Que Badajoz es una ciudad fronteriza, es indiscutible. Su cercanía con Portugal la ha llevado a vivir y a protagonizar multitud de enfrentamientos, batallas, e incluso acuerdos políticos de diversa índole con el país vecino desde tiempos de la Reconquista. Pero su historia como frontera no comienza aquí, sino antes, cuando tiempo atrás, y bajo el poder de los almohades, la ciudad se elevaba como baluarte junto al Guadiana, vigilando un enclave estratégico deseado por los cristianos leoneses del Norte, defendido por los musulmanes andalusíes del Sur, y en la mira de un reino nuevo que, desde su nacimiento apenas un siglo antes, se expandía por el Oeste engrandeciendo el Condado Portucalense del que había surgido.
Durante los primeros años de su fundación, en el siglo IX d. C., y especialmente en su etapa como reino Taifa de los Aftasíes, Batalyaws, la posteriormente conocida como Badajoz, vivió una época de esplendor y prosperidad, cuyo auge alcanzó en el siglo XI bajo los reinados de Al-Mansur I y su hijo Al-Muzaffar, que la llevaron a ser cabeza de un reino de más de 100.000 kilómetros cuadrados, extendiéndose desde el Duero hasta Sevilla, alcanzando el océano Atlántico, y en cuya Corte se reunían de los más destacados artistas y eruditos musulmanes de la época. Sin embargo, los avatares de la historia, el avance cristiano hacia el Sur y la llegada de los almorávides a Al-Andalus hicieron concluir esta temprana etapa, llevando a la ciudad a una serie de disputas que permanecieron en el tiempo, y que transformaron una ilustrada Corte en una base militar constantemente sitiada. Fue así como, tras la llegada de los almohades a la Península Ibérica, y la ocupación por los mismos de Badajoz en el año 1.148, el enclave fue dotado de unos nuevos sistemas defensivos.
Arriba: aspecto general de la Torre de los Rostros, donde se puede apreciar la barbacana defensiva que rodea a la misma.
Sobre la cerca que ya levantara Ibn-Marwan en el siglo IX se construyó una nueva alcazaba, defendida por más de una veintena de torres, contando entre ellas tanto con diversas torres albarranas como con una gran variedad de cubos o torres de flanqueo adosadas a los gruesos muros del recinto. Mientras, a las afueras de la ciudad, varias atalayas se elevaban sobre colinas y puntos estratégicos desde los que vigilar las cada vez más cercanas fronteras con los reinos vecinos, sirviendo como avanzadillas desde las que avisar en caso de ataque o avistamiento de tropas enemigas. Actualmente son cuatro las torres que, construidas bajo esta directriz almohade, han llegado hasta nuestro días. Las atalayas de los Rostros, de los Monjes y la Torrequebrada, al Noreste de la ciudad, y la del antiguo camino de Yelves (actualmente Elvas), al Oeste de la misma.
Arriba: vista detallada de la atalaya, en cuyo lado sur se puede observar el resultado de una polémica restauración que ha pretendido parar el deterioro del monumento.
Abajo: el acceso a la torre se efectúa por una única puerta de entrada, elevada a varios metros del suelo, haciéndola hoy en día tan inaccesible como ya lo era siglos atrás.
La Torre o Atalaya de los Rostros, levantada en el siglo XIII, es la mejor conservada de las torres vigías almohades que un día circundaron Badajoz y que han llegado a la actualidad. Este hecho le añade valor a un monumento que ya lo cobra de por sí, al ser uno de los pocos ejemplos de construcción almohade de base octogonal que se realizaron en la época, emparentándose así con la cercana Torre de Espantaperros, con la cual guarda una distancia de 5 kilómetros, y con la que se cree que mantenía una relación comunicativa a base de códigos basados en reflejos solares, o usando directamente hogueras o teas encendidas en caso de peligro para la ciudad.
Con 12 metros de altura, posiblemente mayor en un principio debido a su almenaje desaparecido, la atalaya reúne en su edificación las técnicas constructivas usuales en la época andalusí, como son el tapial, la mampostería enlucida, y el ladrillo. Su primer cuerpo, hasta la puerta de entrada, es macizo. El segundo, al que se accede mediante un vano abierto a varios metros del suelo, está cubierto por una bóveda de cañón interna, subiéndose desde allí a la terraza superior.
Arriba: vista del recodo por el que se accedía al interior de la barbacana que circunda la atalaya, a la par que la defiende.
Abajo: detalle del parapeto cicundante de la Torre de los Rostros, donde se puede apreciar su fábrica a base de tapial compuesto por barro y guijarros.
Si bien la Atalaya de los Rostros intentaba servir como vigía del camino a Mérida, y una primera defensa de la ciudad de Badajoz, la misma torre era a su vez defendida de diversas maneras ante posibles ataques enemigos. Para poder hacerse con la misma, debían acceder a través del portillo de acceso al torreón, abierto a varios metros del suelo, usando una escalera, o una cuerda, siendo retirados los propios desde el interior en caso de asedio. Previamente, el enemigo debería haber sobrepasado un parapeto rectangular de un metro de altura que circundaba, y sigue circundando actualmente el edificio, con un único acceso de entrada en recodo en el ángulo este del mismo. A todo esto habría que añadir además la defensa extra que una barbacana de varios metros de altura levantada a pocos metros de la atalaya ofrecía a la misma, de la cual se conservan sus paredes, pero no el posible almenado que la coronaba.
Arriba: vista general de la Atalaya de los Rostros, con la barbacana independiente defensiva de la misma en primer término.
Abajo: aspecto actual que presenta la barbacana defensiva de la torre, con entrada en su ángulo sur, apreciándose el deterioro que sufre y que le ha llevado a perder altura, así como su posible almenado.
Cómo llegar:
A pesar de la cercanía que guarda la Atalaya de los Rostros con la ciudad de Badajoz, pudiéndose observar la misma desde la autovía A-5, a poca distancia del cruce de ésta con la carretera nacional N-V en dirección a Madrid, o desde las calles más meridionales de la recientemente construida urbanización Mirador de Cerro Gordo, el hecho de que la misma se ubique dentro de una finca privada, de difícil acceso, hace que las visitas a la misma sean bastante escasas, y no siempre recomendables.
Levantada sobre una colina al noreste de la ciudad, el camino que nos lleva a la misma parte de la segunda rotonda que, en la carretera nacional N-V, nos aguarda tras pasar por debajo del puente que sostiene el tráfico de la autovía A-5. Si seguimos este trayecto sin asfaltar, y dejando la urbanización de Cerro Gordo a nuestra izquierda, llegaremos un rato después de nuevo a un puente en mencionada autovía, que nos acerca a la finca privada donde se ubica el monumento tras pasar bajo el mismo. Otra opción para llegar a este viaducto consistiría en adentrarnos en la urbanización, por su lateral occidental, desde la misma rotonda indicada al principio, acercándonos hasta la calle Baluarte de San José, donde podemos observar el puente y dejar el vehículo en zona urbanizada, sin tener que adentrar el coche por la vereda sin pavimentar ya señalada. En este segundo caso, una valla separa la urbanización del puente, pero un agujero en la misma nos facilita el paso.
Una vez pasado el viaducto bajo la autovía, encontramos la cancela de entrada a la finca privada en que se ubica la atalaya. Un camino a la izquierda de la misma, paralelo en todo momento a la autovía, nos lleva al monumento. Al ser finca privada, y en caso de que el lector decida adentrarse en la misma, lanzamos las siguientes recomendaciones:
1) Respetar en todo momento las propiedades de la finca, como vallados o cercas, intentando no salirse de los caminos marcados.
2) Respetar la vegetación y cultivos de la misma, sin realizar ningún tipo de fuego ni arrojar basura alguna.
3) Respetar al ganado que habitualmente hay pastando en la zona, y en caso de encontrarse con animales que lo protejan, no enfrentarse a los mismos.
4) Si observamos que se están practicando actividades cinegéticas (caza), abstenernos de entrar.
5) Si nos cruzamos con personal de la finca o nos encontramos con los propietarios de la misma, saludarles atentamente e indicarles nuestra intención de visitar el monumento, pidiendo permiso para ello. En caso de que no nos lo concediesen, aceptar la negativa y regresar.
Muy buena serie de fotos y muy bien documentadas.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias por esta entrada, sobre todo por que nunca he tenido la oportunidad de visitarla por mí mismo, y te agradezco enormemente el poder verla aunque sea en fotos. ¡Enhorabuena por tu trabajo!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Ana, y por apuntarte como seguidora del blog. He visitado el tuyo y también me he apuntado al mismo. Tienes unas fotografías preciosas, y sabes reflejar en ellas la luz y la belleza de nuestra tierra. Un saludo!
ResponderEliminarHola Isaac! Como siempre, es muy grata tu visita en el blog y tus comentarios sobre el mismo. Me alegra enormemente que mi entrada sobre la atalaya y mis fotos hayan servido para ilustrarte, y te recomiendo desde aquí la visita del monumento, que sé que te va a gustar. Un saludo!
ResponderEliminarMuchas gracias por la información, desconocía la existencia de este monumento.
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