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domingo, 11 de agosto de 2013

Portada plateresca de la Galería de la Hospedería del Conventual de San Benito de Alcántara


Arriba: aunque sea el Puente romano de Alcántara el monumento que, en base a sus directrices arquitectónicas, amplia antigüedad y largo devenir histórico se ha convertido en el símbolo indiscutible de esta localidad fronteriza, el Conventual de San Benito, antaño sede maestral de la Orden de Alcántara, es una de las mejores obras gótico-renacentistas de la región, presentando la silueta de la galería que enmarca su Hospedería una de las estampas alcantarinas más promovidas fuera de la villa.

Si bien Roma no fundó la villa de Alcántara de hecho, su legado en estos confines de Iberia, a través del archiconocido e históricamente admirado puente sobre el río Tajo, permitió la consolidación en este enclave de una comunidad permanente que, por tal motivo, siempre estuvo ligada intrínsecamente a la pétrea pasarela romana de la que, incluso, tomó siglos después su nombre.

Alcántara, o lo que es lo mismo, "el puente" según traducción literal de la nomenclatura con que los hispano-musulmanes dotaron a la población que, en relación con esta obra de ingeniería, se asentó junto al monumento para defensa y control  del mismo, comenzó a escribir su historia como localidad durante el alto medievo, si bien algunos vestigios prerromanos, romanos y visigodos permiten valorar la existencia de pobladores en esta zona, aunque nunca formando un núcleo de población destacado y estable. Ya tenía más de un milenio de vida el puente cuando los andalusíes decidieron asentarse junto al mismo, primeramente como enclave militar al que, posteriormente, se fueron acercando las huestes civiles. Al cambiar las tornas políticas y preponderar en Extremadura el cristianismo frente a lo musulmán, los puestos dirigentes alcantarinos cambiaron de manos, si bien la estructura y constitución de la villa como puesto castrense se mantuvo al conservarse la posición fronteriza de la misma, no ya con los andalusíes movidos hacia el Sur, pero sí con los cercanos vecinos del reino de Portugal.



Arriba: diseñada por el afamado Pedro de Ibarra durante el reinado de Carlos I de España, la portada de acceso externo a la galería de la Hospedería del Conventual de San Benito de Alcántara se presenta como un bello ejemplo del plateresco en la región, bebiendo del Gótico final para adentrarse en el Renacimiento más puro en su etapa tardía o estilo Príncipe Felipe.

Corría el año de 1.213 cuando Alcántara pasa definitivamente a manos cristianas bajo las directrices y el reinado del leonés Alfonso IX. Se sumaban entonces y de esta manera a los territorios cristianos del Norte tierras sureñas ubicadas en el margen izquierdo del río Tajo. Este hecho, junto con el control del puente que en la zona facilitaba la conexión de ambas orillas fluviales, permitiría reafirmar la reconquista de estos territorios y, sobre todo, apoyar el avance de las tropas en su carrera hacia zonas más meridionales. Las tropas cristianas contaban para ello con un sólido alcázar ya levantado y una población ligada a él y ubicada a los pies del mismo. Sin embargo, los campos cercanos no disimulaban su escaso poblamiento. La necesidad de una repoblación, pero a la vez el fortalecimiento ineludible de un punto fronterizo y encarado a un reinado en expansión como era el portugués, hacía necesaria una urgente consolidación poblacional que respondiese, más que a motivos político-religiosos, a sencillas normas de lógica, afianzamiento y progreso.

Encargó tal menester el monarca a la Orden militar de Calatrava en 1.217, a la vez que cedía a estos guerreros religiosos la plaza y su término para control y defensa del mismo. Los Calatravos, cuya sede maestral se encontraba hasta ese mismo año en Calatrava, en la cuenca media-alta del Guadiana, mudándose entonces a la fortaleza de Dueñas, sesenta kilómetros más al Sur, donde fundaron Calatrava la Nueva pasando a denominarse la anterior como Calatrava la Vieja, aceptaron el cargo y los nuevos dominios pero, ante la lejanía dada entre la localidad alcantarina y la base conventual de la Orden, y la gran distancia que deberían salvar sus miembros en caso de repentino asedio, vio necesario su Maestre encontrar un sustituto en la labor encomendada que les reemplazase nada más trascurrido un año desde que recibiesen el don real. Fue la elegida la Orden militar de San Julián del Pereiro, fundada ésta en 1.156 por caballeros salmantinos en tierras fronterizas entre León y Portugal. Había defendido esta Orden fiel a su rey leonés los territorios de la monarquía leonesa frente a los portugueses, apoyando también a éste en las incursiones lanzadas al Sur del Sistema Central en un intento por reconquistar a los musulmanes las actuales tierras de Extremadura. Una inicial caída de los andalusíes en Trujillo les permite denominarse por un tiempo Orden de Trujillo, recibiendo además continuamente y en agradecimiento por los monarcas leoneses su protección, así como la donación de algunas villas y fortalezas extremeñas. Sin embargo, sería la cesión de la plaza de Alcántara a su Orden la que permitió a la misma su verdadero engrandecimiento.



Arriba: se compone la portada plateresca de la galería alcantarina de tres tramos verticales o cuerpos, relacionados y correspondientes a los tramos de las tres balconadas contiguas, presentando el cuerpo inferior un amplio arco de medio punto de tipo triunfal por el que entrar al interior del inmueble desde este rincón sur de la Hospedería, colateral al muro de cierre de la Capilla del Comendador de Santibáñez anexo al ábside del templo maestral.

Estaba regida la Orden de San Julián del Pereiro por la regla benedictina del Císter, como así lo estaba también la de Calatrava, lo que ayudó al traspaso de Alcántara de manos de unos monjes-guerreros a otros. Según el acuerdo adoptado en 1.218, la Orden de San Julián del Pereiro tomaba la villa, sus posesiones y contornos, pero quedaba subrogada desde entonces ésta a la de los Calatravos como filial de la misma. No dejaría sin embargo la Orden de San Julián del Pereiro de defender con los años su independencia maestral, lográndolo a lo largo del siglo XIV, una vez bautizada como Orden de Alcántara por haber ubicado en la localidad extremeña su sede maestral. Quedarían enlazados desde entonces y mutuamente el devenir de la Orden con la historia misma de la villa.

Utilizaron inicialmente los freires alcantarinos como sede las dependencias de la antigua alcazaba erigida por los musulmanes, encaramada sobre el valle desde el que se controla el puente romano, reformando la misma para acoger su conventual. La imposibilidad terrenal de poder ampliar y acomodar el mismo llevaron a los hermanos a barajar la construcción en 1.488 de un nuevo convento. La marcha de su por entonces Maestre, D. Juan de Zúñiga, a la Guerra de Granada, y el posterior traspaso en 1.494 del maestrazgo de ésta y del resto de Órdenes militares a manos del monarca reinante, por entonces los Reyes Católicos, en la búsqueda por parte de los mismos de la unidad nacional y recelosos especialmente de la Orden de Alcántara, que antaño había solicitado ayuda y ofrecido apoyo a la Corona portuguesa en diversos conflictos castellanos y especialmente en la guerra dada entre partidarios de Isabel I y su sobrina Juana la Beltraneja, provocó el retraso de la inauguración de las obras. Es en 1.499, con el rey Fernando el Católico ya como Maestre de la Orden de Alcántara, cuando definitivamente se coloca la primera piedra del nuevo edificio en los terrenos escogidos para ello, junto a la Ermita de la Virgen de los Hitos, en la dehesa El Cortijo, a las afueras de la localidad. No gustó este primer enclave del nuevo edificio nada más comenzar las obras, por lo que en 1.504 se decidía erigir el mismo dentro de la villa, adquiriendo para ello los terrenos septentrionales que coronaban la cañada que bajaba por ésta zona hacia el Tajo.



 Arriba: presentan las dovelas del arco, así como las jambas pétreas de la puerta de acceso a la galería, relieves labrados que responden a tres filas de cenefas donde tienen cabida elementos decorativos propiamente platerescos y de herencia gótica, e incluso mudéjar, como son las filas de arquillos ciegos o el perlado de Isabel I, elemento este último que se repite en menor grado en la cornisa que enmarca esta porción del muro (imagen inferior).

Abajo: como fuese habitual en el medievo, también la decoración renacentista hispana mostró la costumbre de presentar en la fachada de edificios el escudo de sus mecenas y propietarios, figurando en el cuerpo inferior de la portada plateresca alcantarina el blasón basado en un peral sin hojas y raíz al descubierto de la Orden de San Julián del Pereiro, origen de la Orden de Alcántara cuya cruz emblemática asoma por detrás del mismo.



Tomó las riendas de tan colosal obra el arquitecto norteño Pedro de Larrea en 1.506, prolongándose sus trabajos hasta 1.518. Se levantaron en ese periodo, en un estilo gótico final, las dependencias destinadas a los hermanos de la Orden, así como el claustro del Convento. Continúa las labores, ya en 1.545, Pedro de Ibarra, o Ybarra, supuesto hijo del también arquitecto Juan de Álava y posiblemente nacido hacia 1.510 en tierras vascas. Conocedor de las directrices artísticas y arquitectónicas del Renacimiento, intervino en numerosas obras religiosas y civiles en nuestra región hasta ser considerado, hoy en día, en el principal representante extremeño de la arquitectura renacentista, y uno de los mejores como tal dentro del conjunto nacional. Aunque sus obras se distribuyen por buena parte de Castilla, trabajó fundamentalmente tanto para el Obispado de Coria como para el de Plasencia, logrando ser nombrado Maestro Mayor del Obispado de Coria, así como Maestro Mayor de la Orden Militar de Alcántara, para la que diseñó, retomando las obras de Larrea, la Hospedería y la Iglesia, dedicada a la Inmaculada Concepción, del Convento de la Orden alcantarina. Acaecida su muerte en 1.570 en Alcántara, mientras seguía dirigiendo las labores de construcción de mencionado monumento, le sucedió su colaborador y discípulo Sebastián de Aguirre, quedando las obras inconclusas de manera definitiva, especialmente el templo, con el fallecimiento de este último en 1.575.

Si Pedro de Larrea dotó al inmueble alcantarino de un aire gótico propio del final de esta etapa artística, menos sobria en comparación al Gótico inicial, Pedro de Ibarra aporta nuevos aires venidos con las corrientes artísticas del Renacimiento, impulsado especialmente en época de Carlos I, bajo cuyo reinado y maestrazgo asume la dirección de las obras del Conventual. Según palabras del mismo artista, la obra arquitectónica debía estar dotada de "arte y razón", ideas propias de la mentalidad renacentista que le llevó a diseñar obras de consolidadas proporciones, grandes dimensiones y no mucha decoración, como figura en el legado que, dentro del Conventual de San Benito de Alcántara, nos dejó. No cesa, sin embargo, de beber de la corriente artística anterior, apareciendo así en sus obras vestigios de un gótico tardío que, como en otros puntos de España, permite nacer en su simbiosis con el ideal renacentista el estilo plateresco, una tendencia protorrenacentista donde la configuración espacial deriva del ideal gótico, mientras que la decoración bebe directamente de las directrices del Renacimiento, sin dejar de estar todo ello dotado de un aire propiamente español hermanado con la mentalidad hispana y con el devenir histórico de nuestro país.



Arriba: mientras que la decoración del cuerpo inferior de la portada de acceso a la Hospedería del Conventual guarda relación ornamentística con la última fase del periodo artístico anterior, los tramos medio y superior se alejan más del Gótico y, aunque perdura algún elemento decorativo heredado del mismo, son más los elementos clásicos los que tienen cabida en estos tramos, respondiendo así a las características propias del plateresco tardío en que fue diseñada la obra.

Presenta Pedro de Ibarra bajo las directrices, para unos del plateresco más formal y para otros de un estilo renacentista más puro, el diseño de la Hospedería del Conventual, destinada ésta a alojar a los visitantes que recibiese la Orden y enclavada, junto al refectorio de los freires, en la esquina nororiental del edificio. Comunicaba el claustro del monasterio con la misma en este mismo punto cardinal del patio, mientras que para acceder desde el exterior a la Hospedería se planteó una portada que, además de permitir la entrada a esta zona del inmueble, diera acceso a la galería porticada que cerraba y decoraba el mismo en la pared oriental y contraria a aquélla con la cual colinda con las dependencias monacales. La presencia de tres cuerpos tanto en la portada como en la galería, propio del Gótico, así como la permanencia de elementos decorativos tomados de las tendencias góticas, como pináculos, perlado y escudos, entremezclados en un resultado relativamente austero con otros puramente renacentistas, como medallones, pilastras cajeadas o el simple uso del arco de medio punto, permitiría clasificar el estilo de la portada dentro de un Plateresco tardío o estilo Príncipe Felipe, también conocido como Plateresco renacentista, donde lo gótico apenas se presenta en las trazas arquitectónicas, mientras que lo renacentista tiene mayor cabida en la forma de exhibir la decoración que embellezca la obra, dotándola de mayor clasicismo, cierta austeridad y sencillez. 

La portada de la Galería de la Hospedería del Conventual de San Benito de Alcántara, también conocida como Galería de Carlos V, recoge en sí la mayor parte de la decoración destinada a embellecer y personalizar esta porción del monumento. Se alza esta entrada entre el cubo sur que flanquea por este lado la galería, y la pared oriental que cierra la Capilla del Comendador de Santibáñez, Frey Luis de Villasayas, anexa a la sacristía del templo de la Orden. Consta la misma, como el resto de la galería, de tres cuerpos de semejantes proporciones, separados por cornisas en cada uno de ellos que proliferan a lo largo del cubo colindante, prolongándose por el exterior de la galería y coronando igualmente la cúspide de cada cuerpo o balconada que conforma la misma. Dos arcos de medio punto y tipo triunfal, de mayor luz el inferior, se abren en los cuerpos bajo y medio, mientras que un vano centra el cuerpo superior. Es el arco del cuerpo primero el que permite el acceso al inmueble desde esta zona, compuesto por dovelas decoradas con tres cenefas en relieve donde figuran arcos ciegos en la central, que recuerdan la herencia mudéjar tomada por el plateresco, así como series de bolas o perlado en la más externa, semejantes a la del Gótico isabelino. Dos impostas labradas marcan el inicio del arco, presentando unidos en sí y en cada una tres capiteles jónicos que separan cada una de las cenefas, prolongadas éstas en la caída vertical de las jambas. En sendas esquinas superiores al arco, y cerrando el espacio del cuerpo inferior en su parte más alta, se presentan dos blasones pétreos donde figura, como es habitual, el escudo del mecenas de la obra y dueño del edificio. El emblema de la Orden de Alcántara, o Cruz de Alcántara, es la que se nos presenta aquí, ante la que se sobrepone el escudo que lucía antaño la Orden de San Julián del Pereiro, con un peral silvestre sin hojas y raíces al descubierto del que cuelgan, a cada lado del tronco, sendas madejas de cuerda.



 Arriba: centrada por un arco de medio punto, el balcón que compone el cuerpo medio de la portada de acceso a este rincón del conventual se enmarca entre pilastras y un friso donde armonizan fundamentalmente dos elementos decorativos plenamente renacentistas, como son el cajeado y el candelieri, acompañados de figuras y cabezas de tinte clásico que rememoran en algunos casos mitología.

Abajo: diversos personajes tienes cabida entre la ornamentación que decora el tramo central de la portada plateresca, figurando entre ellos querubines, faunos infantiles, párvulos juguetones pero, fundamentalmente, dos personalidades que asoman desde sendos medallones, posiblemente personajes mitológicos tales como Hércules y una de sus esposas, o bien ilustres de la época en concordancia con los desaparecidos medallones que pudieron decorar la balconada contigua, barajando la posibilidad de que los retratados sean el mismo Emperador e Isabel de Portugal.



Mientras que los elementos decorativos platerescos del tramo interior beben más de la herencia gótica, es el cuerpo central de la portada el que presenta una decoración más cercana al Renacimiento hispano. Centrado el mismo por otro arco de medio punto que cierra lo que posiblemente fuese un balcón, perdidos hoy en día el enrejado o balaustrada que pudiera haber mostrado éste siglos atrás, simulan sus jambas dos pilastras cajeadas con el fuste vaciado, semejando las impostas dos capiteles renacentistas donde tienen cabida elementos ornamentales clásicos tales como cabezas de carnero, en la imposta izquierda, o querubines en la derecha. Un cajeado continuo cubre también la fila de dovelas que conforman el arco, enmarcado el conjunto por dos pilastras y un friso, cajeadas las primeras y cubierto a lo candelieri el segundo. Los capiteles de las pilastras, como las impostas del arco, son base para la aparición de nuevos angelotes. Entre estas molduras y el friso existe una cornisa sin decorar, rematadas superiormente la línea que lanzan las pilastras por sendos pináculos labrados en relieve cuales florones sustentados por parejas de dragones. La decoración del friso horizontal que culmina el cuerpo guarda en su punto central un nuevo escudo de los propietarios del inmueble, luciéndose una cruz de Alcántara, heredada de la Orden de Calatrava, sostenida por lo que pudieran ser infantiles faunos. Dos infantes son también los que encierran esta franja decorativa, a izquierda y derecha del friso, rememorando posturas y ejemplos del arte antiguo, mientras que dos medallones ocupan el resto de espacio reinante entre dovelas, pilastras y friso, asomándose desde ellos, a izquierda y derecha de la parte superior del arco, las testas en relieve de dos personajes, masculino y femenino respectivamente, que bien pudieran ser Hércules junto a una de sus esposas, a juzgar por la desnudez del torso del primero, la presencia de lo que podría ser una clava, y el tocado, aunque también, teniendo en cuenta el reinado bajo el que se proyecta esta obra, podríamos estar ante un retrato idealizado y mitificado del Emperador Carlos V y su esposa Isabel de Portugal, siendo éste no sólo el monarca del país sino además el Maestre de la Orden,  y recogiendo, como en el caso de los escudos, la tradición de exponer en los medallones a los dueños de la propiedad sobre la que se enclavan.



Arriba: el tramo más alejado de la puerta de acceso a la galería de la Hospedería alcantarina se centra en un vano circundado por una decoración cuyo diseño sigue las pautas adscritas a la ornamentación del cuerpo medio, donde pilastras cajeadas, pináculos, querubines y un escudo de la Orden de San Julián del Pereiro se conjugan en clásica armonía que responde a los ideales de "arte y razón" que pregonaba su autor.

El tercer tramo de la portada y último cuerpo o cuerpo superior de la misma presenta, enmarcando el vano que centra su espacio, una decoración ampliamente similar a la ofrecida en el cuerpo medio. Así, encierran los laterales del ventanal dos pilastras cajeadas culminadas con capiteles labrados con querubines y cabezas de animales. Dos querubines son los que, además, sostendrían respectivamente cada una de las mismas, mientras que otro personaje infantil asoma desde su medallón, diseñado entre los dos capiteles en el punto central y superior inmediato a la ventana. Recogen las pilastras un friso y dos pináculos, cajeado el primero y resumido en sencillos florones los segundos. Sobre el friso, una cornisa, y sobre ésta un nuevo blasón encerrado en medallón que guarda el escudo de la Orden de San Julián del Pereiro, sostenido por candelieri. Sobre el medallón, como si de un nuevo pináculo clasicista se tratara, un infante desnudo. Sobre él, culminando la obra, una última cornisa y la balaustrada final que firma la obra, casetonada, dañada en su zona derecha posiblemente por los mismos hechos que llevaron al edificio a perder gran parte de su estructura y decoración, primeramente tras el paso de las tropas napoleónicas por la villa, y después por el abandono al que se sometió el Conventual tras las órdenes desamortizadoras del siglo XIX. Declarado Monumento Nacional (actual Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento) en 1.914 (Real Orden de 16 de marzo), la empresa Hidroeléctrica Española (actualmente Iberdrola) adquirió el monumento a mediados del siglo XX con motivo de la construcción de la presa de Alcántara, procediendo a su restauración y manteniéndose el mismo hoy en día por la Fundación San Benito de Alcántara, del que es su sede.


Arriba: si bien cada cuerpo de la portada plateresca enlaza arquitectónicamente con las plantas que componen la galería a la que da acceso, el tramo superior de la misma mantiene concordancia decorativa además con la cúspide del cubo que encierra en este lado de la Hospedería la balconada oriental de la misma, donde un majestuoso escudo imperial hace referencia a la monarquía bajo cuyo ministerio se diseñó la obra, mientras que diversos casetones que sirven de base a personajes variados y escudos con la Cruz de Alcántara ornamentan la cúpula y el dado que la coronan en su final, tan del gusto humanista del momento.


- Cómo llegar:

La villa de Alcántara, enclavada cerca de la frontera hispano-lusa en el extremo más occidental de la provincia cacereña, se comunica con la capital provincial a través de la carretera regional EX-207 la cual, si bien no llega a la misma ciudad, enlaza con la carretera nacional N-521 que sí pasa por Cáceres y que une la misma con Malpartida de Cáceres, a cuya altura se presenta el desvío a la carretera autonómica. 

El Conventual de San Benito de Alcántara se enclava en el corazón del casco antiguo del municipio, levantado en el lateral norte del mismo coronando el escarpado que separa la villa con el trazado de la EX-207 que continúa hacia Portugal, tras atravesar el romano puente. Si accedemos al casco antiguo tras atravesar la Puerta o Arco de la Concepción, la más cercana a la entrada al pueblo desde la carretera regional marcada, seguiremos todo recto por la calle Llanada hasta, una vez superado el Palacio de los Barco, desviarnos por la calle del Chapatal, donde nos encontraremos de frente con el ábside de la Iglesia del Conventual, así como con la Galería de Carlos V perteneciente al mismo. La portada plateresca puede apreciarse desde la misma calle, pudiendo acceder habitualmente y de manera gratuita al auditorio al aire libre que frente al frontal oriental de la galería se ha construido. En este auditorio, durante los días centrales del veraniego mes de agosto, tiene lugar la celebración del Festival de Teatro Clásico de Alcántara, una nueva oportunidad no sólo de apreciar una buena obra literaria en escena, sino también de disfrutar del bello monumento que la enmarca.

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