes: Iglesia de Nuestra Señora de Gracia, en Palomas


Iglesia de Nuestra Señora de Gracia al atardecer.
Palomas (Tierra de Barros; Badajoz). Siglos XV-XVI; estilo mudéjar.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Tesoros del camino: gárgolas onanistas de la parroquia de Montehermoso


Arriba: conocidas por los lugareños como los “lobos”, cuenta la parroquia de Montehermoso, dedicada a la Asunción de María, con dieciséis gárgolas en su exterior, cuatro de ellas circundando la torre del monumento y otras doce alrededor de los muros del mismo, seis de las cuales se presentan al espectador en sorprendentes y llamativas actitudes erótico-onanistas.


Cuenta una antigua leyenda oral francesa que en el año 600 de nuestra era, un sacerdote cristiano llamado Romanus era avisado por los habitantes de Ruan para que les ayudase a terminar con la presencia de un sangriento dragón que habitaba en una cueva junto al río Sena, en las proximidades de la ciudad. El dragón, conocido como la Gargouille, destrozaba barcos, acababa con las cosechas e incluso cercenaba vidas humanas, intentando los ruaneses de entonces aplacar la maldad ocasionada por este fabuloso ser con el sacrificio anual de uno de sus vecinos, entregando a la bestia para su consumo habitualmente un criminal. Romanus aceptó el cometido si bien como pago la ciudad y sus habitantes debían para ello convertirse al cristianismo y edificar en el lugar una iglesia católica. Aceptado el trato, el sacerdote se dirigió a la cueva donde residía el dragón con la idea de exhortizarlo, si bien ante la sóla muestra de la cruz la Gargouille se tornó pacífica y, una vez domesticada, el sacerdote la ató y llevó a la ciudad, donde fue quemada. La cabeza y cuello del dragón, sin embargo, habituados a las altas temperaturas de las llamas que salían de las fauces de tal ser, no ardían, por lo que Romanus decidió cortarlos y colocarlos sobre el edificio del ayuntamiento de la localidad, para recordatorio del mal ejecutado por tal bestia pero vencido gracias a la labor cristiana.

Cuando siglos más tarde, durante el siglo XII, es en la misma Francia medieval donde se decide ubicar en las cornisas y tejados de templos y diversos palacios canalones decorados simulando seres grotescos y animales fantásticos cercanos al bestiario del Medievo, todo parece indicar que es esta leyenda y el desenlace de la misma, con la cabeza decapitada del dragón asomando desde uno de los principales edificios de la ciudad, la que conduce a denominar a estos nuevos seres que pueblan los aleros de las iglesias católicas bajo el nombre de gargouilles en lengua francesa, en homenaje a esa primera bestia que, en semejante postura, asomaba desde el tejado del ayuntamiento ruanés. Una diferente versión sin embargo invita a pensar que la palabra castellana gárgola dimanaría de la francesa gargouille, si bien esta vez tomada ésta no de la leyenda draconiana, sino como derivación del verbo francés gargouiller o hacer con la boca un ruido semejante al de un líquido dentro de un tubo, algo parecido a hacer gárgaras, posiblemente adjudicado a este tipo de desagüe por su labor como conductor del agua de lluvia en su intento de expulsarla de los tejados de iglesias y otros monumentos, escupiéndola lejos de los muros a través de la boca labrada en la piedra de la que nacen. Otros estudiosos afirman que en un primer momento recibieron por el contrario el nombre de grifos, en honor a las bestias híbridas propias de la mitología clásica cuyo cuerpo mostraba una parte superior o cabeza de águila, con alas y garras propias de estas aves, unidas a las grupas de un fornido león. Tal nomenclatura inicial permitiría pensar en la relación de las gárgolas no sólo con el bestiario medieval, sino también con los mitos y bestiario clásicos, si bien la aparición de desagües decorados no era nueva en Occidente, con antecedentes en la Antigua Roma, así como en otras civilizaciones clásicas como la griega.



Arriba y abajo: ubicadas en sendas esquinas superiores del muro que compone la portada de la parroquia de Montehermoso, las gárgolas colocadas a los pies del templo muestran un inicial ejemplo del tipo de escultura y temática que abordan una mayoría de las gárgolas que circundan el edificio, apareciendo un ser itifálico sujetando su enorme miembro viril a la derecha de la portada, acompañado de una gárgola en mal estado que, como él, no esconde las pezuñas en que culminan sus piernas, sometidos a una conversión animal a raíz de sus pecados y faltas onanistas.




Una vez rescatada esta tradición por el gótico francés, colocándose las gárgolas iniciales en catedrales como la de Lyon o en Notre-Dame de París, la idea de ubicar canalones decorados simulando seres grotescos y/o demoniacos se expande por toda Europa, a la par que va exportándose desde Francia el estilo artístico que reinará durante la Baja Edad Media. Si ya el origen del término gárgola presenta diversas propuestas, la figuración monstruosa de las mismas sigue siendo motivo de debate y raíz de variadas explicaciones que conjugan fines religiosos con otros de índole más profana. Nadie discute la fabricación de los mismos orientada a escupir o desalojar el agua de los tejados de los edificios lejos de los muros de los mismos, cumpliendo además con finalidades estéticas. Sin embargo una tercera función de las gárgolas como ahuyentadoras mágicas de males no está exenta de controversia. Aunque algunos han querido ver en ellas cierta libertad creadora de los artistas, que pudieron practicar con estas fábricas el tallado que en esculturas del interior de la iglesia debía ser temáticamente vigilado y de acabado prácticamente perfecto, basándose quizás en supuestos y extraños animales exóticos y desconocidos cuyos fósiles aparecían de manera casual y que siglos después serían conocidos como dinosaurios, son muchos los estudiosos que creen ver en estas esculturas la representación de seres cuyo acometido sería, ayudados por su fealdad y monstruosidad, alejar los males que acechan los templos. Otros eruditos, por el contrario, proponen que las mismas podrían responder, tal como lo hicieron los capiteles decorados durante el Románico, a la idea de educar a un público contemporáneo ampliamente analfabeto al que instruir sobre diversos temas a través de las imágenes y seres que decoraban las iglesias. Sin embargo la originalidad de cada una de las gárgolas y prácticamente inexistente repetición de modelos en las mismas, así como la presencia de gárgolas en edificios no religiosos, haría descartar esta teoría pedagógica, apareciendo otra similar y moralizante de mayor peso que mostraría a las gárgolas como representaciones de demonios, vicios o seres pecadores que por su mal obrar no pudieron acceder al mundo celestial, aguardando junto a la Casa de Dios la llegada de su perdón advirtiendo a los espectadores de las consecuencias de sus faltas y de la desviación o alejamiento de la doctrina cristiana.

La posterior aparición de gárgolas antropomorfas junto a otras tallas de figuración zoomórfica, representando animales propios del bestiario medieval y cuyo simbolismo moralizante y negativo en la mayoría de los casos era ampliamente conocido, sumadas a las polimórficas representaciones de seres híbridos o resultantes de la conjugación de diversas bestias vistas tradicionalmente como representaciones de lo maligno, apoyarían esta última idea o función moralista de las gárgolas. Estaríamos ante humanos cuyos pecados han llevado a convertirlos en horribles seres, ante animales que encarnan los pecados o el mal, o bien ante demonios de múltiples formas y fealdad sin par, miembros de las legiones de Lucifer el cual, junto a sus seguidores y tras ser expulsado de los Cielos por su soberbia y enfrentamiento con Dios, cayó a los infiernos transformándose su inigualable belleza o monstruosidad, y la razón y orden divino en caos y descontrol representado a través de la variedad de formas y múltiple naturaleza de las mismas. Seres malignos de los que huir y ante los que temer, vigilando las variadas maneras que tiene Satán para presentarse ante los humanos, disfrazado hábilmente de infinitas maneras para tentarnos y caer en pecados que nos alejarían del Señor y del descanso eterno de nuestras almas.




Arriba: vista general del muro de la epístola o derecho de la Iglesia de la Asunción, enclave donde mayor número de gárgolas eróticas se concentran, con tres de sus cuatro esculturas iniciales entregadas a placeres carnales, dos de ellas mostrando sesiones eternas de autocomplacencia.


Uno de los pecados más temidos  por la Iglesia, y por ello más representado a lo largo de la Edad Media, sería la lujuria, falta capital origen de otros muchos males cuya raíz residiría en un deseo sexual irrefrenable y descontrolado que llevaría a los humanos a perder el control de sí mismos, y con ello alejarse del orden instituido por Dios y de Dios mismo, derivando en actos calificados como viles y despreciables por la Iglesia Católica como el adulterio o la prostitución, incluidas las violaciones, o bien acercándonos a otros pecados igualmente maldecidos y castigados por Yahvé a lo largo del Antiguo Testamento, como la masturbación, las prácticas homosexuales, el incesto o la zoofilia. En su intento moralizante y doctrinal por mostrar las consecuencias terribles para el alma dimanantes de la práctica de cualquiera de las variedades pecaminosas en que deriva la lujuria, la Iglesia Católica implanta una serie de iconos a reflejar a lo largo del Medievo con los que establecer su postura frente a las relaciones sexuales y sus variantes fuera de la simple búsqueda de la procreación humana, iconos que, por otro lado, enlazarían con las representaciones eróticas previas a la llegada del cristianismo, escribiendo un capítulo más del arte erótico a lo largo de la historia del ser humano. Algunos autores, inclusive, ven relación directa entre el denominado arte erótico medieval y el arte erótico pagano de edades clásicas y etapas históricas previas, pudiéndose inspirar las representaciones fálicas datadas en los años de la Alta Edad Media en el abundante material artístico y simbólico que basado en tal miembro viril encontraban entre las ruinas de la previa civilización romana, o en el caso de la representación genital femenina, pudiera entroncar su iconografía medieval con las representaciones que de la diosa pagana de la fertilidad Sheela na Gig heredaron los descendientes del mundo celta.

Múltiples capiteles y relieves ejecutados a lo largo de toda Europa y bajo la señal del Románico nos hablan de la lujuria, con representaciones tanto del pecado en sí o de las relaciones sexuales fruto de la misma, como de los castigos a los que su acometido conduce. Figuras masculinas y femeninas mostrando sin pudor sus genitales, hombres practicando el onanismo o la autofelación, así como parejas entregadas a diversas prácticas sexuales o animales  copulando tienen amplia cabida en los  canecillos exteriores y capiteles de numerosas iglesias y ermitas románicas, destacando de entre los templos europeos erigidos en la época las representaciones que pueblan diversos edificios religiosos del triángulo inscrito entre Cantabria, Palencia y Burgos, al Norte de la Península Ibérica, encontrando en la Colegiata cántabra de San Pedro de Cervatos los considerados mejores ejemplos del arte erótico románico español, luciendo bajo sus cornisas todo un compendio de representaciones fálicas y escenas eróticas de diversa temática y claridad tal que llegó a barajarse en un pasado su posible origen como templo pagano dedicado al fértil y genitalmente poderoso dios Príapo.



Arriba y abajo: las cuatro gárgolas que anidan en la cornisa del lado de la epístola presentan actitudes eróticas poco ambiguas, cuyo mejor ejemplo residiría en la escultura antropomorfa de género femenino que, junto a la esquina que une esta pared con la portada de la iglesia, se lleva las manos a su sexo (arriba), seguida por otra fémina que se acaricia sus senos así como de una figura varonil que se entrega sin pudor al “pecado de Onán”, antecedido por una gárgola semidestruida que bien pudiera guardar similitudes con la segunda escultura y vecina suya.






Aunque algunos estudiosos plantean la posibilidad de que tal abundancia de representaciones sexuales y escenas eróticas a lo largo de los siglos en que predominó el Románico bien pudiera responder a una cierta liberalidad en la mentalidad de la época, heredera del mundo clásico, o incluso como campaña propagandística de la procreación dentro de una sociedad en que la mortandad infantil y las defunciones provocadas por epidemias, hambrunas y guerras era altísima, la idea de plantear su origen con fines moralizantes persiguiendo la censura de tales actos considerados pecaminosos por la Iglesia es la que parece triunfar, y la que posiblemente heredaron las creaciones góticas que continuaron semejante labor doctrinal entre cuyas obras de arte fabricadas siguiendo este fin podrían encuadrarse diversas gárgolas ubicadas en las iglesias europeas durante los últimos siglos de la Edad Media, enlazando en muchos casos lo grotesco de sus facciones con lo grosero de los actos que parecen practicar, despuntando ejemplos como la gárgola que, desde los tejados de la Catedral de Nuestra Señora de Friburgo de Brisgovia (Alemania), expulsa el agua no por la boca, sino de manera escatológica, o la escultura de género femenino que se lleva las manos a los senos desnudos en la Catedral de la Asunción valenciana.

Tal y como sucediera entre los canecillos románicos dedicados a escenas eróticas o a temas sexuales de diverso índole, y fuera cual fuese su origen y función, también entre las gárgolas góticas despuntaron las representaciones onanistas o de masturbación, tanto las ejercidas por féminas que deciden autocomplacerse como principalmente aquéllas representaciones de varones o seres de género masculino que ejercen el que por aquel entonces comenzó a denominarse como “pecado de Onán”, en referencia al personaje bíblico de tal nombre que, tal y como indica el libro del Génesis, en su Capítulo 38, Versículos 8-10, decidió no procrear con la viuda de su hermano, eyaculando tras copular fuera del cuerpo de su cuñada, consiguiendo su propósito pero también la ira del Señor, según algunos por poco considerado con la viuda impidiéndole tener descendencia, faltando además ante las leyes divinas, o según la mayoría por derramar al suelo su semilla espérmica. Diversas gárgolas de entre las 28 que coronan la Lonja de la Seda o de los Mercaderes de Valencia, muchas de ellas simbolizando la lujuria y ocupadas en acciones de tipo sexual, se entregan al onanismo como también lo hace la gárgola que, en la esquina superior izquierda del edificio, nos mira mientras se masturba en la fachada del Palacio de la Isla de Cáceres. Pero si bien las gárgolas onanistas que suelen aparecer ejercitando el “pecado de Onán” figuran unas veces acompañadas de otros seres pecadores o lujuriosos, no siempre encuentran la compañía cercana de otras gárgolas entregadas a tan claros actos de autocomplacencia sexual, exceptuándose sin embargo el ejemplo que encontramos circundando las cornisas de la parroquia de la localidad de Montehermoso donde, por el contrario, vemos hasta cinco gárgolas que pudiéramos clasificar temáticamente como onanistas, a las que sumaríamos otra erótica y dos más dañadas que bien pudieran añadirse al grupo, junto a otras nueve que coronan los tejados del templo, todas ellas de simbología dudosa pero en las que pudiera adivinarse cierta relación en una mayoría con temas pecaminosos o al menos algo ambiguos desde un punto de vista sexual, y que pudieran recordarnos a ciertos relieves del Románico erótico castellano, en los que se pudieron inspirar.



Arriba y abajo: coronan la cabecera del templo montehermoseño tres gárgolas de tosco tallado entre las que despuntan las dos más cercanas al lado de la epístola, en claras actitudes femenino-masturbatorias.





La Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, ubicada en pleno casco histórico montehermoseño, comenzó a erigirse durante el siglo XVI como sustitución de la parroquia que en el mismo lugar había servido de templo religioso del pueblo desde su fundación como aldea dependiente de Galisteo, tras la Reconquista de estos parajes a comienzos del siglo XIII y siguiendo las directrices de repoblación impulsadas por Alfonso IX de León. Mientras que los muros y materiales de la anterior iglesia eran reaprovechados en pro de la edificación del monumento actual, la nueva parroquia iba tomando forma siguiendo los modelos del denominado como gótico extremeño tradicional, estilo que muestran muchos de los templos de nuestra región que, edificados  a finales del siglo XV y principalmente durante el siglo XVI, en los albores de la Edad Moderna, conservaban las técnicas y soluciones arquitectónicas propias del Gótico más básico, en unas tierras donde el arte renacentista tardaba en llegar y cuyo atraso económico y cultural empezaba a dar muestras de su presencia. Finalizada al parecer entre 1.546 y 1.569, a juzgar por el escudo del que por entonces fuese señor de Galisteo, don Pedro Manrique de Lara y Luna, conservado tras el retablo mayor que decora la cabecera del edificio, la torre se levantó pocos años después, entre 1.560 y 1.575, bajo las dirección del vecino de Brozas Juan Bravo.

Siguiendo los esquemas arquitectónicos de un sencillo gótico rural, la parroquia de Montehermoso se coronó con dieciséis gárgolas en su exterior, doce de ellas repartidas por sus muros laterales, portada y cabecero, culminando el cuarteto restante las cuatro correspondientes esquinas de la torre-campanario del monumento. Conocidas como los “lobos” por los habitantes de la localidad, las gárgolas montehermoseñas, como en el resto de templos góticos europeos, muestran una caracterización individualizada en cada una de las esculturas, presentando diversos seres, en su mayoría antropomorfos con ciertos detalles zoomorfos, singularizados y no repetidos a lo largo de las cornisas de la iglesia. Sí se repiten, sin embargo, las poses o actitudes de algunas de ellas, entregadas a actos erótico-onanistas tanto masculinos como femeninos, reunidas éstas principalmente sobre el muro de la epístola de la parroquia, así como en la portada y cabecera del templo, englobándose en su totalidad en la que sería la mitad derecha del monumento. Es la gárgola derecha de la portada, de las dos que en este lado de la iglesia decoran la entrada principal al inmueble, la que se presenta al espectador al llegar ante el edificio sujetando o acariciando gratificantemente con sus manos un enorme falo que, a juzgar por las muecas placenteras que parece querer reflejar el rostro de la gárgola, premia a su portador con amplio goce carnal. Pudiera confundirse el falo con un rabo, o incluso con el palo de alguna escoba que brujilmente sujetase el sujeto. En todo caso sus actos pecaminosos, onanistas o no, serían los que conllevarían la aparición de pezuñas en vez de pies al final de las piernas del sujeto y como instrumento de sujeción de este individuo al muro, en clara alusión a su conversión en animal y condenación pecaminosa fruto de sus faltas y desviación de la doctrina cristiana. La gárgola izquierda, por otro lado, se encuentra en mal estado de conservación, aunque la idéntica figuración de pezuñas por pies y una controvertida pose en que pudieran adivinarse las manos tentando los pechos de este individuo, permitiría atribuir semejanzas entre ambas gárgolas de los pies del inmueble, así como parecidos entre esta última con otras gárgolas femeninas de corte erótico ubicadas en el lado de la epístola de la iglesia montehermoseña.
 



Arriba y abajo: las gárgolas del lado del evangelio, a las que se sumaría la tercera gárgola de la cabecera y más cercana a este muro izquierdo del templo, sin estar entregadas a actos onanistas ni presentar una simbología erótica clara, sí podrían tener relación tanto entre sí como con la temática pecaminosa y función moralizante general, barajándose la posibilidad de responder sus cuatro esculturas a una lectura en que cada una de ellas mostraría un capítulo describiendo la conversión de los humanos en animales a través del pecado, encabezando la narración la primera de las gárgolas, figurándose un ser humano relativamente andrógino sin más, al que seguiría un ser de cuya zona baja del torso surge la faz de un ente barbado, posible simbología demoniaca que se acopla a la parte de su anatomía más débil y apta para caer en la tentación, y cuya lascivia y lejanía de Dios ha permitido su conversión en animal, masculino en la tercera gárgola o posiblemente femenino en la cuarta.







Cuatro son las gárgolas que, en el muro de la epístola, decoran la cornisa de esta pared. Una de ellas, la tercera a contar si partimos del ángulo que une este lateral con los pies del inmueble, ha llegado a nuestros días semidestruida y por ello difícil de analizar, aunque, como en el caso de la gárgola izquierda de la portada igualmente en mal estado, pudieran adivinarse ciertas semejanzas en su diseño con las de otras gárgolas cercanas a ellas y vecinas del mismo muro. Las tres gárgolas restantes, dos de género femenino y una masculina, se entregan a actos eróticos y placenteros, onanista la primera y más cercana a la portada, de abultados pechos y frotándose con las manos sus genitales, así como acariciándose los senos la gárgola siguiente, que no cae sin embargo en faltas de masturbación. La escultura que precede a la cabecera de la iglesia, por su lado, muestra sus órganos reproductores externos masculinos manifestando claramente su género, llevándose la mano derecha hacia su erecto pene mientras dirige la izquierda hacia su abierta boca, en una faz de rasgos toscos derivados de la torpe fábrica con que la dotó el artista cantero, o bien intencionadamente creada así por el mismo en un intento de mostrar la simpleza de este pecaminoso ser, y su lenta conversión en bestia cubierto de fealdad y, como en los ejemplos de la portada, derivando en un animal. Similar tosquedad muestran las gárgolas restantes, de las cuales aquellas dos contiguas a ésta, ubicadas en la cabecera del templo, aparecen nuevamente en poses onanistas frotándose ambas sus vulvas mientras que con sus fauces abiertas dan muestra del grato placer que obtienen con semejantes actos masturbatorios.

Las gárgolas del muro del evangelio, junto a la tercera escultura que termina de bordear la cabecera del edificio y más cercana a esta pared del inmueble, a diferencia de sus compañeras ubicadas en el lado paralelo no se muestran en actitudes plenamente eróticas, ni mucho menos en actos onanistas, si bien mantienen un tallado semejante que permiten vincularlas a la misma mano creadora, con poses ambiguas o resultados de simbología dudosa. Una lectura alternativa de las mismas bien podría ver en ellas el resultado o conversión de una figura humana en animal, tras caer en el pecado, cuyos actos o faltas pasarían a ser mostrados en los ejemplos del otro lado de la parroquia, ya descritos. Así, una primera gárgola, la más cercana en el muro izquierdo o del evangelio a la portada y, en el caso de la parroquia montehermoseña, junto a la torre-campanario del templo, nos mostraría a un ser antropomorfo sencillo, con la boca abierta y las manos llevadas a la misma, cumpliendo su función como desagüe de los tejados del lugar. La siguiente fábrica, sin embargo, pudiera mostrarnos el desarrollo de la conversión del ser inicial, apareciendo ante el espectador una figura semejante a la anterior, pero con la característica curiosa de portar sobre su torso y partes bajas el rostro de una criatura masculina de la que caen pobladas barbas, figuración habitual de demonios o de razas infieles, musulmanes o judíos, que encarnarían el mal y/o el pecado, en este caso orientado hacia la zona genital o parte baja del tronco, enclave de la fisonomía humana más propenso según la ideología de la época a caer en el pecado. En un tercer lugar y como tercera fase de la conversión, una escultura zoomorfa, posiblemente un oso o animal ampliamente velludo, muestra sus genitales masculinos sin esconder el principio de una erección. Una última gárgola, ya en la cabecera y carente de brazos, bien por decisión del artista cantero o por pérdida ejecutada por el paso o inclemencias del tiempo, muestra semejanza con la anterior e igualmente presenta ciertas características zoomórficas, adivinándose entre sus patas lo que pudiera ser por el contrario una vulva femenina. Hombre y mujer que, pecaminosos y tentados por el mal, se han convertido en animales, ahora entregados a faltas onanistas y goces eróticos que, lejos de acercarles a Dios, los aleja de Él y los mantiene fuera de la Casa del Señor.



Arriba y abajo: mantienen muchos estudiosos la teoría que presenta a las cuatro gárgolas que bordean la torre-campanario del monumento como representación del tetramorfos o simbología de los cuatro Santos evangelistas, capitaneados por el ángel de San Mateo, y seguidos por el león de San Marcos, el buey de San Lucas y el águila de San Juan Evangelista, si bien la extraña constitución del supuesto ser celestial que representaría al patrón de la banca, y la ambivalencia simbólica del león y del buey dentro del bestiario medieval, plantean dudas sobre su relación santoral, abriendo las puertas a una posible vinculación con el resto de gárgolas y su función moralizante.






Las cuatro últimas gárgolas, colocadas en las esquinas correspondientes de la torre-campanario del templo montehermoseño, han sido clasificadas por muchos autores como representación del tetramorfos o de los cuatro símbolos de los Santos Evangelistas canónicos, contando con un águila como representación de San Juan Evangelista, un buey como símbolo de San Lucas, un toro como emblema de San Marcos y un ángel identificando a San Mateo, si bien estas cuatro esculturas, como sus compañeras, no carecen igualmente de ambigüedad, reflejada ésta principalmente en la gárgola que debería simbolizar a San Mateo como ángel, apareciendo por el contrario un extraño ser que, lejos de parecer celestial, guarda cierta similitud en la fábrica y en los extraños gestos con el resto de gárgolas que circundan la iglesia por debajo de las mismas. Si tenemos además en consideración que durante el Medievo tanto el león como el buey eran por igual símbolos positivos y negativos, pudieran estar estas cuatro gárgolas orientadas también a la supuesta labor moralizante que encierran las demás, encarnando figuraciones malignas y simbología pecaminosa. Escapa de tal ambivalencia sin embargo el águila, bestia de marcado carácter positivo que pondría en cuestión esta teoría acercándonos a la que presenta estas esculturas cercanas al tetramorfos, no impidiendo por ello que también surjan dudas sobre la relación entre la simbología evangelista con las gárgolas erótico-onanistas, sin llegar a aclarar tampoco los motivos que llevaron a los artistas que crearon este monumento a decorarlo con tan curiosa serie de gárgolas. Lo que sí es seguro es que las esculturas montehermoseñas despuntan dentro del arte erótico del Gótico español, así como dentro del patrimonio histórico-artístico montehermoseño y extremeño, ofreciéndose al espectador que las observa encaramadas en sus cornisas como todo un tesoro en el camino.