Arriba: excesivamente deterioradas por la humedad y el mal de la piedra, sobreviven en las capillas de los Saavedra y Figueroa, en el interior de la Concatedral de Santa María de Cáceres, varias pinturas murales de traza gótica donde aún puede atisbarse en coloridos tonos el Llanto por la muerte de Cristo, centrando una Piedad acompañada de otras pías y santas mujeres la escena mejor conservada.
Corría la década de los treinta, en pleno siglo XIII cuando, bajo el reinado del monarca castellano Fernando III, conocido como el Santo, la práctica totalidad de las tierras que conforman hoy en día la región de Extremadura quedaba bajo poder cristiano, convirtiéndose en súbdita comarca del reino de Castilla. Finalizaba así, tras dos siglos de luchas alternas, la Reconquista cristiana de este enclave del Suroeste peninsular, puesta en práctica desde que Alfonso VI iniciara esta campaña político-religiosa ocupando Coria en 1.079, con destacados avances militares durante los reinados de los leoneses Fernando II y Alfonso IX.
Son dos siglos de cambios continuos, de alternancias en el poder por parte de ambos bandos los que conoce Extremadura durante las centurias de la denominada como Plena Edad media, etapa intermedia entre el Alto y el Bajo Medievo conocida por ser una época de cambios político-sociales destacados en Europa, fruto del progreso histórico que acompaña al devenir de la historia de los pueblos, y cuya trascendencia queda marcada e incluso resumida por un cambio no ya en lo político o en lo social, sino en lo artístico, con la desaparición paulatina del Románico frente al auge del arte Gótico, movimiento que surge, inspirado por la Orden del Císter, como respuesta a un abarrocado Románico corrompido, según los monjes cistercienses, por lo material frente a lo espiritual, engarzando esta recuperación del ascetismo y la liberación del espíritu con la cada vez más marcada humanización de la sociedad y puesta en libertad del ser humano.
Arriba: enclavados en la zona media del muro de la epístola del templo cacereño, los dos sepulcros góticos pertenecientes a los Figueroa-Saavedra se muestran hoy en día como capillas de San Ramón Nonato y San Lorenzo, esculturas barrocas colocadas sobre los nichos originales por delante de las pinturas murales góticas que allí precariamente se conservan.
Coincidiendo cronológicamente el cambio político-social en los siglos centrales del Medievo en la región de Extremadura con el traspaso artístico entre los movimientos románico y gótico en la Europa Occidental, la vuelta al cristianismo a tierras extremeñas, y con ella la edificación de nuevos templos erigidos bajo la advocación de la fe católica, se someterá a un cambio artístico paulatino de tal manera que, mientras que las comarcas del Norte cacereño o Alta Extremadura se supeditan al poder leonés cuando aún el Románico campea por los reinos cristianos del Norte peninsular, los últimos enclaves añadidos al mapa castellano conocerán de su nueva situación una vez implantado el Gótico en la Península Ibérica.
Fruto de este devenir en la historia del arte español surge un traspaso de corrientes cuyo resultado es la aparición, en un gran número de municipios extremeños, de edificios religiosos híbridos, inaugurándose sus obras bajo el signo del Románico, pero finalizándose bajo los diseños de la corriente gótica, hibridez que se verá sometida, a su vez, a un tercera influencia, en este caso renacentista, con la llegada de la Edad Moderna y, en el caso de España, con la fundación del Imperio Español a raíz de la política matrimonial llevada a cabo por los reyes Católicos y, fundamentalmente, por el descubrimiento y conquista de las Américas.
Arriba: siendo los dos sepulcros paralelos en cuanto a diseño y traza, es el panteón de la izquierda el que guarda mayores vestigios de los frescos tardomedievales que allí se pintaron, adivinándose restos de la escena entre borrones y desconchados que la humedad y el olvido de los hombres han querido provocar.
Como consecuencia de esta doble, o incluso triple influencia artística en la fábrica de diversos edificios religiosos extremeños, se da la conservación en algunos destacados casos de templos donde se pueden apreciar trazas de sendos movimientos artísticos medievales, Románico y Gótico, culminados con los diseños del siglo XVI, unas veces separados potencialmente unos de otros, como en el caso de la Catedral, o Catedrales placentinas, o bien figurando en una simbiosis artística como puede observarse en la Iglesia de Santa María la Mayor de Cáceres, declarada como Concatedral de la Diócesis de Coria-Cáceres según Bula Papal de Pío XII, de 9 de abril de 1.957.
Reconquistada definitivamente la otrora villa de Cáceres en 1.229, la iglesia de Santa María se erige en la parte baja de la ciudad intramuros, en contraposición a la iglesia de San Mateo que, en el barrio alto del casco histórico se construye sobre los cimientos de la desaparecida mezquita mayor de la ciudad musulmana. Considerada la primera y principal iglesia de las erigidas intramuros tras la Reconquista final, y una de las cuatro originales parroquias con que contó inicialmente la urbe, escasas noticias han llegado sobre su fundación, a excepción de un significativo dato registrado en el Fuero de Cáceres, concedido a la villa en 1.230 por Alfonso IX de León y confirmado en 1.232 por su hijo Fernando III el Santo, donde se menciona que las reuniones del Concejo, origen del posterior Ayuntamiento, tendrían lugar bajo la ”finiestra de Sancta María", lo que lleva a los estudiosos a pensar y considerar que la primitiva iglesia sería iniciada en mencionada época, surgida en un tardorrománico aún visible en ciertos canecillos que culminan ambas portadas de los pies y del lado del evangelio de la actual iglesia.
Arriba y abajo: son dos retazos del mural las porciones mejor conservadas del mismo, uno de ellos apareciendo en la parte izquierda de la pintura (arriba), mientras que el otro se ubica en la zona media de la mitad derecha del fresco (abajo), representando la primera el Llanto por la muerte de Cristo, con presencia de personajes bíblicos que aún hoy se pueden nombrar, observándose en el otro tramo la ubicación de diversos personajes de difícil caracterización que bien pudieran complementar la escena anterior o formar parte de un segundo capítulo narrado en el mismo escenario.
Mientras que estos vestigios románicos se mantienen aún visibles en mencionados detalles de las dos portadas que hoy en día permiten el acceso al interior del templo, entre ambas puertas se alzaría la torre del monumento a mediados del siglo XVI, añadido renacentista que, junto al coro, culminarían las obras totales de la iglesia bien comenzada la Edad Moderna, sólo incrementadas a mediados del siglo XX por la creación de la Capilla del Sagrario, en el lado de la epístola, construyendo sobre el antiguo cementerio que ocupaba este lado del edificio y que propició el desuso de la portada de este muro como puerta de acceso al monumento. Sin embargo la práctica totalidad de las tres naves que componen la planta del templo cacereño, así como su cabecera y las bóvedas que cubren el edificio, serían erigidas a finales del siglo XV, diseñándose en pleno estilo gótico, triunfante en la época y de gran gusto en la corte de los Reyes Católicos, reinado durante el cual parece ser que se llevaron a cabo las obras mencionadas según los escasos datos escritos que al respecto se conservan. Intervendrían en la misma el afamado arquitecto Pedro de Larrea y sus colaboradores Diego Alonso Barreras y Juan Benito el Viejo, dejando el primero la obra en mano de los segundos una vez aceptada su intervención en la construcción del Conventual alcantarino de San Benito, en 1.505.
Arriba: bajo el cuerpo yacente de Cristo, sostenido por Santa María en su regazo, se adivina un nuevo personaje que bien pudiera asimilarse a San Juan Evangelista, presente, como María y las otras tres mujeres pías que la acompañan, durante las horas finales de Jesús en el Gólgota.
Abajo: sorprende al observador sobre las figuras de las santas mujeres la presencia de un ser sobrevolando la escena, bien un ángel del Señor que el autor allí quisiera colocar, o posiblemente una imagen de Cristo Resucitado ascendiendo a los Cielos, lo que permitiría catalogar esta pintura como un ejemplo más de obra donde el autor ha querido reflejar varios capítulos sagrados en una misma escena, enriqueciendo aún más de esta manera el valor artístico de la misma.
Rematados ambos sepulcros con arcos apuntados, cubiertos éstos a su vez por doble arquivolta de sencillos capiteles en las columnillas que las sostienen, están los nichos decorados de manera sencilla con sendos escudos heráldicos de los dos apellidos nobiliarios que encargaron su fábrica y que allí descansan, dispuestos tres en cada frontal de forma alterna, figurando dos blasones de los Saavedra en el sepulcro de la izquierda (capilla de San Ramón Nonato), y dos de los Figueroa en la actual capilla de San Lorenzo. Cubren también mencionados emblemas heráldicos la tapa de los panteones, mostrando las cinco hojas de higuera que componen el emblema de los Figueroa, así como las tres bandas ajedrezadas que, sobre campo de plata, presenta a los Saavedra, familias asentadas en la villa tras la Reconquista de la ciudad y que emparentaron entre ellas después como lo hicieran con otras muchas de las que como ellos formaban parte de las clases altas de la urbe, con casas y palacios dentro de sus muros situados, por parte de los Figueroa, en la Cuesta de la Compañía, y la de los Paredes-Saavedra en plena calle Ancha.
Pero si algo destaca en estos dos sepulcros góticos de la Concatedral de Santa María no son los escudos o la historia de las sepulturas, escasa por otro lado, sino las pinturas murales datadas a finales del siglo XV o comienzos del siglo XVI que cubren el espacio resultante entre nichos y arcos, diseñadas bajo un estilo tardogótico y que encabezarían el listado de las pinturas murales más antiguas de las conservadas en la ciudad cacereña, y unas de las más antiguas pinturas al fresco de las creadas tras la Reconquista en la región de Extremadura. Su estado de conservación, por desgracia, es muy lamentable. La gran humedad que empapa los muros, así como el mal de la piedra amenazan con hacer desaparecer por completo estas obras, pudiendo aún observarse parte del dibujo en la escena ubicada sobre el sepulcro izquierdo, sin poder decir lo mismo del panel paralelo derecho, donde apenas quedan vestigios del mural que allí se plasmó, contando entre los escasos restos pequeños fragmentos de la composición arquitectónica que, como trampantojo, circundaba la escena religiosa que allí tenía cabida.
Arriba: detalle de las cabezas que se conservan en la escena aún visible de la mitad derecha del mural donde se puede observar a los personajes mirando hacia la zona superior izquierda, pudiendo con ello barajar la opción de que los mismos, más que complementar la escena de Piedad que a la izquierda de ellos se encuentra, se hallasen relacionados con la Ascensión del personaje enclavado en la esquina superior izquierda, o incluso que mirasen a un desaparecido Cristo Crucificado que presidiese el panel y que hubiera desaparecido por completo con el paso de los años.
Para el mural izquierdo se escogió, como era habitual en la pintura gótica, temática basada en pasajes del Nuevo Testamento, y más concretamente en capítulos bíblicos obtenidos de los Evangelios y de la vida de Cristo. Posiblemente seleccionada por su relación con la muerte y resurrección de la carne, en clara conexión con el destino del lugar donde se iban a ubicar las pinturas, el sepulcro de los Figueroa-Saavedra que allí se encuentra se corona con una escena donde, en el margen izquierdo y como mejor resto conservado de la misma se narra el Llanto por la muerte de Cristo, donde una María Dolorosa sostiene el cuerpo yacente de Jesucristo sobre sus brazos mostrándose como una Piedad, representación tradicional de la Virgen María sosteniendo en su regazo el cuerpo yacente de su hijo tras el descendimiento del mismo de la cruz, acompañada de otras tres santas y pías mujeres que bien pudieran ser María Magdalena, María madre de Santiago y de José, identificada con María de Cleofás y tía materna de Jesús, y la madre de los hijos de Zebedeo (Santiago el Mayor y San Juan Evangelista), identificada a su vez con Salomé, tal y como se menciona a lo largo de los cuatro evangelios canónicos, si bien los evangelistas sitúan a estos personajes durante la crucifixión de Jesús sin mencionar su presencia por el contrario durante el descendimiento del cuerpo del mismo, desclavado y descolgado por José de Arimatea y Nicodemo . Se cubre la Madre de Jesús con manto de color azul portando a su vez túnica de color rojizo, colores usados como simbología de pureza y virginidad, el primero, y de realeza el segundo, atribuidas a Santa María por haber nacido sin pecado original y concebir a Jesús sin conocer a varón, presentándola además como reina de los cielos y trono del que nació Cristo Rey.
Arriba: hermano del sepulcro izquierdo, el panteón de los Figueroa-Saavedra de la derecha, destinado hoy en día a acoger la imagen de San Lorenzo que previamente ocupó su propio retablo en el muro de la epístola, carece sin embargo de pinturas murales en la actualidad, no porque el mismo no las acogiera, sino porque la acción devastadora de la humedad se ha encargado de hacer desaparecer los mismos, dejando para la posteridad escasos vestigios en las zonas más extremas del mismo.
Bajo las cuatro santas mujeres y el cuerpo inerte de Cristo otra figura, presuntamente arrodillada y observando la escena, bien pudiera identificarse con San Juan Evangelista, también presente según los sacros escritores durante la Crucifixión de Jesús, personaje masculino a juzgar por la falta de manto que le cubra la cabeza, como sí se muestra en las mujeres pías, y de pelo largo de similar traza a la usada para representar los cabellos de Cristo. El mal estado de la composición en este ángulo impide vislumbrar más detalles de la obra en este lado de la escena, apareciendo por el contrario restos de otros tantos personajes en la mitad derecha del panel, donde algunas cabezas presuntamente varoniles ampliarían la escenografía. Si atendemos a un detalle que, en la zona superior izquierda ha querido casualmente conservarse, podremos observar lo que pudiera ser una imagen de Cristo Resucitado ascendiendo a los Cielos, cubierto con manto blanco como era habitual describirlo de manera artística durante esta escena de Resurrección mesiánica. Estaríamos por tanto ante una obra donde se conciben varias escenas en una, alternando el Llanto por la muerte de Cristo con la Resurrección o Ascensión del mismo. Sin poder descubrir lo reflejado en las zonas borradas del mural, podríamos pensar que los personajes de la derecha bien podrían complementar la escena del descendimiento, pudiendo estar ante imágenes de José de Arimatea o de San Nicodemo, o bien pertenecer las mismas a una segunda escena observando la Ascensión de Jesús, a juzgar por la elevación de sus miradas hacia este punto de la obra. Se podría barajar, incluso, que una tercera escena, correspondiente a la Crucifixión, figurase en la obra original, apareciendo este fresco como compilación en un único escenario de varios capítulos relativos a la muerte y resurrección de Jesús, recurso pictórico narrativo utilizado por los grandes maestros de la pintura y de gran gusto a finales del Medievo y durante la Edad Moderna, lo que multiplicaría iconográficamente el valor de una obra que ya cuenta con un alto valor artístico, y más aún histórico, manteniéndose como uno de los tesoros menos conocidos de la Concatedral de Santa María la Mayor, tesoro a su vez dentro de la pintura mural cacereña y extremeña, y tesoro que podemos descubrir paseando por este templo. Es, sin dudarlo, todo un tesoro en el camino.
Arriba y abajo: pobres y sumamente escasos restos de las pinturas del panel derecho son los conservados a día de hoy, contando apenas con menudos fragmentos de la pintada arquitectura que enmarcaría la escena, trampantojo similar al aparecido en el panel paralelo.
(La Concatedral de Santa María la Mayor de Cáceres se encuentra habitualmente abierta a diario, en horario de 10 a 14 y de 17 a 20 entre octubre y abril, y de 10 a 14 y de 18 a 21 de mayo a septiembre, siendo su acceso libre para los nacidos y residentes en la capital provincial, y supeditado a la compra de una entrada para el resto de visitantes).