Aunque la mayor parte de los conventos, monasterios, iglesias y edificios religiosos que hoy en día se presentan en ruinas a lo largo de nuestra región y, en general, en nuestro país, deben su abandono y decadencia arquitectónica mayoritariamente a las leyes de exclaustración y desamortizadoras promovidas por los gobiernos de tinte liberal que dirigieron España tras el fallecimiento de Fernando VII, en la década de los treinta del siglo XIX, existe por el contrario un cenobio cuya caída se adelantó varios años y que, al parecer, ya se encontraba en desuso a la llegada al poder de Mendizábal. El convento de Santa María de Jesús, erigido dentro del término municipal de Salvatierra de los Barros, a poca distancia del castillo que corona la población e inmerso en un agradable paraje serrano rodeado de alcornocales y árboles de umbría, sería pasto de las llamas inflamadas en 1.819 por radicales seguidores del movimiento anticlerical que veía en Iglesia y órdenes conventuales una fuerte resistencia a la venida del progreso liberal a la España conservadora impuesta por el rey "Deseado".
Las iniciales normas de exclaustración dictadas durante el Trienio Liberal afianzarían el cierre de un convento que, cumpliéndose lo establecido en la nueva ley, contaría con menos de doce personas intregrantes en una localidad donde no hubiera más monasterio que el señalado. Los hermanos restantes serían realojados en conventos cercanos, tales como el de Rocamador, sito actualmente en el término de Almendral. Los libros de la diócesis pacense, a la que pertenecería el convento salvaterrense, nos hablan del reparto en 1.823 de las posesiones salvadas del fuego con que contaría la comunidad franciscana sita en Salvatierra en tales fechas, distribuyéndose éstas entre las parroquias municipales más cercanas al cenobio que se consideraban, por cercanía y por ser punto de origen de la mayor parte de las donaciones recibidas por los hermanos a lo largo de los últimos siglos, herederas legítimas de tal legado, incluyéndose en el mismo, y tras desechar los bienes afectados por la quema conventual, los elementos artísticos y otros útiles muebles ubicados en la iglesia del conjunto monacal, sobresaliendo cuatro retablos y diversas esculturas de culto. Sin embargo, y contradictoriamente, se conoce la existencia de nuevos nombramientos de cargos comunitarios una vez restablecido el control conservador fernandino tras la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis. A falta de mayor número de datos, los estudiosos se inclinan a pensar en la reapertura no del convento, sino de la enfermería con que, dentro de la localidad, contarían los hermanos para ayuda hospitalaria de los vecinos, afianzándose el cierre del monasterio que ya permanecía clausurado tras más de trescientos años en funcionamiento.
Arriba y abajo: vista general del flanco oriental del convento de Santa María de Jesús (arriba
), erigido, siguiendo las directrices arquitectónicas comunes franciscanas, en deredor de un claustro cuyo lado norte comunica con el templo del lugar, abierta la puerta principal de entrada al cenobio no en el lado sur, como era habitual en otros monasterios de la Orden, sino en el muro de poniente (abajo
).
Había sido su fundación celebrada en 1.507, auspiciada por D. Hernán Gómez de Solís y Dña. Beatriz Manuel de Figueroa, justo en el año en que se producía el fallecimiento del primero. Hernán Gómez de Solís, también conocido como Hernán de Cáceres desde que el rey Enrique IV así lo nombrase, se haría con la villa de Salvatierra tras trocarla con Juan Pacheco en 1.461, distinguido personaje en la corte de los Trastámara que, en 1.444, siendo entonces privado del que fuera príncipe de Asturias, posterior rey Enrique, la había recibido de manos del rey Juan II. Tras un intento fallido de vender la población a Lorenzo II Suárez de Figueroa, II Señor y I Conde de Feria, Pacheco lograría desembarazarse del lugar salvaterrense beneficiándose con ello el clan de los Solís, familia de origen humilde cuyos deseos de ascensión al poder e intromisión en la nobleza se toparon en Badajoz con la oposición del Conde de Feria. La postura de Gómez de Solís en pro del infante Alfonso, en la guerra que este último mantuviera desde 1.465 contra su hermano Enrique IV, permitiría a Solís hacerse con el mando militar de la ciudad de Badajoz, erigiendo dentro de su alcazaba, entre la Puerta del Alpéndiz y la Iglesia de Calatrava, una casa-fuerte y auténtica fortaleza desde la cual poder controlar la vida de la urbe, en detrimento del poder que sobre la población pacense intentaba conservar Suárez de Figueroa, fiel al rey. La muerte de Alfonso y derrota de sus facciones hará variar por el contrario la prevalencia de Solís frente al Conde de Feria, que logrará asaltar y entrar en Badajoz. Desencumbrado de su puesto, e intentando en tal situación
salvaguardarse, pactaría Solís con Figueroa una serie de capitulaciones
entre las que se encontraría el matrimonio de éste con la hermana del
Conde, Beatriz de Manuel y Figueroa, celebrado en 1.470.
A pesar de intentar mantenerse como alcalde de la ciudad pacense, entregada la plaza y desposeído de su control militar, sus ciudadanos, cansados del señorío establecido por Gómez de Cáceres desde 1.465 a 1.470, mostrarán abiertamente su rechazo ante la presencia de Solís en la población, llegando a comprar su fortaleza y despojar a éste de su condición de vecino. Expulsado de Badajoz, se refugiaría en sus propiedades de Barcarrota y Salvatierra, intentando lanzar desde allí una ofensiva con la que poder crear un nuevo señorío en este rincón extremeño frente al Conde de Feria. Suárez de Figueroa actuará firmemente y, tras tomar Salvatierra, destruirá su castillo. Sólo la actuación de Beatriz de Manuel en pro de la concordia entre marido y hermano, permitirá la avenencia entre ambos. Recluido en sus fortalezas barcarroteña y salvaterrense, mejorada la primera y reedificada la última a mediados de los años setenta del siglo XV, Gómez de Solís logrará consolidar sendos señoríos al apostar por el bando de Isabel en la guerra que llevó a ésta a enfrentarse a Juana la Beltraneja. En agradecimiento, los Reyes Católicos afianzarán sus posesiones y puesto, finalizando así Gómez de Cáceres sus días no sin antes, posiblemente ante el temor de la llegada de su final y venida de la hora de dar cuenta de sus reiterados y múltiples atropellos, delitos e incluso asesinatos acometidos en pro de su ascensión nobiliaria y auspicio económico, congratular a la comunidad franciscana donándoles tierras bajo su castillo salvaterrense, donde poder construir un cenobio en el que los frailes pudieran albergarse y formar una comunidad, en un acto devocional y mecenazgo religioso que seguramente cumpliese sus deseos de congratulación con el Señor.
Arriba y abajo: levantados sobre mampostería humilde, retocada en vanos y puertas con ladrillo, sobreviven entre las ruinas del convento salvaterrense los muros no sólo de la iglesia, sino también los paredones que cerraban el cenobio exteriormente, así como las paredes que delimitaban el claustro en los laterales oriental (arriba) y occidental del mismo, adivinándose entre cascotes y retozos del monumento lo que fueran los espacios destinados a las celdas de los hermanos, enclavadas principalmente en el ala este del edificio (abajo).
Arriba y abajo: mientras que las celdas monacales ocuparían seguramente el piso superior de sendas alas oriental y meridional del convento, las zonas comunes se repartirían a lo largo de la planta baja, siendo utilizadas las dependencias surgidas en la unión de las alas este y sur como lugar de oficina y despachos donde tratar los asuntos mundanos del monasterio.
Fue fray Pedro de Melgar uno de los impulsores en la creación y
construcción del Convento de Santa María de Jesús. Perteneció éste
personaje inicialmente a la Custodia franciscana de los Ángeles,
integrada en la Provincia Seráfica de Castilla, fundada en 1.487 por
fray Juan de la Puebla siguiendo sus deseos de reforma de la rama
observante hacia una mayor estrechez. Tales deseos de renovación y
búsqueda de un retorno a la humildad inspiradora de San Francisco de
Asís, sentaron una bases inauguradas por fray Juan de la Puebla que, más
tarde, llevarían a fray Juan de Guadalupe a impulsar en 1.500 una mayor
reforma aún que la de su predecesor, conocida popularmente como la
descalcez. A esta descalcez franciscana, englobada en la Custodia del
Santo Evangelio, se sumaría fray Pedro de Melgar quien, durante
la celebración del Capítulo general de la rama descalza franciscana
celebrada en Roma en 1.506 no lograría impedir que la Custodia descalza quedase casi extinguida, pero sí el respaldo
papal a la construcción de nuevos conventos franciscanos que, bajo la defensa e impulso del propio pontífice
Julio II, serían el germen de la posterior Custodia descalza de Extremadura, una vez apaciguados los enfrentamientos entre observantes y descalzos que frenaron el impulso inicial de la reforma guadalupense. Se fundará así el convento de Salvatierra de los Barros en pro de dar
nuevo cobijo a los frailes descalzos que habían sido desalojados de sus
conventos en los años previos, destruidos los primitivos cenobios por sus hermanos observantes, reticentes y contrarios a la creación de
la reformadora rama. Facultado por el Sumo Pontífice, y
auspiciado por los Gómez de Solís, fray Pedro de Melgar inaugurará el
cenobio salvaterrense que poco más tarde, en 1.519, se presentará como
uno de los monasterios capitulares dentro de la descalcez, en el momento
histórico de la creación de la descalza Provincia de San Gabriel, donde
quedaría englobada la Custodia de Extremadura.
Arriba y abajo: el claustro del convento salvaterrense, rectangular, menudo pero bien proporcionado, se muestra en la actualidad completamente descubierto, perdidas su columnata interior y sendas techumbres de sus pasillos, colonizado por una abundante vegetación nacida sobre los cascotes del monumento que impide apreciar los detalles de la planta baja del patio (abajo), pero no los restantes del piso superior, comunicado con la zona del coro de la iglesia a través de una portada abierta en la esquina noroccidental del enclave (arriba).
Arriba y abajo: entre las escasas particularidades arquitectónicas y ornamentales conservadas en el claustro se puede aún apreciar el arranque en ladrillo de algunos de los nervios que sostendrían la posible serie de bóvedas de arista que cubrirían los pasillos circundantes del patio (arriba), así como el esgrafiado que, con sencillos motivos geométricos, decoraría la mayor parte de las paredes del lugar (abajo).
Abajo: además de ornamentación a base de populares esgrafiados, entre los cascotes y vestigios de lo que fuese el claustro del lugar aún pueden observarse semienterrados restos de estucado pintado con vivos colores, posibles retazos de antiguos falsos frescos que decorasen los pasillos del patio simulando algún tipo de zócalo, o que acompañasen algún pequeño altar ubicado en esta zona del edificio.
Siguiendo las directrices constructivas propias de la arquitectura
franciscana del momento, la fábrica del convento de Salvatierra de los
Barros, que llegaría a ocupar algo más de los 2.600 metros cuadrados, se
levantó con materiales humildes donde la piedra en mampostería,
reforzada con ladrillo en vanos y bóvedas, así como ciertos sillares en
esquinas y ángulos principales, soportaría las trazas de un monumento
dibujado según las normas habituales e iniciales de los hermanos
descalzos, donde una iglesia de única nave y crucero poco desarrollado,
cuyo cabecero se orienta hacia poniente, se erguiría en la zona norteña
del complejo, comunicado el recinto sacro con el humilde claustro
central del cenobio, al que se abren el resto de estancias principales
del lugar. La portada de acceso desde el exterior se abriría en el
flanco oriental, con puertas de comunicación en el muro meridional que
darían con la zona de las huertas, regados sus cultivos, así como las
abundantes higueras y los frutales tanto por el agua embalsada entre
los pétreos y bajos muros de una menuda alberca de 10 x 3,5 x 1,5 que,
en la zona este, recogía el cauce de una hoy en día cegada fuente cuyos
veneros nacían a los pies de la colina del castillo, como por el flujo
manado en un pozo excavado junto al flanco occidental del monasterio, de
tipo artesiano. También en las afueras, entre huertas y silenciosos
alcornocales que invitaban a la meditación y oración, se levantaban
sendas y humildes ermitas dedicadas a Santa Ana y San Francisco,
prácticamente desaparecidas en la actualidad.
Arriba y abajo: estaría el ala sur del monasterio posiblemente ocupada, en su planta superior, por celdas monacales, mientras que en la inferior, además de ser enclave de bodegas y otras dependencias de uso común, han querido los estudiosos ubicar el refectorio del lugar, abiertas algunas puertas en su muro externo hacia la zona de huertas (abajo).
La humildad de la construcción primitiva llevaría a los monjes, a
mediados del siglo XVII, a realizar una ardua y completa restauración de
un edificio que amenazaba ruina. Si bien en el siglo y medio de vida
del cenobio habían recibido generosas limosnas de los habitantes de
Salvatierra y de la cercana La Parra, la contienda bélica con Portugal
sufrida especialmente por la región extremeña hizo necesaria la
contribución monetaria de un mecenas con mayor peso que aportase una
destacada suma que aumentara las humildes donaciones que para tal
acometida recibían de los vecinos. Vino ésta de manos del propio monarca
Felipe IV, habitual contributario en pro del mantenimiento de la
Provincia de San Gabriel. Como agradecimiento, se concedería desde la
familia descalza en 1.665 el patronato del convento al propio rey, poco
antes del fallecimiento del mismo. Cambiaba así de titularidad un
patronato ungido sobre el convento que había recaído desde su fundación
en los herederos de Hernán Gómez de Solís, y tras la venta de
Salvatierra a Gomez Suárez de Figueroa en 1.520 por Pedro de Solís, en
los Condes de Feria. Sin embargo el desigual tratamiento dado hacia los
frailes por los Figueroa fue lo que conllevara a la comunidad a buscar
el patronato regio, sellado una vez visto el fin de las obras
rehabilitadoras tras seis años de trabajos, con la colocación sobre la
portada de entrada al templo, abierta en el tramo medio del muro del
evangelio del mismo, del escudo real, cuyos cuarteles castellanos y
leoneses, coronados y a su vez bordeados con Toisón de oro, compartirían
espacio decorativo sobre el dintel de acceso con el blasón franciscano,
en derredor ambos de una hornacina avenerada en cuyo interior pudiera
haberse acogido antaño la desaparecida imagen de un santo, salvados
estos recuerdos pétreos en conjunto de la ruina conventual en 1.970,
expuestos hoy en día junto a la cabecera de la Iglesia Parroquial de San
Blas, en el corazón de Salvatierra de los Barros.
Arriba y abajo: la esquina occidental del ala sur presenta unas particularidades arquitectónicas que hacen pensar en el uso de estas últimas dependencias como cocina y bodegas monacales, conservándose entre cascotes lo que parece ser un abrevadero labrado sobre la roca granítica, enclavado posiblemente en lo que fuera cuadra del convento.
Arriba y abajo: el ala occidental, profundamente invadida hoy en día por la vegetación, acogería, según algunos estudiosos, diversas salas de uso común, destacando entre ellas la enfermería conventual.
Arriba y abajo: un destacado contrafuerte sostiene aún hoy en día el flanco meridional del monasterio, rincón desde el cual se comunicaría el cenobio con la zona de huertas y terrenos de cultivo, adivinándose, entre cascotes, lo que posiblemente fuesen cuadras, bodegas o dependencias de almacenaje de utillaje agrícola (abajo).
Abajo: una alberca de 10 metros de largo, 3,5 metros de anchura y 1,5 metros de profundidad, enclavada en las cercanías del muro oriental del convento, recogería las aguas vertidas de una actualmente cegada fuente nutrida de veneros ubicados bajo las colinas circundantes al lugar, bordeada por un bajo muro de mampostería, hermano de los lienzos que sostendrían el inmediato cenobio.
Sería esta desmantelada portada, junto a una destacada espadaña de tres
metros de altura conformada por sillares graníticos, de único arco de
medio punto y dovelas de ladrillo rematado por frontón sobre el que
descansan florones coronados con bolas, los elementos más llamativos que
bajo las directrices del barroco se anexionarían a la fábrica inicial
de la iglesia del convento durante la restauración del mismo. El templo,
de 10 metros de longitud por seis de ancho, se cerraba en un cabecero
plano que acogía el retablo principal de los varios que decoraban y
complementarían el recinto sacro. Antecedía al altar mayor un crucero de
brazos poco extensos, de cuyas esquinas partirían los pilares que, con
sus sillares graníticos en la base y ladrillos en sus arcadas,
sostendrían una desaparecida cúpula semiesférica. De ladrillo sería
también la bóveda de cañón que cubriría el resto de la nave, cuyos cinco
tramos restantes, contados desde el crucero a los pies de la iglesia y
coro, serían marcados por los arcos transversales y lunetos que
sostendrían la obra central. Además de en la portada de unión del coro
con el piso alto del crucero, se observan aún obras enladrilladas en los
vanos que figuran abiertos en el brazo norte del crucero y sobre el
coro a los pies del templo, así como en un ventanal que junto al altar
mayor se abriría en el lado del evangelio del recinto sacro, aún hoy
estucado, como lo debió estar todo el monumento, decorado con sencillos
relieves de gusto vegetal.
Arriba y abajo: vistas exterior e interior del cabecero de la iglesia del convento salvaterrense, enclave orientado hacia poniente y erigido en muro recto sobre mampostería y ladrillo, reforzadas las esquinas externas con sillares graníticos, destinado a acoger el altar mayor del recinto sacro, cumplimentado con un afamado retablo, base de la imagen titular del monumento, considerado la obra mueble artística de mayor relevancia de entre aquellas con que contó el templo.
Arriba y abajo: la única nave con que contó la iglesia del convento, de diez metros de longitud y poco desarrollado crucero antecesor al cabecero del lugar, se dividía, entre brazos y pies de su trazado en cruz latina, en cinco tramos marcados por la arcada formada por los lunetos de ladrillo que sostendrían su bóveda de cañón, coronado el conjunto, en su muro norteño, por una llamativa espadaña de tres metros de altura fabricada en sillares graníticos, cuyo único vano sería bordeado por arco de dovelas de ladrillo, rematado en frontón y trío de florones culminados en bolas, propias del arte barroco bajo el cual se dirigieron las obras de restauración del lugar, en la década de los sesenta del siglo XVII.
Arriba y abajo: como era habitual en los conventos franciscanos, la iglesia, erigida en el lado norte del cenobio y orientado su cabecero hacia poniente, contaba con planta de cruz latina y única nave cuyos brazos, abiertos en el crucero, serían poco pronunciados, destinados, posiblemente, a albergar capillas y mausoleos, destacando en el caso salvaterrense la fábrica en sillar de sus esquinas, pilares que sostendrían una desaparecida cúpula, presuntamente semiesférica, de ladrillo estucado en su interior.
Arriba y abajo: en el interior del recinto sacro aparece, como en el resto del cenobio, el ladrillo conformando la silueta de portadas, arcos, bóvedas y, principalmente, vanos y ventanas, destacando en el templo aquel ventanal abierto en el lado del evangelio, a poca distancia del altar mayor, mostrando restos del estucado original que no sólo debió cubrir el vano, sino todo el interior del santuario, dotado de la única decoración que, junto a una cenefa que entre ladrillos bordea la nave de la iglesia, sobrevive en el lugar, basada en un relieve de sencillo motivo vegetal.
Decorado
debió quedar también el claustro tras la reforma ejercida sobre el
edificio en el siglo XVII, a juzgar por los vestigios pictóricos que
allí se conservan. El patio central, de dos plantas y base rectangular
proporcionada, muestra entre sus ruinas no sólo los arranques de
ladrillo que sostendrían los nervios que soportarían las bóvedas que
cubrirían su techumbre, sino además restos de esgrafiados geométricos en
los pasillos tanto de la parte alta como baja, así como escasos retazos
de pintura mural o falso fresco que aún sobreviven semienterrados entre
los cascotes y tierra que cubre parte de lo que fuera la planta
inferior del mismo. A este claustro se abrirían las puertas y vanos de
las celdas del convento, ubicadas en el piso alto, así como los accesos
al resto de dependencias comunes con que contaría el cenobio, destacando
en el ala occidental lo que se cree fuera una enfermería, la cocina,
bodega y refectorio en el ala sur, así como oficinas entre las alas
oriental y meridional, sustentada esta última por un destacado
contrafuerte que cerraría el edificio, junto a las puertas de
comunicación entre éste y las huertas y campos aledaños del monasterio,
enclave natural que aún conserva la placidez medioambiental de que un
día gozaron los franciscanos que allí pasaron sus días, encontrando,
como lo hicieran en un sinfín de enclaves extremeños, el lugar apropiado
para ejercer la meditación, la penitencia y la oración, bases de la
reforma descalza que en tal fraternidad con el campo de Extremadura
logró forjar lazos históricos entre la descalcez franciscana y la
historia de nuestra región.
Arriba y abajo: construido primitivamente de manera humilde y con materiales pobres, y sin llevarse a cabo tareas de rehabilitación durante el primer siglo y medio de vida del mismo, el convento salvaterrense alcanzó la segunda mitad del siglo XVII en grave estado de conservación, siendo necesaria una restauración arquitectónica global que necesitaría de una generosa contribución económica hacia la comunidad, venida la mayor parte de ésta de manos del propio monarca Felipe IV, cuyo escudo real, en agradecimiento por parte de los frailes, fue colocado en la nueva portada de acceso al templo, enclavada en la zona media del lado del evengelio o norteño del mismo, pareado con el blasón franciscano y conjuntado con hornacina avenerada y diversas volutas y pináculo pétreos, salvados de la ruina del cenobio en 1.970 para ser colocado, como aún lo hace hoy en día, junto al exterior de la iglesia parroquial de Salvatierra de los Barros, entre el muro del evangelio y el cabecero del céntrico y popular templo dedicado a San Blas.
- Cómo llegar:
Salvatierra de los Barros, perteneciente, a pesar de su nombre, no a la comarca de Tierra de Barros sino a la de Sierra Suroeste, se yergue sobre las faldas más norteñas de las estribaciones septentrionales del sistema de Sierra Morena, en la mitad sur de la provincia de Badajoz. Con Zafra a poca distancia, la carretera que une la localidad zafrense con la capital provincial es una de las múltiples vías que nos acercan al municipio salvaterrense. Llamada carretera nacional N-432, existe un desvío desde ésta hacia el pueblo de La Parra, cuya carretera BA-155 será la que nos lleve también a nuestro destino.
Atravesando la localidad, y orientándonos hacia la colina bajo la que se asienta el caserío, daremos con la vía EX-320, que une Salvatierra de los Barros con Salvaleón. Tomando, llegados al cruce que parte hacia la localidad vecina, el sentido contrario y mirando hacia los bajos del castillo (carretera BA-152, hacia Valle de Matamoros), poco después de sobrepasar esta intersección veremos a nuestra mano derecha un camino que sube la colina y del que parte el sendero que dirige al paseante y excursionista a la fortaleza del lugar y, junto a él, al Convento de Santa María de Jesús.
Siguiendo la vía térrea, y tras alcanzar un depósito de agua y un poste de tendido eléctrico, deberemos girar hacia la izquierda y, siguiendo el trazado de la vía, volver a continuar hacia poniente acercándonos hacia el castillo, siendo aconsejable, en caso de habernos acercado hasta el lugar en turismo, dejar aparcado el vehículo en esta zona, para continuar el trayecto a pie, dando cuenta de lo irregular del camino, impracticable en ciertos tramos para un coche utilitario.
El camino, de acceso a varias fincas, encerrado entre tradicionales muros de mampostería, mostrará entre alcornoques y helechos carteles que marcan la "Ruta de los Castaños", senda que nos acerca a los monumentos más reseñables de la localidad. Dejando atrás el desvío que nos llevaría al castillo salvaterrense, un ramal del camino nos conducirá poco después hasta el Convento de Santa María de Jesús, señalada tal variante nuevamente por cartelería.
La finca donde se ubica el antiguo cenobio franciscano es de propiedad privada. Es fácil acceder a ella, y al ruinoso edificio, con tan solo mover la alambrada que impide el escape de la ganadería. En todo caso, si decidimos adentrarnos en la hacienda particular, se recomienda tener en cuenta los siguientes puntos:
1) Respetar en todo momento las propiedades de la finca, como vallados o cercas, intentando no salirse de los caminos marcados.
2) Respetar la vegetación y cultivos de la misma, sin realizar ningún tipo de fuego ni arrojar basura alguna.
3)
Respetar al ganado que pudiese habitualmente estar pastando en la zona, y en caso
de encontrarse con animales que lo protejan, no enfrentarse a los
mismos.
4) Si observamos que se están practicando actividades cinegéticas (caza), abstenernos de entrar.
5)
Si nos cruzamos con personal de la finca o nos encontramos con los
propietarios de la misma, saludarles atentamente e indicarles nuestra
intención de visitar el monumento, pidiendo permiso para ello. En caso
de que no nos lo concediesen, aceptar la negativa y regresar.