Arriba: abierta frente a la portada del muro del evangelio de la Iglesia Parroquial de San Pedro, y recogiendo el agua de las sierras del Norte, la Fuente del Chorro surte perennemente a los vecinos de Gata desde su rincón y su creación durante el segundo cuarto del siglo XVI, en plena monarquía de Carlos I de España y V de Alemania.
Cuando Isabel y Fernando contrajeron matrimonio en 1.469, no sólo unían sus personas en sagrada alianza sacramental. Sus respectivas monarquías de origen, Castilla y Aragón, y dentro de ellas algunas de las regiones y reinos peninsulares más destacados, así como otras posesiones esparcidas por diversos puntos de la geografía más o menos cercana, quedarían vinculados y enlazados de una manera como no conocían desde la caída a comienzos del siglo VIII del Reino visigodo de Toledo. Ya antes se había intentado en repetidas, sucesivas y hasta incontables ocasiones la unión entre los diversos reinos cristianos que en la Península Ibérica habían ido surgiendo a la par que el poder andalusí retrocedía hacia tierras del Sur peninsular. Sólo una de ellas, forjada entre los reinos de León y de Castilla, había logrado alcanzar la meta que toda política matrimonial perseguía, heredando Fernando III el Santo, durante la primera mitad del siglo XIII, las coronas de ambas regiones, unidas ahora definitivamente bajo un único mandato y una única persona en la denominada Corona de Castilla.
Isabel, princesa de Asturias, y Fernando, heredero del reino de Aragón y ya por entonces rey de Sicilia, eran firmes candidatos a ocupar sendos tronos castellano y aragonés respectivamente. Si ambos alcanzaban tal propósito, la política matrimonial en la Península y entre estos dos reinos llegaría a su cumbre. Ya no sería necesario establecer relaciones, firmar pactos ni forjar acuerdos, jugando con casamientos de infantes y futuros herederos de Coronas. Estaríamos ahora directamente ante dos reyes unidos en matrimonio. Sus descendientes serían, por tanto y en condiciones habituales, herederos por igual tanto de una monarquía como de la otra. Castilla y Aragón quedarían vinculadas entre sí desde ese presente e irrevocablemente a lo largo del futuro, como más tarde ocurrió. Sin embargo, si bien el vínculo se establecía de esta manera, la unión política no se alcanzó en vida de mencionados monarcas. Fernando II de Aragón fue proclamado, como esposo de Isabel, rey de Castilla bajo el nombre de Fernando V, pero Isabel I de Castilla nunca fue reina de Aragón. La ley sálica vigente por entonces en la Corona aragonesa lo prohibía, debiendo contentarse su majestad castellana con ser simplemente reina consorte en tierras vecinas. Tampoco se unían con su reinado todos los reinos peninsulares que tenían existencia a finales del siglo XV. Portugal permanecía independiente y, aunque hermanada con sus vecinos ibéricos, escribía su propia historia, sólo unida posteriormente a la del reino de España entre los reinados de Felipe II a Carlos II. El reino nazarí de Granada sí sería anexionado a Castilla a partir de su capitulación el dos de enero de 1.492, pero Navarra, independiente desde su creación durante la Alta Edad Media, se mantenía ajena a pesar de los continuos esfuerzos de Fernando el Católico por hacerse con estos territorios, aprovechando el clima bélico y la Guerra Civil con que los navarros inauguraban el siglo XVI, no logrando ocuparla y conquistarla hasta 1.512, ocho años después del fallecimiento de Isabel.
Arriba: labrado en un solo sillar de piedra berroqueña amarillenta, el escudo imperial de Carlos I luce en el frente de la Fuente del Chorro, donado a la localidad gateña por su fidelidad y apoyo a la causa carolina durante la Guerra de las Comunidades y especialmente la toma y destrucción de la fortaleza de Salvaleón, castillo donde se refugiaban los últimos comuneros alzados contra el nieto de los Reyes Católicos.
Sin embargo sí conocieron la unidad política de todos los reinos peninsulares, salvo el de Portugal, sus herederos inmediatos. Juana I, conocida popularmente como “la Loca” y tercera hija de los Reyes Católicos, vio reflejado en su persona el sueño de unión territorial que sus padres persiguieron durante todo su mandato. Heredera de la Corona de Castilla tras el fallecimiento de su madre en 1.504, monarquía a la que se habían sumado la del Reino de Granada, las Islas Canarias así como otros territorios del Norte del continente africano, y las continuas anexiones que llegaban de ultramar, desde las recién descubiertas tierras americanas, se hacía cargo en 1.515 del Reino de Navarra, cedido por Aragón a Castilla tras tres años de ocupación. En 1.516 recibía como herencia paterna la Corona de Aragón y todas sus posesiones italianas. Era la primera monarca, desde el gobierno del visigodo rey Don Rodrigo, bajo cuya figura se unían prácticamente todos los territorios peninsulares y las regiones, islas y ciudades que pocos años después comenzarían a conocerse, bajo la Monarquía Hispánica, como España. Pero el título de reina de Juana era sólo nominal. Relegada de sus cargos políticos en 1.506 por su esposo, Felipe I “el Hermoso”, y a la muerte de éste pocos meses después por su padre Fernando, regente de Castilla desde 1.507, sufrió un duro encierro en Tordesillas desde 1.509 aquejada de una supuesta locura que las Cortes de Castilla nunca aceptaron, conservando así su título como reina soberana hasta su fallecimiento en 1.555. No gobernó, por tanto, la hija de los Reyes Católicos, bien debido a su supuesta enfermedad mental, o más bien como víctima de las políticas usurpadoras de su marido, padre, e incluso su hijo, que prefirieron mantenerla encerrada en pro de sus intereses gubernamentales y su manejo del reino sin interferencias de la auténtica y legítima heredera.
Carlos I de España, segundo hijo de Juana y Felipe, y como ya hicieran su padre y su abuelo, mantuvo igualmente a su madre encerrada en pésimas condiciones de trato y oculta prácticamente por completo del pueblo y de otros personajes vinculantes del reino que pudieran dudar de su inestabilidad mental. Se permitía así hacerse con el total gobierno de los mismos territorios de los que ella era monarca, y con la que tuvo que compartir el trono, al menos nominalmente, una vez muerto Fernando. Su interés además en el encierro de Juana se veía acrecentado ante el mal sentir con que la nobleza peninsular y castellana en particular habían recibido en 1.516 a un inexperto y adolescente Carlos, venido desde los Países Bajos para heredar el gobierno de unas tierras hasta entonces desconocidas para él, cuya lengua ni costumbres controlaba, rodeado de una corte de flamencos donde no cabía lo castellano y dispuesto a corroborar la locura de aquélla que era legítima heredera y cuya demencia era motivo de desacuerdo dentro de muchos sectores, que tampoco aceptaron de buena gana que el aragonés Fernando ejerciera de regente en Castilla, cuando la misma contaba con una reina cuyas facultades no todos veían disminuidas. Para más inri, Carlos pretendía proclamarse directamente rey cuando su abuelo sólo lo nombraba Gobernador de Castilla y Aragón mientras perdurara la incapacidad mental de Juana. Los intereses inmediatos de Carlos, además, no miraban hacia los problemas internos y la actualidad castellana, sino hacia la obtención a cualquier precio de la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, figurando como legítimo candidato al mismo tras la muerte del anterior Emperador, su abuelo Maximiliano I, y para cuya causa exigía en sus nuevos dominios el pago de tributos extras que le proporcionaran publicidad y la compra de seguidores que le apoyasen y afianzasen en su acceso al trono y cometido imperial. Carlos I de España conseguía sentarse de esta manera en el trono imperial bajo el título de Carlos V de Alemania, conseguido en 1.520 a tan sólo un año de la muerte de su abuelo paterno, Maximiliano I de Habsburgo, del que recibía también el Archiducado de Austria, pero lograba a la par el descontento generalizado de los nobles castellanos y el levantamiento de las ciudades y urbes más destacadas de Castilla, alzados contra el poder regio en la conocida como Guerra de los Comuneros o de las Comunidades de Castilla. Desde 1.520 hasta 1.522 Carlos I tuvo que luchar duramente por controlar y mantenerse al mando de la Corona castellana, frente a aquéllos que no aceptaban su gobierno y que querían restablecer a Juana como reina no sólo nominativa de Castilla. Vencidos y ejecutados los principales cabecillas comuneros en Villalar, el monarca sin embargo quiso prevenir nuevos alzamientos teniendo en mayor consideración a Castilla, mejorando el uso de su lengua y acatando sus costumbres, haciendo de ella su hogar a pesar de los continuos viajes que llevó a cabo a lo largo de toda su vida, agradeciendo además a las localidades que le brindaron su apoyo durante la contienda civil con la donación a las mismas para su uso en las edificaciones oficiales del que desde su entronización como emperador sería el escudo de su mandato.
Arriba: enmarcado por un alfiz renacentista donde lucen dos pilastras decorativas cajeadas, el escudo de Carlos I, provisto aún de restos de su original policromía, se muestra como representación reducida del emblema del monarca, resumen de casi todos los territorios unidos bajo su misma figura, así como de otros títulos y aspiraciones imperiales, destacando sin embargo el águila monocéfala que, mirando a la izquierda del blasón, haría referencia misteriosamente a un origen bastardo del rey, posible venganza de algún posible escultor judeo-converso que labrara la obra, haciendo de la misma un ejemplar único en su estilo.
Estaba la fortaleza de Salvaleón, a escasa distancia de la frontera portuguesa y cercana a la localidad de Valverde del Fresno, en plena Sierra de Gata, erigida supuestamente sobre la que durante la dominación romana fue conocida como Interannia, Interamma o Interamnia, municipio romano de relevante porvenir económico, a juzgar por su contribución monetaria a la construcción del archiconocido Puente de Alcántara. Manteniendo su cierto esplendor durante la dominación musulmana, sufre la destrucción continua en relación con los diversos capítulos que escribe la Reconquista en esta zona, tomada finalmente por los cristianos que permiten su reconstrucción y repoblación, así como su incorporación a un sistema de castillos, torres y fortalezas defensivas de la Transierra occidental que durante la Guerra de las Comunidades fue parcialmente tomado como refugio por aquellos comuneros dispersados del interior de Castilla tras la derrota de Villalar. En su intento por aplastar definitivamente este levantamiento, mandó el Emperador destruir por completo aquellas atalayas donde aún resistían los últimos rebeldes erigidos contra su mandato. Así, y apoyado por las villas de Gata, Villamiel y San Martín de Trevejo, Salvaleón es completamente destruida, y las localidades mencionadas compensadas por el monarca con el título de “muy noble y muy leal”, así como con privilegios diversos y particularmente el uso público del escudo imperial. De estas tres sería Gata la que, recibiendo tal escudo monárquico como suyo propio, fundiría el mismo con aquél con el cual ya contaba la localidad, resultando como hibridez entre ambos un blasón en cuyo centro seguía figurando, como lo hiciese desde antaño, una gata bajo la cruz emblema de la Orden de Alcántara, circundada por un águila monocéfala que, difiriendo de la bicéfala con que se representaba el carácter imperial del escudo, acerca el mismo al águila de San Juan, heredada por Carlos de sus antecesores los Reyes Católicos, cuyas garras se sustentan sobre dos columnas de piedra, incorporación carolina y signo indubitativo del emperador añadidas por el monarca al escudo español de entonces, reflejo del imperio que se estaba formando por la Monarquía Hispánica no en Europa, sino en tierras americanas.
Pero la presencia del blasón imperial en la localidad gateña no se limitó simplemente a la decoración y ampliación del escudo municipal preexistente. Como ya ocurriese en otras ciudades agraciadas con el presente real, bien por su contribución a la causa de Carlos I durante la Guerra de los Comuneros, o como agradecimiento por sus actuaciones en otros capítulos desarrollados durante el largo mandato del mismo, donde el escudo de Carlos V lucía en monumentos públicos, puertas de urbes, murallas y muros de defensa, palacios municipales o casas cuarteles de Órdenes militares, también Gata colocó una representación pétrea del presente recibido por parte del monarca como donación para el pueblo y uso de sus habitantes, en un rincón del que el pueblo hiciese uso y donde todo el público pudiese admirar y tener presente el escudo del que era su agradecido monarca. Se decidió colocar el blasón granítico como coronación de uno de los enclaves públicos más destacados en la localidad, conocido éste como Fuente del Chorro y ubicada la misma frente a una de las portadas con que cuenta la Parroquia municipal o Iglesia de San Pedro, abierta en el muro del evangelio del templo mayor de la localidad. La Fuente del Chorro era un lugar habitual de visita y reunión de habitantes y vecinos de Gata que, en su día a día, acudirían al enclave para cargar sus cántaros y vasijas con el agua necesaria para las labores diarias que brota del único caño con que cuenta el venero, conducida desde un manantial ubicado en las cercanas montañas del Norte del pueblo, a unos quinientos metros del mismo. Surge este grifo de un alto muro compuesto de sillarejo regular de granito amarillento, paralelo al trazado del muro eclesiástico que frente a él se yergue junto a la Plaza de la Constitución de la localidad, frontispicio del último tramo del manantial donde, bajo una cornisa y enmarcado por un renacentista alfiz compuesto por pilastras decorativas cajeadas cuyo interior o fuste se presenta vaciado, siguiendo la técnica ejercitada en muchas obras castellanas y convertida en habitual durante y después del Renacimiento español, figura el escudo imperial.
Arriba: vista general de la gateña Fuente del Chorro la cual, desde su humilde ubicación en uno de los rincones más emblemáticos de la localidad, no sólo surte diariamente de agua a los vecinos desde antaño, sino que decora y embellece las calles del municipio ayudando a conservar la declaración de su conjunto histórico como Bien de Interés Cultural, según Decreto 28/1995, de 21 de marzo (DOE nº 39, de 1 de abril de 1.995).
Apoyado en sus funciones y en caso de rebose por otro de menor tamaño en su final, el caño de la Fuente del Chorro, de unos diez centímetros de diámetro, vierte su perenne cauce sobre un pilón alargado y parcialmente labrado que prolonga la presencia de la fuente y que escupe el agua sobrante en otro abrevadero para las caballerías que, de mayor tamaño, se ubica a la izquierda del monumento, cuyo frente se muestra esculpido con el escudo imperial donado a la villa por el monarca carolino. Como en el caso del escudo municipal, también el águila del escudo pétreo de la fuente gateña se sustenta sobre las dos columnas de Hércules símbolos del imperio de ultramar que con el emperador comenzaba a forjarse, en cuyas cintas circundantes aún puede leerse el que fuese lema del Emperador, heredado después por la Monarquía Hispánica: “Plus Ultra”. Alrededor del blasón, e incorporado al escudo de España por el padre del monarca en cuestión, el collar de la Orden del Toisón de Oro luce cadena y carnero mitológico, reflejo de la Orden de Caballería fundada por los ascendientes paternos de Carlos durante la primera mitad del siglo XV, siendo nombrado el mismo Gran Maestre de ésta a la muerte de Felipe I. Bajo la corona real usada por los Reyes Católicos, a diferencia de otros escudos representativos del emperador Carlos donde la corona imperial lucía sobre el águila en cuestión, aparece el blasón donde se enmarcan casi la totalidad de los territorios de los que el monarca era gobernante y legítimo soberano, encabezados por Castilla y León, Aragón y Sicilia en los dos cuarteles superiores, bajo los cuales figura el emblema del conquistado Reino de Granada. Los cuarteles tercero y cuarto, por su parte, harían referencia a las posesiones adquiridas por el monarca vía paterna, figurando en la tercera división los emblemas de Austria y Borgoña (Ducado de Borgoña), seguidos en última posición por las representaciones heráldicas de Borgoña (Franco Condado) y Brabante, apareciendo entre ambas divisiones el león rampante de Flandes y el águila de la alpina región del Tirol. Estaríamos ante una de las versiones reducidas del escudo de Carlos I, diseñado tras su coronación como Emperador, a falta, sin embargo, de los escudos de Navarra y del reino de Nápoles que, años antes de la Guerra de las Comunidades, ya eran posesiones de este rey. Detrás de todo el conjunto, y sobresaliendo en la mitad de los márgenes izquierdo y derecho, así como por debajo del carnero de oro, los salientes de dos posibles aspas entrelazadas pudieran hacer referencia a la Cruz de Borgoña o Cruz de San Andrés, simbología militar introducida por Felipe I en su escudo de armas, y respetada no sólo por su hijo Carlos, sino por el resto de monarcas que han ostentado el título de rey de España.
Arriba y abajo: compuesto por un muro de sillarejo regular granítico en su frontal y tres pilones de diversas dimensiones frente a él, la Fuente del Chorro se presenta como un manantial rectángular donde el agua que brota de un metálico caño abierto bajo una inutilizada ménsula o peana se vierte, en el margen derecho, sobre una alargado abrevadero cuyo margen exterior figura labrado con cenefa, acompañado de una pequeña pila que, a sus pies, recibiría el líquido sobrante, figurando a su izquierda otro abrevadero de tamaño mayor diseñado para el sustento de caballerías y bestias domesticas.
Si bien el escudo imperial que luce en la Fuente del Chorro sería toda una compilación de las posesiones del monarca, y por tanto de las regiones y tierras que, junto a las castellanas, compartían soberano y establecían vínculos de relación política, reflejo de una realidad presente durante el gobierno de Carlos I y consolidada especialmente tras su ascenso al trono imperial, la ausencia de las armas navarra y napolitana no son el único elemento falto en el escudo pétreo de Gata. Si bien el águila con que cuenta su escudo municipal es monocéfala y mira a la derecha del mismo, e izquierda del espectador, en posible alusión y recuerdo del águila de San Juan utilizada por los Reyes Católicos durante su mandato conjunto, el águila del escudo imperial que luce frente al templo principal de Gata se muestra nuevamente en una versión monocéfala, que no bicéfala como correspondería por su carácter imperial, pero en una pose poco corriente y que, heráldicamente hablando, no correspondería con el rey Carlos I. La actitud del águila monocéfala de la Fuente del Chorro, dirigiendo su mirada a la izquierda del escudo, y derecha del espectador, haría alusión a la naturaleza bastarda del personaje al que representa, falsedad que, en el caso de Carlos V, estaría más que demostrada. No se conserva documentación relacionada con la ejecución de este emblema que nos pudiera aclarar los motivos de este singular labrado, que hace del blasón gateño un ejemplar prácticamente único en su estilo. Se dice popularmente que tal razón pudiera deberse a la venganza que el escultor, en caso de tratarse de algún judeo-converso de los muchos que permanecieron en la villa, quiso realizar frente al heredero de aquéllos que, décadas antes, firmaron la expulsión de los hebreos no convertidos al catolicismo de todas las posesiones de las Coronas de Castilla y Aragón. En caso de ser así, el escudo imperial de la Fuente del Chorro de Gata no sólo sería una representación de los territorios heredados por Carlos I y de la unión política en su persona de las tierras que más tarde se denominarían España, alusión igualmente al Imperio doble con que se alzó el Emperador Carlos, tanto en su vertiente europea alemana, como en su prolongación en tierras americanas, de mayor calado en la historia de nuestro país. Sería también un recuerdo de la gestión de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos, artífices iniciales de toda esta empresa y aventura que cambió el rumbo y la historia española, reflejados en la corona abierta que enmarca en su cúspide la talla granítica. Un recuerdo igualmente de la victoria sobre los comuneros de la causa carolina, y del agradecimiento a la villa del monarca por una sincera fidelidad merecedora de una eterna evocación. Sería representación del gobierno formal y de la política de Carlos I durante la primera mitad del siglo XVI, pero también e inclusive rememoración de una realidad más amarga que alguien quiso perpetuar en la piedra como memoria frente al paso de los tiempos y para aprendizaje de futuras generaciones: la realidad sufrida por todos aquellos que por pertenecer a minorías diferenciadas en base a su raza o religión, costumbres o vocaciones fueron controlados, perseguidos y hasta incluso ejecutados en una España que los gobernantes querían abrir políticamente al mundo, a la par que cerraban sus puertas a las culturas y pensamientos divergentes con el oficial. El escudo imperial de la Fuente del Chorro representa mucho más de lo que vemos a simple vista. Es no sólo un ejemplar único en heráldica carolina, una muestra artística de buena traza y un vestigio histórico de valor. Es, ante todo, un tesoro en el camino.