Sentenciado a permanecer la mayor parte del tiempo oculto bajo las aguas del pantano de Valdecañas, finalizada en 1.964 la presa bautizada como Salto de Valdecañas entre los términos municipales de Belvís de Monroy y Valdecañas del Tajo, la bajada puntual del caudal embalsado permite, cuando desciende del 35% de su total capacidad hidráulica la laguna artificial, volver a descubrir lo que fueran las calles, plazas y rincones del pueblo de Talavera la Vieja, popularmente conocido como Talaverilla, asomando entre los vestigios y ruinas de sus vetustas viviendas e inmuebles el único monumento aún en pie in situ de la población, respetado por su condición de monumento nacional y conocido como Templo de la Cilla, perteneciente al que fuese foro municipal de la antigua población romana de Augustóbriga sobre cuyos restos se erigiera en el siglo XV la posterior población talaverina.
Ruinas de Talavera la Vieja, hoy inmersas en el término municipal de Bohonal de Ibor (Cáceres). Siglo II d.C.; declarado, junto al resto de ruinas romanas de Talavera la Vieja, como Bien de Interés Cultural (antiguo monumento histórico-artístico; Gaceta de Madrid nº 155, de 04 de junio de 1.931).
Arriba y abajo: ubicado originalmente frente al conocido como Templo de los Mármoles, hoy en día considerado éste como pórtico de la curia desde que tal teoría fuera defendida por el arqueólogo y erudito José Ramón Mélida y Alinari, el llamado Templo de la Cilla formaría junto al anterior y, presuntamente, otro ejemplar edilicio religioso sito a levante del presente, el compendio arquitectónico forense de que constaría el área pública principal de la población romana de Augustóbriga, fechados tales bienes en el siglo II d. C. y erigidos, posiblemente, a raíz de la declaración de la urbe como municipio durante el gobierno, a fines del siglo I d.C., de Vespasiano, circundado tal espacio central a poniente, a levante y a mediodía por una columnata de delimitación y cierre dentro de la cual, entre los dieciocho ejemplares que constituyesen tal flanco sureño, se inscribirían las columnas presentadas en el frente del presente edículo (arriba), ofreciendo primitivamente éste una escalinata de subida al sacro inmueble que desembocaría en el cuarteto original de columnas que hacían de este templo un ejemplar de tipología tetrástila y próstila -con cuatro columnas en su portada y ausencia de éstas en el resto de flancos del edificio-, alineadas sobre la linde septentrional del podio de sustentación, posteriormente engullidas entre los muros que, aprovechando las ruinas del edificio, convirtieran el vetusto bien en el siglo XVI en silo de los Condes de Miranda, señores de la población, adivinándose aún los huecos que las tres conservadas por entonces ocuparon en la posterior obra (abajo, y par siguiente) tras ser éstas extraídas a fin de ser salvaguardadas de la inminente inundación a la que aún hoy se ve sometido el monumento, apreciándose igualmente el corazón de la escalera elaborado a base de opus caementicum cercano al opus incertum (abajo, cuarta imagen), desaparecidos los presuntos escalones graníticos de subida al templo, resultando del robo de materiales y desgaste de la fábrica edilicia una bóveda abierta conocida popularmente por los talaverinos como la leonera (abajo, quinta imagen), por ser de creencia popular que fuera éste el enclave donde los romanos encerrasen aquellos leones que fueran a ser usados porteriormente en los espectáculos circenses, tal y como siglos más tarde guardase el ganado ovino de los vecinos, también afamada entre los propios del lugar aquella leyenda que aseguraba ser en éste punto -o en los bajos del templo- donde fueran
aprisionados los niños Vicente, Sabina y Cristeta durante la
persecución religiosa ejecutada por el emperador Diocleciano antes de su
huida a la sierra y posterior ejecución en Ávila, basándose en la consideración de la primigenia ciudad romana como la Ebura de la que eran originarios los santos infantes -hoy identificada con Talavera de la Reina-, sin que falten incluso voces que afirman ser los fragmentos de fuste liso preservado dentro de la naos del templo aquella columna a la que fueran éstos atados durante tal cautiverio (abajo, imagen sexta), posiblemente trasladado desde algún otro punto de la localidad, sabiéndose de fustes estriados -quizás primigeniamente estucados- y compuestos de tambores de 0,80 mts. de diámetro las columnas pertenecientes al templo, de orden corintio según Mélida en base al diseño de sus basas, expuestas a raíz de la desmantelación de la población en 1.963 junto al puente que supera las aguas del pantano de Valdecañas (abajo, imagen séptima), en su orilla izquierda y anexas a la carretera EX-118 -entre Peraleda de la Mata y Bohonal de Ibor-, donde hoy en día pueden visitarse, a fin de poder apreciar este retazo arquitectónico en todo momento, rememorando el templo del que derivan y que habitualmente permanece sepultado bajo el caudal del inmediato embalse.
Arriba y abajo: preservados entre los vestigios de la escalinata de subida al templo los sillares que, inscritos en el arranque de la obra sobre la línea del terreno donde se asienta -avidinándose gracias a la pérdida de material el dibujo a base de opus caementicium que supusiera los cimientos del edificio-, sirvieran de moldura delimitatoria, así como, gracias a su labrado, al desagüe de las aguas de lluvia (arriba), tal y como puede observarse en otros templos romanos de la región, así en el emeritense de Diana o en el frente del llamado de Piedras Labradas, en el término de Jarilla, puede observarse igualmente el uso de moles graníticas en las esquinas del podio del inmueble (abajo), a modo de refuerzo arquitectónico dispuesto a soga y tizón, diseñado tal basamento en planta rectangular, con 8,86 metros de anchura y 23,31 metros de longitud si incluimos la semidesaparecida escalinata de subida (abajo, siguiente), salvando ésta los 2,35 metros de alzado elaborados a base de sillarejo y mampostería, semejante a la observada en el podium de otros edículos similares, así en el templo romano de la lusa Évora, ejecutándose sobre éstos y una vez perdida la fábrica edilicia que supusiera las paredes de constitución de la naos del templo, los muros de sillarejo (abajo, tercera imagen) que, alcanzada la Edad Moderna, complementarían la obra a fin de reconvertir la misma en el pósito del lugar, apreciándose en el flanco de poniente las aspilleras que permitieran ventilar el interior del hórreo en que quedase convertido el vetusto inmueble (abajo, imagen cuarta) -posible intento de labrada saetera en el flanco sureño, sustituido por una abertura entre piezas graníticas en tal muro (abajo, imagen quinta)-, descubriéndose en el flanco levantino y punto más cercano del antiguo edículo a la iglesia parroquial de San Andrés (abajo, imagen sexta) una cruz labrada entre una de las piezas que conformasen la prolongación edilicia de la construcción (abajo, imagen séptima), viniendo ésta seguramente a verificar la cristianización del que fuera antaño enclave de adoración pagana, reconvertido tras su empleo como depósito cerealístico en calabozo municipal, prisión de detenidos durante la última contienda civil vivida en España.
Arriba y abajo: observándose en el muro central conservado en el interior de lo que fuera templo romano la misma fábrica edilicia a base de mampostería que compone la cara interna de los bajos y presunto arranque original de las paredes que suponen los flancos del inmueble (arriba), podría suponerse ser éste también un vestigio arquitectónico original del primitivo monumento, a modo de separación (abajo) entre el espacio que supusiera la pronaos del templo (abajo, siguiente), y la naos o cella del mismo (abajo, imágenes tercera y cuarta) destinada a acoger la imagen de la deidad aquí adorada, Júpiter Óptimo Máximo en este caso y según teoría aportada por el prestigioso arqueólogo y epigrafista alemán Emil Hübner, basándose en una inscripción hallada en las cercanías del santuario dedicada al rey del Olimpo, posiblemente colmatados en sus inicios los espacios internos de sendas porciones del podio con material térreo hasta la altura máxima del mismo, así visto en otros templos donde la carencia de sillares o capas de opus caementicum fueran suplidas por una agalmana de tierra y cantos -caso del templo dedicado a las divinidades acuáticas inscrito en el yacimiento de Contributa Iulia, junto a Medina de las Torres-, esparcidos hoy en día en su interior vestigios pétreos resultantes del abandono y semiperenne inundación que sufre el bien, provinientes de la prolongación que de los muros se dispuso en el siglo XVI, entre cuyo diseño -sabiéndose por lo apreciado desde el exterior como línea de partida de los mismos la franja en que se ubican las saeteras o ventanales abocinados (abajo, imagen quinta) incluidos en el edificio-, puede atisbarse una bandeja en todos los laterales del basamento, así como oquedades en éstos e inclusive el murete central de separación (abajo, imágenes sexta y séptima), diseñadas probablemente a fin de sujetar un entramado maderero que sirviera de separación entre el sótano del silo y la zona de almacenaje donde preservar el grano aquí depositado, alejándolo de la humedad del terreno y permitiendo, gracias a las aspilleras, la ventilación de tal habitáculo inferior.
Abajo: elevándose como único edificio, a pesar de su abandono y ruina, aún en pie entre los inmuebles que antaño conformasen el entramado urbano de que constase la población de Talavera la Vieja (abajo), la declaración en 1.931 como monumento nacional del que fuera templo de la Cilla, junto al resto de vestigios romanos conocidos hasta entonces del que fuese municipio romano de Augustóbriga, suponía un reconocimiento a la valía de la herencia latina preservada en este enclave anexo al río Tajo, ya puesta en valor en el siglo XVI a través de una ordenanza municipal, sita entre las pioneras de tal orden a nivel nacional, que perseguía la conservación de tales monumentos, conocido además del área forense un destacado tramo de muralla primitiva rehecha posteriormente por los musulmanes, así como restos de alguna vivienda en las cercanías del área forense, apenas investigado tal legado arqueológico mediante métodos científicos poco antes de la inundación del lugar, sabiendo sin embargo con creces la población talaverina la abundancia y valor de éste, reutilizados en no pocos casos muchos de los elementos preservados en la construcción de las viviendas que, reaprovechando inclusive buena parte del entramado ortogonal original de la ciudad romana, posiblemente inclusive su sistema de alcantarillado o cloacas (abajo, siguiente), se distribuyeran a lo largo de las nuevas calles de la población cristiana, adivinándose entre los cascotes de lo que fuesen inmuebles de la extinta localidad cacereña sillares de tintes latinos, antiguas aras (abajo, imágenes tercera y cuarta), o tambores horadados a fin de reconvertirlos en pequeños abrevaderos o pesebres (abajo, imagen quinta) -como tuve el placer de observar in situ junto a mi amigo y colega bloguero Jesús López, que describiría fabulosamente nuestra visita a las ruinas talaverinas en un estupendo artículo publicado en su blog "Extremos del Duero": http://extremosdelduero.blogspot.com/2021/09/talaverilla-el-afan-de-vivir.html-, destacando entre todos los elementos augustobrigenses conservados a día de hoy el que durante siglos fuera considerado templo de los Mármoles (abajo, imagen sexta), expuesto junto a los pilares preservados del templo de la Cilla y llamado así por considerar los lugareños de tal material lo que en realidad eran columnas graníticas rebozadas de un estuco brillante ante la acción solar, así como algunos elementos muebles mostrados en la primera de las dos salas dedicadas a Roma del Museo de Cáceres, donde, junto a tres retratos marmóreos descubiertos en 1.952 y fechados en el siglo I d.C. (abajo, imagen séptima), uno femenino y dos varoniles, luce una inscripción donde se hace mención al pueblo de Augustóbriga (abajo, imagen octava), permitiendo ésta verificar la identificación del yacimiento talaverino con tal municipio romano, inscrito en plena vía de unión de Emérita Augusta -Mérida- con Caesaragusta -Zaragoza-, a través de Tolletum -Toledo-, llamada oficialmente Iter ab Emerita Caesaragustam o vía Viginti Quinque Hispanica, trazada en época augustea y considerada una de las más relevantes de la Hispania romana.
Abajo: repartidos hoy los terrenos que supusieran antaño el término municipal de Talavera la Vieja entre las localidades cacereñas de Bohonal de Ibor y Peraleda de San Román, es justamente en la vía de unión existente entre ambas localidades, denominada EX-387, donde encontramos el camino que permite acercarnos a las ruinas urbanas de la antigua población talaverina, tomando para ello la vereda que nace a las puertas de la finca Los Ángeles (abajo), sita en la vertiente septentrional de tal carretera, debiendo discurrir en todo momento hacia el Norte y valle del río Tajo, ocupado en este punto por las aguas del embalse de Valdecañas, no tardando la vista en atisbar, cuando las aguas así lo permiten, los retazos edilicios del pueblo una vez alcanzado el terreno carente de vegetación (abajo, siguiente), esperando en sus momentos de emersión al visitante que desee recorrer una vez más sus calles y perderse entre sus rincones, susurrándole entre sus despojos hebras de una historia pasada, de la que se niega a desprenderse, como se niega, en su semiperenne ahogamiento, a morir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario