Ya queda menos para la celebración del V Encuentro de Blogueros de Extremadura. En apenas una semana, el trujillano Convento de la Coria acogerá esta quinta edición, dedicada tanto al patrimonio natural como al cultural extremeños, así como a la simbiosis que en nuestra región es habitual encontrar entre ambos. Además de acudir al mismo, Extremadura: caminos de cultura ha tenido la gran oportunidad de colaborar en la edición de un libro, financiado por la Dirección General de Turismo de Extremadura, repleto de artículos y fotografías elaborados por los blogueros extremeños, cuya presentación tendrá lugar en el mismo encuentro y a través del cual se quiere resaltar esa bella comunión existente entre naturaleza, arte e historia que tanto el paisano como el visitante puede disfrutar en este rincón de España. "De la Campiña valenciana al cielo: la Ermita de Valbón" es el nombre del primero de los dos artículos enviados desde este blog, a través del cual se quiere hacer un repaso por la Campiña de Valencia de Alcántara, centrándonos especialmente en el monumento que la corona y del que ya hemos hablado con anterioridad desde este espacio en la red. El segundo artículo llevará como título "Castillos de Castellanos, Azagala y Mayorga: tres coronas en ruina de la Sierra de San Pedro", pero de él os hablaré más adelante. Hoy, os dejo con Valencia de Alcántara y con Valbón, con sus berrocales y sus bosques de encinas y castaños, con sus numerosas riveras y sus vetustos dólmenes. Espero que lo disfrutéis. Os lo dedico.
DE LA CAMPIÑA VALENCIANA AL CIELO: LA ERMITA DE VALBON
Cuentan las antiguas crónicas romanas que, muerto
Viriato, quiso Roma reconocer la valentía de sus hombres
permitiéndoles residir conjuntamente en una ciudad que tomaría por
tal y como nombre Valentia. Según algunos estudiosos, esta colonia
de valientes sería el germen de la Valencia levantina. Otros
autores, sin embargo, se inclinan a pensar que Valentia es el origen
de la extremeña Valencia de Alcántara, enclavada en las mismas
tierras que vieron nacer a aquellos aguerridos soldados lusitanos.
Una tierra que, desde entonces y tras el paso de Roma por la comarca,
se convirtió igualmente en residencia de musulmanes, cristianos y
sefardíes, lugar de fusión de culturas medievales como más tarde
lo sería, como punto fronterizo con la vecina Portugal, de
combinación entre dos naciones hermanas forjada en un enclave donde
la misma naturaleza parece querer participar de esa simbiosis de la
que siempre ha disfrutado el lugar, presentándose la Campiña
valenciana como hogar del bosque mediterráneo influenciado por las
corrientes climáticas atlánticas, dando origen a una comarca única
donde triunfa la comunión entre la dehesa de encinas y alcornoques,
con el bosque caducifolio de rebollos y castaños, amigos de vetustos
helechos, aromatizado con jarales, tomillo y cantueso, y embellecido
con tojos, escobas y retamas, así como clavellinas lusitanas
adaptadas a los abundantes roquedos que afloran por los contornos.
Berrocales inmensos, nido de buitres leonados y negros, que salpican
generosamente el paisaje y nutren las colinas batolíticas que
caracterizan a la Campiña, estampa de flora y roca en que los
canchales, generosamente también, se ofrecen a sus habitantes como
materia prima con la que poder levantar murallas y palacios, iglesias
y conventos, así como portadas en un barrio gótico-judio, o
humildes casas rurales y pastoriles chozos en sus nueve caseríos.
Hogares de granito de habitantes múltiples que al unísono quisieron
proclamar como patrona de los contornos a aquella imagen cuyo templo
presidía la comarca que los unía. Un templo que nacía como aquella
tierra del granito, y que hirguiéndose unido al mismo se elevaba
sobre un colina queriendo alcanzar el cielo que los cubría,
alzándose como lugar de unión entre lo terrenal y lo divino.
Cuenta una antigua leyenda que un grupo de peregrinos,
provenientes de la abadía francesa de Santa María, en la localidad
de Valbonne, decidió fundar en el lugar un hogar para la Madre de
Dios que les recordase a aquél del que regresaban. Otra explicación,
mucho más histórica, apuntaría hacia las relaciones valencianas
con la corona, consolidadas incluso con boda regia, para señalar un
requerimiento de Felipe II como base para la creación del religioso
monumento. Un templo donde se conjugarían arte e historia con
naturaleza, y que al bautizarlo recordase al paisano y al viajero
las bondades nativas de un lugar hermanado con el aledaño vecino
luso. Valbón, o un castellano “valle bueno”, sería el nombre
que tomaría la ermita encargada al artista mayor de aquel episcopado
y en aquella época. Juan Bravo levantaría el santo recinto en
sillar granítico regular, sobre planta rectangular y nave única de
tres tramos. De piedra berroqueña serían también el púlpito, los
contrafuertes y los caños, la cornisa y la espadaña, así como los
pilares que sostendrían el cuadrangular atrio que, frente a una
portada de medio punto, daría la bienvenida al que allí quisiera
orar, refugiado bajo una bóveda de crucero de ladrillo nervada en
granito, y envuelto en la frondosa vegetación que, pintada al
fresco, decoraría las paredes del santuario. Valbón se bautizaría
también a la Virgen allí custodiada, venerada como antigua patrona
de la localidad, más tarde de toda la comarca, mirando hacia un
horizonte desde el que poder contemplar la provincia y la región,
incluso la vecina Portugal, atisbándose municipios como San Vicente
de Alcántara, Alburquerque o Marvao, pero también Valencia de
Alcántara y su herencia natural y patrimonial: arboledas y caseríos,
berrocales y llanuras cultivadas, múltiples riveras y un pantano,
entre los que, de vez en cuando, surte un pequeño capricho de
cantería que no moldeó esta vez la naturaleza, sino los antiguos
habitantes que hicieron de esta tierra su hogar, miles de años
previos a la fundación de la ciudad. El Mellizo, el Cajirón, Data,
Zafra o La Morera, son los nombres con que actualmente se conocen a
algunos de los más de cuarenta monumentos megalíticos que, en
conjunto, portan la declaración de Bien de Interés Cultural.
Arquitecturas para las que también se usó el oriundo granito, y que
también se elevaron para acercar a los familiares amados, una vez
fallecidos, al cielo, a ese cielo iluminado por el día con un sol de
vida, y por la noche con un manto de estrellas, que los neolíticos
quisieron alcanzar desde su hogar en la Campiña valenciana, en los
albores de la historia de la comarca y, por ende, de la historia de
nuestra Extremadura.
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