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miércoles, 23 de febrero de 2011

Miliarios XXVII y XXVIII de la Vía de la Plata


Arriba: atardecer sobre la Vía de la Plata, a su paso por Extremadura.

Desde la Península Ibérica al mar Caspio, de los límites de Britania con la antigua Caledonia, los ríos Rin y Danubio,  hasta el desierto del Sáhara y el Golfo Pérsico, la antigua Roma llegó a expandirse desde la Península Itálica y a lo largo de sus cerca de 1.300 años de historia  por amplios territorios de los continentes europeo, asiático y africano, alcanzando en su máximo apogeo  más de 6,5 millones de km2, convirtiéndose así en uno de los mayores y más importantes imperios que ha conocido la historia occidental y universal.

Tras conquistar cada región con la ayuda de las armas, Roma sometía después los nuevos territorios bajo su poder, imponiendo sus leyes, su lengua o su religión, pero respetando la cultura de los pueblos sometidos. Sabía que era una ardua tarea dirigir y controlar tan basto territorio, donde las revueltas y levantamientos de tribus y reinos que querían recobrar su independencia y libertad eran más habituales de lo que Roma deseaba.


Arriba: desde la Vía de la Plata observamos el miliario XXVII, engastado desde hace años entre las piedras de una cerca levantada junto al milenario camino.

En su intento por controlar y equiparar todas las regiones que componían sus extensas posesiones, Roma dividió el territorio en hasta 117 provincias administrativas, y potenció una inteligente campaña de comunicación de las mismas con la capital, basada fundamentalmente en la construcción de una serie de rutas y caminos que recorriesen todas las comarcas, uniendo las principales urbes de las mismas entre sí, así como  éstas con otras ciudades de provincias cercanas, logrando establecer y escribir todo un mapa de vías a lo largo de la totalidad  del Imperio, que alcanzó en su momento álgido los más de 100.000 kms de red viaria. Roma vertebraba así su territorio cumpliendo tres objetivos fundamentales para sustentar en el tiempo los logros de su conquista: una red que permitiera a su ejército moverse con rapidez y facilidad en caso de alzamientos, un vial por el cual expandir su cultura desde la capital hasta el rincón más alejado del Imperio, y una imprescindible ayuda al comercio y a la economía.


Arriba: el miliario XXVII, como muchos otros de la región, ve pasar el tiempo entre alcornoques y encinas.

La Hispania romana, como el resto de regiones conquistadas, fue sometida a un amplio programa de ínfraestructuras viarias, con la idea de comunicar entre sí las capitales de las provincias que en la Península Ibérica se habían fundado, incluyendo en la red la conexión con otras muchas urbes de importancia económico-administrativa. Así, cuatro vías consideradas principales unían todo el territorio, partiendo de éstas otras cuantas secundarias que acababan por unificar las comarcas. La Vía Atántica recorría la costa oeste de Norte a Sur, mientras que la Vía Augusta, Hercúlea o Heráclea unía Gades con el Levante, llegando hasta Emporiom. En el centro peninsular, la Vía de la Plata atravesaba la meseta y las cuencas del Tajo y del Guadiana desde Astúrica Augusta hasta Híspalis, mientras que la Vía Norte partía de este vial hasta Tarraco recorriendo el norte peninsular.



Arriba y abajo: vista general y actual del miliario XXVII, que en sus orígenes señalizaba la Vía de la Plata.



Llamada en un principio "Iter ab Emerita Asturicam", la Vía de la Plata toma presuntamente su nombre actual de una castellanización del nombre que los andalusíes dieron siglos más tarde a este vial, al que denominaron "al-Balat" (el camino). Aunque se considera que el origen de esta ruta es anterior a la llegada de Roma a la Península,  es en época de Augusto cuando el camino se somete a su verdadera consolidación, terminándose las obras de la calzada durante el siglo II d. C., bajo los mandatos de los emperadores Trajano y Adriano. Fue tal el auge de la misma, que los cerca de 470 kilómetros iniciales que unían Astúrica Augusta (Astorga) con Emérita Augusta (Mérida), se ampliaron con el tiempo hacia el Sur,  llegando hasta Itálica e Hispalis (Sevilla) a través de la "Iter ab Hostio Emeritam Uxue Fluminis Anae", mientras que por el Norte, a su vez, la denominada Vía Carisa enlazaba Astúrica Augusta con Gigia (Gijón). Es así como las tierras que más tarde toman el nombre de Extremadura se ven recorridas de Norte a Sur por un camino que une sus comarcas con las regiones vecinas, a la par que permite que sus tierras interiores se hermanen enlazadas a través de una ruta que se convierte en su espina dorsal.



Arriba: el miliario XXVIII, más conocido como el "miliario correo", permanece in situ junto a la vía para la cual se erigió.

Entre la larga lista de elementos y construcciones con la que los emperadores decidieron equipar las vías del Imperio Romano se encontraban, junto a puentes y mansios, los conocidos como miliarii o miliarios, hitos pétreos y cilíndricos colocados junto al camino cada 1.000 pasos romanos ó 5.000 pies:  una milla romana (entre 1.468 y 1.480 m). La Vía de la Plata contaba con 313 millas romanas desde su origen en Emérita Augusta, hasta Astúrica Augusta, con miliarios que señalaban estas distancias a lo largo de todo el camino. Por desgracia, muchos de ellos han desaparecido o se encuentran abandonados, mientras que otros se conservan in situ o han sido reutilizados con el tiempo. Un ejemplo de estos dos últimos casos lo encontramos en uno de los tramos de la Vía de la Plata a su paso por Extremadura mejor conservados: el trayecto entre Casas de Don Antonio y Aldea del Cano, en la provincia cacereña. Justamente en este enclave se ha localizado una de las mansio romanas que servían para descanso del caminante. Bajo el nombre de Ad Sorores, se trataría de la primera del camino tras salir de Emérita hacia el Norte, a 26 millas romanas de la que fue capital de la Lusitania.



Arriba: el miliario XXVIII se mantiene en pie junto a la calzada romana, cercano a la casa fuerte de Santiago de Bencáliz.

Tras cruzar el río Ayuela y salir de Casas de Don Antonio orientando nuestros pasos hacia el Norte, podemos ver un ejemplo de miliario reutilizado. En este caso, el hito romano se sacó de la vía para ser incorporado a un muro de piedras que delimita justamente los terrenos de una dehesa con el trazado público de la antigua calzada. Se trata del miliario XXVII que, a pesar de haber prácticamente perdido la inscripción que le daba el nombre, conserva su majestuosidad con sus cerca de dos metros de altura e indudable robustez.

Partiendo de este punto y siguiendo de nuevo el trazado de la vía , tras superar los límites de la dehesa anterior y una vez alcanzados los terrenos que comprenden la finca de Santiago de Bencáliz, nos topamos con el siguiente miliario o miliario XXVIII, de similares características al anterior pero más estudiado al haber permanecido con los años en el mismo enclave donde fue colocado por primera vez, facilitando así la labor a los investigadores que intentan trazar sobre el mapa actual los itinerarios descritos por los historiadores y viajeros contemporáneos a la Antigua Roma, para poder localizar nuevos yacimientos o dar nombre a los que ya se conocían. Justamente cerca del mismo, en la dehesa de Santiago de Bencáliz, se encontraron vestigios de una antigua villa romana. Pero el vínculo de este miliario con la vecina dehesa no termina aquí, pues un hueco en la cara oeste del mismo fue mandado horadar por los señores de mencionada casa-fuerte, donde depositar el correo de la finca. Es por esto por lo que popularmente se denomina a este hito como "miliario correo" o "miliario del cartero". Otra hipótesis, defendida por el profesor Juan Gil Montes daría otra explicación a la aparición de este hueco en la piedra. Podríamos estar ante una antigua y posible hornacina dedicada al culto de la Virgen María, desprendiéndose esta idea de las inscripciones tardías que se hallan en el mismo, donde se puede aún leer claramente la palabra "Santa" en la misma cara que el hueco, o incluso una cruz en la cara norte del hito.


Arriba y abajo: vistas respectivas de los lados oeste y sur del miliario XXVIII al atardecer. Se pueden observar perfectamente tanto la hornacina o hueco destinado a la correspondencia del cercano cortijo de Santiago de Bencáliz, así como las diversas inscripciones que aparecen alrededor de la misma. El pie del mismo, por su parte, muestra una coloración más clara, al haber sido recuperado tras las últimas excavaciones realizadas en la vía siguiendo las directrices del proyecto Alba Plata.


Cómo llegar:

Al igual que la mayor parte del resto del trazado de la Vía de la Plata, la carretera nacional N-630 sigue el mismo trayecto que ésta, con algunos tramos totalmente paralelos a la misma. En este caso, el tramo existente entre Casas de Don Antonio y Aldea del Cano mantiene esta característica, viéndose el camino desde la carretera prácticamente desde que salimos del primero de estos núcleos de población, hasta las cercanías del segundo. Subiendo desde Mérida hacia el Norte, y una vez atravesado el río Ayuela, aparece la calzada a la derecha de la carretera, manteniéndose así hasta que sobrepasamos los miliarios mencionados y el puente de Santiago, levantando sobre el arroyo del mismo nombre. A la altura del kilómetro 580 encontraremos una entrada a la finca de Santiago de Bencáliz, que podremos tomar para dejar el coche y visitar los miliarios a pie. Si retomamos el camino hacia el sur andando por la vía, veremos poco después el miliario XXVII una vez alcanzada la dehesa cercada por un muro a base de mampostería, debidamente señalizado por un nuevo hito, fruto del proyecto de recuperación de la calzada en Extremadura llamado Alba Plata. Si por el contrario seguimos hacia el Norte desde la entrada a la dehesa de Santiago de Bencáliz, el miliario XXVIII nos espera pocos metros más adelante, igualmente indicado de la misma manera que el anterior.

Abajo: el miliario XXVIII, de espaldas a la calzada romana, mira hacia las nuevas vías de comunicación que se levantaron junto a él, observando tanto de cerca como a lo lejos el  sinfín de viajeros que a lo largo de los siglos han recorrido este trayecto, marcando con sus pasos y sin saberlo otro trayecto más importante: el de la historia.

jueves, 17 de febrero de 2011

Torre Redonda del Palacio de Carvajal, en Cáceres


Arriba: vista general de la Torre Redonda, donde se aprecia la higuera que hunde sus raíces en las piedras de la estructura del edificio desde hace años, y dos de los pequeños vanos que la comunican con el exterior.

Corría el año de 1.174 cuando, el día 10 de marzo, cambiaba de nuevo el rumbo de la historia de Cáceres al ser recuperada por las tropas musulmanas del califa de Sevilla Abu Yacub Yusuf, quien ponía de nuevo a la población bajo el mandato de los seguidores de Mahoma. Por apenas cinco años, desde que en 1.169 las tropas leonesas de Fernando II reconquistaran por segunda vez la plaza, Cáceres había sido cristiana.

Durante el tiempo en que el reino de León dispuso de la ciudad, ésta vio cómo se fundaba en sus entrañas y orientada a su defensa y a la de los peregrinos que hacia Santiago guiaban sus pasos, una nueva orden religiosa y militar cuyos hermanos jurarían votos de obediencia y lucha. Se fundaba así en 1.170 la Orden de los Fratres de Cáceres, también conocidos como Hermanos de la Espada, cuya sede se situaba en lo que actualmente se conoce como iglesia de Santiago, llevándoles esto a ser llamados posteriormente como los Caballeros de la Orden de Santiago, germen de la Orden que con este nombre persiste en la actualidad.



Ese mismo año, el almohade Abu Yacub Yusuf entraba en la Península Ibérica desde el norte de África, haciendo suyos los territorios de los conocidos como segundos reinos de taifas. Avanzando hacia el Norte, se topa con Cáceres y con los cuarenta Fratres de Cáceres que valientemente defendían el enclave. La lucha termina con la muerte de todos los hermanos que, decapitados, mueren en el interior de la última torre de la  plaza que protegen y donde habían logrado retirarse, considerados tiempo después como los primeros mártires de la Orden de Santiago.

Con su muerte se llevan la respuesta a algunos de los misterios que envuelven a esta Orden. Uno de ellos, el lugar de su caída final, se somete actualmente a duda. Mientras que la tradición asegura que fue en la Torre de Bujaco donde los Frates vieron su fin, el posible hecho de que esta torre fuera levantada completamente por los almohades tras la conquista del lugar en 1.174,  a la hora de rehacer la cerca de la ciudad, y que no existiese una anterior a su llegada, plantea la duda del lugar donde se dio la muerte a los caballeros cristianos. Es entonces cuando se baraja la idea de que fuese en otra torre muy distinta, y que no pertenece al sistema de amurallamiento actual, donde se dio este hecho histórico, mirándose hacia la también misteriosa Torre Redonda, conocida popularmente como Torre de la Higuera, u oficialmente como Torre de Carvajal.



Misterioso también es el origen de este monumento cacereño. Se discute si su creación se debió a los almohades en el siglo XII (postura más aceptada), o bien por los cristianos que en 1.229 reconquistaron definitivamente la ciudad. Otra teoría, cada vez más aceptada y que va cogiendo peso, es que la torre, con influencias tanto de una como de otra cultura, fuese levantada durante los años de reconquista en que estuvo bajo el mandato de los Fratres de Cáceres, sirviéndoles como atalaya desde la que vigilar los contornos, especialmente el valle de la Rivera del Marco y Arroyo del Concejo. De ser así,  estaríamos ante el edificio en pie, tras el romano Arco del Cristo, más antiguo de la ciudad (siempre que el aljibe del Palacio de las Veletas fuese de traza almohade, y no califal como algunos estudiosos afirman motivadamente). Lo que sí está claro es que la torre existía ya cuando, en la segunda mitad del siglo XV, Pedro de Carvajal decide levantar junto a ella el palacio que llevaría por nombre el de su linaje, anexionándola como torre defensiva de su casa, en una época en que las luchas en el interior de la villa entre familias nobiliarias estaba al orden del día.



Arriba: vista de la Torre Redonda desde el jardín interior del Palacio de Carvajal.

Construida a base de mampostería irregular, con tres vanos de tipo morisco que la comunican con el exterior y enmarcados en sillares graníticos, de base cilíndrica, gruesos muros y más de quince metros de altura, la torre se ve modificada durante el siglo XVI según se iba levantando el palacio al que se adhiere. Así, en su planta baja se prepara una capilla rematada con bóveda hemisférica, iluminada a través de una nueva ventana abocinada abierta hacia la calle. Sus paredes se ven delicadamente enriquecidas con frescos manieristas ejecutados por el artista Juan Bautista Pachi, donde la temática religiosa se conjuga con figuras mitológicas y escudos de la familia que ordena la obra, enmarcado todo con un exquisito grutesco a base de aves, insectos y diversos motivos vegetales. Sobre ella, y accediendo desde la primera planta del palacio, sesenta escalones de caracol realizados en madera y unidos a una última escalinata de piedra permiten actualmente el acceso a la parte superior de la torre tras que ésta estuviera cegada durante años. Nuevamente su terraza permite disfrutar de una panorámica inigualable de la ciudad y su entorno, siglos después de que la misma fuera construida con este fin, en un tiempo en que mirar al horizonte era de vital importancia para la salvaguarda de un pueblo, de sus vidas y de su cultura.



Arriba: vista parcial de la ventana abierta en la Torre Redonda que ilumina la capilla abierta en su planta baja. El escudo de Carvajal preside la misma.
Abajo: detalle de los frescos que rodean el vano de la capilla, donde se observa la decoración italianizante a base de gruteschi y candelieri.



Cómo llegar:

La Torre Redonda, adosada al Palacio de Carvajal, se encuentra en la calle Amargura, vía abierta en pleno corazón del casco histórico de Cáceres. Para llegar a la misma basta con acercarnos a la Plaza de Santa María, en cuya esquina más septentrional encontraremos el cruce entre mencionada plaza, la calle Tiendas y la calle Amargura, así como la portada del Palacio de Carvajal, rematada por escudo y alfiz, y con balcón de esquina. El acceso a la calle Amargura podemos efectuarlo también desde el adarve del Cristo, que parte del Arco del mismo nombre en dirección norte.
El acceso a la parte superior de la torre se realiza desde la primera planta del palacio, pero actualmente se encuentra restringido al público, permitiendo su entrada únicamente a cámaras de televisión, periodistas y estudiosos acreditados previo permiso. La capilla por su parte es accesible desde la planta baja, encontrándose su puerta en las oficinas de información turística que la Diputación Provincial de Cáceres, actual dueña del edificio, tiene allí instalada. Su acceso, al igual que el del resto de la torre, está cerrado al público, pero podemos educadamente solicitar su visita a los encargados de las mesas de información turística que, si el trabajo lo permite, amablemente nos la abrirán, pudiendo disfrutar de uno de los tesoros artísticos de Cáceres mejor conservados, y que el enjalbegado mantuvo oculto durante años.

Abajo: en las tres siguientes imágenes se aprecian los frescos que decoran la franja derecha de la capilla de la Torre Redonda, situándonos en la puerta de acceso y en perpendicular a la calle. Sendos escudos de la familia enmarcan un encuentro religioso, mientras que en la parte superior se dan lugar ordenadamente diversas escenas del inicio de la vida de Jesús, como son la Anunciación y la Visitación de María a Isabel.




Abajo: el flanco izquierdo de la capilla mantiene una estructura compositiva similar que el anterior, si bien en la parte baja aparece un trampantojo simulando un frontón decorado con dos figuras femeninas recostadas.



Abajo: en la franja superior del flanco izquierdo nuevas escenas de la vida de Cristo siguen el orden cronológico de la infancia de Jesús. Una delicada Natividad continúa con una imagen de Jesús entre los doctores.




Abajo: vigilante en la noche cacereña, la Torre Redonda recorta su silueta en la oscuridad, desafiante ante el tiempo y la historia.




jueves, 10 de febrero de 2011

Dolmen de Magacela


Levantado sobre una llanura que arranca a los pies de la falda oriental de la sierra de Magacela, el dolmen del mismo nombre se yergue en calma, haciendo honor a la comarca donde se asienta. La población, al abrigo de su castillo, observa desde lo alto el monumento, mientras que éste, a una prudente distancia, mira al pueblo al que pertenece, aun siendo mayor que él y haber conocido su nacimiento y expansión desde tiempos remotos.

El dolmen de Magacela responde a los cánones del megalitismo, sistema de construcción a base de grandes piedras o megalitos que se dio básicamente en la época neolítica, alargándose en el tiempo hacia otras etapas postpaleolíticas posteriores. Originario de las culturas de la  Europa atlántica, su expansión física se fue orientando hacia el Mediterráneo, expansión que se refleja en nuestra región. Así, el oeste de Extremadura nos aguarda con grandes concentraciones de dólmenes, en lo que hoy se denomina la Raya. Según nos dirigimos hacia el Este, el número de estas edificaciones va disminuyendo, aunque no así su calidad y grandeza, como nos muestra el edifico que aún se conserva en plena tierra de la Serena.


Arriba: vista posterior del domen de Magacela, de espaldas a la población.

Las construcciones englobadas dentro del megalitismo europeo atlántico se dividen básicamente entre menhires y dólmenes, pudiendo subdividirse a su vez estos últimos en dos grupos, según si cuentan o no con corredor de entrada al mismo. El dolmen, edificado a base de grandes ortostatos que forman sus paredes, contaría con una gran losa sujetada por los mismos y que cerraría su cúpula interior. El corredor o pasillo contaría a su vez con una estructura parecida, pero habitualmente de altura más baja que la de la cámara a la que daba acceso. En el caso del dolmen de Magacela, tanto la losa como la masa de tierra y piedras que arropaban la construcción han desaparecido, corriendo la misma suerte el corredor de más de nueve metros de longitud que le precedía. Se conservan por el contrario e íntegramente once de los doce ortostatos graníticos que cerraban los cinco metros de diámetro de la cámara mortuoria, con restos quebrados del duodécimo, opuesto a la entrada.



Arriba: aspecto del interior del dolmen, visto desde la puerta de entrada al mismo.

La altura media de los ortostatos supera el 1,75 metros de altura, siendo los dos monolitos que forman la entrada de mayores dimensiones, alcanzando éstos los 2 metros. Con una ligera inclinación hacia el interior, las moles de piedra  presentan en su cara interna o anverso una superficie trabajada, más irregular sin embargo en la cara exterior. Pero lo más característico que podemos encontrar en el interior de la cámara son, sin duda, los grabados rupestres que hay registrados en la cara interna de cinco de estos ortostatos, siendo los más llamativos y de más clara visión los labrados en el monolito número cinco, orden dado si contamos los mismos desde la entrada y continuando hacia nuestra izquierda. Compuesto el grabado por diversas figuras asimiladas a un sol, una figura ramiforme, y varias cazoletas, la función que se ha creído ver en el mismo engarzaría con la que se presupone básica del monumento: enlace con el mundo de ultratumba. A su vez, la orientación de la entrada de la construcción hacia el Este, y la aparición de simbología planetaria, nos acerca hacia una ideología astral. Gracias al mismo podemos conseguir dos objetivos importantes. El primero sería datar el sepulcro en la época calcolítica, en torno al III ó II milenio a.C. El segundo, disfrutar del arte que nos legaron aquéllos que tuvieron el privilegio de disfrutar de nuestra región siglos atrás, como muestra del que fue su presente y recuerdo de nuestro pasado y nuestros orígenes más remotos.



Arriba: cara interna del ortostato que registra el grabado más relevante de los hallados en el dolmen de Magacela.

Cómo llegar:

El pueblo de Magacela, enclave histórico de la comarca pacense de la Serena, se comunica a través de la carretera EX-348 con la localidad de La Coronada, que a su vez está conectada a través de la vía EX-140 con Villanueva de la Serena. Entrando en la población desde este enlace, dejando a nuestra derecha el castillo y el centro histórico de Magacela, y antes de llegar a la barriada del Berrocal,  veremos a nuestra izquierda el dolmen sobre la llanura conocida como "los Tejares", muy cercano al cruce de esta carretera con la que lleva al viajero a la ermita de la Virgen de los Remedios. Si nos adentramos por mencionado camino izquierdo, podremos aparcar muy fácilmente más adelante, junto a un merendero ubicado frente al monumento, bien visible y señalizado.



Arriba y abajo: detalles del relieve labrado sobre el ortostado mostrado en la imagen anterior a ésta, donde se aprecia, en el primero y a la derecha del mismo, una figura ramiforme, con varias cazoletas bajo ella, mientras que en la segunda imagen observamos un sol, con varios rayos de luz saliendo del mismo.


miércoles, 2 de febrero de 2011

Vestigios visigodos en el casco histórico de Badajoz


Arriba: presuntos fustes visigodos reutilizados en las antiguas Casas Consistoriales de la Plaza Alta de Badajoz.

Cuenta Aben Adari en sus antiguas crónicas sobre Al-Andalus, escritas en el siglo XIII, que cuando Ibn Marwan recibe permiso del emir de Córdoba para que fundase la ciudad de Batalyaws, germen de la actual Badajoz, éste se asienta en la zona del Cerro de la Muela "(...) el cual era entonces una aldea". Si tomamos en consideración estas crónicas, así como la abundancia de vestigios visigodos hallados en la Alcazaba pacense y alrededores de la misma, parece más que seguro que la fundación en el siglo IX de la ciudad se realizó en un territorio que ya conocía una presencia humana estable y que, según la datación de los restos hallados, podría remontarse a los siglos V al VIII, época de ocupación y reinado visigodo en la Península Ibérica.



 Arriba: soportal de las Casas Mudéjares de la Plaza de San José, mostrando varios capiteles visigodos.

Aunque la llegada de los pueblos bárbaros a Hispania llegó con los alanos y los vándalos, fueron los suevos y los visigodos quienes definitivamente se quedaron en el territorio, los primeros en la zona de la actual Galicia, y los segundos en el resto de las desaparecidas provincias romanas. Más tarde, tras los reinados de Leovigildo en el siglo VI, y de Suintila en el VII, la ocupación visigoda en la Península era total, estableciendo su capital en Toledo, y siendo Emérita uno de sus núcleos de población más importantes. Justamente una de las teorías que intenta explicar la abundancia de restos visigodos en Badajoz inclina a pensar que podrían haberse trasladado por los fundadores musulmanes desde Mérida. Sin embargo, la gran abundancia y diversidad de los mismos, frente a la escasez o casi nulidad de restos arqueológicos de épocas precedentes, hace tambalear dicha hipótesis, orientándose los historiadores más hacia la idea de una presencia visigoda estable en la zona.


Arriba: cimacio decorado de origen visigodo, reutilizado en uno de los soportales de la Plaza Alta.

A excepción de la crónica mencionada de Aben Adari, que nos menciona el asentamiento como una aldea, ningún documento nos describe la presunta ocupación visigoda previa a la fundación de Badajoz. Desconocemos la entidad del núcleo, así como los orígenes, dimensiones o población. Sí disponemos de fuentes que nos hablan de una Batalyos visigoda en la zona, así como de una Basgati o Basgatia, e igualmente está localizada una necrópolis del siglo VII, descubierta junto a los restos del Fuerte de la Picuriña, donde catorce enterramientos, uno de ellos colectivo, nos verifica la presencia visigoda en estas tierras. Los restos materiales, por su parte, ricos en elementos decorativos, nos llevan a pensar en la presencia de templos o edificios de carácter civil. Con cerca del medio centenar de elementos rescatados, estaríamos ante una de las colecciones de arte visigodo más importantes de la Península, barajándose así la idea de un núcleo de población de carácter secundario. Varios de estos elementos se conservan hoy en día en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, localizado en el Palacio de los Duques de la Roca, dentro de la Alcazaba. Otros muchos, entre los que destacan cimacios, capiteles, pilastras o fustes, fueron reutilizados en épocas posteriores, apreciándose como decoración de edificios, o engullidos en los mismos como parte de su arquitectura. Un paseo por el antiguo Badajoz, por su Plazas Alta y de San José, por los jardines de la Galera o por la Alcazaba,  nos permitirá redescubrir estos elementos rescatados del olvido, que nos hablan de un pasado casi desconocido, y que  sin embargo nos lleva mirando desde siglos atrás hasta nuestro presente.


 Arriba: aspecto de la Sala de arte visigodo del Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, donde se observan varios elementos visigodos recuperados de la Alcazaba, entre los que se encuentran pilastras y columnas profusamente decoradas.

Cómo llegar:

El casco histórico de Badajoz, nacido en el Cerro de la Muela y extendido principalmente entre la falda meridional de esta colina y el margen izquierdo del río Guadiana, conserva múltiples vestigios visigodos entre sus calles y edificios, localizándose básicamente en la Alcazaba y sus alrededores. Podemos marcar tres puntos en la zona alrededor de los cuales se ubican los restos. Estos núcleos serían la Alcazaba, la Plaza Alta junto a la contigua de San José, y los jardines de la Galera.


 Arriba: torre defensiva de la Puerta del Capitel, en cuyas esquinas dos fustes presumiblemente visigodos decoran la arquitectura.
Abajo: vista del interior de la Puerta del Capitel, cuyos quicios se obtuvieron a raíz de una antigua pilastra decorada visigoda.


En la Alcazaba pacense los restos visigodos aparecen tanto como decoración de los muros de la misma, como reutilizados de manera práctica en la estructura de los muros y antiguos edificios. Dos de sus puertas principales, la del Capitel y la de Yelbes, escogieron para embellecimiento de sus esquinas sendos fustes marmóreos presumiblemente visigodos en la torre defensiva de la primera, así como una pilastra labrada a base de estrías verticales en la segunda, reforzando en ambos casos las aristas de las esquinas. Labrados están también los quicios de la Puerta del Capitel, conservados en su ubicación original y obtenidos partiendo de una antigua pilastra visigoda decorada con motivos vegetales. Ya en el interior del recinto, diversos fustes marmóreos de similares características y proporciones aparecen por doquier, reutilizados o abandonados entre edificos actuales y restos de antiguas dependencias. Aunque por la falta de decoración y debido a su simpleza pudiera dudarse de su origen, su datación anterior a la llegada de los musulmanes permite presumirlos como visigodos, engarzándolos con la lista de elementos encontrados y reutilizados en la colina. Varios de estos fustes permanecen en pie en lo que fue la iglesia de Santa María de Calatrava, junto al Pabellón de Autopsias del antiguo Hospital Militar. Otras porciones de los mismos aparecen en las traseras del Palacio de los Duques de la Roca, actual Museo Arqueológico Provincial, sirviendo como lindes de los jardines de la zona.


Arriba: pilastra estriada decorando y reforzando la esquina interna del recodo de la Puerta de Yelbes.
Abajo: cuatro fustes reutilizados aún en pie en lo que fue la desaparecida iglesia de Sta. María de Calatrava.



Saliendo de la Alcazaba, y en las populares Plazas Alta y de San José, diversos elementos visigodos persisten a lo largo de varios de los soportales de las mismas. Son unos quince fustes de presunto origen visigodo los que, reutilizados en siglos posteriores, sirven aún hoy como base de varios edificios, en muchos casos conjugados con otros vestigios preislámicos, como capiteles y cimacios. Así, en la Plaza de San José, tres fustes soportan exteriormente las conocidas como Casas Mudéjares. En los tres casos, diferentes capiteles complementan las columnas, apareciendo además un cimacio decorado sobre la tercera de ellas. El interior del edificio, abierto al público como oficina de turismo, nos muestra algunos elementos más, como es un interesante cimacio en una de las habitaciones bajas, con restos de decoración presumiblemente vegetal.


Arriba y abajo: los tres fustes de las Casas Mudéjares de la Plaza de San José, coronados con diversos capiteles, apreciándose también el cimacio decorado del tercero.


Abajo: cimacio decorado con posibles motivos vegetales, en el interior de la segunda casa mudéjar.



Junto al Arco del Peso, antiguo mirador de la ciudad que separa ambas plazas de San José y Alta, sendos soportales, a ambos lados del mismo en su zona meridional, presentan presuntos fustes visigodos reutilizados, dos en la Plaza de San José, uno de ellos engullido literalmente en el interior del pilar que sostiene la arquitectura del bloque, y un número doble en la plaza contigua, apareciendo entre estos últimos un capitel bellamente decorado a base de hojarasca, y dos cimacios con simbología geométrica. Un tercero, sobre una pilastra más reciente en la misma zona, muestra sencillos labrados vegetales. Frente a ellos, en los soportales de las antiguas Casas Consistoriales y del edificio anexo a su derecha, seis fustes, algunos de mármol rosado, persisten en su función de carga, conservándose además una basa marmórea en el último de ellos.



Arriba: detalle del capitel decorado a base de hojarasca que se conserva en los soportales del flanco meridional de la Plaza Alta de Badajoz.
Abajo: cimacio labrado con motivos geométricos, frente a las antiguas Casas Consistoriales.


Los jardines de la Galera, ubicados junto a la conocida como Torre de Espantaperros, símbolo de la ciudad de Badajoz, abiertos al público desde su remodelación en 2.007, guardan en su interior los últimos vestigios visigodos que podemos descubrir en las calles del Badajoz antiguo, encontrándose entre ellos los que posiblemente sean los más hermosos de todos los señalados en el recorrido. Además de un dúo de fustes, presumiblemente visigodos, que nos aguardan previos a la entrada del edificio de la Galera propiamente dicho, cuatro pilastras reutilizadas y bellamente decoradas enriquecen una zona de por sí ducha en historia. Así, tres de ellas las encontramos engarzadas en la llamada Torre de la Vieja, restos del antiguo amurallamiento medieval donde una sirve a su vez como dintel en la puerta de acceso a la estancia defensiva. La decoración de ésta quedó colocada hacia el interior de la portada, presentando un trenzado clásico complementado con motivos florales. Las otras dos pilastras de la torre, ubicadas en la esquina derecha del flanco donde se abre  la mencionada portada, muestran decoraciones vegetales diferentes, ondulada una y más geométrica la otra. Para terminar, una cuarta pilastra nos aguarda en el lugar. Sirviendo como jamba izquierda, mirando desde el exterior, de la antigua puerta de acceso a los jardines (procedente ésta del antiguo seminario de la Plaza de San Atón), su decoración a base de cruces nos sorprende gratamente. Un pedazo de historia envuelto en belleza que nos espera escondido en una ciudad que poco a poco descubre un pasado que posee y que desconocía.



Arriba: vista exterior de la conocida como Torre de la Vieja, en los jardines de la Galera, donde se puede apreciar la presencia de las tres pilastras marmóreas de origen visigodo.
Abajo: detalle del dintel de acceso a la torre, decorado con motivos florales enmarcados en un sencillo trenzado.


Abajo: detalles de las dos pilastras externas ubicadas en una de las esquinas de la Torre de la Vieja, labradas con cuidada decoración vegetal. 






Arriba: jamba izquierda (o derecha si miramos desde el interior de los jardines) de la antigua puerta de acceso al recinto, donde una pilastra decorada a base de cruces nos sorprende y nos hace más grata la visita al parque.
Abajo: lejos de la zona de la alcazaba, pero dentro del casco histórico de Badajoz, encontramos en la esquina de la calle Cristóbal Oudrid en su cruce con San Blas los restos de un presunto fuste visigodo de tipo tronco-piramidal. Al igual que otros fustes que se iban extrayendo de la alcazaba, muchos de ellos se fueron reutilizando con los años en diversas obras municipales, llegando en algunos casos a desaparecer. Otros, como en este caso, persisten con el tiempo, arropados por un creciente apoyo popular.