El pasado día 25 de noviembre tuvo lugar, como viene ocurriendo cada otoño y con la salvedad del pasado año, un nuevo Encuentro de Blogueros de Extremadura, séptima edición en este caso. Blogueros, fotógrafos, colegas del mundillo cibernético y otros muchos conocidos y simpatizantes volvimos a vernos en el trujillano Convento de la Coria, sede de la Fundación Xavier de Salas, promotora del evento. El tema escogido como base de la jornada serían los "Cielos de Extremadura". A la presentación de varios blogs dedicados a la visión del cielo desde nuestra tierra, especialistas en fotografía nocturna, siguieron diversas ponencias relacionadas con la idea del cielo y la observancia del mismo desde nuestra región, donde destacaría la exposición de Jesús Teniente, conocido "hombre del tiempo" del canal televisivo público regional, sobre los tipos de nubes y la presencia de las mismas sobre los contornos de nuestra comunidad.
Tras una amena jornada y previo a la comida final en comunidad, el encuentro daría término con uno de los actos más esperados por todos los presentes: la presentación de un nuevo libro, cumplimentado con los artículos remitidos por el nutrido grupo de blogueros y participantes que quisieron sumarse a la elaboración del mismo, en pro de divulgar la riqueza de Extremadura tomando como hilo argumental el cielo de la misma. Extremadura: caminos de cultura tuvo un año más el honor de participar. En esta ocasión, e intentando conjugar la temática escogida para la jornada con la idea conductora propia del blog, se elaboró un artículo bajo el título "El cielo de los Suárez de Figueroa", ofreciendo al lector un viaje en la geografía y en el tiempo a lo que fuese el Ducado de Feria, todo un estado semifeudal dentro de la provincia pacense donde sus dirigentes, los Suárez de Figueroa, intentaron ganarse el cielo de los creyentes a base del mecenazgo de obras pías y religiosas, mientras que, de manera mucho más terrenal, controlaban un vasto territorio donde la erección de una serie de castillos serviría no sólo como defensa del mismo, sino como eje de control de todo lo que bajo el cielo alcanzaba la vista, como si el mismo cielo llegase a ser propiedad suya.
Extremadura: caminos de cultura ofrece junto a estas líneas a sus visitantes y seguidores el texto y sus correspondientes imágenes ilustrativas, intentando nuevamente promocionar la riqueza histórico-artística de un enclave particular de la región, que hace rica también a Extremadura en sí, bajo el cielo que un día observó a los Suárez de Figueroa y que hoy acompaña al visitante que decide descubrir este rincón de nuestra tierra.
Arriba y abajo: diversas vistas generales del castillo de Nogales, tomadas desde la falda de la muela donde se asienta (arriba), o junto al puente medieval conservado en el municipio, que salva el paso de las aguas del arroyo cercano y homónimo al mismo (abajo).
Abajo: desde el torreón oriental del castillo nogaleño, junto al que perviven vestigios del cercado amurallado que protegía la refundada villa, se otea el horizonte que un día perteneció a una única familia.
EL CIELO DE LOS SUÁREZ DE FIGUEROA
Tenía D. Gómez I Suárez de Figueroa cuarenta y siete
años de edad cuando, fiel al monarca Juan II de Castilla, la muerte
le salía al paso en plena campaña bélica dentro del territorio
aragonés, durante la breve contienda que en suelo hispano
mantendrían entre 1.429 y 1.430 el rey castellano frente a su primo
Alfonso V, rey de Aragón. Su cuerpo sería trasladado a Zafra con el
fin de poder depositar el mismo en el futuro panteón familiar,
mausoleo inserto dentro del monasterio de Santa María del Valle,
actualmente conocido como convento de Santa Clara, para el cual,
apenas un año antes, él mismo había conseguido la pertinente bula
papal que permitiese su fundación, cumpliéndose así los deseos de
D. Gómez no sólo de erigir un cenobio donde sus hijas Isabel y
Teresa pudieran profesar los deseados votos, sino donde la familia
pudiera esperar en su descanso eterno la llegada del Juicio Final.
Poniéndose la primera piedra del convento en 1.430, el
cuerpo del Primer Señor de Feria encontraría aquí su reposo
definitivo manteniendo la tradición familiar en la búsqueda de la
estirpe por congratularse ante Dios. No muchos años atrás su padre,
D. Lorenzo Suárez de Figueroa, como Gran Maestre de la Orden de
Santiago habría logrado adquirir permiso de la Santa Sede en 1.409
para la elevación del monasterio de Santiago de la Espada en
Sevilla, donde recibiría sepultura tras fallecer ese mismo año.
Actitud la de padre e hijo de tintes espirituales con la cual ambos
intentarían alcanzar un hueco en el Cielo, de la misma manera y con
la misma pasión con que en la tierra idearon hacerse de una
considerable extensión terrenal que les permitiera disponer y
controlar un auténtico Estado señorial. La idea, forjada
inicialmente por el propio patriarca, se habría visto cumplida al
conseguir éste de parte del rey Enrique III la donación, en 1.394 y
como favor real a su hijo, aún menor de edad y mayordomo mayor de la
reina, de los lugares de Zafra, Feria y La Parra, hasta entonces
aldeas de la ciudad de Badajoz, junto a sus castillos y términos.
Proyecto que no tardaría el propio D. Gómez en ampliar, adquiriendo
tan sólo un año después, en 1.395 las villas de Nogales y Villalba
de los Barros, y Valencia del Mombuey y Oliva de la Frontera en
1.402. Santa Marta y Corte de Peleas se sumarían como de nueva
creación.
Un planteamiento de adquisición terrenal y gracia
celestial que nuevamente heredaría el Segundo Señor de Feria, D.
Lorenzo II Súarez de Figueroa. El Estado señorial se vería
incrementado en lo material y apoyado en lo figurativo, sumando a las
posesiones ya descritas las aldeas de Alconera y La Morera, y
alcanzando para la casa nobiliaria el título de Condado, en 1.460.
En lo religioso, D. Lorenzo II apoyaría la fundación del ya
desaparecido convento de Santo Domingo del Campo, en Alconera, y el
de San Onofre en La Lapa, entonces aldea zafrense. Se podría
inclusive sumar a su obra pía la creación de un hospital para
enfermos y transeúntes sin recursos bajo el título de Nuestra
Señora de la Salutación, posteriormente llamado de Santiago, en las
casas que la familia tenía en Zafra y que habitaban a su paso por la
localidad hasta la erección del alcázar. Su vástago, D. Gómez II
Suárez de Figueroa, repetirá. Obtendrá en 1.462 Salvaleón. En
1.465 y como donación real las villas de Almendral y Torre de Miguel
Sesmero. En 1.481 refundará Solana de los Barros. En 1.523 el
descendiente de éste, D. Lorenzo III Suárez de Figueroa y Toledo,
obtendrá Salvatierra de los Barros, primitivamente de los Jarros,
fundando en lo religioso y en Zafra los conventos de Santa Marina y
de la Cruz.
Con la llegada al mando señorial de D. Gómez III
Suárez de Figueroa y Fernández de Córdoba, sucesor de su hermano
D. Pedro, la casa de Feria y su Estado inherente alcanzarán la
cúspide de su esplendor, con la obtención como merced donada por
parte de Felipe II del título de Ducado. Lo que inicialmente fuese
el Señorío de Feria, controlaba ahora como Ducado lo que con el
tiempo se convertirían en diecisiete de los actuales términos
municipales de la provincia de Badajoz. Un conglomerado de
poblaciones, comarcas, dehesas, fincas, plantíos y serranías que,
si bien no era el mayor de la España Moderna, sí pudiera
considerarse como el más próspero o de mayor relevancia económica
de los de aquel entonces. Un jugoso Estado dentro de la nación que
no estaría exento de enemigos. Fuerzas adversarias que podrían
provenir de la no muy lejana frontera con Portugal, pero que
igualmente pudieran proceder de dentro del propio reino en forma,
fundamentalmente, de hostilidades nobiliarias. Una realidad que,
sumada a la obligación contraída por los titulares del Señorío a
la hora de adquirir cada nuevo término de defender los territorios y
a los habitantes de éstos, conllevaría la conservación,
consolidación y nueva elevación de un nutrido grupo de castillos,
alcazabas y sistemas de amurallamiento con que hacer frente a las
incursiones rivales y desde los que poder además vigilar, en la
mayoría de los casos, las posesiones de la familia y los vastos
horizontes que se abrían bajo el cielo que les cubría.
Arriba y abajo: el cielo extremeño cubre como manto protector la villa y el castillo de Feria, fortaleza reformada por los Suárez de Figueroa desde la cual poder más controlar que proteger el vasto ducado que dentro de la región supieron crear, como si de un auténtico estado semifeudal se tratase.
Existían ya, cuando los Suárez de Figueroa tomaron
posesión de las primeras localidades con que compusieron su Estado,
los castillos de Feria y Villalba. Ambas alcazabas, según apuntan
los vestigios más antiguos conservados entre sus muros, conocerían
su origen muy probablemente durante la dominación musulmana del
lugar. Al contar primitivamente el de Feria con tan sólo un cinturón
defensivo, sin torre del homenaje en su interior, tomaría la estirpe
como lugar de residencia la alcazaba villalbense, reformada a partir
de 1.397 y convertida en toda una fortaleza que dentro de sus gruesos
y recios muros de mampostería y elevada altura, refuerzo de las
añejas paredes de tapial hispano-musulmán, guardaba todo un palacio
señorial abierto a un patio cuadrangular donde los mudéjares de la
zona dejarían su artística impronta a través de la decoración de
las salas, a base de pinturas polícromas, y de los ventanales que
permitían la comunicación del monumento con el exterior. La reforma
del edificio corito tardaría un poco más. Sería D. Lorenzo II
quien, a partir de 1.458, rehabilitase el perímetro amurallado y
decidiese erigir un elevado torreón prismático en la zona central,
de más de 31 metros de altitud y cuatro plantas internas, que diera
alojamiento a la familia en tiempos de paz, como lugar de descanso en
jornadas de caza o asueto rural, y resguardo a la milicia durante
posibles episodios bélicos que salpicasen el Señorío o la nación.
Sería en 1.480, gobernando ya su hijo D. Gómez II, cuando se viera
terminada.
Fue también D. Lorenzo II quien iniciase, y su heredero
D. Gómez II quien culminase, la pequeña alcazaba con que se quiso
dotar como culmen de su sistema defensivo la localidad de Nogales.
Refundada ésta en 1.448, se alejó la población del cercano arroyo
donde antaño se ubicaba para enclavarla en la cima de una muela o
cerro de 451 metros de altitud, cuya cúspide, cercada con muros de
mampostería, serviría de nuevo lugar de asentamiento así
defendido. El castillo anexo remataría las obras defensivas,
ejecutado siguiendo un diseño militar propio de finales del medievo,
donde un fuerte cinturón en derredor de un cuadrado recinto,
complementado con circulares torreones en sus esquinas, protege una
torre del homenaje cuyos 23 metros de altura sobresalen muy por
encima de los 8 del cercado, que a su vez quedaba preservado por un
foso circundante. D. Gómez II, en 1.464, daría por finalizada la
obra mandando colocar como rúbrica final sobre la gótica portada de
acceso al lugar los escudos emblemáticos de su familia junto a los
de su esposa, Doña Constanza Osorio y Rojas.
Pero la obra militar y legado arquitectónico más
relevante de los que para la posteridad dejase D. Lorenzo II no sería
ni la rehabilitación y reforma del castillo de Feria, ni la
elevación de la fortaleza nogaleña. Tendríamos que irnos a Zafra y
allí admirar la alcazaba de la localidad. Ya en tiempos de su padre,
D. Gómez I, se había pensado en cercar la población con un sistema
de amurallamiento. Como culmen a este proyecto, y apenas dos años
después de contraer matrimonio D. Lorenzo con Doña María Manuel,
decide la pareja edificar toda una fortaleza que sirviera más que en
lo militar, en lo palaciego, fruto de su deseo de trasladar a Zafra
su residencia habitual, hasta entonces en Villalba. Las obras no se
prolongarían mucho en el tiempo. La primera piedra se colocaría en
1.437. La autorización real llegaría en 1.441. La terminación, en
1.443. Como resultado, una fortaleza de altos muros con torreones
cilíndricos esquineros, diversos cubos semicirculares de apoyo
medianeros, y una gran torre del homenaje de planta circular que,
inserta en el punto central de su flanco oriental, sobresaliese del
resto del edificio. En su interior, lo castrense cedería ante lo
palaciego. El arte mudéjar encontraría cabida en el siglo XV como
el estilo herreriano lo hiciese en el XVI, a través de un patio de
doble planta con que la familia decidiera dotar su vivienda, una vez
obtenido el título de Ducado.
La elevación de obras militares no cesaría aquí. Al
desaparecido castillo de Oliva de la Frontera podría añadirse el
cercado amurallado de Torre de Miguel Sesmero, del que tan sólo
resta un único torreón convertido hoy en parte de una vivienda,
cuyo origen, del que no se tienen registros, podría provenir del
deber de protección contraído por los Suárez de Figueroa. Misma
fuente de amparo de la que pudo surtir la elevación del castillo de
Salvaleón. El hecho de que no se mencione la existencia de ninguna
obra militar en el acta de entrega de la localidad a los Señores de
Feria hace poner en duda el supuesto origen musulmán de la
fortaleza, hoy en ruina. No lejos de allí, en las cercanías de
Almendral y proximidades de lo que antaño fuera la frontera entre
Castilla y Portugal, al contarse Olivenza como plaza fuerte lusa, el
castillo de los Arcos defendería los contornos más occidentales de
la familia. Adscrita hoy a una explotación agropecuaria, la
fortaleza almendraleña repetiría en sus cánones constructivos el
diseño visto en Nogales. Al parecer, pudo ser levantada no por la
rama principal de la casa nobiliaria, sino por D. Lorenzo Suárez de
Figueroa y Sotomayor, primo de D. Gómez II, quien recibiría estos
contornos como parte de un mayorazgo heredado de sus padres.
Arriba y abajo: la mole del castillo de Salvatierra de los Barros (arriba), así como la silueta de los cerros anexos a la Sierra de los Helechales sobre la que se asienta la fortaleza (abajo), quedan guarecidos por el intenso azul de un limpio cielo que inunda lo que antaño fuera el ingente Ducado de Feria.
No intervendrían los Suárez de Figueroa, por el
contrario, ni en la construcción ni en la rehabilitación de una de
las grandes obras militares con que terminarían contando sus
dominios, aunque sí en la historia de la misma. Del castillo de
Salvatierra, enclavado a 798 metros de altitud, no se tienen noticias
hasta la reconquista del lugar por las tropas cristianas, sin que se
descarte la previa existencia de una alcazaba islámica. Sin embargo,
la obra final se debería a la familia Gómez de Solís. Declarados
éstos adversarios de la Casa de Feria, su enemistad conllevaría la
destrucción de parte de la fortaleza salvaterrense por D. Gómez II,
reconstruyéndose en la década de los 70 del siglo XV por D. Hernán
Gómez de Solís. Se mantendría en ruina el primero de los recintos,
contando el castillo con dos perímetros más, antecediendo el
segundo como muralla al tercero, donde se ubica la aún hoy habitada
parte residencial.
La falta de descendencia directa conllevaría el paso
del Ducado de Feria a manos de los marqueses de Priego, en 1.637.
Hasta aquel entonces, y sin que se tenga constancia de enterramientos
posteriores de ningún poseedor del título ducal en el lugar, los
Suárez de Figueroa seguirían la tradición de contraer sepultura en
el panteón del que dispusieron en el monasterio de Santa María del
Valle, ocupando un menudo sacro espacio conventual que, al menos así
lo deseaban, conllevara su correspondiente paralelo en el paraíso
celestial. Cuestión difícil objetivamente de comprobar. Quedará la
duda y desconoceremos si la familia logró alcanzar ese rincón que
para los creyentes aguarda al fiel en el divino cosmos, o si la labor
pía y el mecenazgo religioso que ejerció este linaje consiguió
aportar a la estirpe un lugar en el Cielo de los piadosos. De lo que
no hay duda, por el contrario, es de que la Casa de Feria contó en
la tierra con su propio cielo. Un firmamento que cubriría
prácticamente los 1.000 km2 sobre los que llegaron a gobernar, en un
Estado inmerso en la zona suroccidental de la provincia pacense, Baja
Extremadura. Un cielo que cobijaba pueblos, aldeas, alquerías y
casas de labor, tierras sembradas y bosques de encinas y alcornoques.
Un cielo en el que se perdía la mirada cuando se alzaba la vista
ante la mole de los castillos que salpicaban el Señorío, o del que
la mirada no alcanzaba a atisbar su final cuando, desde las mismas
murallas y fortalezas, oteando desde las Sierras de San Andrés o la
de los Helechales, se alcanzaba a ver la también bajo su dominio
Sierra de Monsalud o inclusive, en días muy despejados, la lejana
vega del río Guadiana. Un cielo que seiscientos años atrás
prácticamente pertenecía a la Casa de Feria y que, en la
actualidad, sigue cubriendo este enclave extremeño a modo de escudo
protector que al viajero aguarda. El cielo de los Suárez de
Figueroa.
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