(Actualizado a 2 de septiembre de 2.021)
Dicen que Viriato nació en los Montes Herminios, en lo que en la actualidad sería la Serra da Estrela, en tierra portuguesa fronteriza con las españolas provincias de Salamanca y Cáceres, y estribaciones más occidentales del ibérico Sistema Central. Dicen que casó con la hija de un acaudalado íbero llamado Astolpas, entrando a formar parte de la alta sociedad prerromana. Algunos aseguran que era un pastor. Otros, que un guerrero. Infinidad de conjeturas sobre uno de los personajes más destacados de la historia de la Península Ibérica, del que nadie duda que se levantó contra el creciente poder de Roma en las tierra del suroeste peninsular, acaudillando a su pueblo, el de los lusitanos, uniendo a las tribus en una lucha conjunta contra el invasor que, hastiado por las continuas derrotas y deseando finiquitar la Guerra lusitana y terminar de someter y conquistar lo que actualmente serían las tierras de Portugal y Extremadura, decidió comprar a tres embajadores que el dirigente había enviado para firmar un acuerdo de paz, para que éstos, a la vuelta con su jefe, le traicionaran y dieran muerte mientras dormía en su tienda. Corría el año 139 a.C.
La resistencia lusitana no finalizaría aquí y el sucesor de Viriato en el cargo, Táutalo o Tántalo, llevaría a cabo una última ofensiva hacia los romanos, dirigiendo sus tropas celtíberas hasta el Levante, atacando allí a los invasores que desde el Este venían en tropel, que habían ya conquistado la mitad oriental peninsular y establecido una cada vez más amplia red de colonias. Su ataque a Sagunto sería repelido. Desesperado ante la persecución del cónsul Quinto Servilio Cepión, Táutalo se rendiría ante él. La Guerra lusitana habría terminado, pero comenzaba aquí uno de los enigmas históricos más controvertidos y que ha dado más que hablar en torno a la romanización de Iberia: la fundación de la ciudad de Valentia.
Arriba y abajo: el aspecto que ofrece hoy en día el puente del acueducto de Valencia de Alcántara, con forma de sifón invertido, responde a la última reforma llevada a cabo sobre el mismo, durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando se le incorpora la planta superior encalada que actualmente lo corona, reconstruyéndose tras un desplome sufrido en su parte central, el edificio previamente levantado en el siglo XVI por el Maestro mayor de aguas de Sevilla, D. Luis de Montalbán, perdiendo la casi totalidad de su fisionomía original, cuyos vestigios aún perdurarían a través de una serie de arcos, tres completos y dos parciales, ubicados en la zona más oriental del puente de la obra hidráulica, presentados por no pocos autores como retazos de una primigenia obra monumental da labra romana.
Tres serían las preguntas planteadas y ante las cuales los estudiosos no logran alcanzar un acuerdo en cuanto a la correcta respuesta. ¿Quién fundaría la ciudad? ¿Para quién se crearía Valentia? Y, fundamentalmente: ¿dónde se levantó? El origen de la ciudad quedaría constatado en base a lo que sobre este acontecimiento relatarían tres autores de la antigüedad: Apiano de Alejandría, Diodoro de Sicilia, y especialmente Tito Livio. El primero de ellos nos diría que el cónsul Cepión, rendidos los lusitanos, les concedería tierra suficiente para que la necesidad no les impulsara al bandidaje. Diodoro de Sicilia indicaría, de igual manera, que a los lusitanos vencidos se les concedió tierras y una ciudad donde establecerse. El mayor número de datos provendrían de Tito Livio, o más exactamente de las Periochae, o resumen que de su obra se redactó en el siglo IV d.C. y que nos permite conocer el trabajo que este autor escribió sobre la historia de Roma en el siglo I a.C., tras haber desaparecido la mayor parte de los volúmenes que compondrían tal compendio histórico. Según la Periochae 54, Tito Livio indicó: Iunius Brutus Cos. in Hispania, is qui sub Viriatho militauerant, agros et oppidum dedit, quod uocatum est Valentia. La traducción más compartida señalaría que Junio Bruto, cónsul, sería quien daría en Hispania tierras y una ciudad fortificada a los que habían luchado en tiempos de Viriato, llamándose ésta Valentia.
¿Fundaría la ciudad Cepión, o Junio Bruto? Todo apunta a que, mientras que el cónsul Quinto Servilio Cepión sería quien prometiese tierras y la fundación de una nueva ciudad al finalizar la Guerra lusitana, esta urbe no se levantaría por él sino por su sucesor en el cargo, Décimo Junio Bruto Galaico, nombrado cónsul en Hispania en 138 a.C., un año después de la derrota mencionada. No está tan claro, por el contrario, si la urbe se crearía para acoger a los lusitanos vencidos o, por el contrario a las licenciadas tropas romanas que habían logrado la victoria. El texto de Tito Livio da lugar a la doble interpretación, al mencionar que la ciudad y las tierras serían para los que lucharon sub Viriatho, lo que podría traducirse por "en tiempos de Viriato", o más bien "bajo las órdenes de Viriato". Pero el gran enigma vendría a la hora de fijar un enclave geográfico donde marcar la fundación de Valentia. Mientras que para algunos Valentia sería el origen de la actual Valencia levantina, antaño conocida como Valencia del Cid, otros defienden la posibilidad de que ésta fuera el germen de la portuguesa Valença do Minho, al Norte del país luso. Una tercera opción recaería sobre la extremeña Valencia de Alcántara, rayana y al Oeste de la región.
Arriba y abajo: vista septentrional (arriba) y meridional (abajo) del primero de los tres arcos completos que de presunta mano romana subsisten en el acueducto valenciano, enclavado en la esquina más oriental de su puente, sustentado por pilares acoplados a las irregularidades del terreno, llamando la atención el característico labrado en almohadillado de sus graníticas dovelas que, para no pocos autores, permite su datación a comienzos de nuestra era.
Los que defienden la hipótesis levantina verían en la fundación de la ciudad la consolidación del acuerdo al que llegaría Roma con Táutalo, logrando no sólo la rendición de los lusitanos, que tendrían una ciudad para ellos, sino además alejarlos de sus tierras de origen prometiéndoles otras mucho más fértiles, en la vega del río Turia, como medida de prevención ante un nuevo levantamiento desde el suroeste peninsular. Los que se decantan por la candidatura de Valencia de Alcántara, opinan todo lo contrario. Defienden que el desplazamiento geográfico promovido por Roma de los lusitanos no sería regional, sino una mudanza que llevaría a éstos desde las montañas a una zona mucho más llana y menos abrupta donde poder ser controlados con mayor facilidad. No obstante, el enclave donde se levanta el municipio extremeño, en plena Campiña valenciana, resultaría todo un fértil valle regado por múltiples arroyos y rodeado de colinas, en las estribaciones occidentales de los Montes de Toledo, donde poder ejercer la agricultura y la ganadería, lejos de los escarpados montes donde habitualmente residían los lusitanos. Este punto quedaría inclusive cercano a legendarios enclaves ocupados por los lusitanos, como la conocida popularmente como Cueva de Viriato o Peña Jurada, una gran oquedad natural abierta en uno de los macizos rocosos que conforman la Sierra de San Pedro, enclavada dentro del actual término municipal valenciano y entre las poblaciones de Membrío y Santiago de Alcántara. Tal abrigo natural acogería, al parecer pero no con poco peso histórico, durante un cierto periodo de tiempo al líder lusitano durante la contienda ejecutada por él y su pueblo contra Roma. Se cree incluso que, muy posiblemente, fuera en las cercanías de la misma donde tuviera lugar la celebración de su fausto funeral e incineración del cadáver del amado caudillo. Pero lo que más peso daría a esta opción extremeña sería la existencia de un texto del geógrafo Estrabón que, basándose en los escritos del viajero Poseidonio, que visitaría Hispania a finales del siglo II a.C., poco después del fin de la Guerra lusitana, hablaría del traslado de tribus lusitanas a la orilla izquierda del Tajo, en el espacio inscrito entre este cauce fluvial, el sureño Guadiana y las actuales localidades de Portalegre y Cáceres, donde casualmente un municipio luce el nombre que recuerda al otorgado por Junio Bruto a la ciudad destinada a acoger a los valientes guerreros que lucharan con Viriato.
Arriba: vista norte del segundo arco completo, o arco central, de los conservados en el acueducto de Valencia de Alcántara de su obra original, bajo el cual trascurre el camino que une el enclave con el casco urbano de la villa.
Abajo: detalle del intradós del arco central, construido con dovelas graníticas cuyo almohadillado no sólo se muestra en las caras externas de la obra, sino también en el interior del mismo.
Arriba y abajo: vista sur del segundo de los supuestos arcos vestigiales del romano acueducto valenciano.
Descartada la opción portuguesa por la mayoría de los autores, al considerar poco acertado establecer una colonia en unas tierras fronterizas con Galicia que, al terminar las Guerras lusitanas, prácticamente no habían sido pisadas por Roma, Valencia del Cid y Valencia de Alcántara serían las firmes candidatas a erigirse como herederas de la Valentia de Junio Bruto. En todo caso, sendas Valencias mantendrían una característica común: su existencia en época de dominación romana. Bajo el suelo del centro histórico de la Valencia levantina, son abundantes los restos romanos que nos hablan de una ciudad amurallada, regularmente estructurada y dotada de puerto fluvial y destacados edificios públicos, como un circo, con inmuebles de hasta dos plantas y lujosas mansiones de las que rescatar ricos mosaicos, esculturas e infinidad de restos arqueológicos. En Valencia de Alcántara los vestigios romanos son de inferior calidad y cantidad, pero en absoluto inexistentes. A falta de una estructura urbana conocida, que pudiera verificar la existencia de una localidad frente a un cúmulo de villas o explotaciones, así como hablarnos a su vez de los límites de tal ciudad o de su número de habitantes, los abundantes restos encontrados en la misma localidad cacereña y sus alrededores, desde aras y estelas hasta el llamativo balsamario broncíneo conservado en el Museo Arqueológico Nacional, dan testimonio indubitable de su pasado romano.
Aunque algunos autores sostuvieron que sería en la zona de San Vicente de Alcántara donde se enclavaría la posible urbe, mientras que Valencia asomaría desde el mismo suelo donde se asentó un palacio rural, la abundancia de patrimonio romano aparecido en el propio municipio cacereño y sus alrededores, así como la relevancia de las presuntas estructuras romanas conocidas, mantiene en pie la postura contraria, señalando a San Vicente de Alcántara y sus aledaños como una zona anexa a la ciudad romana donde se ubicarían una serie de villas de entre las que destacarían por sus hallazgos la enclavada en la finca Torre de Albarragena, datada entre los siglos III y IV d.C., y donde se descubrieron una serie de mosaicos de relevancia, antiguo pavimento de las dependencias de la casa. Como respuesta a la ausencia o desconocimiento de un trazado urbano romano, se cree que posiblemente y como ha sucedido en otras muchas poblaciones de origen latino que han ido creciendo sobre sí mismas, en la propia Valencia de Alcántara la mayor parte del legado datado en esta época ha desaparecido según se regeneraba la propia urbe. Una teoría alternativa, sin embargo, situaría el núcleo romano principal en el lugar conocido como Sexmo de Sever, en la orilla derecha de este afluente del Tajo y línea hispano-lusa fronteriza, donde José de Viu señalaría en la primera mitad del siglo XIX, y tras él Pascual Madoz en su "Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España", la existencia de un cúmulo de vestigios latinos, tanto muebles como inmuebles, de tal calidad y en tal cantidad, que bien pudiera catalogarse el yacimiento como uno de los más característicos de la España romana, sin que otros eruditos ni arqueólogos lo visitasen después hasta darse en la actualidad, al parecer, la práctica desaparición del mismo. No obstante, los vestigios romanos o de presunto origen tal subsistentes en la actualidad en derredor de la villa valenciana, permitirían pensar que fue en este mismo enclave donde una ciudad romana, a los que éstos debían servir, tuvo presencia. Hablaríamos de dos puentes, una fuente, restos de calzadas y, no carente de controversia, un acueducto.
Arriba y abajo: el tercer y último de los arcos completos de la serie conservada de la original arquería de la presunta obra de ingeniería romana, se acerca hacia el occidental valle que salva la construcción, unido aún a un cuarto arco, cegado y parcialmente desmembrado.
Al noreste de la villa, salvando el curso del arroyo de la Vid o Rivera del Avid, el conocido como Puente de Piedra, Puente Romano o Puente de Abajo, a pesar de haber sido reedificado en el siglo XVII, tal y como reza en una lápida inscrita en el mismo donde puede aún verse la fecha de 1.622 como año de finalización de tales obras, ofrece como parte de su estructura un arco cuyas dimensiones y fisonomía han llevado a diversos autores a considerarlo sustituto de un original latino de cuya primitiva obra subsistirían, encajados en la actual, diversos sillares almohadillados que a su vez fueran conservados en la obra medieval que presuntamente relevó al puente primigenio. Más lejano de la población, sobre el río Alburrel, un puente de dos arcos, llamado Pontarrón o Puente de los Garabíos, muestra igualmente y a pesar de posteriores reconstrucciones, diversos sillares, también alguno almohadillado, considerados de factura romana y preservados de un supuesto original viaducto que, erigido en tal época, salvase las aguas en pro de la conexión que, a través de su calzada correspondiente, uniera la zona con el puente de Alcántara, o bien Norba Caesarina con Ammaia atravesando el lugar donde quedara inscrita la supuesa ciudad de Valentia. Por otro lado, encuadrada dentro del casco urbano, en la calle Luis Braille y al Suroeste del municipio, una fuente bautizada como de Monroy se cree originaria de comienzos de nuestra era, aunque la estructura actual al parecer pudiera deberse a una reforma efectuada sobre la misma ya en el siglo XVIII. Tradición oral que se mantiene igualmente sobre la calzada que aún puede transitarse en las cercanías del lugar de La Zafra, al Sureste de la actual villa. A las afueras también, aun levantado durante la Edad Moderna, se observan en el acueducto valenciano un buen número de los originales arcos que sustentarían la obra renacentista, cuyo almohadillado en sus dovelas hace pensar a no pocos autores e investigadores en el posible origen romano de éstos.
El acueducto de Valencia de Alcántara conduciría hasta la ciudad las aguas desde el manantial llamado de Malpica, ubicada en las cercanías del convento franciscano de San Pedro de los Majarretes y hoy pedanía valenciana de San Pedro, al Suroeste de la principal localidad. De esta fuente se conservaría hoy en día el pozo cilíndrico, de 8 metros de profundidad y diez de diámetro, donde una serie de galerías arqueadas, hoy cegadas, permitirían recolectar el agua en su interior, partiendo ésta por otro canal hacia su destino, siguiendo las trazas que D. Luis de Montalbán diseñase en el inicio del último cuarto del siglo XVI, una vez decidido el transporte hacia la población de tales aguas que pudieran dotar a la villa de un caudal constante, irregular a lo largo del año entre las fuentes situadas dentro o inmediatas al casco urbano. Hermano de Francisco de Montalbán -nombrado Maestro mayor de obras de fuentes y encañados por el rey Felipe II-, Luis contaría con el título de arquitecto o maestro mayor de aguas y fuentes de la ciudad hispalense, otorgado por el concejo sevillano. Según estudio presentado por los investigadores extremeños Bartolomé Miranda Díaz y Dionisio Martín Nieto, fue tal personaje quien ganase en 1.575 el concurso ofrecido por la localidad valenciana encaminado a la erección de tal obra de ingeniería hidráulica, documentado a través de una serie de escritos conservados fundamentalmente en el Archivo de Protocolos de Sevilla. De corte renacentista, desde Malpica hasta la villa, la completa obra hidráulica acarrearía las aguas a lo largo de unos 8 kilómetros, siendo ésta la longitud real del acueducto completo. A través de un caño, subterráneo en ciertos tramos y conservado en otros puntos al descubierto entre el paisaje, el acueducto tendría que hacer frente antes de llegar a la urbe a las directrices del terreno, debiendo salvar el valle por el que discurre el arroyo o regato Peje. Sería aquí donde una larga arcada daría forma a la visión más común y propia que de un acueducto se tiene. Con unos 175 metros de longitud y unos 25 metros en su máxima altura dada en lo más profundo del terreno, la arquería o puente del acueducto contaría al parecer con diecisiete arcos, sobre los cuales un muro de mampostería, horadado con unos veinte arquillos dados a la obra supuestamente a raíz de la reconstrucción que Benito José Barbosa llevase a cabo sobre el monumento tras verse éste parcialmente derruido en 1.767, quedaría finalmente coronado con el canal que abastecería a la ciudad.
Arriba y abajo: el aspecto que ofrece hoy en día el puente del acueducto de Valencia de Alcántara, con forma de sifón invertido, responde a la última reforma llevada a cabo sobre el mismo, durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando se le incorpora la planta superior encalada que actualmente lo corona, reconstruyéndose tras un desplome sufrido en su parte central, el edificio previamente levantado en el siglo XVI por el Maestro mayor de aguas de Sevilla, D. Luis de Montalbán, perdiendo la casi totalidad de su fisionomía original, cuyos vestigios aún perdurarían a través de una serie de arcos, tres completos y dos parciales, ubicados en la zona más oriental del puente de la obra hidráulica, presentados por no pocos autores como retazos de una primigenia obra monumental da labra romana.
Tres serían las preguntas planteadas y ante las cuales los estudiosos no logran alcanzar un acuerdo en cuanto a la correcta respuesta. ¿Quién fundaría la ciudad? ¿Para quién se crearía Valentia? Y, fundamentalmente: ¿dónde se levantó? El origen de la ciudad quedaría constatado en base a lo que sobre este acontecimiento relatarían tres autores de la antigüedad: Apiano de Alejandría, Diodoro de Sicilia, y especialmente Tito Livio. El primero de ellos nos diría que el cónsul Cepión, rendidos los lusitanos, les concedería tierra suficiente para que la necesidad no les impulsara al bandidaje. Diodoro de Sicilia indicaría, de igual manera, que a los lusitanos vencidos se les concedió tierras y una ciudad donde establecerse. El mayor número de datos provendrían de Tito Livio, o más exactamente de las Periochae, o resumen que de su obra se redactó en el siglo IV d.C. y que nos permite conocer el trabajo que este autor escribió sobre la historia de Roma en el siglo I a.C., tras haber desaparecido la mayor parte de los volúmenes que compondrían tal compendio histórico. Según la Periochae 54, Tito Livio indicó: Iunius Brutus Cos. in Hispania, is qui sub Viriatho militauerant, agros et oppidum dedit, quod uocatum est Valentia. La traducción más compartida señalaría que Junio Bruto, cónsul, sería quien daría en Hispania tierras y una ciudad fortificada a los que habían luchado en tiempos de Viriato, llamándose ésta Valentia.
¿Fundaría la ciudad Cepión, o Junio Bruto? Todo apunta a que, mientras que el cónsul Quinto Servilio Cepión sería quien prometiese tierras y la fundación de una nueva ciudad al finalizar la Guerra lusitana, esta urbe no se levantaría por él sino por su sucesor en el cargo, Décimo Junio Bruto Galaico, nombrado cónsul en Hispania en 138 a.C., un año después de la derrota mencionada. No está tan claro, por el contrario, si la urbe se crearía para acoger a los lusitanos vencidos o, por el contrario a las licenciadas tropas romanas que habían logrado la victoria. El texto de Tito Livio da lugar a la doble interpretación, al mencionar que la ciudad y las tierras serían para los que lucharon sub Viriatho, lo que podría traducirse por "en tiempos de Viriato", o más bien "bajo las órdenes de Viriato". Pero el gran enigma vendría a la hora de fijar un enclave geográfico donde marcar la fundación de Valentia. Mientras que para algunos Valentia sería el origen de la actual Valencia levantina, antaño conocida como Valencia del Cid, otros defienden la posibilidad de que ésta fuera el germen de la portuguesa Valença do Minho, al Norte del país luso. Una tercera opción recaería sobre la extremeña Valencia de Alcántara, rayana y al Oeste de la región.
Arriba y abajo: vista septentrional (arriba) y meridional (abajo) del primero de los tres arcos completos que de presunta mano romana subsisten en el acueducto valenciano, enclavado en la esquina más oriental de su puente, sustentado por pilares acoplados a las irregularidades del terreno, llamando la atención el característico labrado en almohadillado de sus graníticas dovelas que, para no pocos autores, permite su datación a comienzos de nuestra era.
Los que defienden la hipótesis levantina verían en la fundación de la ciudad la consolidación del acuerdo al que llegaría Roma con Táutalo, logrando no sólo la rendición de los lusitanos, que tendrían una ciudad para ellos, sino además alejarlos de sus tierras de origen prometiéndoles otras mucho más fértiles, en la vega del río Turia, como medida de prevención ante un nuevo levantamiento desde el suroeste peninsular. Los que se decantan por la candidatura de Valencia de Alcántara, opinan todo lo contrario. Defienden que el desplazamiento geográfico promovido por Roma de los lusitanos no sería regional, sino una mudanza que llevaría a éstos desde las montañas a una zona mucho más llana y menos abrupta donde poder ser controlados con mayor facilidad. No obstante, el enclave donde se levanta el municipio extremeño, en plena Campiña valenciana, resultaría todo un fértil valle regado por múltiples arroyos y rodeado de colinas, en las estribaciones occidentales de los Montes de Toledo, donde poder ejercer la agricultura y la ganadería, lejos de los escarpados montes donde habitualmente residían los lusitanos. Este punto quedaría inclusive cercano a legendarios enclaves ocupados por los lusitanos, como la conocida popularmente como Cueva de Viriato o Peña Jurada, una gran oquedad natural abierta en uno de los macizos rocosos que conforman la Sierra de San Pedro, enclavada dentro del actual término municipal valenciano y entre las poblaciones de Membrío y Santiago de Alcántara. Tal abrigo natural acogería, al parecer pero no con poco peso histórico, durante un cierto periodo de tiempo al líder lusitano durante la contienda ejecutada por él y su pueblo contra Roma. Se cree incluso que, muy posiblemente, fuera en las cercanías de la misma donde tuviera lugar la celebración de su fausto funeral e incineración del cadáver del amado caudillo. Pero lo que más peso daría a esta opción extremeña sería la existencia de un texto del geógrafo Estrabón que, basándose en los escritos del viajero Poseidonio, que visitaría Hispania a finales del siglo II a.C., poco después del fin de la Guerra lusitana, hablaría del traslado de tribus lusitanas a la orilla izquierda del Tajo, en el espacio inscrito entre este cauce fluvial, el sureño Guadiana y las actuales localidades de Portalegre y Cáceres, donde casualmente un municipio luce el nombre que recuerda al otorgado por Junio Bruto a la ciudad destinada a acoger a los valientes guerreros que lucharan con Viriato.
Arriba: vista norte del segundo arco completo, o arco central, de los conservados en el acueducto de Valencia de Alcántara de su obra original, bajo el cual trascurre el camino que une el enclave con el casco urbano de la villa.
Abajo: detalle del intradós del arco central, construido con dovelas graníticas cuyo almohadillado no sólo se muestra en las caras externas de la obra, sino también en el interior del mismo.
Arriba y abajo: vista sur del segundo de los supuestos arcos vestigiales del romano acueducto valenciano.
Descartada la opción portuguesa por la mayoría de los autores, al considerar poco acertado establecer una colonia en unas tierras fronterizas con Galicia que, al terminar las Guerras lusitanas, prácticamente no habían sido pisadas por Roma, Valencia del Cid y Valencia de Alcántara serían las firmes candidatas a erigirse como herederas de la Valentia de Junio Bruto. En todo caso, sendas Valencias mantendrían una característica común: su existencia en época de dominación romana. Bajo el suelo del centro histórico de la Valencia levantina, son abundantes los restos romanos que nos hablan de una ciudad amurallada, regularmente estructurada y dotada de puerto fluvial y destacados edificios públicos, como un circo, con inmuebles de hasta dos plantas y lujosas mansiones de las que rescatar ricos mosaicos, esculturas e infinidad de restos arqueológicos. En Valencia de Alcántara los vestigios romanos son de inferior calidad y cantidad, pero en absoluto inexistentes. A falta de una estructura urbana conocida, que pudiera verificar la existencia de una localidad frente a un cúmulo de villas o explotaciones, así como hablarnos a su vez de los límites de tal ciudad o de su número de habitantes, los abundantes restos encontrados en la misma localidad cacereña y sus alrededores, desde aras y estelas hasta el llamativo balsamario broncíneo conservado en el Museo Arqueológico Nacional, dan testimonio indubitable de su pasado romano.
Aunque algunos autores sostuvieron que sería en la zona de San Vicente de Alcántara donde se enclavaría la posible urbe, mientras que Valencia asomaría desde el mismo suelo donde se asentó un palacio rural, la abundancia de patrimonio romano aparecido en el propio municipio cacereño y sus alrededores, así como la relevancia de las presuntas estructuras romanas conocidas, mantiene en pie la postura contraria, señalando a San Vicente de Alcántara y sus aledaños como una zona anexa a la ciudad romana donde se ubicarían una serie de villas de entre las que destacarían por sus hallazgos la enclavada en la finca Torre de Albarragena, datada entre los siglos III y IV d.C., y donde se descubrieron una serie de mosaicos de relevancia, antiguo pavimento de las dependencias de la casa. Como respuesta a la ausencia o desconocimiento de un trazado urbano romano, se cree que posiblemente y como ha sucedido en otras muchas poblaciones de origen latino que han ido creciendo sobre sí mismas, en la propia Valencia de Alcántara la mayor parte del legado datado en esta época ha desaparecido según se regeneraba la propia urbe. Una teoría alternativa, sin embargo, situaría el núcleo romano principal en el lugar conocido como Sexmo de Sever, en la orilla derecha de este afluente del Tajo y línea hispano-lusa fronteriza, donde José de Viu señalaría en la primera mitad del siglo XIX, y tras él Pascual Madoz en su "Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España", la existencia de un cúmulo de vestigios latinos, tanto muebles como inmuebles, de tal calidad y en tal cantidad, que bien pudiera catalogarse el yacimiento como uno de los más característicos de la España romana, sin que otros eruditos ni arqueólogos lo visitasen después hasta darse en la actualidad, al parecer, la práctica desaparición del mismo. No obstante, los vestigios romanos o de presunto origen tal subsistentes en la actualidad en derredor de la villa valenciana, permitirían pensar que fue en este mismo enclave donde una ciudad romana, a los que éstos debían servir, tuvo presencia. Hablaríamos de dos puentes, una fuente, restos de calzadas y, no carente de controversia, un acueducto.
Arriba y abajo: el tercer y último de los arcos completos de la serie conservada de la original arquería de la presunta obra de ingeniería romana, se acerca hacia el occidental valle que salva la construcción, unido aún a un cuarto arco, cegado y parcialmente desmembrado.
Al noreste de la villa, salvando el curso del arroyo de la Vid o Rivera del Avid, el conocido como Puente de Piedra, Puente Romano o Puente de Abajo, a pesar de haber sido reedificado en el siglo XVII, tal y como reza en una lápida inscrita en el mismo donde puede aún verse la fecha de 1.622 como año de finalización de tales obras, ofrece como parte de su estructura un arco cuyas dimensiones y fisonomía han llevado a diversos autores a considerarlo sustituto de un original latino de cuya primitiva obra subsistirían, encajados en la actual, diversos sillares almohadillados que a su vez fueran conservados en la obra medieval que presuntamente relevó al puente primigenio. Más lejano de la población, sobre el río Alburrel, un puente de dos arcos, llamado Pontarrón o Puente de los Garabíos, muestra igualmente y a pesar de posteriores reconstrucciones, diversos sillares, también alguno almohadillado, considerados de factura romana y preservados de un supuesto original viaducto que, erigido en tal época, salvase las aguas en pro de la conexión que, a través de su calzada correspondiente, uniera la zona con el puente de Alcántara, o bien Norba Caesarina con Ammaia atravesando el lugar donde quedara inscrita la supuesa ciudad de Valentia. Por otro lado, encuadrada dentro del casco urbano, en la calle Luis Braille y al Suroeste del municipio, una fuente bautizada como de Monroy se cree originaria de comienzos de nuestra era, aunque la estructura actual al parecer pudiera deberse a una reforma efectuada sobre la misma ya en el siglo XVIII. Tradición oral que se mantiene igualmente sobre la calzada que aún puede transitarse en las cercanías del lugar de La Zafra, al Sureste de la actual villa. A las afueras también, aun levantado durante la Edad Moderna, se observan en el acueducto valenciano un buen número de los originales arcos que sustentarían la obra renacentista, cuyo almohadillado en sus dovelas hace pensar a no pocos autores e investigadores en el posible origen romano de éstos.
El acueducto de Valencia de Alcántara conduciría hasta la ciudad las aguas desde el manantial llamado de Malpica, ubicada en las cercanías del convento franciscano de San Pedro de los Majarretes y hoy pedanía valenciana de San Pedro, al Suroeste de la principal localidad. De esta fuente se conservaría hoy en día el pozo cilíndrico, de 8 metros de profundidad y diez de diámetro, donde una serie de galerías arqueadas, hoy cegadas, permitirían recolectar el agua en su interior, partiendo ésta por otro canal hacia su destino, siguiendo las trazas que D. Luis de Montalbán diseñase en el inicio del último cuarto del siglo XVI, una vez decidido el transporte hacia la población de tales aguas que pudieran dotar a la villa de un caudal constante, irregular a lo largo del año entre las fuentes situadas dentro o inmediatas al casco urbano. Hermano de Francisco de Montalbán -nombrado Maestro mayor de obras de fuentes y encañados por el rey Felipe II-, Luis contaría con el título de arquitecto o maestro mayor de aguas y fuentes de la ciudad hispalense, otorgado por el concejo sevillano. Según estudio presentado por los investigadores extremeños Bartolomé Miranda Díaz y Dionisio Martín Nieto, fue tal personaje quien ganase en 1.575 el concurso ofrecido por la localidad valenciana encaminado a la erección de tal obra de ingeniería hidráulica, documentado a través de una serie de escritos conservados fundamentalmente en el Archivo de Protocolos de Sevilla. De corte renacentista, desde Malpica hasta la villa, la completa obra hidráulica acarrearía las aguas a lo largo de unos 8 kilómetros, siendo ésta la longitud real del acueducto completo. A través de un caño, subterráneo en ciertos tramos y conservado en otros puntos al descubierto entre el paisaje, el acueducto tendría que hacer frente antes de llegar a la urbe a las directrices del terreno, debiendo salvar el valle por el que discurre el arroyo o regato Peje. Sería aquí donde una larga arcada daría forma a la visión más común y propia que de un acueducto se tiene. Con unos 175 metros de longitud y unos 25 metros en su máxima altura dada en lo más profundo del terreno, la arquería o puente del acueducto contaría al parecer con diecisiete arcos, sobre los cuales un muro de mampostería, horadado con unos veinte arquillos dados a la obra supuestamente a raíz de la reconstrucción que Benito José Barbosa llevase a cabo sobre el monumento tras verse éste parcialmente derruido en 1.767, quedaría finalmente coronado con el canal que abastecería a la ciudad.
Arriba y abajo: los vestigios de un cuarto y un quinto arcos, que prolongarían hacia el Oeste la serie conservada de la original arquería, se aprecian aún embutidos dentro del aspecto actual que ofrece el acueducto valenciano, cegados y semidesmontados tras la última intervención a la que fue sometida la obra, cuando se decidiese tras el derrumbe de parte del viaducto en 1.858 reforzar los muros y dotar la obra de una galería superior en forma de sifón invertido, que pudiera así vencer los problemas de caída de agua que venían dándose desde el siglo XVI y cuyas obras de reforma ayudarían posiblemente al cese por el peso de los arcos, observándose todavía entre las piezas restantes el almohadillado decorativo que permite barajar sobre el inmueble la presencia de restos datados en el siglo I de nuestra era.
Mostrando hoy la obra el aspecto que a la misma se le otorgase tras la última reedificación llevada a cabo sobre el edificio, ejecutada en torno a 1.860 tras verse el inmueble víctima de un derrumbe, ocasionado en 1.858 por las lluvias y posiblemente por el peso que sobre la arquería ejerciesen las reformas y añadidos que desde su erección a finales del siglo XVI se llevasen a cabo a fin de permitir ejecutar correctamente la traída de las aguas al municipio, se le
añadiría al acueducto valenciano un piso superior que le daría a la obra
forma de sifón invertido,eliminándose para ellos gran parte de los arcos preexistentes y cegando otros a fin de consolidar el muro de sustentación del caño. De la original obra que daría ser a la arquería o puente del
acueducto, restarían hasta la actualidad tres arcos íntegros, un cuarto
semicompleto y cegado, y vestigios de un quinto, en serie todos ellos y
ubicados en la esquina oriental del sifón que cruza el valle y sigue
salvando las aguas del arroyo Peje, apareciendo los tres arcos
completos en el rincón más alejado del cauce fluvial,
transcurriendo bajo el arco central un camino público que conduce desde
Valencia de Alcántara hasta diversas fincas y campos ubicados al Sur de
la villa, figurando los arcos cuarto y arranque del quinto en la
parte occidental de este conjunto, afectados por la forma de
sifón invertido que se comería parte de la constitución de éstos. Queda lejano así el diseño que la obra original ofreciese, dibujándose una arquería o puente plano donde la arcada mantuviera una línea recta
sobre el paisaje, coronada por una segunda planta de mampostería que en suave pendiente
permitiese la bajada de las aguas por el conducto supremo. Fábrica que, tras dejar Luis de Montalbán los trabajos hidraúlicos en manos de su maestro albañil, Rodrigo Gallegos, se reservaría éste para sí, sin que al parecer se conozcan detalles del proyecto que el andaluz idease sobre la misma, suponiéndose así por algunos autores la invención de unos arcos ejecutados con dovelas graníticas labradas donde se recuperase, siguiendo las pautas artísticas del Renacimiento, el gusto clásico por el almohadillado, tal y como puede observarse en otras obras de ingeniería pública datadas en fechas cercanas, como el Puente de Segovia que cruza el río Manzanares en la capital estatal. No son pocos los autores, entre ellos Carlos Fernández Casado, que, sin embargo, consideran en contra los mismos, como ocurriese en los puentes de Piedra y de los Garabíos, elementos subsistentes de alguna monumental obra de ingeniería levantada a comienzos de nuestra era, bajo el dominio romano, reutilizados desde algún yacimiento cercano o, inclusive, sobre el mismo terreno en el que permaneciesen, derivando de una obra cuyo aspecto primigenio pudiera haber casado con el que hoy en día presentan otros acueductos romanos peninsulares datados en época altoimperial, como son el de les Ferreres, en Tarragona, o el de
Almuñécar (Granada), lejano sin embargo de otros más cercanos
geográficamente como pudieran ser los emeritenses de los Milagros, o de
San Lázaro. Un
ejemplo de ingeniería romana que, de verificarse su realidad, no envidiaría a otras obras
hidráulicas contemporáneas a ella, siendo en todo caso el acueducto valenciano, en su resultado y con su particular crónica, uno de los muchos monumentos que indubitativamente enriquecen tanto el patrimonio valenciano como el de toda la
región extremeña, donde es fácil encontrar entremezclados elementos de talla romana con otros elaborados en épocas diversas, resultando una simbiosis cultural que demuestra tanto el excelso bagaje histórico como el rico legado cultural heredados por Extremadura, tan valiosos como, en gran medida, desconocidos.
Arriba: los supuestos diecisiete arcos con que contó la planta inferior de la original obra hidráulica, se sustentarían sobre pilares constituidos por sillares graníticos y mampostería, compuesto cada uno por una serie de cuerpos cuya planta iría creciendo según se alejase de la línea de impostas, aumentando el número de los mismos como medida de acoplamiento al terreno que debían salvar.
Abajo: vista del pilar que sirve de sustentación a los arcos tercero y cuarto, cuyos sillares graníticos, aún almohadillados, permiten barajar un origen romano de los mismos, reaprovechados de alguna obra cercana o inmediata como refuerzo de la arcada renacentista, sin que falte quien presente esta porción de la obra como parte fundamental de un supuesto primitivo inmueble romano.
Abajo: a la serie iniciada con el pilar que, en la esquina más oriental del acueducto, sirve de sustentación del primero de los arcos, se sumarían no sólo las restantes bases que sostienen aún los arcos restantes, sino además vestigios de tres pilares más, recortados durante la última reforma llevada a cabo en el inmueble, gracias a la cual pudo aparentemente solventarse el problema de traída de agua a la villa valenciana, introducido el caudal, que en un comienzo quedaba -tras superar una piscina limaria- en la zona extramuros que hoy es la plaza de Elías Diéguez -prolongada a fines del siglo XVIII a fin de nutrir la llamada fuente de la Alameda-, dentro de la población a través de los arcos que, en época de Isabel II y formando parte de una reforma ejecutada por Fermín Tegedor, introdujesen a partir de 1.848 el caño en el municipio, aflorando en la marmórea fuente popularmente llamada de la Playa, sita en la actual plaza de Gregorio Bravo.
Arriba: en la calle de Luis Braille, absorbida por el crecimiento urbanístico de Valencia de Alcántara, la conocida como Fuente de Monroy se mantiene en pie ofreciendo la imagen resultante de que fuese dotado el monumento en el siglo XVIII, otorgándole la tradición oral, por el contrario, un primitivo origen romano al manantial, como igualmente ocurriese con otras fuentes ya desaparecidas, ayudando a probar, si pudiera verificarse tal raíz, la realidad de un asentamiento de tal número de población que necesitase nutrirse de las aguas de estos manantíos, así como quizás también de aquéllas surtidas en las cercanas Fuente del Oro y Fuente Blanca, en cuyos derredores apareciesen aras votivas que probasen el conocimiento de las propiedades salutíferas de sus aguas en época de dominación latina, trasladadas quizás del acuífero líquido del que se nutren estas últimas hasta la urbe a través de un acueducto del que restasen arcos, pilares o, sencillamente, sillares y dovelas que siglos más tarde fueran nuevamente empleados en la utilidad pública a raíz de la erección del acueducto valenciano renacentista en el último cuarto del siglo XVI.
Abajo: desde el cruce que parte hacia Santiago de Alcántara (carretera CC-37), dejando atrás la vía que desde la carretera nacional N-521 lleva a la localidad de Cedillo (EX-374), puede observarse no muy lejos de Membrío la que fuera bautizada como Peña Jurada, popularmente Cueva de Viriato, una gran oquedad que asoma hacia el Sur desde uno de los macizos que conforman la Sierra de San Pedro, desde donde poder observar y vigilar el horizonte tal y como presumiblemente haría el caudillo lusitano durante la contienda que contra Roma ejecutó dirigiendo a su pueblo, hasta que traicionado en el año 139 a.C. fuera asesinado, incinerado su cuerpo en un fastuoso funeral que, según se cree, pudo haber tenido lugar en las inmediaciones de este mismo abrigo natural, confirmándose así la relación que estas tierras tuvieran con el personaje histórico y sus tropas, a las que Roma daría tierras y una ciudad que, en reconocimiento a su valentía sería bautizada como Valentia, defendida férreamente por el investigador Carlos Callejo Serrano la postura -retomando entre otros a Juan Francisco de Masdeu- que sitúa la misma en los terrenos que hoy ocupa la actual Valencia de Alcántara, apoyado tanto en el rico patrimonio romano que salpica su término municipal, como en el convencimiento de la derivación de su nombre actual de una nomenclatura antigua, previa a la reconquista del lugar, careciéndose de datos que confirmen un nuevo bautismo o fundación tras volver la zona al poder cristiano, mencionándose, por el contrario, ya ésta como Valencia antes de la llegada de las tropas norteñas, que, dirigidas por la Orden alcantarina, no hicieran sino sencillamente darle su apellido, barajándose inclusive la posibilidad de ser llamado el lugar como Ballantia por el poder musulmán, posible derivación del Valentia original.
- Cómo llegar:
Valencia de Alcántara, al Oeste de la provincia cacereña y cercana a la frontera portuguesa, se mantiene unida con la capital provincial a través de la carretera nacional N-521. Siguiendo el trazado de esta vía a través de la localidad, y siguiendo el curso hacia el país vecino, nos desviaremos desde ella hacia nuestra derecha, justo al terminar el casco urbano y dirigiéndonos hacia la pedanía de San Pedro, unida con la villa por la carretera CC-107. Pocos metros desde el desvío, y a la altura de la calle San Antonio, a nuestra izquierda veremos un camino que discurre hacia el suroeste. Esta vereda, apta para el tránsito rodado, conduce directamente hasta la arquería del acueducto valenciano, pasando bajo uno de sus preservados arcos de posible origen romano.
Como siempre impresionante¡¡¡¡ Bien documentado, bien explicado¡¡¡ Una verdadera gozada¡¡¡ Me encanta leerte¡¡¡¡¡
ResponderEliminar¡Hola Rubén! Y como siempre también, un honor y un placer saber que te ha gustado. ¡Nos vemos!
Eliminar¡Qué ojo clínico tienes! Un lujo que lo que eres capaz de ver, lo hagas ver a los demás.
ResponderEliminarUna acotación: me da que la tal "Peña Jurada", a la cual se haya querido dar un significado de lugar de juramentos o acuerdos, es corrupción lingüística de "Hurada" (= "horadada"), por la cavidad que exhibe, tan visible desde la lontananza. No es un topónimo infrecuente en Extremadura.
Como siempre, un placer leerte.
¡Hola Villano! Un placer verte de nuevo por el blog. Tus explicaciones y puntualizaciones, como siempre, tan oportunas e interesantes. ¡Muchas gracias! ¡Un saludo!
EliminarGran artículo del acueducto romano de Valencia de Alcántara y la fundación de esta localidad cacereña.
ResponderEliminarMuy bueno el artículo. Soy de esta localidad y es todo un placer encontrar tanta información y tan bien explicada de este rincón de Extremadura.
ResponderEliminar¡Hola Dany Morato! El placer es mío. Fue fabuloso descubrir y visitar in situ este monumento, y un honor poder hablar de él y volver a traer este rincón de Extremadura al blog, mostrando y promocionando una comarca que me tiene cautivado. Un saludo.
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