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sábado, 14 de mayo de 2022

Imagen del mes: pinturas barrocas de la cúpula de la Ermita de la Paz, en Cáceres

 

Formando parte de la que es posiblemente la estampa más característica de Cáceres, la ermita de la Paz se alza desde mediados del siglo XVIII junto a la conocida como Torre de Bujaco en plena Plaza Mayor cacereña, atesorando primitivamente entre sus paredes una serie de elementos muebles y decorativos que hicieron del interior de la capilla todo un espacio barroco tendente al rococó, de cuya ornamentación primigenia apenas restan hoy seis pinturas ubicadas en la cúpula que corona el altar mayor del templo, preservadas en un precario estado de conservación que, a pesar de sus dolencias, recuerdan los días de gloria del monumento, cuando la celebración de la festividad de su imagen titular, Nuestra Señora de la Paz, la víspera del 24 de enero, nada envidiaba en la ciudad a otras aún hoy conservadas, como aquéllas dedicadas a los Santos Mártires, a la Virgen de las Candelas o a San Blas.

Cáceres. Siglo XVIII; estilo barroco.

Arriba y abajo: iniciado el culto en Cáceres a la Virgen de la Paz en 1.712, por iniciativa del mercader Lázaro Laso, quien obtuviese en tal año permiso concejil a fin de ubicar en el extremo del Portal Llano de la Plaza Mayor cacereña un lienzo dedicado a tal advocación mariana, con la idea de evitar, a través de la exposición de éste y el correspondiente alumbrado nocturno del mismo, los actos inmorales que al parecer se acometían en el lugar llegada la oscuridad, no tardaría mucho tal devoción en adquirir una  popularidad de tal índole que, en 1.720, serían aprobadas las ordenanzas de la Cofradía de Nuestra Señora de la Paz, encargada de regir tal veneración, la cual, ante las dificultades que presentaba el rincón urbano del que colgaba el cuadro a la hora de llevar a cabo los actos religiosos, iniciaría en 1.731 las gestiones para la elevación de su propia ermita, decantándose por la recuperación de la arruinada capilla que, junto a la torre Nueva o del Reloj, hoy de Bujaco, se dedicase antaño al culto de San Benito y San Juan Evangelista, ejecutándose las obras de rehabilitación entre 1.733 y 1.734, y llevándose en procesión la noche previa a su festividad, en 1.737, desde la iglesia de Santa María la imagen de Nuestra Señora de la Paz encargada ex profeso al artista vallisoletano Pedro Correa, inaugurándose una nueva era en la historia de tal culto mariano que, poco a poco, además de ver la construcción de un pórtico de acceso a la ermita con enrejado de 1.756, o la inserción de una casa para el ermitaño en el solar inscrito entre capilla y muralla, se traduciría en la ornamentación y cumplimentación del nuevo recinto sacro con el que quedase éste vinculado, adquiriéndose diversos elementos litúrgicos, instalando retablos para las imágenes de San Benito y San Juan Bautista -encargándose a José Procuza una nueva que relevase a la primera de ellas-, renovándose el retablo inicialmente traído para la Virgen desde el Convento de San Francisco por otro de nueva fábrica, así como solicitándose diversas obras de decoración que enriqueciesen las paredes y, fundamentalmente, arcos y coronamiento de las tres naves en que se dividiera el plano interno del inmueble, así, en 1.763, cuatro lienzos del pintor José Galván que representasen a los cuatro evangelistas, destinados a las pechinas de la cúpula hemiesférica central, en 1.764 otros nueve cuadros del artista alcantarino Juan Cordero junto a doce lunas de espejo, enmarcados los cuatro iniciales en cenefas de madera talladas por Vicente Barbadillo, al cual se le pediría nuevamente, en 1.770, el trabajo de yesería que cubriría la bóveda principal, resultando un compendio decorativo de gusto barroco tendente al rococó, similar al hoy aún visto en la techumbre del santuario de Nuestra Señora de la Montaña, que, sin embargo, no lograría llegar a nuestros días en su totalidad, restando de tal colección ornamental tan sólo la porción ubicada en el interior de la cúpula que cubre el altar mayor del templo (abajo), eliminadas de sus pechinas los retratos de los santos escritores, así como limpiados de obras artísticas y enlucido el resto de los techos del monumento, ofreciéndose en la actualidad un edificio austero desde que el mismo fuese sometido a diversas intervenciones restauradoras, bajo proyecto firmado por González Valcárcel y aprobado en 1.964, que si bien consolidaba el no derribo de la capilla en pro de la completa visión de las murallas, eliminándose sin embargo el edificio colindante a ésta y remodelando la techumbre exterior del templo a fin de hacerla concordar con el carácter castrense del enclave, no contemplaba salvaguardar la mayor parte de las obras barrocas que, para mediados del siglo XX, ya ofrecían un deterioro preocupante, como el que aún muestran los seis lienzos salvados de la purga, frente a la restauración completa del retablo que acoge la imagen mariana titular, apenas hoy venerada, o ni tan siquiera conocida, por gran parte del pueblo cacereño.

Abajo: afincado en la entonces villa de Cáceres, muchos de los trabajos realizados por Vicente Barbadillo recaerían en su propia localidad de vecindad, así las puertas de la parroquia de Santiago, el cierre de la cúpula de la capilla del Cristo de la Salud dentro del santuario de Nuestra Señora de la Montaña, el retablo dedicado a Santa Ana en similar templo mariano, o el gran retablo mayor de la iglesia de San Mateo, iniciándose su relación con la ermita de la Paz en 1.763, cuando se le ofreciese enmarcar las obras de José Galván para las pechinas de la cúpula central, así como diversos espejos adquiridos por la misma fecha, ampliado el encargo en 1.770 con las yeserías que irían destinadas al cubrimiento del interior de la cúpula hemiesférica que corona el altar mayor del templo, dividiéndose el diseño de ésta en seis gallones sobre cuyas trazas de separación serían incluidos diversos emblemas marianos tomados de las letanías, así la luna, la torre, el lirio o la azucena -perdidos hoy los dos restantes-, apoyada la vinculación artística del compendio decorativo con Santa María gracias a la media docena de lienzos, pintados al óleo e instalados sobre la fábrica latericia del inmueble, que ocupan la parte central de cada uno de estos gajos ornamentales, posiblemente seis de los nueve cuadros que ejecutase para la ermita el pintor alcantarino Juan Cordero en 1.764, a juzgar por los datos registrados por la cofradía y expuestos en 1.949 por D. Miguel Muñoz de San Pedro, a través de un excelente trabajo recopilatorio publicado entonces en la Revista de Estudios Extremeños, considerándose cumplimentada en 1.775 la labor ornamental del interior del inmueble y no mencionándose la adquisición de nuevos o  relevantes trabajos artísticos entre 1.764 y 1.770, tomados de esta colección seguramente por Barbadillo cuando éste se dedicase a la decoración de mencionada cúpula capital, advirtiéndose a través de los lienzos inscritos en la techumbre diversos episodios vinculados con la vida de María, siguiendo la tradición vista en techos y paredes de oratorios o camarines marianos contemporáneos a éste, así en el que antecede al trono de Nuestra Señora de Guadalupe en su puebla homónima, leyendo de derecha a izquierda, desde el retablo y rodeando la circunferencia del coronamiento edilicio, pasajes como los desposorios de María con José (abajo), la Anunciación a María (abajo, siguiente), María encontrando a Jesús enseñando en el templo (abajo, tercera imagen), la Presentación de Jesús en el templo (abajo, imagen cuarta), la Asunción de María (abajo, imagen quinta), y la Coronación de María por la Santísima Trinidad (abajo, imagen sexta), siguiendo un ritmo cronológico dentro del ciclo mariano, sólo permutado entre los lienzos tercero y cuarto, elaborado en un lenguaje sencillo y un estilo muy básico, donde queda reflejada la iconográfica más tradicional, los emblemas más populares y la simbología mariana más característica, llamando la atención el canje del rojo de la túnica mariana de Ésta en vida, por el blanco que luce una vez ascendida a los Cielos, digna de una pureza expuesta igualmente en la bandera nívea que porta la imagen titular del lugar, aún ondeada frente a los cacereños por Nuestra Señora de la Paz, como lleva haciendo tal representación de la Madre de Dios desde que a mediados del siglo XVIII fuese encaramada ésta a su propio podio, mirando a la ciudad con la que quedaría vinculada, desde el corazón del punto más neurálgico de la misma.






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