sábado, 1 de marzo de 2014

Colaboraciones de Extremadura, caminos de cultura: Salvemos la Ermita del Santo Cristo de Talaván


15 de marzo de 1.628. Como si de una placa inaugural se tratase, así figura esta fecha, incluida y formando parte del conjunto de esgrafiados a los que pretende datar. Una fecha que nos remonta a casi cuatro siglos atrás, en plena dinastía de los Austria, reinado de Felipe IV, años de Barroco temprano y de un Siglo de Oro español donde el arte en todas sus manifestaciones florecía por todos los rincones del país, y que no quiso pasar de largo frente a la villa de Talaván, haciendo de ella depositaria de un legado artístico único, recogido bajo la cúpula y sobre las paredes de la Ermita del Santo Cristo de Talaván, formando un complejo conjunto iconográfico a base de esgrafiados de gran riqueza temática y donde unos personajes muy particulares, conocidos popularmente y en la actualidad como "ángeles malos" o "réprobos", han protagonizado una serie de pesquisas en cuanto a su origen y representación a la que se ha unido, afortunadamente, la preocupación por el estado de abandono y ruina del lugar, que hace peligrar no sólo el legado pictórico que allí permanece, sino la integridad de todo el monumento en sí.

El ilustre gaditano afincado en Béjar (Salamanca) Gabriel Cusac Sánchez, junto al Centro de Estudios Bejaranos (CEB) y otros autores y estudiosos vecinos y amigos de éste, lanzan una campaña en 2.013 en pro del estudio y conservación del templo talavaniego denominada "Salvemos a los condenados de Talaván". Un año después, pese al éxito de la iniciativa y la promoción televisiva, radiofónica, periodística y particular del monumento y de sus esgrafiados, las autoridades sobre las que recae la principal responsabilidad en cuanto a la recuperación de esta pieza perteneciente al patrimonio histórico-artístico extremeño, y por ende parte del legado cultural español y mundial, hacen caso omiso. Ante tal situación, Gabriel Cusac da un paso más y decide inaugurar la que él ha denominado como "la cadena". Hablaríamos de una divulgación y promoción del antiguo templo y su extraordinaria decoración basada en una concatenación de una serie de escritos, trabajos literarios o artísticos de diversa índole enfocados sobre la ermita y sus esgrafiados y dedicados a este edificio del siglo XVII. El primer eslabón de la cadena sería proporcionado por el propio Gabriel, a través de su "Leyenda de los réprobos de Talaván". De la misma partirían dos ramas: una bejarana, y otra extremeña. Carmen Cascón Matas ha permitido la inauguración del tramo salmantino gracias a su relato "Levanté el rostro hacia el cielo". Para el tramo extremeño, Gabriel Cusac ha querido contar conmigo. Honrado con ello y encantado con la idea, he aceptado la proposición. Es así como Extremadura: caminos de cultura se suma a la promoción, divulgación, estudio y, con todo ello, empeño en la salvación no sólo de los "condenados" de Talaván, sino de todo un monumento ejemplar enclavado en uno de los rincones de nuestra región, que no por estar olvidado por las autoridades o alejado de las rutas turísticas carece de interés histórico o artístico. Una pieza más que forma parte del legado cultural que los extremeños actuales hemos recibido de nuestros ascendientes. Una joya que demuestra y confirma la riqueza patrimonial con que cuenta Extremadura lejos de, como ya indicaba en pleno siglo XVIII el erudito Antonio Ponz,  la creencia de que "hay allí muy poco que observar en obras de buen gusto, suponiendo que toda ella está destinada a dehesas, cotos y rebaños". En definitiva, un tesoro con el que el caminante que quiera hacer camino en Extremadura se puede topar, encontrando en ella un retazo de nuestra historia, de nuestro arte, de nuestra cultura y, por tanto, de nosotros mismos. Salvemos la Ermita del Santo Cristo de Talaván.

- Enlaces:

1) Gabriel Cusac: La cadena: porque no quiero escuchar un réquiem por los réprobos de Talaván.


2) Gabriel Cusac: La leyenda de los réprobos de Talaván.


3) Carmen Cascón Matas: Levanté el rostro hacia el cielo.




Arriba y abajo: levantada humildemente sobre mampostería de piedra y pizarra, con añadiduras de ladrillo, las ruinas de la Ermita del Santo Cristo de Talaván conservan las dos portadas que permitían el acceso al interior de la misma, abierta la principal, hoy cegada, sobre arco de ladrillo en el muro del evangelio (imagen superior), contando con una segunda puerta de arco pétreo a los pies del templo (imagen inferior), reutilizada como conexión posterior entre éste y el cementerio del siglo XIX que quiso ubicarse sobre este enclave, cuya entrada al camposanto, también cegada en la actualidad, persiste junto a los pies del monumento (imagen superior).



Ermita del Santo Cristo de Talaván

Fue el 15 de marzo de 1.628 la fecha de la que se quiso dejar constancia en la propia decoración de la Ermita del Santo Cristo de Talaván, como datación de la misma y recuerdo para la posteridad de un tiempo de prosperidad vivido en la villa talavaniega durante las últimas décadas del siglo XVI y primer tercio del siglo XVII que permitió, además del auge económico de la misma a un nivel más allá del municipal, la creación de algunas de las obras de arte de mayor calidad con que se dotó al municipio. Además de las aportaciones obtenidas en base a la agricultura y la ganadería, a las que se sumarían los ingresos procedentes de molinos y batanes, se concedió en 1.608 la explotación de una mina de galena o sulfuro de plomo, más conocida como mina de alcohol, en las cercanías de la población. Sin embargo una de las mayores fuentes de ingresos venía propiciada por el trascurrir a través de la localidad de la denominada Vereda Real de Castilla, sustituta de la antigua Vía de la Plata que, potenciada tras la construcción en 1.554 de los denominados como Puentes de Don Francisco, en la confluencia de los ríos Tamuja y Almonte, fomentando así la comunicación entre Cáceres y Plasencia, en el caso de Talaván posibilitaba no sólo el comercio y el mercado de sus productos con otros puntos regionales y peninsulares, sino que además favorecía la existencia tanto de un puerto fluvial, en el margen izquierdo del cercano río Tajo, como de un embarcadero del que partían las conocidas como barcas de Talaván, permitiendo el paso de personas y mercancías a la orilla contraria a través de un sistema de barcas y poleas, tras haber sido semidestruido en época medieval el Puente romano de Alconétar y no haberse llevado a cabo, a pesar de los intentos, una restauración adecuada del mismo que sobreviviese a las riadas y crecidas del cauce del río.



Arriba: diseñada sobre una sencilla nave de dos tramos, a la que se une el presbiterio en su cabecera, dos grandes arcos de medio punto utilizados como arcos diafragma en pro de marcar la separación entre tramos así como entre nave y altar mayor, aún subsisten en el interior de la Ermita del Santo Cristo sin que queden restos, por el contrario, de la techumbre a dos aguas que pudo antaño cubrir el recinto sagrado, de manera similar al cerramiento que sí se conserva en la cercana parroquia talavaniega, de reminiscencias mudéjares.


Junto a la prosperidad económica del municipio, hay que tener en cuenta el gusto por la cultura y las artes del que fuese VIII Conde y V Duque de Benavente, D. Juan Alonso Pimentel de Herrera. Había éste heredado tal titulación vía paterna tras la muerte de su primogénito hermano, obteniendo así la presidencia de la Casa de Benavente la cual, desde finales del siglo XV, poseía el Señorío de Talaván, fundado en 1.458 por el propio rey Enrique IV de Castilla como solución final a las disputas que sobre la demarcación talavaniega se llevaban a cabo tras haber pertenecido la misma inicialmente y tras la Reconquista a la Orden del Temple, y tras la disolución de ésta a la Orden Militar de Alcántara. Ejerció D. Juan Pimentel como señor de la villa desde su proclamación como cabeza de la Casa de Benavente en 1.576, hasta su fallecimiento en 1.621. Al gusto de éste por el arte se sumarían de igual manera las inquietudes culturales y artísticas de varios de los obispos con que contó la Diócesis de Plasencia durante la segunda mitad del siglo XVI y primeras décadas del XVII. Gutierre de Vargas Carvajal, Pedro Ponce de León o Sancho Dávila Toledo entre otros, favorecieron el gusto por las artes a lo largo y ancho de una demarcación episcopal en la que Talaván se veía incluida. Es así como, bien bajo el mecenazgo obispal o bajo encargo señorial, diversos artistas acuden a ésta y otras zonas de la provincia, fundándose además talleres y escuelas de autores locales, firrmándose la creación o mejora de obras arquitectónicas y bienes muebles en numerosos rincones de la misma, entre las que se encontraría la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, en Talaván, iniciada a finales del siglo XV y finalizada a lo largo del XVI en cuyo interior destacarían el coro, fechado en 1.588, o el desaparecido retablo mayor, labrado en semejante época de auge tanto económico como artístico-cultural. Unas décadas después se iniciarían las obras de la Ermita del Cristo del Egido, más popularmente conocida como del Santo Cristo.



Arriba: estuvo toda la fábrica del templo talavaniego cubierta inicialmente, tanto en el exterior como en el interior del mismo, de estucado esgrafiado que presentaba, una vez dentro del edificio, un conjunto iconográfico inigualable orientado, en un monumento cuya advocación era el propio Crucificado, a la identificación de Jesús con el Mesías a través de la muerte en la cruz del mismo, siguiendo una serie de pinturas nada más acceder al edificio por la portada abierta a sus pies sobre la cual, desgraciadamente, aparecían una serie de esgrafiados de los que apenas quedan restos, destinada la parte baja de los muros a una composición de celdillas huecas, muy propia del esgrafiado cacereño (imagen inferior)


Sin apenas documentación contemporánea al monumento talavaniego conocida hasta ahora, todo parece indicar que se quiso erigir este templo católico con el fin de acoger una talla basada en la imagen de Cristo Crucificado que, al parecer, pudiera ser la que hoy en día puede aún apreciarse colgada junto al altar mayor y cabecero parroquial, bajo el título de Cristo de la Buena Muerte y estilo barroco castellano, intentando cubrir los lienzos murales de esta iglesia, desprovistos del retablo inicial que ocupaba este espacio sacro, tras la venta del mismo, así como la desaparición del retablo neogótico que lo sustituyó durante varias décadas del siglo XX, igualmente enajenado. Sí se da a conocer el estado de ruina de este edificio en un documento público datado en 1.790, donde se menciona además como particularidad el hecho de ser utilizado el mismo como punto de reunión de los componentes del concejo de la localidad, dominada por entonces por la Casa Ducal de Osuna, tras haberse fundido ésta con la de Benavente en 1.771. La relación de la ermita con el concejo se vio incrementada con el paso del tiempo al pasar el monumento a manos de éste, cuya propiedad aún mantiene, posiblemente favorecido tanto por la abolición de los regímenes señoriales, en 1.837, como por las medidas de desamortización ejecutadas durante el siglo XIX, propiciando este hecho la expropiación y venta de un sinfín de propiedades eclesiásticas por todos los rincones del país y que, en el caso de Talaván, seguramente favoreció la adquisición del edificio por parte del Ayuntamiento, decidiendo éste utilizar tanto sus contornos como parte de sus dependencias como cementerio municipal. Es así como se transforma uno de los dos tramos con que cuenta la ermita, el más cercano a los pies de la misma, en cripta, unida ésta con el resto del camposanto a través de la portada occidental abierta en esta zona del edificio. El tramo medio, así como el presbiterio, se mantendrían al parecer como oratorio o capilla del lugar. Como necrópolis talavaniega se mantuvo hasta la inauguración del actual camposanto local en 1.928, quedando entonces, y hasta ahora, la ermita en completo desuso, abandono y ruina.



Arriba: cubre la parte alta del interior de todos los muros de la capilla talavaniega, incluido los del presbiterio, una serie de medallones sujetos por portadores de naturaleza fantástica e híbrida, de torso humano alado y cola vegetal, pudiendo aún contemplarse, del total con que inicialmente contó la ermita, doce medallas, tres de ellas en el lado del evangelio del tramo inicial del edificio, junto a otra seguida de éstas y cercana al arco diafragmático que marca esta primera separación interna del inmueble.

Abajo: no han llegado a nuestros días los motivos reflejados en el interior de los tres medallones conservados sobre el muro del evangelio del tramo primero de la Ermita del Santo Cristo, si bien, tomando como referencia la iconografía preservada en las medallas del presbiterio relacionadas con la Pasión de Cristo, así como la advocación del lugar y la imagen titular del mismo, sin olvidar las doctrinas de la Contrarreforma católica, posiblemente los mismos estaban destinados, como aún se puede observar en los templos católicos de la actualidad, para acoger las estaciones del Vía Crucis, así como personajes relacionados con la Pasión y últimos momentos de la vida de Jesús.





Arriba: un personaje masculino, resumido en el torso del mismo, al que algunos autores han querido tocar con sombrero hongo o bombín, así como visualizar en él rasgos felinos, podría por el contrario lucir desde un cuarto medallón situado junto al arco diafragmático central, bigote retorcido y perilla estando cubierto, por otro lado, con morrión o casco castellano, moda contemporánea a la obra bajo la cual pudiera haber querido presentar el autor. al igual que hiciese Diego Velázquez con su Marte, un personaje romano militar relacionado con la tortura y muerte de Jesús.

Abajo: detalle del conjunto de casetones o red de celdillas cuadriculadas que ornamenta la parte baja del muro del evangelio en su tramo inicial, similar a la encontrada a los pies del monumento talavaniego.



La Ermita del Santo Cristo de Talaván, integrada bajo las directrices del Barroco y fabricada de manera humilde y tradicional con mampostería de piedra y pizarra, tal y como correspondería a un enclave donde, a pesar de la prosperidad económica del momento en el municipio, no se mantendrían haciendas excesivamente boyantes en la misma, se diseñó de una sola nave dividada en dos tramos, a los que se uniría el cabecero o presbiterio del templo, de planta tendente al hexágono irregular, conectado a su vez con la sacristía del lugar, posiblemente añadida años después y una vez levantada la capilla. Dos amplios arcos de medio punto, utilizados como arcos diafragma o diafragmáticos, prestarían su uso no sólo como líneas de separación entre presbiterio y tramo medio, así como entre ambos tramos entre sí, sino también como sujección de la cubierta del lugar, con techumbre desaparecida a dos aguas sobre los dos tramos de la nave, y sencilla cúpula semiesférica irregular, o según algunos autores bóveda vaída o de pañuelo, apoyada sobre escuetas pechinas y el propio arco diafragma en sí, que se convierte de esta manera también en arco toral. Varias pechinas son las que, igualmente y por su parte, sostenían la bóveda de arista que cubría antaño la sacristía, construida junto al muro del evangelio y abierta al altar mayor. Un remate piramidal o pico macizo elaborado a base de ladrillo corona aún hoy en día la cúpula principal de este recinto sagrado, compartiendo con ésta su fábrica enladrillada. Esta solución arquitectónica basada en el uso del ladrillo, tanto en este espacio del edificio como en diversos tramos de muros y formación de los arcos, podría responder no sólo a la tradición constructiva del lugar y de muchos puntos de nuestra región, así como a la tradición barroca por la cual este material nutre los edificios de manera más económica que la piedra labrada, sino también a una posible influencia mudéjar en los arquitectos y albañiles de la zona, muy notable en la contigua Iglesia parroquial que sigue presentando todavía, en el interior del templo, la cubierta elaborada en madera de par e hilera fechada a finales del siglo XVI, directamente relacionada con los artesonados mudéjares. Pudo esta misma techumbre repetirse como cubierta de la ermita talavaniega, lo que pudiera hacernos pensar que, si bien ya se había consumado en los años de construcción de la ermita la expulsión de los moriscos a nivel generalizado, o disgregación encubierta de los mismos por muchas zonas rurales castellanas, éstos podían haberse contado como vecinos de la villa herederos de aquellos andalusíes que un día poblaron la cercana Alconétar, o incluso haberse elaborado la misma varias décadas antes de la propia ornamentación en sí, durante los mismos años de ampliación y cubrimiento de la cercana parroquia del lugar.


Arriba: vista general del tramo medio de la Ermita del Santo Cristo de Talaván, cuyos muros, desconchado el estucado original en varios puntos de esta zona de la nave, cubierto por el contrario con cal en otros rincones del tramo, apenas logran mostrar los restos de esgrafiado con que un día contaron sus paredes, exceptuándose de tal pérdida la porción mantenida entre el arco diafragmático central y el muro lateral del evangelio.

Abajo: vista, desde el interior del inmueble, de la puerta de acceso al mismo, tapiada en la actualidad, abierta en su tramo medio y lado del evangelio del mismo.



Arriba: siguiendo el mismo diseño de la cenefa encontrada en el tramo inicial de la ermita, y antecedido de un brazo que, señalando hacia el mismo parece indicar la continuación de la serie de medallones, un nuevo globo o medalla figura en el tramo medio junto al arco diafragma que separa ambas secciones del edificio, apareciendo encerrado en él un personaje, esta vez femenino, resumido como su compañero masculino al simple torso del mismo, cubierto con una especie de rebocillo que bien pudiera ser un manto portado por una de las santas mujeres que, junto a Jesús, acompañaron a éste durante su Pasión en su camino hacia la Gólgota o Calvario.

Abajo: vista general del lado de la epístola en el tramo medio de la capilla talavaniega, donde se puede apreciar, además de la pérdida de estucado en varios puntos del mismo, el cubrimiento posterior a que fue sometido el mismo, encalándose los esgrafiados originales y haciendo desaparecer a la vista los mismos.




Exteriormente, muestra la Ermita del Santo Cristo cuatro contrafuertes como ayuda a la sujección de la cúpula que cubre el presbiterio, repetidos éstos a la altura de cada uno de los dos arcos diafragma que persisten en el interior del edificio, en doble pareado ubicado sobre cada uno de los muros laterales del templo. Estos contrapesos, al igual que todo el monumento, se nutren mayoritariamente de pizarras en su fábrica, destacando sin embargo la presencia del ladrillo también en algunos rincones externos del mismo, utilizado como material de creación de las cornisas, en el arco que da acceso a la ermita en el tramo medio del muro del evangelio, o en los dos vanos, hoy en día inutilizados, que permitían la entrada de luz a los pies del templo, ubicados a izquierda y derecha respectivamente de la segunda puerta de entrada al edificio abierta en este punto del mismo. También de ladrillo quedarían formados los marcos de los otros dos vanos con que cuenta la capilla, ubicados en los laterales del cabecero, el propio retablo con que se dotó al recinto sagrado, e incluso los propios arcos diafragma confiarían en este material para su constitución, según se puede adivinar en ciertos retazos desconchados de su estructura, cubierta, como el resto de la configuración de la ermita, por estucado, prácticamente desaparecido en el exterior del edificio y decorado el interno con una serie de esgrafiados que conforman todo un complejo iconográfico sin igual, encuadrada su elaboración y tipología dentro de la conocida como tendencia cacereña: estilo expandido por esta provincia y sur de la de Salamanca donde la técnica del esgrafiado tuvo gran acogida y promoción, debido en gran medida a las humildes arcas sobre las que pesaban los encargos de las obras durante la Edad Moderna en esta zona del país, convirtiéndose así en uno de los enclaves peninsulares donde mayor número de ejemplos artísticos elaborados siguiendo esta técnica pueden contemplarse, con poblaciones como Trujillo o Valdefuentes capitaneando la lista de las mismas.



Arriba: vista general, tomada desde el tramo medio del antiguo recinto sagrado, del presbiterio o capilla mayor con que estaba dotado el mismo, lugar donde figuraba el altar frente al retablo de fábrica, en parte conservado, destinado a acoger la figura titular del templo e icono de Cristo Crucificado rodeado del culmen de la serie de medallones que, en esta porción de la capilla, servían para mostrar las Armas Christi o símbolos de la Pasión de Cristo, talla barroca castellana posiblemente custodiada tras la ruina del edificio en la cercana Iglesia Parroquial y que hoy en día puede contemplarse en el cabecero de la misma bajo el título de la Buena Muerte.

Abajo: de los doce medallones que aún hoy en día pueden apreciarse en la Ermita de Santo Cristo, siete de ellos se conservan, al igual que en la nave del templo, formando una cenefa seriada en la parte alta de los muros del presbiterio, destinados éstos a acoger las conocidas como Arma Christi o elementos simbólicos de la Pasión de Cristo entre los que pueden adivinarse, a excepción del elemento dibujado en el penúltimo globo, una escalera, unas tenazas, la Corona de espinas (sobre el propio retablo), los Santos Clavos, dos flagelos, y en último lugar el gallo de San Pedro el cual, según los cuatro evangelios canónicos, cantó tras negar tres veces Pedro conocer a Jesús una vez capturado el mismo, cumpliendo así con lo profetizado por su Maestro poco antes de ser entregado.









La aparente falta de documentación histórica conservada sobre la Ermita del Santo Cristo, así como el ocultamiento, la destrucción de gran parte de su decoración y grave estado de conservación en que se hallan los esgrafiados restantes, ocasionado por la ruina del edificio y la incansable labor de las humedades que van carcomiendo sin pausa el mismo, ha permitido la generación de una controvertida polémica en cuanto a la interpretación de su iconografía y en particular de algunas de las pinturas que aún podemos contemplar en el interior de este antiguo recinto sagrado. Se ha llegado a confundir la supuesta ausencia de información con el misterio, sin tener en cuenta que los propios esgrafiados restantes y de clara identificación, así como el momento histórico en que se desarrolla el proyecto artístico y el propio movimiento artístico en que se engloba en sí, podrían darnos respuesta y explicar tanto el significado de las imágenes que aún podemos contemplar, como de aquéllas que el devenir del tiempo y el abandono del edificio han logrado hacer desaparecer para siempre. De este modo, y teniendo como datos fidedignos algunas de las pinturas de inconfundible entendimiento, basadas éstas en la pasión de Cristo, podríamos barajar la posibilidad de que todo el conjunto iconográfico frente al que estamos guarde relación con esta última etapa de la vida de Jesús, resumida en la propia crucifixión del mismo la cual, además de verse reflejada en los frescos que un día decoraron el retablo mayor del lugar y de los que aún hoy se mantienen algunos vestigios, encajaría plenamente con la imagen titular para la que se levantó el templo y que en el mismo fue durante siglos venerada.



Arriba: "OBLATVS ET QVIA. IPSE VOLVIT. ET PECCATA NOSTRA IPSE PORTAVIT. ESAIE 53", es la sentencia latina que, tomada del libro de Profecías de Isaías, podríamos traducir como"Fue ofrecido porque Él lo quiso, y nuestros pecados Él portó. Isaías, 53", resumiendo en una única oración, que circunda entre dos molduras la separación entre los muros y el arranque de la cúpula que cubre el presbiterio de la ermita talavaniega, las antiguas predicciones que describirían al futuro Mesías de Israel, identificado por los cristianos con Jesús el cual, con su muerte en la cruz, cumpliría con estos antiguos oráculos.








Arriba: "MARZO 15 DE 1628 AÑOS" es la fecha incluida tras el texto bíblico que circunda la capilla mayor de la Ermita del Santo Cristo de Talaván, sirviendo no sólo como ornamentación de la misma, sino fundamentalmente como datación de la obra pictórica o posible día de consagración del templo.

Abajo: detalle de la cara interna del arco diafragmático que separa presbiterio y tramo central del edificio religioso, cuyo enclave más álgido sirve como punto de arranque y de cierre tanto de la moldura superior que marca la sentencia bíblica que rodea la capilla mayor del inmueble, como el propio friso y texto en sí.



Se conservan en la Ermita del Santo Cristo un total de doce medallones, unos completos y otros en pésimo estado de mantenimiento, circundando el perímetro interior del templo en la parte superior de sus muros, incluidos no sólo los de la nave sino también los del presbiterio. Muy seguramente se contasen éstos en mayor número, desaparecidos los mismos no sólo por el desconchado de paredes, caída del estuco que las cubría y encalado posterior de los muros, sino incluso por la adecuación de parte del recinto sagrado en necrópolis municipal, construyéndose una serie de nichos en el tramo primero del edificio que destruyeron la decoración de la porción del muro de la epístola correspondiente a esta sección de la ermita, o como mínimo a la ocultación de la misma. La serie de medallones es, junto al casetonado o malla cuadriculada esgrafiada que cubre, de igual manera, la parte baja de toda la cara interior del monumento, floreado además en la zona del presbiterio, la decoración con que el visitante se encontraría una vez en el interior de la capilla, desaparecido casi por completo el dibujo labrado que decoraría los pies del edificio, sobre la puerta occidental de acceso al mismo. Esta serie de medallas pictóricas o globos se mantienen sujetos por parejas de seres híbridos de claro sabor mitológico y habituales en decoraciones religiosas y palaciegas desde el renacer del clasicismo durante el Renacimiento, antropomorfos y alados en su mitad superior, mientras que la parte baja de su cuerpo se desarrolla en una cola o apéndice vegetal que, en su unión al apéndice del contrario portador del medallón contiguo, forma una sencilla decoración de tipo candelieri. Esta figuración únicamente vegetal sería la que sujetería el cuarto medallón conservado, esgrafiado sobre el arco diafragma que separa primer y segundo tramos de la ermita, en la cara que mira a los pies de la misma, mientras que en la pared contraria del mismo arco, y señalándose la continuación de la cenefa y lectura inscrita y narrada en base a la decoración interior de los medallones, un brazo y su correspondiente mano con el dedo índice en acción indicativa apunta hacia el siguiente globo, sostenido nuevamente por uno de los seres híbridos descritos en su lateral derecho.



Arriba: a través de una portada abierta en el lado del evangelio del propio presbiterio de la ermita talavaniega, enmarcada por una cenefa esgrafiada compuesta por semicírculos o geometrías cóncavas, se accede al interior de la que posiblemente fuera sacristía del lugar, centralizada por una hornacina coronada con venera y cubierta antaño con bóveda de arista de cuyas pechinas aún se mantienen ciertos vestigios.




Es difícil adivinar los motivos iconográficos reflejados en los tres primeros medallones conservados en el primer tramo de la ermita talavaniega. Los globos cuarto y quinto, ubicados sobre el arco diafragma central del templo, sí han mantenido semiintacta su decoración interna, observándose dos personajes, resumidos en el rostro y alto torso de los mismos, masculino el primero y femenino el consiguiente. Ningún medallón más del tramo central del antiguo recinto sacro ha llegado a nuestros días. La cúpula del presbiterio, sin embargo, ha permitido no sólo la conservación de otros siete medallones más, sino además el elemento interior que guardan seis de ellos, posibilitándonos este hecho no sólo conocer el conjunto de elementos o símbolos para los cuales se creó esta serie de medallones que circundan el altar mayor, sino inclusive poder adivinar o barajar la naturaleza del resto de motivos iconográficos seriados ubicados en los tramos de la nave, tanto en aquellas medallas conservadas como en las desaparecidas. Es así como, a través de observar en los medallones del presbiterio las conocidas como Arma Christi, o Instrumentos de la Pasión de Cristo, entre las que se adivinan la escalera, las tenazas, la Corona de espinas, los tres Santos Clavos, dos flagelos o el gallo de San Pedro, podríamos pensar que el resto de iconografía encerrada en los medallones restantes tuviese igualmente relación con la Pasión de Jesús y que, incluso y de la misma manera que hoy en día se sigue observando en los templos católicos, fuesen pasajes de ésta los que circundarían los muros laterales de la nave de este recinto sagrado, más conocidas como estaciones del Vía crucis o etapas vividas por Jesús desde su aprehensión hasta su muerte y sepultura. Se reflejarían éstas en la nave del templo mientras que la propia crucifixión en sí, junto a las Arma Christi, quedarían reservadas, como la propia talla titular del templo, al propio presbiterio. Junto a estas estaciones podría haber querido el artista reflejar personajes relacionados directamente con este pasaje de la vida de Cristo. Así, aquél que algunos han querido tocar con bombín y visualizar con rasgos felinos, podría ser considerado un simple soldado romano bajo cuyas órdenes padeció tormento y muerte Jesús. Sería completamente anacrónico el hecho de que este personaje masculino portase un sombrero inventado a mediados del siglo XIX, si bien entre los sombreros propios del siglo XVII y contemporáneos al esgrafiado destacaban los de ala ancha, los tricornios o sombreros de tres picos, o el característico sombrero capotain, invención española adoptada particularmente por los colonos de Estados Unidos de América. Se asemeja, por el contrario, con el casco español propio de la época, diseñado en forma cónica y denominado morrión. No dejaría de ser habitual la representación de personajes históricos según las modas preponderantes en la época de creación, de tal manera que no sería ilógico suponer que este posible soldado tocado siguiendo las directrices militares de la Edad Moderna castellana, con bigote retorcido y perilla como el propio rey Felipe IV gustaba de lucir, fuese la representación de uno de los soldados romanos que castigó a Jesús en su camino al Calvario, idealizado así por el pintor al igual que otro artista mundial y archinocido contemporáneo a él, Diego de Velázquez, reflejase a su mitológico y clásico Marte como capitán de los tercios, tocado con lujoso morrión y bigote retorcido. De igual manera sería fácil pensar por tanto que el personaje femenino ubicado ya en el tramo medio, tocado con lo que se asemeja a un rebocillo alrededor de rostro y sobre la cabeza, podría ser una de las santas mujeres que acompañaron a Jesús a lo largo de la Vía Dolorosa, entre las que se encontraba su propia madre Santa María.



Arriba: formando parte de la propia fábrica de la ermita, el retablo mayor de la misma centra el cabecero del templo conservando aún restos de la pintura al fresco que, en el interior del mismo, reflejaba la cruz donde murió Jesús, erigida sobre el monte Gólgota y de la que cae la propia sangre de Cristo, alabado por sencillos querubines que, conservándose tan sólo uno de ellos al estar oculto bajo la cal el resto del friso que los acoge, alaban a Dios y a su Hijo terrenal desde la parte alta del altar.

Abajo: imágenes detalladas del muro de la epístola dentro del propio presbiterio de la ermita, cuyas paredes internas muestran, al igual que en el resto del antiguo recinto sagrado, una malla de casetones cuadriculados bajo la cenefa de los medallones, encerrando en su interior, sin embargo y a diferencia de la red de la nave, flores o rosetas de similar factura en todos ellos.





Sobre la cenefa que conformaría la serie de medallones y portadores fabulosos de los mismos, enclavada en los muros del presbiterio, se mantiene en un relativo óptimo estado de conservación, englobada entre dos molduras o boceles estucados y decorados a base de juegos de líneas paralelas verticales con punteado en los espacios intermedios, en el superior, y ornamentación lineal del tipo espina de pescado o unión de dos diagonales formando un ángulo de 90 grados, en el inferior, una sentencia bíblica latina obtenida, como en el mismo texto se indica, del libro de Isaías, profeta del Antiguo Testamento cuyas visiones sirvieron, más que las de ningún otro sibilo, a describir al prometido Mesías de Israel y poder así en un futuro identificarlo, como hicieran los cristianos en la figura de Jesús. Se tomaría concretamente para la decoración del friso las palabras e ideas del capítulo 53 de mencionado tratado religioso, sin referirse en concreto a un versículo particular del mismo sino resumiendo en una sentencia la serie de profecías descritas en mencionado texto relativas a la entrega voluntaria de Cristo a la muerte para cargar con los pecados de la humanidad: "OBLATVS ET QVIA. IPSE VOLVIT. ET PECCATA NOSTRA IPSE PORTAVIT. ESAIE 53" ("Fue ofrecido porque Él lo quiso, y nuestros pecados Él portó. Isaías, 53"). Tal recapitulación bíblica sería tomada como no sólo nexo entre el Antiguo y Nuevo Testamentos, sino como clave por la cual a Jesús, muerto en la cruz siendo inocente por cargar con los pecados del mundo, se podría considerar sin duda alguna el auténtico Mesías e Hijo de Dios, base de la religión cristiana y, por ende, fundamentos sobre los que levantar el edificio en cuestión, pues el mismo, que toma como titular la propia figura de Cristo crucificado, estaría dedicado a promocionar, siguiendo el espíritu de la Contrarreforma Católica, la crucifixión y muerte de Jesús como salvación de la humanidad, haciendo por ello que toda la decoración en la ermita ronde en torno a esta base fundamental de la Iglesia. Tras la sentencia bíblica una fecha que nos permite la datación inequívoca de la obra pictórica, o inclusive de la consagración del templo: "MARZO 15 DE 1628 AÑOS".



Arriba: veintiún pétalos o gallones, prolongados en otros veintiún gallones que encierran cada uno en su interior dos frisos verticales de pareada malla de casetones floreados, ornamentan geométricamente el interior de la cúpula semiesférica o bóveda vaída que cubre el presbiterio del templo talavaniego, cuya decoración esgrafiada sorprende al visitante no sólo por la bella temática decorativa de la misma, sino fundamentalmente por el uso de tonos rojizos y añiles en la constitución de la misma.


Nace a partir de la moldura superior de las dos que encierran el friso que recoge la sentencia bíblica, la cúpula de la capilla mayor, cubierta a su vez de esgrafiados resumidos en casetones o celdillas cuadriculares similares a aquéllas que ornamentan la parte baja de los muros internos de la nave, así como el resto de las paredes del presbiterio. Su interior, al igual que en sus hermanos ubicados en el cabecero del templo, sirve como celda portadora de flores o rosetas, dispuestos los casetones en pareado a lo largo de veintiún gallones (cuarenta y dos filas de celdillas en grupos de dos) que nacen a su vez de un disco gallonado con similar número de pétalos, separados los unos de los otros a través de una cinta policromada con tonos rojizos, compartidos con los pétalos del disco y las separaciones de celdillas y flores de la cúpula, figurando a su vez pigmentos de color añil dibujando un serpenteado discontinuo en las radiales más anchas que agrupan en pareados las celdas y separan los gallones diseñados en el cerramiento de la estancia. En la intersección de estas radiales con la moldura que marca el nacimiento de cúpula y pared respectivamente, encontramos los denominados como "ángeles malos" o "réprobos" de Talaván, veintiuna figuras de poco objetiva identificación que, manteniendo una iconografía bastante similar a la de los querubines, se reducen a cabezas aladas de gesto atemorizante, ojos en blanco y bocas abiertas mostrando afilados dientes, tocadas con un singular capirote con borlado perfilado en tono rojizo que resalta junto al utilizado para colorear las fauces de semejantes seres. Con sus alas abiertas, unidas a las de sus compañeros inmediatos en el punto de intersección con la línea vertical que separa, dentro de cada gallón, los pareados de casetones que nutren los mismos, forman un friso que rodea todo el contorno interno de la cúpula en su base, coronando así tanto la sentencia bíblica descrita, y el fechado de las obras, como la cúspide del arco toral que da paso a la capilla mayor. Sobre las alas de los mismos, y en contraposición a éstas, el cierre semicircular de los gallones sostiene sobre él un nuevo par de alas de plumaje más alargado que el portado por los extraños querubines, sin que en ningún punto de la composición ambas representaciones aladas tengan contacto entre sí ni se demuestre relación entre ambas.


Abajo: ubicados entre las terminaciones semiesféricas de los gallones que cubren la cúpula de la Ermita del Santo Cristo, veintiún seres extraordinarios (en las imágenes, diez de ellos, enclavados entre el nacimiento del friso y el retablo mayor del templo), semejantes a alados querubines aparecen asomados sobre la moldura que encierra la sentencia latina tomada del profeta Isaías, cuya terrorífica apariencia resumida en ojos en blanco, fauces abiertas y dientes puntiagudos, tocados con capirotes semejantes a las corozas usadas para marcar a los penitentes y condenados por la Santa Inquisición, han dado lugar a diversas y subjetivas interpretaciones, presentándose como seres que, posiblemente incluidos en el conjunto iconográfico del templo como réprobos, representarían a las almas pecaminosos para cuya salvación nacería el Redentor, identificado con Jesús por la religión cristiana.












El extraño tocado que lucen los extraordinarios querubines del friso que enmarca la cúpula recuerda, en cierto modo, a los capirotes o corozas que portaban, en época contemporánea a la de la creación de los esgrafiados, ciertos penitentes y condenados por la Inquisición que hacían saber así al resto de la población sus considerados pecados y castigos a la hora del auto de fe. Tal es así que los dos modelos de gorro presentados por los seres fantásticos del templo talavaniego, unos de lados verticales rectos, y otros de laterales convexos, encajarían con el diseño de las corazas usadas por la Inquisión peninsular, los primeros dentro de España, y los segundos en el reino de Portugal. A los capirotes españoles, además, se les incorporó a partir del siglo XVI una terminación en borla que bien podría asemejarse con aquélla lucida por los seres de la Ermita del Santo Cristo. De esta manera, y si bien algunos autores han querido ver en la representación de estas criaturas ciertos aspectos apotropaicos, intentando mantener alejados o controlados a los malos o diabólicos espíritus a través de la plasmación pictórica de los mismos, sería quizás más coherente identificar a los mismos como condenados, visualizándolos no de manera aislada sino dentro del conjunto iconográfico que decora la integridad del recinto sagrado y que, en su totalidad, serviría no sólo como ornamentación del interior del monumento sino además como todo un compendio de obras artísticas destinadas a la ilustración y educación religiosa del fiel, cuando aún predominaba en el país el analfabetismo popular, encajando no sólo en la tradición pedagógica cristiana, sino fundamentalmente en las reglas adoctrinales de la reciente Contrarreforma católica.


Abajo: detalle de los diez supuestos "réprobos" o condenados de Talaván, ubicados entre el retablo mayor del recinto sagrado y la terminación del friso que corona los muros del presbiterio, cuyo tocado presenta un colgante borlado orientado hacia la derecha del espectador, al contrario que el de los personajes ubicados en la mitad contraria de la cúpula.













Arriba: colocado sobre la cúspide del arco diafragmático que señala el paso entre nave y presbiterio, un último "réprobo", cuyo estado de conservación nos impide apreciar hoy en día los detalles del mismo, cerraría el total del conjunto presentándose como el primero o último del total de veintiuno que conforman la serie de extraordinarios querubines, cuyo borlado cae, como en sus compañeros de la derecha, hacia la izquierda del espectador.


Si bien el resto de esgrafiados descritos, así como la sentencia latina de origen bíblico señalada, mantendrían lazos de unión y se dispondrían en su orientación hacia la descripción de la Pasión de Jesús y la identificación de éste con el Mesías a través de la crucifixión, la existencia de estos seres fantásticos en la base de la cúpula del templo, tras haber observado la simbología pasional cristiana, o incluso posiblemente las estaciones del Vía Crucis o la representación de ciertos personajes protagonistas de este capítulo fundamental en la vida de Jesús de Nazaret, podría venir a representar el fin por el cual murió el mismo y que es recordado tomando las palabras del profeta Isaías. Como indicó Gabriel Cusac, podrían ser éstos la imagen de los conocidos como réprobos o condenados a la pena eterna por su vida pecaminosa, almas condenadas por unos pecados con los que Jesús quiso cargar y como Cristo morir por ellos. El supuesto capirote inquisitorial podría servir, además, como fácil identificación de los condenados ante un pueblo que, contemporáneo al Santo Oficio y conocedor del lenguaje utilizado por este tribunal, sabría ver en ellos a los penitentes y procesados por sus faltas ante Dios. Pecados, faltas y culpas con las que debería cargar el futuro Mesías y las cuales, corcondando supuestamente con las profecías, portó Jesús, aceptando para ello su muerte en la cruz como medio de redención de la humanidad, recordada a través de la imagen titular del templo talavaniego y ubicada sobre el retablo principal, coronado el mismo por un friso desde el cual auténticos querubines de amable rostro y sencillas alas alaban la gloria del Mesías figurado en la persona de Jesús, crucificado redentor y, como tal, Hijo de Dios glorificado a la par que recordado y venerado por los católicos talavaniegos en una sencilla ermita donde todo parece estar dispuesto a cumplir un fin didáctico y alabancero en un conjunto que, por tal, cobra valor histórico, valor artístico y, en definitiva, valor cultural, reflejo de nuestro pasado y de nuestras raíces y, como tal, de nosotros mismos.

- Cómo llegar:

La localidad de Talaván, perteneciente al grupo de municipios conocido como "los Cuatro Lugares", se ubica junto a Hinojal, Monroy y Santiago del Campo en las tierras encajonadas entre los ríos Almonte y Tajo, al Norte de la capital provincial cacereña. La autovía A-66, en su tramo de unión entre Cáceres y Plasencia, permite el acceso, una vez desviados a través de la vía autonómica EX-373, al pueblo de Hinojal, desde el cual, siguiendo la continuación de dicha ruta, alcanzaremos Talaván accediendo al mismo por la parte meridional del municipio.

El casco antiguo talavaniego, capitaneado por la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, se ubica en la zona más norteña de la localidad. Alcanzado el principal templo del pueblo, es fácil encontrar con la propia vista la Ermita del Santo Cristo, cuya coronación piramidal de su cúpula puede apreciarse desde los alrededores del muro de la epístola y pies de la iglesia nombrada, al Oeste de estos últimos. Alcanzada la misma, una rotura en el muro norte que circundaba el antiguo cementerio municipal permite el acceso al interior del otrora camposanto talavaniego, comunicando éste, a través de la portada occidental de la Ermita del Santo Cristo, con el interior del ruinoso recinto sagrado, custodio aún de uno de los mejores conjuntos iconográficos esgrafiados de la región extremeña.



- Anexo (30/10/2.014):

El pasado día 30 de octubre pude volver a visitar la Ermita del Santo Cristo de Talaván. En esta ocasión, una soleada mañana lejana a la lluviosa en que me adentré por primera vez en el ruinoso templo talavaniego me permitió observar con mayor atención sus paredes y restos de esgrafiados, pudiendo atisbar entre los vestigios de sus pinturas dos medallones más de los que no me percaté en el viaje anterior. Localizados entre el arco que da paso al cabecero del templo y el muro de la epístola, estos dos nuevos esgrafiados demuestran que los medallones cubrieron a modo de cenefa o friso todo el recinto interior de la capilla, engrosando el número de globos que han llegado a nuestros días, pasando de doce a catorce. Ojalá en un futuro una adecuada restauración del lugar nos permita vislumbrarlos con claridad, o incluso poder disfrutar de alguno más que el posterior enlucido y la vegetación hoy en día cubren y ocultan al visitante.





3 comentarios:

  1. Llego a la casilla de comentarios tras un largo, pero fecundo, camino...de cultura. Gracias por tu espléndida colaboración, Samuel. Y un "reprobable" abrazo desde la distancia.

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  2. Gracias, por el admirable trabajo de divulgación de este antiguo templo. Un paso más hacia una eventual salvación de la Ermita del Santo Cristo de Talaván. Como talavaniego por medio de este comentario, quiero expresarle mis más sinceras felicitaciones y agradecimiento por su labor de divulgación de la cultura cacereña y en particular por este artículo, magistralmente realizado.

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    1. Estimado lector y visitante del blog: no hay por qué dar las gracias. Para mí es un placer realizar este trabajo, y un honor poder compartirlo con el resto de mis paisanos, y el mundo entero, en pro de la divulgación de nuestro patrimonio, de nuestra historia, arte y cultura. Muchísimas gracias por sus palabras. Yo también espero que este artículo pueda servir como apoyo a la salvación de la ermita talavaniega, o al menos a la promoción de esta joya y tesoro extremeño. Gracias.

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