Arriba: erigida al parecer en el siglo IV d.C., en la misma centuria que vio en sus comienzos el martirio de Santa Eulalia a las afueras de Emérita Augusta, la Basílica de Santa Eulalia se ha visto levantada, enriquecida, devastada y vuelta a construir a lo largo de los siglos y ligada al devenir histórico de la ciudad, logrando finalmente mantenerse en pie tras la renovación de la misma una vez efectuada la reconquista de la villa, ornamentada nuevamente con piezas artísticas como el púlpito renacentista que aún hoy en día sirve a la liturgia en este sagrado recinto.
Fue, al parecer, un diez de diciembre, concretamente del año 304 d.C., cuando con la muerte de la mártir Eulalia en la antigua Emérita Augusta por defender su derecho a creer en Cristo frente a las normas que, a través del Edicto contra los cristianos imponían, por mandato del emperador Diocleciano, el culto a los dioses paganos a todo ciudadano prohibiendo explícitamente la fe cristiana, cuando nace uno de los cultos cristianos más arraigados en la Hispania del Bajo Imperio Romano, incrementándose después en la Hispania Visigoda, hasta alcanzar su apogeo en los años previos a la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica. Era tal la admiración que los cristianos hispanos mostraron ante la valiente actuación de la joven emeritense y su virtuosa, incluso rodeada legendariamente de milagros, muerte, que la tradición oral que cantaba las glorias de la ejecutada ante su pasión y martirio se propagó rápidamente por todos los rincones de Hispania, inclusive el Norte de África y otras regiones europeas cercanas a la Península, recogida para la posteridad por el escritor latino nacido en la antigua Calagurris (actual Calahorra riojana) Aurelio Prudencio, el cual dedicó a Olalla el Canto III de su Peristéphanon o Libro de la Corona de los mártires, colección poética dedicada a los mártires más laureados durante los años de los que fue contemporáneo, circunscrita entre el siglo IV y comienzos del siglo V. Fue este mismo autor hispano el que, supuestamente tras visitar en persona la capital lusitana, alababa la rica decoración con que contaba el edificio que los cristianos habían querido levantar sobre el túmulo funerario o mausoleo original donde se recogían los restos inertes de la santa, quemada y calcinada hasta alcanzar su muerte, ubicado a escasos metros del enclave donde tenían lugar las ejecuciones públicas en época romana, y donde todo apuntaba a ser el mismo terreno donde Eulalia había padecido tormento hasta fallecer.
Arriba: de base poliédrica hexagonal y sostenido por una columna coronada por capitel y cimacio decorados, el púlpito eulaliense se compone básicamente de cuatro tableros o antepechos unidos entre sí por pilastras labradas en piezas de similar naturaleza marmórea, posiblemente obtenidas de vetas de la lusa Estremoz, al igual que el púlpito plateresco de Ribera del Fresno, con el que mantiene gran relación estilística.
Este templo inicial, construido durante el mismo siglo en que Eulalia había sido martirizada, y por ello considerado el primer edificio religioso cristiano en levantarse en suelo hispano tras proclamarse el Edicto de Milán, que permitía la libertad de culto en época de Constantino I o Constantino el Grande, se convirtió rápidamente en lugar de peregrinaje y necrópolis cristiana, siendo dotado por parte de los obispos y arzobispos emeritenses de múltiples obras artísticas que embellecieran el lugar e invitasen a la relajación del alma una vez en el interior de tan sagrado recinto. Según palabras del mismo Aurelio Prudencio, contaba este templo con ricos mármoles y pavimentos musivos de vivos colores que dibujaban una rica pradera floreada dignos de admiración, así como dorados artesonados inspirados en producciones propias de las zonas más orientales del Imperio. Mientras que algunos estudiosos del siglo XX consideraron por contra que este túmulo debió estar abierto al aire libre, y que la rica ornamentación que describe Prudencio era imposible de hallar en el Occidente cristiano del siglo IV, las excavaciones realizadas bajo el suelo de la actual basílica, en los años 90 del pasado siglo, permitieron afirmar que el mausoleo primitivo se ubicaba en el interior de un edificio de planta rectangular y única nave, sin cripta, rematado con ábside semicircular, encajando con la descripción de Prudencio. Por desgracia estas obras de arte y primera fase del templo martirial no sobrevivieron al asedio y saqueo al que, en el año 428, sometieron la ciudad las tropas suevas encabezadas por Hermegario en su lucha contras los vándalos y por mandato del rey suevo Hermerico, gran enemigo del pueblo bárbaro que se había asentado en esta zona central peninsular y que, como los suevos, conformaban una suerte de estados federales sometidos al emperador de Roma, en la última fase del Imperio.
Arriba: enmarcado por una hornacina coronada con arco de medio punto, se refleja en el primero de los tableros del púlpito la figura de San Serván, también conocido como San Servando, portando alfanje de estilo musulmán en recuerdo a su martirio y degollación, mientras que en la parte inferior, tal y como se repite en el resto de placas, figura labrado sobre el mármol su nombre en caracteres latinos.
Tras la destrucción del edificio primitivo, de tipo constantino, se elevó sobre los vestigios del mismo una basílica paleocristiana cuyo diseño marcaría las trazas del edificio religioso actual. Dirigidas las obras en el año 570 por el arzobispo Fidel, posteriormente subido éste a los altares como San Fidel y formando parte el mismo de los Santos Padres de Mérida, se inauguraba un nuevo templo basilical compuesto por tres naves orientadas de Este a Oeste, cerradas éstas con ábsides semicirculares que, años después, serían reforzados al estilo visigodo y de los que se conservaría el central, aún en su uso original en la actualidad. Coincidiría esta segunda etapa del edificio con la época de mayor florecimiento tanto del mismo como del culto a la santa mártir y virgen. Nueva y rica decoración artística volvió a ornamentar el templo, sin embargo toda la fastuosidad del mismo cayó nuevamente bajo las vicisitudes del trascurrir de la historia, esta vez de la mano de las incursiones y conquista de la Hispania visigoda por parte de los seguidores de Alá, que ocuparán Mérida poco después de vencer al rey Rodrigo en el 711. Si bien las intenciones de los musulmanes en un primer lugar eran de respeto hacia la religión de los ciudadanos hispano-visigodos, el temor a la profanación y destrucción de las reliquias cristianas llevó a los encargados de la custodia de los vestigios de Santa Olalla a repartir los mismos por localidades ajenas a la dominación musulmana dentro de la Península, llegando sus cenizas, en el año 780, a Oviedo, así como posiblemente otras en el siglo IX a Barcelona, ciudad donde la presencia de las mismas apoyará la duplicidad hagiográfica ya vigente en el siglo VII y la consideración de la existencia de una Santa Eulalia propia barcelonesa, nombrada patrona de la ciudad condal.
Arriba: mientras que San Serván, San Germán y Santa Eulalia son patronos de Mérida, nombrados como tal por estar si vida vinculada a la antigua capital lusitana, la aparición de Santiago en el segundo de los paneles del púlpito emeritense responde posiblemente a su relación con la Orden Militar a la que da nombre y a la que fue donada la villa para su protección, presentándose el patrón de España con sus símbolos peregrinos, gorro, concha de vieira, bastón y calabaza, y no con otros mucho más belicosos.
Cuando Mérida es finalmente reconquistada al Islam, en enero de 1.230, durante los últimos días del reinado del leonés Alfonso IX, ayudado éste en su campaña sobre Extremadura por sus tropas cristianas así como por diversas Órdenes militares, fundamentalmente la Orden de Santiago, se encuentran los nuevos gobernantes en el lugar donde antaño se erigió la Basílica de Santa Eulalia con diversos restos de norias y edificios industriales levantados por los andalusíes aprovechando la cercanía de la vega del río Albarregas. La Orden Militar de Santiago, que hará de Mérida sede del Priorato de San Marcos de León, decidirá entre sus primeras actuaciones en la villa la reconstrucción del templo. Sin embargo, y si bien siglos atrás Mérida había logrado convertirse en una de las ciudades más destacadas no sólo dentro de Hispania, sino incluso dentro de la totalidad del Imperio Romano, no logrará la villa la vuelta tras la reconquista de su pasada gloria ni fama, fundamentalmente como consecuencia de la oposición que el obispo de Santiago presentó ante la solicitud de restitución del Obispado emeritense. Repartidas además las reliquias de Santa Eulalia por otras localidades, no retomará la nueva basílica su excelsa posición como lugar de peregrinaje, a pesar de que los vecinos emeritenses seguirán recordando el martirio de su conciudadana año tras año, honrando su memoria y culto y dotando nuevamente al templo con otras fórmulas decorativas y elementos de ornamentación que embellecieran el lugar donde estuvo enterrado el cuerpo de la mártir, destacando entre ellas aquélla con que se dotó a la basílica coincidiendo con una ligera época de auge que vivió la localidad, una vez alcanzado el reinado de los Reyes Católicos, y entre las que destaca un valioso púlpito renacentista.
Arriba: ocupa Santa Eulalia, única figura femenina del púlpito, el tercer tablero de los cuatro que componen el estrado eclesiástico de su basílica, surgiendo de las llamas que la devoraron y portando la palma del martirio entre sus manos, mientras que sostiene a la par un libro en clara referencia a la sentencia dictada por San Pablo y que se puede leer grabada y repartida en la zona superior de los paneles, indicando que los mártires, en base a su vida y su gloriosa muerte, son los que "predicamos a Cristo crucificado".
La llegada de los Reyes católicos al poder, a finales del siglo XV, supuso en lo referente a las Órdenes Militares un cambio trascendental desde dos puntos de vista distintos. Por un lado, y como medida preventiva frente a nuevos alzamientos contra la corona, el Maestrazgo de cada una de las Órdenes pasó a manos del rey. Por otra parte, los comienzos de la unificación política nacional, el gran dictamen de nuevas leyes y reformas que consolidaran ésta en todos y cada uno de los aspectos de la vida social española del momento, así como la reconquista definitiva del Reino de Granada en 1.492, dieron paso a una etapa de pacificación y prosperidad económica que permitieron a las Órdenes Militares centrarse en su carácter religioso, del que se habían ciertamente apartado tras siglos de luchas internas y externas. En el caso de la Orden de Santiago, y en cuanto a su presencia en Mérida, se traducirá no sólo en la fundación del Conventual Santiaguista dentro del recinto de la Alcazaba musulmana, sino además en toda una serie de reformas y enriquecimientos de los templos con que contaba entonces la ciudad, y entre los que destacaba la Basílica de Santa Eulalia. Fue uno de estos nuevos añadidos con que se incrementó el patrimonio artístico del monumento emeritense el púlpito renacentista enclavado entre los cuerpos primero y segundo de la nave central, adosado al pilar de planta cuadrada que sostiene en este punto el cerramiento del templo. Además de servir el mismo a la liturgia, se quiso dotar al púlpito de una serie de relieves de grado medio, así como mascarones de diversa talla y tamaño, con que ornamentar y embellecer nuevamente el lugar donde antaño fue sepultada la mártir más conocida y celebrada del lugar.
Arriba: el cuarto y último de los paneles está destinado a albergar la figura del hermano de San Servando, San Germán, que como su familiar aparece representado lejos de su visión más común como joven soldado del Emperador, sino como anciano barbado tocado con larga túnica que, cual eremita, vivió legendariamente en las serranías cercanas a Mérida y bajo las que actualmente se enclava la localidad de Arroyo de San Serván.
Si bien no se conoce con exactitud la autoría de esta pieza artística, así como la precisa datación de la misma, existen diversos aspectos y detalles históricos que nos acercarían a la posible fecha en que este púlpito fue creado. Realizaba por entonces la Orden de Santiago, desde finales del siglo XV y hasta avanzado el siglo XVII, visitas a todas las localidades donadas a la misma o donde tuvieran presencia e intervención, y dentro de éstas a los edificios encargados a su protección y patronazgo y, especialmente, a aquéllos donde se estaban realizando obras de ampliación o reforma, expidiendo informes con cada una de las revistas donde se registrara la situación del edificio y el patrimonio con que contaba el mismo en cada momento. No siguieron estas inspecciones, a pesar de las intenciones, una periodicidad fijada y estática, conservándose los informes elaborados en relación con aquellas visitas celebradas en 1.553 y 1.603 a la Basílica de Santa Eulalia, no mencionándose la existencia del púlpito en la primera, pero sí en la posterior. Se puede barajar así, con amplia fiabilidad, que fue durante la segunda mitad del siglo XVI cuando fue esculpida la obra renacentista. Si además se tiene en cuenta que el púlpito marmóreo de Ribera del Fresno, de diseño plateresco y factura muy similar a la del emeritense, considerado de creación previa a éste, está fechado en 1.549, se apoyaría así la idea de fabricación del púlpito eulaliense en la segunda mitad de esta centuria. Finalmente, un detalle existente en la misma obra podría concretar más aún la fecha de creación del mismo durante el obispado en Badajoz del que años después fuese proclamado como San Juan de Ribera, cuyo ministerio en la sede pacense trascurrió entre 1.562 y 1.568. Se puede observar concretamente en el balaustre principal de aquéllos que cierran la escalera de subida al estrado eclesiástico, un escudo labrado con el blasón de los Ribera, compuesto en una de sus variantes por seis franjas horizontales onduladas, dibujadas en el interior del mismo, y que bien pudiese hacer referencia al santo sevillano que ejercía su mandato en la diócesis durante la posible creación del púlpito. Se puede encontrar este escudo, sin embargo, salpicando
diversos rincones renacentistas de la ciudad, en relación con los antepasados
de los Corbo en cuyo mismo palacio, que en su día engulló el colosal Templo de
Diana, puede apreciarse el blasón formando parte de aquél que luce sobre la
ventana plateresca de su fachada, lo que podría informarnos más bien sobre un
posible mecenazgo ejercitado por esta vinculante familia en la Mérida del siglo
XVI sobre el púlpito eulaliense.
Arriba: está sostenido el púlpito de la Basílica de Santa Eulalia por una columna cuyo capitel aparece decorado presentando una simbiosis entre motivos vegetales y pequeñas cabezas de niños, entremezcladas éstas con testas animales que algunos han querido identificar con leones, mientras que otros asemejan más a verracos.
Abajo: entre la base del púlpito y el capitel de la columna que lo sustenta, podemos observar un amplio cimacio de cinco lados donde tienen cabida una serie de mascarones de estilo similar a las cabezas infantiles labradas bajo ellos, separados éstos, de ojos almendrados y bucles rizados cayendo sobre su frente, del resto de la columna por pergaminos enrollados.
Está fabricado el púlpito emeritense en mármol o aliox blanco, con ligero tono rosado en algunas de sus placas conformantes y especialmente en varias de las pilastrillas y en la columna principal de aquéllas que cierran los peldaños de subida. Pudiéramos estar, como en el caso del púlpito de Ribera del Fresno, ante mármol de Estremoz, de cuyas canteras se ha proveído Extremadura desde época de dominación romana. El característico color rosa de Portugal propio de algunas vetas marmóreas de esta localidad lusa podría ser el que explique el tono carnoso presente en diversas zonas del púlpito, de base poliédrica, hexagonal en este caso, donde uno de sus lados sería el que permitiera el acceso al interior del mismo, mientras que otro contiguo serviría de unión entre el púlpito y el pilar sobre el que se apoya. Los cuatro lados restantes quedarían guardados por cuatro placas o antepechos unidos entre sí por sus esquinas a través de cinco pilastrillas labradas sobre piezas individuales de talla similar a aquéllas que presentan las columnas que componen el balaustre de la escalinata, y que sostienen la cornisa que cierra el púlpito superiormente. El interior de cada uno de las cuatro tableros muestra, labrados en medio relieve y encerrados en hornacinas coronadas con arco de medio punto, cuatro personajes religiosos vinculados a la vida religiosa de la localidad, constando, por orden de aparición y lectura de izquierda a derecha, San Servando, Santiago, Santa Eulalia y San Germán.
Arriba: está la escalera de subida al podio rematada por una balaustrada compuesta por cuatro columnillas antecedidas por un gran balaustre de similar talla pero mayores dimensiones, rehechas las primeras en base a las pilastras que sirven de unión a las tablas del púlpito, conservándose como original sin embargo el balaustre primero.
Abajo: vista detallada de la parte superior del balaustre principal del que arranca la escalera de subida al púlpito emeritense, donde se pueden apreciar, en un tono rosado propio de algunas vetas del mármol de Estremoz, el florón que lo culmina así como el escudo de los Ribera, posible referencia a San Juan de Ribera, obispo de Badajoz entre 1.562 y 1.568 bajo cuyo ministerio y mecenazgo pudo fabricarse esta obra y pieza de arte, o bien a la familia de los Corbo, vinculante en la Mérida del siglo XVI.
Mientras que Santiago figuraría, muy probablemente, por su vinculación con la Orden Militar a la que da nombre, y bajo cuya protección se fundó ésta en pro de defender el camino que llevaba a su supuesta tumba, el santoral restante compondría la tríada de mártires que encabeza el listado de santos cuya vida trascurrió, totalmente o parcialmente, en la ciudad de Mérida, proclamados éstos concretamente como patronos de la localidad. Así, San Servando, también conocido como San Serván, y San Germán, hermanos uno del otro y considerados tradicionalmente hijos del también elevado a los altares centurión San Marcelo, nacieron al parecer en Emérita Augusta a finales del siglo III, alcanzando su martirio, como en el caso de Santa Eulalia, durante la persecución a los cristianos dictada por Diocleciano, en el año 305 d.C., ocurrida a las afueras de la Cádiz romana, en el actual término municipal de San Fernando. Figuran los dos mártires y hermanos representados bajo una iconografía que dista de aquélla más popular que los muestra como jóvenes soldados del Emperador. Por el contrario, se mantiene una imagen de los mismos como eremitas ancianos y barbados tocados con largas túnicas que portan, como símbolo de su pasión, alfanjes de estilo musulmán en recuerdo de la degollación a la que fueron sometidos como medida de ejecución. Coincide esta imagen con aquélla reinante en la comarca, especialmente la que podemos encontrar en la cercana Arroyo de San Serván, donde los hermanos comparten el patronazgo de la localidad por estar ésta enclavada a los pies de una serranía que sirvió, según una variante de la leyenda hagiográfica que narra la vida de los mártires emeritenses, como enclave para ejercitar su vida eremita.
Arriba: tras la fabricación del púlpito renacentista, se quiso rematar la obra con un tornavoz de estilo mudéjar posiblemente relacionado con el artesonado de tracería de herencia hispano-musulmana con que aún hoy en día se cubre el interior del edificio basilical, enriqueciéndose así, una vez más, el interior de este recinto sagrado que, si bien perdió gran parte de su ornamentación con el devenir de la historia, el mismo trascurrir de los años y paso de distintos pueblos por la antigua Emérita Augusta ha permitido que el santuario haya podido volverse a nutrir de bellas obras de arte.
San Jacobo, también conocido como San Yago, o popularmente denominado Santiago, muestra en la segunda de las placas su simbología peregrina, careciendo por el contrario de los símbolos de su martirio u otros elementos que lo vinculen con la Reconquista y sus legendarias apariciones en plena batalla y auxilio de las tropas cristianas frente al Islam en suelo hispano. Tocado con gorro donde luce la concha de vieira santiaguista, sostiene en su brazo izquierdo un bastón del que cuelga una calabaza. Eulalia, por su parte, es la única de las cuatro figuras que porta la palma del martirio, mientras que vuelve a presentarse con los símbolos de su pasión, surgiendo de entre las llamas que devoraron el cuerpo de la joven. En su mano izquierda, de similar manera a como lo hacen San Serván y San Germán, mientras que Santiago lo presenta en su mano derecha, sustenta un libro. Si bien ninguno de éstos mártires escribió literalmente libro alguno donde narrara sus vivencias o explicase la razón de su fe, se consideraría, por el contrario, que su vida dedicada a Cristo, y más aún su muerte defendiendo la fe en Él, sería una obra de la que seguir ejemplo tomada como doctrina para todo buen cristiano. Se enmarcarían así dentro de la sentencia de San Pablo, por la cual "nos autem predicamus Christum Crucifixum" ("pero nosotros predicamos a Cristo crucificado"), figurando ésta labrada en el frontal del mismo púlpito y dividida entre los márgenes superiores de cada tablero (NOS AVTEM / PRAEDICAMVS / CHRISTVM / CRVCIFIXVM). Bajo la hornacina que recoge cada figura religiosa se escribe, en latín, el nombre de la misma (S. SERVANDVS; S. IACOBVS; S. EULALIA; S. GERMANVS). Si bien las funciones litúrgica y ornamental bajo las que fue diseñado el púlpito quedan fuera de toda duda, podríamos contar también con la función propagandística del mismo y difusora del
mensaje de las sagradas escrituras y fe en Cristo que las
representaciones allí presentes han realizado desde su creación y
colocación dentro del inmueble, algo común y habitualmente perseguido por la mayoría de las creaciones religiosas a lo largo de los siglos, y de la que el púlpito emeritense no estaría exento.
Arriba: ubicado junto a uno de los pilares que sostiene el cerramiento del edificio, entre los cuerpos primero y segundo de la nave central, el púlpito renacentista se mantiene en su ubicación original desde que allí fuese emplazado en la segunda mitad del siglo XVI, diseñado en base a sus funciones litúrgicas, pero también como ornamentación del templo y elemento desde el cual ejercer la función propagandística de la doctrina católica ayudado por los mártires que allí tienen cabida y cuya vida y muerte son ejemplo a seguir por todo buen cristiano.
Sirve como pedestal al estrado eclesiástico emeritense una columna cuyo capitel se sirve como decoración de una simbiosis de motivos vegetales en su arranque, coronados por cuatro cabezas de niños alternas con otro cuarteto de testas de lo que muchos han querido ver como leones, si bien pudieran semejarse más bien con verracos. Sobre ellos figura un cimacio poliédrico de cinco lados, alojándose en cada uno de los laterales un mascarón de gran tamaño, similar en su talla a las cabezas de niños ubicadas bajo ellos, de ojos almendrados y cabello rizado cuyas ondas caen sobre la frente de los infantes, separados los de un nivel y otro por rollos de pergamino enroscados. Culmina la obra, en su parte posterior, con una balaustrada que protege la escalera de subida al podio cuyas columnas, en número de cuatro y similares a los pilares labrados en las juntas de unión de los tableros, han sido rehechas tomando como modelo las mencionadas y conservadas en el antepecho del púlpito. Es original, sin embargo, el balaustre principal o mayor que da inicio a la escalera y del que parte la barandilla de la balaustrada, de talle idéntico a los balaustres que separan los paneles pero de mayor tamaño que el resto de columnas de la escalinata, rematado con florón. Remata a su vez toda la obra un tornavoz de madera realizado bajo el más puro estilo mudéjar, posiblemente elaborado a la par que la cubierta principal del templo o artesonado de tracería de herencia hispanomusulmana, fabricado durante la segunda mitad del siglo XVI y con el que, nuevamente, vuelve a enriquecerse ornamentalmente este edificio religioso que, si bien perdió casi la totalidad de su herencia artística con el paso de los años y el devenir de la historia, ha logrado no sólo mantenerse en pie con el tiempo recogiendo en él vestigios de cada etapa vivida por la ciudad, reuniendo además donaciones culturales de cada uno de los pueblos que hicieron de Mérida su hogar, luciendo tesoros artísticos de los que puede señorear la capital de la región y que, como en el caso del púlpito renacentista de la Basílica de Santa Eulalia de Mérida, cobra valor por sí solo anunciándose como toda una joya de las artes plásticas de Extremadura.
Arriba: la Basílica de Santa Eulalia de Mérida, conformada no sólo por el templo en sí sino además por otros elementos enmarcados a su alrededor, como el conocido Hornito de Santa Eulalia, reúne en sí vestigios históricos y artísticos de todos los pueblos que han hecho de Mérida su hogar, alcanzando por tal motivo la iglesia parroquial su proclamación como Bien de Interés Cultural, en la modalidad de monumento, en 1.913 (Gaceta de Madrid de 26 de febrero de 1.913, nº 57).
(La Basílica de Santa Eulalia de Mérida, ubicada en la Avenida de Extremadura de la capital regional, puede visitarse gratuitamente en horario de culto, manteniéndose abierta además y habitualmente durante gran parte del resto del día en base a la gran devoción que los emeritenses sienten por su patrona y alcaldesa perpetua de la ciudad, lo que nos permitirá no sólo poder visitar este monumento extremeño, sino disfrutar de las obras de arte que guarda en su interior, y entre las que destaca el púlpito renacentista).