Arriba: conocidas por los lugareños como los “lobos”, cuenta la parroquia de Montehermoso, dedicada a la Asunción de María, con dieciséis gárgolas en su exterior, cuatro de ellas circundando la torre del monumento y otras doce alrededor de los muros del mismo, seis de las cuales se presentan al espectador en sorprendentes y llamativas actitudes erótico-onanistas.
Cuenta una antigua leyenda oral francesa que en el año 600 de nuestra era, un sacerdote cristiano llamado Romanus era avisado por los habitantes de Ruan para que les ayudase a terminar con la presencia de un sangriento dragón que habitaba en una cueva junto al río Sena, en las proximidades de la ciudad. El dragón, conocido como la Gargouille, destrozaba barcos, acababa con las cosechas e incluso cercenaba vidas humanas, intentando los ruaneses de entonces aplacar la maldad ocasionada por este fabuloso ser con el sacrificio anual de uno de sus vecinos, entregando a la bestia para su consumo habitualmente un criminal. Romanus aceptó el cometido si bien como pago la ciudad y sus habitantes debían para ello convertirse al cristianismo y edificar en el lugar una iglesia católica. Aceptado el trato, el sacerdote se dirigió a la cueva donde residía el dragón con la idea de exhortizarlo, si bien ante la sóla muestra de la cruz la Gargouille se tornó pacífica y, una vez domesticada, el sacerdote la ató y llevó a la ciudad, donde fue quemada. La cabeza y cuello del dragón, sin embargo, habituados a las altas temperaturas de las llamas que salían de las fauces de tal ser, no ardían, por lo que Romanus decidió cortarlos y colocarlos sobre el edificio del ayuntamiento de la localidad, para recordatorio del mal ejecutado por tal bestia pero vencido gracias a la labor cristiana.
Cuando siglos más tarde, durante el siglo XII, es en la misma Francia medieval donde se decide ubicar en las cornisas y tejados de templos y diversos palacios canalones decorados simulando seres grotescos y animales fantásticos cercanos al bestiario del Medievo, todo parece indicar que es esta leyenda y el desenlace de la misma, con la cabeza decapitada del dragón asomando desde uno de los principales edificios de la ciudad, la que conduce a denominar a estos nuevos seres que pueblan los aleros de las iglesias católicas bajo el nombre de gargouilles en lengua francesa, en homenaje a esa primera bestia que, en semejante postura, asomaba desde el tejado del ayuntamiento ruanés. Una diferente versión sin embargo invita a pensar que la palabra castellana gárgola dimanaría de la francesa gargouille, si bien esta vez tomada ésta no de la leyenda draconiana, sino como derivación del verbo francés gargouiller o hacer con la boca un ruido semejante al de un líquido dentro de un tubo, algo parecido a hacer gárgaras, posiblemente adjudicado a este tipo de desagüe por su labor como conductor del agua de lluvia en su intento de expulsarla de los tejados de iglesias y otros monumentos, escupiéndola lejos de los muros a través de la boca labrada en la piedra de la que nacen. Otros estudiosos afirman que en un primer momento recibieron por el contrario el nombre de grifos, en honor a las bestias híbridas propias de la mitología clásica cuyo cuerpo mostraba una parte superior o cabeza de águila, con alas y garras propias de estas aves, unidas a las grupas de un fornido león. Tal nomenclatura inicial permitiría pensar en la relación de las gárgolas no sólo con el bestiario medieval, sino también con los mitos y bestiario clásicos, si bien la aparición de desagües decorados no era nueva en Occidente, con antecedentes en la Antigua Roma, así como en otras civilizaciones clásicas como la griega.
Arriba y abajo: ubicadas en sendas esquinas superiores del muro que compone la portada de la parroquia de Montehermoso, las gárgolas colocadas a los pies del templo muestran un inicial ejemplo del tipo de escultura y temática que abordan una mayoría de las gárgolas que circundan el edificio, apareciendo un ser itifálico sujetando su enorme miembro viril a la derecha de la portada, acompañado de una gárgola en mal estado que, como él, no esconde las pezuñas en que culminan sus piernas, sometidos a una conversión animal a raíz de sus pecados y faltas onanistas.
Una vez rescatada esta tradición por el gótico francés, colocándose las gárgolas iniciales en catedrales como la de Lyon o en Notre-Dame de París, la idea de ubicar canalones decorados simulando seres grotescos y/o demoniacos se expande por toda Europa, a la par que va exportándose desde Francia el estilo artístico que reinará durante la Baja Edad Media. Si ya el origen del término gárgola presenta diversas propuestas, la figuración monstruosa de las mismas sigue siendo motivo de debate y raíz de variadas explicaciones que conjugan fines religiosos con otros de índole más profana. Nadie discute la fabricación de los mismos orientada a escupir o desalojar el agua de los tejados de los edificios lejos de los muros de los mismos, cumpliendo además con finalidades estéticas. Sin embargo una tercera función de las gárgolas como ahuyentadoras mágicas de males no está exenta de controversia. Aunque algunos han querido ver en ellas cierta libertad creadora de los artistas, que pudieron practicar con estas fábricas el tallado que en esculturas del interior de la iglesia debía ser temáticamente vigilado y de acabado prácticamente perfecto, basándose quizás en supuestos y extraños animales exóticos y desconocidos cuyos fósiles aparecían de manera casual y que siglos después serían conocidos como dinosaurios, son muchos los estudiosos que creen ver en estas esculturas la representación de seres cuyo acometido sería, ayudados por su fealdad y monstruosidad, alejar los males que acechan los templos. Otros eruditos, por el contrario, proponen que las mismas podrían responder, tal como lo hicieron los capiteles decorados durante el Románico, a la idea de educar a un público contemporáneo ampliamente analfabeto al que instruir sobre diversos temas a través de las imágenes y seres que decoraban las iglesias. Sin embargo la originalidad de cada una de las gárgolas y prácticamente inexistente repetición de modelos en las mismas, así como la presencia de gárgolas en edificios no religiosos, haría descartar esta teoría pedagógica, apareciendo otra similar y moralizante de mayor peso que mostraría a las gárgolas como representaciones de demonios, vicios o seres pecadores que por su mal obrar no pudieron acceder al mundo celestial, aguardando junto a la Casa de Dios la llegada de su perdón advirtiendo a los espectadores de las consecuencias de sus faltas y de la desviación o alejamiento de la doctrina cristiana.
La posterior aparición de gárgolas antropomorfas junto a otras tallas de figuración zoomórfica, representando animales propios del bestiario medieval y cuyo simbolismo moralizante y negativo en la mayoría de los casos era ampliamente conocido, sumadas a las polimórficas representaciones de seres híbridos o resultantes de la conjugación de diversas bestias vistas tradicionalmente como representaciones de lo maligno, apoyarían esta última idea o función moralista de las gárgolas. Estaríamos ante humanos cuyos pecados han llevado a convertirlos en horribles seres, ante animales que encarnan los pecados o el mal, o bien ante demonios de múltiples formas y fealdad sin par, miembros de las legiones de Lucifer el cual, junto a sus seguidores y tras ser expulsado de los Cielos por su soberbia y enfrentamiento con Dios, cayó a los infiernos transformándose su inigualable belleza o monstruosidad, y la razón y orden divino en caos y descontrol representado a través de la variedad de formas y múltiple naturaleza de las mismas. Seres malignos de los que huir y ante los que temer, vigilando las variadas maneras que tiene Satán para presentarse ante los humanos, disfrazado hábilmente de infinitas maneras para tentarnos y caer en pecados que nos alejarían del Señor y del descanso eterno de nuestras almas.
Arriba: vista general del muro de la epístola o derecho de la Iglesia de la Asunción, enclave donde mayor número de gárgolas eróticas se concentran, con tres de sus cuatro esculturas iniciales entregadas a placeres carnales, dos de ellas mostrando sesiones eternas de autocomplacencia.
Uno de los pecados más temidos por la Iglesia, y por ello más representado a lo largo de la Edad Media, sería la lujuria, falta capital origen de otros muchos males cuya raíz residiría en un deseo sexual irrefrenable y descontrolado que llevaría a los humanos a perder el control de sí mismos, y con ello alejarse del orden instituido por Dios y de Dios mismo, derivando en actos calificados como viles y despreciables por la Iglesia Católica como el adulterio o la prostitución, incluidas las violaciones, o bien acercándonos a otros pecados igualmente maldecidos y castigados por Yahvé a lo largo del Antiguo Testamento, como la masturbación, las prácticas homosexuales, el incesto o la zoofilia. En su intento moralizante y doctrinal por mostrar las consecuencias terribles para el alma dimanantes de la práctica de cualquiera de las variedades pecaminosas en que deriva la lujuria, la Iglesia Católica implanta una serie de iconos a reflejar a lo largo del Medievo con los que establecer su postura frente a las relaciones sexuales y sus variantes fuera de la simple búsqueda de la procreación humana, iconos que, por otro lado, enlazarían con las representaciones eróticas previas a la llegada del cristianismo, escribiendo un capítulo más del arte erótico a lo largo de la historia del ser humano. Algunos autores, inclusive, ven relación directa entre el denominado arte erótico medieval y el arte erótico pagano de edades clásicas y etapas históricas previas, pudiéndose inspirar las representaciones fálicas datadas en los años de la Alta Edad Media en el abundante material artístico y simbólico que basado en tal miembro viril encontraban entre las ruinas de la previa civilización romana, o en el caso de la representación genital femenina, pudiera entroncar su iconografía medieval con las representaciones que de la diosa pagana de la fertilidad Sheela na Gig heredaron los descendientes del mundo celta.
Múltiples capiteles y relieves ejecutados a lo largo de toda Europa y bajo la señal del Románico nos hablan de la lujuria, con representaciones tanto del pecado en sí o de las relaciones sexuales fruto de la misma, como de los castigos a los que su acometido conduce. Figuras masculinas y femeninas mostrando sin pudor sus genitales, hombres practicando el onanismo o la autofelación, así como parejas entregadas a diversas prácticas sexuales o animales copulando tienen amplia cabida en los canecillos exteriores y capiteles de numerosas iglesias y ermitas románicas, destacando de entre los templos europeos erigidos en la época las representaciones que pueblan diversos edificios religiosos del triángulo inscrito entre Cantabria, Palencia y Burgos, al Norte de la Península Ibérica, encontrando en la Colegiata cántabra de San Pedro de Cervatos los considerados mejores ejemplos del arte erótico románico español, luciendo bajo sus cornisas todo un compendio de representaciones fálicas y escenas eróticas de diversa temática y claridad tal que llegó a barajarse en un pasado su posible origen como templo pagano dedicado al fértil y genitalmente poderoso dios Príapo.
Arriba y abajo: las cuatro gárgolas que anidan en la cornisa del lado de la epístola presentan actitudes eróticas poco ambiguas, cuyo mejor ejemplo residiría en la escultura antropomorfa de género femenino que, junto a la esquina que une esta pared con la portada de la iglesia, se lleva las manos a su sexo (arriba), seguida por otra fémina que se acaricia sus senos así como de una figura varonil que se entrega sin pudor al “pecado de Onán”, antecedido por una gárgola semidestruida que bien pudiera guardar similitudes con la segunda escultura y vecina suya.
Aunque algunos estudiosos plantean la posibilidad de que tal abundancia de representaciones sexuales y escenas eróticas a lo largo de los siglos en que predominó el Románico bien pudiera responder a una cierta liberalidad en la mentalidad de la época, heredera del mundo clásico, o incluso como campaña propagandística de la procreación dentro de una sociedad en que la mortandad infantil y las defunciones provocadas por epidemias, hambrunas y guerras era altísima, la idea de plantear su origen con fines moralizantes persiguiendo la censura de tales actos considerados pecaminosos por la Iglesia es la que parece triunfar, y la que posiblemente heredaron las creaciones góticas que continuaron semejante labor doctrinal entre cuyas obras de arte fabricadas siguiendo este fin podrían encuadrarse diversas gárgolas ubicadas en las iglesias europeas durante los últimos siglos de la Edad Media, enlazando en muchos casos lo grotesco de sus facciones con lo grosero de los actos que parecen practicar, despuntando ejemplos como la gárgola que, desde los tejados de la Catedral de Nuestra Señora de Friburgo de Brisgovia (Alemania), expulsa el agua no por la boca, sino de manera escatológica, o la escultura de género femenino que se lleva las manos a los senos desnudos en la Catedral de la Asunción valenciana.
Tal y como sucediera entre los canecillos románicos dedicados a escenas eróticas o a temas sexuales de diverso índole, y fuera cual fuese su origen y función, también entre las gárgolas góticas despuntaron las representaciones onanistas o de masturbación, tanto las ejercidas por féminas que deciden autocomplacerse como principalmente aquéllas representaciones de varones o seres de género masculino que ejercen el que por aquel entonces comenzó a denominarse como “pecado de Onán”, en referencia al personaje bíblico de tal nombre que, tal y como indica el libro del Génesis, en su Capítulo 38, Versículos 8-10, decidió no procrear con la viuda de su hermano, eyaculando tras copular fuera del cuerpo de su cuñada, consiguiendo su propósito pero también la ira del Señor, según algunos por poco considerado con la viuda impidiéndole tener descendencia, faltando además ante las leyes divinas, o según la mayoría por derramar al suelo su semilla espérmica. Diversas gárgolas de entre las 28 que coronan la Lonja de la Seda o de los Mercaderes de Valencia, muchas de ellas simbolizando la lujuria y ocupadas en acciones de tipo sexual, se entregan al onanismo como también lo hace la gárgola que, en la esquina superior izquierda del edificio, nos mira mientras se masturba en la fachada del Palacio de la Isla de Cáceres. Pero si bien las gárgolas onanistas que suelen aparecer ejercitando el “pecado de Onán” figuran unas veces acompañadas de otros seres pecadores o lujuriosos, no siempre encuentran la compañía cercana de otras gárgolas entregadas a tan claros actos de autocomplacencia sexual, exceptuándose sin embargo el ejemplo que encontramos circundando las cornisas de la parroquia de la localidad de Montehermoso donde, por el contrario, vemos hasta cinco gárgolas que pudiéramos clasificar temáticamente como onanistas, a las que sumaríamos otra erótica y dos más dañadas que bien pudieran añadirse al grupo, junto a otras nueve que coronan los tejados del templo, todas ellas de simbología dudosa pero en las que pudiera adivinarse cierta relación en una mayoría con temas pecaminosos o al menos algo ambiguos desde un punto de vista sexual, y que pudieran recordarnos a ciertos relieves del Románico erótico castellano, en los que se pudieron inspirar.
Arriba y abajo: coronan la cabecera del templo montehermoseño tres gárgolas de tosco tallado entre las que despuntan las dos más cercanas al lado de la epístola, en claras actitudes femenino-masturbatorias.
La Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, ubicada en pleno casco histórico montehermoseño, comenzó a erigirse durante el siglo XVI como sustitución de la parroquia que en el mismo lugar había servido de templo religioso del pueblo desde su fundación como aldea dependiente de Galisteo, tras la Reconquista de estos parajes a comienzos del siglo XIII y siguiendo las directrices de repoblación impulsadas por Alfonso IX de León. Mientras que los muros y materiales de la anterior iglesia eran reaprovechados en pro de la edificación del monumento actual, la nueva parroquia iba tomando forma siguiendo los modelos del denominado como gótico extremeño tradicional, estilo que muestran muchos de los templos de nuestra región que, edificados a finales del siglo XV y principalmente durante el siglo XVI, en los albores de la Edad Moderna, conservaban las técnicas y soluciones arquitectónicas propias del Gótico más básico, en unas tierras donde el arte renacentista tardaba en llegar y cuyo atraso económico y cultural empezaba a dar muestras de su presencia. Finalizada al parecer entre 1.546 y 1.569, a juzgar por el escudo del que por entonces fuese señor de Galisteo, don Pedro Manrique de Lara y Luna, conservado tras el retablo mayor que decora la cabecera del edificio, la torre se levantó pocos años después, entre 1.560 y 1.575, bajo las dirección del vecino de Brozas Juan Bravo.
Siguiendo los esquemas arquitectónicos de un sencillo gótico rural, la parroquia de Montehermoso se coronó con dieciséis gárgolas en su exterior, doce de ellas repartidas por sus muros laterales, portada y cabecero, culminando el cuarteto restante las cuatro correspondientes esquinas de la torre-campanario del monumento. Conocidas como los “lobos” por los habitantes de la localidad, las gárgolas montehermoseñas, como en el resto de templos góticos europeos, muestran una caracterización individualizada en cada una de las esculturas, presentando diversos seres, en su mayoría antropomorfos con ciertos detalles zoomorfos, singularizados y no repetidos a lo largo de las cornisas de la iglesia. Sí se repiten, sin embargo, las poses o actitudes de algunas de ellas, entregadas a actos erótico-onanistas tanto masculinos como femeninos, reunidas éstas principalmente sobre el muro de la epístola de la parroquia, así como en la portada y cabecera del templo, englobándose en su totalidad en la que sería la mitad derecha del monumento. Es la gárgola derecha de la portada, de las dos que en este lado de la iglesia decoran la entrada principal al inmueble, la que se presenta al espectador al llegar ante el edificio sujetando o acariciando gratificantemente con sus manos un enorme falo que, a juzgar por las muecas placenteras que parece querer reflejar el rostro de la gárgola, premia a su portador con amplio goce carnal. Pudiera confundirse el falo con un rabo, o incluso con el palo de alguna escoba que brujilmente sujetase el sujeto. En todo caso sus actos pecaminosos, onanistas o no, serían los que conllevarían la aparición de pezuñas en vez de pies al final de las piernas del sujeto y como instrumento de sujeción de este individuo al muro, en clara alusión a su conversión en animal y condenación pecaminosa fruto de sus faltas y desviación de la doctrina cristiana. La gárgola izquierda, por otro lado, se encuentra en mal estado de conservación, aunque la idéntica figuración de pezuñas por pies y una controvertida pose en que pudieran adivinarse las manos tentando los pechos de este individuo, permitiría atribuir semejanzas entre ambas gárgolas de los pies del inmueble, así como parecidos entre esta última con otras gárgolas femeninas de corte erótico ubicadas en el lado de la epístola de la iglesia montehermoseña.
Arriba y abajo: las gárgolas del lado del evangelio, a las que se sumaría la tercera gárgola de la cabecera y más cercana a este muro izquierdo del templo, sin estar entregadas a actos onanistas ni presentar una simbología erótica clara, sí podrían tener relación tanto entre sí como con la temática pecaminosa y función moralizante general, barajándose la posibilidad de responder sus cuatro esculturas a una lectura en que cada una de ellas mostraría un capítulo describiendo la conversión de los humanos en animales a través del pecado, encabezando la narración la primera de las gárgolas, figurándose un ser humano relativamente andrógino sin más, al que seguiría un ser de cuya zona baja del torso surge la faz de un ente barbado, posible simbología demoniaca que se acopla a la parte de su anatomía más débil y apta para caer en la tentación, y cuya lascivia y lejanía de Dios ha permitido su conversión en animal, masculino en la tercera gárgola o posiblemente femenino en la cuarta.
Cuatro son las gárgolas que, en el muro de la epístola, decoran la cornisa de esta pared. Una de ellas, la tercera a contar si partimos del ángulo que une este lateral con los pies del inmueble, ha llegado a nuestros días semidestruida y por ello difícil de analizar, aunque, como en el caso de la gárgola izquierda de la portada igualmente en mal estado, pudieran adivinarse ciertas semejanzas en su diseño con las de otras gárgolas cercanas a ellas y vecinas del mismo muro. Las tres gárgolas restantes, dos de género femenino y una masculina, se entregan a actos eróticos y placenteros, onanista la primera y más cercana a la portada, de abultados pechos y frotándose con las manos sus genitales, así como acariciándose los senos la gárgola siguiente, que no cae sin embargo en faltas de masturbación. La escultura que precede a la cabecera de la iglesia, por su lado, muestra sus órganos reproductores externos masculinos manifestando claramente su género, llevándose la mano derecha hacia su erecto pene mientras dirige la izquierda hacia su abierta boca, en una faz de rasgos toscos derivados de la torpe fábrica con que la dotó el artista cantero, o bien intencionadamente creada así por el mismo en un intento de mostrar la simpleza de este pecaminoso ser, y su lenta conversión en bestia cubierto de fealdad y, como en los ejemplos de la portada, derivando en un animal. Similar tosquedad muestran las gárgolas restantes, de las cuales aquellas dos contiguas a ésta, ubicadas en la cabecera del templo, aparecen nuevamente en poses onanistas frotándose ambas sus vulvas mientras que con sus fauces abiertas dan muestra del grato placer que obtienen con semejantes actos masturbatorios.
Las gárgolas del muro del evangelio, junto a la tercera escultura que termina de bordear la cabecera del edificio y más cercana a esta pared del inmueble, a diferencia de sus compañeras ubicadas en el lado paralelo no se muestran en actitudes plenamente eróticas, ni mucho menos en actos onanistas, si bien mantienen un tallado semejante que permiten vincularlas a la misma mano creadora, con poses ambiguas o resultados de simbología dudosa. Una lectura alternativa de las mismas bien podría ver en ellas el resultado o conversión de una figura humana en animal, tras caer en el pecado, cuyos actos o faltas pasarían a ser mostrados en los ejemplos del otro lado de la parroquia, ya descritos. Así, una primera gárgola, la más cercana en el muro izquierdo o del evangelio a la portada y, en el caso de la parroquia montehermoseña, junto a la torre-campanario del templo, nos mostraría a un ser antropomorfo sencillo, con la boca abierta y las manos llevadas a la misma, cumpliendo su función como desagüe de los tejados del lugar. La siguiente fábrica, sin embargo, pudiera mostrarnos el desarrollo de la conversión del ser inicial, apareciendo ante el espectador una figura semejante a la anterior, pero con la característica curiosa de portar sobre su torso y partes bajas el rostro de una criatura masculina de la que caen pobladas barbas, figuración habitual de demonios o de razas infieles, musulmanes o judíos, que encarnarían el mal y/o el pecado, en este caso orientado hacia la zona genital o parte baja del tronco, enclave de la fisonomía humana más propenso según la ideología de la época a caer en el pecado. En un tercer lugar y como tercera fase de la conversión, una escultura zoomorfa, posiblemente un oso o animal ampliamente velludo, muestra sus genitales masculinos sin esconder el principio de una erección. Una última gárgola, ya en la cabecera y carente de brazos, bien por decisión del artista cantero o por pérdida ejecutada por el paso o inclemencias del tiempo, muestra semejanza con la anterior e igualmente presenta ciertas características zoomórficas, adivinándose entre sus patas lo que pudiera ser por el contrario una vulva femenina. Hombre y mujer que, pecaminosos y tentados por el mal, se han convertido en animales, ahora entregados a faltas onanistas y goces eróticos que, lejos de acercarles a Dios, los aleja de Él y los mantiene fuera de la Casa del Señor.
Arriba y abajo: mantienen muchos estudiosos la teoría que presenta a las cuatro gárgolas que bordean la torre-campanario del monumento como representación del tetramorfos o simbología de los cuatro Santos evangelistas, capitaneados por el ángel de San Mateo, y seguidos por el león de San Marcos, el buey de San Lucas y el águila de San Juan Evangelista, si bien la extraña constitución del supuesto ser celestial que representaría al patrón de la banca, y la ambivalencia simbólica del león y del buey dentro del bestiario medieval, plantean dudas sobre su relación santoral, abriendo las puertas a una posible vinculación con el resto de gárgolas y su función moralizante.
Las cuatro últimas gárgolas, colocadas en las esquinas correspondientes de la torre-campanario del templo montehermoseño, han sido clasificadas por muchos autores como representación del tetramorfos o de los cuatro símbolos de los Santos Evangelistas canónicos, contando con un águila como representación de San Juan Evangelista, un buey como símbolo de San Lucas, un toro como emblema de San Marcos y un ángel identificando a San Mateo, si bien estas cuatro esculturas, como sus compañeras, no carecen igualmente de ambigüedad, reflejada ésta principalmente en la gárgola que debería simbolizar a San Mateo como ángel, apareciendo por el contrario un extraño ser que, lejos de parecer celestial, guarda cierta similitud en la fábrica y en los extraños gestos con el resto de gárgolas que circundan la iglesia por debajo de las mismas. Si tenemos además en consideración que durante el Medievo tanto el león como el buey eran por igual símbolos positivos y negativos, pudieran estar estas cuatro gárgolas orientadas también a la supuesta labor moralizante que encierran las demás, encarnando figuraciones malignas y simbología pecaminosa. Escapa de tal ambivalencia sin embargo el águila, bestia de marcado carácter positivo que pondría en cuestión esta teoría acercándonos a la que presenta estas esculturas cercanas al tetramorfos, no impidiendo por ello que también surjan dudas sobre la relación entre la simbología evangelista con las gárgolas erótico-onanistas, sin llegar a aclarar tampoco los motivos que llevaron a los artistas que crearon este monumento a decorarlo con tan curiosa serie de gárgolas. Lo que sí es seguro es que las esculturas montehermoseñas despuntan dentro del arte erótico del Gótico español, así como dentro del patrimonio histórico-artístico montehermoseño y extremeño, ofreciéndose al espectador que las observa encaramadas en sus cornisas como todo un tesoro en el camino.