sábado, 28 de febrero de 2015

Imagen del mes: Villa romana de La Cocosa, en las cercanías de Badajoz


Vestigios del espacio termal de la Villa romana de La Cocosa, engullido por la vegetación mientras espera una recuperación que rescate el monumento de una lenta desaparición definitiva y del olvido.
Dehesa de La Cocosa (Badajoz). Siglos I-VII d.C..

jueves, 26 de febrero de 2015

Villa romana de la Majona, en Don Benito


Este año se cumple el vigésimo aniversario de uno de los descubrimientos más relevantes en relación al patrimonio de origen romano legado en Extremadura. A las afueras de la localidad pacense de Don Benito, dentro de su término municipal y cercanías del río Guadiana, en el margen derecho del mismo, unas excavaciones en pro de obtener áridos sacaron a la luz lo que más tarde se identificó con la pars urbana, o zona residencial de una suntuosa villa romana, habitada entre los siglos I y V de nuestra era y dependiente de la cercana colonia de Metellinum (Medellín). Un atrio con piscina, un peristilo con amplio estanque, numerosas columnas y, fundamentalmente, un rico pavimento musivo, daban cuenta de la relevancia e importancia del hallazgo, confirmado en 1.997 cuando, depositado sobre el lecho de una de las albercas, se descubrió un espléndido busto masculino marmóreo a tamaño natural, conservado en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz. Sin embargo, las intervenciones arqueológicas, sucesivas durante la segunda mitad de los pasados años noventa, cesaron, quedando el yacimiento en abandono absoluto. Desde entonces, sus estancias, sin resguardar y cubiertas de vegetación, sufren las inclemencias del tiempo y el expolio, desaparecidos los fustes, disolviéndose sus mosaicos, desprendiéndose sus estucados y pinturas, en una larga agonía que lleva al monumento a una segunda y definitiva desaparición.

Desde este blog nos sumamos a la protesta sobre el estado en que a día de hoy se encuentra este destacado yacimiento de la región, presentándolo al lector en base a un nutrido álbum fotográfico y descripción detallada del mismo, deseando que así, a través de su promoción, la Villa romana de la Majona pueda ser mayormente conocida y, con ello, frenado su definitivo olvido.



- Historia / descripción del bien:



Arriba y abajo: la pars urbana de la Villa romana de la Majona presenta en el diseño de su planta las características propias de una domus o vivienda señorial de atrio y peristilo, donde el primero de estos patios, cuadrangular, conserva una amplia piscina o impluvium rodeado antaño de una columnata de fustes marmóreos que muy posiblemente sostendrían el compluvium o tejado desde el que recibiría el agua que lo nutría, sellado para su conservación, y de similar manera a la mayoría de obras hidráulicas romanas, con opus signinum.




Cuando en el año 25 a.C. es fundada la ciudad de Emérita Augusta, convirtiéndose en capital de la provincia hispana de Lusitania, la cercana Metellinum, posteriormente conocida como Medellín y fundada más de cincuenta años antes, en el 79 a.C. por Quintus Caecilius Metellus Pius, vio frenadas sus aspiraciones a convertirse en la principal colonia de la región. Su ubicación sobre un cerro dominante junto a la vega izquierda del río Guadiana, al este de la lusitana capital, le permitirían sin embargo proseguir con su progreso económico, en base tanto al comercio que por ella circulaba, al enclavarse como punto de paso de varias de las rutas que unían Mérida con otras ciudades y enclaves de Hispania, tales como Toletum (Toledo), la zona minera de Sisapo (provincia de Ciudad Real) y fundamentalmente Corduba (Córdoba), respectivamente, así como gracias a la amplia red de explotaciones agroganaderas que se levantaron y ubicaron en su rededor junto al río Anas.



Arriba y abajo: el atrio de la zona residencial de la Villa de la Majona serviría como punto de acceso a diversas de las estancias de la casa, con las que compartiría el recubrimiento de sus suelos con ricos y laboriosos mosaicos, destacando entre dichas habitaciones aquéllas levantadas en el lado sur de mencionado patio (arriba), así como la estancia abierta en su ala oriental (abajo).




Arriba y abajo: los esplendidos mosaicos conservados in situ como suelo de varias de las estancias de la villa dombenitense permanecen apenas protegidos de la vegetación e inclemencias del tiempo por plásticos y grava (arriba), sin que deje de darse el caso de alguna obra musiva sin resguardar cuyas teselas permanecesn desprendidas de la obra que componían y desperdigadas por el yacimiento (abajo).




Metellinum, convertida en una de las cinco urbes con rango de colonia de la Lusitania, controlaba unos amplios territorios cuyos límites, aunque no corroborados, lindarían con aquéllos sujetos a otros municipios y ciudades tales como Turgalium (Trujillo), Fornacis (Hornachos), Lacimurga, la propia Mérida, y el norte de la provincia Bética, englobando lo que actualmente serían, según creen muchos estudiosos, los términos municipales de localidades tales como Medellín, Don Benito, Villanueva de la Serena, Miajadas, Villar de Rena, Santa Amalia o Guareña, entre otras. Un territorio de unos 1350 km2, donde se han llegado a localizar más de 110 asentamientos rurales de época romana. Constituirían éstos un nutrido grupo de villas y explotaciones agroganaderas que, además de servir como importante base económica de la zona, vertebrarían y romanizarían a la par el territorio metelinense, de igual manera que, en las cercanías de Mérida, un amplio número de villas circundarían la ciudad, fomentando el desarrollo económico local, ofreciendo a su vez residencias campestres para los grandes señores. También como en Emérita, muchos de los asentamientos metellinenses se enclavarían junto a los trazados de las grandes vías de comunicación, pero fundamentalmente en la vega del río Guadiana, así como en las inmediaciones de los afluentes que en la zona desembocan en él, tales como el Ruecas, el Alcollarín, el Ortigas o el Búrdalo. De entre estas villas y explotaciones podrían destacarse Las Galapagueras, Vegas de Ortiga, Los Ventosos y La Hornilla, distinguiéndose sobre todo la Villa de la Majona, a poca distancia del margen derecho del Guadiana, dentro del término municipal de Don Benito.



Arriba y abajo: abierta al gran patio de la casa o peristilo, se halló una gran habitación de considerables dimensiones, ornamentada con un fabuloso mosaico policromado de cenefas y geométricos temas (arriba), cuyo acceso permanece marcado por un escalón en hilera de sillares donde aún se marca lo que posiblemente fue el lugar de encaje de la puerta que guardaba este salón (abajo), presunto tablinium o lugar de recepción y negocios del enclave.





Arriba y abajo: además del gran salón abierto en el lado occidental del peristilo, otras estancias circundaban este segundo patio o zona ajardinada, destacando entre ellas las ubicadas en la zona nororiental (arriba), así como las erigidas en la esquina noroeste (abajo), punto donde se conserva, en la parte baja de los muros, restos de estucado y pintura lineal al fresco que decoraría no sólo esta zona, sino inclusive todo el peristilo o la totalidad de las estancias de la mansión (abajo, siguiente).





La Villa romana de la Majona, descubierta en 1.995, se compondría, como otras explotaciones agropecuarias contemporáneas, de diversas secciones destinadas tanto al uso agroganadero como residencial, sin que faltase la construcción en las cercanías de una presa para consumo propio. Las excavaciones que dieron lugar al fortuito descubrimiento pusieron a la luz la vivienda principal, o pars urbana, siendo esta zona la intervenida arqueológicamente en los meses y años siguientes al hallazgo. La vivienda se presenta diseñada siguiendo el modelo de domus de atrio y peristilo, donde sendos patios tienen existencia en la mansión. El atrio, cuadrangular y ubicado en la zona sur, exhibe una amplia piscina o impluvium, rodeada de un pequeño muro de ladrillo y sillares graníticos en las esquinas, con una columnata de fustes marmóreos que sostendrían el tejado abierto o complivium, de donde posiblemente recibiría el agua que lo nutría. Este estanque, como la mayoría de las obras hidráulicas romanas, estaría sellado con opus signinum. El restante suelo del atrio permanece cubierto con ricos mosaicos, de motivos geométricos y a doble color, compartiendo este hecho con las estancias abiertas a esta zona de la casa, destacando dos meridionales y una oriental. En la esquina noreste, el atrio se comunicaría con el peristilo, de planta rectangular y alargado en dirección norte-sur. En los laterales septentrional y meridional del mismo se conservan restos del cercado y la columnata que seguramente delimitaba el interno patio ajardinado. Su lateral occidental estaría dibujado, por el contrario, con un largo estanque, cuyas aguas serían vertidas a él a través de varios canales, destacando el conducto que siguiendo estas funciones se conserva en el borde sur de esta estancia. Esta alberca, como la piscina del atrio, figura sellada igualmente con opus signinum, destacando en su interior y esquinas sendas construcciones semicirculares, posibles restos de fuentes ornamentales que, junto a un surtidor externo y central, de planta semicircular, formarían todo un ninfeo de carácter suntuoso. La fuente o surtidor central, que vertería sus aguas al estanque desde el lateral oriental de la alberca, miraría hacia la puerta de entrada de la estancia principal de aquéllas abiertas al peristilo, posiblemente la más destacada de la villa, a juzgar por sus grandes dimensiones y la calidad del mosaico policromado que la cubre, de vivos colores y diseñado en base a casetones, cenefas, motivos geométricos y vegetales. De 300 metros cuadrados, podríamos estar posiblemente ante el tablinium o habitación destinada a las recepciones o negocios del señor de la villa. Otras dependencias se abren en el lado más septentrional del peristilo, conservándose en la parte baja de sus muros restos de estucado y pintura lineal al fresco que decorarían seguramente las paredes de toda la casa, a juzgar por otros retazos similares hallados en la zona sur del peristilo. Restos de baldosas y zócalos de mármol apuntan hacia una rica ornamentación realizada con este material de la fuente del peristilo y el gran salón, denotando la opulencia con que antaño contó la vivienda.



Arriba y abajo: dentro del peristilo de la Villa de la Majona destacaría el enorme y alargado estanque ubicado en el lado occidental del patio (arriba), lucido, como la piscina del atrio, con opus signinum, en cuyos extremos se conservan estructuras semicirculares que corresponderían al parecer a sendas fuentes ornamentales que, en conjunción con una fuente externa y central de planta semicircular abierta en el frente oriental (abajo, siguiente), darían al conjunto la auténtica impresión de un suntuoso ninfeo.






Arriba y abajo: el estanque del peristilo se nutría del agua llevada hacia él a través de varios conductos, adivinándose los restos de uno de estos caños en la zona de paso entre alberca y habitaciones occidentales (arriba), destacando principalmente el canal que, en la zona sur del patio, terminaba desembocando en el lateral derecho del conjunto fontanal (abajo).






Esta distribución de espacios responde, según los investigadores, a una reforma efectuada sobre la villa durante los siglos II a IV. El inmueble, sin embargo, existiría ya posiblemente en el siglo I de nuestra era, a juzgar por los restos cerámicos datados en esa primera centuria hallados por el lugar. Del siglo III y época de máximo esplendor del asentamiento, sería un extraordinario busto de cincelada realista realizado a tamaño natural en mármol de Estremoz (Portugal), hallado depositado en el interior de uno de los estanques. Mientras que para unos estudiosos este torso masculino podría ser el retrato privado de uno de los señores del complejo, para otros el gran parecido que guarda el joven retratado con el emperador Alejandro Severo haría pensar en la posible existencia en esta residencia de un busto imperial del gobernante severiano. El personaje aparece cubierto con contabulatio, a la moda del siglo mencionado.



Arriba y abajo: es la zona norte y noroccidental del conjunto la menos excavada e inspeccionada arqueológicamente, considerándose la posibilidad de que algunos de los muros aquí conservados se erigiesen, usando para ello cantos de río, en el siglo V y fase final de ocupación del asentamiento, apareciendo por la zona estancias de posible uso laboral, entre las que no es difícil toparse con restos cerámicos esparcidos por los rededores.






Otros restos muebles y cerámicos obtenidos del yacimiento prueban, por su parte, la existencia en el lugar de algún asentamiento previo a la romanización de la zona, mientras que el trazado de muros anexos levantados con cantos de río, ubicados principalmente en la zona noroccidental, podrían pertenecer a una última ocupación del complejo, ya en el siglo V, antes del definitivo abandono, ruina y desaparición definitiva de la explotación.



- Cómo llegar:


La Villa romana de la Majona, ubicada dentro del término municipal de Don Benito, se enclava dentro de una zona destinada a la siembra vinculada con  el cercano río Guadiana, cuya vega derecha, circundada de frondosos eucaliptos, se atisba a corta distancia del yacimiento. Para llegar a este punto sería recomendable alcanzar el tramo de carretera autonómica EX-106, en la porción de ésta que une Don Benito con la rotonda nacida como punto de intersección de la carretera nacional N-430 (Badajoz a Valencia) y la autovía EX-A2 (Miajadas a Don Benito-Villanueva de la Serena). En este tramo de la EX-106 encontraremos un ramal que, pasando bajo el trazado de la autovía mencionada, se dirije hacia una zona de cultivos y fincas particulares. Adentrándonos en ella, seguiremos el trayecto no asfaltado que, hacia el sur, se encamina hacia el Guadiana. Dejadas atrás varias viviendas y un canal de riego, un nuevo ramal parte hacia nuestra derecha y el oeste, paralelo a la vega del río. En él hallaremos la finca donde se conserva el yacimiento, rodeada de verja metálica y cerrada al público.



Arriba: de tamaño natural y esculpido en mármol de Estremoz, un espléndido busto de acabado realista y rico en detalles fue hallado en el yacimiento romano de la Majona, permitiéndonos hoy en día poder mirar al que posiblemente siglos atrás se presentase como uno de los señores o personajes más relevantes del que fuese uno de los asentamientos rurales más destacados del territorio metelinense, si bien el parecido del joven retratado con el emperador Alejandro Severo lleva a algunos autores barajar la posibilidad de que la escultura no fuese un retrato privado, sino imperial.

Abajo: descubierto en lo que pareció ser una antigua necrópolis enterrada bajo el barrio de San Sebastián de Don Benito, un busto femenino, conservado en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, formaba parte seguramente de un mausoleo o complejo funerario privado vinculado con alguna de las familias que dirigía uno de los abundantes asentamientos rurales de la zona, desconociéndose la exactitud del mismo pero entre los que entraría como candidato el hallado en la Majona, pudiéndose verificar por otro lado y con claridad, sin embargo, la clara romanización de la comarca y la riqueza de un pasado romano que Extremadura ha heredado.


viernes, 20 de febrero de 2015

Ermita visigoda del Santo, junto a Valdesalor


Arriba: ubicada al suroeste de la pedanía cacereña de Valdesalor, emergiendo como bloque pétreo en plena llanura de pastos, la Ermita del Santo surge sobre el paisaje en una soledad compaginada con el olvido, abandono y desconocimiento de la misma por la mayor parte del público y de los estudiosos, cargada sin embargo de capítulos de un pasado remoto que quieren sobrevivir escondidos entre sus losas y sillares, esperando ser leídos para hablarnos de un ayer casi olvidado.


Buscando información sobre los castillos erigidos junto a la vega del río Salor, al sur de la ciudad de Cáceres y en las cercanías de la pedanía cacereña de Valdesalor, me topé con la imagen de un edificio en ruinas enclavado en plena tierra de pastos, cuyos vestigios aparentaban ser, a primera vista, los retazos de una antigua ermita de factura hispanovisigoda. Un único dato la acompañaba: Ermita del Santo. Investigando, y gracias a la gran ayuda de mi amigo y colega bloguero Rubén Núñez, autor del muy recomendado blog Cáceres al detalle, pude localizarla. Este descubrimiento que nos acerca a un capítulo poco conocido de la historia local de Cáceres, y por ende de la crónica de Extremadura, que me supuso personalmente un indescriptible encuentro con nuestro patrimonio más desconocido y a la par más colmado de nuestro pasado, quiero hoy compartirlo con vosotros, no sin antes olvidar la inclusión, junto a estas líneas, del link del blog amigo mencionado, cuya colaboración ha sido fundamental para poder elaborar esta entrada:



Seguidamente, os dejo con la historia y descripción del bien, acompañada del apropiado contexto histórico y un nutrido álbum de imágenes tomadas del monumento, para finalmente indicar cómo poder llegar al mismo, en caso de que el lector decida conocer en persona este extraordinario legado cultural en piedra que ha llegado semiolvidado a nuestros días.


- Historia / descripción del bien:



Arriba: orientado su cabecero, como en la gran mayoría de antiguos templos cristianos, hacia el Este, es el ábside del inmueble religioso la única zona del edificio conservada en pie, restando del resto del monumento una allanada plataforma que correspondería con su probable única nave o aula, cercada por los sillares que posiblemente antaño sirvieran de sujección de sus desaparecidos muros, fabricados seguramente y humildemente en su parte superior con mampostería pizarrosa.


Al contrario que en la cercana Emérita Augusta (Mérida), las noticias que nos hablan del pasado visigodo de Norba Caesarina, más tarde conocida como Cáceres, son escasas o nulas. La carencia inclusive de restos arqueológicos de manufactura hispano-visigoda dentro de la ciudad se suple, sin embargo, por las evidencias arqueológicas enclavadas en los alrededores de la antigua colonia, engrosando un largo listado de tumbas antropomorfas y piezas vestigiales de desaparecidas iglesias que formarían parte de múltiples poblados rurales y vicus agropecuarios que prosperaron tras la caída del Imperio Romano bajo una cierta organización feudal, frente al eclipse de muchas urbes, entre las que podríamos englobar la cacereña. Muchas de estas aldeas y explotaciones rurales surgirían sobre antiguas villas romanas alzadas en las cercanías de un camino o vía de comunicación, con ejemplos de necrópolis visigodas asociadas a vicus en los Arenales, a las afueras de Cáceres, en los Barruecos y Aliseda, todas ellas junto al camino que unía Norba con la romana Valencia de Alcántara, así como en Arroyo de la Luz, junto a un ramal de esta vía orientado hacia Alcántara. Anexas a la Vía de la Plata se erigirían basílicas como la de Santa Lucía del Trampal, en Alcuéscar, o la de Alconétar, junto al río Tajo, engullida actualmente por las aguas del Embalse de Alcántara. Otros edificios se levantarían en núcleos de población de raíz romana, de menor categoría y más ruralizados que la colonia norbensis, como es el caso de Trujillo, con su abandonada basílica visigoda cercana a su Puerta de Coria, o la Ermita de Santa Olalla a una legua al suroeste de Cáceres, en el yacimiento de Pago Ponciano, erigida originalmente por canteros visigodos de Mérida sobre los restos de la casa de Liberio, padre de la virgen Eulalia, donde la niña fue escondida antes de su huida y posterior martirio en la capital lusitana.



Arriba y abajo: vista generales de la Ermita del Santo desde su lado sur (arriba), así como desde los pies del templo (abajo).



No lejos de este enclave dependiente de Norba y hogar legendario de Santa Eulalia, cercana igualmente a la Vía de la Plata y de su Puente Viejo de la Mocha sobre el río Salor, sobreviven los restos de una ermita de muy posible fábrica visigoda, ubicada en una finca particular conocida como El Santo. Desconociéndose la advocación de la misma, este antiguo templo ha pasado a llamarse, como su enclave, Ermita del Santo, presentando, a falta de estudio e intervención arqueológica, una única nave y reducidas dimensiones que coincidirían, por otro lado, con las características propias de otras basílicas, ermitas o iglesias visigodas conservadas en la región, como es el caso de la Iglesia de Santa María de Magasquilla, en Ibahernando, con la que compartiría volumen y estructura, o la de El Gatillo de Arriba, cerca de Santa Marta de Magasca, también de menudo plano original pero dotada posteriormente con mayor número de estancias que, en el caso de El Santo, son inexistentes o, hasta una prospección adecuada, desconocidas. Sí se conserva la plataforma sobre la que se levantaría su nave o aula, delimitada con sillares graníticos entre los que se descubre, en ambos muros de evangelio y epístola, supuestos accesos laterales al interior del recinto sacro, cubierto de vegetación pero perfectamente allanado, lo que sugiere la posible preservación bajo la arena de una original capa de mortero hidráulico que cubriese todo el interior del inmueble. El resto de los muros de la nave pudieron haber estado constituidos de mampostería, con cubierta de madera a dos aguas, al igual que otros templos contemporáneos a éste y a juzgar por la ausencia hoy en día de fábrica sobre los sillares, supuestamente por ello humilde.



Arriba y abajo: el ábside de la Ermita del Santo, cubierto con bóveda de cañón en cuya fábrica se conjuga el sillar granítico con la mampostería pizarrosa, presenta una planta rectangular que permitiría datar la construcción del inmueble en el siglo VII, al ser común el uso de este tipo de trazado en la erección de los templos visigodos levantados en tal centuria, con la cercana Ermita cacereña de Santa Olalla como ejemplo más cercano.




El ábside de la Ermita del Santo, completamente en pie y orientado como en otros muchos edificios visigodos y cristianos en general hacia el Este, nuevamente de manera similar al caso de Ibahernando se abre en un espacio rectangular más estrecho que la nave, diseño que compartiría también con el ábside original de la cercana Ermita de Santa Olalla. Estos cabeceros rectangulares, habituales en la región, permitirían datar la Ermita del Santo en el siglo VII, al ser común la construcción de este tipo de alzado a partir de mencionada centuria, frente a la planta absidiana o ábside en herradura. Los muros de este cabecero se compondrían a su vez de hiladas de sillares graníticos, hasta la altura de sus tres pequeños vanos, abiertos en la zona media de cada uno de sus laterales, respectivamente, alternando el granito en su zona superior con mampostería pizarrosa. También de granito sería el arco superior de cada ventana, labrado en una sola pieza, así como el arco que da acceso al interior del ábside, de medio punto y enlazado con la bóveda de cañón que cubre el espacio destinado a albergar el altar. En la misma línea de separación entre aula y ábside, en el suelo, una pieza granítica horadada en su extremo derecho podría haber servido como umbral de su cancel. 



Arriba y abajo: una amalgama de sillares graníticos circundan el allanado espacio que posiblemente sirvió como nave o aula del templo visigodo, antiguas bases arquitéctonicas que sirven hoy en día como cercado de los límites del edificio, y entre las que se adivinan supuestos accesos laterales que permitían entrar desde los muros del evangelio (abajo) y epístola al interior del recinto.



Abajo: una pieza granítica horadada en uno de sus extremos y ubicada en la línea de separación entre cabecero y resto del aula, podría haber servido antiguamente como umbral donde iría colocado el cancel o elemento de división entre sendos espacios arquitectónicos, muy característico en el arte hispanovisigodo.




Formando parte de los muros del presbiterio, se observan tres estelas presuntamente romanas, con restos de epigrafía en todas y el labrado de una luna en creciente en su extremo superior en aquélla cuya cara puede verse desde el exterior, en la esquina nororiental, dedicada a Paula Pontia, así como en la que, en el interior, se ubica en el muro derecho, elaborada para honrar al pacense Lucius Fabius Verecundus. También desde el interior observaríamos la tercera, de epigrafía semioculta, junto al vano izquierdo y al lado derecho del mismo. Datadas, según José Salas Martín y Juan Rosco Madruga, posiblemente a finales del siglo I y comienzos del siglo II d. C., el uso de estas estelas en la Ermita del Santo engarzaría con la tradicional reutilización visigoda de antiguas lápidas romanas como material constructivo, así como un posible y simbólico castigo cristiano del mundo pagano, sometido ahora a servir como base de los edificios levantados para honrar la fe en Cristo. También un sillar con relieve geométrico en varios de sus bordes se conserva en el muro izquierdo del cabecero, de tallado sencillo basado en una cenefa triangular de línea destacada que pudiera hacer referencia, de manera tosca, a ramas de vid y racimos de uvas entrelazados de presencia habitual en los templos visigodos, en clara alusión religiosa al vino como sangre de Cristo. Este mismo dibujo podemos verlo también, dentro de la Ermita del Santo, en los rededores internos de los vanos tanto izquierdo como derecho del ábside, desconociendo la existencia de otros ejemplos ornamentales a causa del enlucido que subsiste cubriendo el interior de los muros restantes del edificio.



Arriba y abajo: varias son las estelas de presunto origen romano reutilizadas y engarzadas entre la fábrica que compone el ábside de la Ermita del Santo, destacando entre ellas aquéllas en cuyo labrado se incluye el dibujo de una luna en creciente, tal y como puede aún verse, en la cara exterior del templo (arriba), en una lápida dedicada a Paula Pontia, y más visiblemente aún, en la cara interna del cabecero (abajo), en la estela del pacense Lucius Fabius Verecundus.



Abajo: semioculta por el estucado que cubre aún gran parte del interior del cabecero del antiguo templo visigodo, puede descubrirse en ciertos rincones del ábside restos de la original ornamentación con que contase el edificio, basada ésta en sencillos relieves decorativos cuyo tallado, similar a una cenefa triangular, pudiera ser, de manera tosca, una representación de la vid y sus racimos de uvas, en clara alusión a la Eucaristía celebrada en este sagrado recinto.




A falta de estudio arqueológico del templo y sus alrededores, desconocemos el motivo que llevó a la erección del mismo. La presencia en sus proximidades de diversos vestigios arquitectónicos de presunta traza romana pudieran corresponder con alguna villa que, a pocos metros de la Vía de la Plata y cercana al Pago Ponciano, se enclavase en las estribaciones sur de la colonia cacereña, convertida siglos después en vicus o centro de explotación agropecuaria a la cual perteneciese el recinto sagrado, de manera similar a otros enclaves visigodos de la región, como es el caso de La Cocosa, en las cercanías de Badajoz. Pudiera haber sido la Ermita del Santo el germen de una pequeña parroquia vinculada con la Diócesis emeritense, coincidiendo la posible datación de su cabecero rectangular, en el siglo VII, con la proliferación de parroquias en el ámbito rural de la antigua Lusitania, a modo de vertebración episcopal de su territorio. De igual manera, podría inclusive barajarse la posibilidad de haber sido la Ermita del Santo el templo sobre el que girase un menudo centro cultural cristiano, así como corazón de un recinto monacal levantado no lejos del antiguo hogar de Santa Eulalia, que también lo fuese de su criada Santa Julia y de su cristiano mentor San Donato, vinculado inclusive a una hipotética peregrinación a tan sagrada morada.



Arriba y abajo: tres pequeños vanos de reducidas dimensiones, permitirían antaño el acceso de luz al interior del ábside de la Ermita del Santo, abiertos los vanos uno en cada uno de los laterales del rectangular recinto, cuyo arco exterior quedaría coronado con una única pieza granítica (arriba), mientras que en su cara interna se presentarían circundados por una tallada cenefa triangular (abajo), de similar relieve a la vestigial ornamentación subsistente en otros rincones del lugar.





- Cómo llegar:



Arriba: el conocido como Puente Viejo de la Mocha, de origen romano retocado durante el medievo, puede servir hoy en día, tal y como lleva haciendo desde siglos atrás, no sólo para salvar al caminante que discurre por la Vía de la Plata de las aguas del río Salor, sino además como punto de partida desde el cual dirigirnos hacia la visigoda Ermita del Santo, una vez superada la cacereña pedanía de Valdesalor.

La Ermita del Santo, ubicada en una propiedad privada inscrita dentro del amplio término municipal de Cáceres, se yergue en los amplios llanos abiertos junto a la vega del río Salor, al suroeste de la pedanía de Valdesalor. El Puente Viejo de la Mocha, que salva al caminante de la Vía de la Plata de las aguas de mencionado cauce fluvial, puede servir como punto de partida desde el cual dirigirnos al antiguo templo visigodo, alcanzado el romano-medieval viaducto a través de un firme térreo que parte desde la carretera nacional N-630 una vez superada la pedanía cacereña, justo antes de alcanzar el afluente del Tajo.




Desde el Puente Viejo de la Mocha, y separado del trazado de la Vía de la Plata, un camino marcado por hitos de madera nos adentrará dentro del paisaje dirigiéndonos hacia el suroeste, permitiendo el acceso a diversas fincas y cotos que se abren junto a su trazado.



Siguiendo la ruta, alcanzaremos la vía férrea que sustenta la comunicación por tren entre Cáceres y Mérida. Una vez atravesados los raíles, nuestros pasos se orientarán, como el camino, hacia el sur, donde nos toparemos con la finca bautizada como El Santo. Es en su interior donde se encuentra el monumento reseñado.




La Ermita del Santo, de titularidad particular, se ubica en el interior de una propiedad privada. En caso de desear visitar el monumento, lanzamos desde este blog una serie de recomendaciones a tener en todo momento en cuenta:

1) Respetar en todo momento las propiedades de la finca, como vallados o cercas, intentando no salirse de los caminos marcados.
2) Respetar la vegetación y cultivos de la misma, sin realizar ningún tipo de fuego ni arrojar basura alguna.
3) Respetar al ganado que pudiese habitualmente estar pastando en la zona, y en caso de encontrarse con animales que lo protejan, no enfrentarse a los mismos.
4) Si observamos que se están practicando actividades cinegéticas (caza), abstenernos de entrar.
5) Si nos cruzamos con personal de la finca o nos encontramos con los propietarios de la misma, saludarles atentamente e indicarles nuestra intención de visitar el monumento, pidiendo permiso para ello. En caso de que no nos lo concediesen, aceptar la negativa y regresar.


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