El 11 de diciembre de 2.019, la UNESCO declaraba como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad la "fabricación artesanal de cerámica de estilo talaverano en Puebla y Tlaxcala (México) y en Talavera de la Reina y El Puente del Arzobispo (España)". Lograba alcanzar así su objetivo una iniciativa que había nacido casi siete años antes, cuando comenzara a barajarse tenuamente la idea en un taller de la toledana localidad de la que surgió tal arte, considerada la Ciudad de la Cerámica. A lo largo de ese camino, las cerámicas de Talavera de la Reina y de El Puente del Arzobispo serían primeramente nombradas BIC por el Gobierno de Castilla-La Mancha en 2.015. Mediante acuerdo de 13 de octubre de 2.015 del Consejo de Gobierno castellano-manchego, se declaraban como Bienes de Interés Cultural, con la categoría de Bien Inmaterial, tanto la cerámica de El Puente del Arzobispo (resolución 2015/12401), como la de Talavera de la Reina (resolución 2015/12402), publicado en el Diario Oficial de Castilla-La Mancha número 203, de 16 de octubre de 2.015. En 2.016, se sumaría al proyecto México, al contar el país americano con cerámica de heredado estilo talaverano, gracias al vínculo histórico y artístico entre sendas nacionalidades, en las localidades de Puebla y Tlaxcala, denominada tal loza justamente como la Talavera mexicana. En marzo de 2.018 se presentaba la candidatura internacional en la sede parisina de la UNESCO. Un año y nueve meses después, el patrimonio cultural español contaba con un reconocimiento universal más.
Si bien las cerámicas de Talavera de la Reina y El Puente del Arzobispo se engloban, tal y como reconoce la UNESCO, en un estilo común denominado talaverano, por ser originario éste de tal localidad toledana, el desarrollo particular de la segunda, centrada principalmente en los colores verdosos y la temática animalística, le ha permitido forjar su propia identidad, históricamente más vinculada con el pueblo llano y uso común, pero de menor expansión geográfica que la alcanzada por la cerámica vecina. La cerámica talaverana, legataria de una tradición alfarera centenaria cuyos orígenes se remontan a la época de dominación romana, mantenida durante los siglos de gobierno musulmán e impulsada por la población mudéjar enclavada en el lugar, tomaría su carácter personal a lo largo del siglo XVI, influenciada por aires italianos venidos del Levante, así como orientales introducidos desde Portugal, apoyada por el gobierno de Felipe II, cuyos encargos destinados a palacios como el de San Lorenzo de El Escorial permitirían tanto el conocimiento de la misma como la difusión entre la nobleza y el clero, distribuyéndose a lo largo y ancho de toda la nación con especial hincapié en las regiones más cercanas al propio foco, donde aún hoy en día sigue vigente el aprecio hacia tales trabajos artesanos. Extremadura será una de ellas.
Arriba y abajo: enclavado sobre el dintel que corona la portada de acceso a la menuda ermita dedicada a San Antonio de Padua (arriba), levantada en el solar donde antaño se erigiese la sinagoga del barrio judío que hoy es la barriada cacereña intramuros de San Antonio de la Quebrada, un azulejo de fondo blanco y dibujo en cobalto, colocado en el lugar posiblemente a raíz de las obras de remodelación ejecutadas sobre la capilla en el siglo XVII, podría contarse como la aportación de la azulejería talaverana más antigua entre todas aquéllas que en la actualidad pueden apreciarse entre las calles de la capital provincial, pudiendo englobarse esta obra, considerada de tintes portugueses por algunos autores, en la serie blanca y azul que durante los siglos XVII y XVIII triunfaría en los alfares de la localidad toledana, inspirados por una labor lusa introducida en Toledo a través de tierras extremeñas que bebiese a su vez de la tradición oriental, colores que serían utilizados igualmente a la hora de elaborar las placas que fuesen encargadas a partir de la institución de la Real Audiencia de Extremadura en la otrora villa, cumpliéndose entonces, tal y como indica Nuria María Franco Polo a través de su estudio "Los azulejos de nombres de calles y numeraciones de casas de Cáceres fabricados en el siglo XVIII" -expuesto fabulosamente por mi amigo y colega bloguero Rubén Núñez a través de su magnífico blog sobre Cáceres "Cáceres al detalle"-, la Real Cédula de 13 de agosto de 1.769 dictaminada en pro de la señalización de vías e inmuebles en los principales núcleos de población del país, contratando con el taller talaverano de Manuel Montemayor la ejecución de 214 azulejos nominativos, 1.515 numerativos, de los que se conservan a día de hoy 11 de los primeros y 7 de los segundos, aún en su lugar de ubicación original la placa que nombra el Portal del Pan, en la Plaza Mayor (abajo), las sitas en la plazuela del Marqués de la Isla, en las calles de Sancti Spíritus, de Río Verde Alto, de Río Verde Bajo, de la Gloria, Rincón de la Monja, Adarve del Cristo y calle de la Cruz (abajo, siguiente), vía ésta última en la que se preserva además la placa numerativa de la casa número 4, al igual que permanecen aquéllas que numeran las viviendas con el número 2 en Rincón de la Monja, Plaza de Santa María -Palacio de los Ovando-, antigua calle de las Piñuelas -hoy plaza de Publio Hurtado-, número 1 de Obra Pía de Roco (abajo, tercera imagen), y número 9 de Arco de Santa Ana, observándose en todos los trabajos similar caligrafía y marcaje superior con cruz, tomándose este diseño como modelo a seguir en sucesivos encargos, advirtiéndose como nota de divergencia un mayor grosor en las aspas de la cruz, tal y como puede admirarse en placas como aquéllas que identifican la calle del Postigo o el callejón del Gallo, o en las que numeran los números 8 -hoy 3- y 14 -hoy 4 de la calle Tiendas-, de Obra Pía de Roco, añadiéndose curiosamente el nombre de la vía al número del solar.
Con mayor peso en la provincia de Badajoz de la cerámica sevillana, fundamentalmente aquélla derivada de los talleres tradicionalmente enclavados en el barrio de Triana, los trabajos talaveranos son principalmente requeridos desde la provincia de Cáceres, siendo la propia capital provincial un escaparate de la labor ceramista de Talavera de la Reina, pudiéndose advertir y admirar el trabajo de los talleres talaveranos a través de las calles y vías públicas cacereñas gracias a encargos ejecutados desde los poderes públicos, especialmente por el concejo de la localidad, o bien desde iniciativas particulares puntuales, embelleciendo de esta manera tanto portadas y fachadas de inmuebles y casonas, como locales comerciales o construcciones religiosas, destacando cuantitativamente los paneles de azulejería que presentan las propias nomenclaturas de las calles y viales en sí, figurando entre estos últimos algunos de los trabajos talaveranos más antiguos encargados desde la otrora villa, remontándose al siglo XVIII la fabricación en el taller de Manuel Montemayor de las placas que, cumpliendo con la normativa dictaminada a través de Real Cédula de 13 de agosto de 1.769, surgida siguiendo la labor ilustradora del gobierno de Carlos III, a aplicar en la localidad a partir del establecimiento en 1.790 en la misma de la Real Audiencia de Extremadura, identificaran plazas, calles o portales, así como numéricamente las viviendas inscritas entre las vías del municipio, solicitándose en 1.791 doscientas catorce placas nominativas y mil quinientas quince numerativas, de las que en la actualidad apenas se conserva algo más de una quincena.
Si bien el azulejo de fondo blanquecino y dibujo en tono azulado donde figura representado San Antonio de Padua, ubicado sobre el portal de acceso a la ermita de la que tal santo es titular, en pleno corazón del barrio intramuros de San Antonio de la Quebrada, colocado al parecer durante la reforma ejercida sobre tal capilla en pleno siglo XVII, pudiera ser obra de algún taller talaverano que en mencionada centuria elaborase el mismo, siguiendo la tendencia artística predominante en la época basada en el uso de los tonos cobaltos conocida como serie azul, o blanca y azul, la cerámica talaverana más antigua que aún puede apreciarse entre las calles cacereñas sería posiblemente aquélla que, confeccionada como gárgolas, sirviera más a un uso decorativo que evacuatorio desde lo alto del llamado Palacio de las Veletas, en pleno corazón de la ciudad histórica, erigido sobre los restos de lo que fuese alcázar musulmán de la población a fines del siglo XV, reformado en el siglo XVIII cuando la propiedad pasase a manos de D. Jorge de Cáceres y Quiñones, introductor en el edificio del remate superior a base de pináculos, balaustrada cerámica y gárgolas de similar fábrica, inscrito primigeniamente en los flancos sureños, prolongado a través de la fachada principal y lado meridional a raíz de la reestructuración del inmueble efectuada sobre éste una vez adquirido el mismo por el Estado en 1.971, a fin de modernizar la que desde 1.931 fuera sede del Museo de Cáceres.
Arriba y abajo: aún conservada inscrita entre los muros exteriores de la actual vivienda número 1 de la calle de Bailén (arriba), puede admirarse, a pesar de haber llegado partida a nuestros días, la placa cerámica de inconfundible estilo talaverano que, manteniendo el diseño basado en el dibujo azul sobre fondo blanco, identificaría la vivienda que en ese mismo lugar, más de siglo y medio atrás, fuera propiedad en 1.842 de Francisco Manzano como número 8 de la entonces Puerta de San Blas, encargada la obra quizás por el mismo poseedor del inmueble, observándose aquellas mismas filigrana y guirnaldas que decorasen la loza talaverana de la época, repitiéndose a la par el estilo nominativo que adelantase el encargo ejecutado en el siglo XVIII al taller de Manuel Montemayor, método basado en el uso del blanco y cobalto que sería tomado como tradicional entre las calles cacereñas, respetado sucesivamente con los años a través de los variados pedidos realizados a diversas fábricas de Talavera de la Reina, como el taller de Veralfar (abajo), el castizo de La Menora (abajo, siguiente), heredero del único alfar superviviente a la Guerra de la Independencia, o El Carmen (abajo, tercera imagen), fundado en 1.849, repetido igualmente por industrias locales, como Pella, o inclusive solicitado al taller de Mensaque Rodríguez y Cía, afamado éste entre los alfares de Sevilla.
De indudable sabor talaverano el azulejo aún conservado en lo que fuese Puerta de San Blas, fechado en 1.842 -procedente posiblemente del taller de La Menora, único superviviente a la Guerra de la Independencia y único en activo tras la fatídica contienda hasta la fundación en 1.849 de la fábrica de El Carmen-, la fundamental aportación de la cerámica de Talavera de la Reina a Cáceres llegaría con el siglo XX y el surgir en la localidad del movimiento arquitectónico modernista. Con toques eclécticos e historicistas, así como regionalistas, muchos edificios comenzaron a levantarse tanto entre las calles históricas de la urbe como en puntos de expansión de la misma, principalmente en su sector suroccidental a través de lo que se conocería con el tiempo como Avenida de España, entonces Avenida de Luis de Armiñán, bautizada como tal en honor del que fuese Director General de Obras Públicas e impulsor de tal bulevar. Arquitectos como José Ignacio López Murena o Ángel Pérez Rodríguez mirarían hacia la rehabilitada cerámica talaverana a la hora de decorar edificios por ellos diseñados, como los emblemáticos Chalet de los Málaga o la Casa de Tomás Pérez, permitiendo a la ciudad disfrutar de las afamadas obras del renombrado taller de Juan Ruiz de Luna, considerado como uno de los ceramistas de labor talaverana más reconocidos a nivel tanto histórico como artístico, así dentro como fuera de nuestro país. De Ruiz de Luna vendrán las aportaciones talaveranas posiblemente más laboriosas con que cuente el municipio cacereño. Cuantitativamente, destacará la aportación del taller Artesanía Talaverana, fundado en 1.966 y en la actualidad uno de los más activos de la localidad inscrita a orillas del Tajo. Parques como Calvo Sotelo o el de Maltravieso, o negocios de raigambre como Discos Harpo o Mesón Viña Grande, se convertirán en escenarios para la exposición de sus trabajos.
Desde Extremadura: caminos de cultura, queremos invitar al lector a un recorrido por las calles cacereñas a fin de conocer y degustar los trabajos cerámicos talaveranos que, además de seguir acometiendo el uso para el que fueron destinados y embellecer las vías de la capital provincial, enriquecen el patrimonio local y regional, permitiendo disfrutar en nuestra tierra a través de tales obras de una labor reconocida ya como Patrimonio de la Humanidad. Además de presentar junto a estas líneas un pequeño inventario de algunas de las placas nominativas que creadas en los talleres talaveranos permiten identificar las vías de la urbe, nos dirigiremos al Palacio de las Veletas para observar sus gárgolas primitivas y nuevas, nos detendremos ante a la Casa Martín, más conocida como Casa Mirón, frente a la iglesia de San Juan, y descubriremos algunos de los paneles que firmados por los talleres de Ruiz de Luna y Artesanía Talaverana nos llevarán a la cerámica talaverana de los siglos XX y actual, auténticas obras de arte que además de perpetuar una labor artesana legada entre generaciones desde siglos atrás, mantienen vivo un trabajo que enriquece el vasto patrimonio cultural español.
CERÁMICA TALAVERANA EN LAS CALLES DE CÁCERES: ÁLBUM FOTOGRÁFICO
- Gárgolas de cerámica talaverana en el Palacio de las Veletas:
- Azulejería talaverana de Ginestal y Machuca en la fachada de la Casa Martín:
Conocida popularmente como Casa Mirón por el negocio que durante décadas y hasta poco tiempo atrás ocupase el local comercial que ofrece su planta a pie de calle -si bien, se ubica la auténtica Casa Mirón cacereña en lo no muy lejana Plaza de Publio Hurtado, sede del que fuera Museo Municipal-, frente a la portada del evangelio de la cacereña iglesia de San Juan Bautista, popularmente San Juan de los Ovejeros, se erigiría como número 22 de la plaza homónima al templo, haciendo esquina con la actual calle de Felipe Uribarri, antaño Travesía de Parras, la que oficialmente fuese llamada Casa Martín en la segunda década de la pasada centuria, englobada dentro del movimiento arquitectónico modernista que desde comienzos del siglo XX comenzase a expandirse por la localidad. Rufino Rodríguez Montano sería el arquitecto encargado del proyecto, firmado en 1.912 y sacado de una mesa profesional de la cual, conservándose diseños y solicitudes de licencia para obras en la ciudad por parte de este autor desde 1.895, saldrían conocidos trabajos edilicios que, aún hoy en día, siguen en pie entre las calles de la población, como fuesen, fechados el mismo año en que se presentase el diseño de la Casa Martín, la casa de Félix Candela Sempere en el antiguo número 25 de la calle Parras, actual número 31, la fusión que entre los números 31 de la entonces Plaza de la Constitución, hoy Plaza Mayor, y el número 2 de la calle General Ezponda solicitase el empresario ceclavinero Víctor García Hernández, surgiendo el bloque arquitectónico conocido como Casa García, o, destacando entre todos ellos, su intervención en el alzado inicial del que fuese bautizado como Gran Teatro de Cáceres, erigido a instancias de la Sociedad Anónima Teatro de Cáceres, en el solar que la misma poseería en la calle de San Antón, esquina con Casas de Cotallo, que sin embargo, tras darse en 1.915 la quiebra de la Sociedad mecenas, así como el fallecimiento de Rodríguez Montano en 1.919, sería finalmente continuado y finiquitado por el arquitecto Ángel Pérez Rodríguez.
Solicitada la licencia para el nuevo inmueble de la plaza de San Juan por Ladislao Martín García, la Casa Martín sería proyectada como edificio de dos plantas más una baja a pie de calle, apta para local comercial, con balcones de tipo mirador en las plantas primera y segunda, abiertos a la fachada principal del bloque, frente a la plaza y templo. Sería este flanco de la obra, mucho menos amplio pero incomparablemente más vistoso que el lateral expuesto sobre la calle de Felipe Uribarri, el destinado a acoger la decoración fundamental con que se quiso dotar a la vivienda, basándose en todo un retablo de azulejería talaverana que, partiendo del zócalo granítico que circundaría la finca desde el suelo hasta, en el frente, la altura media de una persona adulta, se expandiese hasta alcanzar los ventanales de la buhardilla, bajo la cornisa suprema, ocupando la práctica totalidad del muro externo meridional de la obra. Persiguiendo la tendencia neohistoricista que triunfaba dentro del modernismo arquitectónico de la época, la azulejería talaverana, recién reimpulsada a comienzos del siglo XX por parte del ceramista y empresario Ruiz de Luna tras una centuria en decadencia, ofrecía gracias a la recuperación de los diseños clásicos que conformaban la personal oferta pictórica de este tipo de cerámica, basados en el gusto renacentista inspirado a su vez en la tendencia italiana que a partir del siglo XVI bebiese de la ornamentación a candelieri recuperada del arte antiguo, una mirada hacia el pasado plateresco y renacentista español que permitiera convertir el edificio cacereño en un expositor vivo de tal tendencia edilicia. Se contaría para ello con el recién creado taller conformado por los afamados ceramistas Enrique Ginestal Martínez de Tejada, y Francisco de la Cruz Machuca, bautizado como Ginestal y Machuca, destacando el primero de ellos, nacido en 1.888, ya a corta edad por sus dotes artísticas y pictóricas, que le llevarían a acercarse hacia la tradición ceramista talaverana, no dudando en plasmar sus creaciones a través de la loza y los paneles de azulejería que saldrían de su propio alfar, resultando exquisitas composiciones que en 1.930 le permitieran hacerse con la Medalla de Oro en la Exposición Internacional celebrada en Lieja (Bélgica). El ejemplar traído a Cáceres, donde se conjugan los amplios paños de tradición blanca y azul con las cenefas donde a estos tonos se suman los tintes amarillentos y verdosos, sería uno de ellos.
Arriba y abajo: sin que sea ésta la única vivienda cacereña que muestre rematada su fachada con amplios paneles de azulejería, así en los números 4 y 9 de las calles Sergio Sánchez y Donoso Cortés respectivamente, la azulejería talaverana que cubre el frontal de la Casa Martín, frente a la portada del evangelio de la iglesia de San Juan Bautista, hace de este inmueble no sólo todo un atractivo turístico dentro de las calles del Cáceres castizo, sino además una incuestionable referencia a la hora de apuntar hacia la aportación talaverana expuesta entre las calles de la ciudad, destacando dentro de aquéllas focalizadas e inscritas entre las creaciones modernistas que se vieran erigidas a lo largo y ancho del casco urbano cacereño a comienzos del siglo XX, diseñada mencionada finca en 1.912 por el arquitecto Rufino Rodríguez Montano bajo solicitud de Ladislao Martín García, catedrático de Psicología, Lógica y Filosofía Moral en el Instituto de Segunda Enseñanza de Cáceres, decidiéndose dotar la obra de un toque neohistoricista en base a una decoración centrada en el retablo cerámico que fuese encargado al por entonces recién creado taller talaverano de Enrique Ginestal Martínez y Francisco de la Cruz Machuca, fundado a raíz del renacer que viese surgir la cerámica de Talavera de la Reina a partir del impulso que a ésta le diese en los albores de la centuria pasada el ceramista y empresario Ruiz de Luna, retomándose las líneas clásicas de esta labor artesanal basadas fundamentalmente en el influjo italiano que en el siglo XVI recibiera tal municipio, inspirado éste a su vez en el arte antiguo que se pusiera en valor al inicio de la Edad Moderna, reelaborándose así cuatro siglos más tarde una azulejería donde volvería a tomar vida la ornamentación a base de candelieri y motivos vegetales que recordaban la labra expuesta desde los edificios del español estilo plateresco, mostrados por Ginestal y Machuca en la obra traída a Cáceres a través de grandes paneles donde tal dibujo de sabor renacentista conjuga a la par con la tradicional comunión entre los tonos blanco y azul que Talavera tomase por influencia luso-oriental (arriba y abajo), ocupando éstos la práctica totalidad de la fachada de la Casa Martín, sólo rota la combinación blanquiazul por las testas masculinas, vistas de perfil y tocadas con casco, que centran los tondos inscritos sobre sendos vanos de entrada a la vivienda (abajo, siguiente) y local comercial respectivamente, así como sobre las puertas de salida a sendos balcones no cubiertos ubicados en la planta primera (abajo, imágenes tercera y cuarta), pintados bajo paleta donde a los tonos blanco y cobalto se suman los amarillos, marrones y verdes, usados igualmente en las cenefas que cierran la composición, tanto en su línea superior como en sendas rectas laterales, ocupados nuevamente por rescatada decoración a candelieri, hojarasca y grutescos, jarrones, cestos de fruta y criaturas fantásticas y/o mitológicas (abajo, imágenes quinta y sexta), entre los que se puede encontrar, tanto en la cenefa derecha (abajo, imagen séptima), como izquierda (abajo, imagen octava), la firma de los ceramistas encargados de la obra y su lugar de procedencia: Ginestal y Machuca, Talavera.
- Paneles cerámicos de Ruiz de Luna: Casa de Tomás Pérez, Casa Aguilera, Chalet de los Málaga, Casa nº 27 de la calle Parras, y azulejería vial:
Nacería Juan Ruiz de Luna Rojas en el municipio toledano de Noez en 1.863, residiendo en su localidad natal hasta los 17 años de edad, momento en el cual inicia su andadura artística como pintor ceramista en la ciudad a la que su vida y su nombre quedasen completamente asociados. Tras conocer al ceramista cordobés Enrique Guijo Navarro, vinculado con la producción ceramista trianera y afincado en Madrid desde los albores del nuevo siglo, Juan Ruiz de Luna fundaría junto a éste, así como con Platón Páramo y Juan Ramón Ginestal Maroto, la Sociedad Ruiz de Luna, Guijo y compañía, encargada de la fábrica que abriera sus puertas en 1.908 bajo el título Nuestra Señora del Prado. A través de la misma, Ruiz de Luna y Enrique Guijo intentaban poner en práctica la idea concebida entre ambos, decididos a recuperar el sabor clásico de la cerámica talaverana, moribunda desde que la Guerra de la Independencia quedara al municipio casi sin talleres, superviviente solamente La Menora, que vería cerrar sus puertas en 1.905. Si bien en 1.849 se creaba el alfar El Carmen, se consideraban las creaciones de éste demasiado influenciadas por la cerámica valenciana de Alcora, en detrimento del estilo propiamente del lugar. Rescatando el carácter particular de la producción histórica de Talavera de la Reina, recuperando diseños y motivos clásicos basados fundamentalmente en el gusto renacentista italiano combinado con el estilo luso-oriental, del taller Nuestra Señora del Prado comenzarían a salir piezas de loza y paneles de azulejería que retomaban el gusto que hizo cobrar fama a la cerámica talaverana a lo largo de los siglos que ocupasen la Edad Moderna, aplaudida la iniciativa por las instituciones y el público en general hasta el punto de considerarse la inauguración de tal industria como fecha clave en la historia de este particular arte decorativo, que viviría a partir de entonces todo un renacer.
Quedando en 1.915 Ruiz de Luna como único propietario de la fábrica, no cesaría el taller de recibir encargos desde abundantes puntos de España y del extranjero. La recuperación de motivos clásicos, inspirados a su vez en el arte renacentista que bebía a la par del arte antiguo, haría de los paneles de Ruiz de Luna un excelente método ornamental con que decorar las obras neohistoricistas que de la mano del modernismo se erigían por múltiples localidades de la nación. Cáceres, que ya había seguido esta idea a través de la edificación de la Casa Martín, rematado su frontal con la azulejería neoplateresca de Ginestal y Machuca, vería exponer poco a poco más y más paneles cerámicos creados en el alfar de Ruiz de Luna por medio de los nuevos inmuebles que bajo esta tendencia arquitectónica iban surgiendo entre las calles de la ciudad, desde que en 1.927 se iniciase la construcción de la que se considera joya del modernismo cacereño: la Casa de Tomás Pérez. Inscrita en el número 3 de la actual avenida de España, entonces avenida Luis de Armiñán, firmaba el proyecto el arquitecto riojano afincado en Cáceres desde 1.926, tras haber logrado por oposición adquirir el cargo de arquitecto municipal, Ángel Pérez Rodríguez. Solicitada la obra por el comerciante ceclavinero Tomás Pérez Hernández sobre un solar de su propiedad sito entre la avenida que constituía el ensanche de la urbe, y el jardín o plazuela de San Antón, Ángel Pérez diseñaría el mismo adecuándolo al terreno, así en chaflán con torreón sobre éste, haciendo uso para la ornamentación historicista de obras de artesanía basadas en la labor del yeso o la forja, ofreciendo los paneles de Ruiz de Luna dibujos a candeliari, con grutescos y medallones que recordaban, como en la Casa Martín, el antiguo gusto del plateresco. Un año después, en 1.928, se presentaba por el arquitecto Francisco Calvo el proyecto de edificación del edificio contiguo, propiedad de Juan Aguilera Esteban. La Casa Aguilera, número 5 de la actual avenida de España, repetiría en gran medida las directrices ornamentales del inmueble previo, luciendo bajo su balaustrada superior cuatro paneles elaborados en tonos blanco y azules que parecen continuar los retablos de azulejería que, en tonos blancos, azules y amarillos, formasen las cenefas cerámicas que forran parte de los muros de la Casa de Tomás Pérez.
Ya en la década de los 30, sería el arquitecto José Ignacio López Munera, natural de la localidad albaceteña de San Pedro, quien mirase hacia la labor de Ruiz de Luna a fin de ornamentar dos de sus obras proyectadas para la ciudad. En 1.931 se erigiría bajo sus directrices el que fuera número 27 de la calle Parras, actualmente número 33. Constituida la finca por dos plantas edilicias, ocupa el frontal de la superior todo un balcón de fábrica corrido, a modo de mirador, cuyos tres altos ventanales quedan coronados por una tríada de paneles cerámicos donde el dibujo a candelieri en tonos azules y blancos aparece sobre un fondo amarillo, repetido en los tres paneles que bajo tal balconada supeditan puerta de entrada y sendos vanos contiguos de la planta inferior, repitiéndose los mismos motivos que se pudieran ver en la Casa de Tomas Pérez, y que a su vez capitaneasen el muestrario de creaciones que hicieran popular la obra del afamado ceramista toledano. Nuevamente en la avenida de España, en su esquina con la avenida de Nuestra Señora de la Montaña, López Munera diseñaría la construcción de un hotel bajo petición de Evaristo Málaga Gómez en 1.932, entonces avenidas de la República y de Mayo -un poco más tarde de Lerroux-, respectivamente. El conocido Chalet de los Málaga, construido entre 1.932 y 1.934, declarado Bien de Interés Cultural mediante Decreto 130/1993 de 30 de noviembre por la Junta de Extremadura -reiterado por Decreto 255/2000 de 19 de diciembre, tras haberse visto anulado el primero por sentencia judicial 581 de 14 a abril de 1.999, dictada por la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura-, sería concebido por deseo de su propietario como casa unifamiliar antecedida por jardín que, tomando de ejemplo otras casonas contemporáneas a ésta vistas en Guipúzcoa, compartiera espacio con otros chalets y edificios modernistas dentro del ensanche abierto en la esquina suroeste de la urbe sobre lo que fuera el camino a Malpartida. Con dos frentes dada su ubicación entre dos grandes vías de la localidad, la casa de tres plantas culminada en terraza sería dotada de holgados y cuantiosos miradores repartidos entre sendos laterales externos, inscritos éstos igualmente en la esquina achaflanada que uniera, como si de un torreón esquinero se tratase, sendas fachadas, coronándose cada uno de los miradores, tal y como se viese en la obra de Munera de la calle Parras, por una alargada cenefa de azulejería de Ruiz de Luna donde vuelven a obervarse, sobre fondo amarillento, dibujos a candelieri en azul y blanco que recuerdan los ejecutados para el inmueble anterior, si bien en los ejemplares del Chalet de los Málaga destacaría la presencia central en cada uno de los diseños de una amplia venera, de la que parten los ramales laterales que ocupan el resto del espacio cerámico.
Se debe, sin embargo, la aportación más antigua de Ruiz de Luna a la ciudad de Cáceres no a una iniciativa privada, sino al encargo que por parte del propio consistorio de la localidad requiriese del taller talaverano la elaboración de la placa cerámica con que, sobre boceto del escultor José María Palma, iba a renombrarse en 1.925 la porción que de la Plaza de las Piñuelas se quería consagrar, a modo de dedicatoria, al erudito local cuyo palacio justamente cerraba en su costado occidental, frente a la Casa de Mirón, el espacio vial rebautizado. Publio Hurtado Pérez, escritor e historiador, veía así homenajeada su trayectoria intelectual por sus propios paisanos y convecinos, quienes frente a los balcones de su casa, donde él mismo, ya entrado en años y poco antes de morir, se asomase para asistir al acto y agradecer mediante discurso el homenaje, se reuniesen el 12 de octubre de 1.925 a fin de ofrecer al investigador el panel de azulejería que sobre la fachada de su vivienda inmortalizase desde entonces la ofrenda. Aportación del alfar de Ruiz de Luna a la señalización vial que no quedaría aquí. La avenida de la Virgen de la Montaña, en su llegada a la plaza de Conquistadores, queda nombrada por un amplio retablo de azulejería donde, además del nombre de la calle, es ofrecida en su esquina superior izquierda la imagen de la patrona de la ciudad entre los mismos motivos italianizantes que destacarían en la producción de Ruiz de Luna y que serían tomados años más tarde por Cerámica Talabricense para, siguiendo la idea, ofrecer el escudo de la ciudad en las placas viales encargadas a su alfar. No carecería la ciudad, además, de paneles nominativos encargados al taller de Ruiz de Luna que, hasta su cierre en 1.961, siguieran la tendencia blanquiazul que inaugurase el horno de Manuel Montemayor en el siglo XVIII, tal y como demuestra la placa inscrita en la calle del Maestro Ángel Rodríguez, junto a la plaza del Obispo Galarza.
Abajo: bautizada a inicios de la II República la actual avenida de España como avenida de la República, se plantearía en su número 13 en el año 1.932 por Evaristo Málaga Gómez la construcción de un hotel en pleno ensanche de la ciudad, otorgando la elaboración del proyecto arquitectónico, donde deseaba ver reflejado el gusto edilicio de los chalets que por entonces se levantaban en la zona guipuzcoana, al arquitecto albaceteño José Ignacio López Munera, planteando éste un edificio de tres plantas con aterrazamiento en la zona superior y doble frente (abajo), al hacer la finca esquina entre las actuales avenidas de España y Virgen de la Montaña, cuyas obras se extenderían entre 1.932 y 1.934, fechado en 1.935 el proyecto dedicado al cerramiento del jardín que adelantase al inmueble por sendas fachadas, dotadas éstas a su vez de amplios miradores de fábrica abiertos tanto sobre la portada de acceso a la finca por la entonces avenida de la República (abajo, siguiente), como en el paño mural derecho del mismo, inscritos igualmente en el torreón esquinero y en la zona central del frontal contiguo, ornamentados todos ellos a través de treinta y nueve paneles de azulejería talaverana encargados al taller de Ruiz de Luna que, manteniendo el gusto clásico que el afamado ceramista recuperase a través de su fábrica dedicada a la Virgen del Prado, mostrasen sobre fondo de tonos amarillentos elaboradas cenefas de roleos centradas por amplias veneras (abajo, imagen tercera), muy similares a los trabajos que del mismo alfar se elaborasen igualmente como ornamentación dirigida a la vivienda número 27 de la calle de Parras, actualmente enumerada como 33 (abajo, imagen cuarta), salida al igual que el Chalet de los Málada de la mesa del arquitecto López Munera en 1.931, como figura a modo recordatorio por azulejo talaverano en la propia obra (abajo, imagen séptima), centrada la fachada de la finca, de dos plantas, por un amplio mirador de tres vanos (abajo, imagen quinta), cuyos ventanales quedasen coronados por la azulejería de Ruiz de Luna, vista igualmente bajo el balcón rematando portada de acceso y ventanas contiguas a éste, en un total de seis paneles donde, como ya se viera e la Casa de Tomás Pérez y volvieran a repetirse en la finca unifamiliar de los Málaga, triunfasen los grutescos y dibujos a candelieri que recordasen el esplendor del plateresco español (abajo, imagen sexta).
Abajo: a pesar de haber trascurrido varios años ya del cierre de la mítica tienda de discos y música Discos Harpo, enclavada en el número 9 de la hoy calle Roso de Luna, sigue exponiéndose junto a la puerta de entrada a tal local comercial el panel de azulejería que, encargado a Artesanía Talaverana (abajo), mostraba a los tres más conocidos de entre los afamados hermanos Marx -Harpo, Chico y Groucho-, a modo de externa ornamentación cerámica del negocio musical que tomaba al cómico neoyorquino afamado por su papel como mudo como título empresarial, vinculación entre comercio y azulejería talaverana retomada en el año 2.000 con la apertura del establecimiento de hostelería Mesón Viña Grande, en la confluencia de las calles Obispo Ciriaco Benavente y Obispo Segura Sáez (abajo, siguiente), mostrándose hacia la primera de estas dos vías tres grandes paneles encargados igualmente a Artesanía Talaverana, que permitirían disfrutar a la ciudad de una decoración a base de azulejería pintada en el frente del negocio, muy típica en ciudades como Madrid pero poco popular entre las calles de Cáceres, ofertándose a través de tres retablos cerámicos tanto el nombre de la empresa (abajo, imágenes tercera a quinta), como las especialidades del negocio, todo ello inscrito en un paisaje protagonizado por parras -entre las que asoman diversos animales autóctonos como la liebre, una abubilla, un jilguero y una urraca-, en clara alusión a la oferta de productos vinícolas facilitados en su interior.
Buenos días, artículo muy interesante. Este arte cerámico es realmente hermoso.
ResponderEliminar¡Hola Merche! ¡Muchísimas gracias! Me alegra mucho que te haya gustado. ¡Un saludo!
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