El pasado día 24 de noviembre la Fundación Xavier de Salas, sita en el antiguo Convento de la Coria, ubicado en pleno casco antiguo de la localidad de Trujillo, acogió una nueva edición, la octava ya, del que se ha consolidado como anual Encuentro de Blogueros de Extremadura. Una oportunidad única para compartir conocimientos, aprender y, sobre todo, conocer a otros blogueros reencontrándose además con colegas y amigos con los que se comparte una misma pasión: la región extremeña.
"Naturaleza en pueblos y ciudades de Extremadura" fue la temática escogida en esta ocasión. De entre las ponencias, queremos destacar la llevada a cabo por Rubén Núñez, colega bloguero y amigo personal autor del blog "Cáceres al detalle", que supo ganarse la atención de los asistentes gracias a su exposición "Naturaleza y Patrimonio Cultural: dos caras de la misma riqueza". Tras su intervención, se presentó el libro "Extremadura, naturaleza urbana", elaborado nuevamente gracias a los artículos y aportaciones de diversos autores, mayoritariamente muchos de los blogueros presentes en el acto. Un año más, Extremadura: caminos de cultura ha tenido el honor de poder colaborar en mencionado trabajo.
"Del peristilo romano a los claustros y patios porticados: la intimidad de la vivienda abierta a la naturaleza" es el título del estudio presentado por este blog. Un análisis del patio porticado en nuestra región, desde su aparición en forma de peristilo tras la conquista y colonización romana, como forma de abertura del hogar a una naturaleza exterior, convertido en no pocas ocasiones en un vergel donde poder recrear una naturaleza idealizada dentro de las zonas urbanizadas.
Os dejamos con el escrito, deseando que guste a lectores y visitantes, no sin antes dejar de dar la enhorabuena a los organizadores del evento, José Manuel López Caballero y Atanasio Fernández García, cuyo esfuerzo es indispensable a la hora de poner en pie esta cita anual a la que esperamos no faltar en las próximos ediciones.
Claustro del Convento de San Benito, antigua sede de la Orden de Alcántara; Alcántara.
DEL PERISTILO ROMANO A LOS CLAUSTROS Y PATIOS PORTICADOS: LA INTIMIDAD DE LA VIVIENDA ABIERTA A LA NATURALEZA
Aunque
la conquista militar y posterior colonización fueron claves a la hora de
exportar la cultura romana al resto de territorios sometidos, posiblemente el
éxito de la romanización en muchos de ellos no se debió al uso de la fuerza o a
la práctica de medidas coercitivas. Roma no sólo era la gran potencia militar
del momento. La mentalidad pragmática del romano le había permitido desarrollar
una cultura que, lejos de ser restrictiva, se nutría de las ideas y del saber
de otras civilizaciones, permitiéndose así aprender y progresar hasta el punto
de ofrecer un conocimiento maduro ante el que muchas de las culturas de los
pueblos dominados, especialmente en el resto de los territorios de la Europa
occidental, no podían competir en evolución.
Mientras
que la influencia de la civilización romana en comunidades con una basta cultura
y unas señas de identidad fuertes, tales como Egipto o Grecia, era menor, en
pueblos sumergidos en la Edad del Hierro a la llegada de Roma a sus regiones,
la romanización fue prácticamente absoluta. En la Península Ibérica, acoplada
definitivamente dentro de los dominios romanos tras las guerras lusitanas,
celtíberas y cántabras entre los siglos II y I a.C., la venida de la cultura
latina supuso un antes y un después no sólo en el gobierno y administración del
territorio, sino en el desarrollo cultural de lo que pasaría a denominarse
Hispania.
De la
mano de una novedosa organización administrativa, Roma aportaría además una
desarrollada legislación. Con las leyes, una lengua. Con la lengua, unos
conocimientos. Arquitectura, infraestructuras, religión, arte. Con el
despliegue de un amplio sistema viario y comunicativo basado en el trazado de
calzadas, no sólo las tropas podían moverse rápidamente por todo el Imperio.
También el comercio se expandía, y con él los productos, los habitantes y las
ideas. En comarcas donde la población primitiva era escasa, como en el caso de
los territorios que posteriormente darían origen a Extremadura, los habitantes
autóctonos no tardarían en asumir el saber extranjero como el propio. Los
conquistadores verían una oportunidad única de colonización y fundación de
nuevas ciudades en las que experimentar los avances urbanísticos. Mérida sería
el culmen de entre sus proyectos.
Peristilo de la Casa del Mitreo; Mérida.
Si
bien en algunos oppidum o núcleos urbanizados donde se había recogido
inicialmente a la población indígena se mantenían sistemas constructivos
prerromanos, las nuevas ciudades, capitaneando entre ellas Emérita Augusta,
presentaban no sólo un trazado urbano regular, dotándose de las
infraestructuras necesarias para su defensa, manutención, saneamiento, usos
administrativos y religiosos e, inclusive, momentos de esparcimiento, sino
además un tipo de vivienda que discernía por completo del diseño utilizado por
los pueblos nativos, cuyas moradas se asemejaban en ocasiones a chozos,
levantando otras veces casas menudas centralizadas por un hogar alrededor del
cual se pudieran abrir algunos habitáculos o dependencias. La casa romana, sin
embargo, se diseñaba en rededor de un atrio o patio porticado descubierto al
que se abrían el resto de estancias. Era la conocida como domus.
Aún
documentándose la existencia de insulae, o bloques de viviendas, en las
ciudades más populosas del Imperio, en el caso de Emérita Augusta las
excavaciones parecen confirmar el predominio de la domus tanto en el interior
de la ciudad como en los terrenos adyacentes a la misma. Son múltiples los
ejemplos de viviendas romanas emeritenses localizadas y estudiadas,
verificándose tanto la abundancia de este tipo de edificación, como unas
características particulares en cuanto al diseño de las mismas. Así, se
confirma en la domus emeritense la consolidación de un único patio porticado en
el interior de la vivienda, simbiosis entre el atrio original y el peristilo
que Roma adquiriría de la casa griega a partir del siglo II a.C.. Mientras que
el primero servía de recibidor y punto de distribución de la casa, el segundo
se convertía en un jardín íntimo posterior donde el propietario podría
descansar y evadirse. Si bien ambos espacios abiertos no dejarían de darse a la
par en muchas de las domus construidas a lo largo de toda la historia restante
de la civilización romana, como es el caso de la Casa del Mitreo, a partir del
siglo I d.C. la fusión entre ambos recintos es la preponderante. Las
emeritenses Casa de los Mármoles, enclavada en el yacimiento arqueológico de
Morerías, o la Casa del Anfiteatro, junto al edificio de juegos que le da
nombre, lo verificarían.
Peristilo de la Casa de los Mármoles, incluida en el Yacimiento de Morerías; Mérida.
El
hecho de que ambos recintos se presentasen como una estancia descubierta
abierta en el interior de la vivienda, rodeada de un pasillo separado del
espacio interno por una galería de columnas, permitió asociar sendos enclaves
en un único patio porticado que tomaría las funciones del atrio como punto de
distribución de las estancias del hogar, conservando del peristilo original su
cometido como rincón de quietud. Para lograr el sosiego y evasión deseados, se
dotaba al mismo de plantas y árboles que convertían la pieza en todo un jardín
o viridarium, complementado en múltiples ocasiones con alguna fuente o ninfeo.
La combinación entre aire libre, vegetación y trascurrir del agua formaban un
resultado perfecto para alcanzar un reposo que el dueño de la domus deseaba
disfrutar tras atender asuntos y negocios, compartido con la familia e,
inclusive, con las visitas más selectas.
En
aquellas domus enclavadas dentro de los núcleos de población, el peristilo no
sólo permitía airear e iluminar el interior de la vivienda, ofreciendo una
ventilación extra a la obtenida a través de los vanos abiertos a las calles del
lugar. Sin necesidad de salir de la urbe, los propietarios podían encontrar en
él un punto de conexión con la naturaleza, obtenido tanto por la apertura a los
cielos del recinto como por la creación en él de un pequeño universo que
permitía importar al hogar un espacio natural propio. Lejos de las ciudades,
sin embargo, el diseño arquitectónico y la consolidación del peristilo como
oasis persistió. El plano de la domus, tomado por los terratenientes como base
de la vivienda señorial donde residirían dentro de los complejos agropecuarios
que conformaban las villas, se veía levantado en medio de los campos cultivados
o del paisaje. A pesar de poder establecer una conexión directa con la
naturaleza, también en estos casos el peristilo se planteaba como enclave para
los momentos de solaz basado en la creación de un rincón natural particular.
Frente al caos que para la mentalidad de la época representaba la naturaleza en
sí, el jardín establecido en el peristilo ofrecía una armonía inmersa dentro
del propio orden sujeto a la casa, imposible de encontrar de puertas afuera.
Así, a pesar de la conexión establecida entre la vivienda señorial de la Villa
romana de Pesquero (Pueblonuevo del Guadiana) con el propio río Anas, al que se
abre en belvedere hoy desaparecido, se han detectado en el peristilo de la
vivienda restos de senderos que, entre setos y vegetación cuidada, ofrecerían
deambular a través de una cuidada flora y un equilibrio natural no visible en
el exterior del edificio. En la Villa de La Majona (Don Benito), los vestigios
de una fuente de considerable dimensiones corrobora la idea de conversión del
peristilo en un espacio abierto a la naturaleza donde poder disfrutar de una
propia naturaleza sometida y moldeada. En la Villa de los Términos (Monroy),
una encina se yergue majestuosa hoy en día en el mismo lugar donde siglos atrás
un jardín conectase vivienda con exterior.
Peristilo de la Villa romana de Los Términos; Monroy.
Con
la conversión de Hispania en reino visigodo, la arquitectura doméstica sufriría
una transformación en base tanto al empobrecimiento de la población como a la
ruralización de la sociedad. La vivienda visigoda de nueva construcción
ofrecería un resultado mucho más humilde y menudo que el presentado por la
domus romana. En las ciudades, el patio porticado desaparecería, convirtiéndose
en las fincas campestres en un especie de corrala o punto de conexión sin
edificar al que conectarían los diversos edificios que compondrían la
explotación agraria. Sin embargo, el peristilo en sí no desaparecería. Aquellas
antiguas villas rurales supervivientes y convertidas en vicus o aldeas agropecuarias
mantendrían la estructura del mismo, sobreviviendo también algunos ejemplos en
los núcleos poblaciones, tras transformarse la añeja propiedad unifamiliar en
bloque de viviendas, mudándose el peristilo a patio comunal, como se ha podido
comprobar en el caso de la emeritense Casa de los Mármoles. Sería así cómo a la
llegada de los musulmanes a la Península pudiesen los islámicos retomar la
figura arquitectónica del patio porticado como enclave doméstico en el que
confluyesen las diversas estancias de que se compusiera la vivienda,
vinculándolo con el liwan o patio abierto dado en la arquitectura del
Mediterráneo oriental y Oriente Próximo, de donde a su vez pudo partir la idea
original del peristilo griego. Famosos algunos ejemplos conservados de patios
porticados que ofrecían una conexión tanto con la naturaleza celestial,
abiertos al cielo, como con la terrenal a través de sublimes creaciones donde
la vegetación jugaba con el agua en el interior de algunos renombrados palacios
andalusíes, auténticos oasis surgidos del anhelo de un pueblo de raíces
desérticas por el agua, en la Extremadura islámica se presupone, a pesar de su
no conservación, la existencia de los mismos dentro de los más destacados
puntos de población, apoyando algunas excavaciones arqueológicas, como las
efectuadas en las conocidas como Casas Mudéjares de Badajoz, la recuperación
del patio interior como rincón de descanso a través de la interconexión entre
el exterior y la intimidad de la vivienda, respaldada por la creación de un espacio
de naturaleza estable y ordenado.
Claustro del Convento de San Francisco el Real, más conocido como de la Coria, actual sede de la Fundación Xavier de Salas; Trujillo.
Sin
embargo, si hubo una recuperación de la idea del patio porticado como corazón
de la vivienda y abertura del edificio al cosmos, sería la acometida por San
Benito, cuando el monje italiano decidiese en el siglo VI establecer una serie
de normas pensadas en el ordenamiento de la vida monacal. El cenobio o vivienda
grupal quedaría configurado en torno a un claustro, anexo a su vez a la iglesia
monástica. Como en el caso del peristilo romano, el claustro, diseñado en
cuadrícula o de planta rectangular, quedaría rodeado por un pasillo o galería
circundante separado del recinto interno descubierto por una arquería,
conectando con él las dependencias principales del edificio, tales como el
refectorio o comedor junto la cocina o la biblioteca en el piso inferior,
ubicadas las celdas en el supremo. Además de la solución arquitectónica
ofrecida, el claustro proporcionaría la tranquilidad y sosiego de una sociedad
que buscaba evadirse de la vida mundana, herederos del eremitismo, invitando al
pensamiento o a la lectura en un espacio abierto a una naturaleza que, para
muchos, quedaría vetada tras jurar voto de clausura. Para contrarrestar el
retiro voluntario, el claustro quedaría mayoritariamente ajardinado, creándose
como ya se hiciera en la edad clásica un espacio natural en equilibrio que
comulgase con la quietud eremítica del monje y a través del cual poder celebrar
la bondad creadora del Señor.
Claustro nuevo del Monasterio de Nuestra Señora de la Concepción del Palancar; Pedroso de Acim.
No
sería hasta la llegada de la reconquista cuando la erección del claustro monástico
comenzase a darse en Extremadura. Previamente a la llegada del poder musulmán,
se daban en la región los conocidos como monasterios hispanos, regulados por
reglas como las dictaminadas por San Leandro o San Fructuoso. Los edificios, de
poca capacidad, se resumían no pocas veces en la simple adhesión de celdas o
habitáculos a la iglesia visigoda de planta basilical. Generalizada por toda
Europa a partir del siglo XI la Regla de San Benito, reformada por la Orden de
Cluny, los primeros monasterios extremeños erigidos en plena repoblación
abrazarían la norma benedictina. Los cenobios, y con ellos los claustros,
comenzarían a extenderse por toda la geografía extremeña. El patio porticado
monacal se daría tanto en aquellos conventos construidos en el interior de las
poblaciones, como en los casos exentos edificados aisladamente. Las catedrales,
cauriense, placentina y pacense, también contarían con él, así como las
principales sedes de las Órdenes militares, en Alcántara o Calera de León, dada
la doble naturaleza, tanto monacal como militar, de sus miembros. A la
simbiosis entre solución arquitectónica y puerta a lo natural de muchos de
ellos, se la añadiría la exposición del estilo artístico del momento, generando
auténticos tesoros artísticos abiertos desde la intimidad del monumento al
exterior. Muchos, abrazando sus miembros la austeridad extrema, quedarían sin
sembrar. Otros, por el contrario, darían paso a auténticos vergeles donde se
conjugarían arte y naturaleza, destacando los ejemplares abiertos en sendos
monasterios regentados por la Orden de San Jerónimo dentro de la región: el
Monasterio de San Jerónimo de Yuste, y el Real Monasterio de Santa María de
Guadalupe.
Claustro de los Milagros, más conocido como Claustro Mudéjar, del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe; Guadalupe.
Yuste
quedaría dotado con dos claustros, elaborados respectivamente en estilos gótico
y plateresco, donde el rumor de sus fuentes junto a la sombra de sus árboles y
el sosiego de sus galerías proporcionaban la quietud de lo natural dentro de la
clausura de sus muros ideal para la meditación y el descanso, que aquí quiso
disfrutar el propio Emperador Carlos en sus últimos años de vida. El real
cenobio guadalupense contaría igualmente con dos espaciosos claustros en su
interior, si bien sería el primigenio, conocido como de los Milagros, el que
destacaría no sólo por la sabia y elegante combinación en él de los estilos
gótico y mudéjar, inspiración posterior para el patio del cercano Colegio de
Infantes o de Gramática, hoy Parador de Turismo de Guadalupe, sino por la
presentación del espacio como un auténtico jardín centrado por un templete
fechado a comienzos del siglo XV y firmado por el hermano fray Juan de Sevilla,
quien supo traer a este rincón de Extremadura no sólo lo mejor del mudéjar
andaluz, fusionado con su hermano toledano, sino inclusive la apasionada
herencia musulmana en pro del agua, corazón de un espacio que, como en ningún
otro lugar de la región, se conecta con la naturaleza sin abandonar la
consciencia de ubicarse inmerso en un edificio levantado sobre el propio
sentido del arte.
Patio del Antiguo Colegio de Infantes o de Gramática, actual Parador de Turismo; Guadalupe.
Afianzada
la región en manos de los reinos cristianos, además de regresar la religión
católica acudirían nuevas clases dirigentes, nobleza y familias adineradas
venidas del Norte peninsular, a ocupar los altos cargos bajo el deseo de
enraizar su nueva posición con el pasado clásico del que creían provenir y cuyo
devenir histórico quedase interrumpido siglos antes con la llegada del poder
musulmán. Levantando nuevos palacios en las urbes escogidas como puntos de
asentamiento, despuntando Cáceres o Trujillo, también los nuevos inmuebles, sin
dejar de aprender del patio musulmán, rescatarían la idea del romano peristilo
a la hora de construir los edificios tomando como pieza central y punto de
conexión de estancias un patio porticado que se ofreciese tanto como lugar de
comunicación, como enclave abierto a través del que se pudiera airear e
iluminar las entrañas de la vivienda, escotadura hacia una naturaleza traída
intramuros. Enemistados en no pocas ocasiones los propietarios, temerosos de
encontrar las estrechas calles del municipio convertidas en campos de batalla,
los patios porticados ofrecían la posibilidad de conectar sin salir de la
vivienda con una naturaleza recreada a través del cultivo de plantas en su
interior, como aún puede observarse a través de la instalación, variable según
épocas y deseos de los titulares, de macetas y jardineras en diversas casonas
cacereñas, como en la de los Ovando, ubicada en la plaza de Santa María, o en
el patio de lo que fuese Enfermería de San Antonio, erigida en la calle de
Olmos y hoy convertida en Monasterio de Santa María de Jesús, dependiente de la
rama femenina conventual jerónima, que ha querido mudar el original patio del
siglo XVII en claustro de menudas proporciones, donde desde el corazón de la
ciudad y sin que su clausura se lo impidiese pudieran conectar las hermanas con
lo natural.
Patio de la Enfermería de San Antonio, actual Monasterio de Santa María de Jesús, conocido como Convento de Jerónimas; Cáceres.
En
Garrovillas de Alconétar es poco a poco
la naturaleza la que va adentrándose y adueñándose del interior de lo que fuese
Convento de San Antonio de Padua. Erigido a fines del siglo XV, el abandono del
edificio ha conllevado la ruina incesante de sus dependencias. No es el único
caso en la región: San Isidro de Loriana, en el término de La Roca de la
Sierra, Santa María de Jesús, en Salvatierra de Santiago, o la Moheda, en
Grimaldo, son sólo algunos ejemplos más. Sus claustros y patios porticados
miran mudos al cielo abiertos a una naturaleza testigo del tiempo y de la
historia que, al contrario que los hombres, no les ha abandonado. Sus
constructores eran conscientes de que la relación entre edificio y naturaleza
debía mantenerse. Siglos de arquitectura y de evolución constructiva habían
demostrado, desde la importación del peristilo romano a estas tierras, las
ventajas y virtudes que un espacio
abierto desde la intimidad de la vivienda al exterior podía ofrecer.
Algunos les siguieron. Otros, obviaron la lección. La naturaleza sencillamente
sabía que siempre estaría ahí.
Claustro del Convento de San Antonio de Padua; Garrovillas de Alconétar.
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