domingo, 17 de julio de 2011

Ermita de San Jorge, en las cercanías de Cáceres. Parte 1ª.


Arriba: cercana a la localidad de Cáceres y junto a la conocida como Torre de los Mogollones, una ermita en ruinas y semioculta por el terreno sorprende al caminante en medio de la nada, sin saber que en su interior le aguarda uno de los mayores tesoros iconográficos de Extremadura.

A pesar de haber existido en la ciudad de Cáceres varias ermitas en honor al patrón de la plaza que se reconquistó la noche en que se celebraba el santoral de este soldado y mártir, e incluso de haberse fundado siglos atrás una cofradía bajo la advocación de este santo, actualmente nada queda de aquello a excepción de algunas imágenes que perdieron la devoción guardadas en diversos edificios civiles, como en el Palacio Municipal o en dependencias de la Diputación Provincial. Lo que muchos cacereños desconocen es que, fuera del núcleo urbano, pero aún dentro del término municipal cacereño, sigue en pie una ermita levantada por manos privadas y destinada al culto restringido que popularmente lleva el nombre del santo que nos ocupa, y que según otros estudiosos pudo denominarse del Salvador.

La ermita de San Jorge, aunque abandonada y en estado de ruinas, se mantiene aún en pie a unos 12 kilómetros de la capital provincial, cerca del camino a Badajoz y junto a la llamada Torre de los Mogollones, que recibe este nombre por erigirse en la finca homónima. Perteneció la atalaya a D. Diego García de Ulloa, quien la heredó de la Casa de Mogollón, apellidos habituales entre los blasones que decoran los muros de los palacios del casco histórico de Cáceres. Llamada antiguamente el Castillo de las Seguras de Abajo, la torre se incluye en un largo listado de castillos, casas fuertes y torreones que desde el siglo XIV y principalmente a lo largo del siglo XVI se edificaron en las cercanías de la por entonces villa por las mismas familias que en el centro urbano edificaban los palacios que hoy conforman el centro histórico. Un reflejo del poder que una nobleza medieval mantenía en el Estado Moderno, y que mostraban tanto dentro del municipio como en sus señoríos, entre los que destacan los del camino de Mérida, como los Castillos de las Arguijuelas (o Herguijuelas), las Cerveras, el Garabato o Santiago de Bencáliz, o la Quinta de la Enjarada y las Casas de las Seguras, en dirección a Badajoz.



Arriba: tras llegar a la Ermita de San Jorge y maravillarnos al descubrir las ruinas de este misterioso edificio, no menos sorprendente será la primera visión de las pinturas que allí se albergan, con esta Oración en el Huerto dándonos la bienvenida en uno de los muros de la antecapilla, por donde podremos acceder a la parte alta del templo.
Abajo: con acceso desde la sala anterior, el coro de la ermita se eleva del resto de la nave, con una visión plena del interior del templo desde ese ángulo, y con el muro que la cierra completando el programa iconográfico.



Si bien en la zona sur de la localidad surgían este tipo de edificaciones orientadas al servicio económico de la nobleza que las financiaban y a las que pertenecían, también por esta zona, y prácticamente paralelo en el tiempo surgían una serie de edificaciones religiosas, ermitas en su amplia mayoría, que ampliaban el ya generoso número que de éstas existía en la urbe. Junto al cerro de los Romanos, entre sendos caminos a Mérida y Badajoz, siguen en pie las ermitas dedicadas a San Benito (monasterio para algunos estudiosos), Santa Lucía, Santa Ana y Santa Olalla, famosas antaño por sus romerías. Algo más alejada de la población, la ermita de Nuestra Señora de Gracia servía como templo a los propietarios de las Arguijuelas de Abajo, a los que pertenecía. La ermita de San Jorge, de la que prácticamente no existen datos escritos algunos, posiblemente tuvo la misma función: lugar de oración para los habitantes de la Torre de los Mogollones y el poblado que existió en su rededor.

Nada se sabe sobre su fecha de construcción, sus arquitectos o mecenas, ni tan siquiera sobre los años en que comenzó su abandono o sobre su original funcionamiento y advocación real bajo la que se consagró la misma. La ermita de San Jorge sólo nos puede hablar a través de sus piedras, que conforman un edificio misterioso en sí, único en Extremadura por su diseño, y fundamentalmente por albergar en su interior una charca artificial presuntamente unida al diseño del templo y necesaria para las funciones que allí se realizaban. Mucho se ha especulado por ello sobre el uso del edificio, actualmente aprovechado como abrevadero para el ganado. Desaparecida la portada principal, abierta a los pies de la nave única de que dispone, y orientada hacia el sur, se mantienen en pie los muros laterales y la cabecera donde, a diferencia del resto de templos, no se ubicaba el altar, sino el coro, elevado sobre el resto de la nave que permanece ocupada por el mencionado estanque. A la misma altura del coro, y en el supuesto lado de la epístola, dos dependencias alimentan aún más las dudas sobre el destino para el que fue sometido el edificio, comunicadas entre ellas, y consideradas como capilla la primera, con acceso desde el coro, y sacristía la segunda, o bien antecapilla y capilla mayor u oratorio, en el mismo orden.


Arriba: levantados sobre la roca viva y circundando la hondonada del terreno que encierra el embalse artificial que allí se encuentra, los fuertes muros de la ermita luchan por mantenerse en pie frente al paso de los siglos, y la humedad y el abandono del lugar.
Abajo: la cara norte del primero, o cuarto, de los arcos que sostienen la cubierta del templo, junto al coro, aparece ilustrado con ángeles y guirnaldas en toda su longitud, coronando la decoración una casi ilegible frase latina en letras góticas.


Abajo: junto a los vanos abiertos en el coro, y en las mismas jambas de los mismos, Juan de Ribera completó el programa iconográfico con los únicos elementos no religiosos del mismo: grandes flores o motivos vegetales a modo de decoración que impiden que ningún hueco de las salas ilustradas quede vacío de pinturas.


Para la mayoría de los estudiosos la ermita de San Jorge fue edificada inicialmente en el siglo XIV, siendo lo más característico del diseño de la misma, además de la presencia en su interior de un estanque artificial, la traza de su cubierta, compuesta por cuatro grandes arcos de medio punto que arrancan de fuertes muros, fabricados los últimos con mampostería en su zona baja y ladrillo en la superior, levantados sobre la piedra natural que circunda el edificio y apresa el agua del estanque. Sobre dichos arcos, grandes losas de granito hacen de techumbre del templo. De granito son también las losas que hacen de suelo del coro, sustentado por dos arcos escarzanos, únicos elementos que subsisten en el interior de la nave. Las líneas superiores que marcan los máximos niveles que ha alcanzado el agua en el interior del edificio rozarían el nivel de este coro, que al parecer siempre llegó a estar a salvo de las mismas. Una teoría que barajan los estudiosos y relacionada con la función de la ermita nos indica que a la misma, llena de agua, entraría el caballero montado sobre su corcel, y a la misma altura que el sacerdote, éste en el coro, sería bendecido por el hecho de haberse adentrado en las sagradas aguas. Un poco habitual ritual y manera de bendecir que haría aún más especial el edificio y necesaria la conservación del mismo.



Arriba: en la parte izquierda del muro norte del edificio y pared del coro, un fresco dividido en dos escenas nos muestra las dos secuencias bíblicas tomadas de un mismo pasaje del libro del Génesis, donde Abraham en el protagonista, tal como lo menciona una cartela escrita en latín y letras góticas sobre el mismo.
Abajo: Abraham se arrodilla frente a Yahvéh, aparecido ante él bajo la forma de tres hombres que le visitan en el encinar de Mamré, y al que le ofrece agua para purificarle, en posible consonancia con el uso que se le dio al edificio.


Pero si la riqueza y curiosidad arquitectónica ya hacen de este edificio un caso particular y extraordinario en Extremadura, la riqueza iconográfica que cubre sus muros aumenta aún más el valor del mismo. Según reza en una esquina del propio templo, donde además aparecen fechadas las pinturas en 1.565, sería su autor el pintor cacereño Juan de Ribera. Pocos datos históricos o biográficos se conservan del mismo, pero sí otras obras atribuidas a su mano y paleta, localizadas prácticamente todas ellas en el término municipal de Cáceres y alrededores del mismo, como son los frescos de las bóvedas de la parroquia de San Miguel Arcángel de Portaje, o las pinturas murales de la iglesia de Santiago, en Villa del Rey. Cercanas a la ermita de San Jorge, otras pinturas murales como las de la capilla del Castillo de las Seguras, las de la ermita de San Benito, o los restos hallados en las de Santa Ana y Santa Lucía, parecen indicar la misma autoría de este casi desconocido autor del siglo XVI.

Con un particular estilo, esquematizado, sencillo y colorista, dentro del marco renacentista pero que puede recordar a las lejanas en el tiempo pinturas románicas, los murales de la ermita de San Jorge engloban la muestra más completa de pinturas de Juan de Ribera, así como un rico programa iconográfico que cubre los muros del coro, la cara septentrional del arco del edificio cercano al mismo, así como la totalidad de las paredes de la antecapilla y del oratorio, inclusive la bóveda y pechinas de esta última, y los escasos restos de la casi desaparecida cubierta de la primera. Mientras que en el coro las escenas ilustran pasajes del Antiguo Testamento, aquellas pinturas conservadas en las dos salas orientales están dedicadas a capítulos de los Evangelios y sobre la Vida de Cristo, además de representar y acercarnos a diversos santos personajes, bíblicos y mártires principalmente.



Arriba: a la derecha del coro, siguiendo semejante esquema que en la parte izquierda del mismo muro, dos nuevas escenas toman como protagonista a Isaac y nos relatan la bendición a Jacob por intercesión de su madre Rebeca, esposa del primero, a la que vemos a la derecha de la imagen observando su logro.



Arriba: tomados nuevamente de un pasaje bíblico del Génesis, la localización y narración de los hechos que inspiran esta pinturas de la parte derecha del coro están señaladas en una cartela ubicada sobre el vano central del coro.
Abajo: a diferencia de la narración sobre Abraham, en la que una única cartela sirve para mostrar los versículos de los que partían ambas escenas, otra cartela ubicada sobre los frescos dedicados a Isaac describen la escena vista en el segundo y más oriental de ellos.


Abajo: detalle de uno de los frescos dedicados a Isaac, donde en una misma escena se plasman dos secuencias seguidas de la narración, con el mandato en primer término de Isaac a Esaú indicándole que le trajese una pieza de caza antes de darle su bendición, y a Esaú como trasfondo ejecutando las órdenes de su padre.


Con colores vivos y tonos luminosos, la cara norte del arco del templo cercano al coro muestra unos primeros elementos presuntamente más decorativos que aleccionadores, con sendos angelotes a izquierda y derecha sosteniendo diversas guirnaldas y sobre los cuales reza en letras góticas una casi ilegible sentencia, distribuida por toda la franja superior del fresco en un único renglón. También en letras góticas, pero dividida en tres carteles diferenciados y de triple renglón cada uno, el muro superior del templo y pared del coro recoge escritos tres diversos episodios bíblicos que explican y dan origen a las cuatro escenas allí representadas. De izquierda a derecha, y a la par de menor a mejor conservación de las obras, el primero en aparecer es Abraham en el encinar de Mamré, según reza en latín en su cartela correspondiente y ubicada ésta sobre las dos escenas, a la izquierda del muro y del vano que en medio de él se abre. Allí mismo se señala la ubicación del texto en el sagrado libro del Génesis, Capítulo 18 (Versículos 3 y 4): " Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, ruégote no pases de largo junto a tu siervo. Se traerá un poco de agua, os lavaréis los pies y os recostaréis debajo del árbol". Las pinturas correspondientes muestran ambos versículos, pero en sentido inverso. A la izquierda, Abraham llevando agua para lavar los pies de Yahvéh, recostado bajo el árbol. A la derecha, el Señor se aparece frente a Abraham como tres hombres de pie frente a él, tal cual nos relatan las Sagradas Escrituras.



Arriba: en la jamba más septentrional de aquéllas que conforman el vano de acceso a la antecapilla, podemos observar sobre una columna esquematizada la firma del autor y la fecha de ejecución de la obra (ya casi desaparecida), en latín y letras góticas como el resto de textos conservados en los muros: "JUAN DE RRIBERA PINTO MDLXV".
Abajo: detalle del muro oriental de la antecapilla, cuyas pinturas, al igual que las del muro norte de la misma sala, han prácticamente desaparecido, conservándose apenas vestigios de un personaje barbudo, posiblemente algún santo que decoraba uno de los lados de la puerta de acceso al templo que pudo existir en este lugar, a juzgar por los restos del arranque de un arco sobre dicha figura.




En la mitad oriental del mismo muro, otras dos escenas nos relatan, sobre el mismo libro del Génesis, un posterior capítulo, tomando ahora como personaje principal a Isaac y como temática la bendición que éste ejerció sobre Jacob frente a la prometida al primogénito, Esaú. Las dos cartelas restantes, una cubriendo el vano central del muro, y la tercera y última a la derecha del mismo, nos describen las escenas, mencionándose nuevamente en la primera de ellas el pasaje bíblico del que han sido extraídas ambas: Génesis, Capítulo 27 (Versículos 3 y 4, 28 y 29, respectivamente): "Toma, pues, ahora tus armas, tu aljaba y tu arco, sal al campo y cázame una pieza; guísala como a mí me gusta, y tráemela para que la coma, y yo te bendiga antes de morirme"; "¡Qué Dios te dé, pues, el rocío del cielo (...). Sírvante los pueblos, prostérnense ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos (...)." En el fresco primero vemos, como nos relata el Génesis, a Isaac dándole órdenes a Esaú antes de darle la bendición correspondiente. El mismo aparece al fondo del fresco cazando para su padre, como decoración de la escena y continuación del episodio narrado. A su derecha, en un nuevo panel, Isaac, engañado por su esposa Rebeca, bendice a un arrodillado Jacob. Su madre porta entre las manos un plato con guisos, posiblemente el realizado con corderos para suplir la caza que debía traer Esaú, o quizás rememorando un capítulo anterior en el que Esaú vende su primogenitura a Jacob a cambio de un plato de lentejas. En cualquier caso, las dos escenas, unidas a las dedicadas a Abraham, nos hablan de conocidos pasajes bíblicos donde se nos presenta el agua como medio purificador, y el acto de la bendición como primordial, posiblemente escogidos ambos relatos en relación a las funciones que se daban en el edificio, usándose el agua estancada como medio purificador y lugar de bendición.


Arriba: el toro o buey parlante, símbolo del evangelista San Lucas, acompaña al santo escritor al que representa en la pieza más occidental de las cuatro que compondrían la bóveda de arista que cubría la antecapilla, con un libro y uno de los versículos más conocidos de su evangelio escrito en su interior, sostenido por el mismo.
Abajo: imagen de los restos de la bóveda de arista donde se observa al único evangelista conservado de los cuatro que ilustrarían posiblemente toda la techumbre de la sala: San Lucas.



La sala a la que tenemos acceso desde el coro correspondería presuntamente con la antecapilla, o bien con la capilla en sí si barajamos la posibilidad de que la contigua fuese sacristía y no oratorio. De las dependencias de la ermita de San Jorge que cuentan con sus muros ilustrados, ésta es la que ha llegado a nuestros días en peor estado, con dos de sus muros semiderruidos, carente de bóveda o techumbre, y apreciándose la casi desaparición de los frescos en dos de sus paredes, norte y oriental respectivamente. En la jamba izquierda de la entrada al recinto encontramos, escrito también en latín y con letras góticas, el nombre del autor y la fecha de la ejecución de la obra, ya indicadas anteriormente. Sobre dicha portada, ya en el interior de la sala, una colorida composición cubre el espacio hasta el arranque de la bóveda, dedicada a un capítulo sobre la Pasión de Cristo: la Oración en el Huerto. Mientras que a la izquierda del panel varios apóstoles duermen (Pedro, Santiago y su hermano Juan, según San Marcos en su Evangelio: Capítulo 14, Versículo 33), Jesús, arrodillado a mano derecha, está orando en el monte de los Olivos o de Getsemaní, cuando un ángel se le aparece venido del Cielo para confortarle, sudando Jesucristo gruesas gotas de sangre que iban cayendo hasta la tierra (Evangelio de San Lucas, Capítulo 22, Versículos 43 y 44). Sobre la escena, y cubriendo los restos de una de las cuatro partes que conformarían la posible bóveda de arista que tapaba la estancia, aparece uno de los cuatro evangelistas acompañado de su símbolo: el toro. Se trataría por tanto de San Lucas, autor del pasaje que inspira la escena que aparece bajo él. Junto a su vacuno símbolo un texto en latín recita parte del Versículo 26, perteneciente al Capítulo 1, del evangelio del mismo santo: "(...) el ángel Gabriel fue enviado (...)". Clara referencia a la Anunciación a María del nacimiento de Jesús, que ilustra el contiguo mural izquierdo, sobre el vano de acceso al oratorio, donde vemos a María (en pésimo estado de conservación), recibiendo la visita de Gabriel anunciándole la concepción del Hijo de Dios en su virginal vientre. Sobre dicha escena se conservan pequeños retazos el siguiente evangelista que aparecería aquí reflejado, del que apenas quedan restos de un pie. Desaparecidos prácticamente el resto de la bóveda,  desconocemos el orden en que aparecerían el resto de escritores.



Arriba: vista general del panel que cubre la parte superior del vano de acceso al coro, con Cristo orando en Getsemaní, capítulo conocido de su Pasión, recibiendo a un ángel que desde el cielo lo confortaba en su agonía, tal cual lo describe San Lucas en su evangelio.
Abajo: detalle de mencionado fresco donde aparecen dos de los tres apóstoles escogidos por Jesús para que le acompañasen en sus oraciones, posiblemente Santiago el Mayor y Pedro, respectivamente.


Abajo: sobre la puerta que da acceso al oratorio o sacristía, un panel narrando la Anunciación a María del nacimiento de Jesús nos deslumbra por la belleza del conservado Arcángel San Gabriel, mientras que María, a la izquierda del mismo, sufre de un progresivo deterioro.



Bajo el panel de la Anunciación, y como guardianes del oratorio que nos dan la bienvenida al mismo, dos santos de gran devoción en la época y contornos figuran a ambos márgenes de la puerta de entrada a la siguiente sala, uno a cada lado de la misma y orientados el uno hacia el otro. A la izquierda aparece ante nosotros el apóstol Santiago el Mayor, patrón de España, ilustrado en su faceta peregrina y acompañado de su simbología y su atuendo como tal, destacando sobre su gorro la concha o venera del peregrino jacobeo. En su lado contrario, Santa Lucía o Lucía de Siracusa porta la palma del martirio y su atributo relativo a la pena que según una leyenda medieval sufrió, con sus ojos arrancados depositados sobre una bandeja.

El resto de la estancia, en deficiente estado de conservación y ruina, apenas sostiene algunos retazos pictóricos de la iconografía que allí brilló. Junto a Santa Lucía, y como decoración interna de la puerta que comunica con el coro, apenas quedan restos de una torre con tres ventanas, símbolo de Santa Bárbara, posible mártir que allí se reflejaba. En el muro norte, unas figuras femeninas con edificios tras ellas se adivinan entre los restos de un panel semidesaparecido, víctima del derrumbe o destrucción de parte de mencionada pared. En los vestigios del muro oriental, otra figura, masculina y barbada en este caso, sufre también su anonimato pendiente de su total desaparición. Junto a él, los restos del muro conservan el arranque de un arco de medio punto, seguramente antiguo acceso por esta cara y a esta altura al interior de las dependencias traseras de la ermita de San Jorge.


Arriba: semejando la protectora o guardiana del acceso al oratorio, Santa Lucía se nos muestra a la derecha de la puerta de entrada al mismo acompañada de la palma del martirio así como de su más conocido símbolo: sus ojos arrancados y depositados en una bandeja; a la derecha de la misma, casi desaparecida se encuentra la representación de Santa Bárbara, conservándose apenas la torre de tres ventanas, símbolo de la mártir.
Abajo: en el lado opuesto a Santa Lucía, y en pose contraria a la misma que permite que ambos santos se miren cara a cara, Santiago el Mayor nos aguarda como peregrino junto a la entrada a la sacristía, acompañado también de algunos de sus símbolos, como la venera que corona su atuendo.


(La descripción de la sacristía u oratorio, así como las imágenes restantes sobre la misma e indicaciones para llegar hasta la Ermita de San Jorge aparecerán en una nueva entrada, continuación o parte 2ª de ésta).

- Ermita de San Jorge, en las cercanías de Cáceres. Parte 2ª:


- Ermita de San Jorge, en las cercanías de Cáceres: cómo llegar:

 
- Ermita de San Jorge, en las cercanías de Cáceres: nuevas aportaciones y reciente álbum fotográfico:

 

martes, 5 de julio de 2011

Tesoros del camino: medallón con la Muerte en la Catedral de Plasencia


Arriba: como si de un libro se tratase, el retablo plateresco que compone la Puerta Norte de la Catedral Nueva de Plasencia nos presenta un sinfín de personajes entre sus cuatro cuerpos, apareciendo en su esquina inferior derecha y como término del mismo una imagen de la Muerte, punto final igualmente de toda existencia.

Se dice popularmente que dos son las cosas que mueven el mundo: el sexo y el dinero. Sin embargo, una mirada hacia atrás, hacia la historia, nos mostraría que en ocasiones más o menos puntuales, revolucionarias a veces, son otros los motivos que llevan al ser humano a escribir las líneas de su existencia, como la lucha por su libertad. Existe además otro motivo fundamental que, sin estar presente conscientemente en nuestra mente sí hace presencia continua en nuestro subconsciente, pudiendo por ello considerarlo tan importante o incluso superior a las demás causas al acompañar al hombre a lo largo de toda su vida, y a la raza humana en toda su historia, salpicando todas las épocas y dándose en todas las civilizaciones: el miedo a la muerte.

Entendiendo la muerte en un doble sentido para la misma palabra, un único capítulo de nuestra vida que tiene dos caras, no sólo hablamos del miedo al fin de la existencia en sí, sino además del miedo a lo que dicho acto presuntamente conlleva una vez finalizada la vida. Y es éste miedo el que, de forma quizás poco consciente, ha marcado y sigue marcando el devenir de la historia humana, así como prácticamente toda organización social, donde dos poderes principales hacían uso de este doble miedo a la muerte a su favor: un poder legislativo-militar que amedrentaba al pueblo con acercar la llegada de la muerte en caso de oponerse al mismo, y un poder religioso que hacía uso del miedo a lo que la muerte misma conlleva y, presuntamente, nos espera una vez finalizada esta vida.



Arriba: como si de un personaje principal se tratase, la Muerte aparece personificada en un medallón del cuerpo bajo de la fachada plateresca placentina, esqueleto acompañado no sólo de la guadaña con la que ejerce su trabajo, sino además de una pala con la que apurar su macabra tarea.

A pesar de ser un tema tabú en muchos círculos, empañado por una superstición que dicta no hablar de aquello que no gusta o no quiere tenerse como acompañante, el tema de la muerte en sí, no como acto, sino como aproximación al vacío, ha sido también un tema a tratar por los artistas de diversas épocas, en la mayoría de las ocasiones más que como muestra de una mentalidad menos timorata y más atrevida, como encargo de los poderes que usaban el miedo hacia la misma para recordar al pueblo la presencia final e imperdonable de la muerte en toda vida. En el mejor de los casos, una llamada hacia el "carpe diem" o disfrute de la vida mientras dura, recordando que toda juventud y toda belleza acabará marchitando según la Muerte va acercándose, o nosotros nos dirigimos irremediablemente hacia ella.

Tanto en edificios civiles, como mayoritariamente en religiosos, la Muerte nos sorprende a veces escondida entre los muros de los monumentos o los ornamentos de alguna portada. Caracterizada desde el siglo XIII como un esqueleto vivo, unas veces cubierto con un manto o túnica y en otras portando el útil con el que sesga la vida, su guadaña, la Muerte aparece también al caminante que desde el siglo XVI viaja hasta Plasencia y admira la fachada plateresca de su Portada Norte, abierta en el muro del evangelio de la conocida como Catedral Nueva, obra iniciada en 1.498 por iniciativa del obispo Gutiérrez Álvarez de Toledo, en una etapa de auge de la ciudad del Jerte, y realizada por Juan de Álava, destacado arquitecto renacentista de comienzos del siglo XVI y gran maestro del plateresco español que dejó también su huella en destacados edificios de Salamanca o Santiago de Compostela.


Arriba: Plasencia, como Salamanca, tiene el orgullo de disfrutar de dos catedrales, la Vieja y la Nueva, ambas unidas y bajo la advocación de Santa María, monumento extraordinario y obra de arte declarado en 1.931 como Monumento Histórico-Artístico, según La Gaceta de Madrid nº 155, de 04 de junio de 1.931, actualmente Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento.

El medallón placentino dedicado a la Muerte aparece en la esquina inferior derecha de la portada, envuelto con el grutesco que domina todo el conjunto plateresco, y como si fuese el último personaje que nos encontraremos en el recorrido visual que haríamos por el monumento, cuya última palabra es ley de vida. Reyes, nobles, santos y religiosos, e incluso personajes mitológicos ceden su turno al postrero personaje que los mira desde su posición aguardándolos con la guadaña y la pala, como si de la famosa "Danza de la Muerte" se tratara. El artista recoge así posiblemente la visión de la vida por la Iglesia Católica que encarga la obra, para la cual la misma y sus placeres son perecederos, y sólo los que vivan cristianamente encontrarán vida después del óbito. Sin duda, todo un relieve artístico que recoge una mentalidad y una filosofía de vivir, una parte de nuestra cultura. Es, un tesoro en el camino.

jueves, 30 de junio de 2011

Ábside mudéjar de Galisteo


Arriba: considerado como el más bello y mejor ejemplo del mudéjar románico de Extremadura, el ábside mudéjar de la parroquia de Galisteo aguarda al viajero en un rincón del pueblo donde el pasado se conjuga con el presente.


A pesar de existir teorías que apuntan hacia un posible origen ancestral de Galisteo, estudios que la sitúan ya durante la ocupación romana junto a la mansio de Rusticiana, e hipótesis que creen ver en la población la fortaleza de Medina Ghaliayah en que Almanzor descansó a finales del siglo X camino de los reinos cristianos del Norte, lo cierto que es el primer documento escrito que nos habla con seguridad de este municipio está fechado en 1.217, durante el reinado de Alfonso IX de León, conocido monarca en las tierras de Extremadura por ser, bajo su mandato, cuando algunas de las plazas y enclaves más relevantes de la región pasen definitivamente a manos cristianas durante el proceso conocido como la Reconquista.

Fue también Alfonso IX un destacado impulsor de la repoblación de los territorios reconquistados, para lo cual, y a diferencia de lo ocurrido en otras fases de repoblación previas, contó con la ayuda de las Órdenes Militares. Así, y tras la reconquista definitiva bajo su reinado de la villa de Alcántara,  los dominios de este municipio, entre los que figuraba Galisteo, son cedidos a la Orden de Calatrava en 1.214, uno de los primeros datos históricos que afectan plenamente a la historia galisteña. Poco tiempo después, y ante la lejanía entre la localidad alcantarina y los calatravos, con base cercana a Ciudad Real, el monarca decide cambiar de Orden a la cual encomendar el cuidado de estos nuevos territorios anexionados al reino. Serán cedidos a la Orden de San Julián del Pereiro la cual, debido a su nuevo asentamiento, comenzará a tomar el nombre de la villa como propio, conociéndose así y desde entonces como la Orden de Alcántara.



Arriba: dividido en dos cuerpos o pisos, el ábside mudéjar galisteño muestra su fábrica a base íntegramente de ladrillo, formando éstos una serie de arcos doblados cegados en el piso inferior del mismo.


Arriba: a diferencia del piso inferior, en el cuerpo superior externo del ábside los arcos de medio punto son simples, mostrando sin embargo en algunos de ellos cierta tendencia al arco apuntado, que nos advierte de la aproximación del nuevo estilo que iba a imperar en los siguientes siglos europeos.
Abajo: visto desde la muralla galisteña, observamos el piso superior del ábside mudéjar de esta localidad, en cuya franja superior aparece un friso decorativo a base de ladrillos en esquinilla, solución decorativa habitual en el mudéjar románico castellano-leonés.




Una vez establecido el nuevo poder político en las comarcas y regiones arrancadas del mapa de Al-Ándalus, y consolidado a través del establecimiento en estas tierras de las Órdenes Militares, quedaba por establecer otro poder tan importante en la época como lo podía ser el militar, incluso mezclado a veces con el mismo en una simbiosis de armas y fe. La religión cristiana, a través de la Iglesia Católica, acompañaba inmeditamente a los nuevos colonos de las tierras reconquistadas, como punto fundamental de una repoblación donde no sólo importaba rellenar con gentes del Norte las tierras ganadas, con mano de obra que trabajara los campos para progreso y consolidación de los jóvenes reinos cristianos, adeptos a la Corona y fieles al Rey que la representaba, sino además fieles de una religión asentada como base principal y fundamental de la cultura de los nuevos dueños del suelo, que disminuyera, o incluso terminara, con  la presencia de otras creencias consideradas como erróneas y enemigas.

Bien para transformar el panorama religioso encontrado en una plaza con posible previo asentamiento musulmán, como ponen de manifiesto los estudios que aseguran ser de fábrica almohade las murallas de la villa, o bien para contar con un enclave donde los nuevos colonos podían ejercitar sus creencias en una posible nueva localidad levantada para asegurar el establecimiento cristiano en la zona, lo realmente seguro es la datación de la primera fase de construcción de la parroquia de Galisteo en el siglo XIII, centuria en la cual comienza la historia escrita del municipio, a la par que la reconquista y repoblación de la comarca.



Arriba: en el muro derecho del ábside podemos encontrar un arco apuntado, también doblado, que aparece en el piso inferior del edificio rompiendo con la simetría de la cabecera, posible antiguo acceso al templo cegado tras su reconstrucción.
Abajo: imagen del ábside mudéjar tomada desde el Norte, donde podemos apreciar cómo su lado izquierdo, al contrario que el derecho, fue totalmente engullido en la ampliación y reestructuración de la parroquia.



Sin embargo y como bien ocurriera en una gran mayoría de municipios extremeños donde las primeras y medievales iglesias fueron transformadas con la llegada de la Edad Moderna, la primitiva parroquia de Galisteo sufrió una serie de reformas que transformó por completo su estructura inicial y primitiva durante el siglo XVI. Casi la totalidad del viejo templo fue derruida para dar paso a la nueva fábrica que aún hoy preside uno de los rincones del pueblo. A pesar de ello se salvó su antiguo ábside, cabecera del templo inicial convertido ahora en capilla del lado de la epístola. Este nuevo uso al que fue sometido esta porción del monumento se debió al cambio de orientación de la parroquia, proyectándose desde entonces el altar hacia el Noroeste, mientras que en el edificio previo lo hiciera hacia el Noreste, rompiendo así con una tradición canónica que iba perdiéndose con el paso de los siglos y que diseñaba los edificios de culto de tal manera que la cabecera mirara a ser posible hacia el oriente, con los pies hacia poniente.

Gracias a la salvaguardia de este vestigio del templo inicial, no sólo se conservaba una parte findamental de la historia y patrimonio del municipio, sino el considerado mejor ejemplo del arte mudéjar románico de la región. Es ésta una corriente artística propiamente hispana y surgida a raíz de la convivencia única que se dio durante el medievo español, unas veces fraternal y otras muchas hostil, entre dos culturas de clara base diferente: la cristiana y la musulmana. A diferencia del arte mozárabe, transmitido por aquellos cristianos que conservaron su religión en tierras andalusíes durante los primeros siglos de presencia islámica en la Península Ibérica, el arte mudéjar ocuparía el puesto contrario, al ser atribuido a aquellos maestros fieles al Islam que, sin huir hacia la protección de los gobernantes andalusíes que quedaban al Sur ni convertirse a la fe cristiana, quedaron en las tierras anexionadas a los crecientes reinos del Norte creando esta corriente a camino entre los movimientos artísticos cristianos, pero con soluciones arquitectónicas islámicas y materiales propios del arte musulmán, principalmente el ladrillo, el yeso y la madera.



Arriba: vista general del interior del ábside mudéjar de Galisteo, convertido en capilla del muro de la epístola de la iglesia de la Asunción tras su reedificación, nuevo templo que sin embargo supo conservar en cuanto a lo mudéjar no sólo esta porción del antiguo monumento, sino además el uso masivo del ladrillo en su portada actual, y bellos artesonados de clara influencia islámica en la techumbre de la iglesia.

La construcción del ábside mudéjar en Galisteo asegura bien una presencia de mudéjares en la zona, o una clara influencia de los mismos en los maestros del momento y del lugar, que construyeron la parroquia original siguiendo las trazas marcadas por los primeros. El uso masivo del ladrillo en su fábrica lo acerca además al mudéjar leonés, también conocido como "románico de ladrillo" por seguir la corriente artística del considerado primer estilo artístico plenamente europeo, el Románico, pero con el uso prácticamente exclusivo en su construcción y al estilo musulmán del ladrillo. Como ya apareciera en iglesias como la de San Tirso de Sahagún (León), el ábside galisteño presenta dos pisos superpuestos y compuestos por sendas series de arcos murales cegados (enlucidos tras la última restauración), arcos de medio punto doblados en el piso inferior, y muy ligeramente apuntados en el superior, indicando así la cercana presencia del nuevo estilo artístico que ya empezaba a imperar en Europa, y que bajo el nombre de Gótico eclipsaría al Románico hasta la total extinción de este último.

Ligeramente apuntado también se nos presenta un gran arco que difiere de los demás en el piso inferior y en el lado derecho del ábside, posiblemente antigua puerta de acceso al templo. Bajo este piso, y como base del monumento, aparece un zócalo de mampostería a base de cantos de río, siguiendo el estilo particular de la muralla de la población. Tres vanos que dan luz al interior del edificio se ubican en el piso superior, enmarcado a su vez el central por otro arco que rompe entre la serie de esa planta. Como remate del edificio, y rompiendo con la simetría de la estructura, una estrecha franja o friso de ladrillos en esquinilla se presenta como decoración del ábside. En su interior, y siguiendo las bases del Románico tradicional, un tramo recto abovedado con medio cañón, apuntado en este caso, termina en bóveda de cuarto de esfera bajo la cual, lugar del altar siglos atrás, se venera actualmente el sagrario del templo.


Cómo llegar:



Arriba: desde la Puerta de Santa María, al Este de la villa, se observa el ábside mudéjar galisteño así como el muro de la epístola de la iglesia de la Asunción, cuyo campanario se erige sobre el arco de acceso al municipio.

La villa de Galisteo, enclavada en la comarca cacereña de las Vegas del Alagón y regada por el río Jerte, se encuentra a camino entre las localidades de Plasencia y Coria, siendo un lugar de paso entre ambas y parada en la carretera regional EX-108, que une el municipio cauriense con la carretera nacional N-630, a la par que con la autovía A-66, poco antes de llegar a Plasencia, según subimos hacia el Norte desde la capital provincial.

Recomendando desde este blog dejar nuestro vehículo estacionado en alguna calle o rincón extramuro del pueblo, podremos encontrar el ábside mudéjar, así como la parroquia de la Asunción a la que pertenece, dentro del pueblo intramuros y junto a la Puerta de Santa María de la muralla medieval de la localidad, abierta en la cara noreste de la misma. La muralla galisteña puede ser recorrida íntegramente por su cara externa, e incluso son de acceso libre la mayoría de sus adarves. Un paseo circundando la misma nos llevará, antes o después, hasta el histórico rincón del municipio donde muralla y ábside conviven desde siglos atrás, a la par que nos permitirá disfrutar del casco histórico de Galisteo, cuyo conjunto fue declarado en 1.991 como Bien de Interés Cultural con la categoría de Conjunto Histórico (DOE nº 69, de 10 de septiembre de 1.991).

viernes, 24 de junio de 2011

Aljibe musulmán del castillo de Medellín


Arriba: datado en el siglo XII, el aljibe hispano-musulmán del castillo de Medellín conserva, junto a sus arcos túmidos y restos de almagre, el sabor de otra época donde lo belicoso se mezclaba con el exotismo de la cultura musulmana.

A pesar de ser uno de los municipios más antiguos de Extremadura, cuyo origen se remonta a la época romana republicana, fundada por el cónsul Quintus Caecilius Metellus, en cuyo honor recibiría su nombre, siempre estuvo eclipsada por la cercana y más joven Emérita Augusta. Incluso hoy en día la capital de su comarca, la cercana Don Benito, sigue ensombreciendo la importancia de este núcleo en la zona. Sin embargo, el nombre, la historia, los monumentos y hasta su más ilustre hijo conquistador del Imperio Azteca no dejarán de brillar por sí mismos. Hablamos de la villa pacense de Medellín.

Levantada sobre un cerro y su falda sur en la margen izquierda del río Guadiana, que riega el municipio, Medellín ha sabido recuperarse de los numerosos conflictos y guerras en que se ha visto engullida. A pesar de la desaparición por este motivo de algunos de sus monumentos, otros se siguen irguiendo majestuosos en lo alto de la colina que corona el pueblo, lugar donde antiguamente se emplazaba la población, al refugio de su castillo. Allí, un teatro romano del que se conocía la existencia pero no la importancia y vestigios arqueológicos conservados, recientemente restaurado, nos habla de la riqueza del patrimonio del municipio. Sin embargo su excavación ha eclipsado nuevamente otro hallazgo anterior y que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XX: el aljibe hispano-musulmán del castillo.



Arriba: junto a la Torre del Homenaje del castillo de Medellín, levantada en el flanco sur del mismo, el aljibe musulmán permanecía enterrado y cubierto de escombros, descubriéndose tras la restauración este magnífico ejemplo de arquitectura andalusí.
Abajo: vista general del exterior del aljibe musulmán de Medellín, donde podemos apreciar la superficie externa de sus bóvedas y los dos vanos que servían primitivamente para extraer las aguas allí almacenadas.




Durante la dominación árabe de Extremadura, Medellín se convierte en un punto estratégico de la región, gracias a su emplazamiento, localización y geografía del lugar, que la convertían en un punto de fácil defensa, y control del paso de la zona, camino entre Mérida y Córdoba. Así, tras la conquista musulmana del enclave en el siglo VIII, los mandos musulmanes deciden reconstruir la antigua fortaleza romana, donde hoy se ubica el castillo y en cuyas bases aún pueden observarse hoy en día presuntos sillares romanos. Alejada la población de la frontera que durante siglos mantuvieron los reinos cristianos del Norte con Al-Andalus, cuyos dominios alcanzaban sin problemas las vegas del río Tajo, Medellín vivió una etapa de prosperidad durante los primeros siglos de ocupación islámica. Algunos historiadores contemporáneos a aquella época nos hablan en sus escritos de un Medellín ampliamente poblado, como atestiguan Al-Bakrí, en el siglo X, o Al-Idrisi en el XII.

Con el paso de los siglos y como ocurriera en otras zonas de la región, así como de la Península Ibérica, tras la caída del Califato de Córdoba y la consolidación de los primeros reinos de taifas, el avance cristiano comenzó a fraguarse seriamente y a llegar a Extremadura, alternándose en muchos puntos la ocupación cristiana con la musulmana, en una etapa de conflictos y cambios de poder tanto dentro como fuera de los mismos reinos. Tras pertenecer al reino aftasí de Badajoz, y ser recuperada primero por los almoravides, y después por los almohades de manos de los cristianos del Norte, Medellín vivirá un último periodo de presencia musulmana hasta su reconquista definitiva en 1.234 por Fernando III el Santo, consolidando la ocupación que su padre, Alfonso IX de León, no pudo conservar en 1.229 tras dos años de reconquista, como sí lo hiciera por entonces con Cáceres y Badajoz.



Arriba: aspecto que presenta el acceso al interior del aljibe, posiblemente de fábrica posterior a su obra inicial islámica, con entrada en la cara oriental del mismo, donde también se abren sus vanos, defendida por un muro de adobe.
Abajo: imagen de la puerta de acceso al aljibe, vista desde el interior del mismo, con varios escalones enlosados que nos conducen a la nave sur del edificio.


Bien por los continuos conflictos que sufrió la villa en los siglos posteriores, o influenciado quizás por el odio hacia una religión considerada enemiga, tras la ocupación definitiva del enclave por el reino cristiano de Castilla todo vestigio del periodo andalusí en el municipio fue poco a poco borrado. La fortaleza musulmana sufrió una reforma continua que le llevaron a alcanzar el aspecto que hoy en día nos presenta este castillo, uno de los mejor conservados del medievo cristiano en Extremadura, con forma alargada y un cuerpo dividido en dos por un muro central rematado en cada lado por dos grandes torres, algo poco habitual en la arquitectura militar de la época. Sin embargo, y debido posiblemente a su innegable utilidad, se supieron conservar de la etapa andalusí una alberca y un aljibe de dos naves, éste último de incalculable valor histórico artístico, no sólo por la calidad de su fábrica, sino además por ser uno de los escasos ejemplos que hoy en día se mantienen en pie de aquella época no sólo en nuestra región, sino en toda España.



Arriba: abiertos junto a las bóvedas de ladrillo que cubren las dos naves del monumento, dos vanos para la extracción del agua acumulada se abren en la cara oriental, uno en cada una de ellas, detallado aquí el correspondiente a la nave norte.


Arriba: para la acumulación del agua en su interior, el aljibe musulmán de Medellín disponía de dos aberturas realizadas en sus bóvedas, una para cada una de sus naves, y opuestas la una de la otra.
Abajo: la abertura para la obtención de agua de la nave norte se abre justo encima del vano de mencionada nave, en la cara oriental del edificio, mientras que su igual de la nave sur, en la imagen superior, se encuentra en la esquina occidental de la bóveda.



El aljibe hispano-musulmán del castillo de Medellín está datado, según la mayoría de los estudiosos, a finales del siglo XII, por lo que supuestamente su fábrica se debe a manos almohades, que durante su presencia en estas tierras decidieron consolidar y reconstruir muchas de las fortificaciones y alcazabas existentes, como ya hicieran con las murallas de Cáceres o la alcazaba de Badajoz. En el caso metellinense, decidieron construir dentro de los muros de la fortaleza un aljibe clasificado dentro de los de dos naves, cuya función era fundamentalmente práctica y necesaria en un enclave de uso militar donde los asedios iban en aumento y la necesidad de disponer de agua era primordial.

El edificio, de planta rectangular, cuenta con 6,15 metros de largo por 4,50 metros de ancho, perpendicular al diseño rectangular actual del castillo y dentro del recinto oriental del mismo. Se compone de dos naves cubiertas cada una por bóveda de cañón realizadas con ladrillo, y separadas en su interior por una arquería basada en dos arcos túmidos (o de herradura apuntado), que descansan sobre dos pilares igualmente de ladrillo, en su unión con los flancos del aljibe, así como en una columna de sencillo capitel y amplio ábaco, colocada en el punto central del edificio y cuyo liso fuste de pieza pétrea única alcanza el suelo sin necesidad de basa alguna.



Arriba y abajo: vistas generales de los arcos túmidos que conforman la arquería interior del aljibe musulmán de Medellín, con el arco oriental visto desde la nave norte en la imagen superior, y su paralelo visto desde la nave sur bajo estas líneas.


Alrededor de los arcos, enmarcados por cada cara en un alfiz, se conserva aún el almagre rojizo o recubrimiento con que se trató primitivamente la construcción para su uso hidráulico, cubriendo el enlucido de las paredes, levantadas con ladrillo y mampostería. Tal arcilla cubría los poros del interior del monumento, protegiéndolo de la acción del agua embalsada, obtenida a través de dos aberturas superiores abiertas respectivamente en cada una de las bóvedas, opuestas la una de la otra y realizadas muy cerca de su unión con la pared. Posiblemente un antiguo sistema de acanalamientos recogía el agua de la fortaleza condiciéndola hasta esta zona, de donde pasaban al aljibe a través de sendos sumideros descritos. Posteriormente, para la extracción del agua, se haría uso de dos vanos abiertos respectivamente también bajo cada una de las bóvedas, en su flanco oriental, a considerable altura vistos desde el interior, pero probablemente a bajo nivel desde el exterior, si consideramos la posibilidad de que el aljibe estuviera primitivamente semienterrado en el interior de la antigua fortaleza musulmana, a mayor profundidad incluso de como lo vemos actualmente.

Hoy en día la visita a su interior es posible gracias a la existencia de una entrada protegida que nos conduce a la nave sur del edificio, permitiéndonos así adentrarnos no sólo en un monumento único en su estilo, sólo equiparable a los aljibes musulmanes de Trujillo o al del Palacio de las Veletas en Cáceres, sino además a un pasado lejano donde, a pesar de la dureza de los tiempos y los continuos enfrentamientos entre pueblos, se supo alcanzar la belleza y plasmar el exotismo de una cultura de origen distante, para uso de aquel entonces y herencia histórica y cultural que poder disfrutar en la actualidad.



Arriba: destacando en el interior del monumento, una columna pétrea sencilla sostiene parte de la arquería que divide en dos el edificio, coronada con sencillo capitel pero un grueso ábaco.
Abajo: detalle del interior del aljibe hispano-musulmán metellinense donde podemos apreciar el almagre rojizo que cubría como protección frente a la acción del agua embalsada las paredes del mismo, aumentando a la par la belleza y valor del mismo.



Cómo llegar:

La villa de Medellín, ubicada en plena comarca pacense de Vegas Altas, se encuentra comunicada con las capitales de mencionada demarcación, Don Benito y Villanueva de la Serena, a través de la carretera autonómica EX-206. Mencionada vía la une, además y en sentido opuesto, con Santa Amalia, localidad enclavada en plena carretera nacional N-430, que a nivel estatal une el Oeste y el Este del país, comunicando Badajoz con Játiva (Valencia). Cercana a ésta localidad, mencionada carretera nacional mantiene un acceso a la misma desde la Autovía del Suroeste, o A-5, que encontraremos nada más pasar junto al municipio de Torrefresneda, si nos dirigimos a Madrid partiendo de la capital autonómica.

Accediendo al pueblo desde Santa Amalia, y tras atravesar su histórico puente medieval, con el castillo bien presente a nuestra izquierda, un cartel nos indicará hacia esa mano la subida al denominado Parque Arqueológico, cuya entrada veremos poco más adelante junto a los restos de la antigua Puerta Coelli de la villa, a los pies del cerro que domina el municipio así como de la iglesia de San Martín, donde podremos dejar el vehículo para subir después andando la cuesta que nos lleva a la fortificación.

El castillo de Medellín mantiene una tarifa habitual y por persona de 2 euros como entrada. Los horarios para acceder al monumento varían según la época del año y día de la semana en que lo visitemos, por lo que recomendamos desde este blog ponerse previamente en contacto con el Ayuntamiento de la localidad antes de  viajar a la misma. El teléfono de contacto de la Oficina de Información Turística de Medellín es el 924822438.




Arriba: desde la orilla derecha del Guadiana podremos observar esta imagen general del castillo de Medellín, monumento de incalculable valor histórico por su herencia medieval que le permitió la declaración en 1.931 de Monumento Histórico-Artístico, publicada en La Gaceta de 04 de junio de mencionado año, actualmente Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento.

viernes, 17 de junio de 2011

Fortaleza musulmana de Makjada Al-Balat, en Romangordo


Arriba: destacando sobre las ruinas de la fortaleza, los restos de dos torres vigías permanecen aún en pie, recordando al viajero la majestuosidad de la ciudadela en tiempos mejores.

Que la Edad Media en Europa fue una etapa bélica en general, y en la Península Ibérica en particular, es un hecho indudable. Luchas y guerras que acompañan a la raza humana en estos siglos de luces y sombras y que protagonizan los episodios más destacados no sólo de entonces sino a lo largo de toda su historia. Luchas entre reinos, entre vecinos e incluso entre hermanos que desean imponer su ley o someter al otro cuando la razón, o sin llegar a apelar a ella, no logra triunfar en el tablero de juego.

La Edad Media de la Península Ibérica destacará por un cambio en el transcurso de la historia ocasionado tras una batalla cuya repercusión durará más de siete siglos y que marcará todo el devenir del medievo hispano. Es en el año 711 cuando una nueva religión surgida en la Península Arábiga llega hasta las puertas del Reino Visigodo de Toledo, con más deseos de conquista que de enseñar la nueva fe. Con la batalla de Guadalete no sólo cae el rey Don Rodrigo, sino todo su reino y una etapa histórica que será relevada por las Españas musulmana y de los reinos cristianos, cuyas relaciones se basarán principalmente y desde entonces en una serie de cruentas batallas bajo el lema cristiano de la Reconquista, nombre dado a sus supuestas intenciones morales de recuperar las tierras que un día perdieron sus antepasados, pero que encierran más que nada razones políticas y el odio hacia otra cultura cuyo final no llegará definitivamente hasta 1.492, época en la que el medievo de estas tierras está tocando su fin  y que supone el último capítulo de la presencia del Islam en esta parte de Europa.



Arriba: vista general de la muralla sur de Makjada Al-Balat, opuesta al cauce del río Tajo y con los torreones vigías como fondo.

Tras la conquista musulmana de la Península Ibérica, y la posterior creación de los reinos cristianos al Norte de la misma, una franja despoblada se marcará en el mapa entre los ríos Duero y Tajo durante los primeros siglos del medievo, dibujándose un territorio donde las disputas entre ambos frentes son frecuentes, con más ansias de botín y saqueo entre ambas facciones que de conquista. Es por esta razón por la cual en el siglo X y durante el reinado del califa cordobés Abderramán III, se decide proteger la orilla izquierda del río Tajo, aprovechándose uno de los escasos vados que existen a lo largo de la vega de este torrente para levantar allí, sobre una explanada que domina el cauce y donde al parecer ya hubo asentamientos anteriores, una ciudadela fortificada que recibirá el nombre de Makjada Al-Balat o Medina Al-Balat, cuyo topónimo traducido por "camino empedrado" aludiría a la antigua vía romana que unía Emérita Augusta con Toletum, trazada junto a la nueva ciudad y que permitiría a ésta comunicarse con la Mérida musulmana, capital de la Cora de su mismo nombre y a la que pertenecía, provincia del califato andalusí precedente del posterior reino taifa de Badajoz.



Arriba: detalle de los restos de uno de los lienzos de la muralla sur, donde se puede apreciar el material de construcción del muro defensivo.
Abajo: vista general del lado oeste de la fortaleza de Al-Balat, conservándose restos de una de las torres o cubo defensivo de la muralla, tapado actualmente por un árbol, a la derecha de la imagen.



La época de esplendor de la ciudadela de Al-Balat tendrá lugar entre los siglos X y XI, cuando tras el desmoronamiento del califato cordobés surjan los reinos taifas, y Makjada Al-Balat se convierta en la capital de una nueva Cora dentro del reino de Badajoz, cuyos dominios abarcarán desde Gredos hasta la ciudad de Medellín, territorios del Este de la actual región de Extremadura. Es también en esta época cuando se escriben los capítulos más relevantes de su historia, al pasar continuamente de manos musulmanas a cristianas, frontera entre dos culturas que con el paso de los años se iba asentando más al Sur, según progresaban los reinos cristianos y sus deseos de ampliar el territorio, así como disminuía el poder islámico en la Península y era dinamitado por sus tensiones y luchas internas. Alfonso VI de León la reconquistará por primera vez en 1.084, recuperándose treinta años después por los musulmanes bajo las órdenes de los almorávides. Nuevamente será hecha cristiana en época de Alfonso VII (1.144), donándola Alfonso VIII en 1.195 a la Orden Militar de los Hermanos de Trujillo, poco antes de perderla ante los almohades, a los que se la arrebataría definitivamente después, ya en el siglo XIII.



Arriba: imagen de la esquina noroeste de la fortaleza, cercana al actual cauce del río Tajo.
Abajo: restos de lienzo de muralla en el frente norte, mejor conservados que los demás por la mejor calidad de los materiales utilizados en su fábrica, orientada hacia las tierras enemigas.



Caída la ciudadela, abandonada por sus habitantes musulmanes y movida de una frontera que se desplaza hacia el Sur, la fortaleza de Al-Balat pierde su importancia estratégica y, con ello, su razón de existir. Relegada a una sencilla villa que apenas se mantendrá hasta el final del medievo, los repobladores cristianos fundarán aldeas  y alquerías alrededor que poco a poco ganarán importancia frente a ésta. Sin embargo, sí tomaran el nombre de la antigua ciudad para organizarse, creándose en época de Fernando III el Santo (siglo XIII) la denominada Campana de Albalat, una especie de concejo único bajo el que se asociaban los distintos municipios de la zona y al que pertenecía Romangordo, localidad en cuyo término se ubican actualmente las ruinas de la fortaleza. Tras la visita en 1.339 por Alfonso XI a la villa de Albalat, no se tendrán más noticias de ésta en los siglos sucesivos, despoblándose poco a poco y desapareciendo. Sólo algunas casas aisladas y ventas surgirán alternativamente después, alojando a los viajeros que tomaban la antigua ruta Madrid-Lisboa y que aún hoy en día junto a ésta discurre, relegada a un segundo plano desde la aparición de la Autovía A-5.


Arriba: aspecto que presenta el muro norte de la ciudadela, donde se conservan restos de uno de los torreones de la fortaleza.
Abajo: detalle de mencionada torre de vigilancia, levantada a los pies del río Tajo.


Tras el definitivo abandono de la ciudadela, su enclave se convertirá en cantera para el resto de municipios. Se conservarán solamente algunos tramos de la muralla original, construida a base de tapial fabricado a base de cantos y piedras argamasados con barro, paja y cal. De estructura rectangular, su lado norte ofrece una mejor calidad en los restos de sus muros al usarse en ellos mampostería, sabia decisión al ser éstos los que miraban hacia las tropas enemigas, asentadas en la otra orilla del Tajo, que por allí baña los terrenos de la fortaleza. Los muros del Este, por otro lado, quedaron totalmente destruidos a finales del siglo XX durante la construcción de la Autovía del Suroeste, al instalarse allí un taller de montaje de armazones. Dentro del recinto se conservan los restos de dos torreones vigías levantados junto al muro sur, edificaciones destacadas dentro de las ruinas del conjunto y apenas separados entre ellos, salvaguardando la memoria del lugar y recordando la majestuosidad que debió tener la obra siglos atrás.

En 2.001 y debido a la bajada del nivel del Tajo por la apertura de las compuertas del embalse de Torrejón, la necrópolis musulmana de la ciudad, fuera de sus murallas y al Norte de la misma, quedó momentáneamente al descubierto. Desde entonces varias excavaciones han tenido lugar en la zona, descubriéndose restos del hamman y de otros edificios propios de las ciudades musulmanas medievales, haciendo de Makjada Al-Balat un yacimiento único para el estudio de esta época de nuestra historia y del pasado de nuestra región.



Arriba: vista general del torreón vigía oriental, conservándose de él una mayor altura y proporciones.
Abajo: imagen donde podemos observar ambos torreones, con el occidental en primer término, macizo en su base y con fábrica de tapial propiamente musulmana.


Cómo llegar:

Ubicada antiguamente la fortaleza junto a la calzada romana que unía Mérida con Toledo, la antigua ruta Madrid-Lisboa conservó mencionado trazado,  aprovechándose además la infraestructura del Puente de Albalat o Almaraz, que cercano al yacimiento sigue en uso desde su construcción en el siglo XVI, para la consolidación de la carretera nacional N-V. El yacimiento se ubica en el kilómetro 203 de mencionada vía, punto al que podremos acceder si desde la Autovía del Suroeste, en sentido Madrid, tomamos la salida nº 207. Un motel-restaurante abandonado, con el nombre de Moya, persiste en mencionado kilómetro, donde podremos aparcar para bajar andando por los restos de la antigua carretera nacional, que quedaron sin uso tras la construcción del embalse de Torrejón, y que se acercan a la fortaleza, discurriendo junto a los muros del Sur de la misma. Su acceso es libre.



Arriba: vista general del enclave, junto al río Tajo, que podemos observar desde el torreón vigía oriental que se conserva al sur del mismo; destacan los lienzos de la muralla norte, así como el resultado de algunas de las excavaciones, tapadas en tiempo de descanso, en el centro del yacimiento.

miércoles, 1 de junio de 2011

Tesoros del camino: capiteles visigodos en la parroquia de Trujillanos


Arriba: vista general del muro de la epístola de la parroquia trujillanense de la Santísima Trinidad, en cuya pequeña portada se salvaguardan dos curiosos capiteles de origen visigodo.

Aunque algunas de nuestras ciudades y municipios pueden presumir de una larga historia cuyas primeras páginas se comenzaron a escribir a comienzos de nuestra era, o incluso varios siglos antes, la gran mayoría de las localidades extremeñas surgieron una vez finalizada la Reconquista de la región, como parte de una política de repoblación del territorio que pretendía sumar vecinos a unas tierras de baja densidad de habitantes, así como traer a las nuevas comarcas cristianas fieles que contrarrestaran la presencia de otras religiones y otras culturas vencidas.

No por ello las comarcas en repoblación carecían de historia, habiendo conocido el paso de diversos pueblos que ya antes habían hecho de aquellas tierras su hogar, y cuya presencia quedaba atestiguada en algunos casos con yacimientos próximos a las nuevas poblaciones, o vestigios reutilizados en su construcción, dotando a las municipios de unas raíces utópicas sobre las que asentar su nueva historia y afianzar la misma.


Arriba: detalle de la pieza visigoda tallada y reutilizada como capitel en la jamba izquierda de la puerta de la epístola parroquial.
Abajo: hermana de la anterior, la jamba derecha está coronada por otra pieza de proporciones parecidas, pero con distinta decoración lineal.

La localidad de Trujillanos fue fundada en 1.327 a raíz de la Carta Puebla que el Maestre de la Orden de Santiago Vasco Rodríguez de Cornago otorgó a Mérida para repoblación de este lugar cercano a la misma, con gentes venidas de Trujillo que dieron nombre a la población. De pequeñas dimensiones, el municipio se extendió a lo largo del Camino Real a Madrid, que atraviesa la localidad en su totalidad, siguiendo hoy en día conectada con la actual vía de comunicación que une Mérida con la capital del Estado, existiendo accesos señalados desde la autovía nacional A-5. En medio del antiguo trayecto que dio vida al pueblo se edificó en el siglo XV la iglesia parroquial del mismo, consagrada a la Santísima Trinidad y en la que destaca su torre fachada coronada por múltiples nidos de cigüeñas que hacen del monumento su hogar. Pero si hay algo curioso en la obra serían los capiteles de las jambas de la portada del muro de la epístola, o impostas del arco que da forma a dicha puerta: dos piezas visigodas talladas y labradas en granito.

De dimensiones parecidas pero no idénticas, las piezas visigodas de Trujillanos presentan una decoración sobria y tosca, con ciertas bolas labradas en el sillar ubicado al lado izquierdo, y lineal en el derecho, visualizándose en las caras externas de las mismas. Aunque se desconoce el origen de los sillares, a juzgar por su decoración discreta y ruda posiblemente procedieron de algún sencillo edificio visigodo construido en esta zona rural cercana a Emérita Augusta, ciudad que supo mantener su importancia urbanística con la llegada de los visigodos a Hispania. Varias ermitas y basílicas rurales se levantaron por la comarca, con menor calidad constructiva que aquéllas que aparecían en la urbe pero sirviendo religiosamente a los pobladores de los alrededores de la gran ciudad. Seguramente como vestigios de algún yacimiento cercano al municipio, o incluso encontradas a la hora de fundar el mismo, aparecieron estos dos recuerdos de otra época que los nuevos vecinos quisieron salvaguardar como parte del nuevo templo, considerándolas un tesoro histórico del municipio, y siendo ahora para el viajero todo un tesoro que puede hallar en su camino.


Arriba: vista general de la portada del muro de la epístola, embellecida y enriquecida por las dos piezas visigodas colocadas como impostas del arco de medio punto que conforma la misma.
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