jueves, 19 de agosto de 2021

Imagen del mes: Ermita de San Pedro de Alcántara, en las cercanías de Deleitosa

 

Enclavados a poca distancia del flanco sureño del conocido como convento de San Juan de la Viciosa, también llamado San Juan de los Habaneros o, más formalmente, San Juan Bautista o San Juan de la Penitencia -en honor a su primer protector, D. Juan Álvarez de Toledo y Monroy, IV conde de Oropesa y III Conde de Deleitosa-, aparecen también en el valle de la Viciosa - o Vicioso-, entre los arroyos de los Frailes y de Rocastaño, los restos de lo que al parecer fuera ermita vinculada con el cenobio llamada popularmente como de San Pedro de Alcántara, de menudas dimensiones y fábrica pizarrosa que pudiera corresponder con la capilla que, según el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura de 1.791, sobreviese por entonces en las cercanías del monasterio construida y habitada por el mismísimo santo patrono de la región, cuya labor fundadora le llevara en torno a 1.561 a establecer el primigenio conventual, poco antes de enfermar en él y, tras partir de éste y ser acogido en el Palacio de Oropesa o Castillo de los Álvarez de Toledo, fallecer en la localidad abulense de Arenas, desde entonces Arenas de San Pedro, camino del también erigido por el santo alcantarino convento anexo a la ermita de San Andrés del Monte, donde sería posteriormente enterrado.

Deleitosa (Cáceres). Siglos XVI-XVII; estilo renacentista/barroco.

Arriba: partiendo desde el flanco occidental de la localidad de Deleitosa, tomando la calle Miguel de Unamuno frente al Matadero de Eduardo Nieto Larra, el sendero que discurre primero hacia poniente, poco después hacia el Nororeste camino de la fuente de La Retuerta, nos acercará hasta el arroyo de los Frailes, enclavándose a poca distancia de la desembocadura en él del arroyo de Rocastaño, inmediato al camino de acceso al antiguo convento de la Viciosa, los vestigios de lo que al parecer fuera ermita de San Pedro de Alcántara, única aún en pie, a pesar de su ruina, de entre aquellas varias que circundarían el viejo cenobio, contabilizado en el siglo XVII un total de siete capillas, seis de ellas construidas una vez entregado el convento a  los Agustinos Recoletos en 1.606, consagradas éstas -tal y como informa el abate René Tiron en su obra decimonónica orientada a la historia y trajes de las Órdenes religiosas- a San Agustín -edificada a expensas del licenciado Nuño de Camiñas-, a Santa Mónica -edificada a expensas de la duquesa de Nájera-, a la Encarnación -construida a expensas del licenciado Baltasar Velázquez-, a San José -donada por un escribano de la provincia de Madrid-, la de San Nicolás de Tolentino -erigida a expensas de Catalina de Orellana y Mendoza-, y a Santa María Magdalena -financiada por Diego de los Cobos, marqués de Camarasa-, siendo la de San Pedro de Alcántara obra del mismo fraile franciscano, donde instalase una Natividad a imitación de San Francisco de Asís, ofrendada inicialmente por él a la Virgen de Belén, tal y como indicaría fray Alonso de San Bernardo en su obra dedicada en 1.783 al santo reformador.

Arriba: fundado el primigenio convento franciscano bajo las austeras directrices marcadas dentro de la Custodia de San José, siguiendo la extrema reforma llevada a cabo por su custodio San Pedro de Alcántara, también llamada reforma alcantarina, imitando en humildad el recién instaurado por él cenobio de Pedroso de Acím, conocido como convento de la Purísima Concepción de El Palancar, se presentaba este edificio monacal en la zona baja del valle, construido de manera sencilla en terrenos cedidos por el III conde de Oropesa y su esposa, II condesa de Deleitosa -D. Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, y Doña Beatriz de Monroy y Ayala-, con fábrica pobre y escasas dimensiones acopladas a una casa de campo que tales nobles allí disponían para las jornadas cinegéticas, abandonado por los franciscanos -de la provincia de San Gabriel desde 1.593- en 1.603 y reasignado a los Agustinos Recoletos apenas un año después, incendiado al poco de tomar éstos posesión del enclave hacia 1.606 -dirigiéndose tras el incidente los hermanos hacia una zona más elevada de la misma cuenca geográfica a fin de construir un nuevo inmueble, más amplio y cómodo para la vida monástica, fundado por fray Diego de Jesús-, cayendo la vetusta obra alcantarina en abandono y desuso, considerada por algunos autores lo que se conoce como ermita de San Pedro de Alcántara los vestigios de tal vivienda clerical, si bien los restos arquitectónicos preservados se acercan a las directrices que, según el abate Tiron, ofrecían ediliciamente cada una de las ermitas que acabaron rodeando el nuevo convento agustino y a las que pudiera haberse visto acoplada la primigenia capilla franciscana, diseñadas para el retiro espiritual de los monjes y dotadas por ello de oratorio, celda para el descanso, cocina, aposento para el trabajo, jardín y campanario.

Arriba y abajo: figurando en ruina la mitad oriental del supuesto añejo sacro eremitorio, la fábrica aún en pie, constituida de materiales humildes, fundamentalmente esquistos, cuarcitas y ladrillo, ofrece en el flanco occidental del edificio la que pareciera portada principal (arriba), quizás primigeniamente única, de acceso al interior del bien, cumplimentada con un ventanal a su diestra exterior, dando paso a una pequeña estancia cuyo muro norteño aparece horadado (abajo), abierta otra puerta frente a la inicial, hoy tapiada (abajo, siguiente), así como una tercera entrada, ésta de paso al habitáculo contiguo sito en la zona meridional (abajo, imagen tercera), cubierto el primer espacio por bóveda de arista latericia (abajo, imágenes cuarta y quinta), el segundo con bóveda de cañón de naturaleza similar (abajo, imágenes sexta y séptima), siendo este segundo modelo el también visto coronando un tercer enclave de escasas dimensiones abierto al anterior (abajo, imagen octava), resultando difícil precisar la función que inicialmente se le diera a estos espacios, quizás destinados a las labores diarias y descanso del fraile allí retirado -sin olvidar la posibilidad de estar ante los retazos del primitivo cenobio alcantarino-, pudiendo destinarse a oratorio o iglesia el enclave al que, desde la portada de la estancia noroccidental, se diera paso a la zona hoy caída, entre cuyos muros pueden adivinarse las que fueran pechinas septentrionales de una bóveda de arista o pequeña cúpula (abajo, imágenes novena y décima), desaparecida en este monumento al igual que el resto de la construcción que cumplimentase el alargado espacio que completase tal sector levantino del edificio (abajo, imágenes undécimo y duodécima), ocupado hoy por los caídos retazos arquitectónicos de la obra (abajo, imágenes décimo tercera a décima quinta), devastada quizás, como así lo fuera el cenobio, por las tropas napoleónicas que al inicio de la contienda decimonónica hispano-francesa pasaran por el lugar.












Arriba y abajo: apreciándose desde la supuesta ermita de San Pedro de Alcántara la silueta de algunos de los paredones preservados en pie del que fuera segundo convento, o convento agustino de San Juan Bautista de la Viciosa (arriba), lleva el sendero que discurre junto a la orilla izquierda del arroyo de Rocastaño hacia el antiguo cenobio (abajo), accediéndose a éste tras superar el mencionado cauce fluvial por un sencillo puente de único ojo y humilde fábrica pizarrosa (abajo, siguiente), alcanzándose por la cuesta de subida los primeros muros pertenecientes a la esquina suroriental del vetusto edificio (abajo, imagen tercera), llegando poco después a la actual portada de acceso (abajo, imagen cuarta), a través de la cual se pasa a la esquina Sureste del gran espacio centrado hoy por el amplio claustro del lugar -perdidos gran parte de los muros de división internos entre estancias y sus respectivas bóvedas-, observándose a la izquierda del portalón el ala meridional del monasterio (abajo, imagen quinta), de frente su hermana levantina y posible espacio ocupado antaño por la iglesia del lugar -donde una venerada imagen de Santa Rita de Casia recordase la vinculación de la orden agustina con la patrona de las causas imposibles- (abajo, imagen sexta), restando del patio conventual apenas las paredes que separasen éste de sus flancos externos, sucumbida la obra edilicia que circundase el claustro en su interior (abajo, imágenes séptima y octava), apreciándose entre las dependencias conservadas en la esquina nororiental del monumento la altitud de las dos plantas de que constase la casa (abajo, imagen novena), punto de acceso al espacio arquitectónico cuyo plano se prolonga desde tal rincón monacal hacia el Noreste (abajo, imágenes décima a duodécima), observándose desde lo que fueran exteriores septentrionales del convento la planta de tal ramal -posible enfermería- asociado al ala más norteña del conventual (abajo, imagen décimo tercera), dando ésta (abajo, imágenes décimo cuarta y décimo quinta), al ala más occidental (abajo, imágenes décimo sexta y décimo séptima), hoy abierta a los ricos campos que siempre rodearon la casa desde sus orígenes y hasta su definitivo abandonado a raíz de las órdenes de desamortización de 1.836, cuando el cenobio ya sólo era ocupado, según Pascual Madoz en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de 1.848, por tres hermanos, tras regresar y restaurar los frailes parte del monumento que las tropas francesas saqueasen y destruyesen en 1.808.


















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