Con la proclamación en 1.812 de la conocida como Constitución de Cádiz, primera Constitución Española, las Cortes generales y extraordinarias reunidas en la ciudad andaluza desde 1.810 confirmaban, a través del capítulo primero y artículo segundo del texto legal, que la Nación española es libre e independiente y, por lo tanto, no es ni podría ser nunca patrimonio de ninguna persona. La soberanía del país, además, residiría esencialmente en la propia Nación, perteneciendo por tal y exclusivamente a ésta el derecho de establecer sus leyes. Principios de libertad, independencia, soberanía popular que confrontaban directamente con las bases del Antiguo Régimen y especialmente con ciertos vestigios de estructura medieval aún subsistentes entonces en España, y para cuya extinción y allanamiento a la venida constitucional al país las Cortes firmarían una serie de normas y decretos reformadores entre los que destacaría aquél que dictaminaba la abolición de los Señoríos, fechado el 6 de agosto de 1.811.
Habría que remontarse a la España medieval y a los años postreros a la continua reconquista efectuada por cada rincón de la geografía para conocer el origen de un sistema de organización territorial y gobierno comarcal que respondía más a los caprichos de la Corona y a las intrigas de palacio que a la búsqueda efectiva de una administración propicia adecuada a cada realidad local y diseñada en pro del porvenir de cada enclave en particular. Los señoríos, bajo un poder eclesiástico o fundamentalmente nobiliario, constarían no sólo con la propiedad absoluta sobre un territorio concreto cuyas dimensiones podrían variar ante la suma de nuevos contornos o división de los mismos, sino además con la plena jurisdicción sobre semejante superficie, incluyendo el pleno gobierno de las localidades allí asentadas, así como sobre los habitantes convertidos en vasallos del patrono. Recaían por tanto en el señor tanto los derechos a decidir sobre el desarrollo económico del lugar, como incluso la jefatura de los lugares a modo de máxima autoridad. Un cometido que, en épocas de declive monárquico, pudo venir acompañado del empuje, iniciativa y desarrollo que la Corona no era capaz de dar, pero que sin embargo, y especialmente a lo largo de la Edad Moderna, se desenvolvería como todo un freno y escollo ante la evolución de los pueblos que la historia europea iba marcando.
Arriba: el castillo de Feria, capitaneando el caserío que conforma la
población de la que el monumento toma el nombre, domina sobre los
contornos mostrándose como posiblemente la más relevante obra militar
con que contase el Señorío de Feria, alojamiento puntual de los Suárez de
Figueroa que escogerían el Alcázar de Zafra, más palaciego que la
fortaleza corita, como lugar de residencia habitual.
En los territorios de Extremadura, donde los señoríos eclesiásticos eran una escasa realidad, más de la mitad de las poblaciones llegaron a estar supeditadas a señoríos nobiliarios, contándose el resto, prácticamente la otra mitad de la región, de las que se exceptuarían las ciudades y poblaciones con fueros, así como las villas de realengo supeditadas al poder regio y que no fueran entregadas por el monarca a ningún favorito nobiliario o clerical, a las Órdenes militares que recibieran territorios que controlar y gobernar en esta parte del país, tres inicialmente, Alcántara y Santiago definitivamente tras la disolución del Temple. Los propios señoríos variaban en número y extensiones al compás de los devenires históricos. Donados, regalados, enajenados o vendidos por la Corona, el mapa iba variando según los territorios se iban entregando a un nutrido grupo de familias que pasaban, de esta forma, a convertirse en gobernantes de una porción de Extremadura. El propio trascurrir de la historia de cada linaje conllevaba que los señoríos se vendiesen, cediesen, entregasen o heredasen entre estirpes, sin que fuera tampoco aislado el caso de alguna localidad que, para acabar con el mandato de algún noble sobre ellos, lograse comprar su propia jurisdicción convirtiéndose así en sus propios amos.
Se podría mencionar la gobernación de los Portocarrero en Villanueva del Fresno y Montijo, la de los Vargas en Higuera de Vargas, a Fernán Sánchez de Badajoz en Barcarrota, que pasaría después y tras varias vicisitudes a Hernán Gómez de Solís, dueño igualmente de Salvatierra de los Barros, como su hermano Gutierre lo fuera de la ciudad y territorios de Coria. La familia Stúñiga, Estúñiga o Zúñiga poseería los Señoríos de Burguillos de Cerro y Capilla. Los Fernández Manrique el de Galisteo, y los Sande el de Valdefuentes. Los Señoríos de Almaraz, Belvís y Deleitosa serían gobernados conjuntamente por Blasco Gómez de Almaraz. El de Granadilla, con sus quince poblaciones dependientes, recaería en manos de los Duques de Alba. Pero de todos ellos, quizás el que mayor relevancia alcanzase sería, con los Suárez de Figueroa, el Señorío fundado en 1.394 y que con el tiempo tomaría como nombre el de Feria, constituido cuando Enrique III de Castilla donara a D. Gomes I Suárez de Figueroa, aún siendo menor de edad y mayordomo de la reina Catalina de Lancaster, como agradecimiento y premio a su lealtad a la Corona, más posiblemente como reconocimiento a la labor de su padre Lorenzo I Suárez de Figueroa como Gran Maestre de la Orden de Santiago, las localidades de Feria, Zafra y La Parra. Incrementado tan sólo un año después con las adquisiciones de Nogales y Villalba de los Barros, el Señorío de Feria llegaría a conglomerar no sólo vastos territorios enclavados fundamentalmente en la zona media de la provincia de Badajoz, sino inclusive un relevante número de poblaciones convertidas con los siglos en diecisiete de los municipios actuales con que cuenta la región, ubicados en su mayoría dentro de la comarca de Zafra-Río Bodión. Oliva de la Frontera y Valencia del Mombuey, adquiridos en 1.402, ampliarían la lista, a la que se sumarían La Morera y Alconera en tiempos del hijo de D. Gomes, Lorenzo II Suárez de Figueroa. Su sucesor, Gomes II, obtendrá Almendral y Torre de Miguel Sesmero en 1.465, así como previamente Salvaleón en 1.462. Tras él, en 1.523, Lorenzo III se hará con Salvatierra de los Barros. Santa Marta y Corte de Peleas serían creadas por Gomes I, refundándose en tiempos de Gomes II Solana de los Barros. La
Lapa, ya existente en la época inicial del Señorío, se contaría entonces
como heredad o aldea dependiente de Zafra.
Arriba:
vista de la población de Nogales, presidida por su castillo, desde la
fortaleza de Salvatierra de los Barros, adquirida la primera villa por
los Suárez de Figueroa en 1.395, apenas un año después de recibir en
donación Feria, Zafra y La Parra y en los inicios del Señorío de Feria,
comprada la segunda a los Gómez de Solís más de un siglo después, en
1.523, como una de sus últimas adquisiciones, alcanzando el que se
convirtiera entonces en Condado tal envergadura geográfica, demográfica y
espacial, que bien podría considerarse no sólo como uno de los más
destacados señoríos de España, sino inclusive y de facto un auténtico
Estado dentro de la propia región.
De Señorío a Condado en 1.460, Ducado en 1.567, el Estado que llegaron a controlar los Suárez de Figueroa, y que más tarde, ante la falta de descendencia directa, pasaría a manos de los marqueses de Priego en 1.637, se presentaría como todo un conglomerado de villas y localidades, dehesas, fincas, campos de labor, incluso serranías donde la voluntad de los titulares posibilitaría, en ocasiones, el porvenir de sus vasallos y propiedades, derivando durante otros gobiernos al malestar y la confrontación ante el alto control ejercido por los señores sobre la vida de sus súbditos. No faltaría, además de la redacción de normativas y establecimiento de ordenanzas, el mecenazgo de obras arquitectónicas y artísticas de diversa índole, tanto religiosas como civiles, levantándose edificios de nueva planta o rehabilitándose otros anteriores entrados en decadencia. Conventos, iglesias, ermitas, hospitales, plazas porticadas o palacios, a los que se sumaría un nutrido grupo de castillos y alcazabas que respondían a la obligación contraída por los titulares del señorío a la defensa de éste y de sus habitantes. Desde la fortaleza de Feria se divisarían la mayor parte de los contornos en manos de los Suárez de Figueroa, incluidos los castillos de Villalba de los Barros y Nogales. Construido el último por los señores del lugar, también este linaje sería el artífice de la construcción de los castillos de Salvaleón y de los Arcos, en Almendral. No ocurriría así con el de Salvatierra de los Barros, mandado edificar por los Gómez de Solís pero que pasaría a manos de los Suárez de Figueroa tras la compra de la localidad en los años 20 del siglo XVI. Desaparecido quedaría, con el tiempo, el castillo de Oliva de la Frontera, al igual que el de Torre de Miguel Sesmero, del que sólo restan vestigios de un torreón. Poco uso militar le darían sin embargo los Suárez de Figueroa al alcázar de Zafra, edificado como culmen a la fortificación y defensa del lugar, pero que acogería en su interior todo un palacio señorial destinado a fijarse como sede y lugar de residencia habitual del linaje, hoy Parador de Turismo de la localidad.
Desde Extremadura: caminos de cultura, ofrecemos al lector una visita a lo que fuera el Señorío de Feria, pudiendo conocer mejor este antiguo estado nobiliario y porción de nuestra región a través de las siete fortalezas que en pie y pertenecientes a los Suárez de Figueroa quedan en ella, las cuales, restauradas unas y en declive otras, logran mostrar a través de sus muros y piedras no sólo la historia del que se acabara convirtiendo en uno de los Ducados más destacados de España, sino también la de las localidades donde se asientan y, con ellas, la de Extremadura. Toda una galería fotográfica distribuida entre los siete castillos existentes, creada en pro de la divulgación y promoción de estos siete monumentos, persiguiendo la difusión ilustrativa de estos bienes particulares y la del patrimonio histórico-artístico extremeño. Esperamos que el reportaje cumpla tal cometido y, por supuesto, sea siempre del agrado del lector.
Arriba: Torre de Miguel Sesmero, antiguamente conocida como Torre de Almendral, toma su propio nombre, al parecer, de la existencia de una fortaleza que defendería la población, demolida en 1.841 y de cuyo derribo únicamente se salvaría un torreón de planta semicircular, reacondicionado como vivienda y ubicado junto al actual Paseo de Extremadura.
Arriba y abajo: edificado en mampostería con añadidura de ladrillo, el torreón medieval de Torre de Miguel Sesmero presenta una planta semicircular que haría pensar en su primitivo destino como torre defensiva adyacente al cercado amurallado de la extinta fortaleza, castillo cuyo origen se desconoce y que pudiera haber sido erigido por los Suárez de Figueroa tras la adquisición de la localidad en 1.465 como defensa de la población, cuyos datos más antiguos se remontarían, un siglo antes, a la repoblación de la zona por el Obispo de Badajoz.
Arriba y abajo: a pesar de su conversión como parte de vivienda, incrustado el torreón entre el caserío, se pueden seguir apreciando hoy en día elementos militares de la obra, como la aspillera abierta en lo que fuese frontal de la atalaya, circundada de ladrillo y reconvertida en actual vano.
CASTILLOS DEL SEÑORÍO DE FERIA: VILLALBA DE LOS BARROS, ZAFRA, FERIA, NOGALES, SALVATIERRA DE LOS BARROS, SALVALEÓN Y DE LOS ARCOS, EN ALMENDRAL
(Galería fotográfica)
- CASTILLO DE VILLALBA DE LOS BARROS:
Lorenzo II Suárez de Figueroa, segundo señor de Feria e hijo del fundador del Señorío, D. Gomes I, se hacía llamar Señor de la Casa de Villalba. Hasta la construcción, a partir de 1.437, del alcázar zafrense, los Suárez de Figueroa residirían en el castillo de Villalba de los Barros, único, junto con el de Feria, en pie en los años de fundación e inmediata ampliación del Señorío. Ni La Parra, ni Nogales, ni Oliva de la Frontera ni Valencia de Mombuey contarían con castillo, alojándose la familia durante sus estancias en Zafra, la localidad más destacada de entre todas las adquiridas, en unas casas cercanas a la Plaza Grande, solar donde más tarde se erigiera el Hospital de la Salutación o de Santiago.
El castillo de Villalba, de presunto origen islámico, comenzaría a reformarse en 1.397, apenas dos años después de la compra de la localidad, levantándose la torre del homenaje que centra su flanco noroccidental. Con la concesión por parte de Enrique III en 1.400 del permiso de ampliación y reestructuración del inmueble, las obras adquieren mayor relevancia, orientadas a convertir en un auténtico alcázar la fortaleza, reforzada exteriormente pero adecuada en su interior a la vida palaciega. De tal manera, y en rededor de un patio cuadrado, los antiguos muros de tapial hispano-musulmán se verían antecedidos por otros adosados a éstos de mampostería y elevada altura, rematados en las esquinas con torreones circulares huecos, macizas las torres enclavadas en el punto medio de los laterales, exceptuándose aquélla unida a la torre del homenaje. El aspecto recio de la construcción sólo sería roto con ventanales de ladrillo y estilo mudéjar, fabricados por manos musulmanas que a su vez, y en el interior del recinto, decorarían con pinturas polícromas en base a lacerías algunas de las estancias donde los Suárez de Figueroa habitaron cómodamente hasta su traslado a la cercana Zafra.
Arriba y abajo: en el flanco noroccidental de la fortaleza villalbense se erigió, a partir de 1.397, la torre del homenaje del castillo, a la que se añadiría un portentoso torreón semicircular que defendiera tanto ésta, como la puerta de entrada al recinto (abajo), hoy cerrada al público en espera del final de las obras de restauración y habilitación del mismo como espacio público, tras años de abandono y ruina.
Arriba y abajo: tras la construcción de la torre del homenaje y la ampliación y reestructuración del edificio ejecutada tras obtener los Suárez de Figueroa permiso real en 1.400, una última intervención, efectuada en 1.449, dotó al monumento de antemuro y foso, desaparecido este último, y restando algunos retazos del cinturón amurallado en los laterales norte (arriba), y esquina suroriental del conjunto (abajo y contigua).
Arriba y abajo: vista general del flanco suroccidental del castillo de Villalba, cuyo diseño, repetido en los flancos suroriental (abajo) y nororiental, se basa en la ubicación de torreones huecos y circulares en las esquinas del cubo de que consta el edificio, apoyados en su labor defensiva por torreones macizos enclavados en los puntos medios de cada lateral mencionado.
Arriba y abajo: con gruesos y altos muros de mampostería adosados a un cinturón de tapial anterior, el aspecto externo de la fortaleza villalbense se muestra recio y sólido, sólo roto por diversos ventanales, asomados desde la doble planta con que cuenta el interior del monumento, fabricados en ladrillo y diseñados en claro estilo mudéjar (abajo y contigua).
Arriba y abajo: es en el torreón sur donde se descubre el ventanal mejor conservado de los del piso superior del castillo de Villalba de los Barros, diferentes a los bajos por su elaborado diseño mudéjar, apreciándose en éste, el occidental de los dos abiertos en tal torre, un llamativo arco de herradura (abajo).
Arriba y abajo: aspectos actuales de dos de los ventanales del piso superior abiertos en el flanco suroriental, de marcado diseño mudéjar pero que, al igual que en otros puntos del edificio y a diferencia del vano occidental del torreón sureño, han llegado a nuestros días en pésimo estado de conservación.
Arriba y abajo: los ventanales del piso inferior, de ladrillo como sus hermanos superiores, se ofrecen en un diseño que, aunque igualmente mudéjar, responde a un carácter sencillo, sin ornamentación ni elaboraciones artísticas.
Arriba y abajo: aspectos del flanco nororiental del monumento, cuyo torreón norteño, cercano a la torre del homenaje, apoya la defensa de la portada de entrada al recinto (abajo).
- ALCÁZAR DE ZAFRA:
Dos años después del enlace entre Lorenzo II Suárez de Figueroa y María Manuel, los jóvenes esposos deciden convertir definitivamente Zafra como su localidad de residencia, dictaminando para ello edificar un alcázar que, además de culminar las obras de defensa y amurallamiento del núcleo urbano comenzadas por D. Gomes I, sirviera a su vez como palacio. Se escogería para ello el solar donde antaño se erigía el conocido como Castellar, o alcazaba musulmana, colocándose la primera piedra en 1.437. La autorización real, por parte de Juan II, llegará en 1.441, dándose por terminadas las obras en 1.443. Como resultado, los Suárez de Figueroa, y Zafra con ellos, contarían con un alcázar de planta cuadrada que, al igual que el remodelado castillo de Villalba de los Barros, encajaría en el modelo de castillo palaciego de finales del medievo, de altos muros simétricos culminados en sus esquinas con torreones cilíndricos, sumándose en los puntos medios de los flancos norte y sureño cubos semicirculares, que en el muro occidental se duplicará apareciendo dos torres custodias de la portada de entrada, mientras que en la zona oriental será sustituido por una gran torre del homenaje, de planta circular y mayor altura que el resto del edificio.
También como en Villalba, y verificando el mecenazgo de los Suárez de Figueroa a la obra mudéjar, artistas musulmanes fueron llamados a trabajar en la construcción del alcázar zafrense, componiendo en este caso dos reseñables artesonados, conservados hoy en día y catalogados como de los más destacados de la región. Ornamentación que se conjugaría con las pinturas murales que, desaparecidas en su mayor parte, se mantienen en el tercer nivel de los cuatro en que se divide la torre del homenaje. Sin embargo, lo más llamativo dentro del alcázar sería el patio de diseño herreriano que, tras la elevación del Condado a Ducado en 1.567, sería mandado ejecutar, diseñado en doble planta de clásica arquería de medio punto, separados los arcos, tres en cada flanco, por pilastras de orden toscano en la inferior y jónico en la superior. Las galerías circundantes se cubrirían con bóvedas de arista cuyos arcos fajones de separación entre tramos descansarían, en la planta baja, sobre clásicas molduras labradas. Una fuente culminaría las reformas renacentistas del palacio que, años después, vería nuevos añadidos, enclavadas dos edificaciones a ambos lados de la portada, así como una galería porticada junto a la torre del homenaje y mitad sur del flanco de levante.
Arriba y abajo: cuadrado en su planta, los muros de mampostería que circundan el alcázar zafrense son rematados en sus esquinas por torreones circulares que, en los flancos norte (arriba) y meridional se complementan con otra torre semicircular enclavada en su punto medio, pareada en el lado occidental para defensa de la portada de entrada allí ubicada (abajo).
Arriba y abajo: sobre la portada de acceso al castillo palaciego, encuadrada entre dos torreones de planta semicircular rematados con la línea de almenado que circunda todo el edificio, un matacán fabricado con sillares suma defensa a la entrada al monumento, ubicado bajo él uno de los escasos vanos con que cuenta el edificio, ventana geminada de corte gótico, destacando sobre el arco de medio punto de la puerta la pieza pétrea donde, entre los escudos de los Figueroa y de los Manuel, se rememora la colocación de la primera piedra del edificio en 1.437 (abajo).
Arriba y abajo: tras la conversión del Condado de Feria en Ducado, como reconocimiento por parte de Felipe II a los servicios aportados al país y a la Corona por Gomes III Suárez de Figueroa y Fernández de Córdoba, su hijo Lorenzo III Suárez de Figueroa y Córdoba decide llevar a cabo diversas reformas en el palacio, centradas fundamentalmente en la elevación de un nuevo patio matriz, de estilo herreriano y fábrica marmórea que ofrecería dos plantas de triple arcada simétrica por lado, con arcos de medio punto separados por pilastras de orden toscano en la zona inferior (arriba), jónico en la superior, cubriéndose las galerías resultantes con bóvedas de arista (abajo).
Arriba y abajo: dentro de la escasa ornamentación propia del estilo herreriano destacan, en la planta baja del patio, las molduras sobre las que descansan los arcos fajones que delimitan los tramos de bóveda de arista que cubren los galerías circundantes, volutas marmóreas labradas en estilo clásico (abajo).
Arriba y abajo: una placa, conservada en el zaguán de entrada y actual acceso al Parador Nacional de Turismo hace referencia, en castellano y letras góticas, a la terminación de las obras de cercado de la localidad en 1.442, sistema defensivo del que también formaría parte el alcázar, que dispondría a su vez de su propio amurallamiento, delineado frente a los flancos norte y occidental del inmueble, contando con la puerta del Acebuche como la fachada desde el interior de la población al patio de armas que antecedía al propio palacio ducal (abajo), erigida en el siglo XVII en estilo barroco de líneas clásicas.
- CASTILLO DE FERIA:
Cuando los Suárez de Figueroa reciben la población de Feria en 1.394, cedida por el monarca castellano junto a Zafra y La Parra, toman en posesión la antigua fortaleza que capitaneaba el lugar, compuesta de un amurallamiento y sin torre del homenaje en su interior que correspondería, muy seguramente, a una antigua alcazaba islámica edificada quizás a comienzos del siglo XI. Aunque la familia decidiera alojarse en un principio en el castillo de Villalba, también existente en los primeros años del señorío y enclavado en una zona de riqueza agraria, no dejaron los Suárez de Figueroa de interesarse en el castillo de Feria, debido a su estratégica situación desde la cual poder controlar frente a otras facciones nobiliarias sus cada vez más crecientes territorios, y defender los mismos no ya de los musulmanes, pero sí de la cercana Portugal.
Lorenzo II Suárez de Figueroa, constructor del alcázar zafrense, será quien decida rehabilitar y reforzar con torreones cuadrangulares y semicirculares el perímetro amurallado que circunda el conjunto, enclavado en el flanco oriental de la Sierra de San Andrés y adecuado a las irregularidades del terreno, sin que por ello deje de presentar un cierto plano rectangular. Darán comienzo las obras entre 1.458 y 1.460, continuándose con la elevación de una céntrica y majestuosa torre del homenaje, de 31,5 metros de altitud, que sirviera de alojamiento en tiempos de paz a la familia, y resguardo de la milicia durante posibles episodios bélicos. Terminada por Gomes II Suárez de Figueroa en derredor del año 1.480, se construiría junto a ella una muralla de tipo diafragma que, uniendo los flancos occidental y oriental del cinturón defensivo con la torre, permitieran dividir el amplio terreno interno de la fortaleza en dos recintos, reduciéndose así la guarnición requerida para su defensa cuando no hubiera guerra, y ofreciendo un reducto de seguridad en caso de asedio. La torre se compondría a su vez de cuatro plantas y terraza con acceso, como medidas de seguridad, a través del segundo piso, abierta la portada, en recodo, al camino de ronda del muro diafragma. Los Suárez de Figueroa podrían dominar desde allí sus contornos, reflejar su poder frente a vasallos y extraños, así como contar con un hospedaje donde poder descansar en viajes, o tras sus jornadas de caza y asueto.
Arriba y abajo: el castillo de Feria, de titularidad pública, se ofrece hoy en día plenamente restaurado tras años de abandono y desidia, sede del Centro de Interpretación del Señorío de Feria donde poder encontrar, además de amplia información sobre la familia Suárez de Figueroa y sus dominios, una acertada maqueta de la fortaleza corita donde se establece.
Arriba y abajo: carente de torre del homenaje la fortaleza primitiva, decidieron los Suárez de Figueroa elevar un imponente torreón prismático y de planta cuadrada en la zona central del castillo (arriba, en su cara meridional; abajo, flanco septentrional), con más de 31 metros de altura y gruesos muros de mampostería en los que apenas se abren vanos que permiten la entrada de luz al interior de sus cuatro plantas.
Arriba y abajo: entre las medidas defensivas con que se dotó a la torre del homenaje del castillo de Feria, además de su robustez y altura, se pensó en curvar sus esquinas, almenar su coronamiento, hoy desaparecido, sobre cornisa sustentada por canecillos, así como abrir la portada de entrada al recinto en la segunda planta del mismo, conectada con la muralla diafragma que divide el espacio interior de la fortaleza en dos (abajo).
Abajo: no faltan los elementos ornamentales que decoren y enriquezcan artísticamente la torre del homenaje de la fortaleza de Feria, destacando entre ellos, tras haberse perdido los blancos esgrafiados que la cubrían en su integridad y que, al parecer, brillaban al sol haciendo relucir el edificio, la puerta de acceso de diseño gótico culminada con arco mixtilíneo cuyos vértices figuran rematados con rosetas, y donde una banda en cuyo interior aparece labrada una sentencia en letras góticas circunda el paso al interior del monumento.
Arriba: tras la construcción de la torre del homenaje y la muralla diafragma unida a ésta, quedaría el recinto interno de la fortaleza dividido en dos secciones, destinada la principal y sureña (arriba), a albacara o espacio dedicado al acogimiento de ganado, tropas o la propia población cercana durante los posibles capítulos de asedio.
Abajo: vista general del muro más meridional del castillo de Feria, construido, como el resto de la cerca, en mampostería, adaptadas tapias y diseño a la orografía del terreno, culminada con un adarve defendido antaño por almenado, hoy desaparecido, y reforzada con cubos y torreones de planta circular que si bien fueron añadidos principalmente tras la toma de posesión del edificio por los Suárez de Figueroa, se cree en la posible preexistencia de algunos de ellos, originarios del primitivo recinto militar.
Arriba: el muro diafragma que dividía la fortaleza en dos, desaparecido el lienzo occidental que unía muralla con el flanco de poniente de la torre del homenaje, culmina en su extremo de levante en un torreón circular desde el cual, tanto antaño como hoy en día, se puede divisar la penillanura del Guadiana, abierta a los pies nororientales de la sierra donde se asienta el castillo.
Arriba y abajo: el espacio septentrional resultante de la división del interior de la fortaleza en dos tras la edificación de la muralla diafragma, quedaría reservado a recinto de seguridad precedente a la propia torre del homenaje, donde destaca la presencia de un aljibe (abajo) que permitiera el abastecimiento de agua en esta sección, como lo hicieran también los depósitos construidos en el recinto meridional, así como en los bajos de la propia torre capital.
Arriba y abajo: el flanco occidental del cercado ofrece hoy en día tramos restaurados (arriba), así como retazos sin reedificar (abajo), como ilustración de cómo pudo ser el sistema amurallado con que contase la fortaleza, dotado con adarve protegido entre petriles y desaparecido almenado, y cómo llegaría a nuestros días tras entrar en desuso y caer en pleno abandono el edificio.
Arriba: dividido el interior de la torre del homenaje en cuatro plantas, quedaban todas ellas adecuadas a albergar tanto a la familia propietaria, como al alcaide y guarniciones, contando para ello con variados servicios que facilitasen la estancia en el interior de tan recio torreón, como las holgadas chimeneas que calentaran tan amplios espacios.
Arriba y abajo: mientras que la planta segunda, primera a la que se tenía acceso, quedaba destinada al alojamiento de los Suárez de Figueroa cuando por la localidad pasaran o anduvieran de caza o pasatiempo por los contornos, presentando por ello diversos elementos ornamentales que convirtieran el austero recinto militar en un agradable espacio palaciego (arriba), la planta inicial, a la que se accedería desde la superior, sería destinada a almacén, bodega y cocinas, sustentadas sus dos altas bóvedas de cañón por elevados arcos de medio punto fabricados en ladrillo que soportarían, a su vez, el empuje de toda la estructura interna del monumento (abajo).
Arriba y abajo: entre sillares, no extraños pero poco presentes en la obra, figuraría enmarcado el estrecho ventanal que permitiría el paso de luz desde el exterior al interior de la planta baja de la torre del homenaje (arriba), de igual manera que otros vanos, muchos de ellos dotados con banco corrido, aliviaran la penumbra interna de las habitaciones y salas de que disponían las tres plantas superiores (abajo).
Arriba: pensado también como método defensivo del edificio principal del castillo de Feria, el acceso y comunicación entre plantas dentro de la torre del homenaje se realizaría a través de estrechas escaleras, partiendo desde la planta segunda, primera desde el exterior, tanto al piso bajo, como al tercero, y de éste al nivel cuarto y terraza del inmueble (abajo).
- CASTILLO DE NOGALES:
Una vez jurada fidelidad por sus nuevos vasallos, tenían los señores, entre otros deberes, proteger y defender tanto las nuevas propiedades adquiridas como la vida de los súbditos y habitantes en ellas residentes. Bien como medida de amparo ante las razzias dadas entre facciones nobiliarias enemistadas, o ante la posible llegada de un enemigo nacional externo, las localidades eran preparadas para abrigarse ante posibles ataques y asedios, reforzando defensas previas, rehabilitando fortificaciones añejas, o levantando de nueva planta castillos desde donde poder repeler las embestidas extrañas, custodiando en su interior tropas, vecinos y bienes de primera necesidad o supervivencia.
Sería éste el motivo que llevase a los Suárez de Figueroa no sólo a reforzar castillos como el de Villalba, o levantar cercados como la muralla de Zafra, sino inclusive a mandar edificar nuevas construcciones militares que coronasen las poblaciones adquiridas. Será así cómo Lorenzo II Suárez de Figueroa, en 1.458, ordenase erigir una pequeña alcazaba sobre la localidad de Nogales, por la misma época en que en Feria se estuvieran ejecutando las obras de mejora de su fortaleza. Como en el caso corito, sería el hijo de D. Lorenzo II, Gomes II Suárez de Figueroa, quien culmine la obra en 1.464, tal y como reza en la inscripción que, enmarcada entre los escudos de D. Gomes II y su esposa, Constanza Osorio y Rojas, corona la portada de entrada principal y suroriental de las dos abiertas en el cinturón que circunda el cuadrado recinto. Este sistema amurallado, culminado con torres cilíndricas enclavadas en sus respectivas esquinas, responde a un diseño militar propio de finales del medievo, quedando la gran torre del homenaje enclavada en el interior del conjunto, custodiada por el cercado, del que la separa una galería, antaño cubierta en diversos tramos, de tres metros de anchura. El edificio, a su vez, contaría con un foso, quedando unido al inmueble un tapiado de mampostería que circundaría poligonalmente el perímetro previo al castillo, toda una muela o cerro escarpado llano en su cúspide cuyos terrenos, donde hoy se enclavan cementerio municipal y plazuela de acceso a la fortaleza, además de servir como lugar de refugio a vecinos y habitantes cercanos en caso de ataque, se convertiría en el primitivo enclave de asentamiento de la población, tras ser refundada la localidad en 1.448.
Arriba y abajo: el castillo de Nogales, erigido sobre una muela o cerro escarpado de cúspide llana con 451 metros de altitud, sigue las directrices arquitectónicas marcadas a finales del medievo a la hora de ejecutar muchas de las obras militares de la época, elevando sobre planta cuadrada un cercado rematado por torreones circulares esquineros que defiende la torre del homenaje inserta en el centro del patio, igualmente sobre plano cuadrangular y, en el caso nogaleño, elevada altura que alcanza los 23 metros, 12 de anchura por cada lado, discordantes con los 8 de altura de las atalayas de cada ángulo.
Arriba y abajo: la portada principal de entrada al recinto se abriría en el flanco suroriental del sistema de amurallamiento, fabricada con sillares graníticos dispuestos bajo diseño gótico alcanzando un arco apuntado delimitado por alfiz (arriba), sobre el cual sería colocado, rodeado igualmente por piezas de granito, una placa marmórea donde, además de lucir los emblemas de la familia con escudos doblados de los Figueroa-Manuel y los Osorio-Rojas, quedaría registrado el término de las obras de ejecución del castillo en el año de 1.464 (abajo).
Arriba y abajo: además de estar dotado de torreones y gruesos y altos muros, el castillo de Nogales presenta diversos elementos defensivos repartidos a lo largo de toda su estructura y ubicados en cada uno de sus flancos, destacando troneras y cañoneras (arriba), enmarcadas entre piezas graníticas, estrechas aspilleras, o matacanes tales como el que culmina la torre del homenaje en su lado sureño, más original el que, sobre la portada de acceso al recinto, permitiría verter todo tipo de líquidos o proyectiles sobre los atacantes (abajo).
Arriba: a pesar del carácter militar de la obra, destaca entre la mampostería del cinturón defensivo y bajo sus rectangulares almenas un friso de gusto mudéjar elaborado con ladrillo, repetido en torreones y bajo el almenado de la torre del homenaje, donde una doble fila de los mismos sostiene una red de canecillos, a modo de ornamentación del conjunto que, en tiempos de paz y como ocurriese con otros castillos del señorío, estaría acondicionado a modo palaciego como alojamiento de los Suárez de Figueroa, adecuadas las dos cámaras de la tercera de las seis plantas de la torre central como estancias nobles.
Arriba y abajo: aunque desaparecido con los pasos de los años, contaba inicialmente el castillo de Nogales con un foso que, en derredor del mismo, protegía la obra militar, necesitándose puentes retráctiles para poder acceder a su interior, recuperada la zanja en su frontal meridional tras llevarse a cabo las obras de restauración y adecuación para las visitas del monumento.
Arriba: también ejecutada en mampostería, como el propio castillo nogaleño, una cerca unida al castillo se erigió alrededor de la llanura abierta al frente de su portada meridional, alcanzando la parroquia de San Cristóbal y abarcando los terrenos que actualmente acogen el cementerio municipal y la plazuela de acceso a la fortaleza, antiguo enclave que, en época de refundación de la localidad desplazada de los contornos del vecino arroyo, acogería las viviendas de los primeros colonos, de esta manera defendidos.
Arriba: vista general del flanco nororiental del monumento, donde se puede apreciar la red de troneras y aspilleras que pueblan el cinturón amurallado, así como los diversos vanos que permiten la entrada de luz al interior de la prismática y elevada torre del homenaje del lugar.
Arriba y abajo: torres cilíndricas ubicadas en las esquinas oriental (arriba) y norte del monumento (abajo), de recia construcción y robustez sólo rota por el friso de ladrillo y canecillos que circunda y ornamenta el inmueble.
Arriba y abajo: en el flanco noroccidental, contrario a aquél donde se ubica la portada principal de acceso al edificio, una puerta auxiliar o poterna se abría sobre el foso, protegida por el torreón de poniente, bajo cuyo arco de ladrillo se conservan las quicialeras graníticas donde irían encajadas las hojas de la puerta de cierre de la misma (abajo, y contigua).
Arriba y abajo: vista general del flanco suroccidental del castillo de Nogales, en cuyo cinturón aparecen, como en el resto de laterales, una serie de aberturas pensadas en pro de la defensa del recinto, escondiéndose tras alguna de ellas las galerías o pasadizos que pudieran haber sido antaño utilizados como corredores defensivos por los que poder acceder desde el interior de la fortaleza a las aspilleras (abajo, y contiguo).
Arriba y abajo: torreones occidental (arriba) y sureño (abajo) del conjunto militar nogaleño.
- CASTILLO DE SALVALEÓN:
Frente al buen estado de conservación, restauración en muchos casos, de la mayor parte de los castillos enclavados en lo que fuese el Señorío de Feria, destacaría la ruina de la fortaleza ubicada en Salvaleón. Sin embargo, a pesar de su lamentable estado de abandono, puede seguir contándose entre tales obras militares aún en pie, desaparecidas los castillos de Oliva de la Frontera y Torre de Miguel Sesmero. A la desolación arquitectónica habría que sumar en el caso salvaleonense la carencia de datos sobre el monumento, cuyos orígenes algunos afirman situar en época de dominación islámica pero que, basándonos en el acta de entrega de la localidad a los Suárez de Figueroa, que la adquirirían en 1.462, sería de construcción posterior a la entrada del enclave dentro del Señorío de Feria, al no mencionarse en tal documento la existencia de ninguna obra militar en el lugar, como era habitual señalar en tal categoría de escrito.
Edificada seguramente y como en los casos de Oliva de la Frontera o Nogales para defensa del lugar, así como de las propiedades y vasallos residentes en el mismo y sus contornos, la fortaleza salvaleonense se enclavaría en la zona norte de la población. Los vestigios en pie no permiten visualizar el plano exacto de la alcazaba, donde la torre del homenaje, conservada aún y edificada en una primera fase constructiva, se elevaría en el flanco sureño, con 35 metros de altitud y 15 de anchura. Partiendo del torreón, un cinturón amurallado poligonal fabricado en un segundo periodo, circundaría los terrenos adyacentes y ubicados al norte del edificio previo, en base a un amurallado de mampostería, rematado en esquinas con torres circulares, manteniéndose hoy en pie escasamente dos tramos, unido el principal a la torre del homenaje en su camino hacia el Norte, conservado el torreón de unión entre este lienzo y el contiguo, derivado hacia levante. La puerta de acceso al conjunto, abierta junto a la torre principal en el muro unido a ella y así salvaguardado, quedaría a su vez defendido por otra atalaya más contigua.
Arriba: vista oriental de las ruinas del castillo de Salvaleón, enclavado sobre una suave loma al Norte del municipio, antaño afueras de la localidad, de cuya obra no sólo apenas se conservan restos arquitectónicos, sino inclusive escasa documentación sobre el mismo, atribuyéndosele un origen islámico que, sin embargo, posiblemente habría de ubicar a finales del siglo XV ya en manos la población de los Suárez de Figueroa, dotando así a la localidad de defensas, aún en uso durante las modernas guerras de Restauración portuguesa y de Sucesión.
Arriba: desconociéndose las primitivas y originales dimensiones de la fortaleza, se conservan hoy en día tanto la considerada torre del homenaje como dos tramos de muralla, unidos a ésta y entre sí, restos de lo que posiblemente fuera todo un cinturón defensivo que albergara los terrenos ubicados al Norte del torreón, enclavado éste en el extremo meridional de la obra.
Arriba y abajo: lado sureño de la torre del homenaje, prismática y voluminosa, ejecutada en mampostería con refuerzo de ladrillo, cuyas dimensiones alcanzarían primitivamente los 35 metros de altitud, 15 por costado, rotos sus muros por alguna sencilla aspillera, así como por balconadas en poniente y zona meridional (abajo), abierta la puerta de acceso en el lado de levante, comunicando con el interior del recinto.
Arriba y abajo: vista intramuros (arriba) y externa (abajo) de los vestigios del cinturón amurallado que delimitaba los contornos de la fortaleza de Salvaleón, levantados con mampostería sobre plano poligonal donde las esquinas o puntos de unión entre flancos quedaban guarecidos por torreones circulares defensivos.
Arriba y abajo: un conjunto de torreones de planta circular apoyaban las defensas ofrecidas por el recio cercado que daba ser al castillo salvaleonense, enclavándose tales atalayas en los puntos de unión entre flancos del cinturón amurallado (arriba), a las que se sumaría un torre más, de mayor altura pero características fabriles semejantes (abajo), junto a la portada de entrada al patio de armas, abierta en el flanco occidental del murallón, anexa a la torre del homenaje.
- CASTILLO DE LOS ARCOS (ALMENDRAL):
A través de la carretera EX-105, unión entre Don Benito y la frontera con Portugal tras dejar atrás Olivenza, encontramos la senda que, en el tramo que de tal vía discurre entre Almendral y Valverde de Leganés, nos lleva a la finca particular en cuyas propiedades se ubica el conocido como castillo de Los Arcos, dentro del término almendraleño y a unos seis kilómetros de la localidad de cabecera. Formando parte de la conocida como Ruta de los Dólmenes nº 2, que intenta acercar a los monumentos megalíticos aledaños a Valverde, la obra militar se erige sobre una llanura aislada de cualquier núcleo de población, hecho llamativo pero que encontraría su razón de ser en la defensa de los términos más occidentales del Señorío de Feria, tras haber sido adquirido Almendral en 1.465 y encontrándose el entonces reino vecino a menor distancia que la que separa del país luso el monumento hoy en día, contándose Olivenza y sus contornos como plaza fuerte ajena a Castilla.
Habiéndose conservado sobre la portada principal un escudo partido con las armas de los Figueroa y los Sotomayor, defienden algunos autores la posibilidad de que esta fortaleza, erigida una vez el término en manos de los Suárez de Figueroa, no fuese levantada por mandato del miembro principal del linaje, sino concretamente por Lorenzo Suárez de Figueroa y Sotomayor, hijo de Pedro Suárez de Figueroa, hermano menor de Lorenzo II Suárez de Figueroa, y Blanca de Sotomayor, quienes, al parecer, decidirían fundar dentro del Señorío y para su hijo Lorenzo el mayorazgo de Arcos, dejándoselo por testamento de 1.474, una vez adquirida la localidad almendralense por su sobrino D. Gomes II. Habiéndose concluido las obras en el castillo de Nogales diez años antes, la repetición de los cánones arquitectónicos de éste en la fortaleza de Los Arcos hace pensar en su inmediata construcción por D. Lorenzo apenas tomada posesión de la hacienda, figurando inscrita la fecha de 1.474 junto al blasón señalado, sin conocerse la vinculación exacta del año con la obra, bien como comienzo de la misma o terminación de la fábrica. Se levantaría nuevamente un cinturón amurallado, de planta rectangular en el caso presente, y recios muros de mampostería rematados en sus esquinas con torreones cilíndricos que defenderían la torre del homenaje elevada en el patio, posteriormente desmochada o, como se cuenta popularmente, víctima de la explosión de la propia pólvora allí almacenada, apenas visible hoy en día desde el exterior. Un foso, así como un revellín, complementarían defensivamente el conjunto, descubriéndose algunos elementos ornamentales fabricados a base de ladrillo y, como en el caso de Nogales, de claro gusto mudéjar, que llevaría a pensar a algunos estudiosos en la posible y similar autoría de sendas fortalezas.
Arriba: en manos privadas actualmente, el castillo de Los Arcos se encuentra formando parte de una explotación agropecuaria, adaptada la antigua fortaleza a vivienda y dependencias del caserío, ubicado el monumento en la zona norteña del actual conjunto cortijano.
Abajo: diseñado en planta rectangular con torreones cilíndricos en cada esquina, el castillo de Los Arcos serviría como defensa de los contornos más occidentales del Señorío de Feria tanto de las posibles incursiones de la vecina Portugal, como de rapiñas y robos a los campos por bandidos o facciones nobles enemigas, destacando por su embergadura la torre erigida en la esquina suroriental, desmochada la del homenaje, en medio del patio.
Arriba y abajo: el torreón nororiental ha perdido el posible almenado que lo culminase, preservado entre esta torre y su hermana de poniente, mejor conservada hoy en día.
Arriba y abajo: rotos los muros del castillo con troneras y aspilleras, un friso de ladrillo donde una doble fila de los mismos sostiene una red de canecillos, idéntica a la encontrada en la fortaleza de Nogales y de similar gusto mudéjar, dota a la obra de ornamentación externa en clara alusión al uso palaciego que también se le pudiera haber dado al edificio.
Arriba: además del uso ornamental del ladrillo apreciado en base al friso corrido que del mismo circunda el monumento, también se decoraría con este material varios de los ventanales abiertos en la portada y flanco meridional del cinturón amurallado.
Abajo: el arroyo o regato de la Cinchosa discurre a poca distancia del castillo almendraleño, corriendo al Sur del mismo y salvado por un menudo puente junto al que tiempo atrás, con la fortaleza en su primitivo estado y uso, se descubriría una imagen original y singular del conjunto.
- CASTILLO DE SALVATIERRA DE LOS BARROS:
A diferencia del resto de fortalezas enclavadas en lo que fuera el Señorío de Feria, el castillo de Salvatierra de los Barros no sería reedificado, reconstruido ni levantado por los Suárez de Figueroa. Tras la adquisición en 1.523 de la localidad y sus contornos por compra directa de Lorenzo III Suárez de Figueroa a sus antiguos señores, los Gómez de Solís, el castillo salvaterrense pasaría directamente a formar parte del conjunto de edificaciones militares del linaje asentado en Zafra. Sin embargo, la historia del inmueble se remontaría mucho tiempo atrás. Las primeras noticias del mismo datarían de la época inmediatamente posterior a la reconquista del lugar, cuando las tropas cristianas rehicieran una presunta fortaleza en uso por el poder musulmán. Una nueva reconstrucción se daría a mediados de los años setenta del siglo XV, tras haber sido parcialmente destruido el monumento por el Conde de Feria. El origen del motivo se remontaría a la toma de posesión del enclave por Juan Pacheco, bajo donación del monarca castellano Juan II en 1.444. Éste, tras intentar vender la villa a los Suárez de Figueroa, la trocaría con la Orden de Alcántara en 1.461 por otras posesiones de los monjes guerreros. Tras varios pleitos y enajenada poco después, caería en 1.472 en manos de Hernán Gómez de Solís, quien se refugiaría en sus propiedades de Barcarrota y salvaterrense tras la derrota del infante Alfonso, a quien Hernán de Cáceres había apoyado, contra Enrique IV. Declarado enemigo de los Suárez de Figueroa, no cesarán las hostilidades de Hernán Gómez de Solís con el señorío vecino. Gomes II Suárez de Figueroa actuará contundentemente destruyendo parte del castillo, debiendo actuar doña Beatriz de Manuel, esposa de Hernán Gómez y hermana de Gomes II, en pro de la concordia entre familias.
Consta la fortaleza salvaterrense de tres recintos que cercarían la allanada cúspide de la sierra donde se asienta el castillo, inmejorable otero desde el cual no sólo controlar la localidad sino inclusive los contornos en derredor del mismo. El primer cinturón, considerado por algunos autores como el más antiguo y posiblemente la parte de la construcción derribada por los Suárez de Figueroa y no reedificada posteriormente por los Gómez de Solís, antecedería por poniente a lo que hoy es el castillo en sí, siendo a su vez la zona de bienvenida y lugar de acceso al enclave, asomando el resto de la obra y edificación en pie a la vertiente oriental, más escarpada. Restan de la primera muralla varios torreones semicilíndricos originalmente adosados a las casi desaparecidas cortinas que, como ellos, se erigirían en mampostería. El segundo cinturón, en pie, cierra el acceso a la actual residencia privada a modo de barrera. Dos grandes torreones custodian la portada de entrada, hermanados en su labor defensiva por un antepecho que, como baluarte y a la izquierda de la puerta, se adelanta dentro del espacio yermo del recinto inicial. El tercer recinto consta de edificio de varias plantas y patio adosado al sur del mismo, albergado el primero por los dos torreones más altos del lugar, asomando tras las torres que guardan la portada. Un cercado sureño cierra la obra, mientras que otras dos atalayas adosadas a lo que hoy es residencia cierran el conjunto en su zona más oriental, mirando a la población de la que toma el monumento toma su nombre.
Arriba y abajo: a 798 metros de altitud, coronando la Sierra de los Helechales, el castillo de Salvatierra de los Barros custodia localidad homónima y contornos desde que las tropas cristianas tomaran el enclave en 1.229, reedificando una presunta fortaleza previa de origen musulmán que sería reconstruida igualmente después, a mediados de la década de los 70 del siglo XV, tras ser víctima de disputas nobiliarias, restaurada finalmente cinco siglos más tarde por el fotógrafo inglés Anthony Denney, que lo convertiría en su residencia y le otorgaría el aspecto que hoy día podemos ver (arriba: flanco norte; abajo: flanco meridional).
Arriba y abajo: vista general desde su flanco occidental de la zona en pie y auténtico castillo en sí de la fortaleza salvaterrense, compuesto por los que se consideran segundo y tercer recinto del conjunto militar, antecedido por un primer espacio allanado y asilvestrado cercado por un cinturón defensivo semidesaparecido.
Arriba y abajo: es en el segundo recinto del castillo de Salvatierra donde se abre la actual portada de acceso al lugar, custodiada por dos potentes torreones, antiguamente almenados, que comparten fábrica de mampostería con el resto de cercado y, por ende, todo el conjunto arquitectónico.
Arriba y abajo: a la izquierda de la portada de entrada, vista desde su exterior, una especie de barbacana se antecede al resto de cinturón amurallado que defiende el segundo recinto, custodiada por dos torreones donde destacan, como en el resto del muro, la presencia de troneras labradas en única pieza pétrea, incorporadas a la obra posiblemente durante la reconstrucción del edificio a finales del siglo XV, desecha la muralla defensiva del primer recinto que pudiera protegerla.
Arriba y abajo: tras el cercado que sella el segundo recinto, un tercer espacio asoma desde la muralla, cerrado al público por el carácter privado del monumento, donde destaca el edificio erigido en la zona norteña, así como los dos altos torreones que lo custodian en su flanco occidental, semicilíndricos como el resto de los levantados en la obra y donde se puede descubrir el uso del ladrillo fundamentalmente en marcos de puertas y vanos.
Arriba y abajo: siguiendo el muro que parte de la portada de acceso abierta en el cercado del segundo recinto, y a la derecha de la misma, un torreón finaliza la secuencia arquitectónica (arriba), unido éste a su vez con el cinturón defensivo que cierra el tercer recinto en su zona sureña, apoyado también por varias torres que miran hacia la sierra abierta a sus pies (abajo).
Arriba y abajo: vista tomada desde la portada de acceso al castillo del terreno que antecede al segundo recinto y que supondría el enclave encuadrado dentro del primer cercado amurallado, cuyos muros de mampostería defendidos por torreones cilíndricos sobre ellos apoyados aún cierran el espacio en sus flancos septentrional y meridional (abajo, y siguiente).
Abajo: restos de tres torreones semicilíndricos destacan en la zona norteña de lo que fuera primer recinto de la fortaleza salvaterrense, según algunos autores la parte más antigua del lugar y posiblemente el espacio mandado derribar por Gomes II Suárez de Figueroa durante sus disputas con Hernán Gómez de Solís, décadas antes de que la zona fuera finalmente adquirida por los Condes de Feria.
Abajo: antecediendo a los recintos segundo y tercero y auténtico castillo en sí, restos de muros y torreones, vestigios del primer cercado amurallado, dan la bienvenida al visitante que sube hasta la zona, descubriendo ante sí una de las consideradas mejores obras militares de Extremadura, junto a retazos del pasado y vistas de los contornos y del presente de lo que un día fueron territorios del histórico Señorío de Feria.