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lunes, 31 de enero de 2022

Colaboraciones de Extremadura, caminos de cultura: Nuestros castillos, de Informe Extremadura, en Canal Extremadura TV

 

El pasado día 29 de enero, a las 22.15 horas, se emitía dentro del espacio Informe Extremadura, en Canal Extremadura TV, el reportaje Nuestros castillos. Un programa dedicado a las fortalezas extremeñas, centrado en monumentos tales como el castillo de Alburquerque, la alcazaba de Trujillo, la residencia cacereña de las Seguras o el castillo de Montánchez, a los que se sumarían los inmuebles castrenses en ruinas de Alange y Hornachos, para cuya visita se quiso contar con la colaboración de este blog. 

Solicitada nuestra intervención a mediados del presente mes, gustosamente acompañamos al equipo de Informe Extremadura la mañana del día 12 hasta sendos castillos mencionados, recorriendo los enclaves donde se asientan, vislumbrando sus vestigios, charlando sobre su historia y comentando sus características principales, disfrutando del viaje y la visita siempre en pro del conocimiento y divulgación del patrimonio extremeño.

Tras mencionada emisión, ya se encuentra publicado el reportaje en cuestión en la web de Canal Extremadura. Extremadamente satisfechos con el resultado, desde Extremadura: caminos de cultura queremos invitar a los visitantes del blog a su visualización, esperando que sea del agrado de los seguidores, deseando igualmente que permita la ilustración sobre tal acervo, no sin dejar de agradecer a Informe Extremadura el haber querido contar con este rincón cibernáutico en la realización de tal trabajo, ansiando que esta aportación sirva, una vez más, a la instrucción sobre nuestra herencia patrimonial y nuestra cultura, base de nuestra razón de ser como pueblo, y de nosotros mismos.

 https://www.canalextremadura.es/a-la-carta/informe-extremadura/videos/informe-extremadura-290122


Arriba:  erigido sobre el cerro de la Culebra (arriba, imagen superior), del que toma un nombre que haría referencia a un pasado romano del enclave, el de Castrum Colubri, posiblemente la fortaleza de Alange se erigiese, ya en la Edad Media, sobre los vestigios de una atalaya latina que vigilase los contornos de Emérita Augusta, así como el trascurrir de la prolongación meridional de la Vía de la Plata en su devenir hacia tierras de la Bética, edificándose ya por los musulmanes una obra castrense cuyas primeras noticias se remontan al siglo IX, mencionándose Hisn al-Hanash poco antes de que la misma, en torno al 875, fuera tomada por Ibn Marwan en su levantamiento contra el emir cordobés Muhamad I, canjeada tras su asedio por la entonces aldea de Badajoz, cayendo nuevamente, esta vez en manos cristianas, en 1.234 bajo reinado de Fernando III, quien la cediese a la Orden de Santiago, encargada de su custodia y responsable de la reconstrucción de la misma, resultando de tal intervención el aspecto que hoy podemos apreciar entre sus ruinas (arriba, imagen inferior), dotado el complejo de una zona defendida de aljibes en la parte baja, una primer recinto amurallado del que resta la Puerta del Sol, y una fortaleza superior antecedida por un corralejo donde, entre las torres Solana y Redonda, resta junto a una desolada torre de la Campana e inserta en ella capilla de Santiago, la esbelta torre del homenaje, punto neurálgico de un monumento cuyo abandono se produciría cuando, en 1.550, fuese fundada la Casa de la Encomienda dentro de la propia población alangeña, restando sólo en uso, a lo largo del resto de la Edad Moderna, el templo santiaguista del lugar, derrumbado, por abandono y socavación de sus cimientos, a lo largo del pasado siglo XX.

Abajo: desconociéndose con exactitud el momento de su primitiva erección, y sabiéndose de él como punto fronterizo entre los reinos taifas de Badajoz y Toledo en el siglo XI, posiblemente el castillo de Hornachos fuera levantado a lo largo del siglo X, reaprovechando quizás vestigios de algún sistema defensivo previo, fabricándose en tapial una fortaleza dotada de amplia albacara y a cuyos pies se desarrollase el resto de la población islámica, cayendo el enclave en manos cristianas dirigidas por el maestre Pedro González Mengo en 1.234, donada por Fernando III a la Orden de Santiago un año después, actuando ésta sobre el inmueble a base de reforzamientos de los muros preexistentes, forrándolos con mampostería y añadiéndole estancias nuevas, siendo su capilla dedicada al apóstol matamoros el único templo católico de la localidad a fines del siglo XV, poblada ésta casi en su totalidad por mudéjares, posteriormente moriscos, levantados en 1.526 contras las ordenanzas de Carlos I exigiendo la cristianización de sus costumbres, decretando éste, tras el sometimiento de los moriscos de Hornachos y a fin de prevenir nuevos motines, la destrucción de la alcazaba y las calles del pueblo anexas a la misma, decisión que conllevaría el definitivo abandono de un castillo que, si bien no llegase a ver ejecutada su demolición, sí se vería ya, a mediados de tal centuria, sometido a una ruina que ha acompañado al inmueble hasta los actuales días.

Imagen del mes: Ermita del Cristo de la Misericordia, en Torre de Don Miguel

 

Aun engullida por el crecimiento urbanístico y perdido el soportal que la antecedía, sigue mostrando la ermita del Cristo de la Misericordia a los pies de la calle de la Barrera y mirando hacia la cuesta que sube al corazón de la villa torreznera, el gusto renacentista que, plasmado fundamentalmente a través de su portada, hace de esta capilla de sencillas mole y planta un ejemplo a destacar entre similares templos de tradicional erección a las puertas de las localidades extremeñas norteñas, enriquecido su programa iconográfico con una serie de gárgolas que, además de cumplimentar la obra con un presunto mensaje moral, enlaza ésta con el movimiento gótico anterior, como es característico en las obras dirigidas por el maestro Pedro de Ibarra, príncipe entre los arquitectos del Renacimiento extremeño a quien se atribuye la autoría del sacro inmueble.

Torre de Don Miguel (Cáceres). Siglos XVI; estilo renacentista. 
 
 
Arriba y abajo: ejecutado su alzado íntegramente en sillares de granito sobre planta cuadrada, reforzado por contrafuertes esquineros y cubierto con tejado a cuatro aguas (arriba), la ermita popularmente conocida como del Cristo, oficialmente del Cristo de la Misericordia, mira hacia el centro histórico de Torre de Don Miguel, de donde los hermanos de la Cofradía de similar advocación, según consta en el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura fechado en 1.791, bajaban cada 25 de marzo para celebrar en ella misa, eligiéndose esa misma tarde el alcalde, los diputados y el capellán de la hermandad, fundada al parecer en 1.721 y que por aquel entonces contaría con 170 cofrades, desconociéndose si tal evento se llevaría a cabo en el interior del inmueble, o más bien bajo el soportal que antecedía primitivamente el mismo, desaparecido gran parte de éste tras sufrir el enclave un incidente a fines del siglo XX, enmarcando el espacio que ocupase éste sendos bancos corridos que, prolongando los lados de evangelio y epístola respectivamente, anteceden hoy al templo en sí (abajo), restando las bases pétreas sobre las que se apoyarían las vigas de madera que servirían de fustes de sustentación del tejadillo del soportal (abajo, siguiente), apoyado en su llegada al monumento sobre los dos salientes o ménsulas que en la fachada del mismo ahora pueden observarse sin impedimento visual alguno, como así la propia portada de la ermita en sí.
 
 
 
 
Arriba y abajo: si bien algunos autores abogan por una etapa constructiva inicial previa a la presunta intervención de Pedro de Ibarra a mediados del siglo XVI, de cuyas manos procederían al parecer las trazas que dibujan la portada que hoy vemos a los pies del inmueble (arriba), cerrándose un acceso primigenio que, bajo el arco de medio punto que aún enmarca tal flanco de presentación, separaba el exterior del espacio sacro auxiliado por un verjado, otros estudiosos defienden, por el contrario, la completa erección del inmueble bajo dirección del maestro de presunta nacencia salmantina, considerado hijo del también arquitecto Juan de Álava y declarado como figura clave en la arquitectura renacentista de Extremadura, donde recaería tras recibir por los condes de Alba de Liste el encargo de construir la capilla mayor del convento de San Antonio de Garrovillas de Alconétar, llegando a convertirse en maestro mayor tanto de la Orden de Alcántara como de la diócesis de Coria -con intervención, entre muchas, en la torre de Santa María la Mayor de Cáceres, en las parroquias de Nuestra Señora de la Asunción de Casar de Cáceres, Santa María la Mayor de la Asunción de Brozas y San Andrés Apóstol de Zarza la Mayor, así como muy posiblemente en la del Buen Varón de Hoyos-, encargado, al parecer a partir de 1.544, de las obras de remodelación de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Torre de Don Miguel -recientemente declarada, por decreto 173/2019, de 5 de septiembre, bien de interés cultural con la categoría de monumento-, quedando así vinculado con la villa torreznera, barajándose esta etapa de relación del artista con el municipio la fecha en que datar la ejecución de la ermita del Cristo, a la que se dedicaría en paralelo a los trabajos llevados a cabo en el templo principal de la localidad, dotando a la ermita de una portada donde llama la atención, sobre el dintel que corona la puerta de acceso, un frontón triangular que recuerda su intervención en la Portada del Perdón de la Catedral de Coria (abajo), ocupado éste por una decoración mucho más humilde que el programa iconográfico de tintes platerescos preservado en la seo cauriense, con un medallón centrado por un blasón de armas o epigrafía erosionadas, y motivos vegetales en los espacios restantes entre el tondo y los ángulos del triángulo arquitectónico, vacíos los medallones que ocupan los tres pares de casetones inscritos en el friso que forma parte del entablamento que supone el dintel que, de lado a lado, supedita tanto la puerta central como sendos ventanales que la abrazan, cumplimentado con una cornisa y un arquitrabe labrado con arquillos ciegos, sustentado tanto por las jambas de la portada -donde destaca la rica labor en madera, a base de motivos vegetales y geométricos, que aún conservan las hojas de la puerta (abajo, siguiente)- como por el trío de balaústres que ocupa cada uno de los vanos abiertos a cada lado de ésta (abajo, imagen tercera) -sostenidos por paños donde el bajorrelieve que ofrece sendos pares de casetones rectangulares pareciese haber querido imitar los balaústres centrales que les anteceden-, permitiendo éstos tanto la ventilación e iluminación de un templo que no cuenta con más aberturas al exterior que éstas y los dos óculos elípticos inscritos a sendos lados del frontón de la portada, así como la contemplación antaño del interior de la capilla, sirviendo durante sus horas de cierre a las oraciones del lugareño o del viajero que llegase a la villa, o partiese de ésta, como aún hoy puede observarse y ejecutarse en capillas de similar arquitectura y fin, así en la ermita del Humilladero en la cercana localidad de Robledillo de Gata, piadosos autores éstos posiblemente de los grafitis de tinte religioso que pueden adivinarse cincelados sobre algunos de los sillares que circundan la portada (abajo, imagen cuarta), identificándose sobre la piedra monogramas del nombre de Jesucristo que verifican la devoción popular vivida por el lugar a lo largo de su centenaria historia. 




 
 
Arriba y abajo: supeditada la puerta de entrada al recinto sacro y las líneas clásicas que la componen por un arco de medio punto sobre el que hoy pueden observarse las ménsulas de sustentación del tejado que supondría el primitivo soportal de acceso y protección del viandante, viajero o feligrés, similar a los que actualmente pueden verse en los frentes de múltiples capillas de paralelas trazas edilicias enclavadas a lo largo del Norte de la región y Sur de la salmantina, así en la ermita del Santo Cristo del Humilladero de Valverde de la Vera, corona tanto el frontal (arriba) como los restantes muros del evangelio, epístola y cabecero -en paralelo a la moldura que circunda el edificio en su base- un entablamento iniciado con un cinturón inferior, a modo de arquitrabe compuesto de tres bandas horizontales, un friso ornamentado a base de cruces de tipología griega y arquillos ciegos en alternancia -considerada la firma edilicia de Pedro de Ibarra en sus obras y, así, verificación de su intervención en el inmueble-, seguido de la propia cornisa en sí (abajo) -decorada ésta con taqueado y supeditada en la esquina entre frente y muro del evangelio por una sencilla espadaña de arco de medio punto y remate en cruz, fechada según propia inscripción en 1.673, cuya campana, conocida como la chica, se conserva hoy en la parroquia del lugar-, marcado el punto medio de este entablamento en su frente, coincidiendo con el ángulo superior del frontón, por una voluta que recoge un saliente de la cornisa, ubicados igualmente en los puntos centrales de cada uno de los tres flancos restantes (abajo, siguiente: lados del evangelio y cabecero; imagen tercera: cabecero y lado de la epístola) una gárgola, mostrando éstas, en esculturas de bulto redondo de cuidado tallado cercano al visto tanto en los ejemplares de la parroquia de San Pedro de Gata como en aquéllos que asoman desde la propia iglesia parroquial torreznera, varios seres antropomorfos cuyos pecados les han conferido un aspecto ciertamente mostruoso, especialmente sobre sus rostros, portando la gárgola del muro del evangelio, presuntamente desnuda, un can en su mano izquierda, un copón o cáliz en la derecha (abajo, imagen cuarta), alusión quizás a los vicios a los que lleva la ingesta de alcohol, posible visión de algún clérigo desviado de la doctrina que impartía, con gesto torcido su compañero sito en el ábside del templo (abajo, imagen quinta), al que la erosión le he llevado a perder su mano izquierda y quizás algún otro elementos más que nos permitise barajar la idea bajo la que se labró, más clara la atisbada en la gárgola del lado de la epístola, donde un ser itifálico, mirando al frente y sosteniendo con fuerza lo que aparenta ser una bolsa monetaria -sin descartar que sea ésta una botella- haría referencia al pecado de la usura, siguiendo una tradición moralista que enlazaría con el gusto gótico, superviviente aún a mediados del siglo XVI en una población en la cual, a pesar el triunfo del clasicismo en las formas, aún mantenía una fuerte presencia de la religión y la moral impuesta por ésta, a las que el arte seguiría sirviendo.