Arriba: el cementerio trujillano de la Vera Cruz, enclavado en pleno casco histórico intramuros, ofrece al visitante la oportunidad de pasear por una parte de la historia de esta ciudad, aguardándole artísticas sorpresas en algunos rincones, como el esgrafiado del Calvario entre los vestigios de la iglesia cuyo nombre tomó la necrópolis.
Si bien el Siglo de Oro de la cultura española, extendido por el Renacimiento y Barroco de nuestro país, y reinados de los Reyes Católicos y de la totalidad de la Casa de los Austria, es conocido por haber dado a las artes y letras, música o filosofía de España sus mejores autores y más relevantes trabajos, sería también acertado mencionar además de la aparición de nuevas obras, la remodelación y reedificación de otras anteriores, impulsado todo por los nuevos ideales de la Edad Moderna, el auge económico de un nuevo Imperio sustentado en las conquistas americanas, y el espíritu renovado de la Iglesia Católica a raíz de la Contrarreforma.
Sin embargo, el lanzamiento económico del Imperio español se tomó con demasiada confianza y poca sustentación en sus bases, provocando una excesiva inflación, abultadas deudas y varias bancarrotas que si bien derivaron en el fin imperial, en lo artístico abrió una puerta a la recuperación de materiales más humildes, técnicas menos costosas y soluciones ingeniosas adecuadas a una cada vez menos llena bolsa, sin que por ello frenara la alta creatividad y el deseo de perpetuar a través del arte el espíritu de una nación orgullosa de haber logrado encumbrar al país hacia lo más alto. Así, los planos de los nuevos edificios eran adecuados a una hacienda en crisis, los proyectos de reforma eran abaratados, el mármol era sustituido por la madera o la escayola, y los muros dejaban de ser embellecidos por relieves o frescos para pasar a ser sustento de inmejorables esgrafiados.
Arriba: vista general del esgrafiado del Calvario, donde se aprecia el mal estado en que se conserva el mismo, pero a su vez podemos ver los personajes que integran la escena y la gran calidad de la obra que decoró el cabecero del desaparecido templo.
La localidad cacereña de Trujillo, conocida internacionalmente por ser cuna de algunos de los más destacados personajes de la aventura americana, y ciudad destacada en la región y en la nación durante el siglo XVI, fue testimonio de ese primer auge y posterior decadencia económica del país. La práctica totalidad de la fisonomía urbanística y arquitectónica del casco histórico de la localidad fue tratada en la época, con el levantamiento de nuevos palacios e iglesias, y remodelación artística de otras casas y templos. Pero los apuros económicos iban avanzando y el abaratamiento de las obras se iba haciendo cada vez más necesario, cediendo el arte ante la pobreza económica de la región, pero no ante la arrogancia de sus mecenas. Es así como el esgrafiado, técnica decorativa de antiguo conocida, basada en la incisión sobre la superficie de una pared que deja al descubierto la capa inferior de diferente tonalidad, se pone de moda en las fachadas y ventanas de muchos edificios, paredes de muchos palacios o sacristías de muchas iglesias.
En los vestigios de la iglesia de la Vera Cruz, antigua parroquia hasta su abandono durante la década decimonónica de los 30, se conserva uno de los más amplios y destacados esgrafiados trujillanos, cuyo interés no sólo reside en la calidad de su traza, sino además en el presunto uso del mismo como retablo del templo, ubicado en lo que fuera cabecera del mismo. Siendo la iglesia de origen románico, es un ejemplo más de edificio remodelado durante el siglo XVI, fecha en la que posiblemente se decoró el muro oriental con la obra mencionada, de gran semejanza con otros esgrafiados datados en esa época, como los de la cercana sacristía de Santo Domingo. Un esgrafiado fruto de ese impulso artístico del que disfrutaba la nación, pero reflejo nuevamente de una crisis acuciante en lo económico que impulsó la colocación de éste tipo de retablo, de traza más barata. A pesar de su mala conservación debido a su exposición a la intemperie, se aprecia en él un Calvario, con Cristo en la Cruz, su madre Santa María a su derecha (izquierda del espectador), y San Juan Evangelista al lado contrario, conocida déesis basada en el texto evangélico de San Juan (Capítulo 19, versículos 25-27). Como trasfondo, edificios que simulan la ciudad de Jerusalén. Sobre la escena, restos de un friso con medallón, cornucopias, personajes alegóricos y motivos vegetales de los que apenas quedan vestigios, con típicos cuarterones a ambos lados de la misma, tapados y destruidos en buena medida por los nichos que ocupan el lugar desde que en 1.870 se abriera este cementerio municipal, donde quedaron integrados los restos de mencionado edificio, y en donde hoy en día aún podemos observar la belleza que queda de este esgrafiado, como sorpresa entre panteones y tesoro en nuestro camino.
(Sobre los esgrafiados de la sacristía de la iglesia trujillana de Santo Domingo recomendamos desde este blog consultar sendas entradas sobre los mismos en http://extremosdelduero.blogspot.com, habiendo colaborado este autor en la publicación de la segunda de ellas, con gran honor y satisfacción).
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