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martes, 31 de octubre de 2017

Imagen del mes: Basílica visigoda de San Pedro de Mérida


Fundada al parecer por el Abad Nucro, y pudiendo haber formado parte de un monasterio dependiente de la iglesia emeritense, la basílica visigoda de San Pedro de Mérida acogió, según cuenta la leyenda, al rey Don Rodrigo previamente a su marcha hacia tierras hoy portuguesas tras sufrir derrota frente al poder musulmán en Guadalete, sirviendo más verídicamente este inmueble, hoy en ruina, como germen de la iglesia anexa fechada en el siglo XV y cuya advocación da nombre a la que antaño fuera aldea de la hoy capital extremeña.
San Pedro de Mérida (Badajoz). Siglo VII d.C.; estilo visigodo.


Arriba: además de los cimientos, de diversas porciones de columnas, del suelo original o un sarcófago marmóreo del que se extrajo un ajuar funerario donde destacaría una cadena de eslabones de bronce y diversas cuentas de collar de pasta vítrea, destaca en la basílica visigoda de San Pedro de Mérida la piscina bautismal para inmersión, de reducidas dimensiones y dotada con peldaños, característica de los templos cristianos hispanos de la época.

Abajo: junto al muro de la epístola de la parroquia de San Pedro Apóstol se conservan los vestigios de lo que fuera basílica visigoda, actualmente puesta en valor y protegida con tejado y verja, cimiento ideológico del nuevo edificio que tomaría a su vez los restos del añejo inmueble como sostén arquitectónico y posible cantera de materiales, a juzgar por la presencia de un fuste marmóreo incrustado en el cabecero de la iglesia que, formando parte de un humilladero en desuso, podría haber sido tomado de la primitiva capilla.



jueves, 12 de octubre de 2017

Puente romano de Alcantarilla, en Mérida


Puntualizaba el erudito castellonense D. Antonio Ponz, más conocido como el "abate Ponz", convertido en viajero a petición del monarca Carlos III en pro de documentar las antigüedades que poblaban la España del siglo XVIII, que contaba Mérida con dos puentes levantados durante la dominación romana. Así lo indicaba en su cuarta carta dirigida al soberano real a modo de capítulo, dentro del octavo tomo de su obra "Viage de España", dedicado este volumen a las tierras de la Extremadura de aquel entonces. Un primer ejemplar, grandioso y monumental, ejecutado para cruzar las aguas del río Guadiana y que, dada su magnificencia, tomaría como suya propia y exclusiva la denominación de Puente romano de Mérida, y un segundo, compuesto de cuatro grandes arcos y dos aliviaderos, que salvan las aguas del afluente Albarregas antes de que éste desemboque en el río principal.
Sin embargo, tras describir los añejos bienes de edad romana con que, contemporáneamente al abate, contaba la ciudad, aún conservados hoy en día y ya conocidos desde antaño y durante aquella centuria que al ilustrado le tocó vivir, parte Ponz camino a Badajoz descubriendo al lector la existencia de un poco conocido monumento que le esperaría a las afueras de la cuidad. Narrando en su quinta y contigua carta el viaje junto al margen derecho del Guadiana, dirigiendo sus pasos primeramente hacia Puebla de la Calzada, nada más salir de lo que fuese Emérita Augusta haría uso de un pequeño puente de único ojo que, llamativamente, mostraba una grandeza arquitectónica desigual a la importancia del regato que bajo él trascurría. Estaríamos ante el bautizado como Puente de la Alcantarilla o, más popularmente conocido como la "Alcantarilla romana", por muchos sencillamente denominado como el tercer puente romano de Mérida.

"A un cuarto de legua después de Mérida junto al segundo molino se conserva todavía un puente de Romanos, construido de piedras almohadilladas de un solo arco: obra suntuosa para el triste arroyuelo á que se destinó."


Arriba y abajo: encajado en la actualidad entre la vía férrea que une Mérida con Badajoz, y el trazado de la Cañada Real de Santa María de Araya, que discurre paralela a su vez al cauce del río Guadiana, aparece entre vegetación y maleza el conocido como Puente romano de Alcantarilla, Alcantarilla romana o, sencillamente, tercer puente romano de Mérida, ofreciéndose en una denostada cara meridional que esconde, bajo las intervenciones del pasado, la magnificencia de la primitiva obra, a descubrir por aquél que se decida a adentrarse bajo la obra y alcanzar su cara paralela.


Abajo: la cara septentrional del puente de Alcantarilla, escondida de los viajeros al quedar encajada entre el propio viaducto y la anexa vía del tren, conserva el acabado original  con que sus autores quisieron dotarla a base de sillares almohadillados finamente labrados y sabiamente encajados que circundasen su único arco constitutivo.


Roma sería la encargada no sólo de fundar la ciudad en el año 25 a.C., mirando para ello con buenos ojos el enclave formado entre los valles del Guadiana y el Albarregas, junto a la desembocadura de este último en el que es su cauce paternal. Pudiendo haber existido en el mismo lugar un antiguo asentamiento indígena, quizás de origen vetón, la civilización invasora sería la autora material e intelectual del levantamiento de una urbe de nueva planta donde, siguiendo el clásico esquema de planta en damero, el cardo y el decumano vertebrasen en cruz la población. Una colonia a estrenar por los soldados eméritos o veteranos de las legiones V Alaudae y X Gemina, victoriosas en las campañas cántabras que por entonces se estaban llevando a cabo, que se ofreciese no sólo como lugar de retiro de los militares, sino además como metrópoli abierta a la llegada de una incipiente población, en constante venida con el paso del tiempo, propiciadora del desarrollo de la ciudad y, con su progreso, del buen devenir de la región y de esta parte occidental del Imperio.

En su espíritu pragmático, Roma dotaría a la colonia emeritense, de igual manera que lo haría con otros núcleos de población dispersos por todo el territorio sometido bajo su poder, con las suficientes infraestructuras públicas que ofreciesen cubrir las necesidades totales de la comunidad allí asentada, bien fueran de índole urbano, defensivo, de salubridad, sitibundas o relacionadas con la calma de la sed, o inclusive las referentes al ocio. Mérida contaría así, enclavado su foro Municipal en el punto central de la urbe, más al Norte y junto al cardo el Provincial, con sólidas murallas cuajadas de torreones defensivos, alcantarillado y cloacas que vertieran en el Guadiana los desechos de la ciudad, acueductos que llevasen a la colonia agua desde los embalses levantados en parajes norteños para este fin, así como con circo, anfiteatro y teatro donde la población despachase sus horas de asueto. Pero Roma también dotaría a la ciudad de una amplia y nutrida red de vías de comunicación que permitieran la conexión de ésta con otros muchos puntos y ciudades de Hispania, en claro reflejo no sólo del poder político que se concedió a la urbe, nombrada capital de la provincia lusitana, sino inclusive de la apuesta por que la metrópoli se convirtiese en un potente enclave comercial. Mirando hacia la consolidación de la ciudad y evolución de la misma, se sumaría a la construcción de un cinturón defensivo, a la dotación de servicios acuíferos o perfección de conducciones subterráneas, el levantamiento de diversos puentes que pudieran salvar a viandantes, tropas, carruajes y viajeros de las aguas que nutrían los ríos que cercaban el municipio, formando parte no sólo del patrimonio colonial, sino además de la amalgama de elementos destinados a extender y consolidar la red viaria que entrelazaba las diversas regiones de los territorios romanos en general e hispanos en particular.


Arriba: compuesto de un único ojo o arco, la Alcantarilla romana emeritense pudiera tomar su nombre en base a las dimensiones de su abertura o luz existente entre sendos estribos de sujección, de 4,20 metros, si bien una clasificación exhaustiva nos llevaría a nombrarlo como pontón al superarse los 3 metros de una alcantarilla genérica, y ubicarse entre los 3 y los 10 de este otro tipo de calificación.


Arriba y abajo: a pesar de las posteriores restauraciones y rehabilitaciones ejecutadas sobre el bien, con sus consiguientes añadidos y mermas sobre la fábrica original, se puede observar aún hoy en día el presunto acabado primitivo de los muros externos del viaducto en su tímpano norteño occidental, donde el sillarejo entrecalado con hiladas de ladrillo encajan con las dovelas del arco embelleciendo la obra dentro de su pragmatismo, recordándonos otros bienes romanos cercanos donde también el ladrillo, como en los acueductos de los Milagros o de San Lázaro, combina con la piedra.


Si bien del puente sobre el río Albarregas partiría la vía que uniría Emérita Augusta con el Norte hispano, bautizada como Iter ab Emerita Asturicam o camino entre Mérida y Astorga, posteriormente conocida como Vía de la Plata, el puente sobre el río Guadiana serviría como inicio de la prolongación sureña de esta vía de comunicación, alcanzando Itálica e Hispalis. A los caminos que conducirían desde Mérida hasta Metellinum, y de ahí hacia Sisapo o Córduba, o al que iría desde la capital lusitana hacia Toletum y Caesar Augusta, cubriéndose la comunicación lusitana con las regiones peninsulares enclavadas al Este de la provincia, habría que sumar el ramal occidental que uniese Mérida con el que se consideraba entonces uno de los principales enclaves de la costa atlántica peninsular y el puerto marítimo de la colonia emeritense en particular: Olissipo. El Iter ab Olissipone Emeritam, o camino de Mérida a Lisboa, discurriría paralelo inicialmente al trascurso del río Guadiana tras dejar atrás la capital provincial. Con parada inicial en la mansio Plagiaria, ubicada en las cercanías de Novelda del Guadiana, le seguirían la mansio Budua, origen de lo que posteriormente sería Botoa, así como los albergues enclavados hoy en territorio portugués de Ad Septem Aras, Matusaro, Abelterio y Aritio Praetorio. Este itinerario, conocido como el XIV de Antonino y al parecer el más empleado a la hora de viajar hasta la ciudad del estuario del Tajo, tendría como hermanos los itinerarios XII y XV. El primero de ellos, que entraría en la actual Portugal por Rincón de Caya, dicurriendo a los pies de Elvas y dirigiéndose a Évora tras pasar junto a Estremoz, alcanzando Caetóbriga, actual Setúbal, contaría en su tramo inicial, igualmente junto al margen derecho del río Guadiana con las mansios de Evandriana, en las proximidades de Torremayor, y Dipo, según diversos autores en el término actual de Talavera la Real. El itinerario número XV, por su parte, compartiría con el XIV la mansio de Plagiaria, entrando en el país luso por Campo Maior, a cuya altura existiría la mansio de Ad Septem Aras, también vinculada al itinerario XIV tras dejar atrás Budua, llegando a Olissipo por Scallabis o actual Santárem.


Arriba y abajo: destaca entre las dovelas graníticas conservadas en la pared occidental del Puente de Alcantarilla  no sólo el labrado almohadillado con que quiso embellecerse a las mismas, sino además el acertado encaje entre éstas y los sillares contiguos de sendos tímpanos norteños, colocadas las piezas al parecer, y como en el propio arco del viaducto, sin argamasa o en seco, puntualizada por el Dr. Manuel Durán Fuentes la presencia de grapas entre los sillares de los estribos, que asegurasen la unión entre éstos.


Abajo: detalle de las dovelas almohadilladas y clave central del arco en su cara septentrional.


Sin que exista consenso entre autores a la hora de trazar muchos de los tramos de estos tres itinerarios o vías alternativas cuyo destino, compartido, sería unir Lisboa con Mérida, sí parece quedar claro que el tramo inicial de todos ellos, tras abandonar la capital lusitana, seguiría el trazado del río Guadiana por su margen derecho, posiblemente una vez atravesado el río Albarregas a través del puente del que partía, hacia el Norte, el camino hacia Astorga. Sería aquí cuando entra en juego la labor del conocido como tercer puente romano de Mérida, ubicado a no mucha distancia del anterior, en las cercanías del actual recinto ferial y enmarcado hoy en día entre la vía ferroviaria que conduce a Badajoz, y la Cañada Real de Santa María de Araya, posible heredera del primitivo camino romano hacia el Atlántico. Localizada en las cercanías del puente la presencia de diversos mausoleos que confirmarían el trazado inmediato de la vía, tomando en cuenta la habitual costumbre de edificar tales panteones junto a los caminos de comunicación y tramos inmediatos a las urbes de las que partían, el conocido como Puente de Alcantarilla llama la atención por la calidad arquitectónica del mismo, pese a constar de un único ojo abierto sobre un cauce de apenas relevancia y de cuyas aguas salva el monumento al viajero. Demostración, para muchos, del alto compromiso tomado por los primarios gobernantes de la ciudad con la comunicación de la colonia, permitiendo con obras de tan alta valía, incluso en enclaves de escaso llamativo, el poder unir la capital provincial con sus ciudades vecinas y resto de regiones en cualquier época del año, potenciando así, fundamentalmente, el comercio por el que apostarían para que de la mano de éste llegase la prosperidad y la riqueza a la urbe, frente a todo tipo de climatología y durante todas las estaciones anuales.


Arriba y abajo: si bien la cara externa del arco que constituye la Alcantarilla romana de Mérida quedaba marcada por un cierre de dovelas graníticas unidas en seco, la bóveda del mismo se componía en su intradós interior de hiladas de ladrillos transversales a la propia longitud del viaducto.



Arriba y abajo: entre las hiladas o filas de ladrillo que componen el interior del arco y que conforman la visión de su intradós, destaca en la línea de la clave la visión del característico hormigón romano de mortero y guijarros de que se nutre en sus entrañas la obra de ingeniería, constituyendo materialmente el núcleo arquitectónico de la misma.


El Puente de Alcantarilla, o Alcantarilla romana, pudiera ser así conocido al presentar esta obra de ingeniería romana unas características dimensionales que pudiesen llevar a clasificarla como alcantarilla, dentro de la relación que sobre tipos de puentes existen teniendo en cuenta la luz o distancia en  proyección horizontal entre los apoyos laterales de los mismos. Así, dejando atrás la propia nomenclatura de puente para las fábricas que alcanzan los 10 metros de luz, la nomenclatura alcantarilla sería la utilizada para designar los viaductos cuya abertura dista de entre los 80 cms. y los 3 metros, sobrepasando por tanto las dimensiones ofrecidas por el ojo de un caño o el de una tajea, de hasta 40 cms. y 80 cms. de luz respectivamente. Sin embargo, el monumento emeritense ofrece 4,20 metros de luz bajo su arco y único ojo, que correspondería en realidad a un pontón, o puente cuya abertura dista entre los 3 y los 10 metros. Un pontón cuya denominación como alcantarilla pudiera entonces encontrar su razón de ser no en sus características arquitectónicas, sino en el uso que pudiera haberse dado antaño al mismo, como cloaca bajo la cual discurrirían ciertas aguas residuales de la ciudad o sobrantes de la zona que por este lado norteño alcanzarían el río Guadiana, salvados los transeuntes de tales correntías gracias a la propia obra en sí.

Levantado al parecer en el siglo I a. C., en plena época augusta y durante los años inmediatos a la fundación de la ciudad, el Puente de Alcantarilla guardaría relación datal con los otros dos puentes de la colonia, compartiendo además, especialmente con el no lejano puente sobre el río Albarregas, ciertas características constructivas, alejado por el contrario de sus hermanos en cuanto a la envergadura del mismo. Las dimensiones totales del conocido como tercer puente emeritense alcanza los 7 metros en su longitud final, con 4,35 metros de anchura en su parte viaria, convertida la anchura en 6 metros si se suma el grosor de sendos petriles laterales, derivados éstos de una posterior rehabilitación. Una de las muchas restauraciones que ha vivido la obra a lo largo de su historia y que han conllevado, a la par que la conservación y uso del monumento, la desvirtuación de su fábrica original, resistiendo del edificio primitivo no sólo la estructura básica, sino llamativamente la casi totalidad del acabado exterior del puente aguas arriba, semidesaparecido por el contrario en su lado meridional.


Arriba y abajo: desprovisto puente y arco del acabado original que lo sellaba en su cara meridional, se observa hoy en día la fábrica de ladrillo de que se nutre la bóveda que compone el ojo del viaducto (arriba), sostenida sobre las dovelas inmediatas a la línea de impostas que, a su vez y a sendos lados, conforman los estribos de sustentación (abajo, y siguiente).



A diferencia de otras muchas obras de considerado mayor calado arquitectónico, la Alcantarilla de Mérida no ofrece una bóveda pétrea formada a base de sillares que, colocados a soga y tizón, diesen forma  al monumento. Por el contrario, el núcleo compositivo de esta fábrica de menor relevancia se nutre de hormigón romano donde se abre un único arco que, en su bóveda interior, permite observar dicho material arquitectónico compuesto de mortero y guijarros en lo que fuese línea transversal de la clave, arropada en el resto del intradós por líneas o hiladas de ladrillos paralelas al cauce y perpendiculares al largo de la obra. Solución constitucional que se puede apreciar aguas abajo y cara externa sureña del puente, desaparecido el acabado artístico que cerraría por este lateral el bien, y de cuyo sellado a base de dovelas graníticas apenas quedan vestigios en el arranque del arco y estribos del propio viaducto. Contrariamente, sí se ha conservado con el paso de los siglos el frente septentrional del monumento, cercado por una portada donde triunfan las dovelas almohadilladas que cierran el arco compositivo en este lateral, de dimensiones irregulares, y sobre las que encajan a su vez otros tantos sillares laterales igualmente labrados en almohadilla, de los que parte el sellado externo del resto del muro, combinándose en él el sillarejo con una pareada secuencia de hiladas de ladrillo, que recuerda el conjugado acabado entre lo artístico y lo pragmático de cercanas obras de ingeniería emeritense, como son sus acueductos de los Milagros y de San Lázaro.


Arriba y abajo: la plataforma del puente, de 4,35 metros de anchura y cuyo empedrado actual pudiera derivar de alguna reforma pasada ejercida como rehabilitación del monumento (arriba), queda enmarcada por sendos petriles de más moderna factura que la obra primitiva (abajo, y siguiente), marcando la ligera pendiente que presenta el viaducto y que pudiera ser resultado de alguna posterior intervención, si bien no es extraña la tenue inclinación del paso en los puentes levantados durante la dominación romana de la Península Ibérica.



Declarado el conjunto arqueológico de Mérida por la UNESCO como bien Patrimonio de la Humanidad en 1.993, bajo la referencia 664, mantiene el Puente de Alcantarilla la referencia 664-003 como parte del conglomerado de obras y monumentos que componen el patrimonio emeritense más internacionalmente reconocido, por haber podido traer a la actualidad el vestigio material de lo que fuese una ciudad romana de provincias que, en el caso extremeño, se elevaría además como capital de una de las secciones en que quedaría dividida administrativamente la Península Ibérica, conocida antaño como una de las urbes de mayor relevancia de todo el Imperio. Valoración que se le dio en la Hispania de entonces y a la que ayudaría el exhaustivo entramado y rico mobiliario urbano con que se quiso dotar a la localidad, y cuyos restos serían los que llevarían a la valoración histórica y artística actual y contemporánea. Grandes obras arquitectónicas serían ideadas y ejecutadas persiguiendo tal destino, pero también otras muchas de menor magnificencia serían erigidas persiguiendo este fin, compartiendo todas ellas el ideal de pragmatisto, durabilidad y belleza con que los romanos intentaban levantar todos sus monumentos, en pro de dotar a sus ciudades y dominios de obras pensadas para servir, durar y ser dignas de admiración ingeniera y artística a través del paso de los siglos. Unos inmuebles de alto realce, complementados por otros poco destacados sin cuya suma, sin embargo, no hubiera podido alcanzarse el alto valor al que ha llegado el todo final. En su menor intensidad, también los menudos bienes contarían con una identidad propia que les permitiese ofrecerse como auténticos tesoros del pasado legados a un presente donde no son pocos quienes desconocen su presencia y su valor, y la incalculable aportación que donan al patrimonio histórico-artístico de las tierrras donde se encuentran. El Puente de Alcantarilla, la Alcantarilla romana o sencillamente el tercer puente romano de Mérida es uno de ellos.


Arriba y abajo: datados en el siglo I a.C., erigidos en los años inmediatos a la fundación de la colonia, los puentes romanos sobre los ríos Guadiana (arriba) y Albarregas (abajo), siguen ofreciéndose, a pesar del paso de los siglos y las múltiples reformas sufridas, como obras al uso de la ciudadanía y emblemas del rico pasado de la localidad, lista de viaductos al que habría que sumar, por haber superado las vicisitudes del tiempo y el olvido, el Puente de Alcantarilla, hermano menor de los anteriores pero de personalidad propia que, desde el abandonado camino hacia Olissipo, se ofrece como el tercer puente romano de Mérida.


- Cómo llegar:


La ciudad de Mérida, capital de la Comunidad Autónoma de Extremadura, cuenta con su propio recinto ferial ubicado al Noroeste de la localidad. Atravesando la vega del río Albarregas en las cercanías de la unión de éste con el Guadiana, haciendo uso para ello de la avenida de Emérita Augusta, llegaremos a la explanada donde se instalan las atracciones durante las fiestas locales de septiembre, en el solar abierto entre el principal río y el margen derecho de su afluente.

Dirigiéndonos hacia el punto opuesto a su entrada o esquina noroccidental de la explanada ferial, siguiendo el curso del río Guadiana en su orilla derecha, encontraremos entre el lecho fluvial y la vía del tren la cañada real de Santa María de Araya, junto a la cual, a no mucha distancia y entre los kilómetros 454 y 455 de la línea de ferrocarril que une Mérida con Badajoz, aguarda al caminante el Puente romano de Alcantarilla, que aún hoy sorprende, entre maleza y olvido, por la majestuosidad con que sus autores le quisieron dotar, a la que añadir la que la propia obra, desde su menudez, se ha ganado por su lucha contra los elementos y el paso de los siglos.