Cuenta la mitología clásica que Afrodita, la Venus romana, mantuvo relaciones íntimas con Dioniso, Baco para los latinos, poco antes de contraer matrimonio con Hefesto, posteriormente conocido como Vulcano. Habiendo quedado la diosa del amor, de la belleza y la sexualidad embarazada de la deidad del vino, las fiestas y los excesos, se gestaría en su vientre un individuo destinado a ser heredero del carácter libinidoso de sus progéneres. Pero justo antes de nacer, la criatura sería maldecida por una celosa Hera, la romana Juno, envidiosa de los escarceos sexuales de la diosa encinta. Acariciando el fecundado vientre antes de que la deidad de la beldad diese a luz, deseaba la esposa de Zeus que el vástago naciese deforme. Y así ocurriría. Pero su deformidad no sería generalizada sino enfocada a un punto muy concreto de su anatomía: el pene. Príapo, que así sería llamada la nueva divinidad, nacería dotado de un gigantesco falo. Espectacular tamaño al que se sumaría una libido hereditaria tan extrema que provocaría en esta deidad varonil una constante erección convertida en toda una desventura para el dios, al no ser capaz de satisfacer su apetito sexual ni encontrar ser con quien poder copular, huyendo toda criatura con quien intentase mantener relaciones íntimas ante las ingentes dimensiones de su miembro viril. Desdicha tornada contradictoriamente en devoción popular, pues su pene siempre dispuesto a fecundar le llevaría a Príapo a ser declarado dios de la procreación y la fertilidad en su más amplio campo, encargado de la fuerza generadora de la naturaleza a través de la fecundidad de las plantas, los animales y el propio ser humano.
Tras ser educado en Lámpsaco, ciudad ubicada junto al Estrecho de los Dardanelos y donde al parecer vio la luz, y protagonizar diversos episodios míticos relacionados con su insaciable apetito sexual y su vasto miembro viril, sería Príapo llamado a fomar parte del cortejo báquico que siempre rodeaba a su padre, junto a infinidad de sátiros y del también divino Pan, con los que terminaría identificándose en carácter y aspecto. Llegado el cristianismo, heredero de una moralidad hebraica de carácter sexual mucho más inhibido que el romano, la estética del Príapo como sátiro, portador no sólo de un descomunal falo sino también de cuernos o patas caprinas, sería utilizada para representación de todo lo contrario a lo considerado moralmente correcto y decoroso por la nueva religión, estableciéndose artísticamente tales características fisionómicas para la exhibición de lo más perverso y maligno, hasta el punto de terminar vinculándose con la imagen del propio Satanás. Una figuración denigrada que sin embargo no siempre fue vituperada. Contrariamente, la representación de Príapo solía ser colocada por helenos y latinos en jardines y peristilos como dios encargado de estos espacios de descanso y recreo en comunión con una naturaleza domesticada, así como en zaguanes y entradas a villas y mansiones, declarado guardián de los hogares. Estatuas y destacadas representaciones plásticas de la deidad ejecutadas para tal fin serían localizadas siglos después en yacimientos a lo largo de todo lo que antaño fuese el mundo romano, archiconocidos especialmente los ejemplares hallados en la ciudad de Pompeya. A pesar de la censura y la sistemática destrucción no dejarían tampoco de llegar a la actualidad muestras en lo que dos milenios atrás fuese Hispania. Tal es el caso del bautizado como Príapo de Hostafrancs, descubierto en el siglo XIX en este barrio barcelonés, así como los Príapos de Antequera (Málaga) o de Linares (Jaén), sin olvidar el mosaico que de este dios sería rescatado en la malagueña Villa de Bobadilla.
Pero las figuraciones menudas del dios no faltarían tampoco por doquier en los hogares. Realizadas fundamentalmente en terracota o en bronce, ofrecerían la deidad en diversas poses y posturas, esquematizado muchas de las veces hasta ser representado simplemente en base a su colosal pene, convertido en todo un amuleto apotropaico, mágico protector o bienhechor, al igual que ocurriese con la imagen fálica en muchas otras culturas y religiones a lo largo y ancho del mundo tanto en lo geográfico como en lo temporal, demostración no de la toma del atributo de la deidad fecundadora como símbolo de la bonanza, sino desarrollo de la percepción del pene como fuente del flujo procreador que debería ser, por tal motivo, señal de identidad de la divinidad protectora de esta materia, así como talismán de la prosperidad en un sentido más amplio. Sin que faltasen las apariciones del falo bajo percepciones eróticas y groseras, el pene humano sería reproducido en múltiples útiles usados en la vida diaria, tales como lucernas, asas de utensilios de cocina o tintinábulos que eran pendidos tanto en entradas y patios como en las cunas de los bebés, esperando así hacer frente al mal de ojo atrayendo contrariamente la buena fortuna. Algo perseguido igualmente a través de infinidad de joyas y colgantes que habitantes de todos los lugares, edades y estamentos sociales llevaban consigo, bien como falo o mutinus único, o en ejemplares de doble o triple representación peneana, muchas veces conjugado con la higa, amuleto específico contra el mal de ojo provisto de un puño cerrado donde el pulgar es colocado entre los dedos índice y corazón, simulando obscenamente la inserción del pene en la vagina a través de la vulva.
Arriba y abajo: dentro del territorio que hoy es Extremadura, antaño repartido entre las romanas provincias de Lusitania y la Bética, no han dejado de aparecer múltiples ejemplares de amuletos fálicos que demuestran, además de la plena romanización de la zona, las aptitudes religiosas y supersticiosas de la población que un día pobló este enclave peninsular, haciendo de estas joyas y adornos personales auténticos talismanes con los que intentar protegerse de todo mal mientras perseguían sus dueños y portadores atraer para consigos el bienestar, llevándoselos inclusive hasta la propia tumba, de donde muchos de ellos han podido ser rescatados, expuestos hoy en día en vitrinas de diversos museos sitos en la región tales como el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz (arriba), o el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (abajo), depositario este último de una amplia colección de amuletos fálicos donde el fascinum se conjuga con la higa, exhibidos dentro del espacio destinado a acoger antiguos bronces romanos.
Abajo: dentro de la sección dedicada a Roma del Museo de Cáceres podían verse años atrás dos ejemplares de amuletos fálicos de muy diferente diseño, correspondiendo uno de ellos al clásico combinado entre fascinum e higa rematado por unos relajados genitales masculinos en su intersección, presentando sin embargo el otro amuleto, hallado al parecer en el pacense yacimiento de Los Castillejos de Solana de los Barros, una placa donde dos erectos falos son enfrentados entre sí, adorno poco común al que se sumaría un entonces también habitual falo único, actualmente expuesto tras ser depositado por la Junta de Extremadura en la institución, descubierto en recientes excavaciones ejecutadas en la ciudad romana de Cáparra, cuyos tesoros arqueológicos son exhibidos en la misma sala.
Pero el falo de Príapo como amuleto mágico, conocido como fascinus o fascinum, no aparecía sólo dentro de casa ni se utilizaba únicamente a título personal. Además de colocarse en puertas, fachadas o inclusive rodapiés externos y guardacantos, su efecto apotropaico era también perseguido por la comunidad, colocándose en calles, suelos, infraestructuras o edificios públicos a modo de amuleto protector de una vía, una barriada, un inmueble o, inclusive, la entrada a toda una ciudad. Destaca dentro de la Península Ibérica el que en Mérida fuese cincelado en la cara externa de uno de los sillares sobre los que descansase el primero de los ojos de que consta el puente que sobre el río Guadiana daba acceso a la ciudad desde el margen izquierdo del Anas, coincidiendo con la puerta de entrada principal a la colonia emeritense. El falo allí colocado pretendería, por tanto, mantener fuera de Emérita Augusta y de sus pobladores el mal de ojo, atrayendo contrariamente y a la par la prosperidad para los vecinos de la capital lusitana. Pero no sería el único fascinum conservado entre las emeritenses calles. Además del falo conservado entre los sillares reutilizados en la muralla poblacional, localizado en el yacimiento de las Morerías, son cuatro los erectos penes que pueden aún verse in situ y en su colocación original entre los restos de la arquería principal del conocido popularmente como Acueducto de los Milagros, uno de los principales edificios con que los romanos dotaron a la ciudad, considerado inclusive obra de ingeniería capital dentro de las conocidas en el mundo romano, no sólo dentro de lo que fuese Hispania sino en todo el Imperio que forjase Roma.
El de los Milagros sería uno de los tres tradicionales acueductos con que, al parecer, contaría la colonia emeritense para abastecimiento acuático de la misma, a los que se añadiría tras investigaciones efectuadas en el presente siglo una conducción hidráulica más, inédita hasta pocos años atrás y bautizada como de Las Abadías por atravesar esta zona norteña de la ciudad, cercana a la conducción de los Milagros en su tramo terminal y compartiendo con este acueducto el Castellum aquae o depósito de agua final desde el cual se repartiría el caudal recibido por la ciudad. En la zona nororiental, contrario a los acueducto de los Milagros y de Las Abadías, discurriría el único canal del que es conocido su nombre original, antaño Aqua Augustae y hoy en día acueducto de Cornalvo, nutrido al parecer de las aguas de tal embalse, recibiendo el caño a su vez la oriental conducción de Borbollón. Entre las conducciones de Los Milagros y de Cornalvo entraría por la cara norte de la ciudad el canal de San Lázaro, bautizado así por enclavarse junto a la obra de ingeniería la hoy desaparecida emeritense Ermita de San Lázaro, demolida en 1.940. Se daría en conocer también tal acueducto como de Cabo de Buey o Rabo de Buey, por tomar el mismo sus aguas de diversos arroyos nacidos al Norte y Noreste de la ciudad, entre los embalses de Proserpina y Cornalvo, recogidas a través de un entramado de canales subterráneos que, unidos en un punto cercano, se asemejarían al apéndice de tal bóvido, dando razón a un sistema de recolección hidráulica que serviría directamente a la población hasta el pasado siglo, continuando en uso el canal primitivo tras ser reedificada la arquería que salvaría el valle del Albarregas, desmontándose para ello la casi totalidad de las ruinas de la obra romana externa y edificarse una nueva infraestructura que sustituyese a ésta en el siglo XVI bajo el estilo renacentista, limpiada y retocada continuamente hasta 1.889, fecha en que consta la última intervención sobre el inmueble de pública titularidad, siendo posteriormente tal arquería cedida en su uso aunque no así los subterráneos canales, que siguen acercando el agua subálvea a la capital extremeña hasta el depósito decimonónico que se erigiese para controlar el fluido a la llegada a la ciudad, donde aún es recogida para ser utilizada después en el riego de calles y jardines.
Arriba y abajo: constando primitivamente Emérita Augusta de hasta cuatro conducciones hidráulicas que abasteciesen de agua la ciudad, es posiblemente hoy en día la más conocida de ellas la bautizada como de Los Milagros, llamativa por la impresionante arquería final que salvase del valle por el que discurre el río Albarregas (arriba: aguas abajo; abajo: aguas arriba) las aguas traídas a través del acueducto nacido en el enclave de Proserpina, al noroeste de la lusitana capital, convertido actualmente el paraje en parque de la ciudad donde los vestigios del bimilenario inmueble sobre la rivera del afluente del Guadiana presentan una estampa que identifica la ciudad.
Si bien no está considerado como el más antiguo de aquéllos con los que contó la colonia, verificado el hecho de no ser tampoco la construcción hidráulica más extensa, sí es el de los Milagros el más conocido y valorado de los cuatro sabidos acueductos emeritenses, obra de ingeniería a destacar no sólo en el interior del territorio de lo que fuese Hispania, sino inclusive dentro del grueso que conforma el dilatado listado de infraestructuras del mundo romano. Aprecio venido de antaño y que propiciaría que el vulgo denominase a tal obra, en especial observancia hacia la arquería que supera el valle del Albarregas, como los Milagros. Nomenclatura generada, según la creencia popular actual, por el hecho de considerarse todo un logro o milagro el haber conseguido llegar al tiempo presente gran parte de su fábrica en pie, según algunos inclusive por sobrevivir al terremoto de 1 de noviembre de 1.755, más conocido como de Lisboa. Sin embargo, ya se nombraba como tal el monumento en el siglo XVII, tal y como recoge Bernabé Moreno de Vargas en su Historia de la Ciudad de Mérida, publicada en 1.633. Inclusive, gracias a la labor del que fuese regidor perpetuo del Ayuntamiento emeritense sabemos que los vecinos de entonces no hacían referencia con tal advocación a un suceso inexplicable o sorprendente. Por el contrario, el sustantivo milagro apuntaba a cada uno de los pilares conservados en pie, que en singular serían ejemplar a ejemplar una obra maravillosa o "milagro", tal y como en la antigüedad existieran siete milagros frente a los que los añejos edificios de Mérida podrían competir.
En el Capítulo VIII de su obra, indica Moreno de Vargas que el pueblo llama milagros a los acueductos conservados de la época romana, atribuyendo al mandato del Emperador Trajano la construcción de los mismos. Es en el capítulo IX ("De otros edificios Romanos hallados en Merida"), cuando subraya el erudito el uso de tal expresión directamente hacia el acueducto que viene desde la conocida como entonces como Albuhera, Albuhera de Carija o Charca de la Albuera, posteriormente bautizada como Lago o Embalse de Proserpina tras descubrise en el siglo XVIII y en las inmediaciones del espaldón de la presa una lápida romana dirigida a la diosa Reina del Inframundo.
Pero las figuraciones menudas del dios no faltarían tampoco por doquier en los hogares. Realizadas fundamentalmente en terracota o en bronce, ofrecerían la deidad en diversas poses y posturas, esquematizado muchas de las veces hasta ser representado simplemente en base a su colosal pene, convertido en todo un amuleto apotropaico, mágico protector o bienhechor, al igual que ocurriese con la imagen fálica en muchas otras culturas y religiones a lo largo y ancho del mundo tanto en lo geográfico como en lo temporal, demostración no de la toma del atributo de la deidad fecundadora como símbolo de la bonanza, sino desarrollo de la percepción del pene como fuente del flujo procreador que debería ser, por tal motivo, señal de identidad de la divinidad protectora de esta materia, así como talismán de la prosperidad en un sentido más amplio. Sin que faltasen las apariciones del falo bajo percepciones eróticas y groseras, el pene humano sería reproducido en múltiples útiles usados en la vida diaria, tales como lucernas, asas de utensilios de cocina o tintinábulos que eran pendidos tanto en entradas y patios como en las cunas de los bebés, esperando así hacer frente al mal de ojo atrayendo contrariamente la buena fortuna. Algo perseguido igualmente a través de infinidad de joyas y colgantes que habitantes de todos los lugares, edades y estamentos sociales llevaban consigo, bien como falo o mutinus único, o en ejemplares de doble o triple representación peneana, muchas veces conjugado con la higa, amuleto específico contra el mal de ojo provisto de un puño cerrado donde el pulgar es colocado entre los dedos índice y corazón, simulando obscenamente la inserción del pene en la vagina a través de la vulva.
Arriba y abajo: dentro del territorio que hoy es Extremadura, antaño repartido entre las romanas provincias de Lusitania y la Bética, no han dejado de aparecer múltiples ejemplares de amuletos fálicos que demuestran, además de la plena romanización de la zona, las aptitudes religiosas y supersticiosas de la población que un día pobló este enclave peninsular, haciendo de estas joyas y adornos personales auténticos talismanes con los que intentar protegerse de todo mal mientras perseguían sus dueños y portadores atraer para consigos el bienestar, llevándoselos inclusive hasta la propia tumba, de donde muchos de ellos han podido ser rescatados, expuestos hoy en día en vitrinas de diversos museos sitos en la región tales como el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz (arriba), o el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (abajo), depositario este último de una amplia colección de amuletos fálicos donde el fascinum se conjuga con la higa, exhibidos dentro del espacio destinado a acoger antiguos bronces romanos.
Abajo: dentro de la sección dedicada a Roma del Museo de Cáceres podían verse años atrás dos ejemplares de amuletos fálicos de muy diferente diseño, correspondiendo uno de ellos al clásico combinado entre fascinum e higa rematado por unos relajados genitales masculinos en su intersección, presentando sin embargo el otro amuleto, hallado al parecer en el pacense yacimiento de Los Castillejos de Solana de los Barros, una placa donde dos erectos falos son enfrentados entre sí, adorno poco común al que se sumaría un entonces también habitual falo único, actualmente expuesto tras ser depositado por la Junta de Extremadura en la institución, descubierto en recientes excavaciones ejecutadas en la ciudad romana de Cáparra, cuyos tesoros arqueológicos son exhibidos en la misma sala.
Pero el falo de Príapo como amuleto mágico, conocido como fascinus o fascinum, no aparecía sólo dentro de casa ni se utilizaba únicamente a título personal. Además de colocarse en puertas, fachadas o inclusive rodapiés externos y guardacantos, su efecto apotropaico era también perseguido por la comunidad, colocándose en calles, suelos, infraestructuras o edificios públicos a modo de amuleto protector de una vía, una barriada, un inmueble o, inclusive, la entrada a toda una ciudad. Destaca dentro de la Península Ibérica el que en Mérida fuese cincelado en la cara externa de uno de los sillares sobre los que descansase el primero de los ojos de que consta el puente que sobre el río Guadiana daba acceso a la ciudad desde el margen izquierdo del Anas, coincidiendo con la puerta de entrada principal a la colonia emeritense. El falo allí colocado pretendería, por tanto, mantener fuera de Emérita Augusta y de sus pobladores el mal de ojo, atrayendo contrariamente y a la par la prosperidad para los vecinos de la capital lusitana. Pero no sería el único fascinum conservado entre las emeritenses calles. Además del falo conservado entre los sillares reutilizados en la muralla poblacional, localizado en el yacimiento de las Morerías, son cuatro los erectos penes que pueden aún verse in situ y en su colocación original entre los restos de la arquería principal del conocido popularmente como Acueducto de los Milagros, uno de los principales edificios con que los romanos dotaron a la ciudad, considerado inclusive obra de ingeniería capital dentro de las conocidas en el mundo romano, no sólo dentro de lo que fuese Hispania sino en todo el Imperio que forjase Roma.
El de los Milagros sería uno de los tres tradicionales acueductos con que, al parecer, contaría la colonia emeritense para abastecimiento acuático de la misma, a los que se añadiría tras investigaciones efectuadas en el presente siglo una conducción hidráulica más, inédita hasta pocos años atrás y bautizada como de Las Abadías por atravesar esta zona norteña de la ciudad, cercana a la conducción de los Milagros en su tramo terminal y compartiendo con este acueducto el Castellum aquae o depósito de agua final desde el cual se repartiría el caudal recibido por la ciudad. En la zona nororiental, contrario a los acueducto de los Milagros y de Las Abadías, discurriría el único canal del que es conocido su nombre original, antaño Aqua Augustae y hoy en día acueducto de Cornalvo, nutrido al parecer de las aguas de tal embalse, recibiendo el caño a su vez la oriental conducción de Borbollón. Entre las conducciones de Los Milagros y de Cornalvo entraría por la cara norte de la ciudad el canal de San Lázaro, bautizado así por enclavarse junto a la obra de ingeniería la hoy desaparecida emeritense Ermita de San Lázaro, demolida en 1.940. Se daría en conocer también tal acueducto como de Cabo de Buey o Rabo de Buey, por tomar el mismo sus aguas de diversos arroyos nacidos al Norte y Noreste de la ciudad, entre los embalses de Proserpina y Cornalvo, recogidas a través de un entramado de canales subterráneos que, unidos en un punto cercano, se asemejarían al apéndice de tal bóvido, dando razón a un sistema de recolección hidráulica que serviría directamente a la población hasta el pasado siglo, continuando en uso el canal primitivo tras ser reedificada la arquería que salvaría el valle del Albarregas, desmontándose para ello la casi totalidad de las ruinas de la obra romana externa y edificarse una nueva infraestructura que sustituyese a ésta en el siglo XVI bajo el estilo renacentista, limpiada y retocada continuamente hasta 1.889, fecha en que consta la última intervención sobre el inmueble de pública titularidad, siendo posteriormente tal arquería cedida en su uso aunque no así los subterráneos canales, que siguen acercando el agua subálvea a la capital extremeña hasta el depósito decimonónico que se erigiese para controlar el fluido a la llegada a la ciudad, donde aún es recogida para ser utilizada después en el riego de calles y jardines.
Arriba y abajo: constando primitivamente Emérita Augusta de hasta cuatro conducciones hidráulicas que abasteciesen de agua la ciudad, es posiblemente hoy en día la más conocida de ellas la bautizada como de Los Milagros, llamativa por la impresionante arquería final que salvase del valle por el que discurre el río Albarregas (arriba: aguas abajo; abajo: aguas arriba) las aguas traídas a través del acueducto nacido en el enclave de Proserpina, al noroeste de la lusitana capital, convertido actualmente el paraje en parque de la ciudad donde los vestigios del bimilenario inmueble sobre la rivera del afluente del Guadiana presentan una estampa que identifica la ciudad.
Si bien no está considerado como el más antiguo de aquéllos con los que contó la colonia, verificado el hecho de no ser tampoco la construcción hidráulica más extensa, sí es el de los Milagros el más conocido y valorado de los cuatro sabidos acueductos emeritenses, obra de ingeniería a destacar no sólo en el interior del territorio de lo que fuese Hispania, sino inclusive dentro del grueso que conforma el dilatado listado de infraestructuras del mundo romano. Aprecio venido de antaño y que propiciaría que el vulgo denominase a tal obra, en especial observancia hacia la arquería que supera el valle del Albarregas, como los Milagros. Nomenclatura generada, según la creencia popular actual, por el hecho de considerarse todo un logro o milagro el haber conseguido llegar al tiempo presente gran parte de su fábrica en pie, según algunos inclusive por sobrevivir al terremoto de 1 de noviembre de 1.755, más conocido como de Lisboa. Sin embargo, ya se nombraba como tal el monumento en el siglo XVII, tal y como recoge Bernabé Moreno de Vargas en su Historia de la Ciudad de Mérida, publicada en 1.633. Inclusive, gracias a la labor del que fuese regidor perpetuo del Ayuntamiento emeritense sabemos que los vecinos de entonces no hacían referencia con tal advocación a un suceso inexplicable o sorprendente. Por el contrario, el sustantivo milagro apuntaba a cada uno de los pilares conservados en pie, que en singular serían ejemplar a ejemplar una obra maravillosa o "milagro", tal y como en la antigüedad existieran siete milagros frente a los que los añejos edificios de Mérida podrían competir.
"Mvchos, y muy excelentes fueron los edificos que en Merida hizieron los Romanos, pues las ruinas, y fracmentos que oy duran fon tan notables, que no folo prueuan efto, mas han ocafionado a imaginar grandes marauillas, y milagros, que afsi llama el vulgo a algunos deftos edificios: y verdaderamente deuieron competir con los fiete del mundo; (...)"
CAPITVLO VIII De los edificios que fe hallan en Merida del tiempo de los Romanos.
En el Capítulo VIII de su obra, indica Moreno de Vargas que el pueblo llama milagros a los acueductos conservados de la época romana, atribuyendo al mandato del Emperador Trajano la construcción de los mismos. Es en el capítulo IX ("De otros edificios Romanos hallados en Merida"), cuando subraya el erudito el uso de tal expresión directamente hacia el acueducto que viene desde la conocida como entonces como Albuhera, Albuhera de Carija o Charca de la Albuera, posteriormente bautizada como Lago o Embalse de Proserpina tras descubrise en el siglo XVIII y en las inmediaciones del espaldón de la presa una lápida romana dirigida a la diosa Reina del Inframundo.
"El otro aqueducto viene defde la Albuhera, de la qual fe tratarà luego, y para atrauefar el rio Albarregas, por fer fu fitio muy baxo, fue neceffario encañarle fobre colunas, y arcos de eftraña grandeza, y fumptuofidad notable, pues tienen de altura 32. varas. El edificio es de canteria de piedras de gano, y ladrillo, y es tan fobervio, e infigne, que le llaman los milagros, como que fu obra fueffe milagrofa, y femejante a los fiete milagros del mundo. Por efte aqueducto traian el agua del Albuhera, y otras que a el recogian en el camino, y la entrauan en la Ciudad por lo alto del fitio adonde aora eftà el Caluario, en que ay ruinas de la caxa, o almacen, a dóde el agua paraua (...)"
Antonio Ponz, en su Viage de España, Tomo Octavo, Carta Quarta, apuntaría en 1.784 que sobreviven del Acueducto nacido en la Albuera treinta y siete pilares, "que llaman vulgarmente los Milagros", confirmando así que la intención inicial sería denominar no la obra sino los pilares sobrevivientes del acometido hidráulico como milagros en la acepción de la nomenclatura como maravilla, en base a la majestuosidad arquitectónica de los mismos.
Arriba y abajo: difícil de llegar a él por encontrarse la parte baja de esta arcuatio habitualmente inundada por el cauce del río Albarregas, muestra el flanco sureño del pilar octavo, a contar desde la orilla derecha del afluente del Guadiana de entre los estribos que sobre la propia ribera sobreviven, un sillar esculpido y decorado con un falo doble, primero de los cuatro fascinum que sobreviven entre los vestigios de tal conducción hidráulica, llamativo este ejemplar por ser el único en presentar un miembro viril doble frente a los ejemplares individuales presentes en otros tres puntos de la arquería, posible unión de falo e higa desdibujada por la erosión cuya doble naturaleza masculina quedaría sin embargo definida por la presencia de lo que se adivinan dos bolsas escrotales anexionadas.
Mientras que algunos autores consideran que su creación se ejecutaría en sustitución del acueducto de La Abadía, que tomaría el agua del arroyo del Sapo, cercano a la colonia y cuya obra pronto sería considerada obsoleta ante el progreso demográfico de la ciudad, no se mantiene consenso en cuanto a la fecha de construcción del acueducto de los Milagros, al parecer el más tardío de los cuatro conocidos y, posiblemente, edificado durante diversas etapas de construcción. Una de las teorías, basada en la conservación de un arco de sillares sobre el curso del río Albarregas, cauce atravesado por el acueducto en su arquería principal y más conocida, único de esta constitución frente al resto de arcadas de fábrica latericia, hace pensar en una primera fase constructiva durante el gobierno del emperador Trajano, relevante mecenas durante cuyo mandato se mandarían levantar sobre soberbias piezas pétreas algunos de los más imponentes edificios públicos con que se enriqueciese ingeniera y monumentalmente el Imperio. Elevación inicial que diversos estudiosos se aventuran a datar, sin embargo, en años próximos a la fundación augustea de la colonia, mientras que otros investigadores, basándose en la aparición de fragmentos de terra sigillata hispanica fechados en época de los Flavios, último tercio del siglo I d.C., plantean necesariamente la existencia preliminar de la obra hidráulica durante el gobierno de tal dinastia. La permuta en el material de fábrica de los arcos, así como el cambio en la modulación, tamaño y tallado, de los sillares de los contrafuertes a partir del segundo arco u orden, volviéndose en su tercer y último intervalo más pequeños y de labrado menos exhaustivo, permiten barajar la posibilidad de apuntar hacia un segundo periodo constructivo, para algunos en época de los Severos, a caballo entre los siglos II y III d.C. La data del desuso de la infraestructura, sin embargo, parece mucho más clara dado el descubrimiento en un tramo de su trazado de material arqueológico depositado sobre los escombros del canal abandonado fechado en el siglo IV. No obstante, la posible reedificación de uno de los pilares conservados en la actualidad durante época visigoda hace plantearse a algunos autores un intento de reutilización del edificio en época altomedieval, si bien algunos escritos antiguos hacen pensar en su uso más como puente que como acueducto en sí, utilizado por los transeuntes para salvar el valle del afluente entrando directamente en la ciudad.
Arriba y abajo: de parecido tallado al presentado por el falo conservado entre los sillares que como refuerzo se colocaron sobre la muralla fundacional en lo que hoy es el yacimiento de Morerías, muestra el pilar decimoquinto, ya en la orilla izquierda del Albarregas, un erecto miembro viril en horizontal con el glande mirando a levante y la bolsa escrotal hacia poniente, labrados sendos testículos alrededor del tronco peneano, visión así superior de las varoniles gónadas del dios de la fertilidad expuestas a la vista y altura de un transeúnte adulto, en la hilera superior de las cinco líneas de sillares que componen el más bajo tramo que de éstos compone y circunda tal estribo.
Es la arquería sobre el valle del Albarregas, por tanto, no sólo el tramo del acueducto más célebre entre la población y destacado en cuanto a su valor arqueológico e ingenierio. Si bien el acueducto como conducción hidráulica completa nace a los pies de la presa de Proserpina, a unos 6 kms. de la ciudad, serpenteando por el paisaje buscando la pendiente que permitiese la llegada, continua pero no abrupta, de agua hasta la colonia a través de un canal que alcanzaría los 9 kilómetros de extensión, hasta 12 según algunos investigadores, combinando tramos subterráneos, algunos labrados en la misma roca, con arquerías de diversas alturas y dimensiones, sería en la ribera del afluente del Anas, Barraeca para los indígenas, cuando el monumento ofreciese su intervalo más espectacular, consiguiendo en él por parte de sus autores las tres finalidades que los arquitectos latinos perseguían en sus obras públicas: pragmatismo, longevidad y belleza. Con el fin de alcanzar tales objetivos, sumaron una serie de soluciones arquitectónicas e ingenieras dando como resultado una edificación de más de 825 metros de longitud y hasta 28 metros de altitud en su punto álgido, cuyas arcuationes quedarían enmarcadas por pilares surgidos de un corazón de opus caementicium rodeado de sillares de granito en una altura de cinco piezas yuxtapuestas, sobre los que se sobrepondrían, tanto sobre hiladas como núcleo, un manto de cinco filas de ladrillos sin ocultación exterior, ubicándose sobre éste un nuevo trecho mixto de opus caementicium interno y sillares a vista, dando como resultado una llamativa comunión constitutiva que, si bien respondía más a fines arquitectónicos que estéticos, llamaría la atención de la ciudadanía, considerado tal resultado el precursor artístico de tardíos monumentos donde el ladrillo juega un papel fundamental, como pudiera ser la simbiosis expuesta en las arcadas del interior de la mezquita de Córdoba, sin ser la arquería emeritense el único edificio del mundo romano donde poder apreciar esta compaginación materialística, igualmente presente en el cercano acueducto de San Lázaro.
Arriba y abajo: frente al segundo de los falos conservados en la arquería del emeritense acueducto de los Milagros, expuesto en la cara norteña del pilar decimosexto a contar desde la orilla derecha del Albarregas entre los estribos enclavados en la propia ribera de tal afluente del Guadiana, un tercer falo, igualmente orientado como su hermano de arcuatio hacia la derecha del sillar, se ofrece más erosionado que el anterior a pesar de estar ubicado a una altura mucho mayor, bajo la cornisa que marca el arranque del primero de los tres arcos latericios que formaban antaño parte sustancial de la construcción.
Entre los treinta y siete pilares conservados en este tramo de la conducción hidráulica, veintiséis de ellos directamente sobre la propia rivera del Albarregas en sí, es donde el viajero o transeúnte podrá observar hasta cuatro falos o fascinus labrados sobre los sillares que conforman la construcción. Sin poder establecer si los mismos fueron cincelados con posterioridad a la elevación del monumento, o si por el contrario fueron esculpidos sobre las piezas graníticas antes de ser éstas colocadas en su puesto de destino y con la finalidad de permanecer a la vista del peatón una vez inaugurada la obra, sí queda confirmada la prevalencia de éstos a pesar del paso de las centurias y devenir de los tiempos, ofreciéndose hoy en día como curiosidad ilustrativa perdida la razón apotropaica que muy seguramente les llevase, como a su hermano sito en el puente sobre el río Guadiana, tanto a ser creados como ubicados en los muros de contención de una de las principales obras de ingeniería de la capital lusitana, fundamental cauce de acercamiento del agua a la urbe, cercano, además, a una de las principales vías de comunicación de la ciudad, dibujándose el itinerario de la Vía de la Plata en su devenir norteño a escasos metros de la infraestructura hidráulica.
Dos son los modelos de falos que podemos hoy en día observar esculpidos sobre las ruinas de tan majestuosa obra pública. El más alejado de los muros de la colonia, y primero en recibir el agua que discurría hacia la ciudad, aparece cincelado sobre la cara sur del pilar numerado como octavo de los preservados sobre la propia ribera, casualmente sobre uno de los tramos entre arcuationes habitualmente inundado por el cauce del afluente del Guadiana. Es este ejemplar, curiosamente, el que diverge estilísticamente de sus otros tres compañeros, apareciendo frente a nosotros un falo doble, comunión entre dos penes erectos y de perfil, casados por su base, emparejadas sendas bolsas escrotales, orientado cada glande hacia el extremo superior contrario al punto de unión, con un mayor marcado diferencial en el glande izquierdo que nos permitiría pensar en la posible presencia ante un ejemplar de fascinum fusionado a una higa, hecho que no podríamos confirmar debido al desdibujado de las formas por la erosión del grabado escultórico. La prevalencia de restos del almohadillado del sillar hace pensar en una primera ornamentación de la piedra en base a esta típica decoración arquitectónica romana, reconvertida en amuleto apotropaico bien antes de su colocación sobre el pilar, o una vez ubicado en éste.
Arriba y abajo: mirando una vez más hacia el Sur, donde se ubicase la colonia y capital lusitana, un cuarto fascinum, repitiendo como en sus hermanos de orilla la diestra orientación de su glande, se presenta al igual que el falo del pilar decimosexto bajo la cornisa que da paso al arco de ladrillo del primero orden del decimoctavo estribo sobre la ribera del Albarregas del monumento, esquematizada y erosionada figura que sin embargo permite descubrir aún el labrado tanto del bálano como del escroto, ubicada la bolsa testicular por debajo del tronco y no en derredor del término izquierdo del mismo.
Es en la orilla izquierda del Albarregas donde podemos localizar los otros tres falos presentes en la colosal arquería de la emeritense conducción de los Milagros. Siguiendo la numeración marcada sobre los veintiséis pilares supervivientes erigidos en la ribera en sí, iniciada tal cuenta en la orilla norteña, son los pilares quince, dieciséis y dieciocho los dotados con pétreos ejemplares fálicos labrados sobre su obra constitutiva, siguiendo un modelo similar entre ellos mas diferente al apreciado sobre el pilar octavo de la infraestructura romana. En esta ocasión estaríamos ante tres penes erectos en horizontal, cuyo glande mira hacia la derecha del espectador, cincelado el escroto en el extremo opuesto, adivinándose los dos testículos, uno sobre el otro, en el fascinus del pilar decimoquinto, lo que supondría una visión superior de los genitales, repetida en el ejemplo existente en el sostén número dieciséis, mucho más esquematizado. No ocurre así en el falo presente en el estribo decimoctavo, donde la bolsa escrotal no aparece esparcida a ambos lados del tronco peneano sino sencillamente bajo éste, marcando dentro del saco de piel ambas gónadas así como la corona del glande en el término contrario de la genital figura labrada.
Sí comparten por su lado tanto el falo doble del sostén octavo como el ejemplar sito en el ejemplar constructivo número quince no sólo su aparición en el lateral sureño de sendos pilares, sino inclusive su figuración a una baja altura, inscritos en el primer grupo visto de cinco hiladas de sillares graníticos de las que parten los pilares en sí, penúltima fila a contar desde el sustento del estribo octavo, quinta en su hermano decimocuarto levantado en la orilla contraria. Los falos restantes, sin embargo, sobreviven también en el primer orden de los pilares pero a una altura mucho mayor, apareciendo, en la construcción decimosexta en el lado septentrional de la misma, lateral meridional en su hermano decimoctavo, justo por debajo de las cornisas que anuncian el próximo arranque de los primeros de los tres arcos latericios que sustentan tales estribos.
Arriba y abajo: luce el flanco norteño del pilar decimoséptimo un curioso labrado en uno de los granitos de la quinta hilada del primer tramo completo de sillares vistos, cuyo estilizado diseño horizontal, engrosado en su término derecho, pudiera hacernos pensar en la presencia de un quinto falo conservado en la gran arquería del emeritense acueducto (arriba), duda que se podría reproducir ante cinceladas piezas pétreas sitas en sendas caras del pilar decimonoveno (abajo), sin embargo la observación detallada de algunos de los almohadillados presentes en el monumento, especialmente en el lateral sureño del estribo decimoséptimo (abajo, última imagen), permite verificar la amplia variedad que de este tipo de ornamentación arquitectónica subsiste entre los vestigios de la obra de ingeniería, descubriéndose una abundante carta inscrita con ejemplares de diversas dimensiones, más y menos profundizados así como erosionados, dando en no pocos casos lugar a error visual, no sin que por ello se pudiese descartar la presencia de desconocidos ejemplares fálicos en rincones insospechados o sobre pilares ya destruidos que hicieran de este tramo de la conducción hidráulica todo un santuario de fascinum depositario de los deseos de multitud de vecinos que imploraban la salutífera llegada del bien acuático a la ciudad, evitando con los poderes apotropaicos del miembro viril de Príapo la entrada del mal en sus hogares y vidas.
No se conoce, o al menos no se aprecia, la presencia de más ejemplares fálicos entre las ruinas supervivientes del hidráulico monumento emeritense, si bien diversos almohadillados labrados entre los sillares que bordean y componen los pilares sitos sobre la ribera del río Albarregas se aproximan al tallado esquematizado de algunos de los fascinus conocidos, pudiendo su cincelado dar lugar a simple vista a error. Tal es el caso, especialmente, de un almohadillado esculpido en la cara norteña del pilar decimoséptimo, por debajo e inmediato a la segunda hilada de ladrillos que constituyen el estribo, donde un abultamiento en el extremo derecho de la figura permite imaginar una bolsa escrotal de la que partiría el erecto falo que, como sus compañeros de orilla, se extiende horizontalmente sobre la pétrea pieza. En el pilar decimonoveno, tanto en sus flancos septentrional como sureño, vuelven a aparecer esculpidos, a camino entre sencillos y erosionados, ejemplos que pudiesen dar lugar a equívoco. Una mirada a los almohadillados presentes en la cara meridional del pilar decimoséptimo, sin embargo, permite resolver la confusión, apreciándose la existencia de diversos ejemplares de almohadillado cincelados en varios de los sillares presentes en este flanco, donde se combinan la profunda labra con otras más suaves, algunas incluso semidesdibujadas, que pudiesen responder a infinidad de factores tanto estéticos como históricos, en base a la dilatada vida de esta magna obra de ingeniería, cuyos detalles fálicos nos conducen inmejorablemente a un tiempo pasado donde religión y superstición se conjugaban a la perfección en una de las ciudades cumbres del Imperio que Roma forjó.
Pero la conducción hidráulica de los Milagros guarda muchas particularidades más. Célebre su arquería final, el acueducto emeritense no era tan sólo el monumental yacimiento que subsiste en el valle del río Albarregas. Desde su nacimiento en Proserpina, contaba con una continua canalización sustentanda en ocasiones por arquerías menores cuyo fin era conducir el agua tomada hasta la ciudad, recibida por una piscina limaria donde purgar la misma, y repartida por la urbe a través del punto final del proyecto de ingeniería, su depósito o castellum aquae que, particularmente en este caso, se ideó bajo un semblante monumental. Proyecto que cumplía así con las directrices marcadas hacia un completo sistema de trasvase hidráulico que hacían de esta obra un bien público excepcional del que, a pesar de haber desaparecido parte de su estructura, se conserva afortunadamente buena parte de su entramado, así como la práctica totalidad de sus espacios claves, esenciales para comprender el funcionamiento y uso de tal tipología de ingeniería, convirtiéndolo no sólo en un magnífico vestigio entre las obras públicas de la Antigua Roma, sino además un yacimiento arqueológico excelente que enriquece la ciudad emeritense, así como el legado heredado por la región extremeña y el patrimonio español. Una obra digna de presentar y que, desde Extremadura: caminos de cultura, queremos exponer a través de un amplio álbum fotográfico del monumento, que permita exhibir tal joya arquitectónica y arqueológica, así como divulgar las zonas menos conocidas del mismo, en pro de un mayor conocimiento de este tesoro que, junto al resto de edificios y yacimientos históricos presentes en la capital de Extremadura, le valió a Mérida poder obtener la declaración de su herencia arqueológica como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en diciembre de 1.993.
ACUEDUCTO DE LOS MILAGROS (MÉRIDA): ÁLBUM FOTOGRÁFICO
1) Desde su inicio o Caput aquae, hasta la Vía de la Plata:
Entre 8 y 9 kilómetros según algunos autores, incluso 12 al parecer por otros estudiosos, era la longitud final que conformaba la totalidad de la conducción hidráulica que pasaría a ser llamada de los Milagros. Tomando el agua, como el resto de acueductos emeritenses, del flanco norte de la ciudad, enclavada la colonia a orillas del río Guadiana, entre el margen derecho de tal cauce fluvial y la vertiente sureña de las Sierras de San Pedro y de Montánchez, su caput aquae o punto de toma de las aguas se ubicaría en la zona hoy conocida como de Proserpina, antiguamente bautizada como la Albuhera o Albuera por corresponder a un lago artificial, apellidada no pocas veces como de Carija al ubicarse en las cercanías de tal serranía próxima a la urbe, surgida al Noroeste de la misma.
Arriba y abajo: apenas unos metros separan el comienzo del acueducto de los Milagros, o primer tramo conocido y conservado del mismo, del dique de contención del lago de Proserpina, separados supuestamente ambos trabajos de ingeniería durante las obras que en plena Edad Moderna acondicionaran la salida de fluido de la presa a fin de alimentar hidráulicamente los molinos erigidos bajo el propio paredón, sin embargo la no verificación de este hecho, unido a la reciente teoría que apunta hacia una datación altomedieval del embalse frente a la versión oficial que fecha la construcción del mismo en el siglo I d.C., ha abierto un debate en base a la conexión real o no entre charca y canal, barajándose además de la conjetura más antigua y aceptada que señala hacia el levantamiento del dique a fin de acumular un caudal constante de agua que permitiese la llegada invariable de fluido a la colonia durante todas las épocas del año, otras hipótesis como la contemporaneidad de ambas obras sin que estuviesen relacionadas, o el surgir de la presa para usos diversos ya en época medieval y en desuso el conducto.
Bautizado como de Proserpina por estar dirigida a la reina del Inframundo una lápida hallada bajo la presa que da ser al lago artificial antaño conocido como la Albuera, la vinculación entre acueducto y embalse sería confirmada indubitativamente durante años, incluso siglos, tanto por antiguos cronistas y viajeros como por contemporáneos estudiosos y práctica totalidad de la comunidad científica. Sin embargo, voces recientes ven indicios suficientes como para no establecer relación directa entre charca y conducción, lanzada a comienzos del presente siglo por reputados arqueólogos una interesante teoría que presenta tanto la construcción del embalse de Proserpina como la del cercano dique de Cornalvo, ambos datados oficialmente en el siglo I d.C., en época altomedieval. Debate abierto que ofrece un abanico de posibilidades en cuanto a la presunta relación entre Proserpina y los Milagros, teniendo siempre presente que en la actualidad, y al parecer desde una reforma efectuada sobre el dique entre los siglos XVII y XVIII, acondicionando la salida de aguas de la presa en pro de alimentar hidráulicamente unos molinos erigidos en el enclave inmediato bajo tal paredón, la supuesta conexión directa entre sendas obras de ingeniería figura interrumpida, sin conocerse el punto exacto del que partiese el acueducto, ni conservarse ni atisbarse en base a prospecciones vestigios de canales y ramales que pudiesen llegar a la zona, prolongando el acueducto hacia posibles focos norteños de alimentación, excavados donde posteriormente se erigiese el dique o bordeando la línea marcada por la pared del mismo.
Si bien la hipótesis oficial verifica la interrelación entre ambas obras de ingeniería, en base a la presentación de la original cota de salida de agua de la presa a la misma altura que a la que se alzan los primeros restos conocidos y conservados del canal hidráulico, otras posibles teorías difieren de tal conexión arquitectónica. Para ello toman como hecho fundamental la defensa por algunos eruditos romanos del uso de un agua que no estuviese embalsada para el día a día, apoyado por el abovedamiento de todo canal hidráulico conservado que impidiese la exposición del fluido al aire libre hasta la llegada al propio consumidor. De esta manera, el agua que alimentase el acueducto de los Milagros sería tomada, como en el cercano caso de San Lázaro, por aguas subálveas o filtradas por la propia tierra, posiblemente en la misma zona donde después se erigiese el lago artificial. Si el dique fuese levantado durante la dominación romana, pudiese haber respondido al deseo de acumular agua para uso industrial, tomando su caudal el canal de las sobrantes o superando ingenieramente el embalse, sin que en este caso se tenga conocimiento de resto alguno de canal de continuación al conservado. Si la presa fuese edificada en época altomedieval, por su lado, la falta de relación entre dique y conducción podría ser directamente descartada, al conocerse el desuso del canal ya en el siglo IV.
Arriba y abajo: aunque son seis los kilómetros que en línea recta separan Mérida del enclave de Proserpina, eran entre nueve y doce kilómetros la extensión del canal hidráulico que conducía el agua a la colonia a través del acueducto de los Milagros, aumentada la distancia natural a fin de serpentear la obra de ingeniería por el paisaje, buscando el transporte continuo pero no abrupto del fluido, sin más mecanismos que la fuerza de la gravedad a través de un desnivel constante de 0,5 milésimas atravesando haciendas y campos, muchos de ellos hoy convertidos en fincas privadas a las que no es fácil acceder a fin de visitar los vestigios del canal in situ, restos sin embargo accesibles en algunas zonas públicas tales como el paraje donde la Cañada Real de Santa María de Araya se acerca a la carretera que une Mérida con Badajoz a través de Montijo, EX-209, apareciendo en la zona sureña de la calzada y paralelo a la vía pecuaria en su margen occidental uno de los afloramientos del canal, básicamente subterráneo, salido a la superficie en pro de salvar a través de una desaparecida arcuatio o arquería el valle por el que entre suaves colinas trascurre el real camino, antaño vía de unión entre Emérita y Olisipo.
Arriba y abajo: mientras que el specus por donde correría el agua quedaría formado por una caja abovedada cuyas paredes y parte inferior serían construidas a base de opus caementicium u hormigón romano, elaborado a través de mortero de cal entremezclado con piedras o guijarros, recubierto en su interior con opus signinum o sellado hidráulico, constituido por mortero calcáreo, arena y restos cerámicos o ladrillos machacados (arriba), la elevación del canal sobre el terreno en sus tramos externos se ejecutaba en base a un paredón de mampostería donde alternaban principalmente cuarcitas y dioritas anexionadas con mortero (abajo), utilizado el muro no pocas veces como elemento de sujección del terreno en zonas inclinadas a modo de bancal sobre el que quedaría sujeto en su parte superior el propio canal en sí (abajo, siguientes).
Arriba y abajo: tras discurrir fundamentalmente hacia el Sur, aprovechando la inclinación natural del terreno hacia la vega del Guadiana, es junto a la hoy Cañada Real de Santa María de Araya cuando el conducto, aprovechando el hecho de tener que salvar el pequeño valle por el que discurre el camino (arriba), curvaba en pro de variar su orientación general hacia el levante intentando aproximarse a la colonia, conservándose el inicio de la más que posible arquería que en este punto se erigiese, partiendo de un paredón de mampostería que fuese despegando del terreno hasta poder ser observado en sendos flancos del mismo (abajo), hoy peligrosamente desgastado presentando sus vestigios relevante carencia del material de contrucción (abajo, siguiente).
Arriba y abajo: una vez curvado el canal buscando su orientación hacia la zona oriental, se sostendría la caja a través de una arquería o tramo aéreo, sexto el dado sobre la Cañada Real de Santa María de Araya a contar desde el nacimiento de la conducción hidráulica en el enclave de Proserpina, descubriéndose entre hierbas y guijarros lo que fuese sostén de esta arcuatio.
Abajo: ya en la vertiente oriental del real camino, desaparecida la arcuatio que aquí sostuviese el canal fuera de su habitual curso subterráneo, reaparecen a la vista del viajero restos de la construcción de ingeniería, final porción del tramo aéreo inscrito en este enclave cuyos muros de mampostería, sostén del specus o caja por la que discurriría el preciado fluido acuático, vuelve de nuevo poco a poco a aferrarse a la tierra primero como bancal, para terminar metros después cobijándose en el interior del suelo.
Interrelacionadas o no presa y conducción, de los pies del dique de contención del lago de Proserpina nacen los primeros vestigios conocidos del canal que conducía y daba ser al acueducto de los Milagros, el cual, serpenteando por la geografía en busca constante del desnivel de 0,5 milésimas, ó un metro cada dos kilómetros, que permitiese conducir el agua sin necesidad de mecanismo alguno hasta la misma ciudad, discurre básicamente hacia el Sur, desviado entonces hacia la zona oriental poco antes de alcanzar la ribera del Guadiana, superando el trazado de la Vía de la Plata después de sobrepasar este camino el cauce del Albarregas a través de un puente de tres ojos edificado en época augustea, dejando inmediatamente atrás los muros de la colonia en su devenir hacia el Norte peninsular. Llegado al valle del afluente del Anas, el canal sería conduccido hasta la piscina limaria, de donde nacería la última de las arquerías presentes en la obra, siendo ésta la más alargada, alta y soberbia, así como, por tal motivo, conocida y admirada. Pero antes de alcanzar el trazado del vial mencionado, nombrado en la época antigua como Iter ab Emerita Asturicam, o Iter Asturica ab Emerita Augustam, la conducción debía hacer frente a otros desniveles del terreno que, si bien no eran tan pronunciados como el del Albarregas, suponían un labor de ingeniería irrefutable, apareciendo diversas arquerías y zonas aéreas o elevaciones de un conducto generalmente soterrado, en un total de siete primitivos tramos externos cuyo número, según Santiago Feijoo, pudiera elevarse hasta nueve, conectando éstos constantemente con la porciones subterráneas, inclusive un entramado excavado dentro de la misma roca granítica, dándose un canal prácticamente homogéneo que alcanzaría la urbe siguiendo básicamente en todo momento el mismo proceso constructivo en derredor de la caja o specus por el que correría el agua, en un caudal máximo de 150 litros por segundo, constituido por un doble muro de opus caementicium u hormigón romano, cerrado en su parte superior por una bóveda de medio punto fabricada a base de piezas de diorita o cuarcitas unidas a través de mortero, recubierto interiormente en su base y tramo bajo de las paredes por opus signinum o mortero hidráulico que sellase la obra, usado el mismo material en las esquinas internas del canal rematadas con refuerzos de media caña.
Arriba y abajo: unas veces por corrimientos de las tierras que componen los terrenos sobre los que discurre el canal, en otras ocasiones, sin embargo, debido a la propia intervención del hombre, son múltiples los tramos originalmente subterráneos del acueducto de los Milagros que hoy se presentan a la vista, perdida la capa de tierra con que se cubrieron una vez finalizada su construcción, tal y como puede apreciarse en las inmediaciones del Centro de Transportes de Mérida, cuya construcción significó la puesta en valor de parte del trazado hidráulico que se veía afectado por la creación del acceso al enclave transportista.
Abajo: destapada la obra romana de su cobertura térrea, puede apreciarse en los terrenos que bordean septentrionalmente el Centro de Transportes de Mérida la fábrica de la caja o specus por el que discurría el agua camino de la colonia lusitana, cuyos muros de opus caementicium servían no pocas veces como sujección, a modo de bancal, de los inclinados terrenos que atravesaba, serpenteando el paisaje en perenne búsqueda del transporte acuático en pro de la manutención de la urbe emeritense, respetando su desnivel de 0,5 milésimas.
Arriba y abajo: la construcción del Centro de Transportes de Mérida, así como la adecuación de accesos al mismo, conllevaría la puesta en valor de los vestigios del tramo de la conducción hidráulica cuyo trazado quedaba interrumpido por la carretera de entrada al enclave, salvándose la caja arquitectónica, antaño enterrada, hoy a la vista y sustentada por un puente que permite conservar los restos arqueológicos en el mismo punto y posición en que antaño se ubicaban, pudiéndose descubrir las características constructivas de esta porción del acueducto, volviendo a desaparecer bajo tierra superada la orilla oriental de la calzada, observándose perfectamente, aún perdida la bóveda que cubría el canal, la composición a base de opus caementicium de la fábrica de sus muros, así como el recubrimiento interno tanto del fondo del caño como de la parte baja de los flancos internos de las paredes a través de opus signinum, sellado hidráulico que intentaría prevenir fugas acuáticas.
Mientras que prácticamente sólo la caja o specus constituía las porciones del acueducto soterradas, oculto el canal bajo tierra una vez construido el mismo, sirviendo no pocas veces sus paredes elaboradas a base de opus caementicium como muros de contención a modo de bancales que protegiesen la conducción dibujada sobre terrenos en no pocas ocasiones en desnivel, inclinados hacia la vega del Guadiana, en los tramos aéreos o arcuationes, saliendo el canal a la superficie en pro de salvar un valle o declive terrenal, así como el cauce de algún arroyo, figuraba la caja sostenida por un muro de mampostería constituido fundamentalmente por dioritas y cuarcitas unidas por mortero, apenas verificada la presencia puntual de alguna pieza granítica inserta, fábrica similar a la del abovedamiento y del mismo grosor que la propia caja que sustentaba, con una media ésta de 1,5 metros de anchura, alcanzando entre los 0,82 metros a los 1,50 metros en su altitud, de gran fortaleza pero no igual resistencia que la ofrecida por el propio opus caementicium en sí, derivando tras el paso de las centurias en la pérdida casi total de la bóveda de cierre, así como la desaparición de muchos de los tramos externos dependientes del muro de mampuesto o el desgaste de materiales de los supervivientes, sorprendiendo la perennidad de amplios tramos de los muros de hormigón que conformaban la caja acuática, descubiertos a la visa tras haberse visto desprotegidos con el devenir de los años del recubrimiento térreo que envolvía la construcción de ingeniería.
Arriba: a escasos metros del trazado de la autovía del Suroeste o A-5, superado el río Guadiana camino hacia Madrid, puede observarse junto al desvío que enlaza la carretera nacional con la autonómica EX-209, a través de la salida 341, un antaño soterrado tramo de la conducción hidráulica que, al igual que los conservados en las cercanías del Centro Regional de Transportes de Mérida, se presentan hoy a la vista (imagen tomada de Google Maps).
Ubicándose la mayor parte de los restos conservados del canal de conducción, tanto en sus tramos subterráneos como las elevaciones, porciones aéreas y arquerías de que constaba la conducción, en terrenos hoy en día de titularidad privada, es posible observar, inclusive visitar, diversos trechos sitos en enclaves públicos hasta la llegada del acueducto al propio casco urbano actual emeritense, restos éstos puestos en valor en espacios comunes desde la llegada del canal a las inmediaciones del trazado original de la Vía de la Plata, sumándose al rico y extenso legado histórico-arqueológico con que cuenta la capital extremeña. Antes de alcanzar la ciudad, en superficie pública se encuentra por discurrir anexo al trazado de la Cañada Real de Santa María de Araya, siguiendo ésta al parecer el dibujo marcado por la añeja vía que unía Emérita Augusta con Olisipo, la romana Lisboa, el último de los tramos de la conducción en su bajada hacia el Sur, tomando en este punto cercano a la carretera autonómica EX-209, unión de Mérida con Badajoz a través de la localidad de Montijo, un cambio de dirección demarcándose hacia la zona oriental, donde se ubica la urbe. Salvaría en este punto la construcción un desnivel, valle entre suaves colinas por donde discurre la real vía, a través de una arcuatio hoy desaparecida, sexta de las siete arquerías conocidas del acueducto antes de su llegada al valle del Albarregas, conservándose tanto la porción aérea preliminar, inicio de la curvatura del canal, como el tramo de llegada del mismo, volviendo a discurrir después a ras del suelo hasta terminar desapareciendo escondido bajo el mismo.
Arriba y abajo: es en el enclave conocido como Camino del Palo, salvando el cauce del mismo arroyo que aguas más abajo y poco antes de alcanzar el río Guadiana supera el Puente de Alcantarilla, donde se conservan los vestigios inequívocos, aunque perdida tanto la bóveda de cerramiento del specus como parte aérea del mismo (abajo), de una de las siete arquerías conocidas previas a la llegada del acueducto al valle del Albarregas, nueve según el arqueólogo Santiago Feijoo, preservado lo que parecen arranques del arco que sustentaría la obra externa, edificado, como en el resto de la obra destinada a servir de soporte del canal, en mampostería elaborada a base de dioritas y cuarcitas unidas a través de mortero, abundantes piezas pétreas tanto en la comarca como en la región.
Arriba: vista detallada del specus del acueducto de los Milagros en su llegada al enclave Camino del Palo, presente, a pesar de la pérdida de la bóveda superior del mismo como de la capa de tierra que lo cubría, el soterramiento original de la obra, preservados los muros de encajonamiento del canal, clara muestra de la resistencia del conocido como hormigón romano, antiguo opus caementicium, frente al mampuesto del abovedamiento.
Abajo: aún conocida la existencia de siete arcuationes o arquerías a lo largo del trazado del conducto hidráulico, descontando la gran arquería final sobre el cauce del río Albarregas, sería solamente de la séptima, posible octava de unos nueve ejemplares propuestos por el arqueólogo Santiago Feijoo, de la que llegasen a la actualidad vestigios de su fábrica, descubriéndose como parte de lo que fuese muro de sustentación del specus los restos de un arco sobre la vaguada del arroyo que atraviesa el enclave.
Abajo: superado el arroyo gracias a la obra aérea, vuelve nuevamente el canal a soterrarse en su deambular hacia la ciudad, derruidos algunos tramos, desnudados igualmente algunos trechos de su recubrimiento térreo, como resultado del constante devenir histórico que ha sufrido el monumento en sus prácticamente 2.000 años de historia.
Acercándose poco a poco a la que fuese capital de la Lusitania, sin dejar de serpentear por el paisaje pero en una firme búsqueda de la urbe enclavada al sureste del punto de captación acuática, vuelve a descubrirse tras superar el trazado de la vía de unión de la colonia emeritense con la ciudad considerada su puerto marítimo, posterior capital portuguesa, un tramo del acueducto de los Milagros en lo que sería terreno público, expuesto a la vista a raíz de la construcción a comienzos del presente siglo del Centro Regional de Transportes de Mérida, cuya calzada de acceso iniciada en la carretera autonómica EX-209 atravesaría el trazado del conducto hidráulico, hecho que serviría para poner en valor este trecho del canal, erigiéndose un puente sobre la asfaltada vía que salvase la añeja construcción, permaneciendo la caja de que consta en el mismo enclave y altura que presentaba desde siglo atrás, despojado sin embargo del recubrimiento térreo que protegía la obra, subterránea en este punto, como lo perdiese también la porción del acueducto que precede inmediatamente al tramo rescatado, volviendo a permanecer soterrado, sin embargo, la prolongación del mismo superado el viaducto que exhibe el yacimiento arqueológico.
Descubriéndose nuevamente destapada una porción del conducto hidráulico junto al trazado de la autovía A-5, también conocida como del Suroeste o de Extremadura, puede atisbarse una vez más desde terreno público los vestigios del yacimiento prácticamente a las puertas del actual entramado urbano emeritense en su vertiente noroccidental. Desde el conocido como Camino del Palo, junto a la barriada de Las Abadías, el conducto hidráulico no sólo figura descobijado de su recubrimiento térreo, sino mostrando además la que fuese última arquería de las siete arcuationes con que contase el acueducto antes de su llegada al valle del Albarregas, penúltimo de los tramos aéreos según el arqueólogo Santiago Feijoo, erigida con el fin de salvar el cauce marcado por el mismo arroyo que, más al Sur y apenas unos metros antes de desembocar en el río Guadiana, supera el romano puente de Alcantarilla, construido como sustento del vial dirigido hacia la antigua Olisipo. Edificada la arcuatio a base de la misma mampostería ejecutada en el resto de los tramos aéreos del conducto hidráulico, la menor resistencia de esta obra frente al opus caementicium del que se nutre el specus en sí ha derivado en la pérdida de la parte superior del arco, conservados los estribos de los que partía el mismo. Nuevamente soterrado en el margen izquierdo del arroyo, reaparece en terreno público ya dentro del presente casco urbano, descubierto de su capa térrea el tramo del canal que alcanza el trazado de la inicialmente denominada calzada Iter ab Emerita Asturicam, bautizada posteriormente como Vía de la Plata, puesto en valor dentro del parque ubicado frente al Cementerio Municipal emeritense. Conservada la losa granítica que, tal y como el arqueólogo Santiago Feijoo presenta en sus estudios sobre el tema, permitiría correr sobre el trazado del canal el agua acumulada por un torrente estacional que atraviesa puntualmente la zona, sin que afectase así y en su travesía la integridad de la obra de ingeniería, deambularía el acueducto después hacia la cada vez más cercana ciudad, en su devenir hacia la piscina limaria y el valle del Albarregas.
Arriba y abajo: alcanzando el trazado de la antes llamada Iter ab Emerita Asturicam, hoy avenida nombrada por tal motivo como de la Vía de la Plata, se descubre en el parque habilitado frente al Cementerio Municipal emeritense el último de los tramos subterráneos del acueducto de los Milagros antes de trascurrir bajo la romana calzada orientada a la que fuera Norba Caesarina, Cáceres en la actualidad (arriba), soterrados aún sus muros mas destapada de su original cobertura térrea la bóveda de cerramiento, conservados retazos de la misma intervenidos arqueológicamente en el presente año, fijándose las piezas pétreas sueltas que la componían (abajo).
Abajo: dos piezas graníticas cruzadas sobre el abovedamiento del canal marcan sobre el conducto de los Milagros la presencia, encajonada entre ellas, de la losa que en este punto facilitaría el paso del agua que atraviesa este enclave de forma estacional, permitiendo así la convivencia entre acueducto y torrente natural que, de manera contraria, podría suponer la destrucción o asiduo destrozo de este tramo de la obra de ingeniería.
Abajo: en paralelo al trazado de la vía, el canal hidráulico discurriría soterrado hacia el Sur, bajando hacia el valle del Albarregas camino de la cada vez más cercana colonia emeritense, desnivel más pronunciado que conllevaría aún en terreno liso el serpenteo de su itinerario, dibujándose curvado para frenar la caída del agua, manteniendo y controlándose en todo momento la velocidad del fluido.
2) Desde la Vía de la Plata hasta la piscina limaria:
Es en las cercanías del actual cementerio municipal, erigido curiosamente en las inmediaciones del trazado de la Vía de la Plata, como antaño fuesen enclavados junto a este camino enterramientos, tumbas y mausoleos siguiendo la tradición romana que disponía anexas a las vías de comunicación que alcanzaban las urbes las últimas moradas de sus difuntos vecinos, el punto por donde la conducción hidráulica de los Milagros comienza a descender hacia el valle del Albarregas en su entrada a la ciudad. Superando el que fuese camino Iter ab Emerita Asturicam, vía de unión de Emérita Augusta con Astúrica bajo la cual discurriría soterrado el canal, reforzado su abovedamiento en este punto a fin de evitar derrumbes debido al continuo paso a diario de carruajes, caballerizas y transeúntes con sus correspondientes cargas y mercancías, aparece la antaño enterrada continuación del conducto hidráulico a la vista desde que la misma fuese sometida a estudios arqueológicos en 1.998, surgiendo varios metros después definitivamente la que sí fuese originalmente obra aérea ante la inmediatez de la piscina limaria o punto de decantación de impurezas del fluido hasta allí conducido. Espacio éste ubicado premeditadamente en este enclave, aprovechando el desnivel terrenal, a fin de purgar y preparar el agua sin necesidad de esperar a su llegada a la ciudad intramuros, existiendo en derredor del estanque de limpieza un arrabal poblacional al que poder así surtir acuáticamente, dotando la zona de una fuente inscrita junto al punto de salida del propio estanque purificador.
Arriba y abajo: inmediatos a la actual avenida de la Vía de la Plata, se descubren desde finales del pasado siglo XX en el margen oriental de tal calle y sur del cementerio municipal los vestigios del ultimo tramo subterráneo del acueducto de los Milagros, una vez superado el curso de la calzada de unión de la capital lusitana con la romana Astorga, apreciándose no sólo el refuerzo con que fuese dotada la porción de bóveda sobre la que discurriría tal vía de comunicación (arriba), sino inclusive la presencia de los dos sillares graníticos que enmarcarían, tal y como presenta Santiago Feijoo en sus estudios sobre esta obra de ingeniería, la cuneta oriental que discurriría paralela y como complemento de la calzada, reforzada en este punto a fin de salvar el canal del peso que las aguas derramadas desde la vía y terrenos aledaños hacia este costado no influyesen negativamente en la estructura del conducto de abastecimiento hidráulico (abajo).
Arriba y abajo: aun soterrados los muros del canal pero despojado de su recubrimiento térreo la bóveda de cierre del conducto, pueden observarse en lo que fuese último tramo subterráneo del acueducto conservadas ciertas porciones de la bóveda de cierre del specus (arriba), edificada a base de dioritas y cuarcitas unidas con mortero en una fábrica ciertamente similar al opus caementicium (abajo) pero, especialmente frente al paso del tiempo, de mucha menor resistencia que el denominado hormigón romano, subsistentes por tal motivo las paredes y fondo de la caja que contenía el preciado fluido acuático (abajo, siguientes).
Constaba la piscina limaria básicamente de una arqueta transversal al trazado del canal, cubierta con bóveda de cañón, con un cajón de unos 3,60 metros de longitud y 3 metros de anchura donde el conducto vertería el agua, quedando arenas, limos y otras impurezas en el fondo de la habitación, saliendo nuevamente el fluido por un desagüe que, como la abertura de acceso a la piscina, quedase a media altura para así propiciar no sólo la precipitación y el depósito de suciedad en la zona baja de la estancia, sino igualmente el impedimento del trasvase de impurezas hacia el nuevo tramo del acueducto, partiendo purificada hacia la gran arquería que cruzase el valle del Albarregas, de igual manera que limpia saliese a través de la fuente que cumplimentaría este espacio, abierta en el lado suroriental de la arqueta y anexa a la obra de ingeniería entre piscina y canal de continuación, cubierta de bóveda propia y dotada, posiblemente, de artístico caño así como de pilón o pilares de los que pudieran beber los animales domésticos el agua sobrante del artificial manantío.
Arriba: alcanzado por el canal el valle del río Albarregas, el itinerario subterráneo de la conducción de los Milagros llegaría a su fin, iniciándose un nuevo e igualmente último tramo aéreo de la obra de ingeniería hidráulica (arriba), comienzo de la gran arquería que cruzase la ribera del afluente del Guadiana, antecedido por la piscina limaria que, al emplazarse en este enclave, no sólo aprovecharía el desnivel terrenal sino que podría limpiar las aguas hasta aquí traídas en pro de nutrir acuáticamente el arrabal poblacional ubicado en este margen de la ribera y derredor del mismo (abajo).
Arriba: como en tramos aéreos previos, también la porción de canal anterior a la llegada del acueducto a la piscina limaria presenta una supeditación de la caja fabricada a base de opus caementicium a un muro de similar grosor al specus edificado a base de mampostería de dioritas y cuarcitas unidas con mortero, erigido posiblemente mediante la técnica del encofrado.
Abajo: vista detallada del interior de la caja o specus por el que antaño discurría el agua traída desde el enclave de Proserpina a la capital lusitana, en el tramo aéreo erigido previamente a la entrada de la conducción en la piscina limaria, conservado entre muros de opus caementicium u hormigón romano el recubrimiento interno a base de opus signinum, mortero hidráulico utilizado para la protección del fluido transportado, acumulado intencionadamente en las esquinas inferiores del canal a modo de refuerzos de media caña.
Arriba y abajo: vista generalizada del flanco oriental de la piscina limaria (abajo), así como del conjunto conservado que presentan tanto la llegada del canal a la arqueta, como la conducción de salida y arranque del último tramo aéreo, inicio de la gran arquería que atraviese monumentalmente el valle del río Albarregas (arriba).
Arriba y abajo: vista de la piscina limaria desde el flanco occidental de la conducción de los Milagros (abajo), así como perspectiva de la partida desde la arqueta del siguiente y último tramo aéreo de que constase la emeritense obra de ingeniería, correspondiente a la admirada arcuatio que aún supera la ribera del inmediato afluente del río Guadiana (arriba).
Arriba y abajo: consta básicamente la piscina limaria de una arqueta edificada perpendicularmente al trazado del canal cuya estancia, de 3 metros de anchura por 3,60 metros de longitud (abajo), recibiese el fluido hasta aquí traído y en ella depositado, cayendo desde una media altura a través del tramo de conducción previa, partiendo hacia la continuación del acueducto gracias a un canal abierto igualmente a similar altitud (abajo, siguiente), propiciando así no sólo la precipitación de arenas, limos y suciedad en el fondo del habitáculo, sino inclusive la prevención de la salida de impurezas en el nuevo devenir tomado por el líquido.
Arriba y abajo: fueron levantadas las paredes de la piscina limaria, como los muros de sostén en los tramos aéreos previos del acueducto, a base de mampostería elaborada con piezas regulares de diorita y cuarcitas unidas entre sí con mortero (arriba), revestido tanto el suelo del estanque como los flancos internos de los muros de hasta tres capas de opus signinum, mortero hidráulico para cuya elaboración se emplearía molienda de ladrillos, resultando de ala misma el rojizo color que aún llama la atención entre las ruinas del monumento (abajo).
Arriba y abajo: vista detallada de la entrada del canal de los Milagros, a media altura, en la piscina limaria (arriba), así como del conducto de salida del líquido purgado a similar altitud y frente al anterior (abajo), anexo a esta última abertura el punto por el que saliese el agua con que se surtiría la fuente anexa al habitáculo purificador (abajo, siguientes), edificada en la esquina suroriental del conjunto y dotada de muros y bóveda propios, marcado el arranque de su vertical cerramiento de medio punto por una hilada de ladrillos subsistente junto al inicio del tramo aéreo último de la monumental obra de ingeniería.
3) Arquería sobre el valle del río Albarregas:
El valle del río Albarregas suponía, a pesar de su cercanía a la colonia lusitana y, por tanto, viaje final del agua captada presuntamente en el enclave de Proserpina, la mayor prueba o desafío, ingenieramente hablando, de toda la conducción hidráulica, al tener que erigir arquitectos e ingenieros un inmueble que cumpliese no sólo con los fines perseguidos durante todo el trayecto dibujado por el canal, como eran tanto el acarreo del agua a una velocidad constante y controlada, como el traslado sin mecanismos del fluido, movido el líquido por la acción de la gravedad y su propio peso, debiéndole sumar la salvaguarda de una misma inclinación del specus a través de un desnivel bastante pronunciado sobre la propia rivera en sí, siendo necesario así el levantamiento de una ingente obra como el sostenimiento y defensa de la misma frente a las inclemencias climatológicas y el devenir temporal.
La considerable distancia entre la colina donde se asentaba la piscina limaria y el hoy llamado Cerro del Calvario, estribo sureño del valle del Albarregas y punto de destino acuático, superada la muralla protectora de la urbe, marcando cerca del kilómetro de longitud, así como la gran altitud a la que debería alzarse el specus en la zona más baja de la ribera, a más de 25 metros de altura, hacían necesario descartar los ya empleados muros de mampostería en otras secciones aéreas, o la elevación de recios arcos generando una arquería a manera de viaducto, debiéndose desarrollar por el contrario una obra resistente pero a la vez liviana que ofreciese poder sostener la caja hidráulica sin que el peso de la obra final entorpeciese la supervivencia de la integridad del inmueble en sí. Se decantarían entonces los diseñadores por la elevación de una serie de recios pilares entrelazados por arcos de ladrillo en una altura máxima de hasta tres órdenes, contándose en un número original de estribos desconocido, de los cuales han logrado llegar a la actualidad treinta y siete unidades, tal y como ya enumeraría Antonio Ponz en 1.778, ignorado el devenir de la mayor parte de los pilares desaparecidos, sabida la supervivencia de algún otro posteriormente destruido durante la Edad Moderna. Admirados por el mismo pueblo, que los consideraba milagros en su aceptación etimológica como maravillas, no siempre las autoridades velaron por su protección, permitido el desmonte, a pesar de haberse prohibido por Ordenanza municipal de 1.677 el deshacer edificios antiguos sin licencia de la ciudad, de uno de los ejemplares en 1.716 cuando el Ayuntamiento emeritense autorizase para la obra de la capilla del Santísimo Cristo en la hoy desaparecida Ermita de la Trinidad, ubicada antaño en el solar ocupado en el presente por el colegio Federico García Lorca, la toma de los materiales necesarios de un pilar inmediato al templo, ejemplar perteneciente por tanto al último alineamiento de la arquería cercano al Castellum aquae, levantado en este enclave de la localidad, al considerar el concejo que ya había "otros de la misma calidad" sin que éste "sirva de ejemplar para otra cosa alguna".
Arriba y abajo: marca la piscina limaria el inicio de la última obra aérea necesaria para conseguir que el acueducto alcanzase su acometido acercando el agua desde su zona de captación al interior de la ciudad, iniciándose una arquería que debería hacer frente a casi un kilómetro de distancia y hasta 25 metros de altitud, necesaria el diseño de una obra resistente pero liviana que se demarcase del hasta entonces utilizado muro de mampostería, hecho que llevaría a la cesión del paredón que partiese de la arqueta de limpieza (arriba y abajo) a un sistema de pilares entrelazados a base de arcos de ladrillo nacidos en lo que hoy es la emeritense Barriada de Santa Eulalia, enclave donde descansan también los vestigios del muro que diese paso a los individualizados estribos, desperdigados por los alrededores de la piscina hidráulica restos del inicio de la arcuatio a base de este tipo de construcción (abajo, siguientes).
Abajo: como en el resto de tramos aéreos conocidos, la caja del acueducto parte de la piscina limaria sostenida por un muro de contención que, dado la amplia longitud del valle del Albarregas así como el amplio desnivel que debería salvar la obra, cede su presencia a la existencia de un sistema de pilares de sujección, apreciándose en los restos conservados del paredón el entramado compositivo del mismo, fabricada la caja con opus caementicium sostenida por un mampuesto de dioritas y cuarcitas unidas con mortero mediante la técnica del encofrado.
Tras salir purificada el agua de la piscina limaria a través de un nuevo tramo de specus sostenido por un cada vez más alto muro de mampostería, dibujaría tal paredón una pequeña curva, convexa hacia poniente, sobre los cada más más desnivelados terrenos a fin de mantener tanto el grado de descenso del líquido transportado como el control sobre la velocidad de correntía del mismo. Unos 32 metros después, y a fin de cruzar en perpendicular el cauce del río Albarregas sobre la última curva pronunciada que el afluente del Guadiana presenta antes de desembocar en la masa acuática principal, cierra el acueducto la curvatura hacia levante para tomar la conducción una dirección lineal recta, correspondiente hoy a la calle Vicente Navarro del Castillo, prolongada por toda la ribera fluvial hasta alcanzar el monumento el enclave, ya en el margen izquierdo del Albarregas, surcado en la actualidad por la vía férrea, punto donde la arquería cambiaría de rumbo en una segunda alineación demarcándose hacia el suroeste, encaminándose ya intramuros hacia la torre de decantación hidráulica o Castellum aquae, erigido en lo que hoy es la calle Calvario, meta del acueducto tras superar el agua una tercera alineación, dibujada por un pilar en esquina conservado en el interior del patio de una vivienda privada sita en esta barriada emeritense, así como un posible cuarto y último cambio de rumbo, figurando al noroeste de la fuente monumental que antecedía al acuático castillo los vestigios de un posible pilar correspondiente al trayecto último de la arquería, dirigida hacia la torre de distribución desde este punto de la urbe. Ya mencionaba Gregorio Fernández Pérez en su Historia de las Antigüedades de Mérida, publicada post mortem en 1.857, la existencia, a raíz de unas excavaciones efectuadas en 1.829 junto a la hoy desaparecida Ermita del Calvario y el camino que junto a ella transcurría hacia el puente romano sobre el río Albarregas, hoy trazado de la calle Calvario, de posibles cimientos de postes de la cañería pertenecientes presumiblemente a una alineación que discurriría, ya intramuros, paralela a la muralla y perpendicular al Cardo Máximo hasta alcanzar lo que fuese el muro occidental de la ermita, bajo cuyos cimientos se descubrirían los vestigios de esa cuarta trayectoria así como la base de la torre de decantación.
Esta monumental arquería, erigida entre el desarenador y la torre de decantación, se ofrece en la actualidad sesgada en diversas secciones o puntos, debido a la pérdida de su arquitectura en múltiples enclaves, que ha conllevado la aparición de los restos acumulados en porciones diferenciadas. Así, tras dejar atrás el paredón de mampuesto que partía de la arqueta purificadora, se ha perdido la unión de éste con la hilada de pilares que cruza el valle del Albarregas, apareciendo el primero de los estribos conservados inmerso en plena barriada de Santa Eulalia, acompañado de otros dos ejemplares arquitectónicos más, inscrita la tríada en los jardines que cumplimentan urbanísticamente el paseo que centra la vía Vicente Navarro del Castillo, desapareciendo los vestigios de la obra de ingeniería hasta que, 123,50 metros más abajo, se alza el primero de los veintiséis pilares que compondrían el segundo tramo de estribos preservados, alzándose plenamente sobre lo que es la propia ribera del afluente del Guadiana. Ya en el margen derecho del río, el pilar vigésimosexto de la ribera, vigésimonoveno de los mantenidos, permanece separado del siguiente estribo en pie por 83 metros sin vestigios arqueológicos. Es esta elevación arquitectónica un pilar de quiebro de alineación, primero de los siete que componen la porción de acueducto sita junto a la actual calle de Marquesa de Pinares. Un último ejemplar, de seis metros de altitud y diseño en ángulo, permanece guarecido dentro de una finca particular, escapándose su zona superior de entre las viviendas aledañas, visible desde el puente que, sobre el río Albarregas y paralelo a la arquería de los Milagros, aguas abajo, se suma a las obras de ingeniería destinadas a servir al camino que comunicaría Augusta Emérita con el Norte de Hispania.
Arriba y abajo: antaño formando parte del paisaje inmediato a la ciudad, hoy en día inmersos en el interior de la barriada emeritense de Santa Eulalia, los tres primeros pilares conservados de la gran arquería del acueducto de los Milagros se descubren inscritos en el parque que centra la calle Vicente Navarro del Castillo, vía diseñada sobre el propio trazado de la arcuatio en sí, cuyo primer estribo recibiría el specus desde el muro de mampostería alzado a partir del cercano desarenador, desaparecido tanto la unión del paredón con el pilar inicial, como el ejemplar existente entre éste y el segundo ejemplar preservado, habiéndose desmontado igualmente los presuntos nueve siguientes elementos elevados hasta alcanzar el bautizado como "milagro gordo", tercer pilar conocido y así denominado por haber llegado a mediados del siglo XX en pie pese a la inestabilidad que presentaba su desgastada estructura.
Arriba y abajo: ofrece ya el segundo de los pilares conservados de la gran arquería del conducto de los Milagros, a pesar de su baja altitud y único orden en comparación con los estribos sitos sobre la propia ribera del Albarregas en sí, una composición arquitectónica repetida a lo largo de toda la obra de ingeniería, basada la estructura de cada pilar en un corazón de opus caementicum cercado de sillares graníticos en hilada de cinco, sobre los que se extendería una plancha de ladrillos, en quíntuple altura también, contrarrestado su peso por sendos contrafuertes apoyados sobre los flancos oriental y occidental respectivamente de cada elevación arquitectónica, método igualmente pensado ante las ráfagas de viento que pudieran hacer peligrar la edilicia estabilidad (abajo), diseño constructivo del que sin embargo se aparta el pilar inicial (arriba), amalgama de sillares y ladrillos cuyo aspecto pudiese corresponder, según algunos autores, a la restauración que del mismo se pudo acometer durante la monarquía visigoda, intentando poner en uso una obra que al parecer había caído en abandono en el trascurso del siglo IV de nuestra era.
Arriba y abajo: restaurado en 1.956, se planteó la colocación de sillares de refuerzo en el tercero de los pilares conservados del monumento ante el peligro de derrumbe que presentaba el mismo, en equilibrio su estructura debido al continuo robo de material de su fábrica, bautizado por tal motivo por el vulgo como "milagro gordo", si bien y tal como apuntaría Gregorio Fernández Pérez en la primera mitad del siglo XIX, tal nomenclatura según otras voces no es usada para esta pila sino para el estribo de quiebro que figura junto al actual trazado de la vía del tren, de gran planta pentagonal frente a la rectangular de los pilares, presentándose como un estribo de magnas dimensiones y, por tal, "gordo".
"La materia de estos edificios (...) es un fortísimo argamason, cubierto en lo exterior con hiladas de ladrillo cocido, y de cantería almohadillada, cuyas piedras son de un tamaño prodigioso".
Con esta sucinta descripción nos detallaba Antonio Ponz la fábrica de los conocidos antaño como los Milagros del Albarregas. No cayó en la cuenta el erudito castellonense de la figuración de hiladas de ladrillos no sólo en el exterior, mas internamente, quedando formados los pilares de la gran arquería del acueducto emeritense por un corazón de opus caementicium forrado por cinco filas de sillares graníticos, a los que les siguen otras cinco hiladas latericias, ideadas a modo de amortiguación, sobrepuestas sobre éstas la nueva combinación de hormigón romano interno y granito circundante a él hasta alcanzar la altura deseada, de hasta 28 metros en la parte más baja de la ribera. Comunión entre sillar y ladrillo que se repite en los contrafuertes añadidos a cada una de las pilas, incsritos en los flancos de levante y de poniente respectivamente de cada ejemplar, con base rectangular frente a la prácticamente cuadrada de los estribos del edificio, reducida según va subiendo en altura a modo de talud, al igual que se reducen en tamaño los sillares que culminan los contrafuertes a partir del tercer orden o arco, porción ésta que, hasta alcanzar la cornisa que marcaba el paso del specus, comparte con los pilares las hiladas de ladrillo que alternan con el granito en su constitución, algo que no se da entre las piezas pétreas que componen los refuerzos en los dos órdenes inferiores, inscritos los sillares dentro del corazón de cada pilar pero sin que hayan llegado a unirse con el hormigón interior, hecho que ha propiciado el robo de las piezas a lo largo del trascurso de la historia. Como excepción dentro del conjunto de pilares conservados, se excluye de esta tipología compositiva el pilar inicial, cuya fábrica a base de sillares y ladrillos mezclados sin sentido, así como la no presencia de contrafuertes, responde según algunos autores a una posible restauración posterior del estribo primigenio, quizás bajo el deseo de rehabilitar el edificio en época visigoda caído previamente en desuso y habiéndose visto afectada por algún derrumbe la estructura de alguno de sus tramos. Igualmente, los pilares noveno y décimo de la colección de veintiséis ejemplares que surcan la propia ribera del Albarregas en sí, difieren de sus hermanos al ser levantados en su primer orden sobre piezas pétreas, sin que el ladrillo esté presente, presunta solución arquitectónica tomada quizás como fortalecimiento de este punto del monumento, enclave exacto por el que discurre el habitual cauce fluvial. Otros autores sin embargo proponen la posibilidad de erección de estos estribos en época distinta a las fechas en que se erigiesen el resto de ejemplares arquitectónicos, toerizándose así una doble datación de la obra de ingeniería hidráulica que pudo corresponder a una reconstrucción del edificio, sobreviviendo de su entramado original las piezas donde no aparecen resquicios latericios.
Arriba y abajo: sin conocerse con exactitud el número concreto de pilares que compusieron la gran arquería que salvaría la conducción hidráulica de los Milagros del desnivel del valle del Albarregas, sobresale de las treinta y siete restantes en la actualidad por su número y majestuosidad el grupo de veintiséis pilas que sobreviven sobre la propia ribera del río en sí, bautizadas desde antaño como los Milagros del Albarregas en referencia a la magnificencia de sus estructuras, alcanzando en la parte más baja del valle los 28 metros de altitud a través de tres órdenes de arcos, en un resultado tan soberbio como difícil de encontrar entre el resto de acueductos no sólo de la misma época, sino de toda la historia de la arquitectura e ingeniería hidráulica.
Arriba: la gran arquería del acueducto de los Milagros ofrecería una doble solución arquitectónica a dos necesidades presentadas respectivamente por la orografía y la potamología, como eran el desnivel ofrecido por el valle del Albarregas, así como el propio cauce del río en sí, accidentes geográficos aún hoy presentes en este enclave de la ciudad, pudiendo trascurrir tras el levantamiento de la arcuatio el specus en su devenir hacia la urbe emeritense sin verse afectado en su descenso.
Arriba y abajo: manteniendo una inicial alineación que surgiría pocos metros después de someterse el agua a limpieza en la piscina limaria, parte la arquería sobre la ribera del Albarregas siguiendo un trayecto recto hasta alcanzar el enclave donde hoy se dibujan las líneas férreas por las que circula diariamente el tren, punto en el cual un pilar de esquina marca un cambio de rumbo del acueducto hacia el suroeste (abajo), ya a las puertas de la colonia lusitana.
Abajo: vista de la gran arquería del emeritense acueducto de los Milagros, desde sendos márgenes del río Albarregas y aguas arriba.
Iniciándose la hilada de pilares con un único orden de arcos, arrancando el segundo orden posiblemente del tercer ejemplar hoy conservado, comienza el tercero de ellos entre los estribos segundo y tercero de la sección inscrita en la propioa ribera del Albarregas, manteniéndose los tres órdenes de arcos hasta alcanzar el estribo vigésimo quinto de esta porción, vigésimo octavo del total de los preservados, retomándose los dos únicos órdenes entre éste ejemplar y su hermano contiguo, manteniéndose el dúo de bóvedas hasta alcanzar el pilar de quiebro, así como entre éste y las siguientes seis pilas conservadas durante el inicio de la nueva alineación, desconociéndose el punto exacto en que volviese a disminuir hasta alcanzar el único orden a su llegada a la toma de decantación. Se generaría así un elevado número de arcos de los que curiosamente apenas doce bóvedas originales de la obra has logrado sobrevivir hasta nuestros días, muchos de ellos respuestos tras la restauración llevada a cabo sobre el edificio en los años 50 del pasado siglo, dirigida por el arquitecto José Menéndez-Pidal y Álvarez. De las bóvedas primitivas destacaría, ubicada en el orden inferior de los tres dados en el tramo sito sobre la ribera del Albarregas, el único ejemplar conocido y erigido en toda la arquería a base de sillares graníticos, enmarcado entre los pilares noveno y décimo de tal sección de la alineación principal de la arquería. Aún en debate el uso de la piedra para esta obra, confeccionados el resto de arcos a base de ladrillo cocido, la mayoría de los autores se decantan por pensar en la aparición del mismo como respuesta al fortalecimiento de esta porción concreta del edificio al ser bajo esta precisa bóveda por donde discurre el cauce principal y continuo del río que atraviesa el inmueble. Compuesto por nueve hileras de sillares, almohadilladas suavemente las dovelas externas, se ofrece un arco de medio punto rebajado, sostenido por salmeres salientes de las hiladas de composición de los estribos que enmarcan y sujetan la obra, pilares que a su vez sustentan el único arco latericio del orden medio que sobrevive desde época primitiva. Observando este ejemplar, así como los vestigios de sus hermanos de orden y otros restantes de los arcos sitos en el orden bajo, puede apreciarse el también rebajado diseño de los mismos, apoyados en salmeres prolongados desde los sillares graníticos anexos, algunos ejemplares únicamente sobre ladrillo, con estribo propio en su descanso norteño la bóveda inicial de entre los arcos del orden bajo, sito entre las pilas segunda y tercera de la magna sección. Es por tanto entre los arcos del tercer orden donde mayor número de bóvedas originales permanecen en pie, todas ellas de medio punto completo, originales aquellas obras vistas entre los pilares segundo y tercero, así como entre las pilas sexta y séptima, destacando la secuencia de seis ejemplares inscrita entre los estribos decimo tercero y decimo noveno, cumplimentada con los dos arcos supervivientes entre las pilas vigésimo segunda y vigésimo cuarta. Mientras que los ejemplares de los órdenes bajo y medio quedarían rematados en su curvatura superior por una recta hilada latericia que cubriría su clave, relleno el espacio entre hilada y arco por material constructivo diverso, mampostería en no pocas ocasiones, la arcada del orden tercero sostendría la caja del canal que da ser al edificio, forrada de ladrillo como puede apreciarse en el pilar de ángulo que permanece en pie en el cerro del Calvario, marcada por una cornisa que embellecería el monumento, a juego con aquéllas que debajo de cada arco de que consta el inmueble anuncia la presencia de los mismos.
Arriba y abajo: en su devenir hacia la ciudad, se consideran los doce primeros de entre los pilares supervivientes de la sección inscrita sobre la propia ribera del Albarregas, aquéllos erigidos entre el margen derecho del curso fluvial y el cauce del río en sí, ubicándose el estribo decimo tercero en plena orilla izquierda del valle, cuya cima sería el lugar de asentamiento de la primitiva colonia intramuros.
Arriba y abajo: vista de los ocho pilares iniciales de la sección conservada sobre la ribera del Albarregas, a contar desde el margen derecho del curso fluvial e inicio de la obra hidráulica, tomada desde el curso habitual del río (arriba), así como del resto de hilada y comienzo de la alineación contigua, desde la orilla diestra (abajo).
Arriba y abajo: son los pilares octavo al undécimo, vistos aguas arriba desde la orilla izquierda (arriba), los ejemplares que, junto al duodécimo, vistos aguas arriba desde el margen diestro del caudal (abajo), suelen mantener habitualmente sus bases bañadas por las aguas del río Albarregas.
Arriba y abajo: el primero de los pilares pertenecientes a la sección de la arcuatio inscrita sobre la propia ribera del Albarregas, hoy convertida en parque municipal, cuarto entre los conservados de la gran arquería del acueducto a contar en el devenir de la obra hidráulica a la ciudad, recibía de sus hermanos norteños una doble arcada, conservando en su flanco septentrional la cornisa y salmeres que recibían la bóveda baja (arriba), unido al segundo estribo por dos arcos que, entre éste y el tercero, sumaban uno más hasta alcanzar los tres órdenes que caracteriza este tramo de la obra de ingeniería, apreciándose en este ejemplar, que conserva el contrafuerte oriental y la parte superior del occidental, sujeto por salmer actual, el nacimiento del arco inicial del orden bajo desde estribo y no desde la propia pila en sí (abajo), método de refuerzo del empuje que formularía la obra, al aumentar la altitud de los estribos consiguientes.
Arriba y abajo: vista de poniente (arriba) y de levante (abajo) del tercero de los pilares de la sección conservada sobre la propia ribera del Albarregas, sexto del total de estribos supervivientes de la obra de ingeniería original, sobre el que descarga aún uno de los arcos primitivos llegados íntegros a nuestros días, erigida la bóveda entre este pilar y el segundo u hermano anterior, del que recibe igualmente la triple orden (abajo, siguiente).
Arriba y abajo: vista detallada de la parte superior de los pilares primero a cuarto vistos desde poniente (arriba) y levante (abajo), conservándose entre los estribos segundo y tercero el primero de los arcos originales salvaguardados desde época primitiva del monumento, formando parte del orden superior de los tres de bóvedas dados entre tales pilas, antigua sujección de la caja hidráulica salvada del cauce del Albarregas a una media de 25 metros de altura.
Arriba y abajo: pilares cuarto (arriba) y quinto (abajo) de la sección fluvial, séptimo y octavo respectivamente de la colección de estribos preservados, vistos desde poniente.
Arriba y abajo: los pilares enumerados como sexto y séptimo, noveno y décimo respectivamente del total de pilas preservadas, vistos desde poniente (arriba) e individualmente desde levante (abajo), sostienen la que sería segunda bóveda conservada de los doce ejemplares originales que persisten en la actualidad, recubierta ésta de una refuerzo latericio moderno dado el precario estado de conservación en que se encontraba la misma.
Arriba y abajo: alcanzando el pilar séptimo la zona regularmente inundable del cauce del Albarregas, siendo el estribo octavo uno de los habitualmente lamido por sus aguas (arriba), el continuo desnivel del valle por donde discurre tal corriente fluvial no cesa hasta el punto exacto por donde corre de continuo el afluente del Guadiana, lugar de erección de los pilares noveno y décimo (abajo), alcanzando el monumento en esta porción de su trayectoria las cuotas más altas de altitud, con 28 metros de altura.
Arriba y abajo: sería el pilar octavo, undécimo del listado completo de estribos conservados de la arquería de la obra hidráulica, prolongado en su altitud durante la restauración llevado a cabo sobre el inmueble en los años 50 del pasado siglo, a fin de reproducir el arco latericio que figuraba encajado en el orden superior entre esta pila y su hermana novena y contigua, perdida la parte superior de la obra que supo preservar, sin embargo, el doble falo labrado que sigue luciendo en su cara meridional.
Arriba y abajo: supone el pilar noveno de la sección inscrita sobre la propia ribera del Albarregas, duodécimo del total de estribos salvaguardados, visto desde poniente (arriba) y aguas arriba o levante (abajo), el primero de los dos pilares, sin contar con la pila inicial de la arquería, cuya estructura difiere de la ofrecida por los demás, al presentar desde su base y hasta superar el orden inferior de arcos una construcción a base de sillares graníticos donde el ladrillo no tiene cabida (abajo, siguientes), posible solución tomada por arquitectos e ingenieros a fin de fortalecer el tramo del acueducto en contacto directo y continuo con las aguas del Albarregas, o bien vestigios de una primera fase constructiva, conservada o respetada en este punto exacto del inmueble.
Abajo: como su hermano norteño, el pilar décimo, en posición décimo tercera del total respetado de la composición, presenta una fábrica basada en la superposición de hiladas regulares de sillares de naturaleza granítica hasta una altitud superior a la marcada por el orden inferior de arcos, habiendo sobrevivido el estribo en su altura máxima, conservados los arranques en ladrillo de los arcos del orden supremo que depositaban su peso en él.
Arriba y abajo: bien despejado de vegetación en época de aumento de caudal (arriba), o aún cubierto de ramaje y suciedad depositada en la zona o arrastrada por la corriente fluvial, puede observarse a los pies del pilar décimo el tajamar con que el mismo hace aún hoy frente al paso del Albarregas (abajo), medida de seguridad arquitectónica a la que algunos autores suman tanto la constitución de la parte baja del estribo en hiladas superpuestas de sillería donde no tiene presencia el ladrillo, como la fábrica pétrea del arco inmediato, enmarcado entre los pilares noveno y décimo en su orden inferior (abajo, siguiente), de la misma naturaleza y único de estas características entre los vestigos de la magna obra.
Arriba y abajo: vista desde poniente (arriba) e inferior (abajo) del presunto único arco pétreo de que constaría la gran arquería sobre el valle del Albarregas del emeritense acueducto de los Milagros, enmarcada entre las pilas novena y décima de la sección inscrita sobre la propia ribera del cauce fluvial, estribos duodécimo y décimo tercero del total de pilares conservados, bóveda constituida por nueve hileras de sillares graníticos, almohadilladas las dovelas externas, sustentados sobre salmeres labrados en las piezas anexas que forman parte de la estrucutra de cada pilar, marcado el nacimiento del arco de medio punto rebajado por sendas cornisas dibujadas en cada una de las caras internas de los estribos.
Arriba: presentándose en la actualidad completa la serie de arcos correspondientes a los tres órdenes inscritos entre los pilares octavo a undécimo de la sección erigida sobre la propia ribera del Albarregas, tal estampa es resultado de la restauración llevada a cabo sobre el monumento en los años 50 del siglo XX, conservándose únicamente de la obra original las bóvedas de los ordenes medio e inferior sitas entre las pilas novena y décima, recuperados el resto tanto por razones estéticas como arquitectónicas, repartiendo el peso de los estribos salvaguardados.
Arriba y abajo: detalle de la sección de la gran arquería del acueducto de los Milagros marcada entre los estribos octavo a undécimo, tramo bajo cuyos arcos trascurre el habitual cauce del río Albarregas, visto desde aguas abajo (arriba) y aguas arriba (abajo) respectivamente de la corriente.
Abajo: conservada apenas la mitad de su estructura original, no llegando a alcanzar el orden medio la obra primitiva preservada, sería el pilar undécimo, décimo cuarto del número de estribos total, reconstruido durante las obras de rehabilitación del monumento llevadas a cabo en los pasados años 50 por el arquitecto José Menéndez-Pidal, apreciándose la nueva fábrica de los sillares añadidos frente al desgaste de las piezas primarias.
Abajo: vistas occidental y oriental del pilar duodécimo de la sección inscrita sobre la ribera del Albarregas, décimo quinto del número total de estribos salvaguardados de la gran arquería del monumento emeritense, despojado de contrafuertes y derruida su estructura superior a partir del orden de arcos intermedio, logrando alcanzar la conducción hidráulica a través de él el margen izquierdo del cauce fluvial.
Arriba y abajo: llama la atención desde siglos atrás la estampa presentada por los pilares décimo tercero a décimo noveno de los veintiséis ejemplares inscritos y conservados sobre la propia ribera del Albarregas en sí, al conservar los estribos no sólo su altitud original, sino inclusive los arcos de medio punto primitivos que sostenían la caja por la que discurría el agua traída desde el enclave de Proserpina, restando algunos de los labrados sillares que conformarían la cornisa que marcaba la ubicación del specus o hidráulico canal, hoy lugar de anidamiento de varias parejas de cigüeña blanca.
Arriba y abajo: vista general de los pilares décimo tercero (arriba) y décimo cuarto (abajo), décimo sexto y décimo séptimo respectivamente del total de treinta y siete pilas conservadas de la gran arquería del acueducto de los Milagros, mostrando la cara de poniente y de levante de los mismos, conservada la práctica totalidad de los contrafuertes que los refuerzan en su peso y frente al empuje de las ráfagas de viento.
Abajo: vista oriental de los pilares décimo tercero y décimo cuarto, erigidos ya en plena orilla izquierda del afluente del Guadiana.
Abajo: el pilar décimo quinto, visto desde poniente y levante respectivamente, conserva de sus dos contrafuertes solamente el refuerzo oriental, salvaguardando igualmente este estribo el segundo de los falos labrados sobre las piezas que conforman la magna obra de ingeniería, expuesto en el flanco meridional del mismo.
Arriba y abajo: los pilares decimosexto y decimoséptimo muestran, en sus vistas occidental (arriba) y oriental (abajo), la carencia de contrafuerte en el flanco oeste del primero, prácticamente íntegro en su lado opuesto, contrariamente a su estribo hermano, con contrafuerte bastante completo en su cara de poniente, apenas alcanzando el orden de arcos medio al levante, hogar la pila más norteña de las dos, en su muro septentrional, del tercero de los falos representados entre la fábrica de la magna obra de arquitectura e ingeniería hidráulica.
Arriba y abajo: se enmarcaban entre los pilares decimoséptimo y décimo octavo de la sección inscrita sobre la propia ribera del río Albarregas (arriba), al igual que en los espacios creados entre todos los estribos existentes desde el segundo de los conservados hasta el vigésimo quinto de tal tramo de la arquería, tres órdenes de arcos de los que apenas han logrado llegar a la actualidad doce ejemplares, diez de ellos del orden superior, apreciándose aún entre los vestigios de los restantes su fábrica latericia sostenida principalmente sobre salmeres prolongados de los bloques de granito que forrarían los pilares anexos, cubierta la bóveda hasta la línea de clave por una amalgama de materiales, descubriéndose desde piezas graníticas o ladrillo cocido a mampostería de diorita y cuarcita, sin que falte el opus caementicium u hormigón romano, presente en prácticamente toda la obra (abajo).
Abajo: sostiene el pilar decimonoveno, vigésimo segundo del listado total de estribos en pie, el último de los arcos originales subsistentes de la gran arquería del acueducto de los Milagros, apreciándose el arranque de la bóveda que en el orden superior uniría este estribo con su hermano sureño, perdidos sin embargo sendos contrafuertes que reforzarían, apoyados en sendas caras de poniente y levante respectivamente, tal ejemplar.
Arriba y abajo: vista general occidental (arriba) y oriental (abajo) de la sección de la gran arquería erigida sobre el valle del Albarregas inscrita sobre la propia ribera del cauce fluvial en sí, tomada desde el margen izquierdo y costado sureño del estribo vigésimo sexto o último de tal tramo de pilares, punto exacto de la construcción donde la arcuatio volvería a reducir su número de órdenes de arcos de tres a dos, hasta alcanzar el pilar de ángulo que dibujaría, pasado hoy en día la cercana vía del tren, una nueva alineación orientada hacia el suroeste.
Arriba: tras la secuencia formada por los pilares decimotercero a decimonoveno, característica por mantenerse unidas las pilas en su orden superior a base de seis arcos originales supervivientes al paso de los siglos, finaliza el tramo de la gran arquería que supera el valle del río Albarregas inscrito sobre la propia ribera del cauce fluvial una porción de la arcuatio formada por siete estribos donde se puede descubrir, antes de la desaparición de los sucesivos ejemplares hasta dar con el pilar de quiebro donde descansa la alineación a la que pertenecen, tres de los pilares más íntegros de la colección, del vigésimo segundo al vigésimo cuarto, curiosamente junto a algunos de las pilas más desgastados, siendo la vigésimo primera la más consumida de entre todas las preservadas en la zona.
Arriba y abajo: vista general, respectivamente desde poniente (arriba) y levante (abajo), del pilar vigésimo de entre los inscritos sobre la propia ribera del Albarregas, vigésimo tercero del total de estribos preservados de la gran arquería del acueducto levantada para salvar el valle atravesado por tal cauce fluvial, desprovisto hoy en día de su contrafuerte occidental, mantenido hasta la altitud conservada de la pila su contrafuerte oriental, habiéndose perdido a partir del orden medio de bóvedas el extremo superior de la obra arquitectónica.
Arriba y abajo: sin llegar su actual estructura al orden medio de las tres bóvedas que originalmente sujetaría, el pilar décimo primero, décimo cuarto de la colección total de estribos conservados en pie, se ofrece como la pila más desgastada de entre las veintiséis inscritas sobre la propia ribera del río Albarregas, apreciándose tanto a poniente (arriba) como desde levante (abajo) la carencia absoluta de contrafuertes así como de las cornisas que marcarían el arranque de los arcos centrales.
Arriba y abajo: antes de alcanzar el final de la sección conservada de pilares inscritos sobre la propia ribera del río Albarregas, llama la atención tanto la conservación en su altitud de los estribos vigésimo segundo, vigésimo tercero y vigesimocuarto, como la salvaguarda de los dos arcos del orden superior que aún se mantienen en pie entre ellos, bóvedas de medio punto, rehabilitadas y reforzadas durante la restauración llevada a cabo en los años 50 del siglo XX, que muestran sobre ellas los vestigios de la cornisa que anunciaba el discurrir a través del extremo supremo de la obra del specus o canal hidráulico primitivo.
Arriba y abajo: vista de las respectivas caras occidentales y orientales de los pilares vigesimosegundo (arriba) y vigesimo tercero (abajo), donde puede apreciarse la prácticamente íntegra conservación en su altitud de los mismos, habiendo perdido sin embargo la casi totalidad de sus contrafuertes, exceptuándose aquél que reforzaba la pila vigesimosegunda en su flanco levantino, salvaguardados los sillares graníticos que componen la solución arquitectónica hasta alcanzar el orden medio de arcos, así como algunas piezas pétreas de los extremos superiores de los contrafuertes de poniente, posiblemente adheridas al opus caementicium que compone el corazón de los estribos, dificultando así la extracción de las mismas.
Arriba y abajo: no habiendo llegado hoy en día en su íntegra altura, si ha logrado conservar el pilar vigesimocuarto suficiente altitud y fábrica como para poder sujetar el último de los arcos primitivos conservados del monumento, bóveda inscrita entre éste ejemplar edilicio y su hermano norteño, tal y como se puede apreciar desde las vistas de poniente (arriba) y oriental (abajo) de mencionado estribo.
Arriba y abajo: es el pilar vigesimoquinto, vigésimo octavo de la serie conservada de estribos preservados de la gran arquería del acueducto de los Milagros, la última de las pilas en recibir el peso de tres bóvedas, observándose en su flanco meridional la inexistencia tanto de cornisa de demarcación como arranque de la siguiente arcada del orden inferior, presentes los correspondientes al arco del orden medio, perdida la parte superior del estribo y con ella los vestigios de la prolongación de la edificación y arranque del arco supremo.
Arriba y abajo: cierra el tramo de arquería inscrito sobre el propio valle del río Albarregas un vigésimo sexto pilar, vigésimo noveno del listado total, bastante desvencijado, despojado de la totalidad de sus contrafuertes así como de la parte superior de su estructura, alcanzando ésta en la actualidad la altura del orden medio de bóvedas en un estribo que sólo enmarcaba, tanto en su lado septentrional como meridional, dos órdenes de arcos, conservadas las cornisas que señalaban el nacimiento de la arcada media, prolongada su serie hacia el Sur hasta alcanzar el pilar de ángulo que, hoy en día ubicado junto a las cercanas vías del tren, dibujaba una nueva alineación de la gran arcuatio hacia el Suroeste, alcanzando las puertas de la lusitana ciudad.
Arriba y abajo: puede apreciarse observándose detalladamente los contrafuertes orientales de los pilares vigésimo (arriba) y vigesimosegundo (abajo), la estructura inferior de tales soluciones arquitectónicas pensadas en el refuerzo y mantenimiento estructural de las pilas que sustentarían el specus del acueducto, de base rectangular que iría disminuyendo en altura resultando un diseño en talud, adentrados los sillares graníticos que los conforman en los estribos hasta dar con el corazón de opus caementicium u hormigón romano que centraba la estructura de cada pilar, visibles tanto las horadaciones efectuadas sobre cada pieza para poder ser trasladadas usando las ferrei forfices o tenazas romanas de transporte, como el almohadillado que aún las ornamenta.
Arriba y abajo: constaba la gran arquería del acueducto de los Milagros sobre el valle del Albarregas de hasta cuatro alineaciones que, partiendo del muro que dejaba atrás la piscina limaria, alcanzaban la torre de decantación o castellum aquae en lo que hoy se conoce como Cerro del Calvario, punto más alto de la ciudad inmerso ya en la urbe intramuros, superando el propio cauce fluvial la alineación prinicipal y más alargada, cambiando de rumbo a través de un pilar de ángulo ubicado actualmente junto al trazado de la vía del tren (arriba), comenzando hacia el suroeste una nueva trayectoria de la que restan, contando el pilar de quiebro, siete estribos más, enclavados en la franja norteña de la calle Marquesa de Pinares, vistos desde poniente (abajo) y levante (abajo, siguiente) respectivamente.
Arriba y abajo: enclavado junto a las vías del tren, cercana la estación de ferrocarril emeritense, se yergue el pilar de quiebro que marca el fin de la alineación que surca la ribera del Albarregas sobre una planta pentagonal donde, entre los lados norteño de recepción del specus y la cara suroccidental de la que parte en su devenir la caja hidráulica, se planteó un doble flanco oriental en ángulo (abajo) que reforzase el empuje del canal, sin que dejase de contar el estribo de contrafuertes en los lados noroccidental (arriba) y nororiental (abajo, siguiente), hoy en día casi desaparecidos.
Arriba y abajo: siendo éste el conocido popularmente según algunos autores como "Milagro gordo", dada su amplia planta pentagonal de mayor envergadura que la del resto de pilares, parte del pilar de ángulo, trigésimo de la serie de pilas conservadas de la gran arquería del acueducto de los Milagros, una nueva alineación orientada hacia el suroeste y punto más alto de lo que fuese la colonia lusitana, sobreviviendo los seis estribos contiguos al de quiebro en su devenir hacia la ciudad intramuros, de similar estructura a sus hermanos inscritos sobre la propia ribera del Albarregas pero menor altura, erigidos en un punto más alto del valle recorrido por tal cauce fluvial, marcos de un doble orden de arcos de los que no ha llegado ningún ejemplar íntegro, preservados algunos vestigios de éstos tal y como puede observarse en las vistas de poniente y levante respectivamente (abajo) del pilar segundo de los siete de esta nueva alineación, trigésimo primero de la colección.
Arriba y abajo: vistas de poniente y de levante de los pilares tercero (arriba) y cuarto (abajo) de la segunda alineación, trigésimo segundo y trigésimo tercero respectivamente de los estribos conservados de la gran arquería del acueducto de los Milagros sobre el río Albarregas, apreciándose vestigios del dúo de órdenes de arcos que enmarcaban, perdidos sin embargo la casi totalidad de sillares graníticos que conformaban los pares de contrafuertes de refuerzo de cada uno de los ejemplares.
Arriba y abajo: similares a sus hermanos de alineación, los pilares quinto (arriba) y sexto (abajo) de la sección del acueducto conservada en lo que hoy es la calle de Marquesa de Pinares, trigésimo cuarto y trigésimo quinto de la colección final de estribos preservados, ofrecen no sólo las mismas técnicas constructivas vistas en éstos sino idéntico desgaste y robo de materiales de obra, desprovistos del término superior de la pila, más alla de la cornisa que presentaba la bóveda del orden superior, desaparecidos prácticamente los contrafuertes, advirtiéndose entre los vestigios de éstos la presencia de grandes sillares hasta alcanzar el arco más bajo, construidos a la misma altura que las bóvedas del orden medio figuradas en la sección de la arcuatio que presentaba triple orden de arcos, siendo edificado el siguiente tramo del refuerzo en sillares de tamaño más menudo con prolongación en ellos de las hiladas de ladrillo de constitución del pilar, tal y como se veía en el tramo entre las bóvedas media y alta de los estribos erigidos sobre la ribera del Albarregas.
Arriba y abajo: es el pilar séptimo de la segunda alineación de la gran arcuatio, trigésimo sexto de los treinta y siete ejemplares aún en pie de esta trayectoria de la magna obra de arquitectura e ingeniería hidráulica, el último de los conservados de este tramo, desaparecidos el resto de estribos que se aproximarían al próximo pilar de ángulo sito en las cercanías de las murallas de la urbe, apreciándose aún los vestigios de los arcos que desde su cara suroccidental continuarían la interferida serie (abajo), acercando el agua a la cada vez más inminente torre de decantación .
Abajo: vista detallada de la base del pilar tercero de la segunda alineación de la gran arquería elevada sobre la ribera del río Albarregas, trigésimo segundo del total de estribos conservados, donde puede observarse la técnica edilicia de cada pila, repetida en la totalidad de ejemplares levantados, descubierto el corazón de opus caementicium en los flancos donde los contrafuertes, incrustados en la obra, han desaparecido, así como el recubrimiento de sillares, muchos de ellos almohadillados, superpuestos en hiladas de hasta cinco alturas, a los que seguiría una también quíntuple capa latericia extendida por toda la planta de la edificación, apreciándose en algunos puntos de los flancos norteño y sureño mampostería entre las piezas graníticas, sin que se haya alcanzado un acuerdo científico sobre la aparición en los pilares de tal método de construcción.
Arriba y abajo: desde el puente levantado sobre el río Albarregas, viaducto paralelo a la alineación inicial de la gran arquería que cruza el valle por el que discurre tal cauce fluvial, puede apreciarse no sólo el cambio de dirección tomada por la segunda alineación del acueducto, orientada hacia el Suroeste, sino también la elevación, hoy entre viviendas particulares, de un nuevo pilar en ángulo que recibiría esta secuencia segunda para volver a cambiar el rumbo del agua hasta aquí trasladada (arriba), posiblemente con el fin de adecuarse y superar el trazado de la inmediata muralla de la ciudad, estribo que sigue la pauta constructiva de sus hermanos y donde aún puede apreciarse sobre la cornisa suprema el recubrimiento latericio de la caja hidráulica (abajo) en el que figura como último de los pilares de la magna obra en pie.
4) Castellum aquae o torre de decantación:
Sería en 1.971 cuando, a raíz del derribo de la conocida como Ermita del Calvario, surgiesen a la luz los vestigios del castellum aquae o torre de decantación del acueducto de los Milagros. Edificado bajo licencia municipal de 1.714, el templo barroco sería levantado para acoger la imagen del Santísimo Cristo del Calvario, anónima talla articulada diseñada con el fin de poder ser desmontada de la cruz y expuesta como Cristo yacente durante la Semana Santa, cuyas primeras noticias se remontan a 1.659. Se escogería para construir tal capilla el punto orográfico más alto de la ciudad, siguiendo la católica tradición de erigir en tales cúspides aquellos templos dedicados al monte donde sería crucificado Jesús, o a alguna advocación relacionada con tal episodio de la Pasión. Un via crucis discurriría por el camino que llevaba desde las últimas casas de la ciudad existente en la Edad Moderno a tal punto, dibujado el sendero sobre el antiguo trazado del cardo máximo de la lusitana colonia, trayecto actual de la calle Calvario que bajaría desde allí al puente que sobre el cauce del Albarregas cruzaría tal río en pro de comunicar Mérida con Cáceres y Norte peninsular, encontrando a los pies del recinto sacro su estación última, tal y como dibujaría Laborde en uno de sus grabados dedicados a la urbe emeritense a comienzos del siglo XIX. La ermita, sin embargo, no sólo se alzaba sobre el punto geográfico más destacado en cuanto a su altitud, sino que inclusive se mostraba encaramada sobre una especie de gradería que, sabido era, correspondía a los restos de algún antiguo edificio de época romana.
Cuando el párroco del santuario decidiese demoler éste con el fin de construir una serie de viviendas sobre los terrenos donde el templo cristiano se enclavaba, quedaría verificado lo que se venía suponiendo y que ya anticipaba Gregorio Fernández Pérez en su decimonónica Historia de las Antigüedades de Mérida. Comentaba el religioso riojano afincado en Extremadura, a raíz de unas excavaciones efectuadas en 1.829, la posibilidad de corresponder los vestigios hallados a ambos lados del camino que desde la ermita bajaba hasta el valle del Albarregas a una de las últimas secciones del acueducto de los Milagros, erigida a pocos metros del trazado de la añeja muralla de la ciudad, desembocando en el muro occidental del edificio sacro. Desaparecido éste pudo certificarse que bajo la ermita había permanecido encubierta la torre de decantación del conducto hidráulico, figurando restos de un pilar perteneciente a una última arcada que se encaminaba desde el noroeste junto al muro de poniente del conjunto, perteneciente por tanto y a todas luces a una última alineación de la gran arcutio de la obra de ingeniería, unida a una tercera sección de ésta que partiría del último de los pilares en pie, diseñado en ángulo, enclavada ya intramuros y elevada sobre el eje Norte-Sur principal de la ciudad.
Arriba: derribada en 1.971 la ermita del Calvario, erigida desde 1.714 en el punto orográfico más alto de la ciudad, pudo verificarse no sólo la erección de la misma sobre restos arqueológicos capitales, sino la pertenencia de éstos a la torre de decantación o castellum aquae del acueducto de los Milagros, observándose la llegada al enclave de una última alineación de pilares que sujetasen el specus desde el noroeste (derecha de la imagen), acorde a los descubrimientos llevados a cabo en 1.829 de los que se hiciese eco Gregorio Fernández Pérez a través de su Historia de las Antigüedades de Mérida.
La relevancia de los vestigios descubiertos llevaría al Estado a adquirirlos en 1.974, desechándose las pretensiones inmobiliarias que sobrevolaban sobre el enclave con el fin de salvaguardar el destacado yacimiento, puesto cada vez en mayor valor el patrimonio arqueológico heredado por la ciudad. Sometido a nuevos estudios y excavaciones, pudo certificarse a finales de los 90 no sólo la llegada del acueducto de los Milagros al enclave, así como la ubicación en este punto del castellum aquae desde el cual poder repartir y distribuir el agua hasta aquí trasladada por toda la zona norteña de la capital de la Lusitania. Frente a lo que fuese la cisterna de la torre de decantación, los restos edilicios presentaban la presencia a modo de ornato de una fuente monumental que disimulase el depósito acuático, embelleciendo el conjunto así como el espacio urbano donde se encontraba, anexo al cardo y a no mucha distancia de la majestuosa puerta que permitía la entrada septentrional a la urbe. Tal ninfeo, recubierto de piezas marmóreas y donde se conjugasen esculturas con caños y juegos de agua, a juzgar por los resquicios de tales elementos decorativos observados en el frente de la edificación, sería diseñado a modo de U con piscina delantera, levantado sobre una cimentación de opus caementicium forrada de sillares graníticos, sobre los que se levantaría a su vez el edificio decorativo, con núcleo de hormigón, tal y como se daba en los pilares de la gran arquería del acueducto, enmarcado entre muros de mampostería donde quedasen ancladas las placas de mármol, quedando la cisterna tras el monumento, entre los flancos occidental y sureño del conjunto, donde cayese el agua para pasar a ser desarenada en una primera estancia, pasando a la zona de repartición después, con prioridad para el consumo humano a través de fuentes enclavadas en puntos de tránsito de las principales calles de la urbe, pasando a segundo plano la distribución a termas y espacios públicos, quedando en tercer lugar el uso industrial.
Arriba y abajo: asomado a la actual calle Calvario, trazada sobre el antiguo camino que llevaba desde la ciudad a la ermita aquí sita, así como desde ésta al puente sobre el río Albarregas, antaño cardo máximo de la colonia, se recuperaría en 2.005 el yacimiento y su enclave de ubicación como espacio público abierto a la ciudadanía, como siglos atrás lo estuviese ante la población de Emérita Augusta embelleciendo la populosa calzada que atravesaba la urbe de Norte a Sur, ofreciendo el conjunto un ninfeo o fuente monumental dedicada a las diosas acuáticas (arriba) que disimilase la cisterna de que constaba la torre de decantación, enclavada tras la ornamental fontana así como en el flanco sureño de la misma (abajo), cuyos vestigios han podido adivinar la existencia de un desarenador previo a la distribución hidráulica final del agua hasta aquí trasladada desde el enclave de Proserpina, cuya magnificencia ha logrado llegar hasta nuestros días, quizás bajo el auspicio mágico-protector de los fascinum que allí perviven y que a tal fin allí se ubicaron.
(Mi más sincero agradecimiento al arqueólogo Santiago Feijoo Martínez por haber respondido a mis consultas sobre esta magna y excelsa construcción, formidable patrimonio histórico-artístico y arqueológico que hemos tenido el honor de heredar, y el deber de proteger, Extremadura, España y la Humanidad)