Construida sobre lo que fuese mezquita de la alcazaba, empleada como primitiva catedral hasta la adecuación de aquélla erigida en el Campo de San Juan, de lo que fuese posterior parroquia de Santa María del Castillo, también llamada Santa María la Obispal, Santa María de la Seo, Santa María de la Sée, Santa María de la Sede o Santa María de las Bodegas, apenas resta tras su desacralización a fines del siglo XVIII y posterior derrumbe en pro de la construcción en su derredor del que fuese el decimonónico Hospital Militar de la ciudad, la torre del templo y, junto a su base, el ábside de la capilla que, en el lateral del evangelio, fuera dedicada al Espíritu Santo, descubriéndose tras la restauración y adecuación de la misma una serie pictográfica aún entre sus paredes, donde a pesar de la destrucción a la que los frescos fueran sometidos, pueden todavía admirarse volutas, jarrones, una Resurrección de Cristo, una estampa mariana y otras figuraciones religiosas donde brillan no sólo el colorido, sino el gusto clasicista que hacen de esta estancia un retorno a un pasado donde el arte y la historia se daban cita en la capital pacense.
Badajoz. Siglos XV-XVI; posible estilo renacentista.
Arriba y abajo: sobresaliendo entre las edificaciones de la alcazaba pacense, e integrada en lo que fuese el Hospital Militar de Badajoz, actual sede de la Biblioteca de Extremadura y de la Facultad de Ciencias de la Comunicación y de la Documentación de la UEX, la hoy conocida como Torre de Santa María (arriba) supone el único vestigio de lo que fuera la primera catedral de Badajoz, edificada nada más reconquistarse definitivamente la ciudad por las tropas de Alfonso IX de León en 1.230 sobre lo que fuese primitivamente la mezquita privada de Ibn Marwan, ejecutándose entonces unas obras de adecuación arquitectónica que se verían cumplimentadas dos siglos más tarde, entre los siglos XV y XVI, con ampliaciones edilicias destinadas al acondicionamiento del inmueble a los oficios litúrgicos que allí volviese a celebrar el obispado, tras haberse visto la parte baja de la urbe, y con ella la Catedral de San Juan Bautista, afectadas por los conflictos bélicos que llevarían a convertirla de nuevo en principal templo episcopal a fines del siglo XIV, recuperándose a fines del siglo XX y tras desmilitarizarse en 1.991 el edificio castrense que engullese la torre y destruyese para edificar en derredor suya la iglesia de Santa María del Castillo, vestigios del triple ábside que, siguiendo cánones cistercienses y en pro de la adecuación de la mezquita en seo, fuese añadido en el lateral oriental del templo musulmán para su cristianización, restando sólo los cimientos del meridional -dedicado presuntamente a San Andrés- y una tercera parte de la curva del central, preservado sin embargo el ábside del lado del evangelio que, bajo una bóveda semicircular apuntada sobre el altar, antecedida de una bóveda de crucería enmarcada entre arcos fajones apuntados (abajo), fuera dedicado al Espíritu Santo y tras el que, al parecer, fuera añadida en el siglo XV por mandato del obispo fray Juan de Morales la sacristía, con acceso desde la capilla mayor, superada por una torre-mirador que serviría como base de la actual atalaya.
Arriba y abajo: de planta semicircular, y elaborado en su base de mampostería ayudada en las zonas más altas por el ladrillo, el ábside de la capilla del Espíritu Santo se ofrece desprovisto totalmente de pinturas en la parte central de tal cabecero (arriba), muy posiblemente ocupado por un retablo que, tras la desacralización del bien en 1.769, fuese mudado de enclave, descubriéndose por el contrario a raíz de las intervenciones arqueológicas dirigidas por Fernando Valdés a partir de 1.998, rehabilitadas para su exposición pública mediante las obras ejecutadas en 2.017 bajo dirección de Carmen Cienfuegos, una serie de pinturas al fresco que ornamentasen los muros restantes de la capilla, cuya datación, teniendo en cuenta la presencia de letras góticas junto a elementos clásicos recuperados durante el Renacimiento, como los medallones, los jarrones, los motivos vegetales y las volutas, podría encajarse en las obras de reforma llevadas a cabo en el templo entre los siglos XV y XVI, cuando los estilos gótico y renacentista comienzan a solaparse y coincidiendo con la ejecución de las pinturas mudéjares fechadas en el siglo XV que ornamentasen la puerta de similar estilo que uniese la capilla mayor con la sacristía, correspondiente así posiblemente todo a un programa iconográfico mandado elaborar por el obispo fray Juan de Morales en pro de ornamentar la nueva capilla central y, por añadidura, los ábsides laterales, preservados en peor estado los dibujos del muro septentrional (abajo) donde, bajo un medallón semiborrado (abajo, siguiente), el deplorable estado de conservación apenas permite vislumbrar la iconografía representada sobre esta sección edilicia (abajo, tercera imagen), adivinándose en lo que resta de un panel sobre el que quizás fuesen superpuestos posteriores añadidos, lo que pareciese ser una corona (abajo, imagen cuarta), posible emblema de uno de los Santos Reyes representados en alguna interpretación de la Epifanía del Señor.
Arriba y abajo: bajo la bóveda semiesférica, a izquierda del presunto retablo que centrase el ábside septentrional de la iglesia de Santa María del Castillo, un marco de tonos amarillentos y rojizos (arriba), coronado por una cartela cuya epigrafía ha llegado prácticamente ilegible a nuestros días (abajo), una imagen mariana trazada en líneas cobrizas y rodeada, al menos, de cuatro ángeles que parecen recibirla entre nubes (abajo, imágenes segunda y tercera), presenta al visitante una asunción de la Madre de Dios a los Cielos, donde Santa María, vestida con túnica de color bermellón y tocada con manto azulado que recoge con su brazo izquierdo, unidas sus manos en oración, ofrece las tradicionales tonalidades referentes a sus condiciones humana y divina respectivamente, enfrentada y cumplimentada con una paralela imagen de Cristo resucitado (abajo, imagen cuarta), sita a la diestra del presunto retablo central -donde, según estudio de Pedro Castellanos, pudo haber estado alojada la imagen de Nuestra Señora de las Lágrimas, entonces Soledad del Castillo, vinculada con la cofradía de Nuestra Señora de Gracia que, cada Viernes Santo, sacaba en procesión desde este templo de la alcazaba tal talla mariana, hasta su traslado en los inicios del siglo XVIII, posiblemente a raíz de la Guerra de Sucesión, a la cercana y hoy desaparecida ermita de Santiago-, figurando bajo cartela idéntica a la que supedita la pintura mariana (abajo, imagen quinta), y donde puede leerse "SIN PECADO ORIGINAL" -en clara alusión a Santa María, titular del templo, dedicadas quizás estas palabras a la talla de Nuestra Señora de la Soledad que allí presuntamente se recogiese, abriéndose la posibilidad de estar ante pinturas realizadas a comienzos del siglo XVII, bien de nueva obra o ampliando otras previas-, la figura de Cristo triunfante, como María, sobre la muerte, envuelto en nubes y rayos de luz, sobrevolando el sepulcro donde se depositara su cuerpo yacente (abajo, imagen sexta), ante la mirada de cuatro soldados que, custodiando el nicho tal y como se les mandase ejercer y según indicaría San Mateo en su evangelio -capítulo 28, versículo 4-, no dan crédito al acontecimiento milagroso ocurrido ante ellos (abajo, imagen séptima).
Arriba y abajo: horadado el muro meridional del ábside de la capilla del Espíritu Santo, muy posiblemente a raíz de la demolición del resto del templo y adecuación de los vestigios preservados con el resto del Hospital Militar, donde quedasen engullidos a partir de la cesión por parte del Ayuntamiento del edificio al Ejército en 1.858, una gran puerta que hoy da paso a un pequeño patio interior donde pueden observarse los restos de lo que fuese capilla mayor o ábside central de la iglesia de Santa María del Castillo (arriba), impide conocer la decoración pictórica que ocupase la parte baja de tal paredón, recortando inclusive la esquina inferior derecha del panel dedicado a la Resurreción de Cristo, salvaguardada sin embargo la serie pictórica que sobre ella se situase (abajo), representándose bajo un medallón ocupado por un ángel querubín y sustentado por volutas y florones (abajo, imágenes segunda a cuarta) -portadores éstos últimos de lo que pareciesen azucenas, símbolo mariano que, haciendo alusión a la virginidad de María, verificase la advocación del templo a la Madre de Dios- un tríptico dedicado, al parecer, a la representación de diversos sacros personajes de difícil identificación, dado el precario estado de conservación en que han llegado a nuestros días los murales, apreciándose en el primero de los tres espacios y más cercano al altar (abajo, imagen quinta), dos personajes de pie frente al espectador, vestido uno con manto rojizo mientras porta una espada -quizás alguna santa mujer, como Santa Catalina de Alejandría, cuya defensa de la fe cristiana le llevase a ser decapitada-, sito a su lado un personaje masculino que, con hábito blanquinegro, porta en su mano derecha una pluma -posible alusión a algún monje elevado a los altares, así San Benito de Nursia, representado habitualmente como fundador de la Orden del Císter, cuya vestimento recoge los colores aquí mostrados-, figurando en el panel central lo que pareciese el martirio de dos personajes yacentes y ya decapitados en el suelo (abajo, imagen sexta) -así los emeritenses Servando y Germán, los hermanos Cosme y Damián, o Justo y Pastor-, observándose en el panel final y más alejado del cabecero lo que pareciese un personaje semidesnudo, erguido y con las manos tras la espalda atado a un mástil, fuste o árbol, tal y como suele representarse a San Sebastián siendo asaeteado (abajo, imagen séptima), cerrando la figura del mártir originario de Narbona la serie pictográfica, cumplimentada con grafitis que, en la parte bajo del arco que da paso al tramo recto del ábside (abajo, imagen octava), registran no sólo diversos nombres o palabras, sino inclusive variadas caricaturas, posiblemente ejecutadas por los soldados que ocupasen el Hospital Militar durante sus años de funcionamiento como tal, ampliando si no el valor artístico de la capilla, sí el lado histórico de uno de los monumentos más relevantes del medievo pacense, y de las dilatadas crónicas de tan relevante enclave de nuestra región.