viernes, 23 de marzo de 2012

Aljibe mayor del Castillo de Trujillo



Arriba: diseñado en forma de L invertida y con 12,5 metros de longitud en su lado superior, el aljibe mayor del Castillo de Trujillo, junto con su hermano de menores dimensiones, ha surtido de agua a las huestes militares que allí han acampado, desde que se erigiera el recinto militar como enclave defensivo de una de las plazas más destacadas de la mitad septentrional del Al-Ándalus califal.

Cuenta el geógrafo y cartógrafo hispano-musulmán Abú Abd Alláh Muhammad al-Idrisi, más conocido como sencillamente Al-Idrisi, o El Idrisi, que la villa de Trujillo “es grande y parece una fortaleza. Sus muros están muy sólidamente construidos y hay bazares bien provistos. Sus habitantes, tanto jinetes como infantes, hacen continuas incursiones en el país de los cristianos. Ordinariamente viven del merodeo y se valen de ardides”.  Esta cita del viajero ceutí del siglo XI es una de las pocas fuentes escritas que nos hablan del pasado musulmán de la ciudad de Trujillo, llamada por aquel entonces Torgielo, Torgelo o Turyila, tras haberse conocido como Turgalium por los romanos o como Turcalion por los visigodos. La cita, aunque escueta y aparentemente anecdótica, es, sin embargo, un lujoso referente del que poder extraer información histórica sobre el pasado hispano-musulmán de Trujillo, no sólo por ser una de las escasas fuentes  contemporáneas a esa fase medieval que nos describen el ayer de la ciudad durante su periodo islámico, sino además y fundamentalmente por recoger detalles muy puntuales y concisos de la plaza en aquellos días, de su actividad mercantil y de sus gentes, demostrando así el desarrollo e importancia que Trujillo mostraba y poseía en Al-Ándalus, realidad histórica apoyada además por otra fuente de la que emana información a pesar de no ser una base escrita: la arquitectura hispano-musulmana conservada de aquella época.





Se considera la probabilidad de que el Trujillo hispano-musulmán, compuesto de alcázar y medina, abarcara espacialmente el mismo terreno que siglos después acogiera el actual casco histórico intramuros de la ciudad extremeña. Mientras que en el enclave donde encontramos hoy en día la Plaza Mayor de la localidad pudiera haberse celebrado antaño el mercado musulmán o situarse en esa explanada exterior el zoco de la ciudad, de donde pudo heredar la tradición mercantil y de donde pudiera provenir el nombre de Azoguejo con que se conoce a una plazuela cercana, en el espacio intramuros la iglesia de Santa María podría haberse construido sobre el enclave que acogió previamente la mezquita de Torgielo, salvándose para la posteridad varios aljibes de la época bajo las calles y palacios trujillanos (magnífico ejemplo sería la cisterna califal de la calle del Altamirano), y posiblemente reutilizándose desde entonces la alberca cuyo origen algunos han querido atrasar hasta la época de dominación romana.





Es sin embargo el mayor y más importante monumento legado por la población hispano-musulmana a Trujillo el castillo que, probablemente desde comienzos del siglo X, corona el cerro granítico conocido como de Cabeza de Zorro, considerado el punto origen de la localidad y enclave más alto de la misma desde el cual se puede divisar prácticamente toda la comarca a cuyas tierras la ciudad da nombre. Respondió la construcción de este fuerte durante los primeros años de la época califal a un plan defensivo con el que el Califato Cordobés quería contrarrestar los ataques que los reinos cristianos del Norte peninsular lanzaban contra las tierras septentrionales andalusíes, especialmente tras ocupar los asturianos y leoneses los territorios que antes no eran considerados de nadie, moviendo sus fronteras hasta incluir en ellas la vega del río Duero, y reconstruir la ciudad de Zamora en el año 893, convirtiéndose ésta desde su incorporación al reino de León por Alfonso III en la fortaleza más importante para los cristianos de la mitad occidental peninsular, repoblada por los mozárabes toledanos que veían en el avance de los reinos que tomando como estandarte la Cruz de Cristo avanzaban hacia el Sur una oportunidad de retomar sus vidas lejos de un gobierno musulmán que toleraba sus creencias y costumbres a la par que los perseguía, según el rigor religioso con que el soberano de turno reinara.





Pertenecía Trujillo a la denominada Marca o Frontera Inferior, llamada Al-Tagr al-Adna por los musulmanes, que junto a las Marcas Media y Superior conformaban las zonas fronterizas de Al-Ándalus con sus vecinos del norte peninsular. Se dividían éstas a su vez en Coras o subdivisiones administrativas, ocupando prácticamente la totalidad de la Marca Inferior la denominada Cora de Mérida, germen del posterior reino taifa de Badajoz y donde la antigua capital lusitana encabezaba los territorios noroccidentales andalusíes, entre la vega del río Guadiana y el Océano Atlántico. Conocida como Xenxir en época emiral, la Cora de Mérida poseía un eminente carácter militar debido a su carácter fronterizo, con una economía pujante heredera de épocas previas, y una población donde los berberiscos o beréberes contaban como uno de los grupos a destacar por su poderosa colonización e intervención en el devenir de la historia de la zona.






Varias fueron las tribus beréberes que se asentaron desde comienzos de la ocupación islámica y especialmente durante el periodo emiral a lo largo y ancho de los territorios que conforman la actual región de Extremadura. Destacan, entre todas ellas, las de Nafza y Miknasa, distribuyéndose principalmente los primeros en la zona nororiental, y los segundos en la comarca de la Serena. Mientras que los Nafzíes mantenían como núcleo principal de su presencia la fortaleza de Al-Vaqqas, bautizada por los cristianos como Vascos, en la actual provincia de Toledo, los Miknasíes presentaban como plaza clave la de Al-Asdam, población desaparecida y cuya localización aún hoy en día es un misterio, pero que algunos estudiosos han querido localizar bajo la actual Zalamea de la Serena, basándose en la traducción de la nomenclatura árabe de la perdida ciudad, entendida como “la de las columnas”, posible alusión al dystilo romano que decora la localidad pacense. El límite de los territorios ocupados por ambas tribus englobaría posiblemente las actuales Tierras de Trujillo, teniéndose constancia de que fuera esta localidad un punto de acogida de gentes de ambas ramas beréberes, huidos tras protagonizar abortados levantamientos contra el poder emiral, abundantes éstos durante los siglos VIII y  IX, y germen y antecesores de los jinetes que Al-Idrisi, varios siglos después, describía como ejecutores de las continuas razzias acometidas por los cercanos reinos cristianos.





Las incursiones contrarias realizadas en la zona andalusí por los furtivos leoneses llevó, un siglo después de la llegada de los beréberes a la ciudad, al establecimiento del cinturón defensivo que en esta parte del emirato y posterior califato defendía los territorios gobernados bajo el signo del Islam. Entraría Trujillo a formar parte de la línea defensiva junto a las fortalezas de Cáceres, Santa Cruz de la Sierra y Montánchez, con las que mantenía contacto visual desde el punto más alto de la ciudad, enclave ideal por ese motivo para levantar allí  el castillo que siglos más tarde aún se conserva. Considerada esta fortaleza de fábrica ligeramente posterior a la Alcazaba de Mérida, erigida en el año 835, comenzó posiblemente la edificación del Castillo de Trujillo durante la segunda mitad del siglo IX o comienzos del siglo X,  coincidiendo con la frontera histórica entre la desaparición del Emirato andalusí y el origen del Califato Cordobés, tras el ascenso al trono de Abd al-Rahmán III y época dorada de la España musulmana. Se siguieron para su construcción los esquemas propios de las alcazabas musulmanas de aquella época, tomando como ejemplo más cercano la mencionada fortaleza emeritense. Prácticamente hermético, sin ventanas y con escasas puertas que lo comunican con el exterior, bellamente rematada la principal en arco de herradura,  sus muros se elevaron usando para su construcción sillares graníticos, muchos de ellos reaprovechados de extintas construcciones y panteones romanos, entre los que aparecen algunas piezas pizarrosas, y colocados fundamentalmente en base a continuas hiladas.






Apareció en esta primera fase constructiva el denominada Patio de Armas, recinto cuya extensión alcanza los 2.000 m2 y con estructura cuadrangular, defendido por ocho torres adyacentes a sus muros y con dos portadas de acceso. Durante la ocupación almohade, dos siglos después, la fortaleza se vería incrementada en su planta con una Albacara, recinto adyacente al núcleo primitivo por su lado occidental, de plano hexagonal y con dos nuevas puertas y mayor número de torres, algunas de ellas albarranas. Toda su estructura sigue así un planteamiento propiamente militar, final al que iba dirigida su construcción. Sin espacios destinados a zonas residenciales, sí se dotó a la fortaleza de dos aljibes con los que recoger suficiente agua para abastecer a las pobladas tropas que allí acamparían, y con el que poder subsistir en caso de prolongado asedio. Ambas cisternas se ejecutaron en el espacio interior del Patio de Armas, una de ellas ubicada junto al muro oriental del mismo, mientras que la otra, de mayores dimensiones, se creó entre los flancos norte y occidental del castillo.





Mientras que el aljibe menor cuenta con 9 metros de longitud y 2,40 metros de anchura en la mayor de sus dos naves, el aljibe mayor del Castillo de Trujillo alcanza los 12,5 metros de largo y cuenta con ocho cámaras, englobado por ello dentro del grupo de aljibes hispano-musulmanes de más de dos naves de la Península Ibérica, conjunto en el que se integran también otras cisternas extremeñas como el cacereño Aljibe del Palacio de las Veletas,  o el ubicado bajo la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en Benquerencia de la Serena. Con planta irregular, este aljibe trujillano presenta una estructura rectangular desde el exterior, mas el interior responde a un original y poco común trazado en forma de L invertida. Muy reformado con el paso de los siglos, existe actualmente un acceso al interior del mismo a través de una escalinata que conduce directamente a la primera de las cámaras, accediendo por lo que sería el lado interno del brazo más largo de la L invertida. A la izquierda de la misma veríamos el segundo habitáculo, separado del primero por un alto arco de medio punto que supera los 2 metros de altitud, mientras que al lado oriental del mismo encontramos el acceso reforzado al brazo pequeño de la cisterna, donde tienen cabida dos de las seis cámaras restantes, separadas entre sí por un muro horadado con cinco arcos de medio punto de baja altura, sostenidos los dos centrales por un tosco fuste pétreo. De allí se accede hacia el último tramo del aljibe, paralelo al trecho por el que se entra al depósito. Residen allí cuatro cámaras de pequeñas dimensiones cada una, separadas entre sí nuevamente por altos arcos de medio punto, mientras que los dos habitáculos más occidentales mantienen comunicación con las cámaras primera y segunda a través de bajos arquillos.



Siete son los brocales con que cuenta el Aljibe mayor del Castillo de Trujillo y que permiten la recogida del agua de lluvia desde el exterior. Muestran algunos de ellos restos del revestimiento hidráulico que cubriría la totalidad de la cisterna y denominado almagre, reconocible fácilmente por el color rojizo que conserva y que le dio el arcilloso óxido de hierro empleado para su fabricación. Los muros del aljibe, por su parte, descubren en algunos de sus tramos, descorchados por el paso del tiempo y la cuestionable conservación del mismo, los elementos que conforman su fábrica, para la cual la mampostería y fundamentalmente el ladrillo fueron utilizados, como así se hiciera de manera habitual en la construcción de otros aljibes contemporáneos a éste, y por ende y en general en la mayoría de las edificaciones hispano-musulmanas, técnica heredada en la arquitectura popular española posterior, y uno más de los miles de aspectos que, como este aljibe y el castillo al que pertenece, pasaron a formar parte desde la cultura hispano-musulmana a la cultura española, sin la cual ni Trujillo, ni nuestra región ni nuestro país no hubieran sido nunca el mismo.





Cómo llegar:

La localidad trujillana, históricamente una de las más importantes de la provincia cacereña, y separada de la capital provincial por  poco más de 45 kms. de distancia, se ubica al Este de ésta. Se encuentran ambas poblaciones comunicadas por la carretera nacional N-521, cuyo tramo viario mantiene un hermano paralelo en la actual autovía A-58. También la autovía nacional A-5, que dibuja su recorrido entre Madrid y la frontera portuguesa a la altura de Badajoz, se acerca hasta Trujillo antes de alcanzar la capital autonómica. Siendo por su parte el municipio Trujillano cabeza de la comarca en la que se enclava, y a cuyas tierras da nombre, otras tantas carreteras secundarias unen la proclamada ciudad con los pueblos de los contornos, como es el caso de Madroñera o La Cumbre.

Corona el Castillo trujillano la localidad a la que pertenece, vislumbrándose el mismo prácticamente desde cualquier punto de la población. Partiendo desde su Plaza Mayor podremos llegar al mismo subiendo por la Cuesta de la Sangre, abierta en la esquina suroccidental de la plaza, que nos conducirá, atravesando la Puerta de Santiago, a la conocida como villa medieval, en cuya loma noroccidental nos aguarda la fortaleza hispano-musulmana.

El Castillo de Trujillo, adquirido por el Ayuntamiento de la ciudad en 1.929, y declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento en 1.925 (Gaceta de Madrid nº 108, de 18 de abril de 1.925), se mantiene abierto al público en horario regulado y dependiendo su acceso de la adquisición de la entrada correspondiente.  Las horas de apertura habituales son de 10 a 14, y de 16 a 19, mientras que el precio de la entrada alcanza los 1,80 euros. El teléfono de la Oficina de Turismo trujillana, para confirmar datos y realizar cualquier consulta, es el 927322677. Una vez dentro podremos descubrir los rincones de su Patio de Armas, pasear por sus adarves, admirar la talla de su patrona, la Virgen de la Victoria, así como bajar al interior del Aljibe mayor, sumergiéndonos en parte de las entrañas del monumento, así como del pasado de la localidad y capítulo de nuestra  propia historia.


(Los pies de foto y comentarios sobre las mismas están aún por escribir; disculpen las molestias).

3 comentarios:

  1. Samuel, te enlazo en mi blog de Yacimientos de al Andalus, porque está entrada es perfecta. Felicidades por este trabajo, un saludo,

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  2. Mira, te he enlazado con la etiqueta ésta:

    http://caminosdecultura.blogspot.com.es/search/label/musulm%C3%A1n, para tenerte localizado siempre que publiques una entrada con esta temática.

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  3. Muchas gracias Marta por tu visita, tus comentarios, tus palabras de elogio y sobre todo tu interés no sólo por mi trabajo, sino por el patrimonio extremeño de origen andalusí. Igualmente enlazo con tu blog desde mi listado de blogs recomendados, para que los lectores que lo deseen puedan visitarlo y aprender más sobre esta parte de nuestra historia y gran base de nuestra cultura actual. Un saludo!

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