Arriba: tallada a finales del siglo XV, o bien a comienzos del XVI, coincidiendo con la construcción de la Parroquia de Santa Olalla así como con la conversión de los mudéjares en moriscos, la puerta mudéjar del templo jareño conserva las pautas decorativas propias de su estilo artístico así como el sabor musulmán con que la dotaron los mudéjares que la tallaron, admirado por aquellos cristianos que quisieron encargarla para el interior del templo católico, conservándose como clara referencia a la tolerancia que, pese a la xenofobia e intentos de conversión ejercidos por las autoridades, muchos cristianos mantenían con sus vecinos.
El nueve de diciembre de 1.609 es una fecha clave en la historia de la localidad pacense de Hornachos y, por ende, en la historia de la región extremeña. Tal día de principios del siglo XVII se firmaba, aunque su publicación se demoró hasta enero de 1.610, la segunda fase del proyecto de expulsión de los moriscos de los reinos de España, empresa llevada a cabo durante el reinado de Felipe III y que comenzaba varios meses antes, concretamente el nueve de abril de 1.609, con la firma por parte del Duque de Lerma, valido del monarca hispano, de la primera de las cuatro etapas en que se dividiría la expulsión morisca, orientada en esa fase inicial al exilio de los descendientes de antiguos musulmanes españoles residentes en el reino de Valencia, en cuyos territorios la presencia morisca era mucho más elevada que en otras zonas peninsulares.
Estaba la segunda etapa, por su parte, destinada a la deportación de aquellos moriscos del Sur peninsular, siguiente territorio del listado en cuanto a enclaves que mayor porcentaje de población morisca acogían, englobando a andaluces y murcianos. Sin embargo se quiso incluir en esta fase y con este grupo excepcionalmente a los moriscos de Hornachos, población pacense conocida por aquel entonces por contar con casi la totalidad de sus vecinos de origen morisco, en tal cifra que alcanzaban prácticamente la mitad del número de moriscos asentados en Extremadura, elevándose su población de ascendencia islámica a más de 4.000 habitantes en una de las localidades más populosas por aquel entonces de la región, manteniendo éstos una profunda cultura mahometana en vigor, e incluso presentando un fuerte sentido de identidad y hermandad entre los conciudadanos del mismo municipio. Se postergaba la diáspora del resto de moriscos extremeños, junto a manchegos y castellanos, para la cuarta fase del proyecto de expulsión, publicada en julio de 1.610 tras presentarse poco antes una tercera fase orientada a los moriscos de Aragón y Cataluña, en mayo de aquel mismo año. Teniendo en cuenta que la paulatina publicación de las diversas fases de ejecución en que se dividió el proyecto de expulsión morisca respondía a un programa con el que se pretendía conseguir de manera pacífica y principalmente controlada el exilio forzoso de una parte de la población española que ya había sabido levantarse contra el poder, como se demostró en la Rebelión de las Alpujarras, expulsando en primer lugar a los moriscos de aquéllos lugares y reinos donde su porcentaje era mayor, para finalizar con aquellos grupos con bajo número de individuos que ya no pudieran ofrecer fuerte resistencia tras ser testigos de la deportación de sus semejantes, el hecho de que la población hornachega se incluyese en un segundo decreto permite vislumbrar y confirmar la posición relevante que tenía este municipio dentro del mundo morisco de aquella época, por delante del resto de moriscos extremeños así como de otros grupos de diversos reinos y regiones.
Arriba: prohibida la representación humana y animal para los mahometanos, los artistas islámicos en general, y los hispano-musulmanes y mudéjares en particular, supieron encontrar un estupendo sustituto para la decoración de sus obras en la geometría, dotando a la puerta puebleña con una elaborada ornamentación ataujerada a base de lacería sobre esquemas de rueda completa de doce lazos que encierran una estrella de doce puntas en su interior, repetida ésta hasta en tres ocasiones a lo largo de la hoja de madera.
Cuando, más de tres siglos y medio atrás, las tierras que hoy en día configuran la región extremeña pasaron a convertirse en un enclave más dentro del mapa de los reinos cristianos medievales, arrebatadas las tierras en combate o por asedio al gobierno musulmán de turno que las regía dentro de la España islámica andalusí, aquellos habitantes de religión musulmana sometidos desde entonces a los nuevos soberanos castellano-leoneses tomaron la nomenclatura generalizada de mudéjares, conservando en muchos casos sus vidas, sus viviendas y propiedades, religión, leyes, usos y costumbres en las mismas localidades donde habían nacido y residido hasta entonces, y de las que provenían sus ascendientes y antepasados. Otro gran número, sin embargo, marchó hacia tierras del Sur, a Sevilla y Córdoba principalmente, ciudades igualmente reconquistadas pero que, a diferencia de las localidades extremeñas de entonces, contaban con mayor número de población en las urbes así como en los campos, con una economía más desarrollada y un porcentaje de mudéjares con quienes compartir cultura y tradiciones mucho más elevado.
Aquéllos mudéjares que permanecieron en Extremadura se concentraron en las mismas localidades que habían tenido relevancia como núcleos poblaciones andalusíes. Ciudades como Badajoz o Cáceres, Mérida, Llerena, Trujillo, Zafra, Alcántara, Jerez de los Caballeros (entonces conocida como Jerez de Badajoz), Medellín o Valencia de Alcántara entre otras, contaban con centenares de vecinos musulmanes. Se daba también concentración de los mismos en núcleos rurales donde la presencia musulmana tiempo atrás había sido destacada, impulsada en muchos casos por la seguridad y salvaguarda que ofrecía una cercana fortaleza, así como potenciada por la existencia de abundantes fuentes que propiciaran el cultivo de regadío tan valorado por los habitantes andalusíes. Es el caso, entre otros, del municipio de Almoharín, cercano al castillo de Montánchez y rodeado de arroyos que permiten el amplio cultivo, aún hoy en uso, de la higuera. Sin embargo destacó de entre todos los núcleos rurales de la región en cuanto a conservación de población mudéjar entre sus vecinos la localidad de Hornachos, construida bajo el abrigo de un poderoso castillo en las faldas de la Sierra Grande de Hornachos, donde las abundantes fuentes surten constantemente de agua al municipio, y cuya orografía permite la existencia de una particular climatología en la zona, muy propicia para el regadío y el cultivo de huertas y vergeles. No se conocen en lo referente a la reconquista de Hornachos los puntos reflejados en su carta de rendición frente a las tropas cristianas, que tomaron la urbe hornachega tras un largo asedio pero una pacífica sumisión. Posiblemente una sensata negociación y una honrosa capitulación por parte de los musulmanes fue la que propició que la mayor parte de su población, aún reconociendo a los nuevos monarcas, permaneciese viviendo en el municipio, favoreciendo la presencia mudéjar en la comarca y la formación de la fuerte hermandad morisca que tras la expulsión de los mismos de España pasó de manera destacada a la historia a través de la República de Salé.
Arriba y abajo: ruedas completas de doce lazos ubicadas en el centro y parte baja de la puerta interior del templo de Puebla de la Reina, encerradas en cuadrados de cuyos ángulos de unión surten estrellas de ocho puntas, cercenadas en sus lados para poder acoplarlas al enmarcado de la hoja.
Tras los altercados que, en 1.499, protagonizaron los mudéjares granadinos frente al poder local, increpados por la política intolerante y xenófoba del Cardenal Cisneros, se decretó en 1.502 y como ya se hiciese diez años antes con los sefardíes, también auspiciada la orden por semejante personaje religioso, la expulsión de los mudéjares de los reinos de Castilla a través de la denominada Pragmática de conversión forzosa de 14 de febrero de 1.502, para lo cual se les dio a elegir primeramente entre conservar su fe y exiliarse, o permanecer en el país una vez sometidos al cristianismo, abrazado a través del Bautismo. Apenas varios días después una nueva Pragmática, la del 17 de febrero de 1.502, prohibía a los mudéjares abandonar el país, por lo que prácticamente la totalidad de la población musulmana aceptó forzosamente la norma y permaneció en España como católicos o cristianos nuevos, como ya hicieran igualmente los judeo-conversos, denominándose a los mismos como moriscos. Sin embargo, y al contrario de lo ocurrido con los sefardíes convertidos, los moriscos conservaron fuertemente su cultura islámica, más aún en aquellas poblaciones donde su porcentaje era elevado. Como en el caso de los hebreos su conversión fue estrechamente vigilada por la Inquisición española, pero por el contrario no sufrieron el mismo acoso que los primeros, algo que permitió que los moriscos no difuminaran sus orígenes como sí hicieran los antiguos sefardíes, ni encauzaran como éstos sus costumbres dentro de las cristianas. Por el contrario, un alto porcentaje de la población morisca mantuvo su religión mahometana menos que más en secreto, siguió practicando la normativa de su fe, realidad que el Santo Oficio aprovechó no para combatirlos, sino para sacar grandes ventajas económicas de la misma, ayudándose de las continuas y altas multas sometidas a los nuevos cristianos por sus faltas religiosas y desviaciones de la doctrina católica. Por su lado los cristianos viejos comenzaron a mirar con celo y alta envidia, especialmente tras el empobrecimiento que comenzó a sufrir el país una vez agotadas las minas de metales preciosos de América, a unos vecinos que, además de asimilar relajadamente las costumbres cristianas, mantenían un cómodo estatus económico obtenido por la diligencia de sus trabajos. Si a esta situación le sumamos el rumor que, principalmente por zonas costeras mediterráneas, corría en base a la supuesta ayuda que los piratas y corsarios turcos, bereberes, tunecinos y argelinos recibían por parte de los moriscos en sus escaramuzas a las costas andaluzas y levantinas, obtenemos un clima bastante generalizado de temor y odio hacia los moriscos en general, más elevado cuanto mayor era el porcentaje de la población morisca que habitaba la zona.
Bien por motivos religiosos, bien como respuesta política dentro de la salvaguarda de la seguridad nacional ante los temores a nuevos levantamientos o ayudas a los enemigos turcos y bereberes, bien como respuesta ante la frustración obtenida frente al fracaso del aplastamiento del protestantismo en Europa, o sencillamente siguiendo las pautas xenófobas que más de un sigo atrás habían instaurado los Reyes Católicos, en 1.609 comenzaba una nueva y última fase dentro del programa de total uniformidad religiosa en los reinos de España, orientada esta vez hacia los moriscos. No fue ésta sin embargo tan drástica como la ejecutada contra el pueblo hebreo. Por el contrario, y siendo conscientes de la sincera conversión de muchos descendientes de antiguos musulmanes, así como de la posibilidad de integración religiosa de niños y mujeres, los sucesivos decretos de expulsión permitieron la permanencia de aquellos moriscos cuya sincera conversión estaba probada, así como la de los niños menores de cuatro años y sus padres, si éstos quisieran, de los niños menores de seis años hijos de cristiano viejo y morisca, así como sus ascendientes, e igualmente los hijos de cristiana vieja y morisco, aunque en este caso el padre debía ser expulsado. Habría que añadir a todo esto que, en muchas ciudades y localidades, protegidos por alcaldes, señores e incluso obispos, muchos moriscos fueron amparados por todos aquéllos unas veces por motivos económicos y salvaguardando a buenos arrendatarios y diligentes trabajadores, y en otras ocasiones sencillamente ayudando a vecinos que, especialmente en tierras de Castilla y en localidades donde su número no era elevado, habían formalizado su conversión al catolicismo desvaneciéndose su cultura musulmana con el paso del tiempo y el roce continuo con las costumbres y tradiciones propiamente cristianas. Se llegó incluso a diferenciarse entre moriscos nuevos y “antiguos de la tierra” en alusión, en el primer caso, a aquellos moriscos deportados del reino de Granada que tras la derrota sufrida en las Alpujarras habían sido repartidos por diversas regiones españolas y que, a diferencia de los segundos, conservaban más fresca su cultura islámica. Múltiples informes favorables hacia los “antiguos de la tierra”, así como de buenos cristianos y gentes pacíficas entre la población morisca en general permitieron, junto a las exclusiones de expulsión marcadas en los decretos, tanto en Extremadura como en el resto de Castilla la permanencia de un gran número de moriscos entre la población, incluso en el mismo Hornachos. A pesar de los esfuerzos llevados a cabo por encargados y comisionados para llevar a cabo la total expulsión del pueblo morisco, y de los sucesivos edictos, decretos y prórrogas que exigían el cumplimiento de la misma, finalmente tuvieron que claudicar y acatar la realidad, aceptando la permanencia de un gran número de moriscos en el país, dándose por terminado el proceso de expulsión en 1.614, conformándose las más altas autoridades con intentar que no volviesen a entrar en el país los que ya habían marchado, algo que se producía más habitualmente de lo imaginado y que se recogió en la literatura y la memoria colectiva.
Arriba: junto a la estrella de ocho puntas cercenada que aparece en el ángulo inferior izquierdo del cuadrado compositivo que encierra la rueda superior, se conserva la cerradura de la puerta en cuestión, rematada por un repujado metálico posiblemente elaborado por un experimentado artesano mudéjar, sino el mismo carpintero que dio forma a tan bella joya artística.
Si bien un gran número de moriscos sortearon los decretos de expulsión, y otros expulsados lograron volver a sus tierras tiempo después, lo que sí se consiguió con el programa de expulsión de todo descendiente musulmán fue el definitivo fin de la práctica y uso de directrices de la cultura islámica en España. Se mantuvieron aquellas costumbres y aspectos depositados, entrelazados y absorbidos por la cultura cristiana, en respuesta a los muchos siglos de convivencia, más o menos pacífica según la época, entre ambas religiones y culturas dentro de la misma península. Palabras, recetas gastronómicas y medicinales, técnicas arquitectónicas, cultivos y un sinfín de elementos y aspectos relacionados con el día a día se transmitieron de unos vecinos a otros. También en lo relativo al arte se respetaron en muchas ocasiones los productos derivados del mismo, conservados por los cristianos que, sorprendidos por los bellos y exóticos resultados del arte hispano-musulmán, no sólo admiraban las obras ya elaboradas sino que incluso eran mecenas de las mismas y encargaban nuevos productos a alarifes y albañiles mudéjares, ejecutando éstos bajo la soberanía cristiana y hasta la expulsión de los moriscos del país las obras de tinte musulmán que pasarían a engrosar las listas de fábricas ejecutadas bajo el estilo artístico al que sus productores le dieron su mismo nombre. Iglesias con torres-fachadas de ladrillo y azulejos, palacios con salones rematados con ricos artesonados de madera, o viviendas cuyas ventanas geminadas de arcos polilobulados se abrían a calles y plazas, son más que habituales en aquellas comarcas donde la presencia mudéjar, posteriormente morisca, era abundante, como ocurre, en el caso de Extremadura, principalmente en Tierra de Barros, enclave donde se ubicaba la morisca Hornachos entre cuyos vecinos se contaba con un alto número de albañiles, tal y como se recoge en las crónicas que los exiliados escribieron desde la creada por ellos República de Salé, conservando éstos por siglos una cultura de sabor andalusí que les permitió elaborar en un distinguido mudéjar hornachego bellas obras arquitectónicas y artísticas no sólo en su mismo municipio, sino también en localidades cercanas como Puebla de la Reina, Palomas, Alange, Hinojosa del Valle o incluso Zafra.
A apenas catorce kilómetros de Hornachos fue Puebla de la Reina antiguamente una aldea vinculada y dependiente de la misma, independizándose del pueblo morisco durante el reinado de Isabel I de Castilla, o Isabel la Católica, la cual, agradecida por la hospitalidad recibida por sus vecinos durante una corta estancia en la misma, permitió su independencia, algo que los habitantes de la antigua Puebla de la Jara quisieron perpetuar cambiando la toponimia de aquel lugar por la de Puebla de la Reina. Fue una reina también la que, siglos atrás, en los albores de 1.234, favoreció la nueva fundación de la población, destruida durante la Reconquista. Beatriz de Suabia, esposa de Fernando III el Santo, acompañando a su marido durante el largo asedio que éste puso a la localidad de Hornachos hasta su capitulación, decidió refundar el poblado que ya había existido previamente, creado en el año 995 por los musulmanes cerca de la arruinada atalaya del Castillejo, ubicándolo entre las fortalezas de Alange y Hornachos en el camino que unía Mérida con Córdoba. Perteneciente a la Orden de Santiago, como también lo fuese el municipio hornachego, posiblemente fueran hornachegos los albañiles y arquitectos que levantaron y erigieron la parroquia de aquel lugar, dedicada ésta a la aclamada mártir de la cercana Mérida, llamada Santa Eulalia, o Santa Olalla en gallego, respondiendo el monumento bajo este segundo nombre, también aceptado por la lengua castellana. Recoge el edificio las más habituales soluciones arquitectónicas y decoraciones propiamente mudéjares y habituales entre las obras de tal estilo en tierras pacenses, construida a comienzos del siglo XVI con una soberbia torre-fachada a sus pies, donde se abre una de las tres puertas que da acceso al edificio, muros de ladrillo y mampostería, cabecera de planta cuadrada y arcos ciegos y polilobulados embelleciendo el exterior de su campanario, circundado éste por una larga serie de almenas escalonadas que se expanden por los laterales del templo.
Arriba: la torre-fachada erigida a los pies de la Parroquia de Puebla de la Reina se presenta en su robustez como uno de los mejores y más bellos ejemplos de torres-fachadas de la región, ornamentada al más puro estilo mudéjar pacense, con arquillos ciegos así como polilobulados, azulejería y ladrillo aplantillado, almenas escalonadas como crestería de la misma, e incluso una vistosa estrella de ocho puntas coronando la portada principal del templo.
Abajo: vista general de la Parroquia de Santa Olalla de Puebla de la Reina, desde su lado del evangelio, considerada una de las más bellas e importantes muestras del estilo mudéjar de la región, así como vestigio histórico de un pasado donde el mundo mudéjar y morisco supo pervivir en la comarca, enriqueciendo la cultura de la zona y el patrimonio de Extremadura.
La labor mudéjar, sin embargo, no se destinó únicamente a la fábrica de la parroquia ni se englobó solamente en lo referente a la arquitectura del mismo. Existe, por el contrario, una puerta en madera de una sola hoja que, creada y diseñada bajo el estilo mudéjar, se conserva en el interior de la iglesia, encargada como cierre de una estancia abierta en la zona media del muro del evangelio, donde aún sirve a su propósito mostrando la bella manufactura con que los artistas mudéjares dotaron a la misma a finales del siglo XV, o bien a comienzos del siglo XVI, coincidiendo temporalmente con la construcción del templo. Vetada a los musulmanes por motivos religiosos la representación de figuras humanas y animales, para prevenir así la idolatría de los fieles, los artistas islámicos, así como los mudéjares, supieron encontrar la inspiración en la caligrafía y en la geometría como sustitutas para lograr una bella y trabajada ornamentación en sus obras, derivando muchas veces el dibujo geométrico en una rica lacería de bandas entrelazadas nacidas de los bordes de las figuras matemáticas a representar, ornamentación ataujerada con la que se pretendía, en el caso de las obras realizadas en madera, ocultar su estructura original, tal y como se consiguió en el ejemplo de Puebla de la Reina. De madera en su color original, la puerta mudéjar de la Parroquia de Santa Olalla ofrece al espectador un equilibrado esquema de rueda completa de doce lazos, repetido en tres ocasiones a lo largo del cuerpo de la portada, encerrando estrellas de doce puntas en el interior de las ruedas, con seis estrellas de ocho picos ubicadas en los ángulos de los tres cuadrados que sustentan la composición, a falta de las dos superiores que no tuvieron cabida en el panel. Junto a una de ellas, concretamente aquélla izquierda que hace esquina y unión a la vez entre el primer y segundo cuadrado compositivo, se ubica la cerradura de la puerta, rematada por un repujado metálico posiblemente creado también en los talleres de algún experimentado artesano mudéjar que conseguía sin saberlo de esta manera, al igual que el carpintero que elaboró la puerta o los albañiles y alarifes que erigieron el templo, perpetuar su obra y su estilo artístico con el tiempo, pero también perpetuar la memoria de su presencia en la comarca y en la región hasta nuestros días. Presencia de un pueblo musulmán que supo conservar el sabor de Al-Ándalus incluso después de ser sometidos al poder cristiano, y reflejo a la par de la admiración y tolerancia por parte de los cristianos del arte musulmán, fruto de la convivencia de ambas culturas vecinas que permitió el enriquecimiento de la cultura de nuestro pueblo, escribiendo un nuevo capítulo de la historia de nuestra gente. Cultura e historia que se reflejan en la puerta mudéjar de la Parroquia de Puebla de la Reina, y que la misma sabe recitar desde la mudez de su labrada y ornamentada madera. Es, sin duda, todo un tesoro histórico y una bella joya de las artes plásticas de Extremadura.