Arriba: considerado como uno de los mayores hallazgos arqueológicos del siglo XX en España, el yacimiento de Cancho Roano se ubica entre los principales de la región de Extremadura, destacado enclave protohistórico del Sudoeste peninsular.
"Tarsis comerciaba contigo por la abundancia de toda tu riqueza; con plata, hierro, estaño y plomo abastecía tus mercados." (Libro de Ezequiel: Capítulo 27, Versículo12).
Con estas palabras registradas en el bíblico libro de Ezequiel se describían las relaciones comerciales que alrededor del siglo VI a. C mantenían la fenicia Tiro y la ciudad de Tarsis. No es la primera vez que entre los textos que componen el Antiguo Testamento se menciona esta ciudad, a la que unos investigadores han querido situar en el Oriente, decantándose la mayoría sin embargo por ubicarla opuestamente en las costas del sur de la Península Ibérica, identificándola con la capital del antiguo y misterioso reino de Tartessos. En caso de ser esta segunda teoría la correcta, serían estas menciones uno de los pocos testimonios escritos y contemporáneos del reino tartésico de los que disponemos en la actualidad, junto a otros ejemplos heredados por parte de diversos escritores helenos con los que coinciden en puntualizar y resaltar la riqueza metalúrgica de la que se consideró por los antiguos historiadores como la primera civilización de Occidente.
Arriba: vista general de la maqueta que sobre el yacimiento de Cancho Roano guarda el Centro de Interpretación abierto junto al mismo, donde pueden apreciarse en pequeña escala los detalles de su arquitectura y composición de su estructura.
Pocos documentos de la época nos hablan de Tartessos, al igual que poco material, en comparación con el legado por otras culturas, nos ha llegado a nuestros días sobre este reino cuya información a veces está más cerca de lo mítico y legendario que de lo real. Sabemos por algunos escritos griegos que la civilización tartesia se ubicó y desarrolló en el sudoeste peninsular, concretamente en lo que hoy en día serían las provincias andaluzas de Huelva, Sevilla y Cádiz, aunque algunos yacimientos se han encontrado en las provincias limítrofes con éstas, como en la de Badajoz, así como en Cáceres, Toledo y el Algarve portugués, lo cual hace dudar de su total expansión, cuyos confines pudieron alcanzar estas regiones, llegando incluso al Tajo o a Cartagena, aunque posiblemente y más bien hablamos de comarcas influenciadas por la cultura tartésica, demostrando el carácter comercial o mercantil que tenía este reino con los pueblos vecinos, pero también con otros muchos del Mediterráneo, que no dejaron de mencionarlo entre los pueblos más comerciales de toda la cuenca.
Arriba: aspecto que presenta actualmente la puerta de entrada al recinto tartésico, acceso abierto en el frontal oriental tras salvar el foso que rodea todo el conjunto y que nos conduce al patio y al pasillo que circunda el muro del edifico principal, paso a las estancias periféricas.
Abajo: detalle del torreón norte que vigila el acceso al recinto, donde se observa la solidez de su base, fabricada con mampostería.
Al parecer estaba la capital del reino tartesio enclavada en el antiguo estuario del río Guadalquivir, actuales Marismas del Guadalquivir, entre las que se encuentran las de Doñana. Era el río el eje del reino, comunicándose sus habitantes a través de él con las provincias internas, como lo harían en sentido contrario y a través del mar, tras pasar por el Estrecho de Gibraltar, con las culturas mediterráneas. De origen desconocido, se discrepa entre si el pueblo tartesio era fruto de la evolución cultural de las poblaciones locales tras la Edad del Bronce, o bien de una aculturación de las mismas por parte de los fenicios que colonizaban las costas gaditanas. Sí se sabe, sin embargo, que hasta su desaparición misteriosa pasado el siglo VI a.C., esta monarquía jerarquizada con importante clase guerrera, dedicada como el resto de los pueblos de la época a la agricultura, ganadería y principalmente la pesca, tenía la base fundamental de su economía en la metalurgia y el comercio de la misma. Explotaban las abundantes minas del sudoeste peninsular obteniendo de ellas tanto metales preciosos, oro y plata, como plomo, hierro e incluso estaño, aunque este último, necesario para la creación del bronce, era obtenido masivamente gracias a sus relaciones comerciales con las Islas Británicas y las costas atlánticas, convirtiéndose en los grandes exportadores de metales del Mediterráneo, con productos muy estimados y de gran calidad.
Arriba: el foso excavado en la roca mantiene agua en su interior durante todo el año, obtenida tanto del arroyo cercano como del agua de lluvia allí depositada desde el edificio, apreciándose en la imagen las diversas presas que los tartesos construyeron para facilitar esta labor y regular el cauce artificial que habían creado, debido a la ligera inclinación del terreno hacia la vega natural del riachuelo.
Abajo: vista general de la esquina suroccidental del conjunto, donde se puede apreciar la fortaleza del muro que protegía las estancias del edifico principal.
A pesar de la relativa certeza con que se manejan algunos datos sobre Tartessos, como su carácter mercantil y viajero que impulsó un intercambio cultural entre los pueblos mediterráneos y la Península Ibérica, un halo de misterio engloba otros muchos aspectos de la historia y cultura de este pueblo, como el mundo religioso tartésico o, principalmente, su desaparición. Cuenta el historiador griego Herodoto que su último rey, Argantonio, estableció relaciones con los griegos focenses, permitiéndoles fundar diversas colonias en las costas de su reino, donde ya los fenicios habían enclavado varias de sus ciudades. Fenicios y griegos entraron por aquel entonces en guerra, ganada por los primeros que, castigando a los tartesos por su alianza con los helenos, propiciarían la caída de este reino. Sin embargo empieza a pesar cada vez más otra teoría, de diversa raíz, que indicaría una caída de la civilización tartésica propiciada por diversos desastres y cataclismos naturales, fundamentalmente un terremoto y posterior tsunami que haría desaparecer el antiguo estuario del Guadalquivir, y con él la capital del reino de Tartessos.
Arriba: un patio de 50 m2 era la antesala que recibía al visitante antes de que éste accediera a cada rincón del palacio-santuario, cubierto su suelo con arcilla roja y enmarcado por un acerado pizarroso y tres banquetas pétreas contiguas, sólo rotas en la esquina suroeste del mismo, donde se almacenaban materiales de construcción.
Abajo: detalle del sistema de acanalamiento que perdura en el edificio y que permitía el desagüe de las aguas de lluvia hacia el foso circundante.
Esta teoría devastadora no sólo presenta una hipótesis en cuanto al final de Tartessos, sino que para algunos estudiosos permitiría establecer una similitud entre el final del misterioso reino peninsular y el del mítico continente de la Atlántida, barajando la posibilidad de que uno y otro fueran el mismo. Esta teoría intentaría también desentrañar los misterios que a su vez rodean uno de los yacimientos más importantes del mundo tartésico y que se enclava a más de 200 kilómetros del corazón de este antiguo reino. Hablamos del yacimiento de Cancho Roano, o Cancho Ruano, ubicado en el término municipal de Zalamea de la Serena, al Este de la provincia de Badajoz. Declarado Monumento Nacional en 1.986 y Bien de Interés Cultural con categoría de Zona Arqueológica en 1.989, el yacimiento protohistórico de Cancho Roano dio sus primeras señales de existencia en los años 60, cuando el dueño de una de las porciones en que se divide la finca homónima y sobre la que se asienta el monumento empezó a encontrar restos arqueológicos que cobraban importancia según iban aumentando en número y calidad. Con las excavaciones oficiales, comenzadas en 1.978, salía a la luz uno de los mayores hallazgos arqueológicos del siglo XX en España, primordial para entender la cultura tartésica a pesar de seguir hoy en día rodeado de un continuo misterio que impide conocer con exactitud los motivos de su creación, funciones y hechos que propiciaron su desaparición.
Arriba: en la esquina noroeste del patio se hallaron, aunque tapiadas en el momento de la excavación como posible fase del ritual de clausura al que fue sometido el monumento, las escaleras que daban paso al resto del edificio principal, cuyas paredes de adobe estaban levantadas sobre una sólida base de mampostería, recubiertas después con cal y arcilla roja.
Abajo: tras subir las escaleras de acceso desde el patio y superar el espacio de la primera habitación, el visitante entraba en la segunda estancia, pasillo por el que adentrarse en cada una de las demás, sala alargada donde hoy en día se pueden apreciar los restos arquitectónicos de las fases constructivas iniciales del yacimiento.
Edificado sobre la colina del Torruco y orientado hacia el sol naciente, los estudios realizados sobre este complejo monumental parecen indicar que su creación se remonta al siglo VI a.C., prolongándose cronológicamente durante dos siglos más hasta su misteriosa desaparición, centurias durante las cuales el recinto sufrió diversas reformas que llegan a presentar tres fases constructivas, cada una superpuesta a la anterior pero respetando en muchos casos los elementos sobre los que se edificaba, lo cual sirve para plantearse y decantarse en cuanto a la función del yacimiento como de clara tendencia religiosa en un enclave sagrado con construcciones sagradas a respetar que se irían ampliando o modificando según progresaba el culto allí practicado. Frente a esta teoría, o complementándola, aparece la idea de situarnos no frente a un simple santuario, sino delante de un palacio-santuario o complejo arquitectónico donde las funciones sacras se conjugaban con las actividades económicas y artesanales de un edificio desde el cual un aristócrata con poder monetario dirigiría la explotación de la zona, o incluso la organización social de la misma, periferia del reino de Tartessos reactivada tras la caída del núcleo central de esta civilización.
Arriba: las estancias ubicadas tanto en la esquina noroccidental como en la suroeste del edificio principal presentan un menor tamaño que el resto, usadas las primeras (en la imagen) como espacios para custodia de las ofrendas más delicadas que recibía el templo, considerándose las segundas como almacenes a juzgar por los recipientes cubiertos de semillas y aperos allí depositados.
Abajo: la esquina sudeste aparece ocupada por la única estancia cubierta con enlosado, pizarras traídas desde el sudoeste peninsular que amplían el misterio que recae sobre esta sala, posible habitación destinada al personaje principal del santuario.
El aspecto que actualmente presenta el yacimiento correspondería al último nivel o fase constructiva, la más compleja de todas. El conjunto arquitectónico consta de un edificio central de planta cuadrada rodeado por un grueso muro exterior, circundado éste a su vez por un total de veinticuatro estancias, seis por cada lado, a modo de corredor ininterrumpido salvo en su flanco oriental, donde se sitúa el acceso al recinto, flanqueado por dos torreones de planta poligonal y base de mampostería. Igualmente de base pétrea son el resto de las habitaciones, levantándose las paredes con adobe, encaladas después, usándose la arcilla roja para los suelos, y muy probablemente la madera para la techumbre. Una segunda planta pudo coronar el edificio principal, desaparecidos prácticamente por completo sus restos, posiblemente durante el proceso y ritual de clausura al que fue sometido el edificio. Un foso excavado en la roca rodea todo el conjunto, recibiendo las aguas del cercano arroyo Cagancha, que mantiene su caudal durante todo el año.
Una vez sobrepasada la puerta de entrada, un patio de 50 metros cuadrados se abría frente al visitante, desde el cual se podía acceder al resto de las estancias del edificio principal, contando con un total de once habitaciones salvaguardadas dentro de los gruesos muros del recinto. También desde el patio se accedía al pasillo que comunicaba entre sí las veinticuatro habitaciones perimetrales. Un pozo de cinco metros de profundidad se excavó en este atrio, conservándose además en la zona restos del sistema de acanalamiento que recogía las aguas de lluvia para ser sacadas del enclave y reaprovechadas en el foso. Desde el patio frontal unas escaleras daban paso a la habitación primera, ubicada en la esquina noreste del edificio principal. Una vez allí, una segunda habitación o sala rectangular y paralela al flanco oriental, ubicada tras el patio, servía de pasillo por el que entrar al resto de estancias. En esta segunda habitación o gran pasillo se conservan restos de las fases constructivas previas, mantenidas a la vista tras las excavaciones para ilustración de los actuales visitantes.
Arriba: ubicada en el centro del flanco oriental del edificio principal se encuentra la mayor de las 35 estancias del conjunto, considerada como la principal y más importante de todas, espacio sagrado donde aparecieron los diversos altares utilizados en el culto del santuario, destacando entre ellos el más primitivo de todos, con forma de shen o símbolo egipcio de la protección eterna.
Cuatro habitaciones aparecen en la esquina noroeste, con otro trío de estancias en el recodo sudeste del edificio principal. Las primeras de ellas parecen haber sido utilizadas para la custodia de las ofrendas más delicadas que recibía el santuario, debido a la gran calidad y fragilidad de los objetos allí encontrados. También se encontraron en la zona los restos de un telar. Las otras tres estancias opuestas guardaban diversos elementos y recipientes que hacen pensar en su uso como almacén, con ánforas y fábricas cerámicas rellenas de diversas semillas en dos de los cuartos, y otros objetos de bronce destinados a las labores agrícolas o al utillaje para las caballerías en la más alargada de ellas. En la esquina sudeste del edificio, por otro lado, aparece la única estancia pavimentada del complejo, con lajas de pizarra traídas del sudoeste peninsular, posible habitación destinada al uso y disfrute del personaje principal del palacio-santuario.
La última habitación que nos encontramos dentro del edificio principal se ubica entre las esquinas noroeste y suroeste, considerada como la estancia capital, más amplia, compleja y de mayor importancia del monumento, al haber aparecido allí los diversos altares utilizados en los rituales sagrados que tendrían lugar y celebración en el santuario de Cancho Roano. Este espacio de culto fue el más respetado durante las diversas fases constructivas que sufrió el monumento, apareciendo ante nuestros ojos un área sagrada donde los elementos de las primera y segunda fases constructivas se entremezclan con los de la tercera y definitiva, destacando entre todos ellos un primitivo altar circular con un segmento tangente unido a él, recordando el símbolo shen o anillo shen utilizado por los antiguos egipcios para hacer referencia a lo ilimitado y a la protección eterna, clara muestra de la relación de los habitantes de Cancho Roano con el mundo oriental y la religiosidad y creencias de otras culturas mediterráneas.
Arriba: entre las estancias perimetrales que rodean el edificio principal destacan las ubicadas al Norte (en la imagen) y a Occidente, separadas todas ellas por pequeños muros que encerraban sistemas de acanalamiento a sus pies, y utilizadas por los tartesos como capillas o salas de almacenaje de ofrendas y útiles diversos que componen el grueso de los materiales muebles y tesoros hallados en el yacimiento.
Las estancias perimetrales que circundan el edificio central, consideradas también como capillas, cobran importancia más que por su fábrica o arquitectura, por los elementos hallados en ellas, ofrendas relacionadas en casi todos los casos con los hábitos alimenticios, apareciendo también otras herramientas o utensilios artesanales, destacando los relacionados con la actividad textil, así como diversos adornos personales. Entre todas las habitaciones se sitúan como las mejor conservadas aquéllas orientadas al Norte y Oeste. En una de las estancias occidentales se halló la que es considerada mejor pieza o más destacada de todo el yacimiento, de excelente calidad artística y admirable técnica: la escultura de un equino de bronce. Ésta y las demás piezas aparecieron cuidadosamente depositadas en cada una de las salas del recinto, lo que facilitó su conservación tras la desaparición del santuario. Todo parece apuntar a que su misterioso abandono se produjo tras ser sometido el complejo a un incendio de tipo ritual, más que fortuito, encerrando todos los ajuares, piezas y ofrendas que allí se custodiaban en su interior, sellado después por los tartesos con tierra. Mientras que el fuego propició que el adobe se cociera y endureciera, la tierra salvaguardó los restos del santuario, propiciando así que decenas de siglos después apareciera ante nosotros en un admirable estado de conservación, recuperando una impensable cantidad de elementos muebles que hoy en día llenan los almacenes del Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, exponiéndose sus mejores muestras entre las vitrinas de la sala dedicada a la Protohistoria de la provincia sur extremeña.
Arriba: de 22 centímetros de envergadura, el equino de Cancho Roano muestra una calidad técnica y artística, así como un admirable estado de conservación, que le permiten ser considerado como la pieza más destacable de las descubiertas en el conjunto, fabricado en bronce y formado por dos piezas fundidas entre sí.
Abajo: las vitrinas de la Sala dedicada a la Protohistoria del Museo Arqueológico Provincial de Badajoz muestran al visitante algunas de las mejores y más destacadas piezas encontradas durante las excavaciones realizadas en Cancho Roano, donde aparecieron gran cantidad de elementos fabricados en bronce, muchos de ellos destinados como utillaje para las caballerías, como el bocado de la imagen.
Recientemente una nueva teoría intenta hacer frente a los misterios que rodean al mundo tartésico en general, y al yacimiento de Cancho Roano en particular. Según National Geographic, Tartessos, Tarsis y la Atlántida son la misma cultura, defendiendo la posibilidad no sólo de que la capital tartesia se encuentre enterrada en las Marismas de Doñana, antigua bahía y estuario del Guadalquivir donde se presupone estaba enclavada la ciudad más destacada de este reino, sino que además plantea la identificación de dicha urbe con la Atlántida, descrita por Platón y ubicada por el escritor heleno más allá de las Columnas de Hércules, o Estrecho de Gibraltar. Si una serie de desastres naturales hicieron sucumbir bajo el mar los dominios de la mítica ciudad, al igual que un posible tsunami pudo hacer desaparecer de la historia la ciudad de Tarsis, una y otra pudieron ser la misma. Cancho Roano cobra importancia en este punto, pues si ya es todo un misterio los motivos de su fundación y las funciones para las que fue erigida, pudiera resultar que todo ello estuviera en directa conexión con la desaparición tanto de Tarsis como de la Atlántida, apareciendo el santuario como enclave que recogió a diversos habitantes que sobrevivieron al final del corazón del reino de Tartessos, queriendo reproducir a escala inferior la estructura de su malograda capital, rodeándola de un foso como la original estuviera rodeada del agua del estuario, y dotándola de una estructura a base de anillos concéntricos en cuyo interior se encierra el enclave más sagrado y lugar de culto, disposición que pudiera igualmente haber tenido la capital del reino y que también utilizó Platón a la hora de describir el ordenamiento urbanístico de la ciudad de los atlantis. El enlosado de la habitación del sudeste con pizarra de la costa, así como el altar en forma de anillo shen, de origen egipcio como egipcio era el origen atlante, respaldaría esta teoría que, siendo acertada o no, sí que permite una vez más resaltar el valor del yacimiento de Cancho Roano, joya arqueológica sin par de nuestra región.
Arriba: la relación del reino de Tartessos con el resto de culturas mediterráneas queda bien patente en la gran cantidad de cerámica griega que se ha recuperado en el yacimiento de Cancho Roano, contabilizándose alrededor de doscientos ejemplares cuyos mejores ejemplos pueden apreciarse en las vitrinas del Museo Arqueológico de la capital pacense (en la imagen).
Abajo: además de ánforas, recipientes para el almacenaje, bronces y herramientas diversas, también en Cancho Roano se descubrieron pequeñas piezas de orfebrería, delicados adornos y auténticos tesoros que deben su riqueza no sólo al material utilizado en su fábrica, como los adornos áureos de la imagen, sino además a sus orígenes exóticos y diversos, destacando cuatro escarabeos egipcios, una cabeza púnica vítrea, o un aríbalo de Naucratis.
Cómo llegar:
El santuario tartésico de Cancho Roano se enclava dentro del término municipal de Zalamea de la Serena, localidad del Oriente pacense que dista apenas varios kilómetros del yacimiento tartésico. Enclavado en la finca homónima, rodeado de encinares y pequeñas colinas, el monumento nos aguarda en una zona relativamente llana de la comarca de la Serena a la que fácilmente podemos acceder desde la carretera EX-114, que une la localidad de Quintana de la Serena con aquélla a la que pertenece el santuario.
Para llegar a Quintana de la Serena desde las principales ciudades extremeñas es recomendable alcanzar la autovía A-5, y una vez en ella dirigirnos hasta Don Benito por la autovía autonómica EX-A2. Una vez llegados por esta vía, u otra alternativa, a la localidad donbenitense, la carretera EX-346 nos conduce hasta Quintana de la Serena, encontrando el acceso al yacimiento pasada la localidad camino de Zalamea de la Serena en el arcén derecho, debidamente indicado.
Un camino preparado nos llevará hasta el palacio-santuario, apareciendo previamente ante nosotros la zona de aparcamientos y el Centro de Interpretación habilitado para un mejor conocimiento del monumento. El teléfono de contacto del mismo, donde podremos informarnos en cuanto a horarios o consultar cualquier duda que surja previa a la visita, es el 629 23 52 79.