jueves, 26 de mayo de 2011

Basílica visigoda de Trujillo


Arriba: vista general de las ruinas de la basílica visigoda de Trujillo, reposando en el Berrocal y a los pies de su villa medieval, con la silueta del castillo como telón de fondo.


Si hay algo que destaque en cuanto a la ubicación de Trujillo sería, sin dudas, su asentamiento sobre un considerable batolito granítico que en medio de una llanura domina la comarca, y desde el que se pueden divisar fácilmente los contornos de todo el rededor, vislumbrándose en días clareados la cercana Sierra de Santa Cruz, pero también la cacereña Sierra de la Mosca, las montañas de las Villuercas, o incluso los picos nevados del Sistema Central. Tal situación privilegiada supieron aprovecharla desde un comienzo los primeros pueblos que ocuparon la región, apareciendo ya en época neolítica los primeros castros en este rocoso enclave, donde los pobladores iniciales podían conseguir buen material para la construcción de sus viviendas, utilizar las oquedades que la misma naturaleza les ofrecía, y sobre todo, disfrutar de un mirador que era utilizado, más que para saborear el paisaje, como elemento a favor en cuanto a la defensa del clan y la continuación de la estirpe.



Arriba: de la basílica visigoda de Trujillo apenas quedan actualmente restos, invadidos por la naturaleza y olvidados por el ser humano, destacando y conservándose sin embargo un pequeño ábside en herradura.


Arriba: detalle de los sillares que conforman el ábside de la basílica trujillana, donde podemos apreciar el tallado del que hace de esquina derecha, acabado en ángulo agudo.
Abajo: vista del ábside desde la parte trasera del mismo, con los sillares reutilizados como cercado e incrustados en el terreno.


Al igual que los pobladores prerromanos, Roma supo ver el potencial estratégico del enclave trujillano. Cercana a Norba Caesarina, colonia germen de la actual Cáceres, en la zona se crearía una ciudad tributaria de ésta. Turgalium, nombre de raíz celta que nos recordaría su origen previo como castro indígena, se llamaría también y más tarde Castra Juliae, de la que prácticamente no quedan restos urbanos pero sí numerosas estelas funerarias y restos de villas y minas por la periferia, que dan a entender la importancia económica que llegó a alcanzar la urbe, convertida en una zona de paso entre Emérita Augusta y Caesar Augusta, y parada de importancia en el camino Iter ab Emerita Caesaraugusta, que enlazaba Mérida con Zaragoza, a través de Toledo, ciudades de capital importancia en la Hispania de comienzos de nuestra era.

Este mismo itinerario romano vuelve a describirse varios siglos después, apareciendo en el Anónimo de Rávena, una compilación realizada en el siglo VII d. C. por un cosmógrafo cristiano donde se detallan las calzadas e itinerarios romanos anteriores y en vigor en la época. Ahora nombrada como Turcalion, el antiguo Trujillo seguía siendo un punto relevante en la comarca como nexo de unión y parada previa a Augustóbriga (Talavera la Vieja) entre Emérita y Caesaraugusta, ciudades todas que habían sabido conservar su peso en el mundo visigodo.



Arriba: ubicada frente al ábside, y en perfecta perpendicular con el mismo, una cavidad delimitada con sillares aflora en el terreno, posible más que enterramiento pila bautismal de inmersión.
Abajo: detalle de la posible piscina bautismal en la que se practicaría el principal Sacramento cristiano a través de uno de los más primitivos ritos visigodos.



La pequeña mención de Turcalion en el Anónimo de Rávena cobra gran importancia al vislumbrar con ello la supervivencia de la ciudad en época visigoda, así como la continuación de su funcionalidad económica y urbana siglos después de su fundación y en una época previa a la llegada de los musulmanes. Pocos vestigios permanecen de la época, como ocurriera con aquéllos derivados de la presencia romana. Sin embargo y frente a la total inexistencia de restos urbanos latinos, se conservan una ruinas que confirmarían la continuidad de la urbe durante el reinado visigodo y que supondría un permanencia urbanística de la misma en mencionado periodo. Hablamos de la basílica visigoda de Trujillo, ruinas totalmente abandonadas, semienterradas e invadidas por la vegetación,  aunque sí catalogadas por D. Alfonso Naharro i Riera, defensor de su estudio, recuperación y consolidación como patrimonio histórico de destacada importancia para la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Trujillo. 

Como resultado de su abandono, así como de la práctica inexistencia de su estudio, investigación o excavación, unido a la falta de documentos que nos arrojen luz sobre la misma, poco se sabe de este yacimiento no sólo en lo referente a su fecha de construcción o consagración de la misma, sino además de las dimensiones originales del edificio y relevancia de su magisterio en la ciudad. A pesar de haberse reutilizado muchos de sus sillares graníticos en los cercanos vallados y construcciones inmediatas, ha podido sobrevivir hasta nuestros días el ábside en herradura, orientado hacia el Este y posiblemente lugar que ocupara el altar del templo a falta de restos de otras naves, apoyada la hipótesis por la ubicación de una posible piscina bautismal en perfecto perpendicular con la misma. Su diseño en herradura enlazaría con la tradición constructiva visigoda, que impulsó este tipo de arco en los edificios hispanos y en el arte europeo, copiado más tarde por los andalusíes, de los que pasó por África hasta Asia. La piscina o pila bautismal engarzaría igualmente con el ritual sacramental visigodo, donde el Bautismo era realizado mayoritariamente a través de la inmersión y no de la aspersión, introduciéndose el gentil parcialmente en las aguas de una pequeña piscina para convertirse, donde era bautizado al mismo modo que empleara San Juan Bautista en el río Jordán.



Arriba: varios sillares pertenecientes a la basílica aparecen desperdigados por los alrededores de la misma, reutilizados otros para la construcción de muros y cercas, sobreviviendo apenas varios de ellos semienterrados en el terreno en lo que seguramente fueron los muros del templo.
Abajo: detalle de algunos de los sillares de lo que posiblemente fue el muro de la epístola de la basílica visigoda trujillana.




Construida junto a la calzada que unía Turgalium con Caurium (nombre que los romanos dieron a la antigua Coria), vía con parada en la mansio Túrmulus, donde enlazaba con la Vía de la Plata a la altura del río Tajo, del resto del edificio que pudo ser la basílica prácticamente no se conserva nada. Muchos de los sillares nos sorprenden dispersos por las cercanías, apareciendo escasos restos de lo que posiblemente fueran los muros de la basílica tanto a derecha como a izquierda del ábside, incrustados en el terreno y dejando la zona central como enclave para la piscina bautismal., de la misma manera que aparece en otros templos de la época. De los pies de la nave o portada es difícil actualmente distinguir nada, no preservándose restos de la misma o bien encontrándose enterrados en el terreno, esperando su resurgimiento de la mano de una profunda excavación que recobrase para el presente este yacimiento del pasado.

Cómo llegar:




Arriba: aspecto que presenta uno de los pocos tramos conservados de la vía romana que, partiendo de Turgalium, llevaba al caminante hasta Caurium, pasando nada más salir del antiguo enclave trujillano junto a la basílica visigoda de la ciudad.

La ciudad de Trujillo se encuentra muy bien comunicada con el resto de la región, e incluso a nivel nacional, al ubicarse junto a la autovía nacional N-V, que comunica Madrid con la frontera portuguesa de Badajoz. Igualmente otra autovía, con el nombre de A-58, enlaza Trujillo con la capital provincial. Tanto desde un acceso como desde el otro podremos apreciar la silueta de su villa medieval y su castillo, enclavados en la zona más alta del batolito granítico en que se asienta el municipio, y a cuyos pies se construyó también la basílica visigoda.

Para acceder a las ruinas del templo visigodo tendremos que subir a la villa medieval, y dirigirnos hasta la Puerta de Coria, una de las entradas al casco antiguo que recibe tal nombre por partir de allí el antiguo camino que unía esta plaza con la cauriense. Mencionada calzada la encontraremos nada más cruzar la puerta y a mano izquierda, conservándose algunos retazos del antiguo pavimentado romano, que sirve actualmente como acceso a las fincas que ocupan esta zona del Berrocal, abandonadas la gran mayoría e invadidas por la naturaleza. Según nos acercamos a las ruinas del antiguo Convento franciscano de la Magdalena, encontraremos a la derecha el acceso en mal estado a la conocida como cerca de Pillito. Una vez allí, y caminando hasta el fondo de la que fuera huerta, nada más pasar una segunda cerca sin cerrar veremos los restos de la basílica frente a nosotros, descansando en una zona allanada del terreno, y con la figura del castillo como telón de fondo de este paisaje milenario.




Arriba: aspecto que presenta la verja que da acceso a la cerca de Pillito, con las ruinas del Convento de la Magdalena asomándose al fondo.
Abajo: una vez dentro de la finca, y tras alcanzar un segundo cercado, los restos de la basílica visigoda de Trujillo nos aguardan, con el ábside de la misma reutilizado como parte de un tercer muro de separación.

jueves, 19 de mayo de 2011

Depósito de miliarios en Lomo de Plata, cerca de Casar de Cáceres


Arriba: depositados junto a la calzada de la Vía de la Plata, varios miliarios descansan viendo pasar junto a ellos desde siglos atrás a los caminantes a quienes debieron haber servido.

Cuando el viajero de comienzos de nuestra era salía de Emérita Augusta viajando hacia el Norte de nuestra Península, a través de la calzada denominada "Iter ab Emerita Asturicam", siglos más tarde conocida como Vía de la Plata, encontraría la primera mansio en Ad Sorores, cercana al municipio actual de Casas de Don Antonio, tras 26 millas de camino. Eran las mansio paradas ideadas y adecuadas para los viajeros: una especie de antecedente de la venta que, cada 20 ó 25 millas de trayecto (unos 30-35 kilómetros, tomando como base la milla romana equivalente a 1.481 metros), encontrarían los transeúntes tras avanzar una jornada de camino, preparadas totalmente para su descanso y reposición.



Arriba: contabilizados ocho miliarios completos y otras tantas porciones de los mismos, en la imagen se observan los primeros que aparecen según avanzamos desde el sur, conservando la peana uno de ellos.

Una segunda jornada de viaje llevaría al caminante hasta la mansio de Castra Caecilia, ubicada frente a la colonia de Norba Caesarina, antecedente y origen de la ciudad de Cáceres. Tendría la oportunidad así de repostar junto a una auténtica ciudad romana, no alcanzando otro núcleo importante de población hasta llegar a Cáparra, tres jornadas después. Hasta entonces pasaría por Túrmulus y Rusticiana, siendo la primera una mansio enclavada en la orilla del Tajo, cerca de la desembocadura en el mismo del río Almonte, sepultada desde 1.969 bajo las aguas del pantano de Alcántara. La siguiente, Rusticiana, más al Norte y alcanzando el río Jerte, se ubicaría junto a Galisteo. Finalmente y tras dejar la mansio enclavada en Cáparra, al viajero sólo le quedaría una jornada más en las tierras que más tarde fueron Extremadura, con una última parada en Caelionicco, cercana a Baños de Montemayor, famosa ya entonces por sus aguas termales. Habría recorrido 132 millas desde la capital de la Lusitania antes de adentrarse en las entrañas montañosas del Sistema Central.



Arriba: unos aún de pie, y otros caídos y semienterrados, los miliarios anepígrafos de Lomo de Plata constituyen uno de los mayores depósitos de toda la Vía de la Plata.
Abajo: detalle de dos de los miliarios de mayor longitud del conjunto, los siguientes en encontrarnos según vamos caminando.


 Para servicio e información del viajero, se dispuso entonces que todas las millas fueran marcadas o señaladas por hitos pétreos, denominados por ello como miliarios. En la mayoría de los casos y con el paso de los siglos, los miliarios de la Vía de la Plata han ido desapareciendo o han sido desplazados de su ubicación original, usados por su naturaleza granítica como material de construcción en muros y paredes. En algunas zonas sin embargo se conserva un gran número de ellos, no sólo reutilizados sino también depositados junto a la vía, destacando por este motivo el tercer tramo de la calzada romana contado tras salir de Mérida. En este trayecto, que el viajero atravesaría una vez atrás Castra Caecilia y hasta llegar a Túrmulus, son numerosos los miliarios que se conservan, especialmente tras dejar Casar de Cáceres y en el término municipal de Garrovillas de Alconétar. Pero sin duda la singularidad de este enclave no sólo reside ahí. Una sorpresa aguarda al caminante cuando alcanza el paraje de Lomo de Plata, o Lomo de la Plata, lugar donde se ubica uno de los depósitos de miliarios romanos más destacados de todo el camino.



Arriba y abajo: algunos miliarios aún en pie se entremezclan con otros tantos caídos, acompañados a su vez de diversos vestigios  de lo que fueron antaño hitos pétreos en la zona central del depósito de Lomo de Plata, la más llamativa del yacimiento.


Para algunos investigadores compuesto de ocho miliarios completos, nueve para los demás, así como de retazos de otros tantos que no han llegado íntegros a nuestros días, el depósito de miliarios de Lomo de Plata se enclava en el corazón de este paradero, cercano a Casar de Cáceres pero perteneciente al término municipal de Garrovillas de Alconétar. Separados de la calzada latina por una alambrada (a excepción de una porción con peana de miliario que, en la zona más septentrional, permanece caído junto a la vía), aún aguardan al caminante en lo que fue siglos atrás una especie de almacén de los mismos, levantado junto a las cercanas canteras y berrocales de los que se obtenía la materia prima para crear estas graníticas señalizaciones. El carácter anepígrafo de los miliarios, sin conservarse inscripciones legibles en los mismos, así como la conservación intacta de la mole de algunos de ellos, que presentan en algunos casos la base o peana, permite pensar que el depósito se constituyó como recinto donde almacenar los miliarios antes de su colocación y uso en la vía, frente a la idea que nos lo presenta como depósito de aquellos hitos deshechados y restituidos. Algunos autores añaden además la posibilidad de que algunos de los pedazos graníticos que allí se encuentran fueran creados con el fin de servir a los transeúntes que viajaban a lomos de caballo, como pedestales o gradus que les ayudaran a subirse a las cabalgaduras.



Arriba: en la zona más septentrional del conjunto aparecen los últimos retazos pétreos, conservándose sin embargo la peana en la base de algunos de estos vestigios de miliarios, como se puede observar en esta imagen.
Abajo: junto al camino pero fuera de la alambrada, un último vestigio de miliario con peana despide al depósito de Lomo de Plata.




Cómo llegar:

Casar de Cáceres se enclava en las cercanías de la capital provincial cacereña, llegando a este municipio si desde la ciudad partimos a través de la carretera local que lleva su nombre, cuyo inicio aparece poco después de dejar la Plaza de Toros de Cáceres, y avanzar por la Avenida de las Lavanderas.

La localidad casareña se encuentra atravesada en su mitad por la Vía de la Plata, que corresponde con las calles de la Larga Alta y de la Larga Baja, hasta alcanzar la ermita de Santiago. Una vez allí, sigue el camino, ya sin asfaltar, pero siempre señalizado por los nuevos hitos colocados gracias al proyecto Alba Plata.

Para llegar hasta el depósito de miliarios de Lomo de Plata deberemos seguir siempre el trazado del camino, que en esta zona se conserva prácticamente en su itinerario original. Dejando a nuestra izquierda el desvío que nos acercaría al embalse del Cordel, el camino continúa su orientación norteña, usado actualmente como acceso a las múltiples fincas que por este paraje se encuentran. Llegaremos así hasta la primera de las verjas que hallaremos tras salir de Casar de Cáceres. El terreno es privado, pero la vía pública, por lo que podremos acceder perfectamente para continuar siempre por la senda, aunque recomendando desde este blog dejar aquí aparcado y si lo llevamos el vehículo, principalmente por la nueva orografía que nos encontraremos, que impedirá en algunos puntos el acceso con un turismo. Tras atravesar la segunda valla nos adentramos en la zona de Lomo de Plata. El depósito nos aguarda poco después, avisándonos de su presencia los restos de refuerzos originales de los laterales del camino, que se irán haciendo más abundantes según avanzamos, disfrutando así no sólo del yacimiento de los miliarios, sino además de uno de los tramos mejor conservados de la calzada original.



Arriba y abajo: en la zona de Lomo de Plata, así como en las fincas contiguas que le siguen, no sólo podremos descubrir una de las mayores concentraciones de miliarios romanos, sino además restos de la calzada original en cuanto a su anchura, enlosado y refuerzos laterales, ya visibles junto al depósito. Un recuerdo del ayer que aún hoy sigue vivo, y que llevará al caminante, más allá de su destino, a reencontrarse con un tiempo pasado.

sábado, 14 de mayo de 2011

Puente romano-medieval de Santiago de Bencáliz


Si hay algo que nos describe y a la par destaca en las obras de ingeniería romanas es, sin lugar a dudas, su expléndida funcionalidad. Funcionalidad conjugada en muchos casos con la estética y la belleza, pero no por ello careciendo de un alto grado de cualidad práctica. Una virtud arquitectónica con que los romanos firmaron todas sus obras a lo largo de todo su vasto Imperio, y que mostraba ante los pueblos contemporáneos a ellos, y a los que somos herederos de su tiempo, su mentalidad pragmática.

Pero la ingeniería romana va más allá. Si a mencionada funcionalidad le añadimos una gran dosis de buenhacer, excelencia en los materiales y empleo de las mejores técnicas arquitectónicas, obtenemos como resultado obras de una calidad inmensurable que les ha permitido, en la mayoría de los casos, desafiar el tiempo y llegar indemnes a la actualidad. Sólo frente a desafíos meteorológicos o catástrofes naturales extremas, o sufriendo indefensas los ataques que los pueblos lanzan en medio de sus locuras bélicas, han caído como víctimas heroicas que pierden su vida para ganar la inmortalidad de los héroes pasados.



Arriba y abajo: levantado sobre una llanura donde es fácil el estancamiento del agua en épocas pluviosas, la imagen árida que presenta el escenario donde se levanta el Puente de Santiago en épocas más cálidas (arriba) choca con la de los meses más lluviosos (abajo).


Cuando Roma traza la línea que atraviesa Extremadura a través de la Vía de la Plata, no construye sólo una calzada con que unir dos puntos en un mapa. Buscando la mayor funcionalidad en sus proyectos, diseñan un camino que logra convertirse en un nexo de unión cultural entre pueblos y regiones distantes, logrando mantenerse útil con el paso de los años, empapado de una calidad práctica que sabe servir no sólo a sus constructores, sino también a todos los que detrás de ellos van a llegar. Funcionalidad y buen hacer que empapan también a las obras de ingeniería que acompañan el imperial proyecto viario, llegando hasta nuestros días enlosados centenarios que cruzan puertos y montañas, o puentes que nos salvan de los cauces de los ríos para permitir que el caminante pueda seguir sin interrupciones el transcurso de su destino.



Arriba: aspecto que presenta la calzada enlosada sobre el Puente de Santiago, desgastada por el paso de los años y las incontables pisadas de todos aquellos que hicieron de la Vía de la Plata su propio camino.

El Puente romano-medieval de Santiago de Bencáliz toma su nombre de la dehesa y casa-fuerte que junto a él se ubica, propiedad que aparece en la Edad Media donde siglos antes se asentaba la villa romana de Bencáliz, próxima ésta a su vez de la mansio Ad Sorores, que acogía a los viajeros que desde Emérita Augusta partían hacia el Norte tras 26 millas de viaje dejando atrás la capital de la Lusitania.

Al igual que mencionada quinta, que ha visto cómo desde la dominación romana diversas familias hacían de estas tierras su hogar, transformando los edificios que allí se asientan según las épocas y necesidades, el Puente de Santiago se ha visto también transformado desde que en un primer momento se concluyera que en ese punto debería levantarse tal obra de ingeniería, salvando así no sólo las aguas del arroyo Santiago, que bajo él pasa, sino además haciendo frente a las frecuentes inundaciones que en la zona se producen en épocas lluviosas debido a la llanura en mencionado enclave del terreno. Es así por lo que, en el medievo, y tras la Reconquista de la región, mientras que la Casa fuerte de Bencáliz recuperaba la ermita de Santiago que allí perdura, construida sobre las bases de una antigua residencia romana, el Puente de Santiago se veía transformado y restaurado. Respetándose el ojo inicial e individual, con arco de medio punto compuesto a base de repetidos sillares graníticos, se alargó su trazado añadiéndole dos nuevos aliviaderos cuadrangulares, uno a cada lado del ojo central, reconstruyéndose el pretil y reformándose la calzada hasta alcanzar un ángulo agudo en su punto medio, solución arquitectónica propia de los puentes del medievo.



Arriba: a pesar de las cortas dimensiones del Puente de Santiago, la calzada del mismo se alarga más allá de su propia construcción y pretil, con una larga lengua que si bien no es alcanzada por el cauce del arroyo, sí salva al caminante de las aguas estancadas y humedales de la zona.

Curiosamente el Puente de Santiago de Bencáliz carece de pilas y tajamares que protejan la obra de fuertes corrientes y aumentos peligrosos del cauce del arroyo. Sí cuenta, sin embargo, con una larga lengua de calzada enlosada que parte de la pequeña construcción para alargarla varios metros más tanto en una dirección como en la contraria. Vemos así que la naturaleza de la obra encaja con la del arroyo y del enclave natural en que se asienta, basado en una llanura que recoge estacionalmente las aguas de lluvia de los contornos, con estancamiento acuático durante los meses más húmedos del año. Una vez más, tanto la ingeniería romana como sus herederos supieron adecuar la construcción a las necesidades del momento y zona, y a la funcionalidad de la misma, logrando dotar, incluso a una obra tan pequeña y desapercibida como es el Puente de Santiago de la grandiosidad del buenhacer, para beneficio del caminante y de la historia que con ellos han seguido escribiendo los pueblos.



Cómo llegar:

Recientemente restaurado, el Puente de Santiago de Bencáliz se encuentra dentro del término municipal de Cáceres, aunque alejado de la capital provincial por más de treinta kilómetros de distancia. Entre las localidades de Aldea del Cano y Casas de Don Antonio, al sur de la provincia, el puente aparece y forma parte del tramo de la Vía de la Plata que transcurre entre estos dos municipios, prácticamente paralelo en esta zona a la carretera nacional N-630.

Enclavado a la derecha de la calzada si subimos desde Mérida, o a la izquierda si viajamos hacia el Sur, el Puente de Santiago es perfectamente visible desde la carretera mencionada. Cerca de la obra, y antes de llegar a ella si bajamos hacia Casas de Don Antonio, el cruce de la carretera con el trazado original de la vía romana nos permite salirnos de ella, así como poder aparcar y disfrutar de su visita. En caso de pasarnos mencionado cruce, un poco más adelante y antes de llegar al kilómetro 580 otro desvío nos deja nuevamente apearnos a nuestra izquierda de la vía nacional, en la entrada a la dehesa de Bencáliz y cercanos al miliario romano XXVIII, del que ya hablamos en una entrada con anterioridad.




lunes, 2 de mayo de 2011

Tesoros del camino: falo del puente romano de Mérida


Arriba: bajo el primer arco del Puente romano de Mérida sobre el río Guadiana, y grabado en uno de los sillares de la segunda hilera en su base oriental, un vigoroso falo nos da la bienvenida a la ciudad desde hace prácticamente dos mil años.

Quizás la característica más común que podemos encontrar entre los más antiguos ritos y culturas religiosas de los primeros pueblos y civilizaciones del planeta es su culto a la fertilidad, algo lógico en un mundo donde la supervivencia de la especie, del clan o del apellido se veía peligrar constantemente por una mortandad diaria y elevada contra la que tenía que luchar prácticamente sin medios la humanidad. Fertilidad humana, pero también fertilidad de la tierra, madre de la que se obtenían todos los productos con que poder sobrevivir y progresar,  representadas ambas tanto con simbología femenina como masculina a través de la figuración de las características sexuales más destacadas de ambos géneros, o directamente de los genitales de cada uno de ellos.

En el caso masculino es el falo, el pene erecto ilustrado habitualmente con sendos testículos, la representación básica que, exagerada en primitivas figurillas varoniles, pasará con el tiempo a ser tratada de forma exenta, alteración que afecta igualmente a la utilización del mismo, derivando su uso como icono de fecundidad a convertirse en imagen explotada bajo otros aspectos más supersticiosos pero igualmente benéficos. Es así como, en la antigua Roma, este atributo primordial del dios de la abundancia Príapo es usado no sólo como símbolo de la fertilidad, sino también y fundamentalmente como amuleto contra el mal del ojo y para la atracción de la buena suerte, representación colocada en las portadas de las casas, entradas de las calles y puertas de las urbes y lugares públicos, sin olvidarla en joyas y amuletos colgantes con que las personas intentaban alejar los males de sí.



Arriba: detalle del sillar en cuya superficie  se presenta grabado en relieve del falo protector de la colonia emeritense.

En la romana colonia de Emérita Augusta no podían faltar las representaciones fálicas en las casas de sus vecinos o como talismanes de sus ciudadanos. Sin embargo y con el tiempo y los cambios religioso-culturales estos amuletos cayeron en el olvido, enterrados con sus dueños o yaciendo bajo las capas que iban cubriendo las calles de la ciudad. Pero uno, quizás el más importante de todos los que un día hubo en los primeros siglos de vida de la capital lusitana, permaneció intacto en el mismo sitio donde se colocó intentando proteger de los males a toda la urbe, buscando potenciar la fecundidad de la misma y la prosperidad de sus habitantes. Es el falo del puente romano sobre el río Guadiana, esculpido en relieve sobre uno de los sillares graníticos que sostiene el primer arco del mismo, bajo la actual entrada a la alcazaba y antiguo enclave donde se levantaba el arco y puerta de acceso meridional de la ciudad.

Representado toscamente de perfil y en horizontal, orientado su grueso glande hacia la izquierda mientras los testículos caen a su derecha, pareciendo querer visualizarse los restos de unas posibles alas labradas que lo complementarían, el falo del puente romano de Mérida sigue protegiendo dos mil años después de su fabricación a la ciudad, desde que en época de Augusto fuese allí colocado por los primeros pobladores de la colonia. Al visitante de hoy en día le saluda y le sorprende como una muestra más de la cultura romana que pervive en la capital extremeña. Eclipsado por el puente romano al que pertenece, el falo protector engrandece aún más la majestuosidad histórica y artística de la obra, mostrándose a su vez como toda una joya en sí. Es, sin duda, un tesoro en el camino.



Arriba: vista general del primer tramo del Puente romano de Mérida sobre el río Guadiana, declarado como Bien de Interés Histórico-Cultural con categoría de monumento desde 1.913 (Gaceta de Madrid de 03 de enero de 1.913).

Tesoros del camino

Dicen que los pequeños detalles son los que nos hacen más grata la vida. Un gesto, una inesperada sorpresa o un pequeño logro hacen más llevadero un camino que comenzamos a recorrer nada más nacer. Bien podríamos afirmar que en el resto de los caminos que andamos, tanto metafórica como literalmente, pasa exactamente igual. Cuando el caminante parte hacia un destino incierto, o una meta programada, cualquier pequeña curiosidad con la que se topan sus pasos puede convertirse no sólo en una anécdota inolvidable, sino además en una imagen imborrable que volverá amablemente desde la memoria cada vez que queramos recordarlo, o cuando ella misma quiera surgir para hacernos revivir momentos de placer o felicidad pasada que por un instante recobran la vida presente. Son, sin lugar a dudas, auténticas joyas que hallaremos en nuestra ruta. Son tesoros del camino.

Cuando el caminante dirige sus pasos hacia Extremadura, y hace camino por ella recorriendo sus calles y atravesando sus paisajes, como humilde anfitriona que abre sus puertas al peregrino nuestra región ofrece su cultura, su historia y su patrimonio artístico más variado a todo el que decide descubrirla. Y no pocas veces, entre monumentos, en cualquier vuelta de esquina o parada que efectuemos, un pequeño tesoro nos aguarda inesperadamente en el camino, un detalle que nos sorprende y que nos agrada, una pequeña alhaja que el tiempo quiso conservar para que un día el caminante, parado ante ella, participe del paso determinante de los años, pero renovando a su vez en el presente el fin con que antaño se creó.

Con esta nueva sección titulada Tesoros del camino intentaré, periódicamente, ofreceros desde este blog y entre monumentos, algunas de esas modestas joyas que, eclipsadas por ellos u ocultas por el olvido o el desconocimiento, asoman ante el caminante como pequeños regalos que la historia nos ha brindado deseando que, ricos en su humildad, podamos una vez más disfrutar de ellos.


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