Como os comentaba el pasado viernes, Extremadura: caminos de cultura ha tenido el gran honor de colaborar en la edición de un libro, financiado por la Dirección General de Turismo de Extremadura, repleto de artículos y fotografías elaborados por blogueros extremeños, basado en la simbiosis existente en nuestra región entre patrimonio natural y cultura, y cuya creación está vinculada al V Encuentro de Blogueros de Extremadura, donde además tendrá lugar la presentación del mismo. Un primer artículo con el que se ha colaborado desde este rincón de la red, dedicado a la Campiña de Valencia de Alcántara y su Ermita de Valbón, ya pudisteis leerlo tras su publicación en el blog dos días atrás. Hoy, os presento un segundo escrito, con el que se pretende haceros viajar al corazón de Extremadura, a su Sierra de San Pedro y a las tres fortalezas en ruina que la coronan: los castillos de Castellanos, Azagala y Mayorga (dentro de los términos municipales de Cáceres, Alburquerque y San Vicente de Alcántara, respectivamente). Espero que, como el dedicado a Valbón y a Valencia de Alcántara os guste, pues a todos los seguidores y lectores de este blog va dedicado. Para vosotros.
CASTILLOS DE CASTELLANOS, AZAGALA Y MAYORGA: TRES CORONAS EN RUINA DE LA SIERRA DE SAN PEDRO
Quién sabe si las frondosas encinas y los fornidos
alcornoques que hoy en día se yerguen majestuosos a los pies del
Pico de Estena llegaron a conocer, dignos de su vetusta longevidad, a
aquel antiguo señor, mitad caballero y mitad monje, que, envuelto en
su blanca capa solo rota con la cruz rojiza de su orden, desfilaba
bajo sus perennes ramas al amparo de la fortaleza que adquiriría a
título personal para su descanso, no demasiado lejos de la ciudad
emeritense donde capitaneaba como Maestro santiaguista. Don Alonso de
Cárdenas adquiriría en 1.477 el Castillo y Dehesa de Castellanos,
logrando con ello, seguramente sin proponérselo, que todas y cada
una de las fortalezas que se yerguen sobre las siluetas dibujadas por
la Sierra de San Pedro lograsen, antes o después, estar relacionadas
con una orden militar extremeña. Ya dos siglos antes, afianzada la
reconquista de la zona, la Orden de Alcántara logró levantar, bien
como precaución frente a una futura recuperación de las tropas
andalusíes, o teniendo más aún en cuenta al cercano reino
portugués con el que ya había entablado enemistad en más de una
ocasión, las fortalezas de Mayorga y Piedrabuena, no lejos de
Valencia de Alcántara y cercanas a la creada por entonces pedanía
de tal municipio bajo la advocación de San Vicente. Sobre la
serranía de Santiago, mirando la unión de los ríos Zapatón y
Albarragena, surgiría igualmente el Castillo de Azagala, coronando
éste victoriosamente los mismos terrenos que antaño, en 1.086,
habían visto al ejército de Alfonso VI ser derrotado por sus
adversarios almoravides venidos del continente africano. Entre unos y
otro, el Castillo de Alburquerque se reedificaría posiblemente sobre
alguna alcazaba andalusí, supuesto origen compartido con algunas de
aquéllas atalayas anteriores que, erigidas en tierras norteñas,
defenderían a la musulmana Badajoz o serían, por el contrario,
plazas refugio de huidos dedicados a la rapiña o sedes capitaneadas
por los oponentes a las vecinas fuerzas gobernantes islámicas.
Fortaleció Don Alonso de Cárdenas su cacereño
castillo con un recinto rectangular amurallado que defendiese el
torreón original en su vertiente sur, donde la naturaleza no ofrecía
las defensas naturales que el alto desnivel del norte sí le daba. El
edificio principal quedaría como zona residencial, perpetuando el
mismo destino que siglos antes le habían dado los Valverde, cuyo
antecesor, el capitán castellano D. Ruy González de Valverde, llegó
a la región junto las tropas que, dirigidas por Alfonso IX de León
reconquistaron la otrora villa de Cáceres, siéndole cedidos estos
terrenos, así como el título de Señor de Castellanos, como
recompensa real a su labor en semejante episodio bélico. El futuro
traería nuevas y duras contiendas a la región, atravesando la zona
sin que pudiesen ser sorteadas por los castillos nacidos y creados
para tales lides. Mayorga caería mortalmente herido durante la
Guerra de Restauración portuguesa, a mediados del siglo XVII,
recordando en su agonía, desde sus esgrafiadas ventanas, los
históricos capítulos en que era protagonista, cuando desde él se
encomendaban hacia pueblos extremeños portuguesas y beltranejas
razias, al poco de ascender al trono la católica Isabel I. Azagala,
tras haber pasado por manos del indómito Clavero alcantarino D.
Alonso de Monroy y siendo ya cabeza de Encomienda, sobreviviría a
la contienda que, a comienzos del siglo XVIII, tendría lugar tras la
ascensión de los Borbones al trono español. Comprada después por
el marqués de Portago, entre sus torres de las Armas, del Homenaje,
de Humos y la de Tres esquinas, entre sus murallas y a lo largo de
los tres recintos que componen su alargada y rectangular fisonomía,
se levantarían zonas residenciales, viviendas para trabajadores y
edificios adecuados a las labores agrarias a las que quedaría
vinculado el monumento. Su caída vendría, sin embargo, sentenciada
tras el triunfo de lo urbano frente a lo rural en el mundo actual,
permitiéndose que, abandonada por los humanos a las puertas del
siglo XXI, nadie en su interior quisiera celebrar la venida del
milenio actual.
Perderían su brillo Castellanos, Mayorga y Azagala. Se
deteriorarían sus perlas de almenas y los pétreos torreones que
fijaban estas tres coronas a los cerros rocosos de la Sierra de San
Pedro que dominaban. Sin embargo, entre la agonía de sus esqueletos,
no todo es ruina. Tras observar raudo el vuelo blanquiazulado de un
rabilargo frente a nosotros, oímos, no muy lejos, el canto de una
abubilla, difícil en ocasiones de distinguir del del cuco en el
alegre silencio de la diurna dehesa. Alzamos la vista, y cruzamos la
mirada con la de un águila real que entre encinas otea sus dominios
en busca de la presa que le permita perpetuar su existencia. Más
lejanas son las líneas que dibujan en su planeo buitres leonados y
negros, esperando en vuelo la defunción de alguna cabeza bovina u
ovina que haya que expurgar. Cae la tarde, y una tropa de grillos
entona su canto parapetados entre pastos y jarales iluminados por un
sol de estío que, antes de esconderse, oirá los primeros ululares
del búho y la lechuza, que compartirán nocturno reino con jabalíes,
zorros y tejones. Pocos meses después, todos callarán frente a su
rey. El ciervo iniciará su berrea llamando no sólo a hembras y
contrincantes, sino también a la naturaleza. Una naturaleza que
nunca se fue, que nunca se olvidó de este rincón extremeño y que
nunca abandonó Castellanos, Azagala ni Mayorga, reclamándolos para
ella y convirtiéndolos en sus señoríos y casas-fuertes desde las
que poder observar, no ya a belicosos vecinos ni enemigos de
religión, sino infinitos encinares y alcornocales vivos que pueblan
generosamente este paisaje dibujando el horizonte de nuestra
Extremadura.
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