Arriba: mirando hacia el edificio del Ayuntamiento y presidiendo la plaza principal de Segura de Toro, su verraco se yergue orgulloso de su origen y su pasado en su pétrea mole que simula la potente figura de un toro.
Que Extremadura es una región rural, es indiscutible. Lejos de debatir sobre los pros y los contras de esta condición en la época actual, cierto es que nuestras tierras siguen siendo hoy en día, y como llevan haciendo desde antaño, el sustento más que de factorías o plantas transformadoras de materia, de innumerables especies animales y abundantes cabezas de ganado, así como fértiles terrenos donde practicar la agricultura de secano en las llanuras, o de regadío en las vegas de nuestros ríos.
El bosque mediterráneo y la climatología que le da vida son y han sido desde que el hombre hiciera de estas tierras su hogar los aliados para que nuestros antepasados y nuestras gentes encontraran dentro de los confines de nuestra región un lugar propicio para expandir sus siembras y ejercer el pastoreo de su ganadería, más idónea para esta última la presencia de la dehesa donde la supervivencia del bosque autóctono convive con la explotación moderada del mismo, permitiendo que incluso en aquellos enclaves donde la dureza de la tierra no permite germinar abundantemente el cultivo de secano, sí sea generosa la misma sin embargo en pastos y hierbas que, conjugados con la fruta de la encina, son alimentos inmejorables para los rebaños y las piaras.
Arriba: vista general del costado derecho de la escultura vetona donde podemos apreciar el buen estado de conservación de las patas traseras, careciendo sin embargo de las delanteras.
La riqueza vegetal y herbácea de nuestra región ya era apreciada siglos atrás. Son los primeros pueblos y culturas que aquí se asentaron los que supieron ver el potencial agrario de la zona y los que comenzaron a potenciar el uso agroganadero de la tierra, conectando la cultura agraria y pastoril de los mismos con las cualidades del terreno hasta lograr que ambas, cultura y tierra quedaran unidas y se enriquecieran mutuamente la una de la otra. Así pasó con los primeros pobladores, pero especialmente con uno de los pueblos conocidos como prerromanos y que antes de la llegada de la civilización romana a la que los itálicos llamaron Hispania, conformaban el mapa de las culturas de la Península Ibérica.
Estando los pueblos prerromanos de la mitad noroeste peninsular influidos por la cultura celta, surgida en la zona atlántica del Norte del continente europeo, debemos mirar entre estas poblaciones a aquélla que decidió fundirse con las tierras que hoy en día comprenden las provincias centropeninsulares de Ávila, Salamanca y Cáceres, así como Zamora y Toledo, llegando sus límites a la Comunidad de Madrid, Segovia, norte de Badajoz y tierras de la Raya portuguesa frontera con éstas. Es el conocido como pueblo vetón o vettón, vecino del pueblo lusitano, con el que tenía una gran afinidad, y contemporáneo a otras culturas protohistóricas del primer milenio anterior a Cristo hasta su desaparición paulatina y final con la llegada de Roma.
Arriba: de más de dos metros de longitud, el toro de este pueblo del Valle del Ambroz se encuentra entre los de mayor dimensión de todos los conservados en la Península Ibérica, equiparable a los famosos verracos abulenses de El Tiemblo conocidos como "Toros de Guisando".
Era el pueblo vetón más agrario que comerciante, más ganadero que agricultor, guerrero como todos aquéllos y fundador de múltiples castros enclavados en las cimas de las colinas o en las laderas de los montes donde vivir, refugiarse y vigilar las tierras que consideraban de su dominio y donde ejercitaban sus actividades económicas y agropecuarias. Unidos por necesidad y gusto con la naturaleza que les rodeaba, los vetones obtenían de ella toda su materia prima, adorando tanto sus frutos y fertilidad que convirtieron a las fuerzas de la naturaleza en iconos a los que adorar. Y así como la religión estaba unida a lo natural, también lo estaba su arte, donde casi la totalidad de las manifestaciones artísticas llegadas a nuestros días se engloban dentro de un movimiento conocido como "cultura de los verracos", por comprender éste la creación y talla partiendo de considerables moles pétreas de grandes animales de raza bovina, fundamentalmente toros, o bien cerdos y jabalíes de menor tamaño que los anteriores y de los que surgió el nombre común de estas esculturas.
Aún hoy en día los estudiosos no logran alcanzar un acuerdo en cuanto al significado o uso dado por los vetones al verraco, barajándose diversas ideas o funciones, unas de tipo más bien civil, como fuera el señalamiento o delimitación de territorios y poblados, o bien otras funciones de tipo religioso, como imagen ritual de un culto a la fertilidad, talismán apotropaico protector de poblaciones o rebaños, directamente figura zoomorfa deificada e idolatrada, o más bien exvotos u ofrendas a los dioses del panteón vetón. La aparición de inscripciones latinas en los lomos de algunos de ellos hace pensar en un uso funerario y lapidario posterior, reutilizados posiblemente por los romanos para señalamiento y embellecimiento de alguna tumba destacada, sin existir indicios que planteen que este mismo uso se lo dieran sus dueños y creadores anteriores.
Arriba: imagen detallada de la zona posterior de este toro tallado en granito y dotado en su diseño no sólo de pezuñas bien labradas, sino además de un generoso escroto que permita adivinar sin complicaciones el sexo del animal.
Aunque los verracos más conocidos y destacados se encuentran en las provincias de Ávila y Salamanca, como son los denominados "Toros de Guisando", o el toro del puente romano de la ciudad de Salamanca, existe en Extremadura un ejemplar de considerable tamaño que lo hace, por ello, no sólo comparable a los anteriormente mencionados, sino destacable entre las demás esculturas de este estilo conservadas en nuestra región, pues los demás ejemplares hallados en la provincia cacereña son de tamaña inferior y representan en la mayoría de los casos cabezas de ganado porcino o jabalíes, siempre que el estado de la imagen nos permita descubrirlo sin confusión. De material granítico, el verraco de Segura de Toro alcanza los dos metros de largo (220 x 124 x 73 cms.), conservando en buen estado las patas traseras, donde se aprecia el tallado de las pezuñas así como entre ellas la silueta del escroto del animal, adivinándose por ello y a simple vista el sexo masculino del mismo, respaldado por la aparición de la curva de su prepucio bajo el vientre. Sin embargo el resto de la escultura, especialmente la cabeza, ha llegado a nuestros días bastante dañada, más que por acción de la erosión y el paso del tiempo, fundamentalmente por la propia acción humana ya que, actuando bajo las directrices de la incultura y haciendo casos a falsas leyendas, no faltó quien llegó a dinamitar la imagen pensando que la misma aguardaba un tesoro en su interior, sin caer en la cuenta de que no había más y mayor tesoro que el verraco en sí mismo.
Arriba: aspecto que presenta actualmente el costado izquierdo del verraco de Segura de Toro, seriamente dañado y posteriormente reconstruido tras sufrir un serio atentado dirigido por la codicia e incultura de algunos.
Datado en el siglo VI a. C. y símbolo del pueblo desde que se hallara en la finca "El Toro", apareciendo el mismo en el escudo local, el toro de piedra de Segura de Toro es muestra clara de la presencia vetona en las montañas sobre las que se asienta el municipio actual, enclavado en una de las laderas de las sierras que conforman el Valle del Ambroz, al sur del Sistema Central. Enclave ubicado en la zona media dentro de los territorios ocupados por el pueblo vetón, seguramente no lejos del municipio existía un castro fortificado al que pertenecía esta escultura bovina, según algunos estudiosos incluso en los propios terrenos donde se levanta la localidad cacereña y bajo las calles del mismo. Al mismo castro debieron pertenecer también la Estela del Guerrero, actualmente expuesta entre las salas 2 y 3 del Museo Provincial de Cáceres, y el segundo verraco de Segura de Toro, de medidas muy inferiores comparado con el anterior, y cuyas facciones y detalles nos hacen suponer que representa a un cerdo, expuesto también en el Museo de la capital provincial dentro de los jardines del mismo. Junto al primero y tras su descubrimiento formando parte del muro de un cercado, el segundo verraco de Segura de Toro se colocó junto a éste dentro de la localidad hasta que en 1.969, y como agradecimiento a la Diputación Provincial por la ayuda recibida de ésta al municipio para la colocación definitiva del toro en la plaza donde hoy se expone, fue donado.
Arriba: en los jardines del Museo Provincial de Cáceres, ubicado en el Palacio de las Veletas de la capital homónima, se expone desde 1.969 un segundo verraco hallado en Segura de Toro, considerada representación de una res porcina que nos ayuda a barajar la más que posible presencia de un castro vetón en la zona donde se ubica el actual pueblo.
Posiblemente igual que antaño lo hizo en algún lugar privilegiado del castro vetón, el verraco de Segura de Toro se sigue irguiendo orgulloso de su edad, de sus orígenes y de su pasado, consciente de su fortaleza y de su ligera belleza, así como de su importancia general y especialmente de la que le dan los actuales pobladores del lugar donde nació y que siguen haciendo de aquellas tierras un hogar, mirador desde el que aún hoy en día se pueden vigilar los ricos pastos donde poder pastorear el ganado, y donde siguen acampando las cabezas bovinas y los toros que siglos atrás inspiraron la creación de esta escultura ligada a este enclave de tal manera que no sólo preside la plaza principal del pueblo o acampa en su escudo, sino que da nombre al municipio, como lo hiciera el habitante más antiguo que allí sigue residiendo y que nos recuerda con su misma presencia los avatares de un ayer que no se quiere olvidar.
Cómo llegar:
El pueblo de Segura de Toro, de escasa población que no alcanza los 200 habitantes, se ubica dentro de la comarca de Valle del Ambroz, muy cerca de Hervás, así como de la antigua Vía de la Plata que atravesaba este paraje rumbo a las norteñas tierras de la meseta castellana, como hoy en día sigue haciendo la Autovía A-66, desde la que podremos acceder al municipio. Dos son las salidas que nos llevarán al mismo, bien dejando la autovía para tomar la carretera de Casas del Monte, pueblo que atravesaremos para llegar poco después a nuestro destino, o bien accediendo al mismo una vez alcanzado desde la A-66 el municipio de Aldeanueva del Camino, pueblo atravesado por la carretera nacional N-630 que en la parte sur del mismo mantiene un cruce desde el que viajar hacia Abadía, por Occidente, o dirigirnos a Segura de Toro, hacia el Este.
La ubicación de Segura de Toro en una zona escarpada de la montaña donde se ubica implica una general carencia de espacios destinados al aparcamiento de vehículos. Existe sin embargo una pequeña zona donde podremos estacionar el mismo junto a la garganta que corre junto al pueblo, cerca de la entrada al mismo desde la carretera que parte de Aldeanueva del Camino y mencionada anteriormente. Una vez en la localidad, no será difícil hallar la escultura vetona, bajando las calles del mismo hasta su plaza principal donde reside el edificio del Ayuntamiento y frente al que descansa su destacado verraco.
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